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Full text of "El payaso : drama en cuatro actos"

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83  6  2 


EL  TEATRO. 


COLECCIÓN 

DE  OBRAS    DRAMÁTICAS   Y   LÍRICAS. 


EL    PAYASO, 

DRAMA    EN   CUATRO   ACTOS  Y   E>  PROSA. 


luipreata  de  José  Rodríguez,  calle  del  Factor,  ouui  9 
■SS9. 


Vi 


PUTOS  III  VEM 


Madrid:  libremia  de  Cuesta,  calle  Mayor,  »*títw. 

PROVINCIAS. 


Albacete. 

Alcoy. 

Algeciras. 

Alicante. 

Almería. 

Aranjuez . 

Avila. 


Barcelona. 

Bilbao. 

Burgos. 

Cáceres. 

Cádiz. 

Castrourdiales 

Córdoba. 

Cuenca. 

Castellón. 

Ciudad-Rea,!. 

Coruña. 

Cartagena. 

Chiclana. 

Ecija. 

fogueras, 

Gerona. 

Gijon. 

Granada. 

Guadalajara. 

Habana. 

Haro. 

Huelva. 

Huesca. 

Jaén. 

Jerez. 

León. 

Lérida. 

Lugo. 

Lorca. 

Logroño. 

toja. 

Málaga. 

Matará. 

Murcia. 


Pérez. 

V.de  Marti  c  hijos. 

Almenara. 

I barra. 

Alvarez. 

Prado. 

Rico. 

Orduíia. 

Viuda  de  Mayol. 

Asluy. 

Hervías. 

Valiente. 

V.  de  Moraleda. 

Saenz  Fálcelo. 

Lozano. 

Mariana. 

Gutiérrez. 

Arellano. 

García  A'^arez. 

Muñoz  García. 

Sánchez, 

García. 

Conté  Laeoste. 

Dorca. 

Sanz  Crespo. 

Zamora. 

Oñana. 

CharlainyFernz. 

Quintana. 

Osoriio. 

Guillen. 

Ida'go. 

Bueno. 

Vit  da  de  Miñón 

Zara  y  Suare?. 

Pujol  y  Masía. 

Delgado. 

Verdejo. 

Cano. 

Caíiavale. 

Abadal. 

Hermanos  de  An 
dríon. 


Motril. 

]}  amanares . 

Mondoñedo. 

Orense. 

Oviedo . 

Osuna. 

Falencia. 

Palma. 

Pamplona. 


Ballesteros. 
Acebedo. 
Delgado. 
Robles. 
Palacio. 
Montero. 
Gutiérrez  é  hijos. 
Gelaberl. 
Barrena. 


Palma  del  Rio.  Gamero. 
Pontevedra.  Cubeiro. 
Puerto  de  Santa 


Marta. 
Puerto-Rico. 
Reus. 
Ronda. 
Sanlucar. 
S.  Fernando. 


de  Te- 


sta. Cru 
\   nerife. 
Santander. 
Santiago. 
Soria. 
Segovia- 
S.  Sebastian. 
Sevilla. 
I  Salamanca. 
Segorbe. 

Tarragona. 

Toro. 

Toledo. 

Teruel. 

Tuy. 

Talavera. 

Valencia. 

Valladplid. 

Vitoria. 


Valderrama. 

Márquez. 

Prins. 

Gutiérrez. 

Esper. 

Meneses. 

Ramírez. 

Laparte. 

Escribano. 

Rioja. 

Alonso. 

Garralda. 

Alvarezy  Comp. 

Huebra. 

Clavel. 

Aymat. 

Tejedor. 

Hernández. 

Castillo. 

Marlz.  delaCruz. 

Castro. 

Moles. 

Hernainz. 

Galindo. 


Villanueva  y  Gel- 
trú. 

Ubeda. 

Zamora. 

Zaragoza. 


Magín  Bellran  y 

compañía. 
Treviño. 
Calamita. 
V.  Andrés. 


EL    PAYASO. 


La  propiedad  de  este  drama  pertenece  á  su  traductor, 
y  nadie  podrá  sin  su  permiso  reimprimirlo  ni  represen- 
tarlo en  los  teatros  de  España  y  sus  posesiones  ni  en  los 
de  Francia  y  las  suyas. 

Los  corresponsales  del  Sr.  Gullon,  editor  de  la  gale- 
ría lírico-dramática  El  Teatro,  son  los  encargados  ex- 
clusivos de  su  venta  y  cobro  de  sus  derechos  de  repre- 
sentación en  dichos  puntos. 


a   Don   3o$r   Dalrro. 


Cuando  leí  por  primera  vez  este  drama,  traido  á  Madrid 
por  el  distinguido  actor  francés  Mr.  Laferriére,  formé  desde 
luego  el  proyecto  de  dedicárselo  á  V.,  para  quien  me  puse 
á  traducirlo,  esperando  tranquilo  su  venida  á  la  corte,  en 
la  seguridad  de  que  ningún  otro  actor  se  había  de  atrever 
á  ponerlo  en  escena.  Porque  se  necesita  todo  el  entusias- 
mo que-á  V.  le  anima  por  las  glorias  del  arle  sublime  que 
profesa,  para  complacerse  en  vencer  las  dificultades  in- 
mensas que  ofrece  el  desempeño  de  caracteres  de  índole 
tan  especial  como  el  del  protagonista  de  la  presente  obra, 
y  el  de  varias  otras,  algunas  de  ellas  de  bien  escasa  im- 
portancia literaria  por  cierto,  las  cuales  ha  acreditado  V. 
para  siempre  á  la  vez  que  se  ha  hecho  inmortal  en  ellas 
por  su  admirable  ejecución.  Siladelpapeldel  payaso  Bcl- 
fegor  lo  ha  sido,  el  público  lo  dirá  por  mí:  él  acude  pre- 
suroso al  elegante  coliseo  de  la  calle  de  Toledo  hace  mu- 
chas noches,  á  reir  y  llorar  con  V.,  cubriéndole  de  fre- 
néticos aplausos  y  llamándole  á  la  escena  una  y  otra  y 
otra  vez  para  saludarle  con  Víctores  y  flores.  Y  á  fé  que 
es  un  triunfo  el  mas  legítimo  y  merecido  que  han  presen- 
ciado los  teatros!  Yo  le  felicito  á  V.  sincera  y  lealmente 


por  él,  y  me  felicito  á  mí  mismo  de  haber  contribui- 
do aunque  en  tan  pequeña  parte  al  colosal  triunfo  que 
ha  obtenido  V.  á  su  reaparición  en  la  corte. — Réstame 
únicamente  dar  á  V.  las  gracias  por  el  esmero,  propiedad 
y  lujo  con  que  el  drama  ha  sido  puesto  eu  escena;  si  bien 
esto,  sobre  no  ser  nuevo  en  los  teatros  que  hasta  el  dia  lia 
tenido  V.  á  su  cargo,  no  lo  es  tampoco  respecto  del  de  No- 
vedades, donde  los  espectáculos  se  presentan  de  un  modo 
que  formará  época  en  Madrid.  Con  esto  y  con  dar  también 
Jas  gracias  á  los  demás  actores  que  han  tomado  parte  en 
el  desempeño  de  la  obra,  y  muy  singularmente  á  la  pri- 
mera actriz  Doña  Maria  Rodríguez,  que  en  su  ingrato  pa- 
pel ha  alcanzado  aplausos  que  yo  no  esperaba,  se  despide 
deV. 


Su  apasionado  y  antiguo  amigo 


Jindoto     Lid. 


i.°  de  Diciembre  de  1857. 


EL   PAYASO, 


DRAMA  EN  CUATRO  ACTOS, 


ARREGLADO  A  LA  ESCENA  ESPAÑOLA 


DON  ISIDORO  GIL, 


Representado  en  Madrid  en  el  teatro  de  Novedades,  el  23  de  No- 
viembre de  1857. 


MADRID: 

IMPRENTA   DE   JOSÉ   RODRÍGUEZ  ,   FACTOR,    9. 


1859. 


PERSONAJES.  ACTORES. 


MAGDALENA D.a  María  Rodríguez. 

ENRIQUE,  llamado  Jacobillo .  Sta.  Rafaela  Tirado. 

FLORA D.a  María  Menendez. 

LA  SEÑORITA  DE  VERMAN- 

DOIS D.a  Vicenta  Martin. 

CATALINA D.a  María  Cruz. 

FANY D.a  Carolina  Segarra. 

JUANITA,  niña 

GUILLERMO,    conocido    por 

Belfegor,  Payaso D.  José  Valero. 

EL  DUQUE  DE  MONTBAZON.  D.  Antonio  Bermonet. 
EL  GRAN  BAILIO  DE  CLER- 

MONT ...  D.  Calixto  Boldün. 

EL  VIZCONDE  HÉRCULES...  D.  Antonio  Zamora. 
EL    CONDE    DE    CASTEL- 

BLANC D.  Lázaro  Pérez. 

BEAUMESNIL D.  Ignacio  Mur. 

EL  CABALLERO  DE  ROLLAC.  D.  Francisco  Coria. 

EL  VIDAMO  DE  ARPIÑOL..  D.  Agustín  Toscano. 
EL  COMENDADOR  DE  PUFIÉ- 

RES D.  Pedro  Mafei. 

DUPERRON D.  Eduardo  Hernández. 

JUAN  JOSON D.  Rafael  Tost. 

GRELU D.  Ceferino  Hernández. 

BELLO-AMOR D.  Ramón  Benedí . 

UN  MEDICO D.  José  Sánchez. 

UN  MOZO  DE  POSADA D.  N.  Zaragozano. 

Aldeanos  de  ambos  sexos,  Soldados,  Gendarmes,  Músicos, 
Convidados,  Máscaras,  Cazadores. 


ACTO   PRIMERO. 


Una  plaza  de  aldea  :   á  la  izquierda  la  posada :  á  la  derecha, 
una  tapia  con  setos  y  árboles  frutales. 


ESCENA    PRIMERA. 

Grelu,  Juan  Joson,  Aldeanos  de  ambos  sexos,  adornados  de 
flores. 

Grelu.  (Subido  en  una  sil  a,  delante  de  la  puerta  de  su  posada.) 
Aldeanos  de  ambos  sexos  de  la  aldea  de  Clermont,  con- 
cejo de  Landreci,  distrito  de  Marbeuf...  la  ley  os  auto- 
riza á  divertiros  hoy  b  de  Junio  de  1814,  dia  de  san  Bo- 
nifacio, vuestro  patrón;  en  su  consecuencia  os  estimu- 
lo á  remojar  la  garg&nta,  sin  reserva  ni  medida,  tenien- 
do en  consideración  que  soy  yo,  vuestro  teniente  al- 
calde, el  único  que  vende  vino  en  dos  leguas  á  la  re- 
donda. 

Ald.        ¡Viva  el  teniente  alcalde! 

Grelu.  Gracias,  hijos.  Ahora  tengo  que  leeros  un  bando  del  se- 
ñor sub-prcfecto  de  fecha  2  de  junio  de  1814. — Dice 
el  bando. — (Leyendo.)  «Que  todo  el  mundo  se  presen- 
tará con  rostro  alegre,  muy  alegre,  y  se  dirigirá  al  son 
de  una  música  no  menos  alegre,  en  busca  de  su  señoría 
el  gran  bailio  de  Clermont,  que  ha  vuelto  á  entrar  en 
Francia  tras  largos  años  pasados  fuera  del  reino;  y  el 


613075 


—  6  — 


JoSON. 

Grelu. 

JOSON. 

Grelu. 
Joson. 
Grelu. 


Joson. 
Ald. 

Otro. 

Otro. 

Joson. 

Grelu. 

Joson. 

Todos. 

Joson. 

Grelu. 


cual  se  digna  separarse  del  camino  real,  para  venir  á 
visitar  á  sus  muy  amados  subditos  y  subditas. 
A  sus  subditos  cíe  ambos  sexos. 
Joson,  te  niego  la  palabra. 
¡Si  no  he  dicho  nada! 
¡Si,  que  has  dicho! 
Cuando  digo  que  no. 

(Leyendo.)  «Y  subditas,  á  fin  de  que  tengan  la  satisfac- 
ción de  contemplar  un  instanre  á  su  legítimo  señor,  y 
puedan  prestarle  los  homenajes  debidos.» 
¡Quedamos  enterados! 

¡Que  si  quieres!  Yo  me  voy  á  cuidar  de  mis  campos 
hasta  la  hora  de  la  función. 
Yo  á  escardar  el  huerto. 
Yo  á  recoger  mis  vacas. 
Pues  yo  me  voy  á  comer  un  tasajo. 
(Gritando.)  No  hay  que  marcharse  ninguno. 
Volveremos  para  la  función. 
Si,  si,  para  la  función. 

¡Ea,  venid  vosotros!...  ¿Pero  quiénes  son  esos  que  lle- 
gan? ¡qué  fachas!  mirad,  mirad. 
Es  el  gran  bailío  y  los  que  le  acompañan...  ¡Vamos! 
vamos  á  su  encuentro.  (Todos  los  aldeanos  se  escapan.) 
¿Qué  es  esto?  ¡me  dejan  plantado!,. .  (A  los  mozos  de  la 
posada.)  Pronto,  vosotros,  id  en  busca  de  esos  viaje  - 
ros...  que  al  menos  no  pierda  yo  mi  parroquia.  (Vánse 
iodos.) 


ESCENA  II. 

Castel-Blanc,  Clermont,  El  Vidamo,   la  Señorita  Verman- 
dois,  Hércules  de  Montbazon. 


Clerm.  Por  aqui,  por  aqui ,  señora...  he  divisado  á  mis  caros 
aldeanos  que  venían  precipitadamente  hacia  nosotros. 

Verm.  Pues  yo  no  veo  por  aqui  á  ninguno  de  esos  caros  al- 
deanos. 

Cast.  Mas  trazas  tienen  de  huir  de  nosotros  por  lo  que  voy 
viendo. 

Vidam.     Si,  de  huir  de  nosotros...  lo  mismo  iba  yo  á  decir. 

Herc.       En  efecto...  creo...  (Subiendo  hacia  el  foro.) 

Verm.      Aqui,  Hércules.  (Llamándole.) 


—  7  — 

Herc      ¡Si,  abuelita!  (Volviendo  deprisa.) 

Verm.  Si  es  este  el  recibimiento  que  os  hacen  vuestros  Va- 
sallos... 

Clerm.  Ya  habéis  visto  los  preparativos  de  la  función,  flores, 
guirnaldas...  Estas  pobres  gentes,  como  las  hemos  co- 
gido desprevenidas  nos  preparan  sin  duda  alguna  sor- 
presa, algún  refresco  servido  por  las  muchachas  mas 
lindas  del  lugar.  ¡Jé!  ¡jé!  mis  dominios  estaban  plaga- 
dos en  otro  tiempo  de  muchachas  muy  lindas  y  muy 
virtuosas. 

Herc      ¿Conque  lindas,  eh?  (Se  dirige  hacia  el  foro.) 

Verm.      Aqui,  Hércules- 

HüRC      ¡vSi,  abuelita! 

Verm.  ¡Libertino!  acordaos  que  hasta  dentro  de  un  mes  no 
cumplis  los  veinte  y  un  años,  y  que  hasta  entonces  yo 
respondo  al  duque  de  Montbazon  de  vuestra  conducta. 

Herc.      Si,  abuelita. 

Cast.  Conque  en  fin,  señores,  hétenos  ya  otra  vez  en  nuestra 
hermosa  Francia.  Tengo  curiosidad  de  saber  lo  que  ha 
hecho  de  ella  el  tal  Bonaparte. 

Verm.  Pero  decid,  señores...  ¿nos  vamos  á  estar  mucho 
tiempo  aqui? 

Clerm.    No  por  cierto,  vamos  ámi  castillo. 

Verm.  Es  que  está  haciendo  un  calor  insufrible...  Yo  me  mue- 
ro de  sed. 

Clerm.  ¿Por  qué  no  lo  habéis  dicho  antes,  señorita?  ¡Hola!  ¿no 
hay  nadie  por  aqui? 

ESCENA  III. 

Dichos,  Grelu.  A  poco  Joson. 

Grelu.  Aqui  estoy  yo...  (Volviendo  con  atavíos  de  posadero.) 
¡aqui  estoy  yo!...  (Quitándose  el  gorro.)  ¿Qué  hay  para 
servir  á  los  señores? 

•Clerm.    Asi  me  gusta.  Pronto,  un  refresco  para  esta  señorita. 

Grelu.    Volando,  monseñor. 

Clerm.  Ya  veis  como  son  mis  vasallos.  ¡Eh!  ¿pero  á  qué  espe- 
ramos?... estoy  en  mis  dominios...  y  puedo  ofreceros 
cualquiera  fruta  de  estas  que  veo  en  los  árboles...  (Se 
dirige  á  cogerla.)  Justamente,  aqui  hay  uno  cargado  de 
ella.  (Tira  de  una  rama  que  cuelga  por  cima  de  la  tapia.) 


—  8  - 


Joson.      ¡Eh!  cuidado  con  tocar  eso.  (Apareciendo  en  lo  alto  de  la 
■  tapia.) 

Clerm.    ¡Cómo!  truhán,  te  atreves... 

Joson.  Este  huerto  es  mió,  y  la  fruta  por  lo  consiguiente...  y 
al  primero  que  se  acerque  á  cogerla,  le  arrimo  un  tran- 
cazo que  le  descrismo. 

Todos.     ¡Insolente! 

Vid.  (Con  mucha  calma,  y  tomando  un  polvo.)  ¡Insolente!  esa 
es  la  palabra. 

Berc.       ¡Rústico!  ¡villano!  (Yendo  á  él.) 

Joson.      ¿El  qué?  ¿el  qué?  (Amenazándole  con  la  horquilla.) 

Verm.      ¡Hércules,  aqui,  Hércules! 

Herc.      Pero  abuelita... 

Cast.  Vamos,  vamos,  veo  que  son  muy  divertidos...  vuestros 
vasallos,  señor  bailio;  creo  decididamente  que  nos  cos- 
tará trabajo  desarraigar  de  Francia  lo  que  ha  plantado 
el  tal  Bonaparte. 

Clerm.  ¡Bobada!.,  ese  aldeano  es  un  mal  criado;  pero  afortu- 
nadamente, este  que  parece  un  buen  hombre,  trae  ya 
el  refresco. 

Grelu.    Aqui  está  el  agua  y  azúcar  para  esta  señora. 

Verm.      ¡Señorita,  que  soy  soltera!  (Toma  el  vaso  y  bebe.) 

Grelu.     Por  muchos  años,  señorita. 

Verm.      Bien  está,  andad...  Gracias,  buen  hombre. 

Grelu.     ¡Oh!  ¡no  hay  de  qué!  son  diez  sueldos  no  mas. 

Clerm.     ¡Cómo!  ¡diez  sueldos! 

Todos.     ¡Diez  sueldos! 

Clerm.  ¡Cómo  se  entiende!  pedirme  diez  sueldos  por  un  vaso 
de  agua  en  mis  dominios! 

Grelu.     ¡Vuestros  dominios! 

Clerm.  Si  por  cierto,  y  vas  á  conducirme  ahora  mismo  á  mi 
quinta. 

Grelu.  ¡Ah!  perdonad  la  curiosidad,  ¿sois  vos  entonces  el  se- 
ñor gran  bailio? 

Clerm.     El  mismo. 

Grelu.  Pues  entonces,  me  habréis  de  perdonar,  señor  gran 
bailio  difunto... 

Clerm.     ¡Cómo,  difunto! 

Grewj.  No,  señor  ex-gran  bailio,  he  querido  decir...  me  ha- 
bréis de  perdonar  que  os  haga  presente  que  aqui  ya  no 
tenéis  ningunos  dominios,  ni  tierras,  ni  cosa  que  lo 
valsa. 


—  9  — 


Grelu. 
Clerm. 

JOSON. 

"Verm. 

Grelu. 

Oast. 

Joson. 

Cast. 

Grelu. 

Verm. 


¡Cómo!  ¿pues  y  mis  casas  de  labranza?  ¿y  mi  quinta?  ( 
Las  casas  pertenecen  al  señor  sub-prefecto,  y  la  quin- 
ta ha  sido  destruida. 
¡Destruida  mi  quinta! 
No  ha  quedado  cíe  ella  mas  que  el  palomar. 
¡Un  palomar!.,  tengo  por  todo  dominio  un  palomar! 
(Que  se  ha  quedado  encima  de  la  tapia.)  ¡Y  ese  es  mió, 
cuidado  con  ella! 
¡Tuyo! 

¡Como  que  tengo  en  él  una  cria  de  conejos! 
¡Pero  esto  es  inaudito! 
Nos  han  puesto  la  Francia  desconocida. 
Es  escandaloso.  (Riendo.) 

(Con  calma  y  tomando  un  polvo.)  Escandaloso,  esa  es  mí 
opinión. 

¿Pero  qué  vamos  á  hacer? 

Creo  que  lo  mas  prudente  será  meternos  en  una  posada. 
Aqui  hay  una  excelente...  y  en  la  que  tienen  de  comer 
de  todo. 

De  todo...  (Dirigiéndose  hacia  la  posada.) 
Aqui,  Hércules.  (Hércules  vuelve.)  ¿Donde  está  el  posa- 
dero? 
Soy  yo. 

Mandad  que  nos  preparen  las  mejores  habitaciones. 
¡Habitaciones!.,  es  que  no  tengo  mas  que  tres  piezas. 
Pues  bien,  nos  acomodaremos  en  ellas. 
Es  que  están  tomadas. 
¿Tomadas  las  tres? 

Por  una  señora  que  ha  llegado  esta  mañana. 
Entonces  quiero  ponerme  en  camino  inmediatamente. 
¿Y  yo  que  he  despedido  los  caballos  que  nos  han  traído? 
¿Hay  aqui  maestro  de  postas? 
El  maestro  de  postas  soy  yo. 
¡También  esa! 

(Sobre  la  tapia.)  Y  yo  soy  el  postillón,  para  servirle. 
Pues  enganchad  corriendo. 
No  puedo. 

¡Cómo  que  no  puedes! 

¡Cuando  dice  que  no  puede!  (Gritando  y  sobre  la  tapia.) 
¿No  tenéis  caballos,  por  ventura? 
Si  señor,  tengo  todavía  cuatro. 
Pues  entonces... 


-  10  - 

Grelu.  Pero  están  comprometidos  con  la  señora  de  esta  ma- 
ñana. 

Todos.     ¿También? 

Verm.  Que  esa  señora  sp  contente  con  dos,  y  que  nos  deje  los 
otros;  vos  elegiréis. 

Grelu.     No  puede  ser,  me  los  ha  pagado  ya. 

Joson.      Con  postillón  y  todo.  (Id.) 

Verm.  Se  os  obligará  á  que  los  deis;  nos  dirigiremos  á  la  au- 
toridad; porque  aquí  habrá  una  autoridad? 

Grelu.     Hay  un  alcalde,  señorita. 

Todos.     ¡Un  alcalde! 

Grelu.  Un  alcalde  que  está  ausente;  pero  en  su  lugar  ha  que- 
dado el  teniente. 

Clerm.    ¿Cómo  habéis  dicho? 

Grelu.     ¡El  teniente! 

Clerm.     ¿Pues  qué,  es  de  tropa? 

Joson.      El  teniente  alcalde!  (Gritando  desde  la  tapia.) 

Verm.  Se  llamará  asi  ahora...  ¿Y  dónde  está  ese  teniente  al- 
calde? nos  dirigiremos  á  él,  y  veréis  como  os  obliga. 

Grelu.     El  teniente  alcalde,  soy, yo. 

Todos.     ¡El! 

Verm.      ¡Siempre  él! 

Joson.  (Desde  la  tapia.)  Y  yo  soy  el  guarda,  y  por  eso  echo 
mano  á  los  que  roban  la  fruta. 

Verm.      ¿Qué  va  á  ser  de  nosotros?  ¿qué  vamos  á  hacer? 

Grelu.  Si  esa  señora  quisiera  cederos...  Mirad,  aqui  viene  jus- 
tamente... arreglarse  con  ella...  yo  me  vuelvo  á  mi 
cocina... 

Joson.  Y  yo  voy  aqui  á  la  vuelta  á  echar  un  trago.  ¡  Cuidado  coe 
tocarla  fruta!  (Desaparece.) 


ESCENA  IV. 

Dichos,  Flora. 

Flora.  ¿Es  de  mí  de  quien  se  hablaba? 

Cast.  ¡Preciosa  muchacha! 

Herc  Preciosa  muchach...  (Yendo  á  ella.) 

Verm.  Aqui,  Hércules. 

Herc  Si,  abuelita.  (Volviendo.) 

Flora.  (Vaya  unas  figuras!)  (Riendo.) 

Cast.  Perdonad,  señora,  de  vos  era. en  efecto  de  quien  habla- 


—  11  — 

ban  estos  caballeros  con  la  señorita  de  Vermandois.   , 
(¡Ya  estoy!.,  son  emigrados  que  vuelven  á  los   años 
mil...)  Señorita.  (Haciendo  una  reverencia.) 
Señora...  (Devolviéndosela .) 
¿Puedo  saber  lo  que  se  hablaba  de  mí? 
Nada...  que  voso  ¡  habéis  apoderado,  señora,  de  todos  lo 
cuartos  déla  posada,  y  de  todos  los  caballos  de  posta. 
Es  verdad,  me  carg...  me  incomoda  mucho  la  vecindad 
en  los  cuartos  de  las  posadas;  y  me  gusta  hacer  muy 
deprisa  los  viajes. 
¿Volvéis  como  nosotros? 
Si,  vuelvo...  de  paseo. 

Perdonad,  no  es  eso  lo  que  ha  querido  decir  mi  amigo  • 
¡Ahí 

Deseamos  saber  si  esta  señora,  aprovechando  la  caida 
de  ese  usurpadorzuelo... 
¿Cómo  decis? 

De  ese  usurpadorzuelo...  de  Napoleón. 
(¡Ah!  asi  tratas  tú  al  grande  hombre...  Ahora  verás!) 
Deseamos  saber  si  esta  señora  vuelve  ahora  á  Francia, 
y  si  es  de  clase. 

Yo  lo  creo.  (Y  de  clase  que  calza  muy  estrecho.) 
¿Esta  señora  es  condesa? 
No. 

¿Duquesa? 
No. 

¡Princesa!!! 

(¡Princesa!  algunas  veces  hacemos  ese  papel  en  las 
óperas.)  ¿Princesa?  Si  señora. 
¡Señora!  (Haciendo  la  reverencia.) 
¡Señora!  (Id.) 
Señores...  (Cómicamente.) 
¿Es  heehicera,  no  es  verdad? 
¡Adorable! 

¡Oh!  si  adora...  (Dirigiéndose  á  ella.) 
¿Qué  es  eso,  Hércules? 

Si,  abuelita.  (Volviendo.)  (Ya  me  va  fastidiando  abue- 
lita.) 

Por  si  os  queda  algún  escrúpulo,  y  como  es  bueno  co- 
nocerse, yo  me  llamo  Rosalía  Rosalba  de  Vermandois 
del  capítulo  noble  del  ducado  de  Beaumont. 
Pues  entonces,  creo  que  nos  entenderemos. 


—  12  — 


Herc. 
Todos. 
Verm. 
Flora. 


Todos. 
Flora. 
Cast. 

Verm. 

Herc. 

"Verm. 

Herc. 

Verm. 

Todos. 

Flora. 

Cast. 

Flora. 

Cast. 

Flora. 

Cast; 
Flora. 

Cast. 


¡Mejor  que  mejor! 
¡AL! 

¿Conque  consentís? 

En  cederos  dos  asientos?..  Si  por  cierto.  Pero  por  miedo 
de  que  no  os  quede  algún  escrúpulo,  y  como  es  bueno 
conocerse,  yo  me  llamo  Není  Flora,  por  otro  nombre  la 
Cemargó,  bailarina  del  teatro  imperial  de  la  Grande 
Ópera. 
¡Bailarina! 

¡Já!  ¡já!  ¡já!  (Riendo.) 
Conque...  bailarina...  ¡Já!  ¡já!  ¡já!  (Id.)  i 
¡Ob!  ¡qué  horror!  (Éntrase  en  la  posada.)  Venid  con- 
migo, Hércules. 

(Quedándose  y  acercándose  á  Flora.)  ¡Hola!  conque  las 
bailarinas  son  asi,  t;¡n  bonitas. 
(Volviendo  encolerizada.)  ¿Qué  es  eso?  ¿qué  es  eso,  Hér- 
cules? 

Si,  abuelita.  (Corriendo.  La  sigue.) 
Venid,  señores,  venid. 
¡Una  bailarina!  (Vánse  todos  menos  Castel.) 
Los  he  puesto  en  dispersión  con  una  palabra. 
Por  Dios  que  la  broma  ha  sido  buena. 
¿Qué  es  eso?  ¿no  os  causo  miedo  á  vos? 
Yo,  hermosa  mia,  no  acostumbro  á  tener  miedo...  ni 
aun  de  una  mujer  bonita. 

Veo  que  valéis  mas  que  ellos...  y  os  ofrezco  por  lo  tan- 
to uno  de  mis  caballos. 

