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SAL 5'2.\?.i.'3
fgarbaríi dollege l.ííiraro
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EL
^mox DE l:^ (íomm%,
(KSCnEUDDS DE U WL SE C¿mH)
NOVELA HISTÓaiCA
POS
ARTURO GIVOVICH.
■ '■^ » -t »*<a^^W^^:j>-*<^*^^
VALPARAÍSO
IMPRENTA Y LITOGRAPIA EXCELSIOE
14j CaU/K Seeeano, lá
1887
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k
Harvard OoUeer* Library
May 26, 1909.
Gift of
Kational Lit^rary of Chile
i
I
BOIMD NUV Ib i»i4
I
^
A MIS COMPANEROS
LO» 0Biei;3LES ded B;iir;5LiiOii "Híi^jiblo^e»'
JBn las páginas que siguen leerán tistedes muchas escenas
de la vida de campana que les son conocidas y que no creo
se hayan horrado ya de su memoria.
Corno verán^ la base histórica de esta impela es la expe*
dicion de Ayacucho en que tomó parte nuestro batallón^ aquélla
empresa tan llena de peripecias como de penurias, donde tantoi.
de nuestros soldadm perdieron la vida, ya bajo las armas del
enemigo, ya uliiínados por los rigores del clima ^ ora helados
en las cordilleras y ora arrebatados por los ríos,
JVb dudo qtie ustedes reconocerán que los hechos históricos
a que me refiero son relatados con exactitud y verdad^ exentm
de exajeracioftes que si bien pudieran dar interés fm'\!^elescG ñf
libro j en cambio contraria rian el Jin que me propuse, la nart^
cion fiel de los sucesos.
Abrigo la confianza de que la dedicatoria de este trábajik
$erá aceptada por ustedes como una muestra del afecto de su
compañero y amigo
ARTUMO GIVOVJCH,
lA
r-tSt^^^ ^*
EL RiaOR DE LA CORNETA.
El rigor Ó9 la corntta.
Lima, la ciudad de los Santos Rejea, se
hallaba entónceB ocupada por fnerzaa clii-
lenu. Corría el mes de jumo de 1883.
Como a las once y media de la mañana
de un domingo, el sol eou todo él brillo
que ostenta en laa rej iones tropicales lan-
zaba Sobre la ciudad ardí en te» rajos, a
poaar d^ ser aquel un día del mea en que
Hegun loa almanaques concluye el otoño j
entra el invierno para iodo el hemisferio
meridional-
El comercio naturalmente^ siendo dia
festivo, había cerrado sus puertas y el trá-
fico de jente por laa callee era menor que
en los demás dias.
, Á la hora citada iba por la (»Ile de Be-
jarano un oficial cayo uniforme e insig-
níaa anunciaban que era xm capitán del
batallón que Humaremos Setimnhrey no que-
riendo darle su verdadero nombre para po-
der eseribir coe mayor libertad nuestra
narración. Algunos paeoa delante de é! ca-
minaba un niño de unos diez o doce
añofl.
Al llegar a la calle de Baquijano el chi-
co se detuvo. El oficial se acercó a él y le
preguntó; '
—¿Cuál eu la casa?
— Esa de balconj — respondió el nifio de-
aignüido una cosa distante veinte o treitt*
ta metros de donde ellos estaban.
^Eitát s^un)?
<— Muí segnro; vi entrar en ella a la mo-*
renita y me quedé esperando; a poco salió
al balcón sin manta ya» por lo que presu«
mo que debe vivir ahí,
^Eetá bien; eso era todo lo que qnena
yo saber.
Diciendo esto el capitán sacó del bolsillo
de su pantalón un billete de diez soles; tal
vez iba a dárselo al chico, cuando éste Je
dijo conpreatesa:
«^iCatail véala usted; ahí salió la more*
nita al balcón.
Volvió rápidamente el oficial la vista y
en el balcón indicado divisó una negra jo-
ven de pura raza africana.
Ahogando una exclamación de c61cr%
pregante al niño:
— ¿Conque ^a era la morenita?
— Sí, pues; esa fué la que usted me in-
dicó.
— |Ah, trompeta! esa ea una negra máa
negraque la pólvora.
Y entre colérico y risueño, el capitán
echó a andar dejando plantado y perplejo
al chico.
Durante algún tiempo continuó bu mar-
cha mostrando en su físonomía señales de
disgusto que de cuando en cuando eran
ahuyentadas por una fina sonrisa.
Poco más de una cuadra habria andado,
cuando oyó detrás de él una voz que lla-
maba:
— ¿Lostan?
Volvió la cara y vio a otro oficial de bu
mismo grado y batallón.
^Me has hecho marchar al paso jimnás-
ticopara alcanzarte, — dijo éste; — lo que
^« w
no ei mui refrcseauto con el calor que
-^No me hftblea de calor, porque estoi
ardiendo de rabia en tanto extremo qne
fliento íresco el boL
— ¿Qaé te hft pasftdo? No lerá raro ande
en €Ua alguna mujercita.
.-^ngtamente.
^-Y% lo Buponia.
— Celebro mucho haberme encontrado
contigo para desahogarme nn poco contán«
dote mis cuitas.
—Pero aquí en k calle el sol está mni
braTo y corremos peligro de derretirnos
antes de que terminea tu historia. Entre-
mos a ese café a tomar una copa de cerve-
la con hielo y ahí hablarás.
— Corriente-
Ambos capitanes entraron allugarde-
■ignada, se sentaron junto a nna mesita de
mármol 7 se hicieron servir cerveza con
hielo.
Después de haber encendido sendos ci-
Krrillos^ aquel a quien hemos oido llamar
^stan, que era electivamente su nombre,
dijo a su compañero:
— Héaqui el hecho. Cierto domingo,
hace cosa de un mes, estaba nuestro bata-
llen en la iglesia de Santo Domingo; como
de costumbre había asistido a oir misa. Yo
me encontraba a la cabeza de mi compañía,
jcomo a cuatro o cinco pasos más adelan-
te, entre las devotas^ divisé una morenita
de ojos negros j más linda que un án-
jel..,
— ¡Hombre I loa ánjeles tienen el cabello
mbio ylosoJDi azules ^ al menos asilos
pintan,
—Precisamente por eso te digo que ella
es más Linda que im áujel... si la vieras
no me contradirias. Tenia su libro de ora-
ciones en las manos, leía moviendo rápida-
mente los labios 7 de cuando en cuando
Tolvia la hoja del libro; todo esto lo hacia
con tanta gracia j jentileza, con tanto do-
naire^ que me tenia el alma en un hilo.
For ñn akó una rez sus ojos negros j los
fijó en loB núos... me ^ató... Desde ese
instante ja no su^e lo que pasaba por mi j
lelo i^nsé en espiar las miradas de aque-
llos ojos que me fascinaban, las que para
major encanto siguieron repitiéiuiose con
pequeños intervalos. En meoio de tan dul-
císima tarea, apenas si noté que la misa
había concluido. Vino a advertírmelo la
cometa atronando los ámbitos de la iglesia
con el pa9& redobladé.
—¡Y adiós ojos negros!— exclam¿ el
compofiero de Lostan, a quien desde luego
llamaremos Galvez.
