ÍJb
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EL TEATRO.
OBRAS DRAMÁTICAS Y LÍRICAS.
I !
EL JUGADOR DE MANOS,
DRAMA EN TRES ACTOS T EN PROSA.
í !
MADRID:
IMPRENTA DE JOSÉ RODRÍGUEZ, CALVARIO,
1867.
t~
CATALOGO
DE LAS OBRAS DRAMÁTICAS Y LÍRICAS DE LA GALERÍA
EL TEATRO.
Al cubo de los años mil...
Amor di; antesala.
Abelardo y Eloisa.
Abnegación y nobleza.
Augeia.
Afectos de odio y amor.
Arcanos del alma.
Amar después de la muerte.
ai mejor cazador...
Achaque quieren las cosas.
Amor es sueno.
A caza de cuervos.
A caza de herencias.
Amor, poder v pelucas.
Amar por senas.
A falta de pan...
Artículo por articulo.
Aventuras imperiales.
Achaques matrimoniales.
Andarse por las ramas.
A pan y agua.
Al África,
i.onito viaje,
fioadieea, drama heroico.
Batalla de reinas.
Berta la flamonca.
Barómetro conyugal.
Bienes mal adquiridos,
bien vengas mal si vienes solo.
Bondades y desventuras.
Coiiegiá aí que vena.
Cañizares y (¡nevara.
Cosas suyas.
Calamidades.
Como dos gotas de agua.
Cuatro agravios y ninguno.
¡Como se empeñe un marido!
üou razón j sin razón.
Como se rompen palabras.
Conspirar con buena suerte.
Chismes, parientes y amigos.
Con el diablo á cuchilladas.
Costumbres políticas.
Contrastes.
calilina.
Carlos IX y los Hugonotes.
Carnioli.
Can didito.
Caprichos del corazón.
Con canas y polieando.
culpa y castigo.
Crisis matrimonial.
Cristóbal Colon.
Corregir al que yerra.
Ciem entina,
Con la música á otra parte.
Gara y cruz.
dos sobrinos contra un tio.
í>. Primo .Segundo v Quinto.
Deudas de la conciencia.
Ooi) Sancho el tsravo.
Don Bernardo de Cabrera.
Dos o '.listas.
Diana de >an Román.
D. 'lomas.
De audaces es la fortuna.
Dos hijos sin padre.
Doñee menos se piensa...
O, Jose.l'epc y Pepito,
ü smirlosblancos
Deudas de la honra.
De la mano á la boca.
Doble emboscada.
El amor y a moda.
I lista loca
En mangas de camisa.
El que no cae... resbala.
El niño perdido.
El querer y el rascar...
El hombre negro.
t'.l lin de la novela.
El filántropo.
El hijo de tres padres.
El último vals uc Weber.
El hongo y el miriñaque.
lEs una malva!
Echar por el «talo.
El clavo de los maridos.
El onceno no estorbar.
El anillo del Rey.
El caballero feudal.
]Es un ángel!
El 5 de agosto.
El escondido y la tapada.
El licenciada Vidriera.
|En crisis!
El Justicia de Aragón.
El Monarca y el .ludio.
El rico y el pobre.
El beso de Judas.
El alma del Rey García.
El afaa de tener novio.
El juicio público.
El sitio de Sebastopol.
El todo por el todo.
El gitano, ó el hijo de las Alpu
jarras.
El que las da las toma.
El camino de presidio
El honor y el dinero.
El payaso. a
Este cuarto se alquila.
Esposa y mártir.
El pan de cada dia.
El mestizo.
El diablo en Amberes.
El ciego.
El protegido de las nubes.
El marqués y el marquesita.
El reloj de San Placido.
El bello ideal.
El castigo de una falta.
El estandarte español en las ces-
tas africanas.
El conde de Montccristo.
Elena, ó hermana y rival.
Esperanza.
El grito de la conciencia.
lEl autor! ¡ El autor!
El enemigo en casa.
El último pichón.
El literato por fuerza.
£1 alma en un hilo.
El alcalde de ladroneras.
Egoísmo y honradez.
El honor de la familia.
El hijo del ahorcado.
El dinero.
El jorobado.
El Diablo.
El Arte de ser feliz.
El que no la corre antes...
El loco por tuerza.
El soplo del diablo.
El pastelero de París.
Furor parlamentario.
Faltas juveniles.
Francisco Pizarro.
Fe eu Dios.
Gaspar, Alelchor y Baltasar, 6 el
ahijado de todo el n
Genio v ligura.
Historia china.
Hacer cuenta sin la hv
Herencia de lagrimas.
Instintos de Alarcon.
Indicios vehementes*
Isabel de Mediéis.
Ilusiones de la vida.
Imperfecciones.
Intrigas de tocador.
Ilusiones cíe la vida.
Jaime ej liHibuiio.
Juan Sin Tierra.
Juan sin Pena.
Jorge el artesano.
Juan Diente.
Los nerviosos.
Los amantes de Chine
Lo mejor de los dados,
Los dos sargentos espa
Los dos inseparablí
La pesadilla de un casi
La hija del rey llene.
Los extremos.
Los dedos huespedes.
Los éxtasis.
La posdata de una carü
La mosquita muerta
La hidrofobia.
La cuenta del zapatero/
Los quid pro quos.
La Torre de Londres.
Los amantes de Teruel
La verdad en el espejo
La banda de la Condes*
La esposa de Sancho el
La boda de Quevedo.
La Creación y el Diluvfr
La gloria dei arte.
La Gitanilla de Madrid
La Madre de San Kenu
Las flores de Don Juan
Las aparencias.
Las guerras civiles.
Lecciones de amor.
Los maridos.
L? lápida mortuoria.
La bolsa v el bolsillo.
La libertad de Elorenc
La Archiduquesita.
La escuela de los amigt,
La escuela de los perdí
La escala del poder.
Las cuatro estaciones.
La Providencia.
Los tres banqueros.
Las huérfanas de la Caí
La ninfa ¡ris.
La dicha en el bien ajen
La mujer del pueblo.
Las bodas de Ca macho*
La cruz del misterio.
Los pobres de Madrid.
La planta exótica.
Las mujeres.
La unión enAfrica.
Las dos Reinas.
La piedra lilosofal.
La corona de Castlla la
La calle de la Montera
Los pecados de los padr>
Los infieles.
Los moros del Rift.
EL JUGADOR DE MANOS,
EL JUGADOR DE MANOS.
DRAMA EN TRES ACTOS Y EN PROSA.
írreglado hel trances por
SON ENRIQUE GASPAR
Estrenado en el teatro del Principe el 12 de Enere de 1867.
MADRID.
HíPKKffTA ÍJE JOSÉ RODRÍGUEZ, CALVARIO, i'Ó.
«se?.
AL SEÑOR DON FEDERICO PASCUAL Y PEDRO ,
En testimonio de acendrada amistad, dedica esta obra
C: ilwauc C¿Ctápa%>.
Digitized by the Internet Archive
in 2012 with funding from
University of North Carolina at Chapel Hill
http://archive.org/details/eljugadordemanos21912gasp
DOS PALABRAS Á LOS ACTORES.
Todos han rivalizado Vds. en talento en la interpreta-
ción de este drama, y al cariño con que le han acogido
debo su éxito indudablemente.
V., Sr. Delgado, en especial, ha sobrepujado las es-
peranzas que en V. tenia fundadas, y siento que la íntima
amistad que nos une no me permita decir cuanto siento,,
por temor de lastimar su modestia ó de que alguien dé
torcida interpretación á mis palabras.
Reciban, pues, todos este público testimonio de mi gra-
titud.
¿nmqrue.
PERSONAJES.
ACTORES.
LUISA Doña Feupa Díaz.
ELENA Cándida Dardalla.
ALDEANA Luisa Alvarez
VENANCIO Don Pedro Delgado.
EL CONDE Antonio Pizarroso.
ALVARO Jorge Pardiñas.
LUCIANO Ramón Mariscal.
SARDANÁPALO José García.
JORGE Antonio Riquelme.
AGUADOR... . Manuel Córcoles.
LUIS Luis Ponzano.
CRIADO Pedro Díaz.
ALDEANO. Juan López Ruiz.
VENDEDOR Emilio Rciz.
La propiedad de esta obra pertenece á su autor, y nadie po-
dm sin su permiso reimprimirla ni representarla en España y sus
posesiones, ni en los paises con que haya ó se celebren en adelante
contratos internacionales, reservándose el autor el derecho de tra-
ducción.
Los comisionados de la Galería dramática y lírica titulada El Tea-
tro, son los exclusivos encargados de la venta de ejemplares
y del cobro de derechos de representación en todos los puntos.
Queda hecho el depósito que marca la ley.
ACTO PRIMERO,
Plaza pública en Aranjuez. Á la izquierda, en primer término, la
fachada de una taberna. En segundo de la izquierda, un árbol
corpulento rodeado de maleza, con un banco rústico al pie.
ESCENA PRIMERA.
SARDANÁPALO, un AGUADOR, curiosos y VENDEDORES.
Vend. 1. "(Pregonando.) Á la buena rosquilla!
Vend. 2.° ¡Barquillero!
Aguador. Agua y azucarillos. ¿Quién quiere agua?
Sard. Eche usted un vaso, tio Mateo.
Aguador. ¡Hola¡ ¡Tú por aquí, Sandanápalo!
Sard. ¿Qué hemos de hacer! He venido con mi patrón para
ver de ganar algunos cuartos.
Aguador. ¿Quieres merengues? (sirviéndole oí agua.)
Sard. Gracias, tio Mateo; el dulce me empalaga el bolsillo.
Aguador. ¿Y tenéis esperanzas de hacer buen negocio?
Sard. La permanencia de la corte en Aranjuez favorece nues-
tra empresa. Por otra parte, la fortuna no me abando-
na jamás... Todo es placer y contento al lado mió: con
razón me npellidan el niño de la casualidad.
Aguador. Y por qué te apellidan así?
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— 40 —
Sard. Porque mi vida es una prolongada serie de equivoca-
ciones siempre favorables. Como dice mi patrón, be
nacido bajo la influencia del más protector de los sig-
nos del Zodiaco: el signo de Capricornio.
Aguador. ¿Y tanta es tu suerte?
Sahd. Juzgúelo usted mismo. En primer lugar vine al mundo
burlando las esperanzas de mis padres, que deseaban
una niña. Ya es una casualidad entrar en él pertene-
ciendo al número de los Adanes contra la voluntad
paterna.
Aguador. Efectivamente.
Sard. P asemos por alto los primeros favores de la fortuna, y
trasportémonos á la época de la conclusión de mi
aprendizaje.
Aguador. ¿Qué oíicio tenias?
Sard. El de mi madre. Planchadora de fino.
Aguador. ¿Tú planchadora?
Sard. Sí, tio Mateo: al ver mi aptitud para el trabajo, mi
madre me agregó á su cohorte de oficialas; pero tuve
la desgracia de enamorarme de una de mis colegas, ry
la ingrata me despreció.
Aguador. Y la casualidad?
Sard. La casualidad me libró de ella casándola. La noticia
de este casamiento sumióme en la mas profunda de-
sesperación. Caí enfermo, y no pudiendo dominar mi
melancolía, determinó suicidarme.
Aguador. Tú?
Sard. Precisamente. Corro al campo, me encaramo á una
encina, alo la cuerda, meto el pescuezo en el lazo es-
curridizo, y allá va mi cuerpo columpiándose como el
péndulo de un reloj.
Aguador. ¿Pero no te moriste?
Sard. Creo que no. La casualidad había conducido á mi pa-
trón á aquellos lugares á celebrar su natalicio con al-
gunos camaradas, y al ruido que produjo mi cuerpo al
desprenderse, voló en mi ayuda dando con su navaja á
mi cuerda el golpe que estaba reservado á una exce-
— 11 —
lente magra de solomillo.
Aguador. Bien por Venancio!
Sard. Entre los circunstantes se encontraba un médico, un
dentista ambulante , quien al reconocerme me dijo:
«Muchacho, acabas de salvarte la vida: á no habeite
apretado el gaznate hubieras muerto indefectiblemente
de una angina pustulante que padecías, y que la soga
se ha encargado de resolver »
Aguador. ¡Qué casualidad! ¿Y desde entonces te hallas á las ór-
denes de Venancio?
Sard. Justo. En calidad de ayudante.
Aguador. Pero por dónde anda tu patrón?
Sard. En la taberna, dando academia gratis á los criados.
Aguador. ¿Á los criados?
Sard. Sí. Les dice la buenaventura. Es un recurso para que
hablen y le pongan al corriente de las interioridades de
sus amos.
Aguador. Pues qué, ¿los ricos también se dejan echar las cartas?
Sard. En Madrid no; pero en el campo sucede con frecuen-
cia; y si puede uno pillar al vuelo su nombre, se les
encaja en tono de predicción cuanto acaba de revelar
la charlatanería de sus criados. Tio Mateo, voy á pre-
pararlo todo para «1 espectáculo. (Se dirige á la mesa.)
Aguador. Pues buena suerte, (pregouando.) Agua y azucarillos! (Se
confunde entre la multitud.)
ESCENA II.
DICHOS, ALVARO, LUIS y JORGE.
Alv. Por aquí, Jorge, por aquí.
Jorge. No será fácil vernos libres de la turba.
Luis. Sin embargo, aquí se respira mejor.
Alv. Y qué ocurrencia ha sido la de veniros á Aranjuez?
Jorge. La de honrar los funerales de tu vida de soltero.
Luis. (á Áu-aro.) ¿Pero positivamente te casas?
Alv. Croo que sí, aunque no me atrevo á asegurarlo.
— 42 —
Luis. ¿Y quién es ella?
Jorge. Nada menos que su prima, la incomparable hija del
Conde de Solibar. Un millón de dote y un par de ellos1
en perspectiva.
Alt. Es todo lo que se llama un buen partido. Ya era tiempo
de que la reconciliación entre mi tio y yo se llevase
á cabo.
Sari». Ya está todo dispuesto. Vamos á recibir órdenes. (Enu-a
en la taberna.)
ESCENA III.
ALVARO, JORGE, LUIS, y al final 8ARDAIÚPAL0.
Luis. ¿Una reconciliación! ¿Luego estabais desunidos? ¿Y que
causa...
Alv. El orgullo. Mi madre, hermana del Conde, casó con un
hombre de oscura cuna y su matrimonio le granjeo la
enemistad, el odio, y hasta la persecución de su fami-
lia. Á su muerte mi tio mostróse menos severo, y hace
diez y ocho meses, al perder á mi padre me escribió
ofreciéndome su amistad no desmentida hasta entonces.
Careciendo de heredero en quien perpetuar su nombre,
podría concediéndome la mano de Elena, obtener la
autorización para trasmitírmele, y entonces siempre os
honraría mas la amistad del Conde de Solibar que la de
Alvaro Paredes, y tres millones de capital sonarían
mejor que treinta mil duros de deudas.
Jorge. ¿Pero el Conde, si mal no recuerdo, tiene otro sobrino!
Alv. Sí; Luciano de Vargas, un aprendiz de diplomátícc
agregado á la embajada de Rusia. No temáis, es poco
afecto al matrimonio, rara vez se ocupa de él su familia.
Luis. Ademas que si Alvaro consagra á Elena su amor ser,'-
indudablemente porque creerá ser correspondido.
Alv. Sin que esto arguya presunción, creo que sí.
Jorge. ¿Y piensas que el consentimiento de tu prima será su-
ficiente para contrarestar las discordias pasadas?
Ai.v. Sin duda. Tú no puedes formar idea exacta del delirk
— lo-
que la condesa tiene por su hija. No sosiega, no vive
sino para ella. No hay título, fortuna ni dicha en el
mundo que no esté dispuesta á sacrificar por Elena. ¿De
qué, pues, depende mi bienestar? del consentimiento
de mi prima? Le obtendré espontáneamente, ó sabré
arrancársele á viva fuerza.
Luis. ¡Demonio! Me asustas.
Jorge. ¿Qué harías?
Alv. Lo que vosotros, loque cualquier hombre enérgico co-
locado entre la fortuna y la ruina, entre la considera-
ción y la vergüenza. Acostumbrado á vivir en el lujo y
los placeres, no puedo someter mi carácter al trabajo y
la miseria. Ellos me han llamado cuando me encontra-
ba al borde de un abismo, me han dejado asirme á una
rama salvadora, y ahora me encuentro como el náufra-
go á quien un hombre tiende su mano, que se salva ó
sumerje consigo al que le auxilia.
Sard. Ya viene mi amo. Convoquemos la asamblea. (Coge u
trompeta y toca con fuerza.)
Jorge y Luis. Eh! ¿Qué es eso?
ALV. Calla, imbécil. (Á Sardanápalo.)
Sard. ¡Imbécil! Sí, señor; callaré cuando concluya,
Alv. ¿Se burla de mí este tuno?
Jorge. Déjale en paz.
Luis. Sí, Alvaro; huyamos de este bullicio.
LOS TRES. VamOS. (Vánse.)
Sard. ¡Hola! Don Alvaro; no le gusta á usted la música y me
llama imbécil? Pues allá vá eso. (Da un punto agudo eon la
trompeta, y termina con un desentono.) Lst&moS en paz. (La
plaza se llena de gente, y Sardanápalo, agitando una bola atada
al extremo de un bramante, obliga á los curiosos á formar en dos
filas, dejando á la vista del público en el fondo, la mesa de pres—
tidigitacion.) Atrás, señores; que es muy fácil desnucar
á alguno. Orden y compostura y silencio; que van á
verse cosas sorprendentes. Sentarse, pero cuidado con
romperme las butacas, porque mi amo me hará pagar
la Compostura COn las COStillaS. (EL pueblo se rie y mani-
— 14 —
fiesta gran curiosidad, que Sardanápalo reprime agitando la
bola.)
ESCENA IV.
DICHOS y VENANCIO, que sale de la taberna vestido de titiritero, y va á co-
locarse detrás de la mesa, adoptando en toda la escena la entonación y el
gesto de un charlatán.
VEN. Insolente! (Pegándote un puntapié.)
SARD. ¡Ay! (Huyendo.)