Yo  viajo  á  la  ligera,  y  acepto  con  sumo  gusto. 
Celebro,  caballero,  esta  ocasión  que  se  me  presenta  de 
poder  complaceros. 

Señorita,  mil  gracias.  (La  coge  de  la  mano  y  la  acompa- 
ña hasta  la  puerta.  Óyese  dentro  el  ruido  de  un  carruaje, 
y  gritos  de  alegría.) 


ESCENA  V- 

Grelu  saliendo,  Castel-Blanc. 

Grelu.     ¿Qué  es  lo  que  pasa?   j 
Cast.       ¿Qué  ruido  es  ese? 

Grelu.    (Que ha  subido  á  mirar.)  ¡Ah!  es  una  cuadrilla  de  sal- 
timbanquis que  vienen  para  la  función...  Voy  á  ínter- 


—  13  — 

rogarles. 

Cast.       ¿A  interrogarles?  « 

Grelu.  Si  por  cierto;  ó  soy  ó  no  soy  teniente  alcalde.  Es  que, 
habéis  de  saber,  que  en  estos  momentos  hay  que  an- 
dar muy  listos,  porque  nos  han  dicho  que  van  á  entrar 
por  la  frontera  una  bandada  de  picaros  que  son  muy 
sospechosos.  Aqui  tengo  la  lista,  mirad:  «Lacour,  Mar- 
grat,  Lavarennes.»  (Leyendo.) 

Cast.  Lavarennes,  que  vendió  primero  al  ejército  republicano 
y  luego  al  ejército  de  Conde...  sentenciado  á  muerte 
en  1794  por  haber  robado  y  asesinado  al  pagador  del 
ejército  realista. 

Gp.elu.     Ese  mismito. 

Cast.  Procurad,  si  podéis  echar  la  mano  á  ese.  Era  un  bribón 
temible  por  lo  osado  y  astuto.  (Óyese  nueva  algazara 
dentro,  y  acuden  muchos  aldeanos.) 

ESCENA  VI. 

Dichos.  Aldeanos,  Belfegor,  Magdalena,  Enrique,  la  Niña, 
Bello-Amor,  y  tres  músicos  vestidos  de  encarnado.  Belfegor  apa- 
rece rodeado  de  su  familia  y  comparsa,  en  unaberlina  vieja  descu- 
bierta, tirada  por  un  caballo  blanco.  El  carruaje  se  detiene  en  medio 
del  teatro.  Belfegor  se  levanta  y  salada. 

Belf.  Llama  á  la  gente,  Jacobillo.  (En  pié.  Enrique  hacesonar 
el  tamboron  y  los  timbales.  Los  otros  tocan  el  clarinete. 
Acuden  á  la  escena  otros  muchos  aldeanos  )  Señores  y  se- 
ñoras, aldeanos  y  aldeanas,  con  permiso  del  señor  pre- 
fecto, del  señor  alcalde  y  del  señor  celador  de  montes... 
¡Saluda,  Jacobillo! 

Enr.  Si,  maestro.  (Dando  un  toque  de  timbal,  y  contestando 
con  voz  chillona.) 

Belf.  Con  el  permiso  de  las  respetables  autoridades  susodi- 
chas, vamos  á  tener  el  honor  de  ejecutar  en  vuestra 
presencia  nuestros  inimitables  trabajos!..  Trabajos  de 
gracia,  elegancia  y  destreza,  ejercicios  maravillosos,  que 
han  causado  la  admiración  de  todas  las  cortes  extranje- 
ras... Saluda,  Jacobillo. j 

Enr.        Si,  maestro.  (Id.) 

Belf.       Ejercicios  que  nos  han  valido  los  sufragios  de  todas  las 


—  14  - 

testas  coronadas;  ejercicios,  finalmente,  por  los  cuales 

•  somos  llamados  en  estos  momentos  por  el  emperador  de 

Marruecos.  Pero  habiendo  sabido  que  es  boy  la  fiesta 
de  este  pueblo,  hemos  desatendido  al  marroquí  por  los 
amables  habitantes  del  concejo  deLandrecí...  Vuelve  á 
saludar,  Jacobillo. 

Enr.        Si,  maestro. 

Belf.  Venimos  á  ofreceros  igualmente  sesiones  de  ventrilo- 
quia, de  nigromancia,  de  quiromancia,  de  cartoman- 
cia, llamada  por  otro  nombre  la  buena  ventura!  Anun- 
ciaremos á  todas  las  solteras  el  año,  mes,  semana,  dia 
y  hora  de  su  próximo  casamiento,  y  á  los  mozos  el  nú- 
mero que  han  de  sacar  en  la  quinta.  ( Vuelve  á  sonar 
la  música.) 

Amor.  (Leyendo  un  cartel.)  «La  función  comenzará  á  las  dos  por 
una  representación  extraordinaria  de  los  juegos  indios,  y 
de  los  doce  trabajos  de  Hércules  del  inimitable  Belfe- 
gor,  y  terminará  por  vuestro  servidor,  la  ilustre  vaca 
marina,  aqui  presente,  que,  después  de  haber  hablado 
el  chino,  el  árabe,  el  kalmuco,  en  una  palabra,  treinta 
y  cuatro  lenguas  diferentes,  os  hará  ver  que  no  sabe  la 
suya. 

Belf.  ¡Adelante  con  la  música!  (Música  general;  los  aldeanos 
aplauden.  Belfegor  se  echa  fuera  del  carruaje,  y  hace  ba-> 
jar  á  su  mujer  y  á  sus  hijos,  besando  a  estos  al  ponerlos 
en  el  suelo.)  ¡Bello-Amor! 

Amor.      ¡Grande  hombre!  (Acercándose.) 

Belf.  Manda  desenganchar  á  Babieca,  y  procura  que  le  tra- 
ten con  todos  los  miramientos  que  se  merece. 

Amor.  Si,  grande  hombre.  (Hace  seña  á  un  mozo  de  la  posada 
que  le  ayuda  á  desenganchar  el  caballo.) 

Belf.  ¡Tened,  por  Dios,  mucho  cuidado  con  mi  pobre  Babie- 
ca!., es  después  de  mi  mujer  y  mis  hijos  lo  que  mas 
quiero  en  el  mundo. 

Cast.  Señor  teniente  alcalde,  estas  buenas  gentes  no  tienen 
nada  de  sospechoso. 

Grelu.  ¿Quién  sabe?  mi  obligación  es  examinarlos,  (d  Belfegor 
con  mal  modo.)  ¡Acercaos  aqui!..  ¿Vuestros  papeles? 

Belf*       Es  al  señor  prefecto  á  quien  tengo  el  honor  de...   (Con 
■  respeto.) 

Grelu.  (Mas  afectuoso.)  No  soy  el  prefecto  precisamente;., 
soy... 


—  15  — 

Belt.       ¿El  señor  sub-prefecto?..  Jacobillo,  ven  aquí' y  salu- 
da... saluda,  hijo  raio.  • 
Si,  maestro. 
Está  bien.  {Halagado.) 
Y  vos  también,  señorita.  (A  lamina.) 
Si,  papá.  (Haciéndole una  reverencia  graciosa.) 
Muy  bien...  está  muyuien...  parecen  buenas  gentes. 
Creo  que  estos  informes  bastarán  al  señor  sub-prefecto... 
Yo...  si.  .  si..  ¿Tenéis  ahí  vuestro  pasaporte? 
Si  señor,  vedlo. 

Aguardad,  tenemos  que  presentarle  en  la  alcaldía. 
Durante  ese  tiempo,  Guillermo,  yo  voy  á  entrar  en  la 
posada  para  que  descansen  los  niños. 
Eso  es,  Magdalena ,  recoge  á  los  niños,  recógete  tú 
también,  y  uo  te  olvides  de  mi  pobre  Babieca,  que  ha 
hecho  hoy  nueve  leguas. 
Descuida. 

Hasta  después,  mujercita  mia.  (Magdalena  y  los  niños  se 
meten  en  la  posada:) 

¿Sabéis,  buen  hombre,  que  tenéis  una  mujer  muy 
linda? 

¡Y  si  supierais  qué  buena  es!.,  os  dirk  que  es  la  alegría 
de  la  casa,  [Riendo.)  si    nosotros  tuviésemos  casa... 
¡Pero  andad!.,  eso  no  quita  para  que  seamos  felices^ 
¡Felices!...  ¿vosotros  sois  felices? 
Sin  dejarlo  de  ser  un  solo  dia. 
¿A  pesar  de  la  vida  que  lleváis? 
Por  lo  mismo  que  llevamos  esta  vida,  al  contrario.  So- 
mos cuatro  ,  lo  cual  hace  que  cada  uno  de  nosotros 
tenga  tres  para  quererle  :  cuando  uno  de  los  cuatro  rie 
y  canta ,  todos  los  demás  cantan  y  rien ,  sin  preguntar 
por  qué...  y  á  no  ser  por  la  pequeñuela,  que  la  tene- 
mos delicada  y  enfermiza,  no  hubiéramos  sabido  nunca 
lo  que  es  nn  instante  de  tristeza.  (Da  besos  á  la  niña 
Juanita,  que  viene  á  traerle  un  vaso  de  vino.) 
¡Pero  las  fatigas,  los  viajes! 

¡Los  viajes!  ¡pues  si  en  ellos  está  el  fondo  de  nuestra 
alegría!  Nosotros  nos  parecemos  á  una  bandada  de  pá- 
jaros, que  echan  á  volar  asi  que  el  cierzo  ó  el  fastidio 
sopla  por  algún  lado...  y  como  para  hacer  alto  escoge- 
mos la  fiesta  del  santo  patrón  de  cada  pueblo,  adonde 
quiera  que  llegamos  encontramos  tan  solo  caras  risua- 


Cast. 
Belf. 
Grelu. 

Belf. 


—  16  — 

ñas  y  trajes  de  gala  para  recibirnos...  Por  la  noche, 
cuando  se  ha  recogido  algún  dinero,  cenamos  alegre- 
mente, dando  gracias  á  Dios  por  lo  que  hemos  ganado 
durante  el  dia ;  y  si  lo  que  se  ha  recogido  ha  sido  poco, 
no  por  eso  dejamos  de  darle  las  gracias  también  por  lo 
que  hemos  de  ganar  al  dia  siguiente. 
¡Bravo!  sois  un  gran  filósofo.  (Riendo.) 
¡Yo!  yo  soy  un  pobre  payaso. 
Vamos  á  la  alcaldía. 

Si,  señor  prefecto  ,  estoy  á  vuestras  órdenes.   (Vánse 
Grelu  y  Belfegor  por  el  foro  derecha.) 


ESCENA  Vil- 

Castel,  Hercules. 

HiiRc.  (Saliendo  por  el  foro  izquierda.)  Vamos,  está  visto,  no 
podemos  marcharnos. 

Cast.       ¿De  dónde  bueno,  vizconde? 

Herc       ¿Yo?...  vengo  de  caza. 

Cast.       ¿De  caza? 

Herc.  Si,  ando  á  caza  de  caballos.  Abuelita  me  ha  hecho  re- 
correr todos  los  caseríos  para  ver  si  encuentro  con  qué 
pueda  continuar  su  viaje...  pero  no  he  encontrado 
nada. 

Cast.  Pues  yo  he  sido  mas  dichoso  que  vos,  gracias  alas 
gracias  de  la  bella  bailarina...  Buena  suerte  y  hasta  la 
vista. 

Herc.  ¡Señor  conde!  (Saludando.  Váse  Castel.  Hércules  le 
acompaña  hasta  la  salida.) 


ESCENA  VIII. 

Hercules,  Flora. 

Flora.    ¡Oiga!  (Saliendo  de  la  posada.) 

Herc.      ¡Calle!  (Volviéndose.)  es  la  preciosa  bailarina. 

Flora.    ¡Es  el  señorito  tonto  de  hace  poco!  (Hércules  la  saluda, 

y  se  dirige  hacíala  posada.)  ¿Qué  es  eso?  ¿también  me 

tenéis  miedo  vos? 
:Herc¿¿  ¡Miedo!...  no...  si...  no...  quiero  decir...  es  abuelita  la 

que  me  da  miedo...  tengo  miedo  de  que... 


—  17  — 


Flora. 

Hk.rc. 

Flora. 

Herc. 

Flora. 

Herc. 

Flora. 

Herc. 

Flora. 

Hsrc 

Flora. 


Herc. 

Flora. 

Herc. 
Flora. 

Herc. 

Flora. 

Herc. 

Flora. 

Herc. 

Flora. 

Herc. 

Flora. 

Herc. 

Flora. 

Herc. 

Jo son. 

Herc. 

Flora. 

Verm. 

Herc. 

Verm. 

Herc. 

Verm. 


¿De  que  abuelita  os  vea  hablar  conmigo?...  , 

Si,  señora.  (Turbada) 
¡Abuelita  es  una  necia! 
Creo  que  si,  señora. 
Que  os  trata  como  á  un  cbicuelo. 
Creo  que  si,  señora. 
Pero  vos  sois  un  hombre... 
Creo  que...  si,  señora.  (Conmucha  viveza.) 
Pues  bien,  es  preciso  enviar  (•  paseo  á  abuelita. 
(Con  candor.)  Yo  la  enviaría  con  mucho  gusto,  señora. 
Y  por  mi  parte,  deseo  darle  una  lección  por  el  modo 
que  ha  tenido  de  tratarnos  á  Napoleón  y  á  mí.  ¿Que- 
réis ayudarme  á  ello? 

Yo  bien  quisiera...  (Titubeando.)  pero  se  entiende  que 
no  es  por  Napoleón 
¿De  veras?  (S'onriéviose  ) 

Confieso  que  me  gustáis  mas  que  ese  grande  hombre. 
Entonces,  para  deshaceros  de  abuelita  y  vengarme  de 
ella  al  mismo  tiempo,  no  hay  mas  que  un  medio. 
¿Cuál? 
Robadme. 

¡Cómo!  ¿robaros  el  que?  (Con  tono  simplón.)  ¿eh?  Pero 
si  no  tengo  caballos. 
Tomáis  los  mios. 
Si  no  tengo  coclie. 
Tomáis  el  mió. 
No  tengo  criados. 

Pues  bueno,  me  robáis  con  mis  caballos ,  mi  coche  y 
mis  criados. 

Voy  á  pedir  dinero  á  abuelita.   (Dirigiéndose  hacia  la 
posada.) 

¡Cómo!...  ¡Aqui,  Hércules!  ¡Pero  estáis  loco! 
No  del  torio  aun  ;  pero  creo  que  lo  estaré  en  el  camino. 
El  carruaje  está  esperando,  señora.  (De  postillón.) 
Vamonos:  ea,  vamonos...  vamonos! 
Partamos.  (Hércules  la  coge  del  brazo.) 
{Dentro.)  ¡Hércules!  ¿Pero  dóndo  ha  ido?  ¡Hércules! 
Si,  abuelita.  (Con  Flora.) 

¡Hércules  !   ¡qué  veo  !  (Desde  la  ventana.)   Aqui ,  Hér- 
cules. 

No  puedo,  abuelita...  estoy  haciendo  un  rapto. 
¡Insolente!  ¿y  te  atreves?...  ¡ah! 


—  18  — 

(Desaparece  de  la  ventana.  Hércules  y  Flora  se  escapan 
por  la  izquierda.  Oyese  un  gran  ruido  en  el  foro.  Magda-- 
lena  ha  salido  de  la  posada  para  ver  lo  que  pasa.) 

ESCENA  IX 

Magdalena,  Castel,  el  barón  de  Rollac,  Belfegor,  Grelu, 

Aldeanos. 

Mag.  ¿Qué  es  lo  que  pasa?...  ¡Tanta  gente!  parece  una  dis- 
puta; ¡y  Guillermo,  mi  marido,  eu  medio  de  todos  esos 
hombres!...  ¡Dios  mió!  ¡Ah!  (Dando  un  grito.  Todos  sa- 
len á  la  escena.) 

Grelu.  (A  los  aldeanos.)  Vamos ,  vamos ,  nada  de  grupos ,  ú  os 
hago  arrestar  á  todos  por  el  guarda.  (A  Belfegor.)  Vos 
os  habéis  portado,  y  ahí  tenéis  el  permiso  para  darfun- 
ciones,  valiente  Belfegor. 

Rollac.  ¡Belfegor! 

Belf.      Muchas  gracias,  señor  magistrado. 

Rollac.  (Aparte.)  Belfegor  es  el  hombre  que  yo  busco.  (Habla 
bajo  á  Grelu.) 

Mas.        Guillermo,  ¿pero  qué  ha  sucedido? 

Belf.  Hija,  la  cosa  no  ha  durado  mucho;  pero  yo  no  creí  que 
tenia  tanta  fuerza. 

Cast.  Vuestro  marido,  señora  ,  acaba  de  tomar  bizarramente 
nuestra  defensa. 

Rollac,  La  verdad  es  que  ha  venido  á  nuestro  socorro  muy  á 
tiempo. 

Mag.       Pero  en  fin... 

Cast.  Hé  aqui  el  caso.  El  señor  (Señalando  á  Rollac.)  ha  teni- 
do una  quimera  con  unos  campesinos,  y  como  eran 
cuatro  contra  él ,  yo  emprendí  con*  los  cuatro  á  lati- 
gazos. 

Belf.  Llego  yo  á  este  tiempo ,  y  me  veo  á  estos  dos  señores 
rodeados,  no  ya  de  cuatro,  sino  de  ocho  hombres... 
ocho,  armados  de  palos  y  horquillas,  jurando  acabar 
con  los  dos...  Y  como  el  señor  me  habia  hablado  antes 
con  bondad  é  interés,  del  mismo  modo  que  él  empren- 
dió con  los  cuatro,  emprendí  yo  con  los  ocho...  Pero 
figúrate,  Magdalena,  que  lo  mas  particular  ha  sido  que 
á  cada  puñetazo  que  yo  arrimaba  venia  un  hombre  al 
suelo,  como  si  fuera  de  cartón  ;  de  tal  modo,  que  á  los 


—  19  - 

cíqco  minutos  los  ocho  estaban  patas  arriba,  mirándo- 
me como  una  maravilla  ó  un  fenómeno.  Y  el  mas  asom- 
brado de  todos  era  yo;  yo ,  que  por  vez  primera,  á  mi 
edad,  acababa  de  descubrir  que  tengo  la  resistencia  de 
un  toro,  la  fuerza'de  un  león...  Oye,  mujercita,  ya  no 
me  voy  á  atrever  á  estrecharte  entre  mis  brazos. 

Mag.       ¡Mi  buen  Guillermo!  ¿Pero  no  estás  herido? 

Belf.  Es  que  yo  me  creía  como  todo  el  mundo,  yo  que  jamás 
he  reñido  con  nadie...  ¡  Ay,  Dios  mió,  y  mis  hijos!  tal 
vez  los  habré  hecho  daño  cuando  para  adiestrarlos  les 
he  estirado  las  piernecitas  y  los  brazos.  (Temblando.)  Y 
mi  pobre  pequeñuela  quizás  por  eso  eslé  tan  pálida  y 
tan  enclenque...  ¡Oh!  si  no  fuera  asi,  Magdalena... 

Cast.      (¡Excelente  hombre!) 

Mag.  No.  no,  ya  sabes  que  nació  delicada;  sabes  que  enton- 
ces... 

Belf.  Entonces...  si,  es  verdad,  yo  no  la  cogia  en  brazos  sino 
para  acercará  mis  labios  su  carita  de  ángel...  ¡Ah!  no 
importa,  ya  no  me  atreveré  á  tocar  á  mis  hijos,  tendré 
miedo  de  lastimarlos  sin  querer.* 

Mag.       Sosiégate-,  yo  respondo  de  tí. 

Belf.  Ea ,  vamos  ;  aqui  tengo  ya  el  permiso ,  preparemos  la 
barraca.  (Belfegor  y  Magdalena  se  dirigen  á  la  carretela, 
bajan  los  timbales  y  diversos  objetos.) 

Rollac.  A  mí  solo  me  resta  dar  las  gracias  por  su  generoso  auxi- 
lio al  señor  conde  de  Castel-Blanc. 

Cast.  Y  decidme,  señor  mió,  á  quién  tengo  el  honor  de  ha- 
blar. 

Rollac  Me  llamo  el  barón  de  Rollac. 

Cagt.      ¡El  barón  de  Rollac!...  ¿.Venis  de  América? 

Rollac.  Si. 

Cast.  ¿No  murió  en  vuestros  brazos,  en  Alemania,  el  marqués 
de  Montbazon? 

Rollac.  Si...  si,  en  mis  brazos  murió...  (Algo corlado.)  verdad  es. 

Cast.      Pues  yo  os  he  visto  antes  de  ahora,  caballero... 

Rollac  ¡Cómo!  vos  me  habéis...  (Con  un  movimiento .) 

Cast.  Erais  muy  joven  entonces  ,  un  niño  casi ,  cuando  aca- 
babais de  llegar  al  ejército  de  Conde. 

Rollac  Cierto  que  si... 

Cast.  Hará  veinte  años  de  esto...  Confieso  que  no  os  hubiera 
conocido. 

Rollac  Nada  tiene  de  extraño...  la  edad  y  mi  larga  permanen- 


—  20  — 

cia  en  América... 

Cast.  Los  Montbazon  tendrán  sumo  gusto  en  conoceros...  yo 
soy  de  la  familia,  cuñado  del  marqués,  y  aqui  tenéis  en 
esta  misma  posada  á  la  señorita  de  Vermandois,  su  tia, 
y  al  joven  vizconde  de  Montbazon,  su  sobrino. 

Rollac.  ¿Que  sois  pariente  de  los  Montbazon  decis? 

Cast.       Si. 

Rollac.  ¡Ah!  me  felicito  de  este  encuentro.  Decid ,  entonces  sa- 
bréis que  el  pobre  marqués  de  Montbazon ,  que  m  urió 
en  mis  brazos  dejó  un  sucesor,  una  bija. 

Cast.  Una  bija,  en  efecto  ,  que  desapareció  siendo  muy  pe- 
queña, durante  la  revolución ,  y  que  desde  entonces 
hemos  buscado  inútilmente. 

Rollac.  Yo  creo  haber  descubierto  su  paradero. 

Cast.       ¡Será  posible! 

Rollac.  Si  ,  señor  ¿Dónde  paráis? 

Cast.       Aqui,  en  el  León  de  oro. 

Rollac.  Pues  bien,  tened  la  bondad  de  esperarme  en  vuestro 
cuarto,  yo  iré  á  buscaros  dentro  de  u>)  instante,  y  os 
diré  todo  lo  que  sé  acerca  de  esa  niña.  Tengo  que  ter- 
minar aquijun  asunto  importante.  Hasta  después,  se- 
ñor conde. 

Cast.       Hasta  después,  caballero.  (Entra  en  la  posada.) 

Rollac  (Solo.)  Vamos,  valor,  Lavarennes,  ya  estás  recibido, 
aceptado  bajo  el  nombre  de  Rollac.  El  verdadero  Ro- 
llac ha  muerto,  allá,  en  América,  y  la  mar  no  devolverá 
su  cadáver.  Era  el  último  de  su  familia,  tú  posees  to- 
dos sus  papeles,  y  entre  ellos  has  hallado  un  escrito 
que  puede  hacer  tu  fortuna.  Si,  si,  logre  yo  volver  á 
los  Montbazon  la  hija  que  gracias  á  ese  escrito  he  des- 
cubierto, y  nada  tengo  que  temer  ya  de  la  justicia. 
Vamos,  mostremos  habilidad  y  mi  porvenir  está  ase- 
gurado. 

ESCENA  X. 

Rollac,  Relfegor. 

Rollac  (Deteniendo  á  Belfegor  que  se  separa  del  carruaje,  y  va  á 
entrar  en  la  posada.)  Payaso  ,  oye  aqui ,  tenemos  que 
tratar  de  un  asunto  juntos,  camarada. 
Relf.       Caballero... 


—  21  — 

Rollac  ¿Sabes  que  hace  tiempo  que  te  andaba  buscando? 

Belf.       ¿Vos  me  buscabais  á  mí? 

Rollac.  Si,  á  ti,  Guillermo,  ó  por  otro  nombre  Belfegor,  ya  ves 
que  te  conozco. 

Belf.  ¡Miren  la  agudeza!  hay  cien  mil  en  Francia  que  me  co- 
nocen asi. 

Rollac  ¡Oh!  es  que  yo  te  conozco  algo  mas  que  esos,  mejor 
que  tú  mismo. 

Belf.  ¡Oiga!  ¿Conque  sois  dp]  oficio?  (Riendo.)  ¿me  vais  á 
decir  la  buena  ventora? 

Rollac.  ¿Por  qué  no?  yo  he  viajado  mucho,  y  sé  leer  en  el  des- 
tino de  los  hombres. 

Belf.       ¡Já!  ¡já!  ¡já!  esa  es  buena.  (Riendo.) 

Rollac  ¿Quieres  enseñarme  la  mano? 

Belf.  Aqui  tenéis  las  dos.  Pues  señor,  vamos  á  divertirnos. 
(¡Es  un  señorito  chusco!)  Conque  decíamos. ..  ¿La  de- 
recha ó  la  izquierda?  (Presentándole  ambas  manos.) 

Bollac  Laque  tú  quieras.  Decíamos...  que  tú  estás  casado  ha- 
ce doce  años. 

Bflf.  ¡Vaya  una  ciencia!  cuando  se  tiene  un  hijo  de  once,  y 
uno  110  es  raquítico,  fácil  es  de  "adivinar  que  hará  una 
docena  de  años... 

Rollac  Ese  casamiento  hará  tu  suerte. 

Belf.  Ya  la  ha  hecho;  me  ha  dado  dos  querubines...  dos  hi- 
jos como  dos  soles...  ¿Qué  mas'.'  (Riendo.) 

Rollac  Esa  mujer  con  quien  te  casaste  en  una  aldea  de  Breta- 
ña, no  era  hija  del  pobre  jornalero  que  te  la  otorgó. 

Belf.       Eso  es  verdad.  (Grave.) 

Rollac  Aquel  jornalero  te  dijo  que  el  nacimiento  de  su  hija 
adoptiva  era  un  misterio. 

Belf.       Con  efecto. 

Rollac  Que  un  hombre  de  aspecto  miserable  se  la  había  con- 
fiado cierta  noche,  y  que  el  tal  hombre,  que  debia  vol- 
ver á  los  tres  días,  no  habia  parecido  mas. 

Belf.       Si. 

Rollac  Esto,  en  cuanto  á  lo  pasado;  y  ahora  tocante  á  lo  por- 
venir. 

Belf.  Perdonad,  perdonad,  señor  mió...  (Con  una  especie  de 
asombro  lleno  de  candor.)  ¡Pero  qué!  ¿es  verdad  que  se 
puede  vaticinar  lo  que  ha  de  suceder? 

Rollac  ¡Y  tú  me  lo  preguntas,  tú!  que  tienes  ese  oficio. 

Belf.       ¡Ahí  veréis!  hace  quince  años  que  le  ejerzo  sin  creer 


-  22  — 

en  él. 

Rollác.  No  importa,  escúchame:  Magdalena  será  para  tí  el  orí- 
gen  de  una  gran  fortuna,  porque  Magdalena  pertenece 
á  una  ilustre  familia,  noble  al  par  de  los  príncipes  de 
la  sangre,  rica  de  muchos  millones,  y  la  cual  te  daré 
á  conocer. 

Belf.  (Despavorido.)  ¡Ella!  ¡Magdalena!  noble...  ¡noble  de  mu- 
chos millones,  rica  como  los  príncipes  de  la  sangre!  Y 
vos  me  aseguráis... 

Rollac  Te  juro  que  todo  esto  es  verdad. 

Belf.  ¡Rica!  ¡ella,  mi  mujer!...  y  mis  hijos  millonarios  en 
fárfara.'..  ¡Ahí  ¡Bah!  eso  es  imposible,  vos  queréis  bur- 
laros de  mí... 

Rollac.  Todo  ello  es  verdad...  muy  verdad...  Dentro  de  un  ins- 
tante te  presentaré  la  prueba...  y  para  que  no  puedas 
ya  dudar  de  mi  palabra,  toma,  (Dándole  un  bolsillo.) 
ahí  tienes  prenda  sobre  el  caudal  que  te  pertenece... 
veinte  y  cinco  luises;  es  un  pequeño  adelanto. 

Belf.  ¡Veinte  y  cinco  luises!  No,  no  hay  príncipe  que  quie- 
ra divertirse  á  este  precio  de  la  credulidad  de  un  pobre 
hombre. 

Rollac.  Aguárdame  aqui;  dentro  de  un  instante  todas  tus  du- 
das quedarán  disipadas.  (Al  salir.)  (Vamos,  mi  fortuna 
empieza.) 

Belf.  (Estupefacto.)  ¡Millonarios!  ¡Magdalena!...  ¡Enrique!.... 
hijos  mios,  venid...  venid  todos...  venid  corriendo. 

ESCENA  XI 


Belfegor,  Magdalena,  Enrique,  la  Niña. 

Mag.        ¿Qué  tienes,  Guillermo? 