— Habia bramado nuestra tirana, lacor^^
neta; mis piernas tomaron maquiualmeuLo
el compás redoblado de la marcha; pero mi
alma se quedó allí contemplando el brillo
de aquel par de ojos negros, presa de su
hechizo. Después de llegar al cuartel, apé*
ñas se hubo dado puerta franca, tomé un
coche 7 volé a la iglesia; pero ni señales lo-
gré encontrar de la morenita. En el sitio
que eUa ocupaba se habia colocado una
zamba sesentona que ae partía tanto a mi
morena como un murciélago a un canario.
Me eché entonces a recorrer a la ventura
las calles más próximas; dos horas gasté en
este afán y sajué por todo resultado lo de
que casi me cocí al sol.
— Si ella va a misa a esa iglesia es segn*
ramente porque vive en las cercanías*
— ^Así lo supuse.
-—Aunque bien podía haber ido esa ves
por excepción.
— Tono eso lo penaé, j al cabo de una
semana me afirme en la idea de que debía
vivir no muí lejos de Santo Domingo» £1
siguiente domingo volví a encontrarla en el
mismo lugar j en la» mismas cÍTcunstan*
cias. Inútil me parece decirte que esta vex
la encontré aun más encantadora. Las mi-
radas se repitieron con mayor frecuencia j
mayor fuego hasta que, como una semana
antes, el toque abrumador de la corneta
vino a interrumpir tan delicioso idilio.
-«Hubiste de marchar con el batallón,
— ^Al compás redoblado, a ra^on de cien-
to veinte pasos por minuto, me alejé de mi
morenita; pensando que quizás no volvería
a verla nunca mas.
— ¿Y se han realizado tus temores?
— ^No; todos los siguientes di as festivos
he seraido encontrándola y el comercio de
las miradas ha seguido en aumento
— Supongo que ya habrás averiguado
quién es, dónde vive, cómo se llama, etcé*
tera.
—Nada; en valde he taloneado por to-
das las calles circunvecinas con la esperan-
za de encontrarla; desde la de Aumente
hast£^ la de Espaderos y desde \m del Pala-
cio hasta la de Comesebo, todas me las be
paseado doscientas veces sin lograr ver a
mi morenita en algún bakon o Tcntana.
Convencido de que con los tales paseos nc
conseguía otra cosa que gastar paciencia y
eapatos; resolví tomar otra determinaci^ifr
^.
'1*^^^
1?
— 7 —
Me t1 con no nifío que me pareció muí dea*
pierto y deapnea de ofrecerle una buena
propina^ le dije que fuera a miBa a la Tez
que el batallón y se colocara cerca de mí; y
agregná:
€ — Disimuladamente te indicaré con la
eapada una joven morena; cuando ella sal*
ga de la iglesia la seguíráa basta bu casa y
en Begniida sin perder un minuto me iráa a
dar cuenta de tu comisión al cuartel*»
«Esto sucedió ayer. £ata mañana estaba
ella como de costumbre en misa y ponia cu
juego BU par de negros ojos como dos ame-
traliadoraa que lanzaran proyectiles de
amor, y de vez eu cuando acompañaba bus
miradas con una finísima y diaimulada son-
risa tau dulce, que Be me nublaba la vista
de placer- El niño, cumpliendo con lo con-
certado, estaba abí. En varios momentos
oportunos le señalé a mi morenifca con la
espada; él me bacía un signo para darme a
saber qoe me babia comprendido* Por fin
se oyó el tremendo paso redobladú de la
corneta. Lancé una mirada de despedida a
loa ojos negros y marcbé contento por la
primera vez al moverme, de ahí, pensando
que mediante el uifio iba a lograr conocer
m domicilio de la hecbicera joven,
jA la bora y media después de haber lle-
gado el batallón al cnailel se me apareció
el niño*
» — ¿Qué ha3 averiguado? — le pregunté.
» — Sa nombre y su casa-
1 — ¿Cómo se llama?
1— A otra que iba con ella la oi llamarla
Olarita.
» — I Clara! lindo nombre I
>Y sin que me contuviera el ardiente aol
que hacia, añadí;
t-^Yé a señalarme la casa al instante;
en marcha*
lAl cabo de andar algunas cuadras, du-
rante cuyo trayecto murEnuraba yo el dulce
nombre de Clara, el niño me mostró una
caea de balcón diciéndome:
j> — ^Esa es*
*Y luego añadió;
» — ICataii véala ufited; abl salió la mo-
renita al balcón*
iMiré... y ví una negra, negra comr»
il betún de las cartucheras*
» Al momento lo comprendí todo**. Yo
labia hablado al niño de una morenita, sin
fijarme en que es usanza en lima llamar
murenas a las negruB. n
— Seguramente, — dijoGalvez riendo de
la aTéntnra de au compañero; — tqmbíen
estaria aquella negra boi en la igleaia,
— Habían otras varias de bu color» lo
que no es raro en esta tierra, y cuando jo
con mi eapada indicaba al niño mi moreni-
ta» debia encontrarse en la misma direc-
ción aquella infernal negra, Clara de nom-
bre y oscura de picL
— De manera que has perdido una sema*
na por ese quid pro quo,
— Y con éstas son cinco las que he paaa-
do snapirando de amor por esa desconocida
que me ba clavado una espada en et cora-
zón.
— No serán tantos loa Buspiroa, — replicó
Calvez; — porque yo te estol viendo a cada
instante y siempre alegre y contento-
— lias apariencias engañan,
— Así aeni; pero tus penas no te han im-
pdido acudir a las tertulias de X'** y
bailar media docena de yalaes cada noche.
— Las dístraccicmea en mis ctrcunatan-
ciaa BOU necesarios, — contestó Loa tau con
cómica gravedad,
— También por distracción seria que el
último domingo durante el paseo que hiei-
mo8 al Cercado no te Beparaste del lado de
cierta jovencita,..
— Eso fué por cortesía; ea fuerza ser ha-
lagüeño con una niña bonita, so pena de
pasar por un majadero,
— Por eso serí que a esa vecinita del
cuartel que también es preciosa...
— i Qué diantreí no porque esté enamo-
rado de una he de ser indiferente con la
hermosura y gracia de las demia mujeres;
esa cá la pr ¡Íctica de la jente pusilánime y
apocada; loa hombres de espíritu esforzado
y de sentimientos varoniles, aunque lleven
en el corazón la mUs dolo rosa herida, siem-
pre conservan la serenidad necesaria para
apreciar en su justo valor la belleza y el
donaire donde quiera que se encuentren,*.,
— I Alto la marcha í — exclamó Calvez in-
terrumpiendo a su compañero,— ya esto va
pareciendo discurso*
— Eíete cuanto quietaa, — prosiguió di-
ciendo Lostan cou seriedad cómica; — pero
es lo cierto que yo esto i atrozmente enamo-
rado y lo que más arraiga en mí pecho tan
extremado sentimiento es.^* el imperio
de ia Ordenanza Militar, la fuerza de la
obligación, la voz de la cometa, que me
mandan formar a la cabeza de mi compa-
ñía, ir a misa, ver a mi morenita y regre-
sar al cuartel sin poder disponer libremen*
te de mi persona, sin poder hacer otra cosa
— 8 —
que lo ^ne ordena la cameta; obL'gándome,
por último, a. ^tar enamorado de un modo
exclusivamente platónicQ, sin lograr conse-
guir míia favores que tiernas miradas, aisLe-
ma homeopiitico que detesto*,. Todos
eatoa cantratiempos redoblan el ngor de mi
pasión en ta! grado, que si así coutináan,
fuego llegará el dia que uno de mis compa-
fierofl tenga t^ue mandar la descarga de or-
denanza al pió de mi sepultura
(rülTez imitando la cómica seriedad de
BU amigo le replicó:
^ — Desecha, Lostan, esos lúgubres pensa-
mientos; ea precíflo que sigas viviendo para
la patria 7 para tus compailerosp
— Me comnueven tus sencillas palabras
y te prometo poner de mí parte cuanto pue-
da para prolongai" mi cuitada oxistencia,
— Para que la promesa revista Tuayor for-
malidad, sellémosla concluyendo nuestras
üopaa de cerveza»
— Aceptado.