Ven. Aquí, Sardanápalo. Hé aquí la segunda edición corre-
gida y aumentada del célebre emperador romano. Sar-
danápalo es su nombre; nació sin padres, visitó La
Picardía, recibió un curso de merodeo, bachilleróse en
las almadrabas, es doctor en latrocinio y pillologia, y
y está condecorado con la cruz de la legión de Ceuta.
(El pueblo rie siempre que cree entrever alguna gracia en las
palabras de Venancio.) No nos pararemos por mas tiempo
á considerar los títulos que le adornan, y bagamos
constar que si me presento aquí ante ustedes, no es
para que contemplen en mí á uno de los infinitos char-
latanes que ofrecen curar callos y ojos de pollo, arran-
car toda clase de muelas sin dolor, sean mulares, ca-
ninas ó incisivas, bacer desaparecerlas arrugas ni ven-
der el bálsamo que conserva la juventud, y á quienes
podría decírseles con el sabio de la antigüedad: «Medi-
ce sana te ipsu?n.»
Sard. El amo sabe griego y yo le traduzco: «Medice, sana te
ipsum,» Médico, cómete un pisto.
Ven. Ahora, señores, voy á dar á ustedes una pequeña prue-
ba de mi habilidad como prestidigitador, escamoteador
ó jugador de manos, y con la sola ayuda de estos cubi-
letes, de los cuales el primero, se llama pasa; el segun-
do, contrapasa, y el tercero, invisible. (Juega con los cubi-
letes.) Escamotearé delante de ustedes, motas microscó-
picas, pelotas de baqueta, y basta al mas borrico de la
reunión. (Risas.)
— 15 —
Una Ald. Vamonos, Antonio.
Ald. Déjame ver á quién escamotea.
Ven. Reconozcan ustedes bien estos cubiletes de plata maci-
za, acabados de salir de la fábrica de Martínez. (lo« agi-
ta con la vara quo tiene en la mano.) Nada en el primero,
Dada en el segundo y el tercero vacio. Pero tomo unos
polvos de perlimpHmplim chisve catalami, y aquí está la
madre, (Sacando pelotas.) aquí está la hija y aquí la tata-
ranieta. (Saca una pelota enorme.) Y si aun queremos mas,
sin necesidad de cubiletes y con solo tomar una por
aquí, Otra por allá, (Fingiendo engerías en el espacio.) J'O les
diré: Parafaragaramus, creced y multiplicaos, y llove-
rán sobre vosotros mas pelotas que maná sobre los is-
raelitas. (Se lleva las manos á la cabeza y deja escapar infinidad
de ellas: el pueblo aplaude.)
A4.D. (Gritando.) ¿Y el mas borrico de la reunión?
Ven. No impacientarse : soy al momento con usted. Pero
mientras llega este último golpe, que reservo para el fin
del espectáculo, bueno será que sepan ustedes quién
soy yo. Me llamo Venancio Garcia, y soy el único en el
mundo de este apellido. Deseoso de ensanchar el
círculo de mis relaciones, he recorrido el globo, traba-
jando delante del tamborlan de Persia, del czar de Ru-
sia y del rey de Túnez, obteniendo de este el favor de
una sonrisa.
Sabd. Sí, señores; mi amo ha obtenido una sonrisa del buey
Atunez,
Ven. Desde allí he partido para Pequin, la China, donde los
habitantes andan boca abajo por razón de la redondez
de la tierra, y, gracias á mis viajes, he adquirido de
un célebre zahori el secreto que poseía Faraón prime-
ro, rey de Egipto, para leer el destino con la ayuda de
cuarenta cartas. Yo quiero darles á ustedes lo que vale
mas que el oro y la plata, el conocimiento del porvenir
o, lo que es lo mismo, la ciencia de la quiromancia, la
nigromancia y la carrr...tomancia. Yo diré á todos
juntos, y á cada uno en particular, su pasado, su pre-
— IG-
sente y su porvenir; cuanto tenga relación con sus
asuntos, la dicha que le espera, la emboscada que se le
tiende, el amigo que le engaña, la herencia que ha de
percibir. Yo diré á los mozos el número de la quinta;
á los militares, la época de su licencia; á las solteras,
si su marido será rubio ó moreno; los hijos que ten-
drán á las casadas, y á los maridos...
Ald." Vamonos, Antonio.
Ald. Calla, mujer, que esto me interesa.
Ven. Ya oigo á mas de uno preguntar el precio á que vendo
mi ciencia. Voy á decirlo. En mi casa, calle del Turco,
se pagan las consultas á onza de oro; pero aquí quiero
ponerme á tiro de todas las fortunas, y no será una
onza, ni media, ni cuatro duros lo que tengan ustedes
que desembolsar. Venderé mi talento por dos cuartos.
Sabd. Por dos cuartos, señores. Aquí se da la sabiduría por
una caja de fósforos.
VEN. (Cogiendo una baraja y avanzando al público.) Quién quiere la
primera carta?
Sard. ¿Quién la segunda?
ESCENA V.
DICHOS, ALVARO, JORGE y LUIS.
Alv. Hola, un titiritero! Me distraen estas cosas.
Jorge y Luis. Y á mí.
Alv. (Riendo.) Estoy porque me digan la buenaventura.
LülS. ¡Qué Ocurrencia! (Forman parte del grupo.)
Ven. Ánimo; señores: por dos cuartos nadie puede adquirir
una casa de campo, y menos un palacio en la corte; pero
en cambio se halla en posesión de un consejo saludable; y
como dice el proverbio, «hombre prevenido vale por dos;
y mas vale un toma que dos te daré.» Sométanme us-
tedes á la prueba, y si no les digo cuanto han dicho y
hecho desde su venida al mundo, palabra por palabra,
hora por hora, minuto por minuto, rompan la valla,
— 17 —
lleguen hasta raí, cólmenme de dicterios, llámenme
impostor, hagan añicos mis cartas, y arrójenme á la
cara los pedazos. Yo perderé mi honor, mi único tesoro,
pero en cambio harán ustedes un bien á la sociedad;
librándola de un embaucador, indigno hasta del aire
que respira.
Ai.v. (Á sus amigos.) Tiene aplomo el truhán.
Ven. ¿Á quién la primera?
Alv. Á mí. (a p. á sus amigos.) Consultemos á este sublime
Oráculo. (Toma una carta.)
Ven. (ap.) ¡Malo! Estos quídam me van á comprometer.
(Alto.) Ustedes por lo visto desearán que les releve los
secretos del destino por el sistema caro, y este compli-
cado juego, exige que pasemos á esa taberna, teatro de
mis sesiones al por mayor.
Alv. No, no te molestes. Es aquí mismo, en voz alta y por
el sistema económico como quiero conocerlos.
Ven. (Maldito sea!) ¿Pero en voz alta?
Alv. (tuendo.) Tienes miedo de equivocarte?
Luis y Jorge. Sin duda.
Ven. ¿Miedo yo? (Bajo á Sardánapaio.) Los conoces?
Sard. Sí.
Ven. Quiénes SOn? (Ap. á Sardánapalo.)
Alv. Vamos, señor agorero.
Sard. (ap. á Venancio. ) Este se llama Alvaro de Paredes.
Ven. (Ap.) Magnífico! Conozco sus mañas por su criado.
(aüo y con charlatanismo.) Señores, si me han visto uste-
des titubear un momento ante tal proposición, es por-
que no entra en mi sistema divulgar los secretos de
familia en público, ó Coram populo, como decia Cicerón;
pero babiendo herido mi susceptibilidad...
Alv. Basta; yo te autorizo.
Ven. Él me autoriza. Páseme usted su carta, (Tomándosela.)
y elija usted otras dos. Esta es para el pasado, la se-
gunda será para el presente, y la tercera para el por-
venir.
ALV. (Después de eleg-ir dos cartas y presentándoselas á Venancio.)
— 18 —
Habla; ya escucho.
Ven. Caballo de/CÓpas. El mejor naipe de la baraja. Nos dice
que el sujeto es joven y no mal parecido.
Ai.v. No es poco decir.
Ven. Espiritual.
ALV. Gracias. (Riendo.)
Ven. Aunque no tanto como él se figura.
Sahd. (Chúpate esa!)
Ven. Este joven tiene parientes muy opulentos.
Alv . Pero todo cuanto me predices, no es muy difr . el
acertar, pues está á la vista.
Ven. Electivamente. Pero de fijo le causará a usted, .rpresa
el que el mancebo encontrándose guapo y,r .se haya
vuelto muy fatuo.
Alv. ¡Insolente!
Ven. No soy yo, es la carta quien lo dicf nade que ha-
ciéndosele muy penible el trab ha echado en
brazos de la pereza, adoptand' propios á sus hi-
jos el vicio y los placeres. A' j le gusta el jue-
go, le seduce un buen pal ¡ un sublime adora-
dor de los sátiros y las '
Alv. Este ganapán tiene ' rrencias. (Reprimiendo su
disgusto.)
Ven. Gracias. Reasumiendo el yM do. Don Alvaro se ha co-
mido todo su patrimonio. (Risas.) Veamos el presente.-
Sola de espadas. Carta fatídica! No me atrevo.
Ai.v. Habla; te lo mando!
Ven. Es que...
Alv. Lo exijo.
Ven. (Ap. á d. Áuaro.) Y si las cartas dijesen que para reha-
cer su fortuna el señorito quiere entrar en una respe-
table familia, uniendo su mano á la de su prima, ric-
heredera del Conde de Solibar...
Alv. (Ofuscado.) ¿Cómo! Basta: necesito que me digas...
Ven. (auo.) ¿El porvenir? ¿Y si el matrimonio tendrá efecto?
Es verdad; hasta ahora solo tenemos noticia del pasado
y del presente; pero el futuro pertenece al dominio de
— 19 —
juego caro... y solo puede leerse por el diámetro de la
diez y seisava parte de una libra de oro.
Alv. (Ap. á Veiiancic.) La tendrás: aleja de aquí á esta gente,
y dentro de una hora ven á buscarme.
Ven. No faltaré.
Jorge. ¿Le das una cita?
Alv. Sí; necesito saber quién le ha hecho dueño de mis se-
cretos. (Preocupado.)
Ven. Levad anclas; largad velas. Levanto mis reales y me
traslado á la puerta de los jardines de mi alcázar."
(Sardaiiápaio recoge los bártulos.) Vengan todos á admirar
las maravillas de mi sublime ciencia. Paso al disipador
de las nieblas del porvenir. ¡Marchen! Arrr... (sardaná-
palo toca marcha con la trompeta, y haciendo piruetas y contor-
siones se aleja Venancio con la multitud que aplaude sus ridicu-
las ocurrencias.)
ESCENA Vi.
ALVARO, JORGE, LUIS, LUISA, ELENA y el CONDE.
Alv. ¿Cómo ha podido averiguar?...
Conde. Mirad, aquí hay un banco.
Elena. Siéntate, mamá.
LUiSA. Y tú juntO á mí. (Se sientan.)
Luis. (Ap.) Hermosa niña.
Jorge. (ap. á Luis.) Es ella! Elena! la futura de Alvaro.
Luis. (ap.) Ah! Bribón! Recibe mi enhorabuena.
ALV. ¡Queridos tíos! (Acercándose a ellos.)
Conde. ¡Alvaro!
Alv. El mismo que se despide de estos señores para consa-
grarse á ustedes. (ap. á Joige y á Luis.) Dejadme; luego
nos veremos, (jorge y Luis saludan y se vau.) Se halla us-
ted indispuesta? (Á Luisa,)
Luisa. No.
Elena. Sí, Alvaro; se ha empeñado en venir á Aran/juez para
darme mía sorpresa, según dice, y mamá necesita de
mucho reposo. Cso es no tener juicio, y si lo repites me
— 20 —
Lu:sa.
Conde .
Alv.
Luisa.
Todos.
Luisa.
Alv.
Conde .
Elena .
Luisa.
Todos.
Luisa.
Alv,
Conde.
Luisa.
Elena.
Luisa.
Elena.
Luisa.
veré en la precisión de reñirte y retirarte mi cariño.
¡Hija mía!
Elena tiene razón.
No es prudente con este sol canicular.
Reñidme todos. No temáis por mi salud. Soy tan feliz
con vuestros cariñosos halagos, que nada turba mi cal-
ma, nada... mas que mi sueño...
Un sueño!
Mal dije: no es solo durante la noche cuando esa idea
se apodera de mí...
(Ap.) ¿Qué querrá decir?
Explícate.
¡Ay! me das miedo.
Pues bien, hay momentos en que me parece ver á mi
hija inanimada, muerta delante de mí.
¡Muerta!
Sí; creo verla exánime en los primeros meses de su
existencia, tendida sobre su cuna de mimbre.
Es raro!
No es sueño... no ¡recuerdo triste!
Entonces mi sangre se agolpa violentamente á mi ce-
rebro; mil ideas confusas se agitan en mi mente, deli-
rante, loca, corro al cuarto de mi Elena, me abalanzo
á su cama, y al verla dormir tranquilamente con la
sonrisa en los labios, bendigo á la Providencia que me
deja colmarla de caricias.
¡Oh! De hoy en adelante no sufrirás semejante tortura.
Mi cuarto será el tuyo; me dormiré entre tus brazos, y
cuando el insomnio se apodere de tí, yo estaré á tu la-
do para devolver con un boso la calma á tu espíritu.
Sí, sí; y en el silencio de la noche me dirás tus pensa-
mientos mas íntimos, y acaso te resuelvas á confiarme
el secreto de tu corazón. ¿Su secreto?
No adivino...
Mejor dicho, nada tienes que revelarme, porque du-
rante tu sueño me has abierto tu alma. Tus labios han
arrojado una confesión que yo he recogido, y no hay
— 21 —
para qué repetirme «Le amo, le amo.»
Eleva. ¿Yo, yo he dicho... No, no es posible.
Alv. ¡Elena!
Conde. ¿Ama en secreto?
Luisa. Á uno de nuestra familia.
Elena. ¿Cómo? Le he nombrado también?
Alv. (con alegría.) ¿Conque es mi pariente?
Luisa, (á Elena.) Sí; hace mas de un mes que me dijiste su
nombre, confidente también de sus amorosos secretos,
he abusado de vuestra confianza; y si me he decidido á
contrarestar las fatigas de este pequeño viaje, ha sido
porque tenia la seguridad de encontrar aquí á tu que-
rido primo.
Elena. Él aquí?
ALV. (Ap.) ¡Sil primo! (Con alegría marcada.)
Luisa. Yo misma le escribí á Rusia.
Cosde. ¿Cómo? Es Luciano?
Luisa. Sí, Luciano.
ALV. (Ap. con furor.) Él!
Luisa. Ama á Elena y le protejo. Perdóname, Arturo; y tú
también, hija mía, si hice mal...
Elena. ¡Qué buena eres!
Alv. (Necio de mí!)
Conde. (¡Casarla! ¿Cómo sin revelarle á Luisa el secreto de su
nacimiento?)
Elena. Pero tú decias que debíamos encontrale aquí, y no...
Luisa. No temas; ayer se hallaba en Alicante y no se habrá
detenido.
Elena. No, no es posible que venga tan pronto.
Luisa. ¿No? Mírale.
Todos.
Luc.
ESCENA VII.
DICHOS y LUCIANO.
¡Luciano!
¡Tios! ¡Elena! ¡Dios mió! ¡Qué pálida estás!
20
El.ENA. La alegría, Ja Sorpresa... (Echándose en brazos de su marine.)
¡Bendita seas!
Luc. (Abracándole.) ¡Alvaro! Perdóneme usted, querido fio,
esta repentina vuelta sin previo aviso; pero un asunto
de estado...
Conde Es inútil el fingimiento. Sé que Luisa te ha mandado
venir, y conozco también la causa.
Luc. Y bien. ¿Puedo esperar?
Luisa. Sí, consentirá... ¿Qué digo? Consiente en vuestra
unión. ¿Verdad, Arturo?
Alv. (Ap.) (¡Todo lia acabado para mi!)
I. lisa, (ai Conde.) ¿No respondes? ¿Dudas?
Luc. (ap.) ¡Dios mió!
Conde. Escucha, Luisa, escucha, hija mia; bien sabéis que mi
mas ardiente deseo es labrar vuestra ventura; pero ese
matrimonio...
Elena. ¿Y bien?
Luisa. Acaba: me pones en tortura.
Conde. Un obstáculo, que creo desaparecerá, se opone á reali-
zarlo por ahora.
Todos. ¿Un obstáculo?
Luisa. Tu sola voluntad es suficiente para disponer de la mano
de tu hija.
Conde. Es preciso consultar con Luciano, él mejor que yo
podrá decidir en este asunto.
Luc. ¿Yo?
Alv. (ap.) Es extraño. Fuerza será inquirir...
Luc. No teman ustedes. Sí, como dice el Conde, depende de
mí esta unión, estoy dispuesto á cualquier sacrificio.
Elena será mía.
Elena. Mamá, vamos á recorrer los jardines. Acaso el paseo
te sea provechoso.
Luisa. Te entiendo. Vamos.
Alv. (ap.) ¿Un obstáculo? En mi pecho brota de nuevo la
esperanza.
Luisa. Vienes, Alvaro?
Alv. Lo siento; pero un asunto perentorio me lo impide.
— 2o —
Luisa. Ven, Elena.
ELENA. AfJiOs! (Vánse Luisa y Elena.)
Alv. Señoras! (Saindando ) Yo rasgaré ese veló, (váse.)
ESCENA VIII.
El CONDE y LUCIANO.
Lúe. Solos eslamos: hable usted.
Conde. Mas tarde; luego; en mi casa.
Luc. Nadie nos oye. Mi impaciencia... (Se sientan en el tonco y
miran alrededor.!
Conde . Pues lo quieres, sea. Luciano, no soy yo quien se opone
á tu enlace con mi luja; es el respeto debido á lu nom-
bre, las severas tradiciones de familia, la voluntad, en
fin, de tn padre, quien levanta entre ambos una insupe-
rable valla.
Luc. No comprendo...
Conde. «Hijo del marqués de Elorza,» te diría tu padre, «lú no
puedes unirte á una mujer cuya nobleza no sea iguai
á la luya.»