Belf.  ¿yué  tengo?...  qué  tengo,  ¿eh?  Apara  tu  gorra,  mu- 
chacho. (Echando  monedas  de  oro  en  la  gorra  de  Enri- 
que.) Toma;  ahí  tienes  lo  que  tengo,  y  eso  no  es  mas 
que  una  miseria  al  lado  de  lo  que  vamos  á  tener. 

Enr.        ¡Uy!  ¡cuánto  dinero! 

Mag.       ¡Oro! 

Belf.  ¡Unas  cuantas  monedas!  (Con alborozo.)  ¡una  miseria... 
una  miseria  para  tí,  mujer!  para  tí,  que  eres  la  hija  de 
un  conde,  de  un  duque,  de  un  príncipe,  ¿qué  sé  yo? 

Mag.       ¿Qué  estás  diciendo? 


—  23  — 

Belf.  Si,  si,  todo  eso  es  tuyo.  Vamos,  abrazadla,  hijos  mios. 
¡Ali!  mi  pobre  Magdalena  ,  yo  la  adoraba  demasiado, 
era  preciso  que  fuese  mas  que  yo... 

Mag.  Guillermo...  marido  mió.  (Trémula.)  Pero...  ¿pero  es 
de  veras  cierto  todo  lo  que  me  estás  diciendo? 

Belf.  ¡Toma!  ¿pues  para  qué  crees  que  te  ha  hecho  Dios  tan 
hermosa?  ..  Dentro  de  un  instante,  Magdalena,  tendre- 
mos todas  las  pruebas  en  nuestras  manos. 

Mag.  ¡Ricos!  vamos  á  ser  ricos!  (Besando  á  sus  hijos.)  ¡Ah, 
hijos  de  mi  alma!  ¡pobres  hijos  mios!  ya  no  se  me  par- 
tirá el  corazón  de  veros  cubiertos  de  harapos  y  cas 
mendigando... 

Belf.       ¿Qué  es  lo  que  dices? 

Mag.  Ya  no  sofocaré  mas  mis  lágrimas  y  mis  angustias...  no 
veré  violentar  vuestra  tierna  naturaleza...  no  temblaré 
á  cada  paso  por  vuestra  vida!  ¡Oh,  hijos  mios!...  ¡hijos 
mios!...  ¡qué  dichosa  soy! 

Belf.  ¡Magdalena,  Magdalena!  hay  en  tu  alegría  algo  que  me 
hace  mal...  ¿Luego  tú  sufrías  tanto,  pobre  mujer? 

Mag.  (Dándole  la  mano.)  ¡Qué  importa  si  he  podido  ocultár- 
telo! 

Enr.        (Abrazándola  )  ¡Madrecita  mia,  madre  querida! 

Belf.       ¡Enrique!  es  un  ángel  que  Dios  nos  ha  dado. 

Mag.  ¡Un  ángel!  no,  Guillermo,  porque  ahora  puedo  decírte- 
lo que  vamos  á  ser  ricos,  mi  cariño  materno  no  era  so- 
lo el  que  sufría...  sentía  á  las  veces  en  mí  como  ins- 
tintos de  coquetería  ,  deseos  de  lujo ,  de  riqueza ,  de 
bienestar...  mi  sangre  se  sublevaba  contra  la  miseria. 

Belf.  Y  lu  sangre  tenia  mucha  razón...  érala  sangre  de  vues- 
tros antepasados,  señora!  pero  tú  no  te  avergonzabas  de 
mí,  ¿no  es  verdad? 

Mag.  ¡Guillermo!  tú  me  has  consolado  de  todo  lo  que  he  su- 
frido. 

Belf.  ¡Gracias!  Y  ahora  no  hay  que  hablar  ya  de  sufrimien- 
tos ni  de  privaciones;  alegría,  y  nada  mas  que  alegría. 

ESCENA  XII. 

Dichos,  Rollac. 

Rollac.  Aquí  estoy. 

Belf.       Es  él;  nos  trae  las  pruebas. 


-  24  — 


Mag. 

ROLLAC. 


Mag. 
Belb. 

fíoLLAC, 


BliLF. 

Mag. 

ROLLAC. 

Belf. 

ROLLAC, 


Mag. 

ROLLAC. 


Belf. 

Rollac 

Belf. 

Mag. 
Rollac. 

Belf. 
Rollac, 


Veamos,  veamos. 

Aguardad ,  señora ,  y  escuchadme.  El  pobre  jornalero 
que  os  ha  criado,  Pedro  Valin,  os  recibió  de  manos  de 
un  extraño...  ahora  bien ,  á  pesar  de  los  andrajos  de 
que  iba  cubierto,  aquel  desconocido  era  un  noble,  cu- 
ya cabeza  estaba  puesta  á  precio ,  y  que  se  fugaba  dis- 
frazado! 
¡Mi  padre! 
Seguid,  caballero. 

Vióse  obligado  á  incorporarse  con  el  ejército  de  Conde, 
sin  haber  podido,  señora,  reclamaros  ,  porque  las  tro- 
pas republicanas  vinieron  á  interponerse  entre  vos  y  él. 
¿Y  el  nombre  de  ese  señor? 
¿Si,  el  nombre  de  mi  padre? 

Lo  sabréis  ahora.  Trascurrieron  algunos  días  y  se  dio 
la  batalla...  El  marqués,  porque  era  marqués... 
¡Conque  este  es  un   marquesito!  ..  (Señalando  á  Enri- 
que.) Ea,  salta,  marqués. 

El  marqués  iba  á  la  cabeza  de  la  vanguardia...  y  fué 
herido  gravemente  uno  de  los  primeros...  pero  á  su  la- 
do combatía  un  amigo...  el  caballero  de  Rollac...  y  ese 
caballero  era  yo. 
¡Vos,  el  amigo  de  mi  padre! 

Elle  recibió...  quiero  decir...  yo  le  recibí  en  mis  bra- 
zos, y  el  marqués  antes  de  morir  pudo  trazar  estas  po- 
cas líneas.  (Desdobla  un  papel  y  lee.)  «La  niña  que  exis- 
te en  poder  de  Pedro  Valin ,  jornalero  de  Chaumont, 
cerca  de  Saint-Brie,  le  ha  sido  confiada  por  mí,  y  de- 
claro al  morir  que  esa  niña  es  mi  hija.  Lego  al  caballe- 
ro de  Rollac  el  encargo  de  buscarla  y  reclamarla. — Fir- 
mado.— El  marqués  de...» 
¿De? 

Mas  tarde  lo  sabréis. 

¡Oh!  nosotros  no  tenemos  prisa.  (Moviéndose.) ¡Voto  va! 
(Con  alegría.)  ¡Tente  derechito,  marqués!  (A  Enrique.) 
¿Y  mi  madre,  caballero? 

El  marqués  la  habia  ya  perdido  pocos  dias  después  de 
vuestro  nacimiento... 

¿Pero  cómo  es  que  hasta  ahora  únicamente?... 
¿No  se  han  hecho  pesquisas?...  es  muy  sencillo...  De 
la  familia  de  vuestro  padre,  señora  ,  no  quedan  por  lí- 
nea recta  mas  que  un  anciano,  vuestro  abuelo  ,  y  des- 


-  25  - 

pues  de  esie  algunos  colaterales ;  una  señora  de  edad, 
hermana  suya,  y  un  sobrino  menor ,  si  no  me  engaño. 
Todos  estaban  emigrados...  todos  ignoraban  en  poder 
de  quién  habia  dejado  el  marqués  á  su  hija.  El  caballe- 
ro de  Rollac  lo  sabia  únicamente,  es  decir,  yo  era  el 
único  que  lo  sabia ,  y  la  noche  misma  de  aquella  san- 
grienta batalla,  á  fin  de  salvar  mi  cabeza,  me  embar- 
qué para  América...  Alli  tuve  un  desafio,  en  el  que  fui 
herido  casi  mortalmente  por  un  tal  Lavarennes.  Y  el 
secreto  de  vuestro  nacimiento  hubiera  sido  sepultado 
conmigo... 

Belf.       Si  no  os  hubiesen  vuelto  á  la  vida. 

Rollac.  Si .  precisamente...  En  fin,  después  de  varios  reveses 
y  aventuras,  he  podido  regresar  á  Francia  hace  un  mes, 
y  bendigo  la  casualidad  que  en  tan  poco  tiempo  de  in- 
dagaciones me  ha  permitido  hallaros.  ¿Seguiréis  pen- 
sando ahora  que  os  he  engañado? 

Belf.       ¡Oh!  no,  no,  os  creemos. 

Rollac.  En  ese  caso  fijemos  las  bases  de  nuestro  convenio,  es- 
tipulemos las  condiciones. 

Belf.       ¿Nuestro  convenio?  (Admirado.) 

Mag.       ¿Qué  significa?... 

Belf.  Nuestras  condiciones...  ¡Ah!  entiendo:  es  decir...  per- 
donad, caballero,  no  he  cogido  bien... 

Rollac.  Se  trata  sin  embargo  de  un  asunto  bien  sencillo.  Según 
ya  os  he  dicho,  la  familia  de  esta  señora  es  rica  ,  in- 
mensamente rica...  y  una  de  las  primeras  de  Francia 
por  su  nobleza...  ¿De  qué  modo  suponéis  vos  que  debe 
proceder? 

Belf.  Yo  no  supongo  nada...  Tenemos,  según  acabáis  de  de- 
cirnos, un  anciano  que  se  volverá  loco  de  alegría  por 
haber  encontrado  á  la  hija  de  su  hijo...  tenemos  por 
otro  lado  al  marido,  que  se  está  deshaciendo  por  llevár- 
sela... Conducidnos  adonde  él  está,  caballero,  y  si  tie- 
ne corazón  de  padre,  veréis  cómo  nos  entendemos. 

Rollac  ¿Donde  él  está?...  ¿pero  vos  no  pencáis  en  lo  que  decís? 

Mag.        ¿Cómo? 

Bf.lf.       ¿Qué  queréis  decir? 

Rollac  ¡Acaso  puede  él  presentar  como  cosa  suya  á  la  mujer 
del  payaso  Belfegor,  á  los  hijos  del  payaso  Belfegor! 

Mag.        Caballero... 

Belf.       Mujer,  llévate  á  los  niños;  todavía  no  han  aprendido  á 


26  — 


Mag. 

Belf. 

ROLLAC. 


Mag. 
Belf. 
Rollac. 

Mag. 
Belf. 
Rollac. 
Belf. 

Rollac. 

Belf. 


Rollac. 

Belf. 

Rollac. 

Belf. 

Rollac. 

Belf. 
Mag. 

Belf. 

Rollac. 

Belf. 

Rollac. 


avergonzarse  de  su  padre.  (Magdalena  se  los  lleva  y 
vuelve.) 
¡Dios  mió! 

Vamos  á  ver ,  caballero ;  explicaos  claramente ,  y  sobre 
todo  explicaos  pronto. 

Pues  bien,  lié  aqui  lo  que  tengo  que  proponeros  en 
nombre  del  abuelo  de  esta  señora...  Como  ninguna  man- 
cha debe  empañar  el  blasón  de  tan  ilustre  familia,  esta 
señora...  (Sonriéndose.)  qne  no  puede  aparecer  como 
esposa  vuestra,  será  presentada  en  el  mundo  corno 
viuda  de  algún  grande,  muerto  en  el  extranjero. 
¡Viuda!  ¡yo!  (Con  energía.) 
(Conteniéndose.)  Proseguid,  proseguid  señor  mió. 
Podrá,  si  su  cariño  lo  exige,  llevarse  con  ella  uno  de  sus 
hijos. 

¡Uno  de  mis  hijos! 
Seguid,  seguid. 

Se  os  asegurará  la  suerte  del  otro,  y... 
¿Y  el  marido?  no  hemos  hablado  del  marido.  (Con 
frialdad.) 

Cualesquiera  que  sean  sus  exigencias,  serán  respeta- 
das; vos  mismo  podéis  fijar  la  cantidad. 
¡La  cantiilad!  (Estallando.)  ¡conque  se  trata  de  canti- 
dad! Callad,  callad,  por  vuestro  propio  decoro;  no  se 
viene  á  la  faz  de  Dios  y  á  la  clara  luz  del  dia  á  propo- 
ner á  un  padre  que  venda  á  su  mujer  y  á  sus  hijos. 
¿Pensaríais  en  negaros? 

¡Oyes,  Magdalena,  me  prengunta  si  pienso  en  eso! 
Reflexionad  lo  que  hacéis,  la  ley  está  por  nosotros. 
La  ley  reprueba  vuestro  trato. 
(¡Ah!  tú  te  opones  á  mis  proyectos!..)  Vuestra  voluntad 
no  es  la  única  que  hay  que  consultar. 
¡Vamos,  dile  la  tuya,  Magdalena! 
Caballero,  esa  familia  que  todavía  no  conozco,  nos 
adoptará  á  todos,  ó  no  adoptará  á  ninguno. 
¡Bien!  ¡Oh!  yo  no  dudaba  de  tí,  nó. 
Un  casamiento  como  el  vuestro,  no  une... 
¿Qué  osáis  decir? 

Digo  que  una  familia  tiene  derecho  de  protestar  contra 
los  vínculos  contraidos  por  una  menor  sin  el  consenti- 
miento de  esa  familia;  digo  en  fin,  que  si  no  aceptáis  la 
fortuna  que  os  ofrecen,  los  magistrados  sabrán  obliga- 


-  27  — 

ros  á  devolver  una  mujer  que  no  os  pertenece.  Nos  ve- 
remos en  breve.  (Váse.) 

ESCENA  XII!. 

Dichos,  menos  Rollac. 

¡Una  mujer  que  no  me  pertenece!  ¿es  eso  verdad,  Mag- 
dalena? ¿pueden  las  leyes  separarnos? 
¡Oh!  no  temas,  Guillermo...  yo  no  consentiré  nunca  en 
dejarte.  -% 

No,  tú  no  consentirás,  bien  lo  sé...  Pero  los  jueces... 
pero  las  leyes,  como  él  dice...  esas  leyes  con  que  me 
amenaza,  yo,  pobre  de  mí,  no  las  conozco  y  tengo 
miedo. 

Mag.       Vamos ,  tranquilízate,  querido  Guillermo. 

Belf.  Que  me  tranquilice...  Mira,  dime  que  van  á  venir  ahí, 
diez,  veinte  á  matarme  en  tu  presencia,  delante  de  tus 
ojos...  y  me  verás  sereno...  pero  quieren  llevaros... 
¡llevaros  á  todos!.,  á  tí,  ¡Enrique  mió!  ¡á  mi  Juanita 
querida!  ¡Oh!  ¡esa  idea  me  vuelve  cobarde!  ¡Tengo  mie- 
do, Magdalena,  tengo  miedo! 

Mag.        ¿Pero  qué  quieres  hacer? 

Belf.  ¿Qué  quiero?.,  quiero...  (Llorando.)  quiero  tenerte... 
-quiero  tenerte  conmigo...  quiero...  (Exaltándose.)  ¡Sé 
yo  acaso  lo  quiero!.,  quiero  que  no  rae  roben  mi  fa- 
milia! 

Mag.        Pues  bien,  tengamos  serenidad  y  busquemos  un  medio. 

JJelf.  No  hay  necesidad  de  buscar,  ya  lo  he  hallado  yo;  va- 
mos á  partir. 

Mag.       ¡Partir! 

Belf.       En  seguida,  al  instante.  Bello-Amor.  (Yendo  á  la  posada.) 

Amor.       ¡Patrón!  (Saliendo.) 

Belf.       Mi  caballo,  corriendo,  mi  caballo. 

Amor.  Está  haciendo  lo  que  yo...  (Asombrado  y  comiendo.)  es- 
tá tomando  el  pienso.  (Guillermo  hace  un  gesto,  Bello- 
Amor  obedece.) 

Belf.        ¡Enrique!  ¡Juana!  (Llamando .) 

Enr.        Aqui  estamos,  padre. 

Belf.  Nos  marchamos,  hijos,  nos  marchamos;  no  perdamos 
un  minuto...  Vamos,  los  trajes,  las  alfombras,  el  tam- 
bor, todo,  todo  al  coche...  (Diciendo  esto,  arroja  al  co- 


—  28  — 

che  todo  lo  que  habia  sacado  de  él;  la  misma  niña  lleva 
un  lio,  mientras  que  Enrique  y  Bello- Amor  enganchan  el 
caballo;  Belfegor  los  ayuda.)  Pobre  Babieca,  á  tí  te  toca 
salvarnos  hoy.  Ven  aqui,  tú;  (A  Bello-Amor.)  los  otros 
están  ahi,  no  es  verdad? 

Amsr.      Si,  si,  ¿pero  qué  hay? 

Belf.  Nos  marchamos  sin  ellos  para  no  perder  tiempo... 
Pero  yo  no  soy  de  esos  empresarios  que  se  despiden  de 
su  gente  presentándose  en  quiebra.  Toma,  distribuyelos 
eso,  el  oro  de  ese  caballero! 

Amor.      ¡Oro!'       ..# 

Belf.        Anda.  Abora  nosotros,  muchacho.  (Bello-Amor  váse.) 

Mozo.      Aqui  estoy. 

Belf.  (Trayendo  al  mozo  alprossenio.)  Dime  la  verdad,  ¿no  hay 
ningún  caballo  de  posta? 

Mozo.      Ninguno  en  este  momento. 

Belf.  (Dándole  el  resto  del  bolsillo.)  Ten ,  toma  esto ;  es  de 
parte  de  un  príncipe ,  lo  oyes,  de  un  gran  príncipe  que 
retiene  y  paga  de  antemano  todos  los  caballos  que  vuel- 
van aqui  por  espacio  de  tres  dias  ,  por  tres  dias ,  ¿en- 
tiendes? 

Mozo.       Está  dicho. 

Belf.  Toma,  hijo  mió,  toma  para  tí.  (Le  da  una  moneda  de 
oro.) 

Mozo.  (Al  marcharse.)  Id  descuidado;  aunque  volviesen  cien 
caballos  ni  uno  solo  ha  de  salir. 

Belf.  Ahora,  todos  á  su  sitio.  (Magdalena  y  los  niños  suben  al 
carruaje.)  Tres  dias...  tres  dias  de  delantera  y  yo  co- 
nozco el  pais...  (Sube  al  coche,  y  Bello-Amor  á  la  trasera) 
Conozco  todos  los  atajos. ..  hartarnos.  (En  pié  y  con  las 
riendas  en  la  maño.)  Guardad  vuestras  riquezas  ,  señor 
duque;  yo  me  llevo  mi  tesoro. 


FIN    DEL    ACTO    PRIMERO. 


ACTO  SEGUNDO. 


Una  buhardilla. — Chimenea  á  la  izquierda ,  en  primer  término, 
mas  allá  una  puerta. — Ventana  grande  al  foro,  puerta  de  en- 
trada á  derecha  é  izquierda. 


ESCENA   PRIMEBA- 

Belfegor  solo,  ocupado  en  hacer  las  faenas  de  la  casa. 

¡Eh!  ya  está  todo  en  orden ;  eso  menos  tendrá  que  ha- 
cer Magdalena  cuando  se  levante...  ¡Creo  que  la  ruña 
Jlora!..  (Escuchando.)  Va  á  despertar  á  su  madre...  No, 
las  dos  duermen!..  Duerme,  pobre  mujer,  y  haz  por  ol- 
vidar los  goces  que  te  han  hecho  entrever.  ¡Oh!  no  lo 
puedo  remediar;  desde  a'juel  dia  no  puedo  desechar  mis 
temores.  Me  parece  que  Magdalena  está  pesarosa;  ob- 
servo todas  sus  acciones,  medito  todas  sus  palabras... 
y  paso  asi  de  la  sospecha  al  enojo...  ¡Oh!  aquel  caba- 
llero picaro  me  ha  hecho  muy  desgraciado. 

ESCENA  I! 

Belfegor,  Enrique,  Bello- Amor,  con  provisiones. 

Belf.       ¡Ah!  ¡eres  tú  al  fin!..  ¿Dónde  está  Enrique? 

Amor.      Ha  venido  conmigo  á  la  plaza;  por  la  otra  escalera  sube. 


-  30  - 

Enr.        (Saliendo.)  ¡Alegría!  ha  salido  el  sol  y  podremos  tra- 
•  bajar  en  la  plaza;  vamos  á  tener  mucha  gente  y  á  reco- 

ger mucho  dinero.  Buenos  dias,  papá. 

Belf.  No  metas  ruido,  que  está  durmiendo  tu  madre.  Este 
diablejo  entra  siempre  como  un  torbellino. 

Enr.        ¡Pobre  mamá!  Voy  á  andar  de  puntillas,  como  un  céfiro. 

Belf.  Las  personas  acomodadas  se  están  en  la  cama  hasta  las 
nueve;  yo  quiero  que  ella  duerma  hasta  las  nueve,  ¿en- 
tiendes? ¡Pues  no  faltaba  mas!..  Porque  en  fin,  si  ella 
quisiese...  pero  no  quiere...  nos  ama  á  nosotros  dema- 
siado para  otra  cosa. 

Enr.  ¡Oh!  ¡bien  seguro!  Ayer,  sin  ir  mas  lejos,  nos  cogió  en 
brazos  á  Juanita  y  á  mí;  nos  dio  una  infinidad  de  besos 
en  la  frente,  en  las  manos,  hasta  en  el  pelo  y  después 
nos  dijo  llorando:  No,  yo  no  os  dejaré  nunca. 

Belf.       ¡Ha  dicho  eso!.,  ¡y  llorando  la  pobrecita!..  Y  tú  te  es- 
~  tas  asi  con  los  brazos  cruzados  en  vez  de  darte  prisauá 
limpiar  esa  verdura.  Ea,  pronto,  á  hacer  las  sopas.  Ve- 
rnos, Bello-Amor,  á  pelar,  á  pelar,  hijo  mió. 

Amor.  No  tengáis  cuidado,  patrón,  asi  fuera  una  ave...  las  pa- 
tatas me  conocen,  somos  amigos  antiguos.  (Monda  una 
patata.) 

Belf.  ¡Bárbaro!  ¿Qué  estás  haciendo?  las  quitas  la  mitad. 
¿Quién  ha  visto  mondar  una  patata  de  ese  modo?  Voy  á 
enseñarte  como  se  hace  con  primor...  Se  coge  la  patata 
con  cariño,  entre  el  pulgar,  el  índice  y  el  dedo  de  co- 
razón, y  se  le  imprime  al  cuchillo  un  movimiento  suave 
y  delicado...  asi...  que  baste  á  levantar  el  pellejo  sin  mu- 
tilar la  patata...  ¿lo  ves? 

Amor.      ¡Y  este  hombre  no  es  sub-prefecto! 

Belf.  Ahora  pongamos  la  mesa  sin  ruido  y  sin  mucho  ir  y 
venir. 

Enr.  Eso  es.  (Bello-Amor  coge  los  platos  y  deja  caer  uno  al 
suelo.) 

Amor.      ¡Por  vida  de!.. 

Belf.  ¡Animal!  ¡Te  dije  que  no  metieras  ruido!  (Le  da  un 
puntapié  por  detrás.  Bello-Amor  deja  caer  los  demás  pla- 
tos.) 

Enr.         ¡Ah!  eran  los  únicos  que  quedaban. 

Belf.  Quiere  decir  que  asi  no  romperá  ya  mas.  (A  Enrique.) 
Toma  ,  ahí  tienes  tu  pantalón  de  carnes ,  que  te  he  re- 
mendado lo  mejor  que  he  podido,  ¡cuídale  bien!..  Cuan- 


—  31  — 

do  haces  el  salto  doble  de  carpa  y  te  dejas  caeT  abierto 
de  piernas ,  doblas  demasiado  las  corbas ,  ya  te  lo  he 
dicho  cien  veces...  violentas  asi  el  pantalón  y  crac!  tra- 
bajo para  Magdalena. 

Enr.  ¡Oh!  perdóname,  papá:  mira,  voy  á  decirte  la  verdad; 
me  encojo  sin  querer,  porque  al  pronto  tengo  miedo, 
pero  ya  se  me  pasará.  Después  se  me  ocurre,  y  digo: 
es  por  tu  buena  madre,  es  por  tu  hermanita  por  quien 
estás  trabajando.,  Enrique...  y  eso  basta  para  tender- 
me bien. 

Belf.       ¡Ven  que  te  dé  un  abrazo,  ven,  hijo  mió!  ¡Has  sacado 

el  corazon.de  tu  madre! 

i 

ESCENA  III. 

Dichos,  Catalina; 

Cat.  (Sorprendiendo  á  Belfegor  y  á  Enrique  abrazados.)  Así 
quiero  yo  encontrar  á  la  gente.  Eso  le  alegra  á  uno  el 
alma...  Buenos  dias,  vecino. 

Belf.  ¡Ah!  es  nuestra  excelente  vecina,  la  buena  señora  Ca- 
talina, la  única  persona  tal  vez  en  el  mundo  entero  que 
se  interesa  por  nosotros. 

Cat.  Yo  soy  amiga  de  las  gentes  honradas.  ¿Pero  qué  es  es- 
to? ¿y  Magdalena? 

Belf.       Está  durmiendo. 

Cat.        Y  entre  tanto  vos  hacéis  las  haciendas  de  la  casa. 

Belf.  ¡Oh!  asi,  por  cima  no  mas,  para  distraerme;  á  mí  me 
entretiene  eso ,  y  á  el!a  no  le  gusta  mucho  barrer  ni 
limpiar...  ya  se  vé,  tiene  unas  manos  tan  Mariquitas  y 
tan  finas!...  ¿Habéis  reparado  alguna  vez  qué  bonitas 
manos  tiene  mi  muj<>r? 

Cat.  Sois  muy  bueno,  señor  Guillermo.  {Sonriéndose.)  Y  la 
pequeñita  ¿cómo  sigue? 

Belf.  ¡Che!  asi,  asi ;  es  idéntica  á  su  madre:  una  ovejita,  pero 
no  levanta  cabeza;  ¡está  tan  pálida  la  pohre  niña!  en  fin, 
madre  é  hija  asi  me  las  ha  dado  Dios  y  asi  las  quiero. 

Amor.      Estamos  sin  vino. 

Belf.       ¡Pues  cómo!  anoche  quedó  la  botella  llena. 

Amor.      Es  que...  se  me  ha  roto. 

Belf.  Yo  si  que  te  voy  á  romper  á  tí  alguna  cosa  el  mejor  dia... 
(Dándole  dinero.)  Toma,  corre.  (Váse  Bello-Amor.)  En- 


—  32  — 

rique,  creo  que  anda  Magdalena  ya  en  su  cuarto 

(Aplicando  el  oido  y  dirigiéndose  á  Enrique.)  se  habrá 
levantado...  Ea,  ¡hop!  anda  ádarJa  un  beso  y  á  saber  si 
necesita  algo. 

Enr.        Entonces  tú  cuidarás  de  la  comida. 

Belf.  Si,  anda  aprisa,  y  torna  tu  pantalón,  te  vestirás  para  es- 
tar pronto.  (Enrique  entra  en  el  cuarto  de  Magdalena.) 

ESCENA   IV. 

Belfegor,  Catalina. 

Bslf.  Este  es  otra  cosa.  {Un  corazón  de  oro  y  unos  m  úscu!o 
de  acero!  lo  que  se  llama  un  hombre  hecho  y  derecho. 
Por  lo  que  hace  á  la  niña ,  espero  en  Dios  que  se  pon- 
drá mejor:  lo  que  tiene  ahora  es  cansancio  y  nada  mas. 
Cuando  pienso  que  hemos  atravesado  toda  Francia  para 
venir  aqui,  á  Angulema,  y  que  hemos  caminado  de  pri- 
sa, de  prisa... 

Cat.        ¿Y  por  qué  teníais  tanta  prisa  de  llegar? 

Belf.  No  es  de  llegar  de  lo  que  tenia  prisa  ,  sino  de  alejarme, 
de  huir...  (Movimiento  de  Catalina.)  ¡Oh!  no  vayáis  á 
creer  que  habia  hecho  nada  malo,  ni  que  hahia  quitado 
nada  á  nadie;  al  contrario. 

Cat.        ¿Cómo  al  contrario? 

Belf.  Si,  querían  quitarme  á  mí  lo  que  es  mió,  lo  que  me  per- 
tenece, lo  que  Dios  me  ha  dado  diciéndome:  Toma,  po- 
bre Guillermo  ;  -tú  eres  solo  y  estás  miserable  ,  apenas 
tienes  derecho  de  pisar  con  tus  pies  casi  desnudos  el 
empedrado  de  las  plazas  públicas.  Pues  bien,  toma;  eso 
será  tu  tesoro,  tu  consuelo,  tu  vida...  y  querían  arre- 
batármelo... Pero  ¿qué  digu?  perdonad,  Catalina,  estas 
son  cosas  que  no  interesan  mas  que  á  mí. 

Cat.  ¡Cómo  qué?  mi  buen  Guillermo,  ya  sabéis  que  yo  os 
quiero,  que  os  estimo,  y  si  por  casualidad  necesitáis 
alguna  recomendación  aqui  en  Angulema,  decídmelo, 
yo  conozco  personas  ricas,  poderosas... 