Ambos jóvenes bebieron, y después de
haber convenido en ir a dar un paseo por
los portales, Balieroo del café.
m
Dos estrellas que se confunden
con otras.
Cuando los dos capitanes se encontraban
ya cerca de la Merced, comeüzó a salir por
¡a puerta de esta iglcaía una multitud de
fieles entre los que predominaban en nú-
mero los del bello sexo.
En ese instante salía la misa de doce.
No faltaba, por cierto, al rededor de la
puerta del templo un par de docenas de
mozos elegantes, que con sus trajes domin-
gueros hablan acudido ahí, (|uíéii sabe si
por devoción o por otro motivo; aunque
parece mni dudoso lo de que la devoción
fuera el móvil que los conducía, pues en
tai caso no se habrian contentado con que-
darse a! lado de aftiera de la puerta mien-
tras se celebraba el incruento sacrificio de
de la misa. También hablan algunos oficia-
les chilenos.
Al salir del templo, como un rio que se
divide en dos brazos, aquella concurrencia,
compuesta en su mayor parte de mtijercs,
se dividia toniando ana parte la calle hacia
la derecha y la otra híícia la izquierda. El
niwto y v^tidos uegix)s era entre ellas el
traje que domínalia; puede decirse qme era
el único; lo cmü le daba a todas cierto
aspecto nuiforme. Pero en realidad, pocas
reuniouos tan heterojéneas como eaa. Di-
versas clíiaes sot;iales, diversos tipos, diver-
sas edades, tenian ahí representantes.
Se víiijin ncíTLiis, cuja piel rivalizaba eo
color con sus trajes; mulatas, ténnino me*
dio entre la luz y la oscuridad: cholas de
faz cobriza^ cunio la de Huáscar y Ata-
hnalpa: zambas, promedio entre el Inca y
el Slandinga; pero (y esto por ser lo mejor
lo dejamos para el postre) entre todos
aquellos astros más o menos opaco», lucian
como fiiljentea estrellas una cantidad rela-
tivamente numerosa de jóvenes limeñas de
tez d}gQ pálida, ojos negros y dientes blan-
quiaimos, ccm el manto prendido a la espal-
do, el talle jentíl, donaire en todos sua
movimientos y gnicia especial en el andar
con sus pies notables por la forma jr pe-
Fácil es adivinar a quienes se dirijia k
vista de loa elegantes y la de los militareí
qne ahí habían.
Un Quimüdo cambio de saludos, un nu-
trido fuego de miradas, algunas espresivas
sonrisas y tal cual palabra más o ménoa
decidora según el salero de quien la pro-
nunciaba; he ahí lo que durante algnnoa
minutos habria podido notar un obser-
vador.
Pero era menester que ese observador
fuera sobra danieTi te impasible para no de-
jarse arrebatar por la afluencia de belleza
que allí se lucia encantadora y natural, ala
mas adoiTio que el sencillo manto
Lostan y Gal vez hablan seguido avan-
zando hasUi tomar lugar entre los mirones-
— lllombrel-nlijo Lostan apretándole
un brazo a sn compañero— cuánta hermo-
sura! qué de caras bonitas! qué de gracia y
donosura! i Todos los áujeles y serafines
lian bajado de los nueve coros, se han
puesto manto y basquiüa y se están salien-
do por la puerta de la Merced!
— Modera un poco tu entusiasmo — re^
plicó Gralvez, — y acniirdate de lamoucnita.
— Déjame, que este es un momento de
tregua para mis penas amorosas..- Mira
esas dos que vienen hiícía acá».p Qué
perlas I
Eran éstas dos hermosas jóvenes que
traían sua devocionarios en las manos.
De pronto a una de ellas se le escurrió
casualmente el libro y cayó al suelo.
Lostan haciendo un rápido movimiento
_ 9 —
lo cojió y of ixició gülantemeute a la nifia*
Esta lo recibió contestando brevemente:
— Gracias
— Tiene usted liasta para dariaaj — rcB-
pondió Lostan.
EUa se aonriá lijeranxente j siguió an-
dando con su compañera.
Ambos capitanea las miraron alejarse.
^ — ¡Cuánto donaire! — excUraó Galvoa.
— iiou bndísimast yo no sé lo que me
Easa.-. me muero ..*me nmcro... — - dijo
oatan repitiendo este modismo que íia-
bia apreudido en Lima.
— Ko las perdamos de vista. Han toma-
do la calle de Lescano.
— Pigáraoslas.
— Fero sin acercarnos miicho a ellas;
ncJ& haríamos notar.
Ambos jóvenes cebaron a andar cou
paso mesurado.
— Han mirado bácia ati-aa... noa han
visto,-, lian sonreido,' — tsx clamó Lostau*—
esta aventura promete... hai que seguir de
frente
—Pero, hombre» acuérdate de tu more-
nita, — l(i di^jo Galvez sonriendo con cierta
soma,
^Déjame en paz y ten presente que yo
tengo bastante pecho para aíoar a medio
mundo..*.
— -Al medio mundo femenino,.*.
Al concluir la cuadra, las dos ninas tor-
cieron a la derecha, no siu que una de ellas
al hacerlo volviera la cara y divisara a los
oficiales.
Estos sigTtieron el mismo camino man-
teniéndose a unos treinta o cuarenta pascfs
de distancia y ma re bando por la acera
opuesta, pero sin perderlas de vista.
Una circunstancia imprevista vino a
desorientarlos.
Cuando ellas Herraban a S^m Afíuatin,
aalia de esta iglesia una multitud de jente.
Así como dos *^olondrinii5í quQ van volan-
do y se mezclan en una bandada so hacüu
difíciles do reconocer, aquellas dos niñas
al jantarse cou las que saliau del templo,
vestidas del mismo traje j color, se con-
fundieron con ellas.
—^Apresurémonos, que se nos pierden, —
dijo Lostan.
Iban a poner en planta esta idea, cuando
a pasar junto a ellos un jefe del
' o, el comandante X.
ooa capitanes le saludaron cediéndo-
aso sin parar su marcha. Pero he ahi
-^'oa del amor, quien no siempre está
dispuesto a mostrai-se propicio con loa
enamorados, suele divertirse en hacerles
al^runa travesura.
El comanckute contestando el saludo de
los oñciales, les dirijió esta frasüí
— Oi^nme ustedes una palabra.
Los dos jóvenes hubieron 'de detenerse,
por Imla que comprendieron el riesgo en
que ee ponían de perder la pista seguida.