Luc. Á la cual podría contestarle que Elena lleva su apellido,
y que la misma sangre circula por nuestras venas.
Conde. ¿Y si Elena no fuese mi hija?
Luc ¿Cómo? no es...
Conde. No: se llama Juana Vidal, y su madre fué una desven-
turada mujer recogida caritativamente en mi quinta de
Zuera. Allí llegó hambrienta, combatiendo el frió y su
enfermedad, con esa niña de tres meses entre los bra-
zos. Entregóme sus documentos, y por ellos supe que
venia de Huesca, que se llamaba Juana Ruiz, y que
era esposa de Santiago Vidal. Esforzóse en persuadir-
me que acababa de perder á su esposo. Poco después
mi mayordomo me reveló su secreto, y comprendí que
aquella desdichada iba huyendo con un ángel de la
vandálica tiranía de su marido.
Luc. ¿Pero cómo ha podido la condesa tributar ese delirante
24
cariño á una persona que no es su luja?
Con de. Porque Luisa lo ignora todo.
Lie. ¿Cómo es posible?
Conde. Tres meses antes de los acontecimientos de mil ocho-
cientos cuarenta y ocho, vino al mundo mi Elena.
Aquellas revueltas políticas, que ocasionaron mi pri-
sión, y el verme sometido á un consejo de guerra,
trastornaron la razón de mi pobre esposa, que al dar el
pecho á su hija se convirtió sin saberlo en instrumento
de su muerte. Libre al íin de mis cadenas, y cuando me
disponía á estrechar entre mis brazos á aquellos dos
seres tan queridos, me vi separado del uno para siem-
pre y privado de las caricias del otro. Un recurso há-
bilmente empleado por nuestro médico volvió la razón
á Luisa, que al despertar de su letargo solo tuvo un
pensamiento lijo: su hija Elena. Temerosos de que la
fatal noticia de su pérdida destruyese nuestra obra,
apenas sabíamos qué resolver, cuando la Providencia
vino en nuestra ayuda. Juana con su niña discurría
por el jardin; mi esposa al verla lanzó un grito, corrió
hacia ella y arrebatándosela de entre los brazos empezó
á besarla, llamándola cariñosamente Elena. Juana qui-
so hablar; pero compré su silencio á trueque de la for-
tuna de su hija; y á los pocos días dejaba de existir
aquella mártir, encargándome por única condición de
la custodia de un cofrecillo que entregaré religiosa-
mente á Elena en su dia. Al momento vendí mi quinta;
despedí á mis criados y me trasladé á la corte sin
dejar en Zuera mas que dos cómplices de mi secreto,
el doctor y mi mayordomo, de los que ninguno existe
ya. Dios no me ha concedido otro hijo para reparar
mi falta, y la salud de Luisa me ha obligado á presen-
tar á Elena en el mundo como ia única heredera de
los Condes de Solibar.
Lee. Pero su padre, ese Santiago Vidal, puede reclamarla
algún dia.
Cois-de. No; porque al separarse de su mujer ignoraba que pu-
— 25 —
diera ser padre. Ahora ya conoces el obstáculo que te
separa de ella.
Llc. ¿Y qué me importa su familia? Yo no amo á Elena ni
por su rango ni por su nombre.
Conde. Y si la doy el que la pertenece, el de Juana Vidal,
¿permitirá tu padre semejante alianza? No.
Li'c. Acaba usted de decirme que este secreto solo á nosotros
nos pertenece. Pues bien; concédame usted la mano de
Elena, de su hija iilena, y ni el orgullo de mi padre se
sublevará, ni correrá peligro la vida de la condesa; por-
que yo juro, por la santa memoria de mi madre, que
esta revelación morirá conmigo.
Conde. ¡Oh! No esperaba menos de tí, Luciano. Gracias. Com-
prende que á tí era el único á quien no podía engañar.
He cumplido con mi deber; nuestros corazones se en-
tienden. Yo acepto ante Dios la responsabilidad del acto
que va á verificarse. Serás el esposo de Elena de Var-
gas. La ley reprueba esta mentira; pero si el derecho
me condena, la conciencia me absuelve. Vamos á abra-
zar á tu madre, corre á abrazar á tu esposa, (vánse.)
ESCENA IX.
ALVARO, saliendo de los matorrales después de mirar á todas partes.
Alv. Bien hice yo en no perder toda esperanza. Conque (Es-
cribe en un papel con lápiz.) Juana Vidal, nacida en Huesca
en mil ochocientos cuarenta y|ocho!... Elena de Vargas,
muerta en Zuera pocos meses después; y ningún testi-
go viviente de aquella escena! Bien, me basta. Una ex-
traña, una advenediza á quien llaman su hija, heredera
de una inmensa fortuna que compartiría con Luciano
robándomela á mí! Nunca. Yo sabré impedirlo. ¿Pero
cómo? Publicar la noticia yo mismo, sería conquistar-
me el odio de toda la familia. Seria preciso buscar á
ese Vidal. ¡Él ignora que es padre!... Yo le instruiría,
y... Según dicen es un hombre depravado, sin oficio ni
— 26 —
beneficio; y fácil por consiguiente de comprar. Él re-
clamaba á su bija, y yo recobraba mis derechos á la
fortuna del conde. Pero estoy delirando. Cualquier in-
truso se pondría á mis órdenes por dinero. Comprar
un hombre es cosa corriente; pero por malo que sea un
padre no se vende nunca. Con todo, es preciso hacer
algo; semejante mina no puede quedarse sin explotar.
Los dos están muy seguros de que este secreto solo á
ellos les pertenece, de modo que si un hombre hábil,
bien ensayado por mí, se presentase bajo el nombre de
Santiago Vidal, no despertaría sospecha alguna. No,
pero esto exige ingenio, audacia, y una conciencia
muy negra. ¿Dónde encontrar el hombre que nece-
sito?
ESCENA X.
ÁLVAIiO y VENANCIO.
Ven. Presente.
A lv. Ah! ¿Eres tú?
Ven. Yo mismo, provisto de mis cuarentas cartas, que re-
presentan fases de la vida del hombre. Empecemos á
doscerrer el velo al porvenir.
A lv. Basta, basta; te he mandado venir para que me digas
quién te ha instruido sobre mi conducta.
Ven. ¡Toma! mis cartas.
Ai.v. Creo tanto en ellas como en tu sabiduría. Acabemos :
antes te lie ofrecido una onza, dos te doy si hablas.
Ven. No puedo, señor, no entra en mi sistema el vender á los
criados de mis clientes.
Alv. ¿Luego fué el mió...
Ven. ¡Ah! ¿Se me escapó!... Pues sí; le dije la buenaventu-
ra, y como el pobre es tan hablador, con un poco de
imaginación por mi parte, me ha ayudado á ganarme
seiscientos cuarenta reales.
Alv. (Miráoiioie atAntamtnte ) Comprendo; eres hábil.
Á falta de cuartos, bueno es el ingenio.
Algo apostaría á que en un caso dado no carecerías de
audacia ni de talento.
No seré yo quien apueste en contra.
(Ap.) Acaso este es el hombre que me falta. Explo-
remos su conciencia. (Alto.) Traes la baraja?
PreSSntS. (Extendiendo los naipes que le présenla para que to-
me ven.)
NO es así COmO la quiero. (Se los toma y se los présenla.)
Toma una.
¿Qué?
Que lomes una carta.
¿Va usted á darle lecciones á papá?
Tal vez.
Yo las doy, pero no las recibo.
¿No crees en el juego porque posees el quid?
No; sino porque...
Pues yo voy á probarte que en manos expertas sirven
las cartas para predecir el futuro.
Ven. Eso es muy fácil. Uno dice cuanto se le antoja sin te-
mor de que le contradigan.
Alv. Para que creas en mi predicción, voy á revelarte el
pasado diciéndote quién eres y lo que has sido.
Divirtámonos un rato.
Toma.
¿De la derecha ó de la izquierda?
Me es indiferente.
Pues de la izquierda. Y dígame usted. ¿Tendré que
pagar luego? (La toma.)
Alv. Al contrario.
Ven. Ah! Pues si es usted el pagano, me alquilo. Hé aquí la
Carta. (Se la da.)
Alv. Por ella veo que tienes cuarenta años.
Ven. Me planto en cuarenta y seis, sirven?
Alv. Has nacido en Aragón.
Ven. Exactamente; en Madrid, en la calle de! Burro.
Alv. Has sido casado con Juana Ruiz.
— 28 —
Ven. Ó con Maria de la Paz, que da lo mismo. ,
Alv. Tu mujer murió en Zuera, dejándote una niña.
Ven. Admirable... Yo no he fructificado nunca.
Alv. ¿Cómo?
Ven. Que he sido absolutamente estéril.
Alv. Por último, tu nombre es Santiago Vidal.
Ven. Venancio García, muy servidor del que nos paga.
Alv. Lo siento; porque una fortuna brillante le está reserva-
da á ese bribón.
Ven. ¿De veras?
Alv. Tanto, que á buena cueuta no titubearía yo en antici-
parle eStOS mil reales. (Sacando un billete.)
VEN. (Queriendo cogerle.) ¡Ull billete!
Alv. Poco á poco: no es para tí, tú te llamas García.
Ven. García yo? ¿Yo García? Miente quien tal diga. Mi
nombre es Santiago Vidal, y perdí á mí mujer en
Zuera, y tengo una niña, ó todo un hospicio si es nece-
sario.
Alv. En ese caso, te pertenece. (Le da el billete.)
Ven. ¡Ylil realazos! ¡Cincuenta duros! Esto trasciende á ri-
quezas, placeres y vino de Champagne.
Alv. Pues aun quedan veinte mas por adquirir.
Ven. ¡Una talega! ¿Qué tengo que bacer?
Alv. ¿Te llamas Vidal?
Ven. ¿Cómo si me llamo? Soy el fundador de la raza.
Alv. Pues necesito que acredites tu identidad.
Ven. Por hecho. Yo tengo amigos que jurarán conocerme
por este nombre, y obtendré cuantos documentos ates-
güen mi procedencia.
Alv. Marcharás á Huesca, donde te procurarás tu partida de
bautismo y la de tu casamiento con Juana, tu mujer.
Ven. ¿Y qué mas?
Alv. De allí te trasladarás á Zuera, y pedirás que te libren
acta de defunción de Elena de Vargas, hija del Conde
de Solibar, en cuya casa te presentarás después recla-
mando á tu hija, con quien secretamente ha sustituido
la suya.
— 29 —
Ven. Pero este asunto es grave.
Alv. Doblo la suma.
Ven. Entonces, no he visto cosa mas sencilla. Y dígame us-
ted, puedo contar con garantías?
Alv. Te firmaré un pagaré de la suma convenida para den-
tro de un mas; y tú en cambio, me dejarás elegir mis
armas de defensa para el caso de que trataras de ven-
derme.
Ven. Pero, poco á poco. Ya que nos hemos quitado la másca-
ra, bueno será que usted me diga el interés que liene
en este negocio.
Alv. El Conde es mi tío, y al sustituir con una extraña á su
difunta hija, me hace perder todo derecho á su herencia.
Yo bien quisiera llamarla esposa mía; pero comprendo
que toda lucha fuera inútil, y elijo el camino mas
corto.
Ven. Comprendo: se trata de reponer á usted en su legítima
condición de heredero: abogamos por una causa alta-
mente moral: mi conciencia está satisfecha.
¿Cuándo partes?
Al momento. (Da un agudo silbido y sale Sardanápalo.)
¿Qué haces?
Pido mi librea.
¿Llama el patrón?
Sí; preven nuestro equipaje. Nos dirigimos á Aragón,
mi bella patria.
Pues yo le hacia á usted de Madrid, señor Venancio.
Vidal; llámame Santiago Vidal. Entro desde este instan-
te en posesión de mis bienes, títulos y cualidades; y to-
mo de nuevo el nombre de mis antepasados, que no he
querido profanar en las plazas públicas.
Y yo, patrón?
Tú le metamorfoseas: te elevo á la categoría de ma-
yordomo.
¡Yo mayordomo! ¡Qué gusto!
Vuela. (Váse Sardanápalo. )
(Dándole una tarjeta.) Toma rnis señas, mañana recibirás
— 30 —
mis últimas instrucciones.
Ven. Cuente usted conmigo: emprendo la marcha, y uno, dos,
tres, pasa, caigo sobre el Barón; le presento mi vara
mágica, ie echo en los ojos unos polvos de pertimpimpim,
le asombro, se anonada, le magnetizo: por a f aran ara-
mus... Le escamoteo la niña, y el público entonces...
Alv. Aplaude...
Ven. Y paga.
Alv. Entendido: tienes talento.
VEN. No; hambre. (Con sentimiento. Alvaro le mira con extrañeza,
Venancio prorumpe en una carcajada.)
Alv Hasta mañana.
VEN. Flauta mañana. (Váse. Silba 'le nuevo. Sale Sardanapalo con
los bártulos, y desaparece con Venancio por el foro.)
FIN DEL ACTO PRIMERO,
ACTO SEGUNDO-
Salón en casa del Conde. A un lado de la escena una mesa con
escribanía de plata.
ESCENA PPJMERA.
LUISA, ELENA y LUCIANO, contemplando varias joyas.
Elena. Mira, mamá, qué linda es esta!
Luisa. (Melancólica.) Hija mía, Luciano te hace un presente re-
gio. (Suspira.)
Luc. Por qué suspira usted?
Luisa. Por nada.
Luc. No es cierto. Desde hace quince dias que todo se apres-
ta para nuestra boda, parece que está usted mas triste
que de costumbre.
Luisa. Luciano!
Luc. ¿Teme usted por ventura que Elena no sea feliz con-
migo?
Luisa. Nada de eso. Tú, el mejor de los hombres, por fuerza
serás el mejor de los maridos; pero como tu carrera te
obliga á vivir lejos de España y de nosotros...
Luc. No me había equivocado.
- 52 —
Elena. ¿Qué dices? (Á Luisa.)
Luisa. ¿No has pensado nunca en que tendremos que separar-
nos, Elena?
Elena. Sí, mamá; pero Luciano y yo liemos convenido en que
pasaremos largas temporadas juntos en donde la suerte
nos conduzca.
Lusa. Y ¿podré soportar aquellas en que deje de estrecharle
entre mis brazos? No sé; pero por una rara contradic-
ción me siento con valor para dar mi vida por evitarte
el menor disgusto, y no le tengo para sacrificar á la
tuya mi ventura. Luciano, acabarás por aborrecer á es-
ta pobre madre que quiere á la vez entregarte á su hija
y conservarla; pero debes compadecerme, porque soy
muy digna de lástima!
Ll'C Esta es mi respuesta. (Dando á Luisa una carta.)
Luisa. ¿Cómo? ¿Me escribes?
Luc. Á usted... precisamente, no.
Luisa. (Leyendo el sobre.) Al ministro.
Elena. ¡Mi! ¡tu dimisión! (Con alegría)
Luc. No nos separemos nunca.
Luisa. Pero...
Elena. Gracias por ella, Luciano; gracias por mí!
Luisa. Yo no puedo aceptar este sacrificio. Tienes un nombre
ilustre, una fortuna inmensa... ¿Quién me asegura que
mañana no deplorarás el verte privado de las altas fun-
ciones á que sin duda te reserva tu posición? (Luciano ia
toma la carta.) Olvida las palabras que demasiado expan-
siva tal vez he dejado escapar de mi corazón, y piensa
que yo sola puedo sufrir, porque estoy habituada al do-
lor; pero hacerte infeliz á tí, hacerla á ella...
Elena, ¿Á mí? Todo lo contrarío. No ambiciono ser embajado-
ra; y si te preocupa el uso que pudiera dar á mi ajuar,
yo te prometo ponerme mis mejores joyas y los encajes
mas costosos, para pasar las veladas al amor de la lum-
bre entre mis padres y Luciano.
Luisa. Hijos mios, hijos mios; ¡qué feliz me hacéis! En este
momento no sé á quién quiero mas de los dos.
Luc. Quiérame usted tanto como yo á ella, y me basta.
Luisa. ¿Quién viene?
Elena. Es papá. ¡Un abrazo! (Yendo á recibirle.)
ESCENA II.
DICHOS, el CONDE y ALVARO.
Conde.
Luisa.
Conde.
Todos.
Alv.
Elena
Luisa.
Conde
Elena
Conde
Luc. y
Alv.
Elena
Alv.
¡Hija mia! (Abrazándola.)
¿Y bien, Arturo?
Ya están las dispensas en nuestro poder.
¿Sí?
De modo que cuando gusten pueden los dos primos dar-
se un título mas cariñoso.
¡Luciano!
¡Hijos míos!
Dentro de cuatro dias los exponsales.
¡Dentro de cuatro dias!
Dadle las gracias á Alvaro, porque él lia sido quien me
lia aconsejado la supresión de algunas formalidades inú-
tiles.
Elena. ¡Querido primo!
Me doy por satisfecho con haber contribuido, aunque
insignificantemente, á vuestra dicha.
, Con todo, mereces nuestra eterna gratitud.
¡Me avergüenzas! no he hecho cuanto quisiera todavía.
(Con doblez. )
ESCENA III.
DICHOS y un CRIADO.
Criado Señor Conde.
Conde. ¿Qué hay?
Criado. Un hombre pregunta si usía está visible.
Conde. ;A!guno de mis colonos?
— oí —
Criado. No, señor; es un hombre... original.
Ai.v. (Ap.) ¡Ali! ¡Venancio!
Conde. ;.Su nombre?
Criado. No lia querido decirle.
Conde. Contéstale que estoy ocupado; que vuelva á la tarde.
(f.i criado sale.) ¿Qué ser misterioso será ese que quiere
que le reciba sin darse á conocer?
Luisa. Acaso su nombre te sea extraño.
Conde. No importa; sepa yo al menos á quién admito en m
casa.
Criado. (Entrando.) Ese hombre suplica al señor Conde que Je
reciba, pues es urgente, á lo que dice, su comisión.
Luisa, Vamos, boy es dia de gracias. Concédele lo que so-
licita.
Conde. Bien, que entre. (Sale el Criado.)