Belf.  Grandes  señores,  duques,  caballeros,  ¿no es  verdad? No, 
no,  yo  no  necesito  su  proteccios:  que  se  estén  ellos  eu 
su  casa  y  Guillermo  en  la  suya,  y  que  cada  uno  se  com- 
ponga como  pueda.  La  felicidad ,  sabedlo,  no  consiste 
en  tener  palacios,  tílulos  y  plata  lahrada  á  montones... 


—  33  — 

la  felicidad  consiste  en  quererse  mucho  el  marido",  la 
mujer  y  los  hijos.. !  y  partir  juntos  el  pan  que  se  ha  ga- 
nado. (Con  cariño.)  Vos  debíais ,  asi  como  quien  no 
quiere  la  cosa,  hablarle  de  esto  á  mi  mujer ;  ella  os  ha- 
ce mucho  caso  á  vos,  y  siempre  es  bueno  que  las  jó- 
venes lo  oigan. 

Cat.  ¡Dejaos  de  tal  cosa!  ¿Teméis  acaso  que  Magdalena  des- 
precie vuestra  desnudez,  vuestra  pobreza?  es  imposi- 
ble... Cuando  se  tiene  uu  corazón  como  el  vuestro,  y 
se  quiere  á  su  mujer  como  vos  queréis  á  la  vuestra, 
seria  muy  ingrata... 

Belf.  Mi  mujer  es  un  ángel  del  cielo...  harto  bien  lo  sé,  y  es- 
toy muy  tranquilo. 

Cat.        ¿Y  de  qué  podia  quejarse?  ¿qué  podría  desear? 

Belf.  ¡Nada!  ¡oh!  nada,  asi  lo  espero...  pero  yo  no  quiero 
que  crea  que  es  desgraciada.  (¡Dios  mío!  con  tal  que  no 
esté  pesarosa  de  lo  que  hemos  hecho!) 

Cat.  ¡Desgraciada!.,  ¡ella!.,  pues  si  vos  os  matáis  por  tener- 
la contenta,  lo  hacéis  todo  en  la  casa;  todo,  hasta  la 
sopa,  ¡y  qué  sopas!  (Viéndole  ocuparse  de  la  comida  ) 

Belf.       ¿Os  parece  que  estarán  buenas,  no  es  verdad? 

Cat.         Yo  respondo.  (Acercándose.) 

Belf.  ¿Después  de  todo,  la  gente  rica  no  tiene  otra  manera 
de  hacer  las  sopas,  no  es  verdad? 

Cat.         Seguramente  que  no. 

Belf.  •  ¿Cuántas  veces  comen  los  ricos  al  dia?  tres  ó  cuatro  ve- 
ces, lo  menos. 

Cat.         Creo  que  si. 

Belf.  ¡Pues  entonces,  yo  quiero  que  mi  mujer  haga  también 
sus  cuatro  comidas!  ¡Ella  se  muere  por  las  perdices, 
quiero  que  las  coma  todos  los  dias,  y  cuatro  veces  al 
dia!  ¡Qué  diantre!  los  ricos  no  pueden  comer  perdiz 
mas  de  cuatro  veces  al  dia. 

ESCENA  V. 

Dichos,  Magdalena,  Enrique. 

Cat.        Muy  buenos  dias,  querida  vecina,  de  vos  estábamos 

hablando.  (La  besa.)  ¿Y  la  niña? 
Mag.       He  conseguido  dormirla.  (¡Pobre  hija!  ¡cada  dia  me  da 

mas  cuidado!) 

3 


—  34  — 

Belf.       ¿Y  tú,  raujercita  mia,  has  podido  dormir? 
Mag.        Yo,  Guillermo...  (¡A.h!  ocultárnosle  mis  temores.) 
Belf.        ¿Eh?¿qué  es  eso?  ¿tienes  los  ojos  fatigados?  ¿será  la  ni- 
ña que  no  te  habrá  dejado  dormir?  ¡Pobre  hija  mia! 
¡Pobre  Magdalena!  (Sirviendo  la  sopa.)  ¿Señora  Catalina, 
tomareis  una  cucharada  con  nosotros? 
Caí.         Acepto  gustosa;  asi  podré  hacer  compañía  á  Magdalena 
mientras  vos  vais  á  trabajar  á  la  plaza.  (Se  ponen  á 
comer.) 
Belf.       ¿Qué  es  eso,  Magdalena,  no  comes? 
Mag.       No,  no  me  siento  con  apetito  hoy. 
Belf.        Haz  un  esfuerzo. 
Mag.        No,  gracias,  Guillermo.  (Prueba  á  tomar  las  sopas,  y  lo 

v  vuelve  á  dejar.) 
Belf.       ¿No  están  acaso  como  á  tí  te  gustan?  las  habré  puesto 
saladas,  ó  insípidas,  ó  será  que  ese  asno  de  Bello- Amor 
las  habrá  ahumado  al  encender  la  lumbre. 
Amor.       (Con  la  boca  llena  y  tomando  muchas  cucharadas  con  avi- 
dez.) Si,  eso  es,  están  ahumadas;  vengan  acá  si  no  os 
gustan,  patrona. 
Mag.       ¡Guillermo!  ¡mí  bueno  y  excelente  Guillermo!  no  te  apu- 
res, las  sopas  no  pueden  estar  mejores. 
Amor.       ¡Canario!  yo  lo  creo. 
Mag.        ¡Pero  no  tengo  gana!  (¡Pobre  Juanita  mia!) 
Belf.       Entonces,  bueno.  Siendo  asi,  tampoco  yo  tengo  gana... 

Vamos,  arriba,  señor  Bello-Amor. 
Amor.      Si  no  he  acabado. 
Belr.       Arriba,  ó  empiezo  yo.  (Bello-Amor  se  levanta  asustado.) 

Y  tú  Enrique,  á  buscar  la  trompeta. 
Enr.        Si,  papá. 

Belf.       Y  la  alfombra,  mi  silla  de  equilibrios,  las  espadas,  las  es- 
topas, los  cubiletes.  ¿Tienes  tú  ahí  el  aro,  Bello-Amor? 
Amor.      Si,  grande  hombre. 
Enr.        Partamos,  papá. 

Belf.  (Imitando  el  grito  de  los  saltimbanquis.)  ¡En!  ¡eh!  ahora 
¡vais  á  ver  señores!  hoy  ensayamos  la  famosa  suerte... 
Yo  cojo  la  silla...  mirad  esto,  Catalina;  Jacobillo  se  su- 
be encima  guardando  el  equilibrio,  en  un  pié,  como  la 
fama,  yo  me  lo  coloco  todo  sobre  la  cabeza,  y  voy  reco- 
giendo asi  las  monedas,  dando  la  vuelta  al  corro,  mien- 
tras mi  discípulo  toca  la  corneta...  ¡Eh!  ¡eh!  ¡eh  ! 
Mag.        Guillermo,  me  das  miedo. 


-  35  — 

Belf.       ¡Pierde  cuidado!  es  un  capricho  de  artista.  , 

Ekr.  No  tengas  miedo,  madrecita;  desde  la  plaza  adonde  va- 
mos, se  ve  esta  buhardilla;  yo  miraré  aqui  arriba,  y  eso 
me  dará  seguridad. 

Mag.         ¡Hijo  querido! 

Cat.        Hasta  después,  señor  Guillermo. 

Belf.  (Bajo.)  Decidla  lo  que  la  quiero,  buena  Catalina;  de- 
cidle sobre  todo  que  habéis  conocido  duquesas,  baro- 
nesas y  princesas  que  no  eran  tan  felices  como  ella.. . 
siempre  es  bueno.  ¡Eh!  jvenid  aqui!  (Voz  de  saltimban- 
quis.) venid  á  ver  los  ejercicios  y  habilidades  del  ini- 
mitable Belfegor  y  de  su  discípulo.  (Voz  natural.)  ¿Es- 
tamos ya,  muchacho? 

Enr.         Si,  maestro.  (Con voz  chillona.) 

Belf.        Andando,  pues  ,  hijo  mió. 

Mag.        Adiós,  Guillermo,  adiós. 

ESCENA  VI. 

Magdalena,  Catalina. 

Mag.  Me  alegro  en  el  alma  que  os  hayáis  quedado,  Catalina; 
tenia  que  hablaros. 

Cat.  Ya  sabéis  que  podéis  contar  para  todo  conmigo ,  ve- 
cina. 

Mag.  Yo  no  he  querido  afligir  á  mi  marido  hablándole  del  es- 
tado de  Juanita,  pero  nadie  me  quitará  de  la  cabeza 
que  mi  hija  está  muy  mala...  ¡Oh!  si,  muy  mala. 

Cat.  ¿Y  que  queréis  hacer  á  eso?  Es  una  desgracia  á  la  cual 
es  preciso  resignaros. 

Mag.  ¡Besignarme!  ¡Qué  fácilmente  lo  decis!  ¡Besignarme! 
¡oh!  ¡uo!  Dios  me  protegerá.  Dios  me  ha  inspirado  ya 
un  bueu  pensamiento.  Aqui,  en  el  primer  piso  de  esta 
casa,  vive  un  señor  muy  rico  á  quien  asiste  uno  de  los 
primeros  médicos  de  la  ciudad.  Yo  quisiera  llamar  a 
ese  médico,  y  consultarle  acerca  de  mi  niña. 

Cat.  ¡Pobre  mujer!  ¡y  pensáis  en  eso!  ese  médico  no  visita 
menos  de  diez  francos. 

Mag.        ¡Diez  francos!  ¡Dios  mió!  ¡diez  francos! 

Cat.  ¡Diez  francos!  si,  hija,  por  eso  os  decia  que  era  preci- 
so resignarse..  Cuando  uno  es  pobre  como  vos,  cuando 
ha  unido  su  suerte  á  un  infeliz... 

Mag.        Catalina,  ese  infeliz  es  mi  marido;  y  esa  niña,  por  quien 


—  36  — 

,  tanto  sufro  es  su  hija. 

Cat.  Si,  ya  losé,  Magdalena.  (¡Tiene  razón,  la  pobre  mujer! 
Pero  no  olvidemos  lo  que  he  prometido  decirla.)  Si,  eso 
que  decis,  es  muy  sanio  y  muy  bueno,  Magdalena,  pe- 
ro no  quita  que  las  personas  ricas  sean  afortunadas  en 
poder  cuidar  bien  á  sus  hijos  ,  y  atenderlos  en  todo;  y 
no  dejarlos  carecer  de  nada,  con  lo  cual  una  criatura 
débil  llega  á  ponerse  buena  y  robusta  y  á  ser  con 'el 
tiempo  una  hermosa  joven,  que  si  tiene  buen  dote  ha- 
ce después  un  brillante  casamiento.  ¡Ay!  querida,  ya 
que  tenéis  tan  buen  corazón,  y  que  sois  una  buena  ma- 
dre, Dios  debia  haberos  hecho  rica. 

Mag.  ¡Rica!  ¡rica!  ¿A  qué  viene  decirme  eso,  apesadumbrar- 
me, destrozarme  el  corazón?  bien  sabéis... 

Cat.  Sé...  ¡sé  todo  lo  que  debo  saber,  Magdalena!  Sé  que  si 
vos  quisierais... 

Mag.        ¡Cielos!  Guillermo  os  ha  dicho... 

Cat.  Guillermo,  no,  se  ha  guardado  sus  secretos;  ha  sido 
otro,  un  señor  excelente  que  os  busca,  que  ha  seguido 
vuestros  pasos,  que  os  ha  hallado  por  fin,  y  que  me  ha 
hablado  de  vos. 

Mag.        ¡Dios  mió! 

Gat.  Un  digno  hombre  que  no  os  persigue  asi,  mas  que  por 
asegurar  vuestra  suerte,  la  de  vuestros  hijos,  de  vues- 
tros hijos  á  quienes  tanto  queréis,  Magdalena. 

Mag.  ¡Conque  nos  ha  descubierto!  ¡Oh!  ¡si- mi  marido  su- 
piese!... 

Cat.  Vamos,  Magdalena,  sed  razonable;  ese  sujeto  está  aqui 
cerca,  en  mi  cuarto,  va  á  venir. 

Mag.        ¿Va  á  venir? 

Gat.         Vedle. 

ESCENA     VIL 

Dichas,  Rollac. 


Rollac.  (A  Catalina.)  ¡Dejadnos!  (A  Magdalena.)  ¡Si,  yo  soy,  se- 
ñora, que  vengo  á  saludar  por  segunda  vez  á  la  here- 
dera de  una  de  las  casas  mas  ¡lustres  de  Francia!  á  la 
hija  del  Marqués  de  Montbazon. 

Mag.        ¡Vos!  ¡vos  aqui,  caballero!  ¡Oh!  ¡si  Guillermo  volviese! 

Rollac.  Antes  de  seguir  vuestros  pasos  escribí  al  señor  duque, 
vuestro  abuelo...  La  alegría  volvió  á  renacer  en  su  co- 


-  37  - 

razón  al  saber  que  existíais;  que  yo  os  había  hallado. 
Después  me  fué  preciso  hacerle  sabedor  de  vuestra  lu- 
ga y  de  vuestra  llegada  á  esta  ciudad;  pero  al  mismo 
tiempo  tomé  sobre  mí  el  empeño  de  asegurarle  que  no 
estaba  perdida  toda  esperanza....  Él  os  aguarda,  se- 
ñora. 

Mag.        ]No,  no,  no  puedo!  ¡no  quiero! 

Rollac.  Por  orden  del  duque,  uno  de  sus  parientes  mas  cerca- 
nos, el  conde,  de  Cintel  Blarc  ha  llpgado  aqui  con  toda 
diligencia  para  acompañaros;  sus  criados  cou  un  car- 
ruaje están  á  dos  pasos  de  aqui,  siempre  prontos,  espe- 
rando vuestras  órdenes...  Refiexionadlo  bien,  señora; 
una  familia  entera  os  tiende  los  brazos;  para  ella  es  un 
luto  que  cesa ,  una  esperanza  perdida  y  recobrada  por 
un  milagro.  Para  vos  es  la  riqueza,  la  felicidad. 

Mag.        ¿Y  Guillermo? 

Rollac.  Se  asegurará  su  suerte. 

Mag.  Si,  pero  se  le  rechaza,  se  le  destierra,  quieren  que  se 
marche,  que  yo  no  le  vuelva  á  ver  mas. 

Rollac  ¡Vos  le  olvidareis! 

Mag.        ¡Olvidar  á  mi  marido! 

Rollac.  Vuestro  marido...  dejaos  de  eso. 

Mag.  ¿Dud.  is  de  ello?  lo  es  ante  la  ley  como  lo  es  ante  Dios, 
lo  es  por  nuestro  cariño  y  por  nuestra  miseria.  Si,  yo 
soy  su  mujer,  porque  el  sacerdote  al  unirnos  me  ha  di- 
cho: Magdalena,  juráis  vivir  con  este  hombre  asi  en  la 
prosperidad  como  en  la  desgracia,  asi  en  estado  de  sa- 
lud como  en  el  de  enfermedad,  y  no  olvidarle  nunca; 
¿Id  juráis,  Magdalena?  Y  yo  he  respondido:  lo  juro.  Ya 
veis  que  Guillermo  es  mi  marido. 

Rollac.  Pero  el  Marqués  de  Montbazon  fué  vuestro  padre,  y  vos 
pertenecéis  á  su  nombre,  á  su  memoria  antes  de  per- 
tenecer á  ese  desastroso  vagabundo. 

Mag.  ¡Insultar  al  padre  de  mis  hijos  es  insultarme  á  mí 
misma! 

Rollac.  Perdonad,  señora;  vuestra  famila  está  prevenida;  os  es- 
pera, os  llama. 

Mag.        Ella  no  necesita  de  mí,  mientras  que  Guillermo... 

Rollac.  Necesita  de  vos,  señora,  para  que  el  anciano  duque,  de 
vuelta  de  su  destierro,  halle  al  menos  á  su  lado  á  la  hi- 
ja de  su  hijo,  y  tenga  algún  consuelo  en  sus  postreros 
días...  Y  si  eila,  esa  familia  necesita  de  vos,  ¿no  nece- 


—  38  — 

sitáis  vos  de  ella?  ¿no  tenéis  corazón  de  madre,  un  co- 
razón lleno  de  ansiedad  y  de  ternura  por  vuestros 
hijos? 

Mag.        ¡Dios  bondadoso! 

Rollac.  Si,  vuestros  hijos,  marchitos  por  la  miseria,  aniquilados 
por  el  trabajo,  y  á  los  cuales  alejándolos  de  ese  hombre, 
los  alejáis  tal  vez  de  la  muerte. 

Mag.  ¡Ah!  no  puedo  mas...  ¡mis  hijos!  ¡Dios  mió!  venid  en  mi 
ayuda.  {Óyese  un  sonido  lejano  de  tambor  y  corneta.  Mag- 
dalena corre  á  la  ventana  y  mira  á  la  plaza. )  ¡Alli  están! 
¡Guillermo!  ¡Enrique!  ¡oh!  ¡esos  horribles  ejercicios! 
¡Guillermo,  tú  vas  á  matar  á  mi  hijo!  no,  no,  se  burla 
del  peligro,,  le  ha  recibido  en  sus  brazos,  se  sonrie  con 
él,  le  besa...  los  dos  levantan  la  vista  hacia  mí,  y  me 
envían  besos...  ¡Ah!  ¡os  amo,  os  amo!  (Volviéndose  á 
Rollac.)  Retiraos,  caballero;  vuestras  palabras  han  lo- 
grado conmover  mi  corazón  por  un  momento ;  pero  el 
vértigo  ha  cesado.  Soy  Magdalena,  la  hija  del  pobre  jor- 
nalero; Magdalena  con  quien  Guilermo  ha  partido  el 
pan.  No  soy  la  hija  de  esos  duques  olvidadizos,  que  no 
se  acuerdan  de  mí  sino  porque  falta  un  nombre  á  su 
raza  y  una  gota  á  su  sangre...  Salid. 

Rollac.  (Saldré,  si;  para  volver  en  breve  con  refuerzo  )  (Con  una 
humilde  reverencia.)  Señora  marquesa  de  Montbazon, 
dentro  de  una  hora  me  tendréis  aqui.  (Vamos  á  buscar 
al  conde.) 

ESCENA  VIII. 


Magdalena,  apoco  Belfegor. 

Mag.  ¡Oh!  si,  ¡Dios  me  inspira!  ¡Dios  aprueba  lo  que  hago! 
¡estoy  cierta  de  ello!  pero  -luana...  ¡mi  hija!...  Duerme, 
ese  sueño  la  hará  bien,  asi  lo  espero...  ¡Ah!  si  ese  mé- 
dico... pero  diez  francos.  (Cuenta  algunas  monedas.) 
Cinco,  seis,  ¡ah!  ¡aqui  tengo  veinte  sueldos  mas!  ¡Siete 
francos!  Es  toda  nuestra  riqueza,  mientras  que  ellos, 
mis  parientes...  No,  no,  no  quiero  pensar  mas  en  eso. 

Belf.  (Sin  ser  visto  de  Magdalena.)  (¿Qué  es  esto?  ¡un  hombre 
acaba  de  pasar  junto  á  mí  en  la  oscuridad  de  la  escale- 
ra, y  ha  vuelto  la  cara  al  verme!  Es  particular;  he  sen- 
tido como  un  sudor  frió Me  pareció  de  pronto-que 


—  39  — 

era...  Me  habré  engañado...  si...  á  no  dudar.  (Arrojan- 
do violentamente  las  espadas.)  ¡Pero  si  fuese  él!) 
Mag.       Guillermo,  me  has  dado  miedo. 
Belf.       ¡Ah!  te  he  dado  miedo,  ¿y  por  qué? 
JVIag.       ¿Por  qué?...  ¿pero  qué  tienes?  traes  el  semblante  de- 
mudado. 
Belf.       No  tengo  nada. 
Mag.       ¿No  has  recogido  bastante  quizás? 
Belf.       Si...  al  contrario...  he  recogido  tres  franeos  y  medio. 

(Me  he  engañado,  á  no  dudar.) 
Mag.       ¿Y  Enrique,  dónde  está? 
Bklf.       ¡Enrique!  (Distraído.)  (Creo  que  el  caballero  es  mas 

alto.) 
Mag.       Mírame,  Guillermo,  ¿quieres  decirme  lo  que  tienes? 
Belf.      ¿No  ha  venido  nadie  mientras  yo  he  estado  trabajando 

ahí  abajo? 
Mag.       (Cortada.)  ¡No!  nadie  sino  es  Catalina,  con  quien  he  es- 
tado hablando  de  Juanita. 
Belf.       (Se  ha  turbado;  ¿seria  capaz  de  engañarme? 
Mag.        (Si  yo  pudiese  sin  alarmarle  completar  la  cantidad  pa- 
ra el  médico.) 
Belf.       (Está  hablando  para  sí.)  ¿En  qué  piensas? 
Mag.        ¿En  qué  pienso?  Pienso  que...  quisiera  tener  dinero. 
Bew.       (Con  amargura.)  ¡Dinero!  ¡Ah!  si,  mucho  dinero,  todo 

el  dinero  que  te  hubieran. dado  esos  grandes  señores. 
Mag.        Guillermo,  hacéis  mal  en  decirme  eso. 
Belf.       ¡Bueno!  ¡eso  es!  habíame  de  vos  ahora. 
Mag.       Hacéis  mal  sobre  todo  en  decírmelo  en  estos  momentos. 
Belf.       (Acalorándose  )  ¡Ah!  ¿es  decir  que  estamos  ya  en  el  ca- 
pítulo de  los  arrepentimientos? 
Mag.        Yo...  ¿me  habéis  oido  nunca  quejarme? 
Belf.        ¡Oh!  no  siempre  se  queja  uno  alto,  pero  se  sufre  por 
dentro;  se  llora  á  la  sordina...  ¡y  ademas,  no  me  lo  ha- 
béis ya  dicho  en  aquella  ocasión!  «yo  sentia  en  mí  de- 
seos de  lucir,  instintos  de  lujo,  de  riquezas,  de  bienestar 
Mi  sangre  se  sublevaba  contra  la  miseria!»  ¿Vuestra 
sangre  de  duquesa,  no  es  esto? 
Mag.        ¡Ah!  me  estáis  insultando,  Guillermo. 
Belf.        ¡Imbécil,  quita.!  ¡Pobre  hombre,  aparta!  ¿qué  puedes 
hacer  tú,  di,  para  que  olvide  su  nacimiento?  ¡échate  á 
buscar!  anda,  adivina,  inventa,  rómpete  la  cabeza,  aguza 
el  entendimiento.  Vamos  á  ver  qué  has  descubierto  para 


—  40  — 

que  la  señora  princesa  sea  dichosa?  ¿Tienes  oro,  pala- 
.  cios,  carruajes,  criados  vestidos  de  tambores  mayores? 

No,  tú  no  tienes  nada,  eres  un  pobre  saltimbanquis,  un 
payaso...  ¿lú  no  puedes,  no  sabes  mas  que  amarla?  ¿qué 
saca  ella  con  que  tú  la  ames?  ya  estás  viendo  que  la 
fastidias,  que  está  ahí  inmóvii  sin  hablarte!..  ¡Ah!  ¡lo 
veo  claro!  ¿iú  quieres  dejarme,  no  es  verdad?  ¿quieres 
huir  de  mí?  ¡pues  bien,  parte,  vete,  déjame! 

Mag.        ¡Guillermo! 

Bllf.        ¡Ah!  ¡mira!  ¡te  malaria! 

Mag-        ¡Dios  piadoso!  (Retrocediendo  aterrada.) 

Belf.  ¡Magdalena!  (Después  de  una  pausa  y  como  volviendo  en 
sí.)  ¡Magdalena!  ¿qué  es  lo  que  he  dicho?  ¡Oh!  ¡perdo- 
na! no  hagas  caso  de  nada,  Magdalena,  mira,  porque 
estoy  loco,  tengo  manias,  tengo  ideas  que  me  martiri- 
zan, ¿qué  se  yo?  un  hombre,  un  desconocido,  menos 
que  eso  si  quieres,  una  sombra  pasa  por  mi  lado,  y  al 
punto  me  alarmo  y  nie  exalto!  ¿qué  quieres?  Yo  te  lo 
ru^ego,  Magdalena,  mírame...  Escucha,  ¡oh!  ¡te  amo  tan- 
to! no  es  contigo  con  quien  me  enfado,  es  conmigo  por- 
que no  puedo  hacerte  dichosa,  como  yo  quisiera... 
¡Oh!  ¡si  yo  pudiese,  si  yo  supiese!  pero  uo,  lo  ignoro 
todo,  no  puedo  nada,  y  me  digo:  esta  mujer  que  es  tan 
joven,  tan  bella,  no  tendría  mas  que  pasar  ese  umbral 
para  ser  marquesa,  para  ser...  ¡yo  no  sé!.;  Porque... 
¡porque  vos  haríais  una  hermosa  marquesa,  vaya! 

Mag.        (Sonríe ndose.)  ¡Lo  crees  tú,  mi  buen  Guillerno! 

Belf.  ¡Se  ha  sonreído!  ¡ha  dicho  mi  buen  Guillermo!  ¡Tú  me 
perdón; 

Mag.        ¡Si,  si! 

Belf.  ¡Oh!  ¡cuan  buena  eres!  Pero  no,  no  me  perdones  aun, 
déjame  asi  á  tus  pies,  tus  manos  en  las  mias,  déjame 
mirarte...  ¡Oh!  ¡decir  que  puede  uno  amar  tanto!  Si  al- 
guno nos  viese...  (Levantándose.)  ¡Eh!  ¿y  qué?  ¿qué  hay 
de  malo  en  ello?  ¡el  cariño  no  cuesta  dinero!  Dios  nos 
le  da  gratis,  y  los  pobres,  que  no  tenemos  otra  cosa, 
pues!  nos  atracamos  de  él...  (Bajo.)  Vamos,  vamos  no 
era  el  caballero,  ni  quien  tal  pensó.     , 

Mag.        Sea  en  buen  hora;  asi  es  como  yo  te  quiero. 

B¿lf.        ¡Me  quieres!..  (Extasiado.)  Dime  ahora,  Magdalena?.. 

Mag.        ¿Eh? 

Belf.       ¡Vamos  á  ver!  ¿qué  podría  yo  hacer  hoy  para  que  estu- 


—  41  — 

vieses  contenta  todo  el  día? 

Mag.        ¿Para  que  esté  muy  contenta? 

Belf.       ¿Si,  y  que  me  perdones  del  todo? 

Mag.        ¿Del  todo? 

Belf.        Si,  habla,  dime  lo  que  quieras. 

Mag.  Pues  bueno;  dame  los  tres  francos  que  has  ganado  esta 
mañana.  (Asi  completaré  los  diez  para  el  médico.) 

Belf.       ¡Hura!  ¡Coqueta!  es  para  comprar  una  gorra. 

Mag.       ¿Crees  eso? 

Belf.       Con  cintas  y  marabuses. 

M  ag.  (Esforzándose  para  reír.)  ¡Pues  ya!  ó  soy  ó  no  soy  mar- 
quesa. 

Belf.  ¡Es  verdad!  ¡es  verdad!  ¡oh!  mira,  tú  eres  demasiado 
bonila  para  un  hombre  solo.  .  es  decir...  poco  á  poco... 
Vamos,  acerca  la  mano,  toma.  (La  da  el  dinero.) 

Mac.        ¡Oh!  gracias,  Guillermo,  gracias. 

Belf.       ¿Qué  es  eso?' ¿dónde- vas? 

Mag.       Yo,  voy  á  buscarla  corriendo.  (Voy  á  buscar  al  médico.) 

ESCENA  IX. 

Belfegor,  á  poco  Catalina. 

Felf.  ¡Bien  poca  ambición  es  una  gorra!  el  vestido  que  lleva 
está  por  cierto  muy- raido,  y  el  chai  todavía  peor...  no 
vale  maldita  la  cosa...  ¡Oh!  ahora  que  pienso!.,  ahí  ten- 
go diez  francos  metidos  en  una  punta  de  mi  pañuelo,  y 
que  yo  guardaba  para  comprarme  un  sombrero  y  unas 
botas  de  lance...  las  mías  han  empezado  á  reírse  hace, 
ya  dias,  y  el  sombrero  va  teniendo  una  forma  que  no  es 
forma...  pero  ¡bah!  he  corrido  toda  la  ciudad  y  no  he 
encontrado  nada  á  mi  gusto;  decididamente  no  me  com- 
pro chapeo  en  Angulema.  Todos  estos  sombrereros  tie- 
nen hormas  detestables,  y  en  cuanto  á  las  botas,  aguar- 
daré hasta  que  vaya  á  París...  al  palacio  real,  en  casa 
Sakouski,  que  calza  solo  para  ir  en  coche...  ¡Ah!  ¿otra 
vez  por  aquí,  Catalina? 

Cat.        ¡Calle!  ya  estáis  de  vuelta. 

Belf.  ft!e  voy  ahora  mismo...  Si  Magdalena  vuelve  antes  que 
yo,  la  diréis  que  he  ido  en  busca  de  Enrique,  que  se  ha 
quedado  en  la  plaza,  y  que  nos  vamos  á  pasear  por  la 
ciudad.  ¡Ah!  á  propósito:  decidme...  ¿cuánto  viene  á 


-  42  — 

costar  un  buen  chai  de  esos  de  colares? 