No es posílílc entre militares ser deseo r-
tes con un superior; ahi está la Ordenanza
([ue ha previsto el caso recomendando las
debielas oou sí deraciones tJhasta en los actos
miíB familiarea,»
— ¿De su cuartel vienen ust<ídes? — les
prog"Untó el comandante,
^Hace como una hora que salimos de
éb — cautesti> Lostan.
— ¿EsUba el coronel allá?
— *Sí, señor. -
— Pues entonces voi a hacerle una vi-
sita.
Tra.s de esto el coujandante se despidió
de ellos dejándolos libre.^. Poro esta corta
demora habia durado el tiempo suficiente
para que las dos desconocidas se confun-
dieran con las que salían del templo vesti-
das, como hemos dicím, con un traje
semejante al de ellas.
^Este diablo de comandante nos lia
embromado,^— dijo Galvez ;^ — creo que las
hemos perdido,
— l^é; ahi van, — contato Lostan.
—Acentuémonos a ellas; es mui fácil
que se nos pierdan en medio de tanta jente
que está saliendo de San Agustín*
Avanzaron algunos pasos, pero no pu-
dieron hacerlo tan de prisa como deseaban
por no atroptíllar h muchedumbre de fie-
les, que anntjue no mui compacta, lo era
bastante para impedir una marcha apre-
surada.
De pronto exclamó Gal vez:
— Teecjuivocaste; ^no vesPno son éstas.
— Ah, díantre^l tienes razón.. - hai tan-
ta jente que solo se ven cabe/.as y con esos
malvatbs mantos todas las caberas se pare-
cen ¡wr deti'as.
Galvez y Lostan se pusieron a mirar en
todas direcciones; donde quiera que tendie-
sen sus miradas veian personas que al
parecer bien pudian ser las que buscaban*
Se dirijian liácia unas y después hacia
otras, teniendo que hacerlo con cierto disi-
mulo para no llamar la ateneion ; peto todo
fué infructuoso,
Al cabo de alanos minutos, la concn-
— 10
treiicíft m habia diaperaado y la plazoleta
se encontraba caai desierta.
LoB dos capitaaes acaitaron por couven-
oení6 de que lea era forsíoso abandonar la
eaperanza que iibrigaran-
— Hé ahí las consecuenciag de la carrera
militar, — dijo Lostan con unuire senten-
cioso,
— ¡Qué tiene que ver la can-era militar
ooD todo esto!— replicó Galvez algo uial-
humorado,
— ¿No comprendes? si hnbiémmoa eido
paisanos, cuando el comandante nos babló
para detenernos, le hubiéramos contestado
que íbamos mni de prisa y ú quería nos
siguiera para hablarnos sobre andatido;
pero como somos capitanea y él es tocio un
comandante, hubimos de pararnos justa-
mente el tiempo necesario para perder de
vista a ese par de preciosas perlas. . . que,
ta lo digo de veras» ya ine habian inflama-
do el coraaon., ►
— ¡Tanta pasión solo en el ti'avecto de
dos cnadraa^ la de Lescauo y la Ai Lur-
tig»!
— Mis pies habían andado dos cuadras,
pero mi corazón dos leguas- . .
— En fin; todo esto no será motivo para
que nos quedemos aquí tomando uu solazo.
— Lleguemos basta los portales,
— En marcha, — contestó Gal vez, y agre-
gó una vez que ambos m pusieron en movi-
miento i—Hoi no ha i toros ni divírsiou
alguna, ¿tienen ya hecho tu itinerario para
gastar este día ííe fiesta?
— No sé qué hacer.
—¿Y tá?
Tampoco; pero no nos faltará; ya lo
pensaremos.
Un momento después se eucoiitraban
ambos compañeros en el portal de Escrí-
banos.
in
CKarla interrumpida.
Como domingo que era aquel dia, los
portales presentaban un aspecto mui dife-
rente del que ofrecían los dias de trabajo.
No se veía esa multitud de individuos
de diversas edades que sin la menor com-
paaiou por los tímpanos de los transeúntes
fritaban con voz ya de tiple, ya de tenor
o bvltono.
— ¡Dos mil soles para mafiana!
— ¡Plata para lue^l
Ni tamj>oco aíjuellos cambistas ambulan-
tes, con una docríua de soles de plata que
echan consLantemeuLe de una mano a otra,
como hace un mono con un huevo caliente,
y están horas de horas haciendo sonar su
dinero para advertir a los viandantes cual
es su oficio.
' Hacia couío un cuarto de hora que Loa-
tan y Calvez estaban en el portal» cuando
se acercaron a ellos otros dos oficiales, tam-
bién capitanes, nno del Buin y el otro de
Carpbineroe,
El del Buin dijo a aquellos a la vej que
los saludaba con un apretón de tnanos:
— ¿Y ^[^^ hacen ustedes acjuí?-,, ¿nen-
do pasar a las buenas mozas?
— ¿ Hombre, — contestó Lostaa»— ¿ t^uó
mejor ocupación puede uno darle a loa ojos
que la de mirar a las hermosas?
— La' tarea es agradable, pero poco re-
frescante, con el calor que hace; no fieria
malo aaspendcrla para ir a tomar una copa
de helados.
— 8i no bai alguno í]ue se oponga, se da
la idea por aprobada,
— Aprobada.
Los cuatro oficiales se dirijeron a la fti-
laderln de Capel la.
Un momento después se encontraban
sentados ul rededor de una mesa de mar*
mol y cada nnO se bacía servir la clase de
helados que eran más de su gusto, escoji-
dos en la larga lista que el mozo recitaba
de un tirón como un niño que reza los do-
nes del Espíritu Santo.
— Traerás también ñu poco de pisco, —
dijo uno de ellos al mozo.
— ¿Para echarle a los helados ? — pregun*
tó otro,
— Por supuesto; los helados son dema-
siado fríos, y así pierden la cnideza.
— Y se con\ierLen disimuladamente en
ponche»
— Y aun sin disimulo.
En ese instante se oyó la voz atiplada del
niño que hacía de mozo j^ritar:
— i Dos de pina, uno de hmon y nn huan-
cayo, dobles!
De esta manera pedia él a su vez los he*
lados que debía servir a los oficiales*
Uno de estos al oirlo dijo;
— Ese chico debe habernos visto tra
de andar mui acalorados, pues pide pa ,
nosotros helados con el agregado de dobV .
es decir, en dobla cantidad*
— 11 —
-*£s una ateDcion que aquí Biempre nos
hacen a los chilenos, sin duda los signori
dueños de este establecimiento quieren que
estemoa frescos,
Laego regresó el mozo trayendo en una
bandeja los refreacos pedidos. Cada uno
pnio frente a sí la copa que le correspondía.
El qu« había 'pedido pisco echó ua poco
de «te licor en sus helados y ae puBO a i'e-
Tolverlos con una cucharita. Otro de ellos
le dijo al Terlo:
— ^Héte ahí hacieudo una bebida atem-
perante que no seria admitida en k gocie-
de temperancia.
— SI, peiT» que será admitida en mi ea-
Üma^o, que m lo que a mí me importa.
*-Ia razón e3 de peso.