Luisa. Mientras tú hablas con él, nosotros daremos una vuelta
por el jardín. Tu brazo, Alvaro.
Luc. (Dando ci suyo á Elena.) Dentro de cuatro días estaremos
unidos para siempre.
Atv. (ap.) Hoy mismo dejará Elena para siempre esta casa.
ESCENA IV.
El CONDE y VENANCIO.
Ven. (Ap.) Seamos corteses. Es de rigor en el buen tono.
Conde. (Admirado.) Puedo saber...
Ven. ¿Lo que me trae á Madrid y á esta casa? Sí señor. Es
un negocio de la mayor importancia que es preciso que
resolvamos juntos.
Conde. ¿Juntos?
VEN. JuntOS. (Se sienla )
Conde. ¿Eli? (con disgusto.)
Ven. Dispénseme usted; pero vengo molido y estos muebles
convidan á descansar.
Conde, (sentándose) Acabemos.
Ven. Querrá usted decir, empecemos.
— 35 —
(Ap ) ¡Qué audaz!
Allá voy. No me andaré con circunloquios, y le diré á
usted lisa y llanamente el objeto de mi visita.
Ya escucho.
Vengo en busca de una niña.
¿De una niña?
No tema usted : mi demanda es absolutamente legíti-
ma. Aunque saltimbanqui, no soy uno de esos hombres
desnaturalizados que se apoderan de las criaturitas pa-
ra dislocarlas y exhibirlas en las calles, para mayor
esplendor de sus espectáculos.
No comprendo en verdad...
Permítame usted que piense lo contrario, toda vez que
la niña que yo busco se encuentra en esta casa.
¿En mi casa? (confoso.) Aquí no hay mas que mi hija.
(Levantándose.)
(Levantándose.) Querrá usted decir... la que lleva ese tí-
tulo.
¡Cómo! Supondría usted que Elena...
Tengo mucha educación para atreverme á desmentirle
á usted; pero usted sabe tan bien como yo, que la se-
ñorita Elena de Vargas, nacida el veintidós de enero
del año mil ochocientos cuarenta y ocho, murió el
veintiséis de marzo siguiente, según lo indica y com-
prueba la partida de defunción que tengo la honra de
presentarle á USted. (Saca un documento.)
(cou espanto.) ¿Ese documento en sus manos!
Auténtico y legalizado por las autoridades de Zuera,
donde falleció.
¡Oh! ¡Cállese usted, cállese usted!... Mi mujer y mi hi-
ja ignoran...
¡Ah! si lo ignoran hablaré mas bajo. (Esforzando la voz/
Pero es preciso que el padre de la niña...
¡Su padre! ¿Luego vive?
Del todo.
¿Vive ese hombre que lan infamemente abandonó á su
mujer? Y usted se eoiíoce?
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
— 56 —
Á fondo.
¿Es usted su amigo?
El mas acendrado, si es verdad que el mejor amigo de
uno es uno mismo.
(Anonadado.) ¡Usted!
Santiago Vidal.
¡El! (Se deja caer en un sillón.)
He sido un bribón, un ganapán, un desalmado, en fin.
Separado de mi mujer, de aquella santa, y de mi hija,
por los desbordamientos de una vida borrascosa, hasta
el dia en que el arrepentimiento y la vergüenza han
nublado mi frente... (ap.) ¡Qué bien escribe don Alva-
ro y qué buena memoria tengo!
¡Todo ha concluido para mí! ¡Pe'rder en un dia el fruto
de tantos afanes, de tan incesantes desvelos, de diez y
ocho años de amargura!... ¡Y tú, Luisa, pobre esposa
mia!... Pero si esto fuese un lazo...
(Desconcertado.) ¡Cómo! ¿Qué dice usted?
Digo que en un asunto de tantas consecuencias, en el
que se trata de la felicidad de toda una familia, de la
vida tal vez de una pobre madre...
Poco á poco, caballero. No crea usted que va á entre-
gar su hija en manos de cualquier advenedizo. Es muy
justo que presente mis pruebas. ¡Oh! tengo los papeles
muy en orden.
Veamos.
(Sacando documentos.) Partida de bautismo de Santiago
Vidal, nacido en Huesca el quince de junio de mil
ochocientos veinticuatro. La de mi mujer, Juana Ruiz,
paisana mia y cuatro años menor que yo; acta matri-
monial...
¡Sí, sí! ¡Horrible realidad!
Ademas, la certificación de mi identidad, librada en
debida forma por escribano ante José Perales, carbo-
nero, y Atanasio Cancela, pescadero. Como usted com-
prenderá, un pobre diablo como yo no puede tener per-
fumistas por testigos. El último documento ya le ha
— 37 —
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
CoUDE.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
visto uted; es el mortuorio de Elena de Vargas, (Le-
vanta la voz.) que falleció en Zuera el...
Por piedad, cállese usted.
Es verdad, la condesa ignora...
Y Elena también.
Elena, es decir, Juana.
Sí, Juana, su hija de usted; lo confieso, es ella. Pero,
¿quién lia podido enterarle á usted...
Aquí donde usted me ve, soy todo un nigromante, y,
podría contestar que con ayuda de mis cartas, he descu-
bierto el asilo de... la niña; pero abusar así de la cre-
dulidad de usted, seria indigno de mi nombre y...
Acabe usted.
Pues bien, el que me ha guiado en mis pesquisas, ha
sido Ignacio, el mayordomo de la quinta de Zuera.
¿Ignacio? Ignacio ha muerto: eso no es verdad.
Poco á poco; yo no sé mentir. Su mayordomo de usted,
hace siete semanas que pasó á mejor vida; pero ocho
dias antes recogí de sus labios moribundos la confesión
de su alma timorata; y si hasta ahora no me he presen-
tado á usted, ha sido por esperar á poderlo hacer pro-
visto de todas las pruebas de mi paternidad.
Todo lo comprendo. En vano seria resistirme, ¡Ah, ca-
ballero!
(¡Me llama caballero!)
Usted puede con solo una sola palabra causar la de-
sesperación de toda una familia.
¡Cuánto lo siento! ¡cuánto!
Por comprar su silencio, daria... la mitad de m¡
fortuna.
(¡Demonio! ¡Yes millonario! Pero el sobrinito luego...
¡Tateü)
¿No responde usted?
Señor Conde, puede usted creer que aceptaria de mejor
gana que lo digo; pero me es absolutamente impo-
sible.
¿Exige usted...
— 38 —
Ven.
Conde.
Ven.'
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Ven.
Y es claro qué exijo. Exijo el reconocimiento de
mis derechos, títulos y cualidades en presencia de mi
hija.
Pues bien, Elena sabrá la verdad; pero al menos deje
usted en su error á la pobre madre.
Imposible, imposible.
P® qué?
¡Toma! porque... porque media un compromiso formal»
una promesa, un juramento sagrado que... me lie hech o
á mí mismo. Es necesario que la niña se llame Juana
Vidal para todo el mundo. Por lo demás, yo no soy un
tirano que exija las cosas al vapor. Le daré á usted
tiempo.
¡Oh!
Vendré por ella dentro de quince minutos.
¡Silencio! ¡helas aquí!
¿La señora condesa y su... digo, y mi hija?
(¡Ni una palabra!)
Tranquilícese usted, (viéndolas.) ¡Oh! ¡divina criatura!
(Las saluda amaneradamente.)
ESCENA V.
DICHOS, LUISA y ELENA.
Elena.
Ven.
Luisa.
Conde.
Ven.
Caballero... (saludando.) Creíamos que estabas solo. (Á
so padre.) Si estorbamos.. .
Al contrario: yo soy quien se relira, señorita Elena.
(Mirándola de hito en hito.) Estábamos tratando el señor
Conde y yo de cierto objeto, de un precioso objeto que
necesito que me ceda.
(ap.) ¡Qué querrá decir?
(Vivamente á Venancio.) NOS Veremos mas tarde.
(ap.) Traducción: fuera de aquí, (ai Conde.) Hasta
dentro de un CUartO de llora. (Saluda con embarazo á las
señoras.) Señora, señorita, á los pies de ustedes... soy
su servidor.., manden ustedes.,.' con el mayor respe-
10... (Las señoras reprimen una sonrisa.) TeilgO el llOllOT de
ser... (Anda, bárbaro, cuanto mas quieres pulirle, mas
descubres la hilaza. Te sobra corteza, y al que no está
hecho á bragas...) Abur. (váse.)
ESCENA VI.
El CONDE, LUISA v ELENA.
LUISA. (Dirigiéndose al Conde, que Se halla abstraído.) ¿Qüü eS eSO '
¿qué te pasa, Arturo?
Conde. Nada, no tengo nada.
Luisa. Algo extraordinario ocurre entre ese hombre y tú.
Conde. (Ap.) Nunca me atreveré á revelarle tan terrible se-
creto.
Luisa. ¿Es la presencia de nuestra hija la que te impide ha-
cerme partícipe de tu pesadumbre? Elena, déjanos.
Conde. No, no la alejes. La queda poco tiempo de estar entre
nosotros.
Luisa. ¿Seria esa la eausa? No temas; Luciano y Elena no se
separarán de nuestro lado.
Conde. ¡Quién sabe!
Luisa. ¡Cómo!
Conde. Desde el momento en que se casan los hijos, dejan de
pertenecemos. La sana razón nos aconseja, que desde
este momento vayamos acostumbrándonos á la idea de
no volverla á ver por mucho tiempo, aun cuando fuera
para siempre.
Luisa. ¡Qué dices! Preferiría morir mil veces.
Elena. Mamá...
Conde. ¿Es decir, que si Dios en sus juicios inescrutables nos
privase de ella, ninguna influencia ejercería yo sobre
tu cariño?
Luisa. Sí; pero...
Conde. Si ese sueño que incesantemente te atosiga, se trocase
de pronto en realidad: ¿no tendrías valor para soportar
tu pena, tú, la esposa amante y fiel, tú, la madre, la
40 —
Luisa.
Conde.
Luisa..
Conde.
Luisa.
Conde.
Luisa.
Conde.
Luisa.
Conde.
Elena.
Luisa.
creyente?
Sí, Dios permitiría que viviese para tí. ¿Pero á qué
complacerte en malirizarme con tales suposiciones?
Porque quisiera verle luchar enérgicamente con el sa-
crificio que te impone el destino de Elena, y que para
evitar el dolor que ha de causarte una probable sepa-
ración, empezases desde ahora a acostumbrarte á la
idea de que ella y tú no habéis de vivir juntas. Deseo
que puedas decirte: Elena no me pertenece, yo no ten-
go tal hija, esa visión que me persigue es mas que
un sueño, es un presentimiento... un recuerdo tal
vez.
¡Un recuerdo!
Sí, Luisa; tú has sufrido una grave dolencia en otro
tiempo; has tenido largos días de delirio, durante los
cuales, has permanecido extraña á cuanto tenia lugar
en torno tuyo. ¿Quién te dice que en esa época no ha
podido Elena ser sustraída á tu ternura, sin que tu ra-
zón se diese cuenta de ello? ¿Quién te asegura que esta
niña, de quien los acontecimientos van á privarte, es
realmente tuya?
¡Arturo! (Atónita.)
¿Quién te prueba que por ocultarte su muerte la per-
sona encargada de velar por ella no la ha sustituido
con la suya?
(Aterrada.) ¡Arturo! ¡Arturo! ¿Eso que dices. .
(Temblando.) Es lo que inventaría en tu lugar, á fin de
buscar un paliativo cá tu dolor en el caso de una larga
ausencia.
Pero... eso es lo... lo que inventarías, ¿eh?
Si.
¡Pero por Dios!
¡Impía é insensata invención! Quieres que yo me ima-
gine á mi hija muerta cuando la tengo delante de mí,
cuando la veo, cuando la hablo, la oigo y la estrecho
entre mis brazos, contra mi corazón? (La abraza con fre-
nesí.) Arturo, note comprendo, no te comprendo.
— 41 —
Conde. Pues bien; permanece en sus brazos, bija, (Á Ei«na.)
acaricíala, pero dile: «No, no; tu Elena no ba muerto;
pues que Dios permite que me ames hace diez y ocho
años con toda la efusión reservada para ella; tu Elena
vive porque renace en mí...» (Conmovido.)
Luisa. ¡Dios mió! (Atemorizada.)
Elena. ¡Cómo!
Conde, (á Luisa.) ¿La ves? Está animada delante de tí; ella, por
quien dieras mil veces tu vida. ¿Sientes sus besos pal-
pitar en tus labios? ¿el contacto de su aliento? Pues
bien, Luisa; tu hija lia muerto. (Llorando.)
Luisa. Conque ¿era verdad? ¿Con que tú... no eres mi hija?
(Cae en un sillón.)
El.ENA. ¡Horrible realidad! (Cae en brazos de su madre.)
Conde. Esperaba sepultar conmigo este secreto, y casarla bajo
el nombre de la que solo vivió algunos dias; pero mis
esperanzas se han desvanecido; no me ha sido posible
callar mas tiempo.
LUISA. (Teniendo la cabeza de su hija sobre ¡as rodillas.) ¡Ah, Cruel!
¿por qué no habérmelo revelado á mí sola? Sea ó no su
madre, Elena no puede temer que yo le robe mi carina
para dárselo á otra... porque no existe. Pero ¿no debo
yo temer que ella me prive del suyo para tributárselo
á la única que tiene derecho á llamarse su madre? (mo-
vinuenlo de Elena.)
Conde. No lo esperes. Su madre murió en mi quinta el mismo
día en que al verme libre de mis cadenas volviste á la
razón.
Luisa. ¡Cómo! ¿Aquella pobre mujer...
Conde. Sí.
Luisa. Arrodíllate y ruega á Dios por la gloria de aquella
santa.
Elena. Madre mia, bendice desde el cielo á la que te ha reem-
plazado junto á mí, y permíteme que la ame como á tí
le hubiera amado
Conde. (Ap.) ¡Dios mió! tú que has sabido atenuar su dolor con
un destello de esperanza, dame fuerza para ocultarles
— 42 —
mi llanto y terminar mi obra.
Luisa. (Rocobrándose.) Arturo, la necesidad de osla revelación,
á que sin duda te han conducido las formalidades de|
acto que se prepara, ha podido trastornar nuestra ca-
beza, pero no lastimar nuestro corazón, Elena seguirí
siendo nuestra hija como hasta hoy, ¿no es cierto?
Conde. (Ap.) ¡Valor! (Alto.) Su madre no puede venir á robarte
tu cariño; pero ¿qué me quedaría de él á mí si su pa-
dre se presentara?
Luisa. ¿Su padre? No; yo te he oído decir mil veces que aque-
lla desventurada que murió delante de mí... era viuda.
Conde. Era solo un pretexto suyo para explicar su abandono.
Santiago Vidal existe, le he visto.
Luisa. ¿Qué?¿Tú has visto á Santiago Vidal?
ESCENA VII.
. DICHOS y VENANCIO.
Ven. ¿Quién me llama?
LUISA. ¡Él! (Huyendo.)
Ven. Sí, yo; Santiago Vidal.
ELENA. ¡Mi padre! (Arrojándose en brazos de Luisa.)
Ven. (La acogida no puede ser menos lisonjera!)
Luisa. ¿Usted... usted... el marido de... su madre? ¡Mentira!
Ven. ¡Señora!
Luisa. Repito que es mentira. Mire usted cómo en lugar de
arrojarse en sus brazos Elena, parece pedirme protec-
ción contra usted. ¿Permitiría Dios esto si usted fuese
su padre?
Ven. (¡Demonio! ¡la leona se defiende!)
Luisa. ¿No responde usted?
Ven. ¿Y qué quiere usted que responda? La niña no se ar-
roja en mis brazos, es verdad; pero eso no prueba que
no sea mi hija; porque en cambio se precipita en los de
usted, y usted debe estar bien segura de que no es su
madre.
43 —
Luisa. ¡Ah!
Ven. Ademas, tengo mis pruebas. Pregúnteselo usted al Se-
ñor Cprjde. (Queda VenaEcio á un extremo y los demás se
agrupan al oteo.)
Luisa. (Ap. ai Conde..) Esas pruebas ¿las Iras visto?
Conde. (ap. á Luisa.) Sí; la prudencia eos aconseja que le obe-
dezcamos.
Luisa. (ap. ai Conde.) ¡Obedecerle! Pero ¿y si intentara llevar-
se á Eleua?
Conde } (ap . á Luisa.) Puede bacerlo.
Luisa. ¡Cielos'
Ven. (¡Hablan bajo! ¡se consultan!)
Luisa. (¡Arrebatárnosla!) El dolor ha trastornado mis senti-
dos; he procedido mal, lo conozco. Perdóneme usted,
perdóneme usted, caballero. (Á Venancio.)
Ven. ¿Cómo, señora condesa! Usted me pide que la...
Luisa. Olvide usted mis palabras; no sé lo que he dicho; es-
taba loca. (Llorando.)
Ven. (conmovido y aparte.) (¡Pues no se pone á llorar ahora!
¡Esto si que no me lo esperaba yo!)
Luisa. ¿No me contesta usted? (Á Elena.) Ven, hija mia, ayú-
dame á suplicarle que me perdone lo que en un mo-
mento de delirio haya podido ofender á... tu padre. Ya
lo ve usted: no pongo en duda sus palabras; reconozco
todos sus derechos. ¿Me negará usted aun la gracia
que le pido?
Ves (Mas y mas conmovido.) Señora, ¿negarle yo á usted m
perdón porque adora usted á la niña con toda su alma,
porque siente naturalmente el saber que Elena es
mi... que no es su hija de usted? Seria preciso no tener
entrañas; y por mas que yo no sea un santo, no me
considero tan bribón. ,
Elena. ¿Y habrá también gracia para mí, caballero? ¿Me per-
donará USted, padre mió? (Arrodillándose á sus pies.)
Ven. (Lloroso.) (¿Qué es, lo que hace? ¿Pues no se arrodilla á
mis pies y cruza sus manecitas en tona de súplica?
Esto va muy allá. No me gusta esto.)
Elena. ¿Guarda usted silencio?