Cat.        ¿Un  cachemir? 

Belf.      Si,  un  cachemir. 

Cat.         ¿De  la  India? 

Belf.      Si,  de  la  India. 

Cat.        ¿Y  para  qué  queréis  saber  eso  vos' 

Belf.      Decídmelo,  no  importa. 

Cat.  ¡Toma!  eso  puede  costar  hasta  mil  ó  mil  quinientos 
francos. 

Belf.  ¡Mil  quininientos  francos!  ¡mil  quinientos  francos!  ¡ay, 
Dios  mió!  Y  decidme,  ¿uo  los  hay  algo  mas  baratos?  Yo 
quisiera  gastar,  asi,  unos  diez  francos. 

Cat.  ¿Os  chanceáis?...  por  ese  precio  apenas  encontrareis 
un  chai  de  lana  estampado. 

Belf.  ¡Un  chai  de  lana. estampado!  ¡pues  ya  se  vé  que  es  muy 
bonito  un  chai  de  lana  estampado !  y  siempre  son  de 
moda.  ¡Tonto  de  mí,  que  no  se  me  ha  ocurrido!  Mag- 
dalena se  muere  por  los  chales  de  lana  estampados. 
Adiós,  vecina.  (Volviendo.)  Mamá  Catalina? 

Cat.        ¿Vecino? 

Belf.  Mí  mujer  quizás  no  sepa  que  hay  chales  de  mil  y  qui- 
nientos francos...  no  se  lo  digáis,  ¿eh?  es  inútil...  Has- 
ta después. 

ESCENA  X. 

Catalina,  apoco  Magdalena  y  el  Médico. 

Cat.  (Sola.)  No  lo  puedo  remediar,  me  da  pena  este  pobre 
-  hombre;  pero  ¡cómo  ha  de  ser!  es  por  la  felicidad  de 
Magdalena,  el  caballero  de  Bollac  me  Jo  ha  dicho... 
¡Dónde,  habrá  ido  ella  ahora?  ¿Pero  qué  veo?  ha  vuelto 
á  subir,  está  ahí  con  el  médico  al  lado  de  la  niña;  aqui 
vienen. 

Mag.        ¿Que  tenéis  que  decirme,  doctor? 

Doc.  ¡Pobre  mujer!  ¡en  una  buhardilla!  ¡qué  miseria!  ¡y  sin 
recursos! 

Mag.       ¿No  me  respondéis?   : 

Doc.  ¿Vos  sois  la  mujer  de  ese  titiritero  que  hace  juegos  en 
la  plaza? 

Mag.  Si,  señor.  ¡Oh!  pero  sin  embargo,  doctor,  puedo... per- 
mitid que  os  ofrezca,..  (Le  alarga  las  monedas.) 


—  43  — 

Doc.        Guardad,  guardad  eso,  hija  mia. 

Mag.  ¡Oh!  es  que,  mirad,  caballero,  yo  deseo  que  os  intere- 
séis por  mi  niña,  que  no  la  abandonéis.  ¿Hay  algún  re- 
medio que  hacer?  decídmelo. 

Doc.        Mucho  me  pesa  decíroslo;  pero  lo  creo  inútil. 

Mag.       ¡Cómo!  ¡nada!  ¡ah!  ¿conque  no  hay  esperanza?... 

Doc.        No  digo  eso;  pero... 

Mag.        ¡Gran  Dios!  ¡acabad! 

Doc.        ¿Qué  edad  tiene? 

Mag.       Cumplirá  siete  años  el  dia  de  san  Juan. 

Doc.        Edad  peligrosa  á  veces  para  Jos  niños. 

Mag.        ¡Oh!  me  hacéis  temblar. 

Doc.  Tranquilizaos,  pobre  mujer:  la  ciencia  juzga,  aprecia; 
pero  Dios  es  el  que  condena  ó  salva. 

Cat.        Pero  en  fin,  doctor,  ¿qué  podria  hacerse  con  esa  niña? 

Doc.  ¿Y  qué  queréis  que  yo  os  responda  en  vuestra  situa- 
ción, buenas  mujeres?  Vuestra  niña  no  está  hecha  qui- 
zás para  la  existencia  que  la  suerte  la  impone...  Seria 
preciso...  peroá  vosotras  no  os  es  dado  cambiar  su  vi- 
da; ha  nacido  en  la  pobreza,  en  la  miseria... 

Mag.       En  ella  ha  nacido,  y  en  ella  morirá...  ¡ah!  entiendo. 

Doc.        No,  vos  exageráis  el  sentido  de  mis  palabras. 

Cat.  Pero,  con  todo.,  doctor,  suponed  que  por  esa  niña ,  que 
es  lo  que  vos  decis  por  desgracia  ,  se  interesasen  per- 
sonas acomodadas,  pudientes... 

Doc.         ¿Y  á  qué  fin  suponer  eso? 

Cat.         No  importa,  responded,  nadie  sabe... 

Doc.        Pues  bien,  aun  eso  quizás  no  seria  bastante. 

Mag.        ¡Cielos! 

Doc.  Ño  son  protectores  extraños  los  que  á  esa  niña  le  hacen 
falta,  es  el  cuidado  y  esmero  de  una  madre  que,  apar- 
te de  su  cariño,  se  encontrase  con  posibles...  pero  no 
estamos  en  ese  caso. 

Cat.  ¡Quién  sabe!  porque  en  fin,  si  ella  tuviese  esa  madre... 
si  la  señora... 

Doc.        ¿Qué  decis? 

Mag.       ¡Nada!  no  la  escuchéis,  caballero. 

Cat.  Si  por  cierto,  que  la  tiene,  la  tiene,  os  digo!  Hablad- 
nos,  doctor,  como  si  lo  que  yo  os  digo  fuese  verdad... 

Doc.        ¡Qué!  vos  afirmáis... 

Cat.  Que  esa  niña  pertenece  á  gente  que  está  muy  bien,  á 
personas  de  la  grandeza,  de. lo  mas  encopetado  é  ilus- 


—  41  — 

tre,  que  no  la  dejarán  morir.  Conque  asi,  disponed  sin 
'  temor  el  régimen  que  ha  de  observarse. 

Doc.  Ei  régimen  es  muy  sencillo..,  pero  hay  que  darse  prisa 
y  no  perder  un  minuto.  Prevenid  á  los  padres  que  apar- 
ten esa  niña  de  la  existencia  fatal  que  está  llevando, 
que  la  hagan  respirar  aire  puro,  que  la  proporcionen 
recreo  y  bienestar,  reposo  y  holgura,  que  no  la  esca- 
seen mimos  y  atenciones,  que  velen  por  ella  noche  y 
dia ,  para  reanimar  esa  tierna  flor  que  se  marchita  por 
falta  de  savia  y  de  jugos...  Si,  si,  una  vez  que  podéis, 
no  hay  que  vacilar;  los  cuidados  de  cada  hora,  da  cada 
instante;  una  madre  que  ,  si  es  preciso,  no  vacile  en  ir 
á  París  con  ella  á  consultar  á  los  hombres  eminentes  de 
la  ciencia,  en  llevarla  á  tomar  las  aguas  de  los  Pirineos, 
á  que  se  reponga  en  el  benigno  clima  de  Italia...  En- 
tonces... 

Mag.       ¿Entonces?... 

Doc.        Tal  vez  esa  niña  vivirá. 

Mag.       ¡Dios  mió!  ¿y  de  otro  modo? 

Doc.  La  creo  perdida.  (A  Catalina.).  Pero  vos  ma  habéis  di- 
cho que  la  familia  de  la  niña  es  rica. 

ESCENA  X¡. 

Dichos,  Rollac,  Castel. 

Rollac  Si,  señor,  y  esa  niña  será  salvada. 

Mag.        ¡Éi! 

Rollac.  Ya  no  tenéis  derecho  de  vacilar,  señora  ,  porque  no  es 
entre  la  miseria  y  la  riqueza,  sino  entre  la  salvación  y 
la  muerte  de  vuestra  hija,  entre  lo  que  debéis  optar. 

Cat.        Vamos  á  ver,  mi  buena  Magdalena ,  sed  razonable. 

Mag.  ¡Ah!  es  horrible  colocar  asi  á  una  mujer,  entre  sus  de- 
beres de  esposa  y  sus  deberes  de  madre!  ¡entre  la  vida 
y  la  muerte  de  su  hija!  ¡entre  la  maldición  de  su  mari- 
do y  la  maldición  del  cielo! 

Cast.  Beflexionadlo  bien  ,  señora ,  todo  lo  que  ha  prescrito  el 
médico,  la  ciencia;  cuidados,  bienestar,  todo  eso  pue- 
de tenerlo  con  nosotros  la  desgraciada  niña.  Apresuré- 
monos «á  reanimar  esa  existencia  que  va  á  extinguirse. 

Mag.        Doctor,  rne  juráis  delante  de  Dios... 

Doc.        Juro,  señora,  que  he  dicho  la  verdad,  y  que  vos  sola... 


—  45  — 

(Catalina  señala  al  caballero  el  cuarto  donde  está  la  niña', 
Rollac  entra  en  el  cuarto  y  desaparece.)  \ 

Mag.  ¡Oh  vos  que  leéis  en  mi  alma!  ¡Señor!  ¡señor!  iluminad- 
me, inspiradme. 

Cast.       Ya  no  es  tiempo  de  vacilar,  señora,  ved. 

Mag.        ¡Cielos!  ¡se  llevan  á  mi  liija! 

Cast.      Si ,  la  salvaremos  á  pesar  vuestro... 

Mag.        ¡Mi  hija!  ¡ah!  ¡yo  no  la  dejo!  ¡no  la  dejo! 

Cast.       Entonces  ,  venid  ,  venid ,  señora. 

Mag.  Catalina,  ¡  ah!  vos  le  veréis;  le  diréis...  ¡Dios  poderoso! 
¿qué  le  habéis  de  decir?.,  que  no  es  por  mucho  tiem- 
po... que  me  perdone...  que  le  amo...  le  amo  siempre... 
Pero  yo  no  puedo  dejar  morir  ni  abandonar  á  mi  hija. 
(Salida  general.) 

ESCENA    XII. 

Belfegor,  Enrique,  poco  después  Catalina. 

Belf.  (Con  un  chai  de  lana  encarnado  y  azul  debajo  del  brazo.) 
¡No  hay  nadie!  mejor ;  ¡qué  contenta  se  va  á  poner  mi 
Magdalena! 

Enk.  (Soplando  en  la  corneta.)  ¡Pues  y  Juanita!  que  le  gustan 
tanto  los  molinos...  aqui  la  traigo  uno,  y  una  cocina  y 
una  muñeca,  y  un  íiollito  de  leche. 

Belf.  ¡Hola!  ¡hola!  señor  Enrique,  conque  vos  teníais  fondos 
reservados. 

Enr.  Es  que  yo  también  he  pedido  por  mi  cuenta  para  Jua- 
nita después  que  tú  te  has  marchado.  . 

Belf.       ¡Somos  un  par  de  locos! 

Belf.  No  me  ha  quedado...  ni  esto;  ¡pero  anda!  es  para  la  en- 
fermita. 

Belf.  ¡Aguarda!  trae  aqui;  formemos  un  bazar,  coloquemos 
por  orden  nuestras  compras  para  que  hagan  buena  vis- 
ta!.. ¿Eh?  qué  alegría,  cuando  ellas  vean  esto...  Ahora, 
anda  á  buscarlas.  (Aparece  Catalina  ) 

Enr.        ¡Ah!  Catalina;  voy  por  mamá;  ¡ya  veréis! 

Cat.        (Se  marchó.) 

Belf.  ¡Venid  aqui!  ¡venid  aqui!  que  digan  ahora  que  no  ten- 
go yo'  gusto,  ¿eh?  ¿verdad  que  es  bonito?  ¡azul  y  encar- 
nado con  verde!  ¡todos  los  colores  del  arco  iris!  ¡Que- 
rida Magdalena  mia!  ¡qué  guapa  va  á  estar  metidita  aqui 


—  46  — 

dentro!  parecerá  que  está  envuelta  en  un  pedazo  de 
cielo.  Es,  voto  á  sanes,  lo  menos  que  se  puede  hacer  por 
ella;  porque  mi  Magdalena,  es  un  ángel!  ¡mi  ángel  bue- 
.  no! 

Cat.        (¡Su  alegría  me  hace  daño!) 

Enr.         ¡Padre!  (Volviendo  á  salir.) 

Belf.       ¿Qué  hay? 

Enr.        ¡Padre  mió!  la  niña. . . 

Belf.       ¿Qué? 

Enr.        Juanita  no  está  en  su  cama,  se  la  han  llevado. 

Belf.       ¿Cómo? 

Enr.  Y  luego  el  baúl  está  abierto...  todo  en  desorden...  me 
ha  dado  miedo! 

Belf.       ¡Quita  allá!  ¡qué  niñada!  (Váse.) 

ESCENA  XIII. 

Catalina,  Enrique. 

Cat.  (Entregándole  un  bolsillo.)  Toma,  hijo  mió,  darás  esto  á 
tu  padre:  le  dirás  que  es  de  parte  de  Magdalena,  que 
ha  llorado  mucho,  y  que  me  ha  dicho  que  le  dé  un  beso 
por  ella...  ¡Ah  yo  no  tengo  valor  para  quedarme  aqui. 
Adiós.  (Váse.) 

Enr.  (Queriendo  romper  á  llorar.)  ¡Dios  mió!  ¿pero  qué  es  lo 
que  pasa?  ¡Ah!  ¡papá!  ¡papá!  (Corre  á  él  y  se  detiene  al 
ver  la  palidez  de  Belfegor.) 

ESCENA  XIV. 

Belfegor,  Enrique. 

Belf.  (Con  un  pedazo  de  papel.)  ¿Estoy  soñando?  ¿ó  me  he 
vuelto  loco?  (Lee.)  «¡Guillermo!  ¡adiós!  ¡adiós!  perdó- 
name.» 

Enr.        ¡Papá! 

Belf.  ¡Se  ha  marchado!  Se  ha  marchado,  Enrique!  ya  no 
tienes  madre,  ya  no  tienes  hermana!  Magdalena  nos  ha 
abandonado,  ¡Magdalena  nos  deja  solos,  solos,  hijo  mió-, 
solos! 

Enr.  ¡Padre  mió!  ¡oh!  ¡no!  ¡no!  ¡padre  mió!  ¡qué!  ¿no  la  vol- 
veré á  ver  mas? 


-  47  — 

Beif.  ¡No  llores ,  hijo  de  mi  alma!  Debíamos  esperárnoslo. 
Se  ha  ido  á  buscará  su  familia...  nosotros  no  somos  dé 
su  familia,  ya  lo  ves;  pero  al  menos  debia  dejarme  la 
mia!  ¡debia  dejarme  á  mi  hija!  ¡Ah!  ¡Enrique,  hijo 
querido!  ¡abrázame,  ya  no  tengo  mas  que  á  tí  en  el 
mundo!  ¡Enrique!  ¡ah!  yo  me  ahogo.  (Casi  demente.) 
;Ah!  óyeme,  Enrique,  ven,  no  sabes,  yo...  yo  me  muero. 

E.nr.  ¡Padre!  ¡padre!  abre  ios  ojos,  habíame.  ¡Oh!  ¡mamá,  es 
horroroso!  tú  has  matado  á  mi  padre ;  ¡oh!  te  detesto. 

Belf.  ¡Hijo  mío!  no  maldigas.  Enrique. ..  es  de  noche,  es  la 
liora  de  rogar  á  Dios,  hijo  mió...  arrodíllate  y  roguemos 
por  tu  madre. 


FIN    DEL    ACTO    SEGUNDO. 


ACTO  TERCERO 


Un  kiosco  ó  pabellón  turco,  rodeado  de  árboles  y  ramaje. 


ESCENA  PRIMERA. 

El  Duque,  el  Vidamo,  Clermont,  amigos  del  Duque,  todos  en  traje 
de  caza. 

Duque.  (A  un  criado.)  Id  á  decir  al  vizconde,  mi  sobrino,  que 
deseo  hablarle,  y  que  solo  puedo  detenerme  algunos 
minutos.     • 

Clebm.    El  señor  vizconde  ha  elegido  una  quinta  deliciosa. 

Víi».         ¡Deliciosa!  eso  mismo  iba  yo  á  decir. 

Duque.  Si,  á  las  puertas  ríe  Burdeos ;  pero  un  poco  distante  de 
mi  posesión  de  Carignan.  Celebro  que  la  caza  nos  haya 
traido  por  este  lado.  Quiero  verle  y  averiguar  si  sabe 
emplear  el  tiempo... 

Clerm.     El  señor  duque  piensa... 

Duque.  Pienso. ..  que  él  es  hasta  la  presente  el  único  heredero, 
si  no  de  mis  riquezas,  de  mi  título  al  menos  ,  y  temo 
que  no  sepa  darle  esplendor...  Señores,  la  nobleza  de 
Francia  debe  en  el  dia  hacer  alarde  de  riqueza  y  gusto; 
es  preciso  que  á  fuerza  de  lujo,  de  prodigalidades,  de  lo- 
•  curas ,  si  á  mano  viene,  haga  olvidar;  oscurezca  á.  esos 
pretorianos  del  imperio,  que  venian  á  derrochar  en  Pa- 
rís los  tesoros  de  la  Europa  conquistada ;  quiero  sobre 


—  49  — 

todo  que  el  que  haya  de  llevar  el  título  de  Montbazqn, 
ese  título  que  yo  trasmitiré  puro  y  glorioso ,  sepa  vivir 
cual  corresponde,  y  que  el  orgullo  de  su  clase  sea  con- 
tado entre  sus  virtudes. 
Clerm.  ¡Bravo ,  señor  Duque ,  eso  es  hablar!  porque  á  decir 
verdad ,  esos  bigardos  de  levita  y  sombrero,  de  copa, 
esos  contratistas  y  gaceteros ,  esos  abogadillos  de  tres 
al  cuarto ,  esos  demoledores  enriquecidos  con  los  es- 
combros de  nuestros  castillos,  se  figuran,  como  hay 
Dios,  que  nosotros  somos  momias  ó  aparecidos,  fantas- 
mas ó  muñecos  casca-nueces,  de  esos  que  traen  de  Ale- 
mania para  divertir  á  los  niños.  ¡Por  Dios  trino  y  uuo! 
nosotros  les  haremos  ver  que  vivimos  y  que  sabemos 
vivir. 

ESCENA  II. 


Dichos,  Hércules. 

ífíiRc.      ¡Querido  tio! 

Duque.  ¡Por  fin  os  dejais  ver,  señor  sobrino;  no  ha  costado  po- 
co trabajo! 

Herc.  Perdonad,  tio...  (Balbuciente.)  estaba  gravemente  ocu- 
pado... 

Duque.    ¡Ocupado  vos! 

Herc      Ocupado  con  mi  profesor... 

Duque.    ¿Profesor  de  qué? 

Clerm.    De  filosofía  sin  duda... 

Duque.  ¿No  sabéis  por  ventura  la  ciencia  que  os  enseña  vues- 
tro profesor? 

Herc.  Si  tal,  si  tal,  señor  Duque...  es  un  profesor  de...  de 
baile. 

Clerm.     ¡De  baile! 

Herc      (Creo  que  se  va  á  enfadar.) 

Duque.    Bien  está :  veo  que  pensáis  en  algo  al  menos. 

Herc.  Si,  tio :  como  que  á  los  ocho  dias  de  haber  sido  decla- 
rado mayor  de  edad  me  ocupo,  ya  lo  veis ,  en  dar  una 
fiesta  florentina  en  esta  quinta ,  que  es  digna  de  un 
príncipe. 

Duque.  Vamos  á  esto,  vizconde.  Oidme  con  atención.  Vos  sois 
hasta  ahora  el  heredero  inmediato  de  mi  título,  y  ya 
comprendéis  que  este  honor  obliga.. .     • 

4 


50  — 


Clerm.    ¡Y  tanto! 

Duque.  ¿A  qué,  tio?  ¡á  no  arruinaros!  Perded  cuidado,  yo  ten- 
go mucha  economía... 

Duque.     ¿Eh? 

Herc.      Soy  muy  económico,  aqui  donde  me  veis. 

Duque.  ¡Cómo  se  entiende!...  ¿quién  os  habla  de  economías?... 
¿Somos  aqui  traficantes  ó  agiotistas? 

Herc.      Perdonad,  tio... 

Duque.  Tened  entendido,  señor  vizconde ,  que  los  Montbazon, 
á  quienes  el  rey  se  ha  dignado  devolver  todos  sus  bie- 
nes ,  cuentan  mas  de  millón  y  medio  de  francos  de  ren- 
ta, con  lo  cual  se  aviene  mal  esa  palabra  economía.  Por 
lo  tanto,  si  vos  no  encontráis  manera  de  gastar  esplén- 
didamente trescientos  mil  francos  por  año,  sois  un 
tonto  y  os  retiro  mi  afecto. 

Herc.      No,  no,  no:  yo  prometo  daros  ese  gusto,  tio  mió. 

Duque.  Está  dicho:  mirad  bien  cómo  os  conducís.  (Viendo  lle- 
gar á  Castel-Blanc.)  ¡Ah!  Castel-Blanc,  llegad,  esperaba 
vuestra  venida.  Señores ,  soy  con  vosotros  al  punto. 
Quedaos  vos ,  vizconde.  (Los  caballeros  saludan  y  se 
retiran.) 

ESCENA  MI. 

Hércules,  el  Duque,  Castel-Blanc. 

Herc.      (¿Qué  será?) 

Duque.    Hablad,  amigo  mío,  ¿qué  hay?  (Al  Conde.) 

Cast.  Magdalena  de  Montbazon  ha  llegado;  la  he  hecho  con- 
ducir á  vuestro  castillo  de  Carignan. 

Duque.  ¡Pobre  joven!  Ya  lo  oís ,  Hércules ;  se  trata  de  Magda- 
lena, de  la  hija  del  marqués  ,  muerto  en  Alemania,  de 
la  señorita  de  Montbazon,  mi  nieta  y  prima  vuestra. 

Herc.  ¡Ah!  si,  cuyo  paradero  se  ignoraba,  y  la  cual  se  ha  ca- 
sado con  una  especie  de...  ¡já,  já!  es  cosa  singular... 

Duque.  Muy  singular ,  si  queréis ;  pero  vos  vivís  tan  solo  por 
mis  beneficios,  señor  vizconde ;  no  tenéis  bienes  ni  pa- 
trimonio alguno,  y  debéis  desear  que  yo  os  siga  fran- 
queando mi  bolsillo. 

Herc.      ¿Pues  no  lo  he  de  desear,  querido  tio? 

Duque.  Entonces,  si  queréis  que  yo  continúe  como  hasta  aqui 
y  os  siga  dando  pruebas  de  bondad  y  tolerancia,  creed- 
m'e,  amad,  respetad  á  vuestra  prima,  y  olvidad  sus  des- 


—  51  — 

gracias  para  no  acordaros  sino  del  apellido  que  lleva. 

Herc.      Si,  tio. 

Duque.    ¿Y  el  barón  de  Rollac?  (Al  Conde.) 

Cast.  He  recibido  noticias  suyas  en  Chanlillac,  donde  el  esta- 
do alarmante  de  la  hija  de  Magdalena  nos  ha  obligado 
á  detenernos,  como  ya  sabéis,  por  tanto  tiempo.  El  ba- 
rón no  había  salido  aun  de  Angulema ,  donde  conti- 
nuaba vigilando  á  Belfegor. 

Duque.  ¿Pero  da  esperanzas  de  podernos  librar  de  ese  hombre 
para  siempre? 

Cast.  Hace  todo  lo  necesario  para  conseguirlo:  ha  hecho  apa- 
recer sospechoso  á  ese  desventurado  ,  y  ha  dado  aviso 
á  los  prefectos  de  las  provincias  limítrofes.  Merced  á 
este  medio,  nuestro  hombre  será  expulsado  de  todas 
partes  y  no  podrá  detenerse  ni  trabajar  en  ninguna.  El 
barón  cuenta  también  con  que  la  miseria  le  obligará  al 
pobre  diablo  á  admitir  vuestras  ofertas.  Rollac,  según 
me  dice  en  su  última  carta,  debe  llegar  hoy  mismo. 

Duque.  ¡Ah!  tengo  muchos  deseos  de  verle;  ya  sabéis  que  su 
padre  fué  mi  mejor  amigo. 

Cast.  Lo  sé;  pero  debo  advertiros  una  cosa :  me  temo  que  la 
larga  permanencia  del  barón  en  América  le  haya  per- 
judicado :  me  ha  parecido  un  hombre  vulgar,  de  moda- 
les ordinarios. 

Duque.    ¿De  veras? 

Cast.  Por  fortuna  viene  á  la  culta  Francia,  donde  volverá  á 
recobrar  el  aire  de  nobleza  y  elegancia  que  entre  los 
puritanos  de  Ultramar  ha  perdido. 

Duque.  Yo  nunca  podré  olvidar  que  debo  al  barón  de  Rollac 
una  gratitud  eterna.  _^ 

Cast.  Por  eso  él ,  en  premio  de  sus  servicios  ,  aspira  como  ya 
sabéis  á  la  mano  de  Magdalena,  y  os  la  pedirá  sin  duda 
tan  luego  como  hayamos  logrado  anular  el  casamiento. 

Duque.  Ya  veremos;  he  escrito  al  rey  y  aguardo  su  soberana 
resolución  sobre  todo  esto.  Hércules,  tened  la  bondad 
de  avisar  á  los  señores  de  mi  comitiva.  (Hércules  se  va 
por  la  izquierda.)  El  conde  de  Artois,  (Al  Conde.)  her- 
mano del  rey,  está  en  Burdeos  ;  le  veré  mañana  mismo 
y  tal  vez  le  haga  una  entera  confianza...  Entre  tanto, 
querido  conde,  corred  á  Carignan  y  prevenid  á  mi  pobre 
nieta  que  dentro  de  pocas  horas  tendré  el  gusto  de 
abrazarla.  ¿Está  contenta  de  su  cambio  de  fortuna? 


-  52  — 

Cast.      No,  señor:  está  triste,  pero  resignada. 

Duque.  Ella  olvidará...  Adiós,  adiós,  conde.  (Váse  Castel  por  la 
derecha.)  Vamos,  señores,  (A  los  señores  que  vuelven  por 
la  izquierda.)  á  caballo.  Vizconde,  venid  á  verme  á  Ca- 
rignan.  Hasta  la  vista  ,  y  no  olvidéis  (Trayéndole  apar- 
te.) que  todo  esto  es  un  secreto  de  familia. 

Herc.  Si,  querido  tio.  (¡Qué  buen  señor!  Le  prefiero  á  abue- 
lita.) 

Duque.  Partamos,  señores.  (Vánse  por  la  derecha.  Óyeme  den- 
tro toques  de  caza.) 

ESCENA   IV. 

HÉRCULES  SOlO. 

Herc.  ¡Qué  tio!  ¡es  un  modelo  de  tíos!  ¡Quiere  que  gaste  con 
profusión!  ¡No  podia  haber  venido  á  mejor  tiempo  el 
consejo!  He  convidado  á  esta  tiesta  á  todo  lo  mas  bulli- 
cioso de  Burdeos:  ¡nos  vamos  á  divertir  como  unos  lo- 
cos! Vendrá  todo  el  mundo  disfrazado,  hombres  y  mu- 
jeres, y  bailaremos  debajo  de  los  árboles.  ¡Una  verda- 
dera fiesta  florentina!  Duperron  ,  con  toda  su  trinca  de 
demonios,  me  ha  prometido  no  faltar,  y  Beaumenil,ese 
tarambana ,  que  es  capaz  él  solo  de  hacer  reir  á  un 
muerto;  en  fin,  toda  la  gente  alegre  y  elegante  de  la 
buena  sociedad.  (Viendo  entrar  algunas  máscaras.)  Ya 
creo  que  van  llegando.  Voy  á  ponerme  mi  traje  para 
venir  á  embromarlos.  (Váse.) 

ESCENA  V. 

Flora,  Duperron,  de  arlequín,  Beaumenil,  de  pruchinela,  Fany, 
Elisa,  Julia.  Convidados,  vestidos  de  máscara. 

Flora.  (Del  brazo  de  un  máscara.)  La  función  promete  ser  es- 
pléndida... el  jardin  está  iluminado  con  sumo  gusto. 

Dup.  Con  efecto...  (Malignamente.)  Ya  sabéis,  señora,  que  el 
vizconde  ha  dado  siempre  pruebas  de  tenerlo. 

Flora.    ¡Ah!  sois  vos,  Duperron. 

Dup.       En  carne  y  hueso,  señora,  para  serviros. 

Flora.    Vestido  de  arlequín  de  corte. 

Dup.        Si,  me  han  vaticinado  que  seré  algún  día  gran  diplo- 


53  — 


mático.  ¡Eh!  llega  tú  aqui,  Beaumenil. 

Beaum.    Señoras...  (Saludando  cómicamente.) 

Todos.     ¡Já,  já!  ¡delicioso! 