—Y por último, te contaré que habían
doe frailea mui eacrupolosos, de los cualea
nna Tes uno pecó por haber tomado un
tiago y el otro al verlo pecó de envidia.
^]!on esto me has convencido; más vale
r»rlpor beber que por envidiar; pásame
botella del piaco para ponerle un po-
to a mÍB helados.
— y tú, en seguidaj me lo cederás para
hftcerlo mismo; no quiero dar aospechaade
envidiar.
—Ni yo tampoco, agregó el coarto.
— Henos ya a todos con el mismo arma-
mento*
— Todos con ríSes dd mismo sistema.
— Esto es usar un lenguaje como el de
loe maaones^ que según dicen llaman ca-
flon^ a las botellas.
—¡Qué egtán ahí hablando de cafiones
Ir» infantes y un carabinero I
Este apostrofe fué lanzado por un oficial
de artillería que entraba eo ese iust'ci^nte.
— ^Acerqúese y siéntese aquí ese artille-
rOp»— 4ÍJ0 Gal vea dirijiéiidoBe al recien
Uegado; — estamos hablando de cañones del
antiguo sistema, de cargar por la baca»
— *De cañones de vidrio, — añadió Loatan,
—Comprendo, — contestó el de artillería
lentindoae; — oon esos cañones lo mismo
n^be apuntar un infante i;jue uu artillero.
«-*Y ningún tiro queda corto miéntraa
na se acaba la pólvora.
La conversación continuó con ese aire
de alegría y llaneza peculiar de las reunio-
de militares qne tienen lugar en laa
"aa francas. Las chanzas y palabras chis-
intea se cruzaban con viveza, los dichos
ilusiones picantes, los chascarrillos, laa
lirectas que provocao una pronta réplica,
feaaca cortadas: todo eso en medio da
risaa y buen humor le daba animación al
diálogo y hacia paaar el tiempo agradable*
mente.
Durante la clmrla liabiau llegado otros
oficiales que también fueron invitados &
tomar asiento entre ellos, y nuevos helad»
n otra cosa, al gusto de cada cual, fueron
pedidoi.
Frente a Lostan había un gran eapajo
en el cual ae reflejaba una buena parte del
salón próiimo y mediante el cual habia
visto entrar y salir a varios visitantes del
establecimiento.
Esto lo hacia distraídamente.
El espejo es uno de los ntensilioa que
más usa el amor; puede decirse que es nno
de sus instrumentos, una de sua herra-
mientas. Bara será k enamorada que no
ocm^ra ante él a estudiar los encantos de
su propia fisonomía» como un jeneral que
en tiempo de guerra pasa revista a sus tro-
pas. El espejo se ha hecho para el amor, j
como exacto y leal servidor, le au:£Ílift y
ayuda en cuanto puede en todos sus lances.
En uno de los instantes en que más ani-
mada era la conversación de los oficialesi
Lostan notó algo como el ¡)a30 de una som-
bra por la luna del espejo que tenía al
frente. Miró maquiaalmenfce hicia él y des-
pués de mantener fija la mirada por algu-
nos sañudos, pudo apenas retener una
exclamación pi*oducída tal vez por una mez*
ola de sorpresa y placer.
La sombra que habia visto en el espejo
no era otra cosa que el reflejo de dos per-
sonas que venian entrando al salón vecino.
Eran estaa dos jóvenea damas en laa cua-
les Lostan reconoció a las mismas que un
par de horas ¿ates perdiera de vista frente
a San Agustín.
El capitán del Setiembre las vio sentarse
y hablar al moao, seguramente para hacer»
se servir helados.
Al cabo de un instante una de ellaa dtrí-
jió la vista al espejo que miraba Lostan.
Sus ojoa naturalmente ae encontraron con
los joven. Hizo entonces un lijero movi-
miento de sorpresa y volviendo rápidamen-
te la cabeza dijo algunas palabrds a su
compañera- A su vea ésta lanzó una furti-
va mirada al espejo. Ambaá se hablaron
en seguida j con sendas mal disimuladas
sonrisas dejaron ver las bien alineada!^ filaa
de sus albos dientes.
Lostan tocó lijeramente con la rodilla %
Gal vez que estaba a su lado, y le dijo en
voz baja:
— 12 —
— Mira con diaimnlo al espejo.
Obedeció éste j al punto h contestó en
el mismo tono:
— BllaB Boii.
Desde ese momento el cristal azoado,
ejerciendo su impasible oficio de reflejarla
lü2, recibió y devolvió con toda flu infali-
ble fidelidad las expresivas miradas qiie
por an intermedio se dirijian.
— Sígneme dentro de im minnto más, —
dijo Lostan a sn compaucro levantándose
de BU asiento y dii'ijiéndoBe al mesón,
Galvea se le juntó al instante,
— Esta veK iio es posible perderlas, —
exclamó Lostan,
— Ya lo creo, — contestó Galvez manifes-
taudp nn entusiasmo semejante al que
mostraba su compañero; — son lindísimas,
— Son dos perlas.
— Es preciso no perderlas otra vez de
vista* En cuanto conelnjan los lieladaa
que están tomaúdo saldrán de sej^uro..,
— Ir a hablarlas, no es prudente { tal vez
no lea gustaria y nos espond:^anl(^s a un
rechazo,
— Es natural que eu un lugaL' público
tal como éste no les agrade ni convenga
que las hablcTaos.
— Y ademiSs, dado caso que nos admi-
tieran sentarnos a su lado, seria a nosotros
a quienes no les convendría; aquí entran
a menudo jefes y oficiales, y al vernos no
formarían mui buen juicio de nosotros ni
de ellas,
— Bs claro.
— No hai que pensar mis en eso, porque
al fin y al cabo por más lindas que sean
no sabemos quiénes son.
—Esperaremos que salgan y las eeguiré-
moi.
— Pero antes,— replicó Lostan, — hare-
mos otra cosa,
T dirijíéudose al dependiente mesonero
le pidió dos cambuchos de confites.
En seguida llamó al mozo y hab laudóle
a un lado le dijo:
— ^Vas a llevarles estos dos cambuchos a
esas dos señoritas que están en el primer
salón.
— ¿De parte de usted F^ — ^preguntó el
nifio,
— Nó; lea dirás que unas dos personas
que estuvieron aquí esta mañana te encar-
garon de dárselos coando vinieran.
El chico ae sonrió y fué a cumplir su
oomisioD,
Lostan y Calvez volvieron a seotarie
donde antea ci^taban.
El espejo, continnando ea prestar sofl
mudos servicios, lea permitió observar que
las dos desconocidas vacilaban en tomar
los cambiiehoB de confites,
— ¡ Primer combate parcial , está ganado !
-^ijo Lostan con entusiasmo al oido de
Galvez, al ver qne al ñn los confites que^
daban en las delicadas manos de aqnollaa a
quienes se habian enviado.
— I Los primeros tiros se han aprove-
chado! hiiena puntería! ^replicó Glalvez
en el mismo tono que su amigo.
Un par de miradas en dulce consorcio
con un par de sonrisas vino a manifestar-
les que las jM^enes habían adivinado la
procedencia del rej^alo que acababan de
iietptar; enigma menos rudo por cierto qne
el de la esfinje.