Ven. (ap. procurando calmarse.) (¡Vaya, vaya! ¿qué majadería
es esta de enternecerse por cualquier cosa? ¿Qué diría
don Alvaro si lo supiese?) Levántese usted, señorita.
(La levanta.) Su conducta no puede ser mas natural. Us-
ted ha tenido en la señora condesa Una madre, una ex-
celente, una santa madre, que ha velado su sueño por
muchos años, y no es posible olvidarla sin mas ni mas
por un padre que la llueve á usted del cielo.
Lüi¿a. Es usted un hombre honrado. Gracias, caballero, gra-
cias. Se venga usted noblemente.
Ven. (conmovido.) Señora, hágame usted el favor de no decir-
me esas cosas. (¡Demonio de gente! Con tanto llamar-
me hombre de bien, honrado y buen corazón, acabarán
por hacerme creer que soy su padre de veras.)
Luisa. Ahora olvidemos lo pasado.
Ven. No deseo otra cosa; sí, olvidémoslo.
Luisa. Ocupémonos solo del porvenir. Desde este momento no
se separará usted de nuestro lado; vivirá usted con no-
sotros, ¿no es cierto?
Ven. (Aturdido.) ¡Cómo! ¿Con ustedes, en esta casa? ¿yo?
Luisa. Sin duda: y al efecto, voy á ocuparme de la instalación
de usted.
Ven. ¡Un momento, un momento! (Y bien mirado, ¿qué es
lo que don Alvaro exige? ¡qué Elena no pase por bija
del Conde para conservar sus derechos! pues ya lo
tiene.)
Luisa . ¿Decia usted?
Ven. Yo no... sino que, naturalmente, para aceptar lo que
usted me propone, exijo como primera condición el
pasar á los ojos del mundo por... en fin, por lo que
soy... por el padre deja señorita condesa.
Luisa. Aceptado. ¿Y ahora se resuelve usted?
Ven. Ciertamente, recibo un honor inmerecido, porque en-
contrarme así de un salto trasformado de ganapán en
persona decente... Pero piense usted que si algún día,
mientras me estuviera' paseando por el jardín envuelto
en mi bata y con mi gorro griego calado, me sorpren-
diera alguno de los... tertulios de usted, y recordara
haberme visto hacer cabriolas por las calles...
Luisa. Elena es toda nuestra felicidad, nuestra vida, y aunque
Fuese usted un mendigo, compartiría cien veces mi
fortuna antes que separarme de ella.
Ven. Sí, sí; todo eso es muy bonito; pero...
Luisa. Ruégale tú, hija mía.
Elena. Yo...
Luisa. Arturo, sal de tu abatimiento; préstame también tu
ayuda.
Conde. Es que...
Luisa. Te lo suplico.
Conde. Caballero, ratifico cuanto mi esposa acaba de decir.
Dígnese usted aceptar nuestra casa y con ella nuestra
amistad.
Ven. (conmovido.) ¡Su amistad! ¡su casa! ¿Y aun hay quien
dice si los ricos son ó dejan de ser...
Luisa, (á Arto™.) Ven. (Á Venancio.) Le dejamos á usted solo
con ella... con su hija. Piense usted en su felicidad, en
la nuestra, y deje hablar á su corazón. Adiós, amigo
mió. (Le da la mano.)
Conde. (Estrechándole la mano.) De usted depende nuestra ventu-
ra. (Vánse Laisa y el Conde.)
Ven. Señora condesa... Señor Conde... (Enternecido.) Estas
gentes tienen una manera de tocarle á uno el alma, y
luego una generosidad... un... Los calumnian, sí, señor;
los ricos tienen buen corazón, muy buen fondo.
ESCENA VIH.
VENANCIO y ELENA.
Elena. (ap.) Nos dejan solos. Apenas puedo sostenerme.
Ven. (Ap.) (¡Vamos á ver qué la digo yo!) (ofreciéndole una
silla.) Siéntese usted, senori... hija mia.
Elena. (Ap.) Luciano, todo acabó para nosotros.
— 46 —
Ven. (Suspira!... Se comprende. Tener aun individuo de
mis circunstancias por autor de sus dias, no es lo mas
agradable.) ¿Pero qué es eso? ¿No se atreve usted á mi-
rarme? ¿Le causo á usted miedo?
Elena. No, pero...
Ven. Pero está usted temblando? Esta situación no puede
durar mucho tiempo.
Elena. Así lo creo.
Ven. (¡Si es un cargo de conciencia causarle el menor dis-
gusto!) Vamos, hija mia, dígame usted lo que hacer
me toca para destruir el horror que la... que te inspi-
ro... Ya lo ves... te tuteo y dulcilico mi voz cuanto me
es posible.
Elena. No, no es la voz lo que me asusta.
Ven. Ya; es mi conjunto. La voz me es fácil corregirla; pero
lo que es mi facha...
Elena. Tampoco es eso.
Ye». ¿Acaso es mi profesión de saltimbanquis lo que no te
cuadra? Puedo prescindir de ella mañana mismo.
Elena. Tendrá usted que hacerlo toda vez que ha de permane-
cer entre nosotros.
Ven. ¿Permanecer aquí? Y ¿quiéu lo ha decidido?
ELENA. Usted mismo y yo. (Movimiento de Venancio. Elena se apoya
en su brazo.)
Ven. (ap.) ¡Se apoya en mi brazo! ¡Malo! el edificio falsea
por la base.
Elena. ¿Verdad que sí?
Ven. (Luchando consto mismo.) Sin embargo, señorita, ¿y si yo
me empeñase en conducirla á usted á su casa paterna?
Elena. Los haria usted muy desgraciados, pero le seguiría.
Ven. (¡Diantre de chiquilla! Tiene una dulzura y una resig-
nación capaces de conmover á un chacal.)
Elena. ¿Nos quedaremos? (Con mucho mimo.)
Ven. (ap.) ¡Pobrecita! — Bien, nos quedaremos.
Elena. ¡Ah! gracias... (Suspirando.)
Ven. Me das las gracias de un modo que no parece sino que
no hago cuanto se te antoja.
Elena. Hay una cosa que no puede usted remediar.
Ven. Lo veremos: dímelo. Para un buen eacamoteador no
hay nada imposible. ¿De qué se trata?
Elena. (Ruborizada.) De Luciano de Vargas.
Ven. Muy señor mío; no lo conozco.
Elena. Es mi primo; es decir, le he dado este nombre hasta...
Ven. Sí; hasta la llegada del agua-fiestas. ¿Y qué tal? ¿Será
un buen mozo?
Elena. Tiene el corazón mas noble, mas desinteresado...
Ven. Comprendido; te ama.
Elena. Sí.
Ven. ¿Y tú á él?
Elena. Mucho.
Ven. ¡Mucho! ¡oh, qué hermosa es la juventud! Yo también
he amado á tu edad mucho, apasionadamente...
Elena. ¿Á mi pobre madre?
Ven. ¡Ah! sí; á... tu madre. (Héteme condenado á hacer pa-
sar á mi mujer por su... No vuelvo á despegar mis la-
bios; me hacen daño estas cosas.)
Elena. Luciano, el hijo del marqués de Elorza, me entregó su
corazón cuando aun ignoraba que yo era la hija de...
Ven. ¿De un titiritero? ¿Y temes que al saberlo se arrepien-
ta! ¡Valiente amor será el suyo! La historia nos habla
de un Pedro el Grande enamorado de una cantinera, y
no creo que tu marqués tenga el paladar mas delicado
que el czar de Rusia.
Elena. Y aun cuando él accediese á llamarme su esposa, ¿cree
usted que su padre daria su consentimiento?
Ven. Bueno está esto. ¿Pues no doy yo el mió?
Elena. Es que á los ojos del marqués, un matrimonio desigua!,
equivale á un crimen. Luciano no se atreverá á opo-
nerse á la voluntad de su padre, y yo le habré perdido
para siempre.
-_ 48 ~
ESCENA IX.
DICHOS y LUCIANO, que ha estado oyendo las últimas palabras.
Lie ¡Caballero! Yo, Luciano de Vargas, le pido á usted so-
lemnemente la mano de su liija Juana Vidal.
Elena. ¡Él!
Ven. (ap.) Vamos, aquí parece que todos tratan de sobrepu-
jarme en nobleza de sentimientos. (Dándole la mano.)
Apriete usted, joven, apriete usted.
Elena. Padre mió, es...
Ven. Ya me lo lia dicho, hija mia; y ademas no soy yo tan
torpe. Señor don Luciano, su conducta de usted es
digna, grande, sublime, porque usted no ignora que yo
soy...
Luc. Acaba de enterarme de todo el Conde.
Elena. Pero tu padre...
Luc. Accederá cuando sepa que su negativa seria mi muer-
te. Sí, Elena, imitará la conducta del tuyo consintiendo
en nuestra unión.
Ven. ¡Cómo! yo consentir... Poco á poco; eso es muy grave;
necesito reflexionar...
Elena. Sí, sí; medítelo usted, padre mió; pero antes déme us-
ted un abrazo.
Ven. Si andamos abrazándonos ya no lo medito.
LOS DOS. ¿Consiente USted? (Acariciándole.)
Ven. Sí, hijos mios, sí; consiento (Ya temia yo que me vol-
verían del revés como un guante.)
Lie Ven, Elena, hagamos partícipes de nuestra dicha á los
que tanto les debes. ¡Ah! señor, gracias, gracias. (Elena
besa las manos de Venancio, Luciano se las estrecha y ambos des-
aparecen en el colmo de la alegría.)
ESCENA X.
VENANCIO.
¡Besos, apretones de mano! Cada una de sus caricisa
- 49 —
me parece un nuevo robo que les hago. Y ¡qué dianlre!
aunque yo consienta en hacer la felicidad de esas dos
criaturas, ningún perjuicio se le sigue con ello á don
Alvaro. Le diré al marqués que yo no puedo dotar á mi
hija... — ¡Vaya! ¡pues no la llamo mi hija hasta cuando
hablo solo! Qué hermoso debe ser el que le digan á uno
padre, de veras. ¡Llegar uno á viejo y encontrarse co-
mo yo solo en el mundo... ¡Es horrible!
ESCENA «fVT
VENANCIO -¡ ALVARO.
Alv. ¿Y bien?
Ven. ¡Ah! ¿es usted, don Alvaro?
Alv. ¿Cómo va nuestro asunto?
Ven. Á las mil maravillas. Elena ha sid-o reconocida por
Juana Vidal y yo por su padre.
Alv. Y ¿cuándo te la llevas?
Ven. ¿Que cuándo me la... Mire usted... á eso sí que no sé
qué contestarle. Tienen una educación tan esquisita
estos señores de Solibar!... ¡No sabe usted... Me han
convidado á comer.
ALV. ¿A ti? (Sorprendido.)
Ven. Sí, señor, á mí; y no crea usted que por hoy ó mañana,
sino para siempre y á su propia mesa.
Alv. ¿Pero qué sandeces estás ahí ensartando?
Ven. ¡Toma! Ensarto la verdad.
Alv. Invitarte á tí, sabiendo que eres...
Ven. ¿Un saltimbanquis? ¡Si usted no se puede figurar lo
sencillas, lo francas que son estas gentes! Á mí me han
conmovido. La condesa me adora, me ha dado la ma-
no; el Conde me ha# llamado su amigo; la niña no ha
cesado de abrazarme, y mi yerno me ha dicho que á
mí me debia su felicidad.
Alv. ¿Tu yerno? ¿de quién hablas?
Ven. ¡Ah! es verdad: usted debe iírnorarlo supuesto que nada
A
— 50 —
me ha dicho acerca del asunto. Pues sí, su primo de
usled, Luciano, se casa con ella. Solo esperaban mi
consentimiento y acabo de dárselo.
Alv. ¡Casarla! ¡tú!
Ven. Yo, casarla. ¿No'me ha dado usted una hija? Pues na-
da mas natural que el que yo ejerza mis funciones de
padre.
Alv. Y ¿bajo qué nombre la llevarás al altar?
Ven. Es muy sencillo; bajo el de Juana Vidal.
Alv. ¿Y lú firmarás los contratos?
Ven. Si los padre.-; firman, sí señor.
Alv. Y ¿lo harás llamándote Santiago Vidal?
Ven. ¿Eil? ¡cómo! (confeso.)
Alv. ¿Pondrás una firma falsa?
Ven. ¡Demonio!
Alv. ¿Te seduce sin duda la idea del presidio?
Ven. ¡Por vida de!... Basta, basta; no quiero...
Alv. ¿Le tienes miedo, eh?
Ven. Puede que crea usted que me gusta.
Alv. Pues obedece; porque una sola palabra mía, puede
abrirte sus puertas.
VEN. ¡Oh! (Consternado )
Alv. ¿Imaginabas por ventura que te iba á franquear esta
casa para que te tomases el derecho de instalarte en
ella, y vivir apaciblemente al abrigo de un título usur-
pado? ¿Habia yo de dejarle en libertad de faltar á nues-
tro pacto para que me vendieras miserablemente y te
dejases enternecer por las lágrimas de Elena ó seducir
por e) oro del Conde? No, Venancio; no tratas con un
niño á quien es fácil engañar. Tengo muy bien toma-
das mis medidas, y no debes olvidar que obran en mi
poder compromisos firmados por tí; compromisos cuya
sola presentación bastará para denunciarle como usur-
pador de estado civil, toda vez que te has hecho librar
documentos legalizados najo un nombre supuesto, y te
has presentado con ellos en esta casa para cometer un
rapto.
— 51 —
Ven. ¡Un rapto! (¡Oh! ¡qué infame es este hombre!)
Alv. Elige entre la cárcel ó la suma que te ofrecí.
Ven. ¿Qué he de elegir?... cualquier cosa menos lo pri-
mera-.
Alv. ¿Te llevarás á Elena"/
Ven. (contrariado.) Me la llevaré. ¡Pobrecita!
Alv. Hoy mismo.
Ven. Cuando usted diga.
Alv. Al momento.
Ven. Sea, sí. Convengo en que me he dejado llevar del ca-
riño estúpidamente; pero como estas personas tienen
unos modales á los que no estoy acostumbrado, los pa-
dres con sus generosos sentimientos, el primo con su
amor, y la niña con sus lágrimas y su vocecita de án-
gel... le digo á usted que es preciso ser de piedra
para...
Alv. Pues para que no vuelva á suceder, es por lo que Elena
dejará al instante esta casa.
Ven. Y ¿con qué cara les digo yo que me la llevo después de
lo que ha pasado?
Alv. No te apures por eso. Lo que no se tiene valor de de-
cir se escribe.
Ven. Menos mal.
ALV. Siéntate aquí y llama. Venancio se sienta á la escribanía y
da un golpe en el timbre.) El criado hará acercar el car-
ruaje que te ha traído y entregará la carta. ¡Ah!... dile
que avise á tu hija.
Crudo. (Entrando.) ¿Llama el señor?
Ven. Diga usted á la señorita Elena que la espero, y haga us-
ted que me acerquen un carruaje.. (Váse el Criado.)
Alv. Ahora escribe.
Ven. Escribo. ¿Pero qué he de docir?
Alv. Que has reflexionado...
Ven. Buenti: «He reflexionado...»
Alv. Quo quieres conservar tu independencia.
Ven. «Mi independencia.»
ALV. Y que te llevas á tu hija. (Se pone á leer distraído qd pe-
— 52 —
riódieo.)
Ven. Y la firma.
Criado. La señorita Elena. (Anunciándola.)
Ven. ¡Ella! (Dándole la carta al Criado.) Esta carta para la seíio-
ra Condesa. (Váse el Criado.)
ESCENA XII.
DICHOS y ELENA.
Elena. ¿Me llamaba usted? ¡Ah! ¡Alvaro aun aquí!
Alv. Sí, prima mia; yo mismo á quien tu padre (Señalando á
Venancio.) acaba de revelar á la vez el misterio de tu
nacimiento y la terrible determinación que piensa
tomar.
Elena. ¿Cuál?
Ven. (ap.) ¡Cómo me encierra el malvado en un círculo de
de hierro!
Elena. ¿De qué se trata, padre mió?
ALV. Dígaselo USted. (Con fingido sentimiento.)
Ven. (Infame!) Se trata de... Pero ¡qué demonio! puesto que
usted lo sabe también y tiene mas confianza con ella
que yo, déle usted mismo la noticia. (Compóntelas como
puedas.)
Elena. ¡Por Dios! expliqúense ustedes. ¿Qué sucede?
ESCENA XIII.
DICHOS, LUISA por el lado, el CONDE y LUCIANO por el foro. La primera
cod la carta de Venancio en la mano.
Luisa. Sucede que ese hombre quiere separarnos.
Luc. ¡Oh! Elena...
Elena. No, no: imposible.
Conde. ¡Separarnos! ¿"Seria usted capaz después de las esperan-
zas que nos ha hecho concebir?
Luisa. Sí, sí; se la lleva; toma y convéncete. (Le da la carta.)
— 53 —
Hoy mismo, al instante...
Es muy duro, señor Conde, convengo en ellos... (casi
llorando.) Pero es preCÍSO... me Obligan á ello... (Mirando
á Alvaro.) poderosas razones.
¿Arrebatarme á mi Elena? ¡Oh! nunca.
¡Madre mia!
(Á Luisa.) ¡Por Dios!
Estoy en mi casa, ¿lo entiende usted, en mi casa... (Á
Venancio.) Salga usted de ella.
No le trates tan duramente; es mi padre.
¿Y yo? ¿no soy nadie? ¿Quién ha pasado noches enteras
espiando tu sueño , reanimándote con sus caricias
cuando la muerte pugnaba por asirte? ¿Él? No, no ha
sido él quien te ha consagrado la vida, quien solo desea
tu ventura. Ese hombre sólo quiere tus lágrimas y tu
desesperación. ¿Y se atreve á llamarse tu padre? Men-
tira: no lo es. Que lo pruebe delante de los tribunales!
solo á la fuerza cederé; y aun dudo que la de la justicia
pueda arrancarte de mis brazos.
(Bajo á Luisa.) No invoques la ley; se pronunciaría con-
tra nosotros, y nos condenaría por haber usurpado su
nombre á nuestra verdadera hija , y sus títulos á
Alvaro.
¡Qué dices! (Espantada.)