Dup.  No  hay  que  reírse  ,  amigos :  el  señor ,  á  pesar  de  sus 
corbetas,  es  un  hombre  muy  formal ;  como  ^ue  ha  sido 
nombrado  ayer  mismo  fiscal  de  la  audiencia  de  la  Gi- 
ronda ,  lo  cual  no  quita  que  haya  tenido  un  duelo  esta 
mañana. 

Flora.    ¿De  veras? 

Beaum.  Le  he  jugado  una  farsa  á  un  amigo  mió ,  que  no  le,  ha 
gustado...  nos  hemos  batido...  y  él  ha  quedado  en  el 
sitio...  A  eso  llaman  en  el  dia  dar  una  broma. 

Flora.  Pues  mirad,  no  embroméis  aqui  á  nadie  de  esa  mane- 
ra, os  lo  ruego. 

Julia.  ¡Oh!  si  no  es  él  será  otro,  pierde  cuidado,  querida:  está 
de  moda  el  dar  bromas  pesadas. 

Fany.  Es  hasta  tal  punto,  que  no  sabe  uno  en  el  dia  á  quien 
creer.  Os  dicen  que  sois  hermosa,  encantadora,  divina, 
que  os  adoran...  pues  no  hay  que  creerlos  una  palabra; 
os  están  embromando. 

Flora.  Ea,  no  perdamos  el  tiempo,  vamos  á  bailar...  (Nótase 
gran  movimiento  y  bullicio  entre  las  máscaras  y  se  oyen 
risotadas) 

Dui».        ¿Qué  es  eso?  alguna  farsa  sin  duda. 

Beaum.  (Volviendo  del  foro  derecha.)  Amigos,  amigos,  aguardad; 
¡vais  á  ver  un  traje  soberbio!  ¡siento  que  no  se  me  haya 
ocurrido  á  mí'  ¡Oh!  ¡qué  facha!  no  le  hay  mas  propio. 

Flora.     ¿Pero  qué  significa? 

Dup.        ¿Qué  es  ello? 

Beaum.  (Riendo..)  ¡Já!  ¡já!  ¡já!  figuraos  un  máscara  que  les  pue- 
de dar  quince  y  falta  álodos  los  demás...  Viene  vestido 
de  payaso...  de  verdadero  payaso,  con  su  chicuelo  y  to- 
do... dicen  que  se  ha  presentado  á  la  puerta  pidiendo 
limosna. 

Todos.     Vamos  á  ver;  vamos  á  ver. 

Beaum.    Miradle,  aqui  viene. 

Herc  ¡Entra,  máscara,  entra!  (Vestido  de  turco  hablando  á  los 
de  dentro.)  ¡Vaya  un  traje!  Sin  vanidad,  estoy  mas  gua- 
po que  tú.  (Belfegor  y  Enrique  aparecen.) 

Flora.     No  le  conozco. 

Elisa.      Ni  yo. 

Dup.        Ni  yo.  ¡Oh!  ¡me  ocurre  una  idea!.,  ¿si  será  algún  bro- 


-  54  — 

L        mista  de  los  de  ahora?..  Estaremos  sobre  aviso. 

ESCENA  VI. 

Dichos,  Belfegor,  Enrique  trae  una  especie  de  hopa  sobre  el  traje 
de  volatinero.  Hércules. 


Belf. 

Beaum. 

Herc. 

Flora. 
Dup. 
Beaum. 
Belf. 

Beaum. 

Herc. 

■ 

Belf. 


Flora. 

Herc. 

Dup. 


Belf. 

Beaum. 
Belf. 


Perdonad,  señores,  creo  que  llegamos  en  mala  oca- 
sión... esto  parece  una  fiesta... 
(Riendo.)  ¡Oh!  ¡está  perfecto!  ¡perfecto!  ¿Apostáis  á  que 
este  nos  quiere  jugar  alguna  farsa?  ¡Apuesto  á  que  es 
una  farsa! 

Una  farsa  de  muy  mal  gusto...  ¡Cuidado,  si  los  trajes 
son  feos  y  viejos!  ¡Puf!  ¡Vaya  una  pareja  horrible! 
No  tal...  Mirad  el  niño  qué  guapito  es. 
Es  el  compadre. 
Acércate  aqui,  compadrito. 

¡Os  reis!  vamos,  lo  celebro...  Vo  pasaba  por  aqui...  y 
me  he  tomado  el  atrevimiento...  Pero  supuesto  que  os 
reis,  es  buena  señal ...  ¿No  nos  echareis  como  nos  han 
echado  de  otras  partes,  no  es  verdad? 
Es  que  no  se  puede  embromar  mejor;  me  encanta  este 
hombre.  ¡Oh!  debe  de  ser  muy  corrido;  algún  calavera 
deParis,  por  fuerza. 

¿De  dónde  diablos  has  sacado  ese  traje,  payaso?  ¡no  es 
muy  airoso  que  digamos! 

Es  cierto;  hace  tantos  dias  que  no  me  le  quito...  El  tra- 
jín, el  polvo  de  los  caminos...  pero  llevo  áJacobillo  lo  mas 
limpio  que  puedo.  Vamos,  Jacobillo,  saluda  á  éstas  se- 
ñoras. 

Ven  que  te  dé  un  beso,  hijo  mió. 
El  chico  está  como  asustado.  (Riendo.) 
(A  Flora.)  Lo  que  nosotros  debemos  hacer,  és  seguirle 
la  broma;  vamos  á  desternillarnos  de  risa.  (A  Belfegor.) 
Conque  di,  ¿de  dónde  vienes,  payaso? 
¿De  donde  vengo? 
¡Si,  eso  es!  cuéntanos  tus  viajes. 
¡Oh!  ¡vengo  de  muy  lejos!  Hemos  salido  de  Angulema 
los  tres,  el  niño,  mi  pobre  Babieca  y  yo.  Hemos  cami- 
nado lo  mas  aprisa  que  hemos  podido;  me  habian  di- 
cho:—«¡en  Burdeos!  alli  está  ella...»  y  me  he  venido  en 
derechura  á  Burdeos.  Babieca,  asi  se  llamaba  mi  caba- 


—  55  — 

lio,  apretaba  el  paso  cuanto  podía  el  pobre  animal; 
pero  al  segando  día  de  marcha  me  apercibí  que  llevaba 
mas  carga  de  la  que  podia;  eché  pié  á  tierra  y  me  pu- 
se á  decirle  asi,  cosas,  que  solo  él  y  yo  entendíamos,  y 
seguí  el  camino  llevándole  de  las  riendas  y  conversando 
con  él...  Pero  á  la  tardecita,  cuando  íbamos  á  recoger- 
nos, el  alcalde  nos  buscó  una  tranquilla;  nos  dijo  que 
si  eramos  esto,  que  si  eramos  lo  otro,  que  no  podíamos 
quedarnos  en  el  pueblo  y  nos  echó.  Seguimos  cami- 
nando toda  aquella  noche;  Jacobillo  se  quedó  dormido 
sobre  el  caballo,  y  el  caballo  y  yo  íbamos  cabizbajos  y 
llorando,  cuando  al  rayar  el  dia,  mi  pobre  Babieca,  que 
no  podia  ya  andar  mas  que  al  paso,  se  paró  de  repente. 
Quédeseme  mirando  como  el  que  dice:  ¡Ya  ves,  que  no 
puedo  mas!..  Pero  el  niño  tenia  frió  y  yo  le  obligué  á 
seguir.  Entonces  dio  un  gemido,  hizo  un  estremeci- 
miento y  dejó  caer  su  pobre  cabeza  sobre  mi  hombro," 
yo  le  miré  y  adiviné  quesemoria  y  se  meniurióenefect0 
mi  caballo  querido!  (Todos  sueltan  á  reír.)  Murió,  si... 
De  sus  resultas  el  niño  y  yo  hemos  continuado  nuestro 
viaje  á  pié,  y  está  muy  cansado  el  pobrecillo. 

Enr.        {Bajo.) ¡Oh!  ¡padre!  ¡padre!  Tengo  hambre... 

Flora.     Pero  señores,  y  si  esto  fuera  verdad,  si  ese  hombre.... 

Beaum.    ¿Estáis  en  vos?...  creer  en  una  farsa  semejante...  ibai 
á  ser  la  fábula  de  Burdeos!...  Dejadme  á  mí...  Oye  pa- 
yaso, ¿quieres  que  te  diga  mi  opinión?  Pues  tienes 
muy  poco  chiste. 

Herc       Verdad  es,  yo  no  le  encuentro  gracia. 

Elisa.      A  mí  casi  se  me  han  saltado  las  lágrimas. 

Dup.        Como  que  nos  está  ahí  contando  cosas  fúnebres. 

Bllf.  Perdonad,  señores,  me  había  olvidado...  yo  no  deseo 
mas  que  divertiros;  porque  ya  no  me  dejan  trabajar  en 
las  plazas  públicas;  y  me  veo  en  la  precisión  de  [entrar 
asi  en  las  casas  grandes  que  encuentro  al  paso  en  el 
camino. 

Beaum.    Pues  bien,  vamos  á  ver,  haznos  reir  ahora,  payaso. 

Famt.      ¡Oh!  si,  mejor  es  eso. 

Belf.  (¡Reir!  ¡reír!  y  ese  miserable  de  Bello-Amor  se  me  ha 
escapado  robándome  mis  útiles,  mis  cubiletes...  ¡todo! 
Vamos,  Enrique ,  es  preciso  que  tú  le  sustituyas,  hijo 
mió.) 

Enr.        Padre . 


—  56  - 

Belf.  (¡Ánimo!  es  una  ocasión  que  se  nos  presenta  de  ganar 
un  pedazo  de  pan ,  y  algún  dinero  para  llegar  á  Bur- 
deos... ¡dos  leguas  no  mas!  ¡Vamos,  ánimo!  ¡ánimo, 
hijo  del  alma!) 

Herc.      ¿Conque  se  empieza?  ¡Y  haznos  reir  sobre  todo! 

Belf.  (¡Reir!  llevando  la  muerte  en  el  alma.)  (Con  voz  de  titi- 
ritero.) ¡Ea!  ¡señores!  ¡ea!  ¡jé!  ¡jé!  ¡jé!  señor  Jacobillo, 
se  trata  de  dar  comienzo  á  la  magnífica  función,  para 
divertir  á  esta  noble  reunión.  ¡Atención! 

Enr.        Si,  maestro. 

Belf,  (Id.)  ¡Vamos  corriendo ,  Vamos!  ¡chiquillos  y  grandes, 
viejos  y  niños,  bonitos  y  feos!  acudid  todos,  venid,  ve- 
nid corriendo  aunque  os  rompáis  la  crisma;  apiñaos 
ahí  y  cuidado  con  los  bolsillos...  ¡Atención!  aqui  el  que 
mas  mira  menos  vé...  ¿Quién  de  estos  señores  tiene  la 
bondad  de  darme  un  sombrero? 

Todos.     ¡Yo!  ¡yo!  !yo! 

Belf.  Con  uno  basta,  señores...  pero  que  no  pertenezca  á  al- 
gún calvo,  no  sea  que  se  resfrie...  Ahora  necesito  que 
una  de  estas  amables  señoras  me  dé  una  rosa...  Vamos, 
señoras,  una  rosita. 

Fany.       ¡Vaya!  ¡ahí  va  la  mia!  (Risas.) 

Belf.  Gracias;  ya  lo  estáis  viendo,  señores...  una  rosa  sin  es- 
pinas... es  el  emblema  de  esta  señorita. 

Herc.  ¡Ah!  entiendo;  ¡sin  espinas!  ¡Qué  pillo!  vamos,  esto  ya 
es  mas  divertido. 

Belf.  ¡Ahora,  atención!  vais  á  presenciar  el  juego  favorito 
del  inimitable  Belfegor;  vais  á  ver  el  milagro  de  las  ro- 
sas... 

Enr.  (Imitando  la  música.)  ¡Chim!  ¡chim!  ¡bum!  ¡bum!  (¡Pa- 
dre! ¡padre!  no  puedo  mas.) 

Belf.  (¡Ánimo!  ¡hijo  mió!  ánimo.)  Pero  mientras  yo  preparo 
la  suerte,  el  señor  Jacobillo  nos  va  á  contar  su  histo- 
ria... 

Dup.  Si,  si,  cuéntanos  Jacobillo,  ¿quiénes  fueron  tus  pa- 
dres?... 

Belf.       ¿Qué  os  importa  psoá  vos? '(Bruscamente.) 

Enr.        (Con  dolor.)  ¡Mis  padres!  ¡Oh!  ¡madre  mia!  madre  mia! 

Belf.  (Enrique,  no  pienses  en  ella...  Enrique...  yo...  yo,.,  tu 
madre...)  (Le  falta  la  voz.) 

Flora.  ¡Qué  veo!  ¡Son  lr.grimas  verdaderas!  están  llorando  los 
dos. 


57  — 


Belf. 

FhORA. 

Belf. 
Flora. 


Beaum. 
Ddp. 

Herc. 

Düp. 

Beaum. 

Belf. 

Flora. 

Herc. 

Flora. 

Herc. 


Criado. 

Herc. 

Criado, 

Belf. 

Flora. 
Belf: 

Flora. 
Belf. 

Flora. 


¡Lágrimas!  ¡no    tal!   ¡no  tal!   (Enrique  vacila,  y  cae  en  ' 
brazos  de  su  pudre,  desfallecido .)  ¡Ah! 
¡Dios  mío!  ¿Pero  qué  tiene  ese  niño? 
(Bajo.  Terrible  de  dolor.)  Este  niño...  ¡Tiene  hambre, 
señora! 

¡Cielos!  ¡conque  era  verdad!...  ¡Infelices!  Señores.... 
¡No,  no!...  Aguardad,  si  os  toman  por  un  pobre,  no  os 
darán  mas  que  una  limosna  cualquiera;  creen  que  sois 
un  loco,  un  aturdido  como  nosotros.  Vais  á  ver.  (Alio.) 
Vamos,  señores,  para  que  el  payaso  trabaje  con  ahinco, 
es  preciso  que  os  mostréis  generosos;  yo  me  encargo 
de  recoger  las  dádivas. 

¡Bravo!  no  falta  ningún  detalle...  hasta  el  platillo. 
Lo  veis  como  es  una  bruma...  nos  va  á  sacar  el  dinero, 
y  luego... 

(A  Belfegor)  Querido  bar...  cond...  marqués,  en  fin, 
querido  inio,  sois  muy  pillo. 
Flora,  ahí  va  mi  bolsillo. 
Aceptad  estos  pocos  luises... 
¡Oro!  ¡Oh!  ¡Dios  mió! 

(En  definitiva  yo  soy  la  que  los  embromo...  Sigamos  la 
moda.)  (A  Hércules.)  Vamos,  ¿y  vos? 
(Dándole  una  pieza.)  No  doy  mas;  ese  hombre  es  muy 
pillo. 

No,  no,  dadlo  todo. 

Si  vos  os  empeñáis,  ahi  va;  pero  á  mino  me  la  pega. 
(.4  los  otros.)  La  verdad  es  que  lo  hace  muy  bien;  pero 
si  yo  me  pusiese...  habíais  de  ver... 
Señor  Vizconde,  ahí  está  un  desconocido  que  desea  ha- 
blaros con  urgencia. 

¡Pues  bien!  ¡qué  pase!  hoy  se  recibe  á  todo  el  mundo. 
Aqui  viene. 

(Que  habrá  subido  un  poco  hacia  el  foro.)  ¡Qué  veo!  ¡Ro- 
llac!  ¡él!  ¡el  barón!  \ 

¿Qué  es  eso?  ¿qué  tenéis? 

¡Oh!  ¡señora!  ¡ese  hombre!  por  verle,  por  hablarle  sin 
ser  conocido  de  él...  daria  mi  vida. 
Es  posible... 

¡Oh!  señora...  si  fueseis  tan  buena  que  me  proporcio- 
naseis... 

¿Una  careta?  ¿un  dominó?  nada  mas  fácil.  En  cuanto  al 
pobre  niño,  yo  me  encargo  de  él,  no  le  hará  falta  nada. 


-  53  - 

Belf.  ¡Oh!  ¡gracias,  señora,  grachs!  (Toma  la  careta  que  le 
ofrece  Flora  y  desaparece  algunos  instantes.  Flora  se  lle- 
va á  Enrique.) 

ESCENA  Vil. 

Hercules,  Rollac,  Beaumenil  ,  Düperron,  Convidados. 

Herc  {Bajando  acompañado  de  Rollac  )  Mi  tio  ha  venido  aquí 
en  efecto  esta  tarde;  pero  solo  se  ha  detenido  algunos 
instantes;  y  no  me  es  posible  deciros  si  se  ha  vuelto  á 
su  palacio  de  Burdeos  ó  á  su  posesión  de  Carignan. 

Beaum.  ¿Es  por  el  señor  duque  de  Montbazon  por  quien  pre- 
guntáis, caballero? 

Rollac.  Si,  señor;  siento  haber  venido  á  turbar  vuestras  diver- 
siones, y  os  ruego  que  me  dispenséis  si  me  he  presen- 
tado asi  en  traje  de  camino. 

Beaum.  Aguardad;  creo  que  el  duque  ha  de  haber  ido  á  Carig- 
nan... He  encontrado  á  sus  monteros  que  se  dirigían 
.'  hacia  alli,  cuando  yo  venia  de  ver  al  prefecto,  cuya  casa 
de  campo... 

Rollac.  Muchas  gracias,  señores. 

Dup.        ¿De  ver  al  prefecto?  (A  Beaumenil.) 

Beaum.    Si,  para  ese  asunto  relativo  á  Lavarennes. 

Rollac.  (Lavarennes.)  (Volviendo.)  Perdonad,  señores,  estáis  ha- 
blando, creo,  de  un  tal  Lavarennes. 

Beaum.  Si;  acaban,  por  casualidad,  de  recibirse  noticias  del  pa- 
radero de  ese  miserable. 

Rollac.  ¡De  veras!  ¡ah!  lo  celebro  infinito.  Y  decis  que... 

Beaum.  No  me  han  dado  aun  pormenores;  sé  únicamente  que 
está  en  Francia,  y  que  se  da  á  conocer,  según  creo,  ba- 
jo el  título  de  barón  de  Rollac...  (Volviendo  á  Düperron.) 

Rollac.  ¡Ah!  (Soy  perdido.) 

Beaum.  ¿Pero  qué  veo?  El  payaso  se  ha  eclipsado...  Vamos  á 
darle  alcance.  (Todos  suben  hacia  el  foro,  excepto  Rollac.) 

Rollac.  ¡Descubierto!  cuando  me  creiaya  seguro,  cuando  ncaba- 
baba  de  hallar  á  la  heredera  de  los  duques  de  Montbazon, 
y  me  lisonjeaba  con  la  esperanza  de  entrar  en  su  fami- 
lia, y  ampararme  con  su  ilustre  nombre!..  Vamos ,  no 
pensemos  ya  mas  que  en  librarnos  de  las  garras  de  la 
justicia.  (Va  á  marcharse;  Belfegor  enmascarado  le  cierra 
el  paso.) 


-  59  — 


ESCENA   VIII- 

Dichos,  Flora,   Rollac,  Belfegor. 

Belf.       ¡Una  palabra!  (Agarrándole  del  brazo.) 

Rollac  ¿Eh?  (Estremeciéndose.) 

Flora.  Perdonad,  caballero,  es  un  máscara  que  dice  que  os  co- 
noce. 

Rollac.  ¿De  veras?  Bien.  ¿Y  qué  tienes  que  decirme,  máscara? 

Belf.       Quiero  hablarte  sin  testigos. 

Rollac.  (¡Sin  testigos!  Prefiero  eso.)  (Alto.)  ¡Diablo!  ¡diablo! 
tienes  el  puño  sólido.  ¡Eli!  que  me  hacéis  daño  ,  señor 
mió. 

Belf.       Mas  daño  me  habéis  hecbo  vos  á  mi. 

Rollac.  Que  me  destrozáis  la  muñeca. 

Belf.       Vos  me  habéis  destrozado  ei  alma. 

Rollac.  ¡Yo! 

Belf.  Señora,  este  caballero  y  yo  tenemos  que  hablar  sin  tes- 
tigos. 

Her.        ¡Bueno!  le  va  ádar  una  broma.  (A  Flora.) 

Flora.    Callad  vos,  Hércules . 

Her.        Si,  querida. 

Flora.  Vamos,  señores,  alli  debajo  de  los  árboles  están  bailan- 
do y  falta  gente;  caballeros,  sobre  todo. 

Her.  (A  Beaumenil)  No  nos  alejemos  mucbo,  que  quiero  ver 
la  broma. 

Flora.    (¿Qué  signiíicará  esto?) 


ESCENA  IX. 

Rollac,  Belfegor. 

Rollac.  Vamos,  ¿me  diréis  al  fin  quién  sois? 

Belf.       ¡El  payaso!  (Descubriéndose.) 

Rollac.  ¡Cielos! 

Belf.       ¿Dónde  eslá  ella? 

Rollac.  ¿Quién? 

Belf.  ¡Oh,  nada  de  mentiras!  Catalina  me  ha  dicho  todo  lo 
que  sabia  ;  vos  sois  el  que  os  habéis  presentado  cuando 
yo  no  estaba,  tomándome  las  vueltas  como  un  cobar- 
de; vos  la  habéis  hecho  traer  á  Burdeos,  á  Burdeos, 


—  60  — 

¿no  es  verdad?  Ea,  hablad,  hablad,  ¡vive  Dios! 

Rollac.  Escucha,  Belfegor,  los  momentos  son  preciosos...  ex- 
pliquémonos pronto  y  de  una  vez  para  siempre...  Tú 
quieres  meter  ruido ,  dar  escándalo ,  y  todo  ese  ruido 
será  en  tu  daño,  te  lo  prevengo. 

Belf.       Yo  no  os  pregunto  eso,  os  pregunto  dónde  está. 

Rollac.  En  tu  viaje  has  podido  convencerte  de  mi  poder...  te 
han  echado  de  todas  partes;  dentro  de  poco  serás  per- 
seguido, acosado. 

Belf.       ¿pero  dónele  está  ella? 

Rollac.  Reflexiónalo  bien,  Belfegor:  una  palabra,  un  indicio 
basta  para  hacerse  sospechoso  en  el  dia.  Una  delación, 
por  poco  autorizada  que  sea,  es  suficiente  para  que 
metan  á  cualquiera  en  un  calabozo  y  le  hagan  compa- 
recer ante  el  consejo  prebostal  ,  que  juzga  y  fusila  á  un 
hombre  entre  dos  puestas  de  sol.  Y  si  yo  quiero  puedo 
perderte. 

Belf.       ¿Me  dices  dónde  está? 

Rollac.  ¿Dónde  está?  ¡Tu  mujer!...  (¡Qué  idea!)  Pero  si  todo  lo 

que  he  dicho  no  era  mas  que  una  fábula,  invención, 

pura  novela  :  te  he  engañado  y  á  ella  también.  Megus- 

taba,  quise  ver  si  me  hacia  caso,  alucinarla,  decidirla á 

.  una  calaverada  y  robártela  en  fin. 

Belf.  ¡  Ah,  miserable,  mientes!  (Se  arroja  á  él  y  le  pone  á  sus 
pies.) 


ESCENA   X. 

Dichos,   Todo   el  mundo. 

Herc      ¡Calla,  le  está  ahogando!  ¡Vaya  una  broma! 

Bflf.  (Apoderándose  de  su  bastón  y  blandiéndole  sin  soltar  á 
Rollac.)  ¡Al  primero  que  se  acerque  le  dejo  muerto  á 
mis  pies!  (Todo  el  mundo  retrocede  asustado.)  ¡Has  men- 
tido como  un  bellaco!  ¡Confiesa  que  has  mentido! 

Rollac  ¡Si,  si! 

Belf.       ¿Dónde  está  ella? 

Rollac.  En  casa  del  duque  deMontbazon. 

Belf.       ¡La  prueba!...  ¡la  prueba! 

Rollac  Aqui  la  tengo...  (Sacando  del  bolsillo  una  cartera.)  mis 
cartas,  mi  correspondencia. 


—  61  — 

Belf.       Trae.  (Arrancándole  la  cartera.  Le  suelta  y  se  separa.) 

Rollac.  (¡Ah!  tomas  mi  cartera...  mis  cartas.  ¡Ellas  te  per- 
derán!) 

Belf.  (A  Flora.)  Señora,  vos  tendréis  compasión  del  niño  que 
os  dejo:  eramos  dos,  me  quedo  solo. 

Rollac.  (Me  he  salvado.) 

Belf.  Y  ahora,  señores,  ¡plaza!  ¡Dieron  fin  mis  ejercicios! 
¡echad  el  telón  y  abrid  paso  al  payaso!...  (Lánzase  por 
entre  la  gente  y  desaparece.) 


FIN    DEL    ACTO    TERCERO. 


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ACTO   CUARTO. 


En  casa  del  duque  de  Montbazon.  Sala  ricamente  adornada. 

ESCENA  PRIMERA. 

El  gran  bailio  de  Clermont,  á  poco  Castel-Blanc  . 

Clerm.  (A  un  criado.)  ¡Está  bien!  aguardaré  á  que  vuelva  el 
señor  duque,  y  tendré  el  honor  de  ofrecerle  mis  res- 
petos. (Váse  el  criado.)  Goza  de  valimiento,  y  quiero 
aprovechar  la  ocasión  para  que  recomiende  mi  instan- 
cia, porque  hace  tres  meses  que  ando  en  pretensiones. 
(Viendo  á  Castel.)\kh\  ¡el  conde  de  Castel-Blanc;  va- 
liente intrigante!  (Yendo  áél.)  ¡Hola!  querido  conde. 

Cast.      ¡Señor  gran  bailio! 

Clerm.  Aqui  me  tenéis  que  vengo  á  hacer  la  corte  á  vuestro 
ilustre  primo.  No  porque  yo  sea  ambicioso,  ¡Dios  me 
libre!  yo  nada  soy,  nada  quiero  y  nada  pido. 

Cast.       (¡Hipócrita!) 

Clerm.    ¿Y  vos? 

Cast.      ¡Yo  tampoco!  aguardo  únicamente. 


—  63  — 


ESCENA  ll> 


Dichos,  el  Duque,  el  Vid  amo,  el  Comendador.  El  duque  y  los  otros 

habrán  salido  por  el  foro  á  las  últimas  palabras.  El  Duque  trae  unos 

pliegos  en  la  mano. 


Duque. 


Cast. 

Clerm. 
Cast. 

Duque. 


COM. 

Vid. 
Cast. 

Clerm. 


Cast. 
Clerm. 

Cast. 

Clerm. 

Cast. 

Clerm. 

Cast. 

Clerm. 

Cast. 
Clerm. 


¡Qué  desinterés!  Asi  me  gusta,  señores.  Aqui  traigo  sin 
embargo  dos  pliegos  que  me  parecen  de  oficio  y  que  os 
conciernen. 

(Precipitándose  á  cogerlos.)  ¡Mi  nombramiento! 
(id.)  ¡Mi  nombramiento!  permitid. 
(Leen  ambos.)  ¡Eh!  ¡qué  posma! 
(Al  Vidamo  y  al  Comendador.)  Señores,  el  rey  se  ha 
dignado  darme  el  pláceme  por  la  dicha  que  he  tenido 
de  hallar  á  mi  nieta.  (Siéntase  á  su  bufete  en  la  iz- 
quierda.) 

¡Ah!  os  felicito  por  ello. 
Y  yo  igualmente,  señor  duque. 
(Confuso.)  ¿Qué  es  lo  que  he  leido?  ¡Sustituto  del  pro- 
curador del  rey! 

(Con  alborozo.)  Comisario  extraordinario  del  departa- 
mento de  la  Gironda!  (Paseándose  con  importancia.)  Soy 
comisario  extraordinario.  Dadme  la  enhorabuena,  se- 
ñores. 

¡Comisario  general,  él!  ¡mientras  que  yo!  ¡Es  imposible! 
¡el  rey  se  ha  equivocado! 

Él  rey  no  se  equivoca  nunca ,  y  su  su  majestad  os  hu- 
biese hecho  ministro  y  á  mí  simple  sustituto,  me  oi- 
ríais decir  del  mismo  modo:  el  rey  es  infalible. 
(Que  ha  mirado  el  sobrescrito  del  pliego  que  tiene  en  la 
mano.)  Pero  aguardad,  aguardad  un  momento ,  este 
pliego  no  es  para  mí. 
¡Eh!  poco  me  importa. 
¿Es  en  efecto  ese  para  vos? 

¡Que  si  es  para  mí!  (Leyendo.)  Al  conde  de  Castel... 
conde  de  Cas... 

De  Castel-Blanc,  está  claro.  Vos  tenéis  mi  pliego  y  este 
es  el  vuestro. 
¡Pero cómo  puede  ser!.. 
Os  echasteis  sobre  él  con  tanta  precipitación... 
Es  decir  que  no  voy  á  ser  mas  que  un  simple  sustituto. 


-64  — 


Cast. 

Duque. 

Vid. 

Clerm. 

Cast. 


Clerm. 
Cast. 


Ddque. 
Ca;>t. 


Duque. 
Cast. 

Clerm. 
Cast. 