Un momento después se levantaron y
una vez que arreglaron bus trajes más por
gracioEsa coquetería que por lo que hubie-
Teíu podido descomponerse mientras estu-
vieron sentadas, salieron lanzando una úl-
tima mirada al complaciente espejo.
Lostan y Galvez dejaron sus asientos
diciendc^ a sus compañeros de tertulia í
— Vamos aquí cerca, luego volveremos»
Y dando cualquier disculpa ante las eñ-
jencias que éstos les hacían de permanecer
entre ellos, saheron del establecimiento*
IV
Aventura que marcha al troie.
Cuando ambos capitanes llegaroa ala
puerta, ya las dos jóvenes caminaban por
el portal.
Al llegar a la esquina de las Mantas, se
detuvieron en circunstancias f^ue pasaba
un carro de la tranvía hitcía la Exposi-
ción.
Lo hicieron parar y subieron en él. Era
éste nno de esos cari'os descubiertos que
tienen techo pero qne carecen de paredes,
dejando que el aire pase libremente de un
lado a otro y durante la marcha produzca
un agradable freaco; teniendo además 1
pasajeros la gran ventaja de ir divirtiend
la vista durante el viaje y la no menor d
ser vistos, sobre todo si pertenecen a aquf
lia encantadora parte del jénero humai
que se llama el bello sexo, j aún más
— 13 -
perteneciendo a éste, como loa escojídoB
entre loa cscojidoSj se kaUan además figu-
rando en el rol de la cofradía de las her-
mosaB,
Lostan y GaWex BUbieron a uno de loa
coches que como es costumbre se csfcacio-
nao frente a los portales,
— Vas a seguir ese carro de la tranvía
que va por Murcaderee^— dijeron al coche*
roque era un negro, al parecer vi 70 de
injenio.
—Bien, mis capitanes, — coutestó el co-
cliero haciendo andar sus caballos.
El coche siguió la dirección indicada.
Las dos jóvenes damas habían obsen^a-
do todo ^to y no demostraban dísguat»
por verse perseguidas, a juzgar, a] menos,
por sus semblantes que de cuando en cuan-
do se iluminaban con alguna sonrisa.
El cocbe, por disposición de los que lo
ooapaban, apresúrala o retardaba su mar-
cha aegnn convenia a éstoB para disimular
flUB fines ante los demás paaajaroa del
carro.
Toda esta maniobra continuó por algu-
nos minutos.
— ^Míralas, como se sonrien. — decía Gal-
vez a BU compañero, — han tomado confites
de los obsequiados y los comen.
— Eb una cortesía de su parte, — agregó
Lostan, — nos halagan endiüzandose el pa-
ladar p
— ¡ Y con cuiinta gracia los mascanl
— 1 Felices confites I debe ser muí grato
sentirse morder por esos afilados y enfila-
dos dieotecibos.
Al llegar a la eaquioa de Matajudios las
dea conocidas hicieron parar el carro y des-
cendieron, echando en seguida a andar por
esa caile,
— [Retarda la marcha! — ^gritó Gal vez
ú cochero,— y escncha*
El auriga obedeció.
' — Tas a seguir a esa a dos ninas, pero
conservando una prudinte distancia y dis-
creción, — añfidió Gal vez,
— Déjeme usted a mí, — replicó el negro
haciendo un jegto malicioso C|ue quería de-
cir «comprendo.»
Después de andar algunos pasos, las
jÓTenes entraron en una casa de altos
sobre el dintel de cuya puerta de calle se
veía el número 114.
— jSigue de frentel — gritó Galvez al
Gochero, — y al concluir la cuadra de Iba-
rola regresarás por esta misma calle.
31 cochero ejecutó lo ordenado.
Cuando de regreso volvió a pasar el ca-
che frente a la casa indicada, los dos capi-
tanes pudieron ver al través de ios vidrios
del balcón y medio ocultas por una oortí-
oa, las ñsonomías de sns desconocidas máa
risueñas que líntes*
—¡Magnífico ! exclamó Lostan; viven en
los altos y se han dejado ver de nosotros;
ésta es señal de que no les ha desagradado
que las sigamos.
— Claro está,— observó su compañero;—
si no hubieran querido dejarse ver nos ha-
brían mirado al través de las persianas,
— Con esto nos dan a entender que quie-
ren q¡ue llevemos adelante la aventura.
—Y nos encuentran listos. Por ahora lo
primero es ponernos en comunicación coa
ellas,
— ¿Deque manera?
— Ya lo resolveremos. Volvamos donde
Oapella y discutiremos nuestro plan de ata-
que.
Dieron la indicada dirección al cochero
y durante el camino ^e pusieron de acuer-
do eu lo que debian hacer >
Una \ez llegadOBj Lostan interrogó al
auriga en esta forma:
—¿Te fijaste en dónde entraron aquellas
dos personas?
— Por supuesto, mi capitaUj — contestó
el negro con su aire mahcioso,
— ^¿ Las conoces? sabes quiénes son?
— No, mi capitán.
— Eso habla en favor de ellas,
— ¿Por que, pues, mi capitán? un co-
chero puede cx>noccr toda clase de j entes,
personas de altas consideraciones.. <
— No te pregunto nada de eso. ¿Podrias
llevar una esqnelita a esas personas, pero
con mucha discreción y?,,*
^No me diga más, mi capitán; démela
esqnelita y no pase usted cuidado.
— Espéranos un momento.
Los dos capitanes entraron a la helade-
TMí. Loa oficiales con quienes ahí estuvie-
ran poco antes se hablan ido ya.
Pidieron al moa o recado de escribir y
ana vez que lo tuvieron escribió uno de
ellos, consultándose con su compañero, lo
BÍguiente:
<i Señoritas:
lE' Hemos tenido la dicha de ver a ustedes
dos veces en un día*
-B¿ íierán estas las primeras y las últimas?
» ¿Volveremos a gozar de tanta felici-
Idad?
— 14
lEetaa preguntas nos hacemos, pero la
respuesta que podemos darnos sólo es la
duaa.
luna amistad nacida en las simpatías
del primer momento, de la primera vista;
he ahí lo que les ofrecemos.
iLa idea puede parecer extraña^ pero es
sincera.
i¿Será aceptable?
i^Ustedea lo juzgarán.
iDe todas maneras no nos gnarden ren-
cor por nEeatro atrevimiento en escribir-
les, como no ee lo guardarán a ustedes,
annqiiQ nos rechacen,
Luis y Alfredo, 1^
Doblaron el pliego en que esto hablan
escritoj y después de ponerlo dentro de un
Bobre se dirijieron donde estaba el cochero.
-—Este es la esquela,— dijo Lostan al
negro.
— Bien, mi capitán,— contestó aquel.
— ^Matajudíos, 114...
— En loB altos, a la derecha.. *
—Ahí pillo; tú las viste en el baleon.
— Sí, pues, mi capitán: un buen coche-
ro debe verlo todo. Entraré a la casa y
daré en mano propia la cartita a una de
ellas observaado que no haya padre o ma-
rido a la vista porque... estas dilijencias
ion mui delicadas... Vea usted...
Y diciendo esto el negro se quitó el
sombrero y bajando la cabeza dejó ver
entre su lanudo pelo una regular cicatriz.
—Comprendo, — dijo Lostan lanzando
tma carcajada, la qua fué imitada por 6al-
vei;— ejecutando alguna de esas dilijencias
te dejaron ese recuerdo.