Que ese hombre tiene pruebas inequívocas de sus dere-
chos sobre Elena.
(En e! colmo de la desesperación.) ¡Oh! ¡qilé desgraciada
soy! Pero es imposible arrebatármela tan inhumana-
mente. (Á Venancio.) ¡Oh! ¡por piedad! si es mi cariño
hacia ella lo que le contraría á usted, si son los celos
de su amor paternal lo que le impele á dar este paso,
yo le juro á usted no volverla á llamar mi hija; habré
pronunciado por última vez tan dulce nombre; será pa-
ra todos Juana Vidal; pero déjela usted que viva bajo
este techo; concédame usted la dicha de respirar el aire
que respire. (Cae en un sillón.)
(Llorando, aparte á Alvaro.) ¿Ve usted esto? Hombre, ceda
— 54
Alv.
Elena
Ven.
Conde.
Luc.
Ven.
Conde.
Luisa.
Ven.
Todos.
Alv.
Ven.
Luisa.
Conde,
Elena
Ven.
LUC. y
Alv.
usted, tenga usted entrañas...
(Á Venancio.) ¡Silencio!
. Es su vida lo que le pide á usted, la nuestra, pa-
dre mió.
(Mirando á Alvaro.) ¡Oh! si ese pillo no estuviese allí...
Es usted de roca.
Piedad para esas infelices.
(Pero ¿están ciegos que no me ven llorar? ¡Oh! si no
fuera por lo del presidio...)
Tome usted cuanto poseo, mi fortuna, mi vida entera;
pero tenga usted compasión de mi pobre Luisa.
¡Qué! ¿Decide USted?... (Levantándose.)
(Ahogándose en sollozos.) Pues bien, sí, no puedo más; de-
cido.,. (Alvaro le amenaza con una mirada.)
¿Qllé? (Con ansiedad.)
Calme usted nuestra ansiedad.
(ap.) ¡Miserable! Conde, señora Condesa, vivo junto al
Saladero. Las puertas de mí casa estarán abiertas para
ustedes todos los dias, á todas horas. Verán ustedes á la
niña siempre que les plazca; pero es preciso que me la
lleve, no puedo dejarla aquí... eréanme ustedes; no
puedo... porque... (Nueva mirada de Alvaro.) En fin...
porque no quiero; porque es mi hija... y no preguntar-
me mas. (Asiendo á Elena por un brazo )
¡Ah! i i'ae desmayada en un sillón. Elena corre á auxiliarla: el
Conde se arroja á sus pies.)
¡Luisa! Ese infame me la ha matado.
¡Madre mia!
(ap. á Alvaro,) ¡Y bien! ¿Le parece á usted que estoy
suficientemente envilecido? Yo mismo me inspiro hor-
ror. ¡Oh! ¡aquí me ahogo! Ven, hija, ven. (No puedo
más.)
Conde, (siguiéndolos.) ¡Elena! ¡Elena!
(Deteniéndoles y con fing-ido aire de compasión.) Resignación,
amigos! Es su padre. (Telón rápido.)
FIN DEL ACTO SEGUNDO.
AGIO TERCERO.
Un cuarto de humilde apariencia en casa de Venancio. Puertas
laterales, y otra grande en el foro. En primer término de la de-
recha una gran ventana practicable. En el foro reloj de caja.
Sobre la mesa una linterna sorda abierta y encendida.
ESCENA PRIMERA.
S.VRDANÁPALO limpiando los muebles; ELENA bordando en cañamazo al lado
de una mesa.
Sard. Y con esta son eiento las veces que he quitado hoy el
polvo á los muebles.
Elena. (¡Cinco dias sin verlos!)
Sard. (ap.) ¿Qué linda! qué afable y qué buena es la hija de
mi patrón! ¡Es rara la simpatía que ha despertado en
mí esta criatura! La quiero lo mismo que si fuese... su
madre.
Elena. (ap.) ¡Cinco dias! ¡Oh, Dios mió!
Sard. (ap.) ¡Suspira! ¿Qué apostamos á que tengo yo la culpa?
(Alto.) ¿Verdad, señorita, que no es ese el estambre que
usted me encargó? ¿Le he traído demasiado gordo?
Elena. No tal.
Sard. Entonces es que le he traído muy delgado. Pero no
— 56 —
importa, le cambiaré. Iré en dos trancos á la tienda y
con eso se me rebajarán un poco las pantorrillas.
Elena. ¿Cómo! ¿desde la calle de la Palma, ir nada menos que
á la de Carretas por una cosa tan insignilicante?
Sard. ¡Si está un paso! No hay mas que bajar al hospicio, y
todo derecho... lodo derecho...
Elena. ¿No es la calle de Carretas k que mi padre habitaba
antes de conocerle?
Sard. ¡Quiá, señoiila! vivíamos junto al Saladero.
Elena. En vano les he escrito las señas en todas mis cartas;
nadie ha venido.
Sard. Solo el señorito don Alvaro se acuerda de que usted
era su prima; pero los otros... ¡ya, ya! se portan bien.
No me hable usted de la ingratitud de los padres. Yo
creo que si los obedecemos desde niños, es porque tie-
nen mas fuerza que nosotros y nos pegan.
Elena. No diga usted esas cosas.
Sard-, ¡Pues si es verdad! ¿No les ha llevado don Alvaro todas
las cartas que usted les ha escrito? ¡Pues á ver si han
contestado una palabra ni aun por cortesía.
Elena. ¡Es verdad! ¡Luciano tampoco!
Sard. (¡Luciano! ¡Ah! ¡ja caigo! es el amor quien la hace
suspirar por la plazuela del Ángel!) ¿No es en la pla-
zuela del Ángel donde usted vivía antes?
F.lena. ¡Ah! sí: cuando era menos desgraciada...
Sard. ¡Pobrecita! Es preciso distraerla. Vamos, tenga usted
caima.
Elena. ¡Si usted supiera!
Sard. ¿Que el estambre es malo? Sí, ya lo sé.
Elena. No...
Sard. Sí.
Elena. Hace diez y oeho años...
Sard. Hace diez y ocho años que está usted acostumbrada á
bordar con mejores elementos.
Elena. Quiero decir...
Sard. Tengo mi plan, señorita. Bien sé lo que le hace á usted
falta. Voy volando á la plazuela... Digo, á la calléele
— 57 —
Carretas, y si no traigo el mejor estambre de Madrid,
del mundo para usted: no vuelvo á esta casa.
Elena. No entiendo...
Sard. ¡El amo! Cállese usted, y adiós. (Váse.)
ESCENA II.
ELENA y VENANCIO.
Elena. (ap.) Ocultárnosle mis lágrimas.
Ven. ¡Y Sardanápalo?
Elena. Se fué.
Ven. ¿Sin mi permiso? Ya le ajustaré yo las cuentas. (¡Irse
precisamente cuando tengo que marcharme! El burlóte
empieza á las ocho y ya han dado. ¡Es tan poco diver-
tido vigilar á esta chica! (viéndola llorar.) Ahí la tienen
ustedes; llora que te llora, sin que la consuele nada.
Vaya, vaya, yo desfilo.)
Elena. ¿Se marcha usted?
Ven. (Me atrapó.) Sí; voy á ver si encuentro á ese truhán.
Elen*. No es fácil; ya estará muy lejos. Ademas, que como
me cuidaba tanto mi... la que fué mi madre; como
nunca se separaba de mí, cuando estoy sola tengo un
miedo...
Ven. ¡Ah! sí... tienes miedo.. .
Elena. ¿Se quedará usted, verdad?
VEN. BuenO. (Contrariado.)
Elena. Hasta que vuelva Sardanápalo.
Ven. Sí; pero cuando vuelva, se habrá acabado el burlóte.
Elena. ¿El burlóte?
Ven. (¡Diantre! ¿Qué he dicho?) Sí, el burlóte, una academia
nocturna de prestidigitacion... Volveré pronto.
Elena. (Res¡g-nada.) Como usted quiera; pero preferiría que se
quedase usted conmigo.
Ven. (Yendo a sentarse á su lado.) Bien, me quedaré; hablaremos
juntos, estaremos juntos y bordaremos junios. (Mas
que de padre lleno la misión de una criada decente.)
— 58 —
Elena. Le encuentro á usted triste y preocupado. ¿En qué
piensa usted?
Ven. Pienso en que esta vida no puede seguir así. Necesito
arreglar cierto asunto con... una persona, y en cuanto
esté dilucidado, te buscaremos un marido fuera de Es-
paño, donde nadie sepa...
Elena. ¿El qué, padre mió?
Ven. Él... ¡Toma! que has sido la hija de un Conde, antes
que la de un titiritero.
Elena. No me casaré nunca.
Ven. (¡Pues bonito porvenir se me presenta, si la he de
guardar mientras viva! Hacer sin vocación el papel de
anacoreta.) (Saca un cigarro y le enciende.)
Elena. ¿Va usted á fumar?
Ven. Sí.
Elena. Pero...
Ven. No temas; no me hace mal; ya estoy acostumbrado.
Elena. Yo también procuraré acostumbrarme. (Tose.)
Ven. ¿Ya te has constipado?
Eiena. No, no es nada; fume usted, fume usted.
Ven. ¡Qué! ¿es el cigarro lo...
Elena. Me acostumbraré con el tiempo.
Ven. (Apagando el cigarro.) (¡Ni fumar! ¡Demonio! ¡qué educ a-
cion la han dado!)
Elena. Alguien sube.
Ven. No puede ser otro que don Alvaro.
Elena. ¿Me traerá noticias suyas? ¿alguna carta?
Ven. Pues señor, es preciso que arregle con él mis cuenta s
y que se encargue de establecer á la niña : tengo
de sobra con los cinco dias de mi paternidad de al-
quiler.
ESCENA III.
DICHOS y D. ALVARO.
Elena. ¿Y bien, Alvaro?
Alv.
Elena.
Alv.
Ven.
Elena.
Alv.
Elena.
Alv.
Elena.
Alv.
Elena.
Ven.
Elena.
Ven.
Alv.
Ven.
Alv.
Ven.
Nada, prima mia.
¿Es decir que mi madre... digo, la señora condesa, no
se digna contestar á ninguna de las cartas que por con-
ducto tuyo la he mandado?
Así parece.
(¡Cosa mas rara!)
¿Pero no lia dicho si vendrá á verme?
No.
¡Todos me abandonan!
Comprendiendo sin duda que te han perdido para siem-
pre, buscarán su consuelo en el olvido.
¡Olvidarme! ¡nunca, no! Pero Luciano...
Luciano ha conocido que vuestro matrimonio es impo-
sible, y hace dos días que partió para Rusia.
¿Cómo! ¡Irse sin darme su último adiós!
¡Qué picaros! No, no morirán esos señores de empacho
de sensibilidad.
(Llorando.) ¡Qué desgraciada soy!
(¡Vuelta á las lágrimas!) (ap. á d. Alvaro.) Señor don
Alvaro, necesito hablar con usted, pero al momento; es
un asunto muy grave. Si quiere usted que pasemos á
mi cuarto...
Ya. te sigo; déjame prestarla algún consuelo.
(Ap. á Alvaro.) Bueno; pero es preciso tomar una deter-
minación. La naturaleza me ha negado las circunstan-
cias necesarias para ser padre de veras; pero me ha
dado un corazón que se impresiona fácilmente, y temo
no poder llenar la misión que usted me ha impuesto de
llamarla mi hija, y no quererla como tal.)
(Vete.)
(Mirando á Elena.) (¡Pobrecita!)
ESCENA IV.
ELENA y ALVARO.
Elena. ¡Alvaro! ¡Todo ha concluido para mí! Ya no me queda
— 60 —
esperanza alguna.
Alv. Créeme Elena, es preciso olvidar á los que así te olvi-
dan.
Elena. No, Luciano no es capaz de semejante cosa. Si ha par-
tido, habrá sido por obedecer las órdenes de su padre.
Alv. Te hubiera escrito en tal caso confiando la carta á mi
custodia.
Elena. ¡Es verdad! Me encuentro abandonada de los que mas
he amado en este mundo.
Alv. También yo tengo derecho á tu cariño, y con todo no
me he separado de lí.
Elena. ¡Perdóname! Gracias, Alvaro, gracias.
Alv. Tus penas tendrán fin algún diaj )a calma renacerá en
tu espíritu, y tus ojos, no anublados ya por el llanto,
podrán ver junto á tí á un amigo fiel, á un pariente
desinteresado que te quiere... como solo sabemos que-
rer los que hemos sido muy desgraciados.
Elena. Volveré á escribir á la condesa. Quiero decirla que su
ausencia me mata, y si bo responde, si nadie viene á
consolarme, no suplicaré mas: sufriré resignada su ol-
vido ó la muerte.
Alv. (Tomándole la mano.) ¡Elena! ¡Elena mia!
Elena. (Retirándola con dignidad.) ¡Ah!... — Mi padre te espera.
Alv. (con hipocresía.) Perdóname, Elena. Yo no soy... no as-
piro á ser mas... que tu hermano: concédeme esta gra-
cia, y escribe á tu madre. Yo interpondré con ella todo
mi influjo. (Váse.)
ESCENA V.
ELENA, SARDANÁPALO, con nn cofrecillo, y al fin de la escena, LL'CIANO.
Elena ,
Sard.
Elena .
Sin duda lie visto mal. La escribiré por última vez. (se
sienta áu mesa.) ¿La habré perdido como perdí á mi ma-
dre? ¡Luciano! ¡no volver á verte! ¡Es horrible!
(De puntillas.) ¡Señorita, señorita Juaua!
¿Quién?
— 61 —
Sard. Soy yo, yo que vengo de buscar e¡ estambre.
Elena. ¡Ah! sí.
Sard. He estado en la calle de Carretas, y como no le liabia á
mi gusto, me he pasado á la plazuela del Ángel... (Siem-
pre con jovialidad.)
Elena. ¡Cómo!
Sard. He recordado que por allí hay otra lonja...
Elena. Acabe usted.
Sard. Pero temiendo equivocarme y estando tan cerca de
casa del Conde, he dicho: déjame subir y la señora
condesa me dirá qué estambre es el que gasta la seño-
rita Juana.
Elena. Comprendo: ha visto usted mi tristeza, ha conocido la
causa de mi llanto y... ¡gracias, gracias! le estaré á
usted eternamente reconocida.
Sard. Pues ahora verá usted. Entro en la portería y no esta-
ba el portero, pero estaba la portera. Pregunto por la
señora, y antes de terminar la frase, veo delante de raí
á un caballero que, conmovido y jadeante, excla-
ma.- «¿Hay carta? No lo sé, responde la portera; pero
este muchacho va arriba y podrá preguntarlo si usted
quiere.» — Entonces, el señor aquel se vuelve hacia mí,
me mira de arriba á abajo, y dice dando un grito de
alegría: «No me engaño, yo te he visto en Aranjuez, tú
estás á las órdenes del señor Vidal.»
Elena . Mi padre, era mi padre?
Sard. Tal vez fuera su padre de usted. ¿El señor conde tiene
unos veinticinco años y se llama Luciano?
Elena. ¡Luciano! ¡No es posible! ¡Si hace dos dias que partió
para Rusia!
Sard. Puede ser que se haya marchado á Rusia hace dos dias
y que haya vuelto hoy.
Elena. Acabe usted.
Sard. Me mandó esperarle, y subiendo los escalones de cua-
tro en cuatro, volvió á bajar con este cofrecillo en las
manos. «Es un recuerdo de su madre, me dijo, de su
verdadera madre. Mi tio lo ha conservado religiosa-
— 62 —
mente durante diez y ocho años, (se lo da.)
ELEVA. (Tomándole y poniéndole sobre la mesa.) ¡Madre mia! ¡Pei'0
está cerrado! ¿Y la llave?
Saud. La llave me la lie dejado abajo, en el coche, y he subi-
do para explorar el terreno. Le he dicho: «llavecita,
espérese usted un poco mientras preparo á la señorita.
Suba usted después muy quedito la escalera; espérese
usted en el dintel de la puerta, y cuando conozca usted
que ya ha habido tiempo de prevenirla haga usted tve,
tOC. » (imitando la acción de llamar. Se oyen golpes en la puer-
ta.) ¿Eh? ya está ahí. Entre usted, llavecita, entre us-
ted. (Se presenta Luciano, á quien abraza Elena. Saidanápalo da
brincos de alegría.)
Elena. ¡Luciano!
Luc. ¡Elena! ¡mi querida Elena!
Saud. Ahora ya no me necesitan ustedes y me marcho; pero
cuando le haga á usted falla estambre, no olvide usted
que sé donde le venden bueno. [Sí tengo mas suerte
que un ahorcado! (váse.)
ESCENA VI.
ELENA y LUCIANO.
Ele.na. ¡Luciano mió! Mis lágrimas, mi desesperación, todo lo
olvido al lado tuyo.
Lee. ¡Qué buena eres!
Elena. Habíame de ellos, de mis padres.
Luc. Hemos temido que tu pobre madre no pudiese soportar
estos cinco dias de ausencia.
Elena. ¿Pero cómo no ha venido á verme?
Luc. ¿Piensas por ventura que al día siguiente de tu partida
no corrimos en tu busca á la casa indicada por tu pa-
dre? Sí, Elena; pero nadie la habitaba, y en vano tra-
tamos de inquirir dónde podia tenerte oculta.
Elena. ¿Pero mis cartas...
Luc. ¡Tus cartas! ¿Nos has escrito?
— 65 —
Elena. ¡Y lo preguntas! todos los dias.
Luc. Ninguna ha llegado á nuestro poder.
Elena. (Mirando al cuarto.) ¡Ah! ese hombre me ha engañado
miserablemente. Pero no importa; ahora ya sé que su
silencio no era el del olvido, que su ausencia no era la
del abandono. ¡Soy feliz! ¡me aman! ¡me amáis to-
davía!
Luc. ¿Pero dices que te han engañado?
Elena. Sí.
Luc. ¿Han interceptado tus cartas?
Elena. Sí.
Luc ¿Y quién ha sido el autor de tan inicua conducta? (in-
dignado.)
ELENA. (Mirando al cuarto.) El...