Clerm. 


(Con  rechifla.)  Pero  no  un  sustituto  simple. 
¡El  pobre  Clermont! 
¡Qué  batacazo! 

¡Es  falso!  ¡es  absurdo!  ¡es  imposible!  el  rey  lia  sido 
sorprendido. 

Señor  de  Clermont,  el  rey  no  se  equivoca  nunca,  y  si 
vos  fueseis  nombrado  ministro  y  yo  simple  sustituto, 
nuestro  deber  seria  decir  siempre:  el  rey  es  infalible. 
Si,  venios  abora  con...  (Insolente!) 
(Reparando  en  un  papel  que  viene  dentro  del  mismo  pliego.) 
Aqui  me  envían  sin  duda  instrucciones.  (¡Cielos!  Lava- 
rennes  bajo  el  nombre  de  Rollac.) 
¿Qué  es  eso? 

Tada;  tengo  que  entrar  inmediatamente  en  ejercicio; 
mi  deber  me  impone  ir  en  el  acto  á  la  prefectura.  Con 
vuestro  permiso,  primo,  me  retiro. 
Id  con  Dios,  querido  conde. 

(A  Clermont.)  Señor  sustituto,  me  veo  en  la  sensible 
precisión  de  echar  mano  de  vos,  seguidme. 
¡Eh!  ¿cómo  decis? 

(Insistiendo  con  suma  política.)  Que  tengáis  la  bondad 
de  seguirme. 

Bien  está,  señor  mió,  bien  está.  Señor  duque...  (Salu- 
dando al  duque.)  (¡Y  para  esto  se  hacen  las  restauracio- 
nes!) ¿Pasad  delante,  señor  comisario  extraordinario  de 
la  Gironda!  (Vánse  por  el  foro.) 


ESCENA  III. 


El  Duque  ,  el  Vidamo,  el  Comendador. 

Duque.  Si,  señores,  el  ministro  me  ha  escrito  que  su  majestad 
se  halla  muy  bien  dispuesto  á  favor  de  mi  nieta ,  á  la 
cual  se  devolverán  los  bienes  de  su  padre. 

Com.  El  señor  duque  habrá  creído  deber  ocultar  á  su  ma- 
jestad ,  en  el  interés  de  nuestra  familia ,  la  deplorable 
situación  en  que  ha  sido  hallada  la  hija  del  marqués  de 
Montbazon. 

Vid.         ¡Oh!  bien  deplorable  en  efecto. 

Com.        Y  nadie  sabrá  por  lo  tanto... 

Duque.  Nadie  excepto  vos,  el  conde  Castel  y  el  barón  Rollac, 
á  quien  por  mi  parte  no  conozco  mas  que  por  sus  car- 


—    65     -r- 

tas.  Ha  puesto  una  especie  de  empeño  en  no  presentar- 
se hasta  que  nos  haya  librado  de  ese  hombre  obfigán- 
dole  á  embarcarse  para  América. 

Com.  ¡Oh!  ha  demostrado  en  este  asunto  un  celo...  uua  de- 
licadeza... 

Criado.   (Anunciando.)  El  señor  barón  de  Rollac. 

Duque.  ¡Ah!  él  es;  decid  que  pase.  Es  señal  de  que  el  otro  se  ha 
embarcado. 

ESCENA  IV. 

Dichos  ,  Belfegor  -en  traje  de  corte ,  peluca  empolvada ,  calzón 
blanco,  espadín  atravesado,  traje  un  tanto  ridiculo. 

Belf.       ¡Voto  al  chápiro!  el  cielo  os  guarde,  señores. 

Duque.     Por  fin  ,  sois  vos,  señor  barou. 

Belf.       ¡Si ,  vive  Cristo!  yo  soy.  Señor  mió,  aunque  nunca  nos 

hayamos  visto  apuesto...  á  que  vos  sois  el  Duque  de 

Montbazon.  • 

Duque.    En  efecto. 

Belf.       Nosotros  no  nos  hemos  visto  nunca.  (Lo  sé  por  las  car- 
tas del  barón.) 
Vid.         ¡Buen  porte! 

Com.        A  la  legua  se  vé  que  es  persona  de  clase. 
Belf.       (¡Me  examinan!  Con  tal  que  yo  vea  á  Magdalena  antes 

de  ser  conocido...)  (Sube  hacia  el  foro  con  desasosiego.) 
Duque.    ¡Señor  de  Rollac!...  ¡señor  barón! 
Belf.       ¿En?  ¡Ah!  perdonad...  andaba  mirando  si  veia  á  cierta 

persona;  ya  sabéis...  á  ella...  á  la  joven. 
Duque.     ¡Si,  á  mi  nieta! 
Belf.       ¡Justo! 
Duque.     Mas  tarde.  Permitidme  que  os  presente  ahora  á  dos  de 

los  principales  individuos  de  la  familia.  Este  caballero 

es  el  señor  comendador  de  Pulieres. 
Belf.       ¡Ay,  qué  bueno!  ¡Hola,  hola,  hola!...  ¿conque  el  señor 

comendador  de  Pufieres?...  ¡Cuerpo  de  tal! 
Com.        ¡Cómo! 

Duque.    Sois  hombre  alegre,  barón. 
Belf.       Si,  si,  soy  muy  alegre;  siento  un  regocijo  loco  aqui 

¡Oh!  nos  vamos, á  divertir  mucho,  ya  veréis... 
Duque.    El  señor  Vidamo  de  Arpiñol ,  pariente  por  la  rama  de 

Turena. 


—  66  — 

Belf.       Señor  de  la  rama  de  Turena.  (Saludando.) 

Vid.         ¡Venga  esa  mano,  barón! 

Belf.       ¡Cómo  qué!  (¡Ojalá  les  caiga  en  gracia!) 

Com.        Puede  decirse  que  ya  sois  de  los  nuestros. 

Belf.       Completamente.   (Vamos ,   parece  que   agarra  )  Pues, 

señor,  ahora  que  me  habéis  presentado  al  señor  de  Tu- 

fieres  y  al  señor  Carpiñol... 
Vid.         DeArpiñol. 
Belf.       Eso  he  querido  decir.  (Al  Duque.)  ¿No  vamos  un  rato  á 

ver  á  mi...  á  la...  á  vuestra  amable  nieta? 
Duque.     ¡Qué  prisa! 
Belf.       ¡Oh!  yo  soy  asi...  Vamos  á  verla,  ¿eh?  un  momento, 

ahora  mismo. 
Duque.    ¿Ahora  mismo?  Ya  sabéis  que  eso  es  imposible... 
Belf.       ¡Imposible!...  no  es  posible. 
Duque.    Si,  porque  está  allá. 
Belf.       ¡Allá!...  ¿y  dónde  es  allá? 
Duque.    ¿No  habéis  sido  vos  mismo  el  que  ha  aconsejado  á  Cas- 

tel  que  la  llevase?... 
Belf.       ¡Ah!  he  sido  yo  el  que... 
Duque.     ¡Y  habéis  tenido  en  ello  una  idea  excelente! 
Belf.       ¡Si,  no  ha  sido  mala  la  idea!...  ¿Peroro  la  veré  á  pesar 

'de  eso? 
Duque.    Si  por  cierto,  si  por  cierto. 
Vid.         Creo,  barón,  sin  que  os  ofenda,  que  mas  habéis  venido 

por  ella  que  por  nosotros. 
Belf.       Algo  que  si,  Grapiñol...  Tenéis  mucho  talento  vos...  ¡eh, 

eh,  eh! 
Vid.         De  Arpiñol. 
Belf.       Si,  eso  mismo. 
Duque.    Decididamente  vos  estáis  enamorado  de  mi  nieta...  y 

cnanto  mas  os  miro... 
Belf.       (Ea,  vuelta  á  examinarme...  ¡Dios  me  asista!) 
Duque.    Me  habéis  de  dispensar...  pero  con  los  proyectos  que 

vos  tenéis... 
Belf.       (¡Mis  proyectos!...  ¿qué  diablos  de  proyectos  tendría  el 

tal  Rollac?) 
Duque.    (Algo  irónico.)  Vamos,  veo  con  placer  que  vuestros  via- 
jes por  el  Nuevo  Mundo  no  os  han  acabado  mucho. 
Belf.       Qué  me  han  de  haber  acabado...  si  soy  un  roble. 
Vid.         ¡El  cuerpo  derecho! 
Belf.        ¡La  cabeza  erguida! 


—  67  - 

Vid.         ¡La  pierna  sólida!  , 

Belf.  (Dándoseen  la  pierna.)  ¡Oh!  en  cuantoá  la  pierna...  es- 
to es  acero,  y  ademas  una  muñeca  de  hierro.  (Olvidán- 
dose.) Sostengo  doce  arrobas  con  el  brazo  extendido,  y 
levanto  con  los  dientes  al  mas  pesado  de  la  reunión. 
(Reparando  en  loque  hadicho.)  ¡Oh!  Son...  pasatiempos 
de  viajero.  (Haciendo  por  reírse.) 

Duque.    Pero  decidnos,  ¿y  él?  No  nos  habéis  dicho  nada  de  él. 

Belf.       ¡Él!  ¿y  quién  es  él? 

Duque.  Ese  liomore...  ese  titiritero...  ¿Nos  veremos  libres  por 
fin  de  su  persona? 

Belf.       ¡Che!  ¡che! 

Duque.    ¿Cómo?  teméis... 

Belf.  Yo  no  temo  nada,  absolutamente  temo  nada  de  él.  Mien- 
tras yo  estéaqui,  os  prometo  que  no  se  presentará  á 
vuestra  puerta. 

Duque.    ¡Muy  bien! 

Belf.       Pero  ese  Belfegor... 

Vid.  ¡Belfegor!  se  llama...  (Riendo.) 

Belf.  (Id.)  Se  llama  Belfegor:  es  un  nombre  muy  raro,  ¿no es 
verdad?  ¡Jé,  jé! 

Vm.  ¡Vaya  si  es  raro!  rarísimo. 

Belf.       Decia,  pues,  que  en  cuanto  á  ese  Belfegor,  no  se  puede 
decir  que  estamos  enteramente  libres  de  él:  ya  sabéis 
.  *  .  que  esas  gentes,  esos  payasos,  son  tan  listos ,  tan  ági- 

les ,  que  siempre  caen  de  pie  como  los  gatos. 

Duque.  ¡Oh!  pero  nosotros  sabremos  lomarle  las  vueltas.  (Sube 
hacia  el  foro.) 

Belf.  ¡Vaya  si  sabremos !  Como  que  somos  mas  ladinos  que 
él...  ¿Pues  no  tenia  el  muy  picaro  el  pensamiento  de 
meterse  aqui  con  traje  y  nombre  postizos  para  saber  de 
su  mujer?  Si ,  señores ,  si ,  pensaba  jugárosla  de  puño . 
Se  figuraba  que  no  hay  mas  que  endosarse  una  casaca 
bordada,  contonearse  de  cierto  modo,  darse  los  aires  y 
el  tono  del  señor...  (Dirigiéndose  al  Comendador ,  que 
está  á  la  izquierda.)  tomar,  como  vos,  (Yendo  al  Vidamo, 
que  está  á  la  derecha.)  un  polvo  con  desenfado  y  soltu- 
ra, (Toma  un  polvo  en  la  caja  del  Vidamo.)  sorberlo  con 
elegancia,  sacudirse  después  con  mimo  la  chorrera  de 
encaje,  girar  graciosamente  sobre  los  talones  y  echarse 
asi  el  sombrero  debajo  del  brazo...  Se  figuraba  que  él 
podria  hacer  todo  eso,  y  que  vosotros  no  le  conoceríais, 


—  68  — 

el  vil  histrión.  (Dándole  una  palmada  al  Vidamo.)  ¿No 
es  verdad  que  es  cosa  de  morirse  de  risa? 

Vid.         De  morirse  de  risa,  decis  bien. 

Duque.  (Sentado  á  su  bufete  y  con  una  sonrisa  desdeñosa.)  Veo 
que  vuestra  permanencia  en  América  os  lia  hecho  algo 
excéntrico. 

Belf.  ¡A  mí!  .  si,  eso,  si...  (Buscando.)  Excen...  sí...  excén- 
trico. 

Com.  Pero  ahora  que  me  acuerdo,  vos,  barón,  estuvisteis  en 
Biberach... 

Belf.       ¡En  Biberach!  ¡yo!...  Biberach!  ¡quitad  allá! 

Duque.  ¡Cómo!  ¿pues  no  fuisteis  presentado  á  su  majestad  la 
tarde  misma  de  la  batalla? 

Belf.        ¡Ab!  si...  si... 

Com.        Contadnos  cómo  pasó. 

Belf.  (Quieren  que  yo  les  cuente  la  batalla.)  (Al  Duque.)  ¿Te- 
neis  vos  mucho  empeño  en  que  os  refiera  todos  los  por- 
menores? 

Duque.  No...  desperlarian  en  mí  muy  tristes  recuerdos.  (Se  po- 
ne á  escribir.) 

Belf.  ¡Ah!  puesto  que  son  los  señores  no  mas...  (Yendo  al  Co- 
mendador y  al  Vidamo,  á  cada  uno  de  los  cuales  coge  del 
brazo.)  ¿Estuvisteis,  por  ventura,  alguno  de  los  dos  en 
esa  famosa  batalla  de?... 

Vid.         Biberach. 

Belf.       Si,  eso  iba  á  decir. 

Com.        No,  no  estuvimos  ni  el  uno... 

Vid.  Niel  otro. 

Belf.  (Entonces,  vamos  adelante.)  Pues  señor,  aquella  si  que 
fué  una  gran  batalla,  en  que  las  balas  caian  como  gra- 
nizo y  los  soldados  como  chinches.  Nosotros  eramos 
unos  sesenta  mil  hombres...  Nos  pusieron  en  batalla... 
en  dos  filas,  formando  un  arco...  quiero  decir,  forman- 
do dos  arcos...  é  hicieron  avanzar  sesenta  mil  bocas  de 
fuego. 

Com.        ¿Cómo  habéis  dicho? 

Belf.       ¿Que  cómo  he  dicho? 

Vid.         Ha  dicho  sesenta  mil  bocas  de  fuego. 

Belf.       ¿Y  qué? 

Com.        ¡Para  sesenta  mil  hombres! 

Belf.       Bien,  tantas  bocas  como  hombres :  nada  mas  natural. 

Vid.         ¡Toma!  pues  es  verdad. 


-  69  — 

Belf.  Se  traba  el  combate...  nosotros  avanzamos  sobre  el 
enemigo ,  el  enemigo  avanza  sobre  nosotros ;  nosotros 
nos  replegamos,  él  se  repliega;  la  caballería  se  lanza 
sobre  la  infantería  ,  la  infantería  se  lanza  sobre  la  arti- 
llería ;  las  sesenta  mil  bocas  rompen  el  fuego,  nos  ve- 
mos todos  rodeados  de  bumo,  nos  quedamos  á  ciegas... 
y  aqui  tenéis  cómo  alcanzamos  la  victoria. 

Com.  ¡La  victoria!  Pero  yo  creia  que  babia  sido  una  der- 
rota. 

Belf.  ¿Si?  Pues  bien  ,  ahí  tenéis  cómo  alcanzamos  la  derro- 
ta... Pero  vamos  á  ver  á  esa  joven. 

Duque.     Al  instante.  {Levantándose.  Llama.) 

Belf.       ¡Por  fin! 

Duque.  (A  un  criado  que  sale.)  Acompañad  al  señor  de  Bollac  á 
su  habitación  y  decid  en  seguida  que  enganchen.  Hasta 
dentro  de  un  instante,  señor  barón. 

Belf.  Señor  Duque...  (Saludando.)  (Vamos,  he  conseguido  que 
no  me  planten  en  la  calle :  eso  he  ganado;  Dios  hará  lo 
demás.  (Vásepor  el  foro  derecha.) 

ESCENA  V. 

El  Duque,  el  Vidamo,  el  Comendador  ,  la  Vermandois.   A  poco 
Magdalena. 

Duque.  No  se  engañaba  el  conde  Castel  al  decirnos  que  el  ba- 
rón era  algo  chavacano.  Este  buen  señor  de  Bollac  ha 
traído  de  América  unos  modales  increíbles,  ¡y  sobre 
todo  un  tono! 

Com.  (Con  desden.)  No  se  concibe  que  se  vicien  asi  en  los 
viajes,  y  que  traigan  ideas... 

Vid.  Es  verdad;  yo  he  viajado  mucho  y  nunca  he  traído 
ideas. 

Criado,    (Anunciando.)  La  señorita  de  Vermandois. 

Duque.  ¡Mi  hermana!  ¿Cómo  es  que?...  Y  Magdalena,  ¿por  qué 
os  habéis  separado  de  ella?  Espero  que  no  correrá  nin- 
gún riesgo. 

Verm.      Tranquilizaos,  querido  hermano,  está  aqui. 

Duque.    ¿Aqui? 

Verm.  Desde  ayer  que  la  visteis  en  Carignan  su  agitación  ha 
ido  en  aumento...  En  fin,  ha  querido  venir  á  todo  tran- 
ce para  hablar  con  vos...  Ruegos,  súplicas,  mandatos 


-  70  — 

todo  ha  sido  en  vano...  Quiero  ver  al  duque,  me  replí- 
1  caba...  y  eso  con  un  tono,  con  un  aire,  con  unos  mo- 
dales... (Con  desden.)  ¡Ay!  señores,  Dios  os  libre  de 
estos  parentescos  de  malagüero,  que  á  veces  se  en- 
cuentra uno,  sin  querer,  en  un  aduar  de  gi  anos. 

Duque.  Hermana,  ¿olvidáis que  esa  desgraciada  es  la  hija  de 
mi  hijo? 

Verm.  Miradla,  aqui  viene  :  acercaos,  acercaos,  sobrina,  y  lle- 
vad la  cabeza  erguida,  ya  que  Dios  ha  querido  que  ten- 
gáis sangre  de  los  Montbazon. 

Mag.  (Al Duque.)  Perdonadme,  me  siento  tan  turbada,  tan 
trémula... 

Duque.  Serenaos,  bija  mia, aqui  solo  hay  un  padre  muy  feliz 
en  poder  estrecharos  en  sus  brazos,  una  familia  agra- 
decida á  Dios,  que  os  ha  devuelto,  á  su  cariño...  No 
tembléis,  hija  mia...  nosotros  lo  hemos  olvidado  todo,  y 
os  amamos. 

Mag.  Vos  me  amáis...  (Conmovida.)  ¡oh!  gracias,  señor  du- 
que, gracias...  (Queriendo  besarle  la  mano  ) 

Duque.  Miradla,  señores,  son  las  mismas  facciones  de  su  des- 
graciado padre,  las  facciones  de  mi  querido  hijo,  muer- 
to lejos  de  mí:  después  de  veinte  años  de  destierro  he 
recobrado  todos  mis  feudos,  todos  mis  títulos,  todas  mis 
riquezas...  pero  no  me  habéis  devuelto,  Señor,  mi  bien 
mas  preciado...  ese ,  mi  corazón  le  llorará  eternamente . 

Verm.  ¡Jesús,  hermano!  os  echáis  á  llorar  ni  mas  ni  menos 
que  un  plebeyo. 

Duque.  Callad,  hermana:  los  plebeyos  no  tienen  el  corazón  fa- 
bricado de  otro  modo  que  el  nuestro. 

Verm.      ¡Oh!  señor  duque,  en  cuanto  á  eso... 

Duque.     Y  ademas,  estamos  aqui,  entre  gente  bien  nacida. 

Mag.  Vos  comprendéis,  señor  duque,  por  lo  que  veo,  que  yo 
pueda  echar  de  menos  y  llorar  por  la  persona  de  quien 
me  han  separado. 

Verm.      Vos  le  habéis  dejado  voluntariamente,  sobrina. 

Mag.       Le  he  dejado  por  salvar  á  mi  hija. 

Verm.  Vivid  sin  temor,  vuestra  hija  está  ya  fuera  de  todo 
riesgo. 

Mag.  ¡Pero  y  él,  mi  marido!...  por  defender  su  causa  con  e 
duque  es  por  lo  que  he  deseado  venir  aqui... 

Duque.    ¿Y  quién  ha  podido  haceros  pensar,  hija  mia... 

Mag.       Escuchad,  señor  duque,  el  hombre  que  habéis  enviado 


■    —  71  - 

en  vuestro  nombre,  el  baroo  da  Rollac  ,  se  ha  excedido 
en  el  cumplimiento  de  vuestras  órdenes ,  estoy  cierta 
de  ello. 

Verm.      ¿Pero  de  dónde  sabéis  vos?... 

Mag.  Una  mujer  que  vivia  en  Angulema  en  nuestra  misma 
casa,  fué  sobornada  por  él.  Asi  que  llegué  á  Bnrdeos  la 
envié  noticias  mias,  pidiéndoselas  de  aquellos  á  quienes 
amo  y  por  los  cuales  lloro.  Pues  bien,  he  sabido  por 
ella  que  acosados  do.  amenazas  y  persecuciones  ,  ellos, 
que  se  habían  quedado  en  la  miseria  ,  en  el  mayor  des- 
consuelo, se  han  visto  obligados  á  huir,  á  salir  de  An- 
gulema... ¡Ah!  señor  duque,  vos  habéis  podido  man- 
dar que  me  separen  de  ellos ;  pero  no  habréis  querido 
que  los  hiciesen  sufrir  mayores  martirios. 

Duque.  No,  hija  mia,  no,  y  estoy  cierto,  seguro  de  que  os  han 
engañado.  (Sube  hacia  e'  foro  yllama.)  Avisad  al  barón 
de  Rollac  que  le  estoy  aguardando. 

Mac        ¡Rollac!  ¿el  barón  de  Rollac  está  aqui? 

Duque.    Hace  una  hora;  y  por  él  mismo  vais  á  saber... 

Ve  km.  Vamos  á  conocer  á  ese  barón  tan  decantado.  ¿Qué  es- 
pecie de  hombre  es? 

Duque.     Vos  misma  juzgareis.  (Algo  cortado.) 

ESCENA  VI. 

Dichos,  Belfegor. 

Belf.       Estoy  á  vuestras  órdenes,  señor  duque. 

Mag.        (¡Esta  voz!) 

Belf.       Vamos  á  ver  ala  joven...  (Vuélvese   y  ve  á  Magiale- 

,  na.)  ¡Ah! 

Duque.     ¡Barón!  ¿qué  es  eso?  ¡os  habéis  inmutado! 
Verm.      Efecto  de  la  metamorfosis. 
Bc:lf.      Es  que,  en  efecto,  no  me  esperaba... 
Mag.       (¡Él  aqui  y  con  ese  traje!) 
Duque.     Ofrecedla  vuestros  respetos.   . 
Belf.       (Acercándose  á  Magdalena.)  ¡Mas  hermosa ,  si  cabe,  que 

antes! 
Verm.      Si,  ese  traje  vale  algo  mas  que  los  harapos  con  que  la 

vestía  el  saltimbanquis.  (Movimiento  de  Belfegor.)  ¿No 

opináis  vos  lo  mismo,  señor  barón? 
Belf.       Si,  si,  señora.  Hay  mucha  distancia  de  esos  ricos  atavíos 


-  72  — 

á  los  humildes  vestidos  que  la  compraba  con  lantogus- 
to  ese...  ese  saltimbanquis.  (A  Magdalena.)  Recibid,  m 
enhorabuena,  señora:  estáis  realmente  muy  hermosa 
asi. 

Mag.       ¡Caballero!  ¡Guillermo!  (A  punto  de  descubrirse.) 

Belf.  (Interrumpiéndola  vivamente.)  Llamadme  barón,  y  su~ 
frid...  (La  bésala  mano.)  ¡Oh!  debéis  estar  contenta, 
señora,  en  medio  de  vuestros  ilustres  parientes,  rodeada 
de  toda  esta  riqueza,  de  este  lujo...  ¡Oh!  si,  debéis  es- 
tar muy  contenta,  y  comprendo  que  no  hayáis  vacilado 
entre  esta  noble  familia  y  la  otra...  la  familia  del  vola- 
tinero. 

Mag.        Mucho  me  ha  costado  decidirme,  y  solamente... 

Duque.  Tened  la  bondad  de  referir  á  mi  hija  la  comisión  que  os 
di  para  ese  ..  Belfegor...  los  ofrecimientos  que  le  he 
hecho  y  la  manera  cómo  los  ha  recibido. 

Belf.  ¡Ah!  esta  señora  desea  saber...  En  efecto,  será  muy  di- 
vertido. Pues  bien,  imaginaos  que  le  he  propuesto  di- 
nero, el  cual  ha  rehusado,  el  muy  truhán;  y  cuanto  mas 
aumentaba  yo  la  suma,  mas  montaba  él  en  cólera  con- 
tra mí.  «Lo  que  yo  necesito  es  mi  mujer,  es  mi  hija,» 
decia.  ¡Palabrotas,  y  nada  mas,  ya  os  hacéis  cargo! 
¡Esos  titiriteros  están  lan  acostumbrados  á  representar 
comedias!  Y  como  no  podíamos  conseguir  nada  de  él  por 
la  buena,  proyectamos  meterle  en  un  carruaje,  y  tras- 
ladarle á  bordo  de  un  buque,  cuyo  capitán  está  á  nues- 
tra devoción. 

Mag.        ¡Ah!  eso  es  horrible. 

Belf.  Desde  ese  dia,  no  nos  hemos  vuelto  á  encontrar  mas 
que  una  vez,  en  la  que  él  quiso  saber  dónde  estaba  esta 
señora.  Trabóse  una  lucha  con  ese  motivo;  pero  -entre 
él  y  yo,  como  os  podéis  figurar,  la  cuestión  no  podia  du- 
rar mucho,  (Con  acento  muy  marcado.)  y  no  duró  mu- 
cho por  cierto.  Pero  hablemos  de  otra  cosa. 

Duque.    (Con  intención-)  AI  contrario,  barón,  tengo  empeño  en- 
que  repitáis  á  mi  hija  lo  que  decíais  en  vuestras  car- 
tas; que  desde  que  se  había  separado  de  ella,  ese  hom- 
bre llevaba  um  vida  escandalosa,  pasaba  los  días  y  las 
noches  entregado  al  desorden,  á  la  disipación... 
elp.        (Dándose  en  el  bolsillo  donde  lleva  tas  cartas  de  Rollac. 
¡Ah!  ¡ah!  ¡yo  os  he  escrito  eso!  En  efecto,  si,  he  escri- 
o  eso!  Pues  señor,  la  verdad  es  que  se  divierte  mucho 


—  73  - 

el  muy  bellaco.  Si,  ¡oh!  ¡yo  ya  sé,  señora,  que  vos  es-' 
tariais  creyendo  que  vuestro  abandono  le  habría  abatí-  • 
do...  que  se  habría  desmejorado  mucho,  que  sus  ojos 
estarían  escaldados  por  el  llanto...  ¡Si,  si,  á  buena  parte 
ibais!  Su  vida  desde  aquel  día,  no  ha  sido  mas  que  una 
continua  broma.. .  ¡Ya  se  ve!  ¡gitanos!  ¡farsantes!  ¿aca- 
so sabe  él  lo  que  es  amar  á  una  mujer?  ¡llorar  por  un 
hijo! 
)üque.     Añadid  que  no  salia  de  los  garitos  y  tabernas. 
3elf.       (Con  mucha  amargura.)  ¡De  las  tabernas!..  Si,  si,  eso 
ya  lo  sabéis  vos,  señora;  bien  sabéis  que  la  taberna  era 
todo  su  afán,  su  cariño,  su  vida!  ¡Las  tabernas!  Si,  iba 
á  ellas  después  de  vuestra  marcha,  lo  propio  que  iba 
antes.  Y  el  vino  le  daba  las  ideas  tnas  raras  y  extrava- 
gantes... Echábase  á  recorrer  todos  los  barrios,  las  ca- 
lles de  la  ciudad  en  busca  de  su  familia.  Iba  como  un 
loco  interrogando  con  ojos  ávidos  cada  balcón,   cada 
ventana.  Cierto  dia  le  pareció  ver  ondear  entre  corti- 
najes de  seda  la  rubia  cabellera  de  una  uiña.  {Cam- 
biando de  tono  )  ¡Es  ella!  ¡es  mi  Juanita!  Parece  que  su 
hija  se  llama  Juanita.  Y  sin  reparar  ni  en  porteros,  ni 
en  lacayos,  trepa  por  la  escalera,  lánzase  de  sala  en 
sala,  y  llega  adonde  estaba  el  angelito,  á  quien  coge  en 
brazos  y  se  le  come  á  besos ,  llorando  á  lágrima  viva; 
{Medio  riendo.)  y  echa  de  ver  entonces  que  su  corazón, 
ó  lo  que  él  llama  corazón,  se  ha  engañado  torpemente. 
Caen  sobre  él  los  que  le  perseguían;  ios  unos  le  dan  pa- 
los tratándole  de  demente,  los  otros  le  sujetan  y  le 
llevan  á  presencia  de  un  comisario  para  que  le  meta  en 
la  cárcel.  [Riendo  algo  mas  marcadamente.)  Le  tomaron 
por  un  ladrón.  (Soltando  á  reir  del  todo.)   ¡Já!  ¡já!  ¡já! 
es  muy  singular,  es  muy  chistoso,  ¿no  es  verdad,  seño- 
res? (Bruscamente.)  Vamos,  reid,  reid  vos  también,  se- 
ñora. 