—Sí, ijues; un señor mui colérico... La
experiencia enseña.
— ^A nn hombre tan experimentado como
tú no hai que hacerle más recomendacio-
nes... Yete; aquí te esperamos
El cochera partió azotando ios caballos.
Galvez y Lostan se pusieron a pasearse
a lo largo del portal divagando sobre el
leBultado que tendría su misiva.
—Me parece,— decia acjuel,— que hemos
obrado con macha precipitación escribién-
doles tan pronto.
-^No lo creas, — ^repliqaba Lostan; — así
está bien hecho: aceptaron sin mucho vaci-
lar el obsequio de dulces y no pusieron
mala cara porque las seguíamos; esto hace
suponer que también sin vacilar mucho
Bi poner mala cara recibirán la cartita
aquella y, aún^ es de esperar que U ooitoi*
taran.
—En fin, pronto saldremos de dudai.
Lostan sacó su reloj y dijo después de
consultarlo:
— Y^ fion más de las dos y medía..* Cog
tal que regrese pronto el negro para saber
desde luego a qué atenemos. . . Ál fin y al
cabo, si nos va mal en esta aventura, poco
se ha perdido: nn par de cambuchos de
confites; pero en cambio nos hemos diver-
tido un par de horas en tratar y ajilar este
negocio. De todos modos seria sensible
que nos fuera mal por cuanto nuca-
tras desconocidas son lindísimas; pero,
aué diantres, no nos habríamos, por eso»
e dar por muertos; ya nos cousolaríamoe
emprendiendo desde lu^o otra aventura:
€un clavo eaca a otro clavo, i
Ambos compañeros continuaron discu-
rriendo más o menos de esa misma suerte
durante sus paseos.
Ya comenzabíin a impacientarBe cuando
divisaron venir por la calle de Mercaderes
el coche esperado.
Fueron a colocarse en un intercolumnio
del portal, y un minuto después el carnia-
je se detenia frente a ellos,
Traia el negro nn aire de importancia y
seguridad como demostrando que se halla-
ba satisfecho de sí mismo.
—Hablé con ellas, — dijo a los jóvenes,
-—y les di la cartita.
—¿Y qné dijeron? — preguntaron ellos ft
un tiempo.
— Después de hacerme esperar largo rato
me dijeron que no habia contestación; pero
yo les hice ver que no era posible hacer tal
descortesía a unoe señores tan cumpMoB,
y al fin logré convencerlas y escribieron
esta nota.
Al decir esto sacó el negro de un bolsillo
un billete cerrado,
Galvc2i lo cojió y con su compañero
entraron en ia heladería ya mencionada
para leerlo tranquilamente.
Hé aquí lo que decia:
f Señores Luis y Alfredo:
3>La amistad es un afecto de mucho pre-
cio para que sea prudente concederlo solo
por la impresión del primer momento, de
la primera vista, como ustedes dicen, y máí
aún cuando no se sabe a quién.
3>8uponGinos que ustedes son discretos ^
lejos de ofenderse por esto último que li»
decimos, nos encontrarán razón.
— 15 —
1
í) Nosotras no podemos recibir visitas en
casa y salimos de elJa miii vnrim veces.
]»Paede eer que la casuíilídad liaga que
ajgun día nos encontremos, y entonces
logremos nosótraa conocer mejor a unos
amigoa que se noa ofrecen cou tunta vehe-
mencia.
Blmim y Olimpia^j^ .
Después de esta lectura, Calvez y Loa-
tíin se miraron las caras como preguntán-
dose mutuamente su opinión.
^Poco dicen,— exclamó al fin Galvez
rompiendo el sileucio.
— ¿Poco te parece? — replicó su compa-
fiero con un tono firme que inspiraba alien-
tos—pues, hombre, ¿qué máa íj ni eres?
— Pero... ello es que noa dictan nones.
— No tal... cada una de sus frases es un
si mas claro que los da el ilautin de la
banda.
— Á ver, explícate.
— Seria una gran majadería |)reteiider
que a la primera palabra que les díríjíamos
Be rindieran a discreción sin disparar un
tiro siquiera. Esta carta que aqs han escri-
to no es un nltimatiun, sino una nota
diplomática que pide i-éplica; y la tendrá
ein perder un minuto. . , vas a ver-
Acto continuo, como lo habia hecho poc
antes, pidió al mozo recado de escribir ^
trazó en un pliego de papel las aiguíent y
palabras: ^^
(cSefioritas Blanca y Olimpia:
»Nos abandonan ustedes a h. casualidadj
esto es cruel.
^Esperar de la casualidad y desesperar,
son hermanos jemelos.
» Renos ahí como marinos que navegan-
do sin brújula quieren hallar el puerto quo
bxiscan.
íY todavía agregan ustedes que salen
jnui raras veces de su casa. Si supiéramos
siquiera cuándo suceden estas y adóude se
dirijen ustedes, ya seria eso como un faro
Imninoso^
3>¿Les iuispiraremos tan poca confianza
que no quieran ustedes comunicárnoslo?
¿Serán ustedes tan recelosas que nos lo
oculten?
3>Esto ea lo que nos atrevemos a pregun-
tarles.
Luis i/ Alfrcilún-í^
jQué te parece? — preguntó Lostan a
-joigo cuando hubo concluido de ea-
■ir.
—Se da por aprobado,— contestó éste-
— Pues entonces, no hai que perder
tiempo.
Y diciendo esto puso Lostan en un sobre
el papel, escribió encima la dirección cSe-
iioritas Blanca y Olimpia,» y fué en busca
del cochero acompañado de su amigo,
— Yas a llevar allá esta otra carta^— dijo
al negro.
— Está bien, mi capitau-
— Te esperaremos aqni haata cinco mi»
ñutos antes de las cuatro; si no nos en*
cneutras nos irás a buscar al cuartel del
Betiembre; preguntarás por el capitán... ^
— Lostan o por el capitán Galvez,^— dijo
el negro interrumpiendo a ése-
^¡Áh, pifio! sabes nuestros nombres.
— Un buen cochero lo sabe todo, mi
capitán.
—En fin, vamos; en marcha*
El coche partió.
— H;is hecho bien previniéndole al negro
que si no nos encuentra aquí nos busqne
en el cuartel, — dijo G alvez mirando su reloj,
—porque ya son miis de las tres y la 11^
mada es a las cuatro.
— Felizmente por ser hoi domingo la
llamada se toca a esa hora y además con la
banda de música, lo que nos da alguno»
minutos más de tiempo para esperar la con-
testación de nuestras perlas.
— Si ea que la dan-
—La darán, citielo; y nos será propicias
— contestó Lostan con entusiasmo,'— me lo
dice el corazón, que siento arder por esas
bellas desconocidBs; si, querido compañero,
ya «stoí conociendo que me muero de amor
por ellas.
— ^Por las dos?-, cómo ea eso?.* y yo?
— replicó Gal vez riéndose.
— iQué diantres! ¿no ves que hablo en
ailépflis?
^Mientras tanto, ea lo cierto que hemos
consumido al sign^e Capella papel y sobres;
bueno serta consumirle un par copas para
que haya compensación, ya que por el
papel no cobra nada.
— Aceptado; las tomaremos brindando
por la prosperidad de nuestra presente
aventura.