LUC. ¡Til padre!... (Fuera de sí.)
Elena. ¡Cómo!...
Luc. ¿Nu le bastaba el sustraerte á nuestro cariño!... Ni aun
el consuelo me queda de vengarme de tantos sufrimien-
tos, porque te Damas su hija!
Elena. (ap.) ¡Oh! ¡si supiese que es Alvaro, le provocaría! (Al-
to.) Sí, mi padre, mí padre ha sido.
Luc. Es una infamia.
Elena. Habla bajo, está ahí, puede vernos: vete, Luciano,
vete.
Luc. ¡Separarme de tí cuando apenas he podido hablarte!
Elena. ¡Si nos sorprendiera!
Luc. No me es tan fácil renunciar á la idea de tenerte junto
á mí.
Elena. Vete; nos veremos á menudo, yo obtendré de mi padre
el consentimiento; pero tu presencia aquí ahora podría
tener resultados funestos. Ancla á consolar á mi pobre
madre.
Luc. Sea, pues lo quieres. Torna esta carta suya y la llave de
ese cofrecillo.
Elena. Sí, ya sé.
Luc. Desea verte; pero quiere hacerlo autorizada por tu
padre.
— 64 —
Elena. Lo será, sí; se lo pediré de rodillas; pero vete, vete
pronto, y hasta mañana, Luciano mió; hasta mañana»
con ellos.
Lee. Vendrán, te lo juro. Adiós. (vá8e.)
Elena. Respiro. (Abriendo la carta.) ¡Su letra! se queja de mi si-
lencio, pero siempre con dulzura. ¡Cómo me ha vendi-
do ese miserable!
ESCENA VIL
ELENA, VENANCIO y ÁLVAKO.
Alv. ¿Conque estamos conformes?
Ven. (irónicamente.) Mucho, mucho, señor don Alvaro.
\l\. Entonces me retiro, y si mi prima ha concluido ya su
carta...
Elena. Sí, ya está escrita. Tú te encargarás de llevarla, ¿no es
cierto?
Alv. Sin duda.
Elena. (Mirándole de hito en hito.) Y se la entregarás á mi madre
como le has entregado las otras.
Alv. (Desconcertado.) Natural mente.
Elena. Pues bien; lómala, está abierta. Esta vez te permito
que la leas.
Alv. Que yo .. la...
Ven. (Ap.) Cualquiera diria que sucede algo que no es na-
tural.
Elena. Ábrela, lo exijo.
Alv. (Haciéndolo.) ¡Qué veo! ¡la firma de la condesa! ¿Quién
lia podido decirla...
Elena. No ha sido por lo visto el que ha interceptado todas mis
carias.
Alv. ¡Elena!
Elena. No se trata aquí de Elena, habla usted con Juana Vida!,
á quien ha engañado de una manera indigna.
Ven. ¡Cómo! ¿Ha osado él...
Elena. Usted me ha dicho que mi familia me abandonaba, que
' — 6o —
Luciano desistia de mi amor, que mi padre se negaba
á tributarme sus caricias, y esta carta escrita por ella
viene á responderle á usted conmigo: miente usted, es
usted un miserable.
Alv. ¡Elena!
Elena. Sí; ¡un miserable!
Alv. Pues bien; lo confieso; te be engañado, he querido con-
vertirme en tu solo refugio, en tu única esperanza,
porque... porque te amo.
Ven. ¿Usted amarla?
Elena. Mentira.
Alv. Ya sé que esta confesión no despertará en tu alma m;:s
que el despecho ó la cólera; pero tu porvenir, sábelo de
una vez, me pertenece á mí solo, á mí, de quien nin-
gún obstáculo te separa como de Luciano. «Tu padre
no será inflexible;» te ha dicho el iluso; pero yo puedo
asegurarte que tu padre no se dejará vencer ni por tus
súplicas ni por tus lágrimas.
Ven. Poco á poco, señor mió; yo no soy ningún tirano que
tenga entrañas de tigre.
Elena. ¿Oye usted bien?
Alv. Pues habla; pronuncia una palabra; dile á tu bija que
tú, Santiago Vidal, estás dispuesto á poner tu firma en
su contrato de boda, y...
Ven. ¿Firmar... yo? ¡no... nunca!
Elen». ¡Padre mió!
Alv. ¿Oyes bien? nunca.
Elena. ¡Oh!
Alv. Y como tu odio no será eterno, llegará un día, no dis-
tante, en que pienses que no te queda nadie sino yo á
quien acogerte y me amarás.
Elena. Le he despreciado á usted cuando me era indiferente,
¿qué no haré ahora que le aborrezco?
Alv. Pues bien, niña orgullosa, ya que no quieres que te
llame mia porque te amo, lo serás porque lo quiero.
Elena. Defiéndame usted, padre mió. ¿No ve usted que me in-
sulta?
D
— 66 —
Ven. ¡Oh! tome usted mi vida entera á trueque de verme li-
bre en este instante de los compromisos que á usted me
ligan.
Elena. ¡Cómo!
Alv. ¿No lo eres acaso, buen Vidal?
Ven. Harto sabe usted que con solo una palabra puede per-
derme cuando con ese cinismo insulta usted á esta po-
bre niña delante de mí.
Elena. ¡Qué puede perderle! ¡Pero Dios mió! ¿en qué abismo
me bailo sumida! (Aterrada ) ¿Quién me salvará? ¿quién
llie prestará SU amparo? (Viendo el cofrecillo y dejando caer
sobre él la cabeza túmida en el mayor dolor.) ¡Ay, madre mía,
madre mia! Ruega por mí desde el cielo.
Alv. (ap.) Es preciso. (Alto á Venancio.) Pues bien, escucha.
Serás libre: pronto romperás los lazos que te encade-
nan á mí.
Ven. ¿De veras? (con alegría.)
Alv. Te espero en mi casa esta noche á las diez.
Ven. ¿Esta noche?
Alv. Sí; quiero devolverte todos los documentos que te com-
prometen; entregarte la suma pactada , y dar por ter-
minado nuestro asunto.
Ven. ¿Y después?
Alv. Después saldrás de Madrid.
VEN. Pero... (Señalándole á Elena.)
Alv. ¿Elena? Volverá de nuevo á poder de su familia.
Ven. No me atrevo á creerlo.
Alv. Desde mañana, te lo juro. (Mirando a Elena.) Veremos
entonces si hay una sola voz que se levante para pro-
testar de nuestro matrimonio. Á las diez, en mi casa.
Ven. Pronto darán. Podemos irnos juntos.
Alv. No. Te aguardo luego.
VEN. ¡Olí! no faltare. (Váse Alvaro lanzando una nueva mirada á
Elena.)
— 6",
ESCENA VIII.
ELENA y VENANCIO.
Ven.
Elena.
Ven.
Elena.
Ven.
Elena.
Ven.
Elena.
Ven.
Elena.
Ven.
Elena .
Ven.
Elena.
Vkn.
Elena.
Ven.
Elena.
Ven.
Elena.
(Ap.) ¡Pobrecita! ¡Vaya un estado en que la lia puesto
ese bribón! (Alto.) Vamos, hija, no te abandones al do-
lor, que el tiempo se encargará de devolverte la ale-
gría.
¿La alegría? no la espero. (Estrechando el cofrecillo.) Iré
pronto á encontrarla al lado de mi madre.
¿Eli! ¿qué es eSO? (Reparando en él.)
Una santa reliquia que me ha mandado la condesa.
¿Ese cofrecillo?
Es todo lo que poseo de mi madre, de mi verdadera
madre. ¿Quiere usted que le abramos juntos?
(Dudando.) ¿JuntOS?
Sí, aquí está la llave. (se la da.)
¡La... ia llave! (Prueba á introducirla y tiembla.)
¿Tiembla usted, padre mió?
No... no. (Me parece una profanación lo que estoy ha-
ciendo. (Déjale abierto delante de Elena.)
(Socando objetos según se citan.) ¡Una medallita de la Vir-
gen, suspendida de un cordón de seda! ¡La llevaría so-
bre su pecho! ¡Oh! no se separará del mío. (se la pone
después de besarla.)
(¡ES Un ángel!) (De pie al lado de Elena )
¡Un papel impreso! (Se lo da.)
(Leyéndolo.) Juana Kuiz, esposa de Santiago Vidal. Es
un pasaporte.
El suyo. ¿Viajaba con usted cuando...
¿Cuando la sorprendió la muerte? no; sula.
¡Infeliz! Y cómo es que usted no la acompañaba?
Porque... tenia... Mira, no me preguntes esas cosas,
porque no sabria qué decirte, y me veria precisado á
meDtir.
¡Oh! no, padre mió; los secretos de usted solo á usted
— 68 —
le pertenecen. Una carta cerrada con lacre negro.
Ven. ¿Una carta?
Elena. (Leyendo.) «Para mi hija cuando se halle en edad de
casarse.» Ya debia llamarme esposa de Luciano: puedo
abrirla, ¿Verdad? (Mientras Venancio dice el aparte la abre.)
Ven. (ap.) Si en ella le habla de su padre, si la dice quién
era y le describe su persona, me quita la máscara, y..
(aho.) Creo quesería mejor... ¡Ah! ¡la has abierto!
Elena. Sí; leámosla juntos.
VEN. Te eSCUCho. (Se sienta al lado de la mesa.)
Elena. (Leyendo.) «Quinta de Solibar, en Zuera, á quince de
«abril de mil ochocientos cuarenta y ocho. Hija mía, la
«vida me abandona; mañana tal vez descansará tu po-
»bre madre en el cementerio, y tú serás recogida en el
»asilo de huérfanos de Zaragoza. Cuando leas esta car-
eta, te preguntarás sin duda cómo no he tomado nin-
«guna disposición para que tu padre conozca tu resi-
dencia. ¡Pobre hija mia! Á estas horas tal vez esté sin
«pan, sin hogar, muerto de frió; sabe, pero no quiere
«trabajar. J) (Mira á su padre y se enjuga las lágrimas.)
Ves. (ap.) ¡Valiente truhán seria el tal íio para abandonar
de ese modo á su mujer y á su niña.
Elena. (Leyendo.) «¿Qué podría hacer por tí, pues yo sola sabia
»qué pudiera ser madre, cuando me vi precisada á
«separarme de él?»
Ven. (ap.) Vamos; no sabiéndolo...
Elena. (Leyendo.) «Yo no debo sin embargo exponerte á que le
«halles en tu camino y no le reconozcas. Por malo que
«sea un padre, es muy duro que al tenderle á su hija
«la mano le niegue esta su apoyo. Por lo tanto voy á
«decirte quién soy y quién eres. Hasta la edad de diez
«y nueve años viví con una hermana de mi madre, cu-
»ya módica herencia me permitió establecer una pe-
«queña tienda asociándome á una mujer tan desgra-
«ciada como yo. Esta infeliz tenia un hermano que á
«poco fué mi marido...»
Ven. (¡Es particular!)
— 69 —
Elena. (Leyendo.) «Por desgracia no pude adquirir sobre él el
«ascendiente necesario para evitar nuestra ruina. A los
»seis meses, la herencia se habia disipado. El estableci-
«miento vendido; y tu padre y yo estábamos sumidos en
«la mayor miseria.» (Mirando á Venancio.) ¡Padre!
Ven. (Temblando.) ¡Sigue, sigue!
Elena. (Leyendo.) «Indignada contra el autor de mi desgracia, á
»quien la embriaguez no le abandonaba un momento, su
«cólera no reconoció límites, y me vi precisada á huir
»de él en medio de la noche, á través de los campos, y
«temiendo morir á cada instante, porque en su delirio
«llegó á maltratarme á mí, que ya presentía que no era
«solo mi existencia la que debia conservar.»
Ven. (á sí mismo, pero frenético.) (Es verdad, es verdad; yo la
maltraté; pero ignoraba que pudiera ser madre, (vol-
viendo en sí.) Vamos, deliro. Si se llama Juana Paiiz,
no puede ser mi mujer; y es que el que obra mal.. .)
Elena. Acabe usted: hubiera preferido no conocer unas faltas
que ella ya no puede perdonar.
Ven. ¡Cómo! ¿quieres que yo...
Elena. Sí. Entre tanto, yo rogaré á Dios por ella y por usted.
(Se arrodilla.)
Ven. (Leyendo. ap.) «Muerta de cansancio llegué por fin á
«Gurrea, donde una caritativa mujer que imprimió en
»tus mejillas el primer beso, me retuvo algunos meses,
"procurándome después un pasaporte á nombre suyo,
ȇ fin de que tu padre perdiese por completo mis hue-
llas. Este documento es el solo legado que puedo ha-
»certe. Serás por lo tanto educada bajo el nombre de
»Juana Vidal; pero al casarte lo harás con el que te per-
tenece, de María Juana, hija legitima de... Venancio
«García.» (Deja caer la carta.) ¡Justicia de DÍOs! ¡pues...
si es... mi hija, mi hija!...
ELENA. (Levantándose.) ¿Qué tiene USled, padre m'lO? (Venancio co-
ge otra vez la carta y la deja sobre la mesa.)
Ven. Sí, tu padre, tu padre; repítelo. ¡Ah! déjame que te
colme de caricias y te estreche entre mis brazos, que
— 70 —
me convenza de que no es un sueño. ¡Es mi hija, Dios
mió, es mi hija! ¡Y yo lie podido urdir contra ella se-
mejante crimen! ¿La desgracia, la fatalidad, lian pesa-
do sobre mí? No, no es la fatalidad ni la desgracia. Es
que cuando un hombre lia cometido tan infame acción,
Dios castiga al culpable, le pone frente á frente de su
víctima y exclama con voz aterradora: Dobla la cabeza,
arrepiéntete, llora y contempla cómo has hecho añicos
el corazón de tu pobre hija.
Elena. ¡Qué veo! ¡lágrimas en sus ojos!
Ven. Sí, lloro mi vida pasada, mi conducta para con tu ma-
dre, para contigo Pero yo ignoraba que pudiera llevar.
te en su seno; no lo sabia, Juana, te lo juro. Una pala-
bra suya hubiera bastado para que cayese á sus pies-
¡l'ios mió! ¡Dios mió! ¡tuvo miedo de raí! ¡huyó de mi
lado! ¡Qué criminal he sido! Pero hoy me arrepiento,
hija mia, me arrepiento, y no creeré la vida posible, sin
que el perdón de tu madre, de aquella santa, caiga so-
bre mi cabeza vertido por tus angelicales labios. (Se
arrodilla á los pies do Elena.)
Elena. En nombre del Señor que me aconseja, de ella que me
ve, yo le perdono á usted, padre mió. (Llorando.)
"Ven. ¡Y mis faltas para contigo?
Elena. (Llorando.) También, también las perdono, y por su re-
dención, por sus lágrimas, le juro á usted que le amo.
(Abrazándole.)
Ven. ¡Ah! gracias, hija mia. Yo haré porque mas tarde me
perdone Dios como tú me has perdonado.
Elena. Un carruaje ha parado á la puerta de esta casa, que solo
nosotros habitamos. ¡Si fuese! ¡Oh! ¡no puede ser mi
madre! (Dirigiéndose á la ventana.)
Ven. (Contemplándola.) ¡Mi hija! ¡es mi hija!
Elena. ¿Quién podrá ser?
Ven. Lo ignoro.
Elena. Un hombre baja del coche, se dirige á la puerta.
Ven. (Contemplándola estasíado.) ¡Que hermosa es mi hija!
Elena. ¡La puerta cede! (Asustada.) ¡Ese hombre tiene la llave.
— 71 —
VEX. ¿Qué dices? (Sobre sí.)
Elena. ¡Ah! ¡he reconocido sus facciones! es Alvaro.
VlCN. ¡Alvaro! (Suenan las diez en el reloj.) ¡Las diez! ¡Olll ¡la
hora en que quería tenerme lejos de ella! Juana, entra
en tu cuarto, quiero recibirle.
Elena. Pero...
Ven. Entra, hija mia, que creo que Dios empieza á perdo-
narme. Ven, Ven. (La acompaña a su cuarto, toma la linterna
sorda, la cierra, y se queda á la puerta esperando á Alvaro.)
ESCENA IX.
VENANCIO y ALVARO.
ALV. (Entrando á tientas.) Es preciso Concluir de UDU VC'Z.
¡Qllé OSCUridad! (Al llegar á la puerta del euailo, Venancio
abre la linterna iluminando con ella á Alvaro.) ¡V'eíianClO' ¿tú
aquí?
Ven. ¿Le pesa á usted el encuentro?
Alv. ¡Silencio!
"Ven. ¿Silencio? ¡Miserable! ¿Quieres imponer silencio á un
padre que te sorprende por la noche á la puerta del
cuarto de su hija?
Alv. ¿Tratas de distraerme con alguna escena?
Ven. Es verdad, no me acordaba de que es una coinedia lo
que estamos representando; pero en ella me ha reparti-
do usted un papel; el papel de padre, y tanto me be
poseído de él, le he aprendido tan de corazón, que
le juro á usted interpretarle con una verdad asom-
brosa.
Alv. ¿Qué significa...
Ven. Dígame usted: ¿cuando un padre se encuentra con el
hombre que quiere perder á su hija, ¿no debe asesinarle
ó arrojarle de su casa como á un ladrón?
Alv. ¿Me amenazas?
Ven. Sí; déjenos usted para siempre, ó por mi nombre...
Alv. ¿Osarías...
Ven. ¿Matarle á usted? sin duda: estoy representando el pape
— 72 —
que me corresponde.
Ai.v. ¿Olvidas nuestro pacto?
Ven. No, no le olvido; sino que yo creí asociarme á los planes
de un hombre que defendía sus derechos, y veo que me
he convertido en el cómplice de un infame que solo
trataba de deshonrar á una pobre niña.
Alv. Para llamarla mi esposa. Pie-nsa que tu fortuna depende
de este matrimonio.
Ven. Esa furtuna ofrecida en estos momentos, solo me servi-
ría para arrojársela á usted á la cara.
Alv. ¿Tú?