Mag.        (Ocultándose  el  rostro  entre  las  manos.)  ¡Oh!  Dios  mió. 

Belf.  Pero  vamos  á  esto,  ya  que  nos  hallamos  en  familia,  y 
que  esta  señora  está  aquí ,  podíamos  hablar  algo  de 
nuestros  asuntos.  ¿Qué  es  lo  que  piensa  hacer  esta  se- 
ñorón Yo  he  venido  para  saber  algo  de  eso;  después  ha- 
blaremos del  marido. 

Duque.  (Algo  pensativo.)  Si,  del  marido  que  yo  deseo  para  mi 
hija.  El  rey  está  en  las  mejores  disposiciones. 


-  74  — 

Belf.       ¡Ah!  el  rey..,  ¿eh? 

, Duquk.  Yo  no  dudo  que  su  majestad  me  autorice  á  trasmitir 
mi  nombre  y  mi  título  de  par  de  Francia  al  esposo  que 
mi  hija  eligiere. 

Belf.  ¡Par  de  Francia!  ¡Hola!  couque  su  marido  será  par  de 
Francia.  (Dando  una  carcajada.)  ¡Cuerno!  (Empieza  á 
pasearse  por  la  escena  á  pasos  largos.) 

Verm,.  ¡Jesús!  cuidado  que  este  señor  tiene  una  manera  de  ex  , 
presarse. 

Com.        ¡Jé!  ¡jé!  ¡viene  de  América,  es  un  liberal! 

Vid.  (Indignado.)  ¡Un  demagogo! 

Belf.  Pues  entonces  veo  que  nuestro  volatinero,  ese  truhán 
de  volatinero,  va  á  subir  como  la  espuma. 

Duque.     ¡Él! 

Belf.       ¡Pues  claro  está,  su  marido! 

Duque.    Ese  no  lo  ha  sido  nunca.  (Volviendo  á  su  bufete  ) 

Belf.       ¡Vaya  que  si!  yo  asi  lo  creo. 

Verm.  ¡Su  marido!  (Muy  sofocada.)  espero  que  muy  pronto  ha- 
remos nosotros  anular  ese  casamiento. 

Belf.       ¿Eh?  (Con  fuerza.)  ¡ah!  conque  vais  á  hacer.... 

Mag.        ¡Oh!  Es  imposible,  no  lo  creáis. 

Verm.      ¿Y  porqué  no,  señora  sobrina? 

Belf.  Dice  bien;  ¿y  porqué  no,  señora?  ¿Acaso  vuestra  nueva 
familia  no  goza  de  gran  favor?  Sí  por  cierto  que  se  anu- 
lará ese  casamiento.  Vuestro  marido  no  habrá  sido  para 
vos  mas  que  un  accidente...  y  vuestros  hijos  serán  (.4  la 
Vermandois  metiéndose  por  la  cara.)  bastardos... 

Verm.      ¡Bastardos! 

Com,        ¡Este  hombre  dice  las  cosas  tan  desnudas! 

Vid.         ¡Puf! 

Duque.  (Que  ha  estado  escribiendo.)  Señor  barón,  aqui  tenéis  una 
carta  que  acabo  de  escribir  al  rey  en  vuestro  nombre  y 
el  mió.  Como  amigo  y  ejecutor  testamentario  de  mi 
desgraciado  hijo,  me  haréis  el  obsequio  de  firmarla. 

Belf.  ¡Ah!  ¿nosotros  escribimos  al  rey?  ¿Y  qué  escribimos  á 
su  majestad? 

Duque.  Le  pido  como  gracia  especial,  que  se  digne  dar  per- 
miso para  mandar  prender,  embarcar  y  desterrar  á  ese 
Belfegor,  y  que  en  seguida  se  proceda  á  instruir  sigilo- 
samente el  proceso  para  la  anulación  del  casamiento; 
autorizando  entre  tanto  á  mi  nieta  para  pasar  á  los  ojos 
de  todos  por  la  viuda  de  un  oficial  muerto  en  Alemania 


-  75  — 

al  servicio  del  rey.  Tened  la  bondad  de  firmar. 
¡Dios  mió! 

(A  Magdalena.)  Conque  es  decir  que  ya  sois  viuda,  se- 
ñora; y  á  él  cálale  muerto...  Payaso  ha  muerto,  se  con- 
cluyó!., ¡pobre  payaso!  Vamos,  descansa  en  paz,  y  Dios 
tenga  piedad  de  tu  alma. 
(Riendo.)  ¡Já!  ¡já!  el  alma  de  payaso. 
¡Caballero! 

Tiene  razón  el  señor  Vidamo,  ¿el  alma  de  payaso?  ¿Pues 
qué  esas  gentes  tienen  alma?  Fuera  de  los  Vidamos,los 
barones  y  los  caballeros,  los  demás  no  tieuen  alma! 
(Visiblemente  cansado.)  Hacedme  el  obsequio  de  firmar, 
caballero. 

(Tomando  la  pluma.)  ¡Firmar!  es  decir  pedir  el  destier- 
ro... la  muerte  de  un  desgraciado,  la  separación  de  dos 
seres  que  Dios  habia  unido!..  Sabéis,  señores,  que  para 
ser  caballeros,  estáis  procediendo  como  no  io  baria  ese 
titiritero?  (Rompe  la  pluma.) 

¡Caballero!  estáis  hablando  con  el  duque  de  Montbazon, 
y  me  explicareis  ahora  mismo... 
¡Cielos! 

(Con  risa  frenética  )  ¡Já!  ¡já!  ¡já!  ¡no  ¡o  han  entendido! 
no  han  entendido  ni  la  rabia  que  me  ahogaba,  ni  aque- 
lla risa  que  se  anegaba  en  lágrimas...  no  han  visto  nada, 
ni  adivinado  nada. 
¿Qué  oigo?  luego  vos  sois... 

Pues  bien,  si,  si,  soy  el  payaso.  (Arrancándose  la  pe- 
luca.) 
¡Él!      . 

Si,  Belfegor  el  payaso,  Belfegorel  miserable,  el  zote,  la 
bestia;  pero  esta  bestia  tiene  su  mujer,  tiene  sus  hi- 
juelos, y  os  los  viene  á  arrancar  porque  son  suyos,  ¡en- 
tendéis, ladrones!  (Hacen  un  movimiento  pata  echarse 
sobre  él.)  ¡Eh!  cuidado  conmigo,  señores;  el  payaso  sa- 
be hacer  reir  en  la  plaza;  pero  os  podría  hacer  llorar 
aqui. 

¡Osáis  amenazarnos! 
Y  aun  cuando  asi  fuese... 
Guillermo,  te  lo  pido  por  Dios,  escúchame. 
No  escucho  nada,  yo  soy  tu  marido,  soy  tu  dueño- 
¡Vuestras  leyes,  señores!  por  cima  de  vuestras  leyes, 
está  Dios  que  me  ha  dado  esta  mujer,  y  la  conservaré 


Mag. 

Belf. 
Mag. 
Belf. 

Mag. 


Belf. 

Mag. 
Belf. 
Mag. 
Criado. 

Duque. 


—  76  — 

mal  que  os  pese.  Señora,  vais  á  veniros  coamigo  y  con 
Juana,  con  Juana  á  quien  vos  me  habéis  robado,  y  que 
es  mi  hija. 

¡Tu  hija!  ¡Desventurado!  ¡tu  hija  se  hubiera  muerto  si 
no  fuera  por  mí! 
¡Gran  Dios! 

¡Se  hubiera  muerto  te  digo! 

¡Ella!  no,  eso  no  es  verdad,  yo  lo  hubiera  sabido,  lo 
hubiera  adivinado. 

¡Adivinado!  ¡acaso  adivináis  vosotros  esas  cosas!  Ya  no 
existiría,  ténlo  por  cierto;  no  quedaba  mas  que  un  re- 
curso. ¡El  cambio  de  vicia!  ¡ah!  se  le  hubiera  propor- 
cionado á  costa  de  la  mia.  Por  eso  me  llevé  á  mi  hija 
moribunda,  á  nuestra  hija,  Guillermo;  y  ahora,  acúsa- 
me, si  te  atreves. 

¿Qué  es  lo  que  he  oido?  Magdalena,  ¿es  eso  verdad?  ¡Mi 
hija!...  ¿dónde  está?  dónde... 
Aqui. 

¡Aqui!...  ¡Oh!  déjame  verla,  besarla. 
¡Ven!  ¡ven! 

(Anunciando  desde  el  foro  )  El  sustituto  del  procurador 
del  rey. 
¿Qué  significa? 

ESCENA  Vil. 


Dichos,  Clermont,  Agentes. 

Clerm.  Esto  significa,  señor  duque,  que  un  hombre  se  ha  in- 
troducido aqui,  en  vuestra  casa,  con  el  título  de  barón 
de  Bollac. 

Duque.    ¿Cómo? 

Belf.       ¿Qué  dice? 

Mag.       Guillermo.  (Con  terror.) 

Clerm.  ¡Y  acabamos  de  saber  judicialmente  que  ese  hombre, 
ese  supuesto  Rollac,  no  es  otro  que  el  llamado  Lava- 
rennes!... 

Todos.    ¡Lavarennes! 

Clekm.  ¡Si,  Lavarennes!  Condenado  hace  tiempo  á  muerte  co- 
mo traidor  y  asesino. 

Duque.    ¿Él?  ¡él,  Lavarennes!  (Señalando  áBelfegor.) 

Mag.       Es  un  error,  una  calumnia.  (Yendo  al  duque.) 


—  77  — 

Belf.  ¡Qué  tengo  yo  que  ver  con  ese  Lavarennes!  (Con  fuer- 
za.) 

Clerm.     En  nombre  del  rey,  daos  á  prisión. 

Belf.       ¡Magdalena!  ¡preso  yo! 

Mac.  ¡Dios  de  bondad!  (Saliendo  por  la  misma  puerta  que  Cler- 
monl.) 

ESCENA  VIII. 

Dichos,  ¡ÍCastel-Blanc,  Enrique,  otro  Gendarme. 

Cast.  ¡Deteneos!  Ese  hombre  no  es  Lavarennes.  Lavarennes 
es  el  impostor  á  quien  yo  be  acompañado  y  dejado  en 
Angulema;  es  el  miserable  que  hizo  conocimiento  con 
el  barón  de  Bollac  en  América,  que  le  dio  muerte  y  se 
apoderó  de  sus  papeles.  Esto  es  lo  que  él  mismo,  descu- 
bierto y  preso  por  fin,  acaba  de  declarar;  y  yo  he  veni- 
do á  preveníroslo,  señor  sustituto,  para  que  desistáis 
de  este  arresto,  porque  de  la  declaración  también  re- 
sulta, que  amenazado  ayer  por  este  hombre  en  la  quin- 
ta del  Vizconde ,  le  entregó  los  papeles  con  ánimo  de 
perderle.  El  que  está  delante  de  vos,  no  es  otro  que  el 
payaso  Belfegor,  y  aqui  tenéis  á  su  hijo,  que  ha  sido 
hallado  por  mis  agentes. 

Enr.         ¡Padre  mió!  (Corriendo  á  él.) 

Belf.       (Abrazándole  con  ternura.)  ¡Enrique!  ¡hijo  idolatrado! 

Enr.  (A  Magdalena.)  ¡Madre!  ¡ah!  ¡madre  querida!  ¡Te  en- 
cuentro por  fin!  deja  que  te  dé  un  beso. 

Mag.  (Cogiéndole  á  su  vez,  cubriéndolo  de  caricias,  y  diri- 
giéndose al  duque.)  ¡Señor,  es  mi  hijo!  ¡el  hijo  de  mis 
entrañas!  ¿Tendréis  ahora  valor  para  romper  este  casa- 
miento? 

Duque.  (A  los  otros.)  Retiraos,  señores.  Supuesto  que  este  hom- 
bre no  es  el  traidor  Lavarennes,  está  libre.  El  señor 
comisario  general  os  lo  ha  dicho.  Retiraos  todos,  nece- 
sito hablar  á  solas  con  él.  (Bajo.)  Magdalena,  id  en  bus- 
ca de  Juanita  y  traedla  aqui  al  momento.  (Magdalena 
váse.  Vánse  todos,  saliendo  antes  los  agentes,  después  el 
Vidamo,  el  Comendador ,  Castel-Blanc  y  Clermont.) 

Clerm.    (Al  salir.)  Por  fin  dimos  con  el  delincuente.  Buen  tra- 
bajo ¿me  ha  costado! 
Cast.       Si,  por  cierto,  ibais  á  prender  al  que  no  lo  es. 


-  78  - 

Clerm.  Señor  comisario,  la  manera  de  acertar  en  estos  casos,  es 
prender  á  todo  el  mundo.  Adiós,  señor  duque.  (El  du- 
que los  habrá  acompañado  un  poco.  Delfegor  se  queda 
acariciando  á  su  hijo,  y  mirando  con  inquietud  á  la  puer- 
ta por  donde  se  marchó  Magdalena. 

ESCENA  IX. 

El  Duque,  Belfegor,  Enrique,  á  poco  Magdalena  y  Juanita. 

Büxf.  Ahora,  señor  duque,  espero  que  napersistireis  en  vues- 
tro designio;  Magdalena  es  mi  mujer. 

Duque.  ¡Vuestra  mujer!  Antes  que  verla  públicamente  unida  á 
un  hombre  que  anda  mendigando  por  las  calles,  y  á 
quien  fe  dan  poco  menos  que  una  limosna,  preferiría 
volverme  á  mi  destierro  en  busca  de  la  muerte  y  del 
olvido. 

Belf.  (Arrebatándose.)  ¡Eh!  ¿y  qué  me  importa  eso  á  mí?  Vos 
tenéis  apego  á  vuestros  antepasados ,  yo  se  lo  tengo  * 
mi  mujer  y  á  mis  hijos. 

ESCENA  X. 

Dichos,  Juana,  Magdalena,  Enrique. 

Mag.  (Viniendo  rápidamente  á  interponerse  entre  los  dos.)  Gui- 
llermo, aqui  te  traigo  á  tu  hija. 

Belf.  ¡Mi  hija,  mi  Juanita!...  ¡Es  posible  que  esta  sea  ella!... 
¡y  que  sea  tan  bonita!  ¡Hija  de  mi  corazón!  (Se  arrodi- 
lla y  la  acaricia.) 

Duque.  Miradla  bien,  y  reparad...  la  salud,  la  vida  han  vuelto 
á  reanimarla,  á  darla  ser  y  hermosura. 

Belf.       ¡Oh!  si,  si,  es  verdad.  ¡Pobre  Juanita  mia! 

Duque.    A  mi  lado  no  solamente  será  hermosa,  será  rica,  feliz. 

Belf.        ¡Rica,  feliz! 

Duque.  Será  mi  hija,  en  fin...  ¿Qué  haréis,  pues,  viendo  eso? 
Responded. 

Mag.        Señor  duque.. r 

Belf.  Calla,  calla,  mis  ojos  ven  la  luz  ahora.  Pobres  hijos,  yo 
os  he  querido  como  un  egoísta,  quiero  amaros  como 
padre...  (Se  levanta.)  Señor  duque  ,  vos  habéis  comen- 
zado á  hacer  la  felicidad  de  nuestra  hija...  yo  os  confio 


-  79  - 

la  de  nuestro  hijo:  juradme  que  haréis  de  este  niño  un 
hombre  digno  de  respeto  y  estimación. 

Duque.     Os  lo  juro. 

Belf.  Vos  le  amareis  como  amáis  á  mi...  á  vuestra  niete- 
zuela. 

Duque.    Será  mi  hijo  ..  como  Juana  es  mi  hija. 

Belf.  ¡Os  creo!  (Llevándose  al  duque  aparte.)  Ea  pues,  ahora 
ya  podéis  anular  nuestro  casamiento...  no  me  volvereis 
á  ver  mas...  me  iré  adonde  quiera  que  vos  dispongáis, 
á  un  destierro,  ?i  es  preciso...  Juro  yo  también  no  vol- 
ver á  ver  á  mi  mujer  ni  á  mis  hijos.  Permitid  que  los 
abrace  por  última  vez.  ¡Adiós,  Enrique...  adiós. ..pien- 
sa alguna  vez  en  mí  cuando  seas  dichoso!...  Adiós, 
Magdalena:  perdóname  si  te  he  hecho  sufrir...  Perdó- 
name, porque  te  he  querido  con  toda  mi  alma!!  Magda- 
lena, (Bajo.)  ¡es  para  siempre! 

Mag.       No,  tú  no  partirás  solo.  (Con  fuerza.) 

Duque.     ¡Cómo!  ¿qué  significa? 

Mag.  Esto  significa  que  el  porvenir  de  mis  hijos  está  asegu- 
rado, y  ahora  que  pueden  vivir  sin  mí,  para  tí  es  para 
quien  yo  viviré,  Guillermo. 

Duque.     ¡Magdalena!...  ¿y  tu  padre? 

Mag.  Señor  duque,  Dios  ha  dicho:  «La  mujer  dejará  á  su 
padre  y  á  su  madre  para  seguir  á  su  marido.» 

Enr.  (Corriendo  á  su  madre  y  llevándose  á  su  hermana.)  ¡Oh! 
si  tú  te  marchas,  nosotros  queremos  marcharnos  conti- 
go. (Belfegor  viene  á  encontrarse  colocado  en  medio  de  su 
mujer  y  sus  hijos.) 

Duque.  ¡Solo!  (Dejándose  caer  agobiado  en  un  sillón  á  la  derecha.) 
¡moriré  triste  y  solo! 

Belf.  (Yendo  al  Duque  )  Señor  duque,  ¿queréis  decirme  vues- 
tro nombre  de  pila? 

Duque.    (Admirado.) ¿Yo?.. .  Me  llamo  Jorge. 

Belf.       Entonces  deutro  de  seis  meses  es  vuestro  santo. 

l>UQUh.    Si...  ¿pero  cómo?... 

Belf.  ¡Oh!  nosotros  los  del  oficio...  nos  sabemos  el  calenda- 
rio de  memoria. 

Duque.     ¡Y  qué! 

Belf.  Que  de  aqui  á  seis  meses,  los  dos,  Magdalena  y  yo,  os 
enviaremos  á  los  chicos,  á  la  niña  y  al  niño...  Será 
nuestro  regalo  del  dia  del  santo...  Os  quedareis  con 
ellos,  señor  duque,  vos  que  podéis  criarlos  en  la  opu- 


-  80  — 

lencia,  y  hacerlos  venturosos...  Os  quedareis  con  ello 
para  siempre. 

Mag.        ¡Mis  hijos!  (Llorando.) 

En  Et.        ¡Padre! 

Delf.  (Al  duque.)  ¡ 4 h !  ya  lo  veis ,  es  preciso  que  la  madre  y 
los  hijos  se  vayan  acostumbrando...  Un  poco  de  pacien- 
cia ,  y  dejad  por  algún  tiempo  unida  todavía  á  la  fami- 
lia del  payaso. 

Duque.  (Muy  conmovido,  y  levantándose  de  pronto.)  ¡Y  habéis 
de  vencerme  á  mí  en  generosidad!  Vos,  á  quien  por  hu- 
milde rechazaba  yo  de  mi  familia,  habíais  de  mostrar 
mas  grandeza  de  alma  que  el  duque  de  Montbazon!  No 
por  Dios  santo,  corro  á  echarme  á  los  pies  del  rey,  á  re-, 
ferirle  vuestra  noble  abnegación,  y  á  pedirle  para  vos 
un  puesto  en  el  ejército;  su  corazón  magnánimo  sabrá 
comprenderos  y  premiaros. 

Delf.       ¡Ah!  señor  duque,  ahora  si  que  conozco  que  sois  noble. 

Mag.  (Echándose  á  los  pies  del  duque.)  Gracias,  padre  mío, 
gracias. 


FIN    DEL    DRAMA. 


Midrid  16  de  setiembre  de  1857. 
Puede  concederse  licencia  para  la  representación  de  este 
drama. =El  Censor,  Pablo  Yañez. 

GOBIERNO  CIVIL  DE  LA  PROVINCIA  DE  MADRID. 

Madrid  17  de  setiembre  de  1857. 
Conforme  con  el  dictamen  del  Sr.  Censor  y  Real  orden 
expedida  por  el  ministerio  de  la  Gobernación  en  16  de  i 
actual ,  puede  representarse  este  drama  en  cuatro  actos, 
titulado  El  Payaso.  =El  Gobernador,  Marpori. 


CATALOGO 

de  las  obras  Dramáticas  y  Líricas  de  la  Galería 


Al  cabo  de  los  años  mil... 

Amor  de  antesala. 

Antes  que  te  cases... 

Alarcon. 

Angela. 

Afectos  de  odio  y  amor. 

Arcanos  del  alma. 

Amar  después  de  la  muerte. 

Al  mejor  cazador... 

Achaque  quieren  las  cosas. 

Amor  es  sueño. 

Achaques  de  la  vejez. 

A  caza  de  cuervos. 

A  caza  de  herencias. 

Amor,  poder  y  pelucas. 

Amar  por  seftr.s, 

Al  pie  de  la  letra. 


Bonito  viaje. 

Boadicea,  drama  heroico. 
Batalla  de  reinas. 
Berta  la  flamenca. 
Bienes  mal  adpuiridos. 


Cañizares  y  Guevara. 

Cosas  suyas. 

Calamidades. 

Castor  y  Polux.  ' 

Con  razón  y  sin  razón. 

Cómo  se  rompen  palabras. 

Conspirar  con  buena  suerte. 

Chismes,  parientes  y  amigos. 

Con  el  diablo  á  cuchilladas. 

Costumbres  políticas. 

Contrastes. 

Catilina. 

Carlos  IX.  y  los  Hugonotes. 

Delirium  tremens. 
Dos  sobrinos  contra  un  tio. 
D.  Primo  Segundo  y  Quinto. 
De  audaces  es  la  fortuna. 
Don  Sancho  el  Bravo. 
Don  Bernardo  de  Cabrera. 
Dos  artistas. 

El  nmor  y  la  moda. 

lEstá  loca! 

En  mangas  de  camisa. 


EL  TEATRO. 

El  que  no  cae...  resbala. 
El  Niño  perdido. 
El  querer  y  el  rascar.... 
El  hombre  negro. 
£1  Un  de  la  novela. 
El  filántropo. 
Esperanza. 
El  anillo  del  Rey. 
El  caballero  feudal. 
¡Es  un  ángel! 
Espinas  de  una  flor. 
El  5  deagoslo. 
El  escondido  y  la  tapada 
El  Licenciado  Vidriera. 
¡En  crisis!!! 
El  Justicia  de  Aragón. 
El  Caballero  del  milagro. 
El  Monarca  y  el  Judio. 
El  rico  y  el  pobre. 
El  beso  de  Judas. 
Echarse  en  brazos  de  Dios. 
El  alma  del  Rey  Carcia. 
El  afán  de  tener  novio. 
El  juicio  público. 
El  sitio  de  Sebastopol. 
El  todo  por  el  todo. 
El  molino  de  la  ermita. 
El  corazón  de  un  padre. 
El  .ulano,  ó  el  hijo  de  las  Alpn- 

jarras. 
El  que  las  da  las  toma. 
El  camino  de  presidio. 
El  honor  y  el  dinero. 
El  hijo  pródigo. 
El  payaso. 

Furor  oarlamentario 
Paltas  juveniles. 
Flor  de  un  dia. 


Grazaíema. 


Historia  China. 
Hacer  cuenta  sin  la  huéspeda. 
Herencia  de  lágrimas. 
Honra  por  honra. 


Instintos <Ie  Alarcon. 
Indicios  vehementes 


Isabel  de  Hédicis. 

Jaime  el  Barbudo. 
Juan  sin  Tierra. 
Juan  sin  Pena. 
Jorge  el  artesano. 

Los  Amantes  de  Chinchón. 
Lo  mejor  de  los  dados...         . 
Los  dos  sargentos  es  pañoles  ó 

la  linda  vivandera. 
Los  dos  inseparables. 
La  pesadilla  de  un  casero. 
La  hija  del  rey  Rene. 
Los  extremos. 
Los  dedos  huéspuedes. 
Los  éxtasis 

La  posdata  de  una  carta. 
Llueven  hijos. 
La  mosquita  muerta. 
La  choza  del  almadreño. 
Los  Amantes  de  Teruel. 
La  verdad  en  el  Espejo. 
La  Banda  de  la  Condesa. 
La  Esposa  ele  Sancho  el  Bravo. 
La  boda  de  Quevedo. 
La  Creación  y  el  Diluvio. 
La  Gloria  del  arte. 
La  Gitanilla  de  Madrid. 
La  Madre  de  San  Fernando. 
Las  Flores  de  Don  Juan. 
Las  Apariencias. 
Las  Guerras  civiles. 
Lecciones  de  Amor. 
Las  dos  Reinas. 
La  libertad  de  Florencia. 
La  Archiduquesita. 
Las  Prohibiciones. 
La  escuela  de  los  amigos. 
La  escuela  de  los  perdidos. 
La  bondad  sin  la  experiencia. 
La  escala  del  poder. 
J.a  alegría  de  la  casa. 
Las  cuatro  estaciones. 
Las  mujeres  de  mármol. 
La  vida  de  Juan  Soldado 

La  llave  de  oro. 
La  Providencia. 

Los  tres  Banqueros. 

Las  huérfanas  de  la  Caridad. 

La  cruz  en  la  sepultura. 


La  ninfa  iris. 

I.a  pluma  y  la  espada. 

La  Vaquera  de  la  Finojosa. 

La  flor  del  valle. 

Los  pobres  de  Madrid. 

Libertinaje  y  pasión. 

Libertad  en  la  cadena. 


Mi  mamá. 
Mal  de  ojo. 
Mariana  Labarlú. 
Martín  Zurbano, 
Mocedades. 


Negro  y  Blanco. 

Ninguno  sé  entiende,  ó  un  hom 

bre  tímido. 
Nobleza  contra  Nobleza. 
No  es  oro  todo  lo  que  reluce. 


Olimpia. 


Pescar  á  rio  revuelto* 
Piensa  mal  y  criarás . 


Alumbra  á  este  caballero. 
A  última  hora. 
Angélica  y  Medoro. 


Buenas  noches,  vecino. 


Claveyina  la  Gitana. 
Cupido  y  Marte. 


Escenas  en  Chamberí. 


Una  conjuración  femenina. 
Un  dómine  como  hay  pocos. 
Un  pollito  en  calzas  prietas 
Una  idea  feliz. 

Un  huésped  del  otro  mundo. 
Una  venganza  leal. 
Una  coincidencia  alfabética 
Una  noche  en  blanco. 
Un  anuncio  en  el  Diario, 
Una  ráfaga. 

Una  llave  y  un  sombrero. 
Una  mentira  inocente. 
Una  muji.'/4 misteriosa. 
Una  lección  de  corle. 
Una  falta.  . 

Un  paje  y  un  Caballero. 
Una  broma  de  Quevedo. 
Un  si  y  un  no. 
Una  Virgen  de  Murillo. 
Una  aventura  de  Tirso. 
Una  lagrima  y  un  beso. 
Una  lección  de  mundo. 
Una  mujer  de  historia. 


Zamarrilla,  ó  los  bandidos  de  I» 
Serranía  de  Ronda. 


ZARZUELAS 


El  ensayo  de  unaópera. 

El  Grumete. 

El  calesero  y  la  maja. 

El  Vizconde, 

Él  perro  del  hortelano. 

El  secuestro  de  un  difunto. 

El  lancero. 


Guerra  á  muerte. 


Por  un  reloj  y  un  sombrero. 

Por  ella  y  por  él. 

Por  una  hija!... 

Para  heridas  las  de  honor, 

desagravio  del  Cid. 
Por  la  puerta  del  jardín. 


Rival  y  amigo. 


Su  imagen 
San  Isidro  [Patrón  de  Madrid 
Sueños  de  amor  y  ambición. 
Sin  prueba  plena. 


Tales  padres,  tales  hijos 
Traidor,  inconfeso  y  mártir 
Trabajar  por  cuenta  ajena. 
Todos  unos. 


Ver  y  no  ver. 
Verdades  amargas. 


Un  Amor  á  la  moda. 


La  litera  del  Oidor. 

La  noche  de  ánimas. 

La  familia  nerviosa,  ó  el  sue 

ómnibus. 
Las  bodas  de  Juanita. 
Los  dos  Flamantes. 
La  vergonzosa  en  Palacio. 
La  Dama  del  Rey. 
La  Colegiala. 


Mateó  y  Matea. 


La  Dirección  de  El  Teatro  se  halla  establecida  en  Madrid,  calle  del  Pez,  núm. 
cuarto  segundo  de  la  izquierda. 


RARE  BOOK 
COLLECTION 


THE  LIBRARY  OF  THE 

UNIVERSITY  OF 

NORTH  CAROLINA 

AT 

CHAPEL  HILL 


PQ6  217 
.T44 

v.227 
n.1-16