Ven. Yo, sí: desempeño mi parte. ¿Le admira á usted que lo
tome tan por lo serio? Pues á usted se lo debo, señor
don Alvaro, á usted, que me ha enseñado á ser el padre
de mi hija,
Alv. ¡Comprendo! ¡Me haces traición! Pues bien, antes de
que amanezca sabré deshacerme de tí.
Ven, ¿Por medio de la justicia, y gracias á los documentos
que tiene usted íirmados por mí? Bien hace usted en
prevenírmelo. No esperaré. Partiremos de aquí.
Alv. Falla que yo lo permita.
Ves. ¿Y cómo podrá usted impedirlo?
Alv. Mírame bien.
Ven. Sí, es usted joven y nervudo; pero nosotros los saltim-
banquis poseemos recursos secretos para no temer á
nadie, así sea un Alcídes.
Alv. Concluyamos. Elena está aquí, en mi casa, y no saldrá
de ella Sin mi permiso. (Se dirige al foro para cerrar la
puerta con llave.)
VEN. Eso lo veremos. (Corre detr4s de él, y cogiéndole Ir* brazos,
se les vuelve á la espalda sujetándole con una mano por las
muñecas.) «
ALV. ¡All! (Quejándose honiblemente ) ¡Por favor!
Ven. ¿No se lo decia á usted? Hé aquí uno de nuestros re-
cursos, lo que llamamos nosotros el quebrantahuesos. •
Alv. ¡Qué suplicio! suelta.
Ven. ¡Jamás! ¡Sardanápalo! ¡Sardanápalo!
¡o
ESCENA X.
DICHOS y SARDANÁPALO.
Sard. ¿Qué ocurre, patrón?
Ven. Llévate á Juana; cierra la puerta por fuera, y marchaos
en un coche que encontrareis abajo.
Sard. ¿Pero y usted?
Ven. Vo bajaré por la ventana; y si este señor quiere seguir-
me, conocerá el otro recurso que llamamos el rompe-
cabezas.
Al.V. ¡Infames! (Queriendo desasirse.)
Ven. Horre, que lucha como un condenado, y temo que las
fuerzas me abandonen, (váse Sardanápaio.)
Sard. Señorita, señorita Juana. (Váse.)
Alv. ¡Oh! no partiréis, yo sabré impedirlo (Resistiéndose.) ¿No
he de vencerte yo, viejo caduco?
Ven. ¡Pronto, Sardanápalo! (n0 pudiendo lesistírie.)
ALV. ¡Ah. Vencí. (Soltándose y corriendo hacia !a puerta, á cuyo
tiempo se presenta en ella Luciano y le detiene.)
Ven. ¡Dios mió! ¡Detcnedle! (Gritando.)
ESCENA Xí.
DICHOS, LUCIANO, el CONDE y LUISA por el foro, ELENA y SARDANA-
PALO por la puerta lateral.
LlC. ¡Atrás! (Deteniéndole.)
Conde. ¡Hija mia!
Elena. ¡Cielos! ¡El Conde! ¡Mi madre! (Echándose en sus brazos.)
Luisa. Tu madre, si; que no pudiendo soportar tu ausencia,
viene á tiempo de impedir una nueva desgracia.
Elena, (señalando á Alvaro.) Ese hombre, ese hombre es nuesli'G
odioso enemigo.
Todos. ¡Alvaro!
Conde. ¡Él! explícate.
74 —
Elena.
Llc.
Elena.
Ye?!.
$.\RD.
Ven.
Alv.
V'EN.
Alv.
Todos.
Ven.
Elena.
Ven.
Todos.
Llc.
Ven.
Conde,
Elena.
Ven.
Conde.
Ven.
Conde.
Es inútil. (Á Alvaro.) Salga usted al instante de esta
casa.
Nunca, sin darme primero cumplida satisfacción.
¡Luciano!
No temas, hija mia. Luciano no se batirá con ese mise-
rable. Cuando una víbora se cruza en nuestro camino,
ó se la mira con desprecio, ó se le aplasta la cabeza con
el tacón.
Yo los gasto claveteados, patrón; y si usted quiere...
(Á Alvaro.) Ahora nada puede usted ya contra mí, nada
contra ellos.
Pero sabré desbaratar esa unión; y ya que Elena no sea
mi esposa, no lo será de nadie.
¿Por qué?
Porque el marqués de Elorza preferirá cien veces la
muerte á que Luciano se case con la hija de un titiri-
tero.
¡Oh! (Consternados.)
(¡Dios mió! acepta mi último sacrificio!)
Ya no hay esperanza, Luciano.
¿Y dónde está ese hombre? ¿quién es ese saltimban-
quis que así se abroga el derecho de llamarla su hija?
¿Cómo?
¿Qué dices desventurado?
La verdad. Que usted me ha adquirido por sorpresa en
medio de una plaza pública, que me ha provisto de do-
cumentos falsos, obligándome á llamarme Santiago Vi-
dal en vez de Venancio Garcia, que me ha suscrito un
documento garantizando el pago de mi mentira, y que
sabe usted, en íin, que Elena no es mi hija.
Luisa $ Luciano. ¿Qué dice?
¡Cómo! ¿usted...
(Llorando.) No, no soy tu padre.
¿Y ese documento...
Hele aquí, (dándoselo.)
(leyéndole.) No cr.be duda. (Á Alvaro.) Hoy mismo saldrá
usted de España.
— 75 —
Ai.v. No saldré.
Ven. Perdone usted, pero se irá, porque yo lo exijo. Si Usted
no tiene conciencia, yo la tengo; y estoy decidido, si no
me obedece, á declarar ante los tribunales nuestro in-
fame complot, el rapto, la usurpación de estado ci-
vil, y á hacer que nos juzguen juntos, que nos conde-
nen juntos, y que nos ahorquen juntos, si es preciso»
lo cual seria para mí un alto honor.
Alv. Pero eso es perderte.
Ven. Esto es salvarla. (Por Elena.) Ahora, elija usted.
Alv. ¡Oh! partiré, (váse.)
Sard. ¡Y cuidado con encontrarse conmigo! Voy á alumbrar-
le á usted.
ESCENA ULTIMA.
DICHOS, msnos ALVARO y SARDANÁPALO.
Ven. Ahora, Elena, vuelve al seno de tu familia, llámate do
nuevo su hija, y no temas- que nadie descorra el velo
que encubre tu origen.
Conde y Luisa. Gracias, gracias.
Ven. Santiago Vidal dejó de existir hace diez años. Ninguno
vendrá á reclamarles á ustedes su hija; nadie, lo juro,
porque... su padre... su padre... ha muerto. (Llorando )
¿Y ahora puedo esperar que ustedes me perdonen?
Conde. La reparación ha sido mayor que la falta, y el arrepen-
timiento le absuelve á USted. (Dándole la mano.)
Ven. Y tú, bija tnia, ¿no maldecirás mi nombre?
Ll'C. (Ap.) ¡Cielos! ¡qué Veo! (Reparando en la carta que está so-
bre la mesa.)
Elena. ¿Qué dice usted? ¡maldecirle! nunca.
VEN. (Tomándole la mano y besándosela.) ¡Bendita Seas! (Ap. á Ele"
na.) Es el último beso que te da tu padre.
Elena, (á Luciano.) Si no soy su hija, ¿por qué desgarra su pe-
cho el llanto?
LL'C. (Ap. Comprendiendo lo que pasa.) ¡Infeliz! (Alto á Elena.]
— 76 —
Cuando seas mi esposa, yo te devolveré á tu verdadero
padre.
VEN. (Haciendo un esfueizo y llamando.) ¡Sanlailápalo! lista ll)ÍS-
ma noclie saldremos de Madrid para no volver jamás.
Prevenlo todo.
Conde. ¡Cómo! ¿Rehusará usted compartir con nosotros nuestra
casa, nuestra amistad?
VEN. (Luchando hasta el final.) Sí, rellUSO.
Todos. ¿Por qué?
LlX. (Ap. Dándole la carta al Conde ) Admire USted SU sacrificio.
Ven. Porque... porque ya son ustedes felices .. y esto me
basta. Yo necesito borrar de mi imaginación recuerdos
muy dolorosos... mi vida errante, nómada, me procu-
rará el consuelo porque me afano; y las carcajadas de
la muchedumbre me obligarán á reprimir el llanto que
asome á mis ojos. Señor Conde, señora condesa, ámen-
la ustedes por los tres... (Llorando.) Luciano, hágala us-
ted muy dichosa, tan dichosa como desgraciado...
fué... su padre. Tú, Jua... usted, señorita... consá-
grele un recuerdo al pobre viejo... que la llamó... su
hija, y que no ha de volver á pronunciar tan dulce
nombre. Y cuando la muerte me arrebate... derrame
usted una lágrima siquiera por mi memoria... Adiós,
adiós para siempre.
CONDE. (Ap. á Venancio enseñándole la carta.) A falta de esta prue-
ba, el llanto que usted derrama me diria á gritos que
es usted su...
Ven. (ap. ai conde.) ¿No ve usted que me estoy muriendo?
Conde. ¡Elena! (Dando un gritode alegría.) Abraza á tu verdadero
padre.
Todos. ¡Ah!
Ven. (Abrazándola.) ¡Hija mia! ¡Gracias! ¡gracias! (ai Conde.)
Conde. Hoy renace para tí. (Á Elena.)
Ven, Sí; pero para el mundo ha muerto.
FIN,
Habiendo examinado este drama en tres actos, que
lleva por título El jugador de manos, no hallo inconve-
niente en que se autorice su representación.
Madrid 4 de Enero de 1867.
El Censor interino,
Luis Fernandez Guerra.
POST SCRIPTÜM.
Los directores de escena de los teatros de provincia,
pueden hacer en este ejemplar las supresiones que crean
convenientes para la representación, dado caso que resul-
tara larga en situaciones dadas, por ejemplo, en el final
del acto segundo y algunas escenas del tercero. El autor
hace esta indicación que pueie ser útil y que él no ha
realizado por no tocar ciertas escenas que en la lectura
no parecerán largas, lo cual acaso no sucederá al poner la
obra en escena.
E. G.
la cenicienta,
uña-
del almadreno.
otas,
del vicio,
nos de viento.
la de Correlargo.
ie oro.
leí regimiento.
; de nú mujer,
hijos,
madres,
leí Rey Rene,
enios.
t-a de Murillo.
uera.
inza de Catana,
uesita.
a de la vida.
dcGaran.
sin piloto.
I en el campamento, ó
de África.
los.
tlleros de la niebla.
i de matrimonio.
de Babel,
del gallo.i
nediencia.
a alliaia.
Mimada,
idos (refundida.)
i.
Í°- . .
mi sobrina.
urbnno.
Mana.
;n 1818.
i vista de pájaro.
re hojuelas.
de l'olonia.
ó la Emparedada.
y Medoro.
le buena ley.
)as feo.
v cuchilladas
ü la Gitana.
y Marte.
Flora.
ando.
inquita.
santo, ó el Alcalde pro-
r,
cual,
11er,
ino.
o de una ópera.
>ro v la maja.
del hortelano,
ly en Marruecos.
en la ratonera.
de carnaval,
io (drama lírico.)
,Uon de la Rioja (Música.)
nde de Letorieres.
do á escape,
an español.
eta
bre feliz.'
lio blanco.
ial.
ao mono.
er vuelo de un pollo,
inio y \aldemoro.
netismo... (animal!
a de la calle Mayor,
stasdel toro.
Miserias de aldea:
Mi mujer y el primo.
Ivegro y Blanco.
Ninguno se entiende, o un nom
bre tímido.
Nobleza contra nobleza.
]\¡o es todo oro lo que reluce.
]So lo quiero saber.
Nativa
Olimpia.
Propósito de enmienda.
Pescar á rio revuelto.
por ella y por él.
Para heridas las de honor, o el
desagravio dei Cid.
Por la puerta del jardín.
Poderoso caballero es D. Pinero.
Pecados veniales.
Premio y castigo, ó la conquis-
ta de Honda.
Poruña pensión.
Para dos perdices, dos.
Préstamos sobre la honra.
Para mentir las mujeres.
¡Que convido al Coronel!..;!
Quien mucho abarca.
¡Qué suerte la mía! .
¿Quién es el autor.'
¿Quién isel padre?
P.ebeca.
Rihal y amigo.
Rosita.
Su imagen.
Se salvó el honor.
Santo v peana. „,„.,,
San Isidro (Patrón de Madrid.)
Sueños de auna- > ambición.
Sin prueba plena.
Sobresaltos de un marido.
Si la muía tuera buena.
Tales padres, tales hijos.
Traidor, inconfeso y mártir.
Z AMUELAS.
El mundo nuevo.'
El hijo de I). José.
Entre mi mujer y el primo.
El noveno mandamiento.
El juicio final.
El gorro negro.
El hijo del Lavapies.
E! amor por los cabellos.
El mudo. .
El Paraíso en Madrid.
El elixir de amor.
El sueño del pescador.
Giralda.
Harry el Diablo.
Juan' Lanas. [Música.)
Jacinto.
La litera del Oidor.
La noche de ánimas.
La familia nerviosa, ó el suegro
ómnibus. .
Las bodas de Juanita. (Música.)
Los dos llamantes.
La modista.
La colegiala.
Los conspiradores.
La espada de Bernardo.
La bija de la Providencia.
La roca negra.
La estatua encantada.
Los jardines del Buen retiro.
Loco de amor y en la corte.
La venta encantada.
La loca de amor, ó las prisiones
de Edimburgo.
Trabajar por cuenta ajena.
Todos unos.
Torbellino.
Un amor á la moda.
Una conjuración femenina.
Un dómine como hay pocos.
L;n pollito en calzas prietas.
Un huésped del otro mundo.
Una venganza leal.
Una coincidencia alfabética.
LTna noche en blauco.
Uno de tantos.
t'n marido en suerte.
Una lección reservada.
Un marido sustituto.
Una equivocación.
Un retrato á quemaropa.
¡Un Tiberio!
Un lobo y una raposa.-
Una renta vitalicia.
Una llave y un sombrerd.
Una mentira inocente.
Una mujer inisloriosa.
Una lección de corte.
Una falla.
Un paje v un caballero.
Un si y un no.
Una lágrima y un beso.
Una lección de mundo.
Una mujer de historia.
Una herencia completa.
Un hombre fino.
Una poetisa y su marido.
(Un regicida!
Un mando cogido por los cabe-
llos.
Un estudiante novel.
Un hombre del siglo.
Un viejo pollo.
Aer y no ver.
Zamarrilla, ó los bandidos de la
Serranía de Ronda.
La Jardinera. [Música,]
La toma deTeluan.
La cruz del valle.
La cruz de los Humeros.
La Pastora déla Alcarria.
Los herederos.
La pupila.
Los pecados capitales.
La gitanilla.
La artista.
La casa roja.
Los piratas.
La señora del sombrero.
La mina de oro.
Maleo y Matea.
Moreto. (Música.)
Matilde y Halek-Adnel.
Nadie se muere hasta que Dios
quiere.
Nadie toque ala Reina.
Pedro y catalina.
Por sorpresa. ,
Por amor al prójimo.
Peluquere y marqués.
Pablo v Virginia.
Retrató y original.
Tal para cual.
Un primo.
Una guerra de familia.
Un cocinero.
Un sobrino.
Un rival del otro mundo,
ünmari.io por apuesta.
Un quinto y un sustituto.
Dirección de El Teatro se halla establecida en Madrid, calle del Pez, núm. 40,
segundo de la izquierda.
PUNTOS DE VENTA.
Madrid: Librería de Cuesta, calle de Carretas, oúm. 9.
PROVINCIAS.
Adra Manzano.
Albacete Ruiz.
Alcoy Martí.
Algeciras Muro.
Alicante Viuda de Ibarra.
Almería Alvarez.
Avila López.
Badajoz Coronado.
Barcelona Cerda.
Ídem V. de Bartumens.
Bejar López Coron.
Bilbao Astuy.
Burgos Hervías,
Cáceres = Valiente.
Cádiz Verdugo Morillas
y compañía.
Cartagena Pedreño.
Castellón J. María de Soto.
Ceuta M. G. de la Torre.
Ciudad-Real Accsta.
Ciudad-Rodrigo.. Tejeda.
Córdoba Lozano.
Cor uña . . Lago.
Cuenca Mariana,
Ecija Giuli.
Ferrol Taxonera.
Figueras Viuda de Bosch.
Gerona Dorca.
(]¡jon Crespo y Cruz.
Granada., o Zamora'.
Guadalajara ...... Oñana.
Habana Charlain y Feraz.
Haro Quintana.
Huelva Osorno ó hijo.
Huesca Guillen.
1. de Puerto-Rico. J. Mestre.
Jaén Idalgo.
jerez Alvarez.
¡jeon • . Viuda de Miñón.
Lérida Sol.
Logroño Brieba.
^orca Gómez.
Lucevia Cabeza.
Lugo
Mahon
Málaga
ídem
Matar-é
Murcia
Orense ,
Oribuela.. . . ,
Osuna
Oviedo
Patencia.
Palma ,
Pamplona.. .,
Pontevedra...
Pto. de Sta. María.
Reus
Ronda
Salamanca
San Fernando . . .
Sanlúcar
Sta.C. de Tenerife
Santander. .....
Santiago
San Sebastian . . .
Segorbe
Segovia
Sevilla
Soria
Talavera
Tarragona
Teruel
Toledo
Toro..
Valencia
ídem
Valladolid
Vigo
Villan." y Geltrú.
Vitoria
Uheda
Zamora
Zaragoza
Viuda de Pujol.
Vinent.
Taboadela.
Moya. '
Clave!.
ílered.deAndrion
Pérez.
Martínez Alvarez.
Montero.
Martínez.
Hijos de Gutiérrez
Gelabert.
Ríos.
Buceía Solía y
compañía.
Valderrama.
Prius.
V.a de Gutiérrez.
Huebra.
Martínez.
Oña.
Poggi.
Hernández.
Escribano.
Garralda.
Gra. Campos.
Salcedo.
Alvarez y comp.
Rioja.
Castro.
Font.
Baquedano.
Hernández.
Tejedor.
I. García,
j. Mariana y Sanz.
H. de Rodríguez.
Fernandez Dios.
Creus.
A. Juan.
Pérez.
Fuertes.
V. de Híredía.