—Eso es; pronunciando los nombres de
ellas p Blanca, Olimpia.
— Di Blanca y Oümpia, porque ain la y
parece que dijereis blanca o Utíipiai siendo
que ambas son blancas y limpias como la
plata.
Los dos capitanes entraron donde Oa*
— 16 —
pella continuando bu cliarlade buen hmnor
y humedeciéndola coo sendas copas de
oporto.
No perdían entre tanto do vista la puerta.
Faltaba un cuarto de hora para ¡aa ctia-
tro cuando vit;roti aparecer el coche espe-
rado.
Pagaron sus copas y flalieron.
Como lo esperaba Lostan, el negro traia
contestación escrita.
Rompieron rápidamente el sobre y leje-
ron:
fBeSorea:
»Son ustedes mui curiosoB.
»(í Quieren ustedes saber cuándo salimos
y adonde vamos? Como no es un secreto
mo tenemoB por qiió ocultarlo, Lob dias
Idnes entre la una j las dos de la tarde
aojemos ir a la huerta del CamaL
»^» p 0.y>
-—lío te lo decia yol — exclamó Lostan
dirijiéndoee a su compañero,— ya ves como
han contestado... esta aventura, marcha al
trote*
— Oiga usted, mi capitán, — dijo d negro,
—¿Qué?
— Me dijeron que do les llevara máa
cartas porque podia llamar la atención de
la vecindad yendo otra vez hoi,
— ^Lo que es por hoi ya ha terminado la
correspondencia epistolar.
— Pero Bi mañana, mi capitán me nece-
sita, me tiene a su eervicio; ya ve usted
que yo, mi capitán...
— ¡Dale con mi capitán, mi capitán!*--
yo no soi capitán de^ . . cocheros. . . exclamó
Loatan riendo.
— ;Quá mozón es mi capitán*.,
— ¡Otra!.*. En fin; nos vas a llevar al
cuartel.
—En efecto, agregó Gal vez,— ya se acer-
ca la hora de la llamada.
Los dos capitanes subieron en el coche
y se hicieron conducir a su cuarteL
Una frase a través de una rejilla.
A esa misma hora máa o méjios cami Da-
ba por otro barrio de la ciudad, por la
calle de Zamudio, un gallardo oficial i|ue
aparentaba tener unos veintitrés o veinti-
caatra años de edad.
El par de trencíllafl que circnndab&n ru
kepis anunciaban su grado, que era e! de
teniente.
Caminaba con cierto aire marcial y de-
senvuelto que estaba en perfecta armonía
con su arrogante apostura,
Sn cabello era castaño y un fino bigote
del inísnio color sombreaba bus labios* La
miratla de bus ojüíj verdes era altiva sin ser
altanera, 8u tez era blanca, aunque li jera-
mente tostada; esto sin duda era sólo un
accidente; a él tal vez como a la jenera-
lidad de los chilenos que hicieron la cam-
paña del Pera, loa rigores del clima, el sol
tropical y la intemperie en los campameatoa
y en las marchas, le habían broiic¿do leve-
mente la piel.
Este joven teniente figuraba en el rol de
oficicialcs del batalion Setiembre coü el
nombre de Víctor Alvar.
Iba, decíamos, este oficial por la calle de
Zamodio*
Su paso era mensurado y mientras cami-
naba sus verdes ojos dírí jian continnaa mi-
radaíj hacia una ventana de la misma acera
déla que todavía distaba unos veinte metros,
y delante de la cual i>asaria en pocos se-
gundos más siguiendo el mismo p¿o*
Aquella ventaba estaba cubierta hasta la
mitad de su altura por una rejilla, como !o
están en Lima, con^pocas excepciones, todaá
las ventanas del piso bajo que dan a la
calle.
Esas rejillas son como unos bastido-
res que sostienen un fino tejido de alambra
o una hoja de lata acribillada con menudos
agujeros de diversas formas; se colocan de*
lante de las ventanas y tienen por lo comnn
la altura conveniente para alcanzar bastan-
te mas arriba de los ojos, de los curiosos tran-
seunteíí. Al través de ellas, las personas que
están en el interior do las habitaciones ven
perfectamente bien a los que van por ia ca-
lle; pero éstos no di visan ni las sombras de
los que eatiín adentro.
Cuántas veces suele verse algún galán tal
vez amartelado dírijir interrogadoi'as mira-
das hacia nna rejilla, como preguntando si
estará tras de ella el ser amado; y cuántas
veces aquellas expresivas miradas habrán
sido recibidas por los ojos Iití ranos de algún
marido, lo que puede llegar a ser trájico, o
lo que es cómico desde luego, por algí i
criada negra o algnn chino cocinerOi
Esas rejillas tienen la forma del segnu •
to de un cilindro o sea la del lomo de i
libro, y Bobresden de lu pared, permitie'' i
17
wn «ito (jne loa que m hallan adentro pue-
dan dírijir la vista no solamente al frente,
ÚUQ también hacía los lados. Cuando son
planas, también el bastidor qne la Hubten-
de está un poco afaera de la pared, y Iob
espacios que quedan entre ése y el marco
de la ventana a ambos lados se cubren con
otras pequeñas rejillas que soeleu tener vi-
nagras para poder abrirse.
Alvar seguia su marcha.
Al pasar frente a la ventana que ánbes
indicamos, clavó la vista en la rejilla; pero
nada mea qne el empolvado y menudo
tejido de alambre pudo ver. Mtts afortuna-
dos que sus ojos fueron sus oidos : uua voz
arjentinade una purea» notable y melodio-
Bft pronunció claramente aunque [en bajo
tODo eatas palabras t
— A las ocho y media:
Alvar hizo un pequeño movimiento de
cabeza que habría pasado desapercibido por
cualquiera que no lo esperara, pero que un
atento observador habria tomado por señal
de asentimiento, y siguió andando al mismo
paso a la vez que se llevaba una mano a la
cara como para atusarse el bigote; mas,
tal Te£ en realidad para ocultar una lijera
fionrisa da placer o de satisfacción.
Si en ese momento se hubiera alzado o
desapftreddo aquella rejilla como por obra
de mBJia, o cual íauelc verse en la apoteosis
¿nal de algún drama de efecto, es induda-
ble que como en nn cuadro vivoaehabria
podido contemplar la faz de la persona que
ODB tan dulce voz habia pronunciado las
palabras que oyó el teniente Alvar. Pero,
Cumpliendo con su deber, permaneció in-
móril la rejilla, aquella solapada invención
de algún celoso moro tan crédulo ante la
Terciad del Coran, como descreído ante la
fidelidad de las mujeres^
Sin embargo, es menester que veamos a
la pereona que había hablado; no nos basta
haber oído su voz, ea necesario ver su ñso*
ñoiDÍa.
Aun corriendo el riesgo de que alguna
Ímlida limeña nos llame lisos e indiscretos,
evantáremos con mano fírmo la rejilla j la
réremos*
Hola ahí.
|£r& una personita que basta entonces
habría aspirado el tibio y perfumado am*
1 ute de diez y siete floridas primaveras.
Su su rostro lijeramente pálido brillaban
c ttegroay rasgados ojos que atraían las
1 rodad. El que ^ miraba ese rostro tenia
t -^ detenei k vista en ésos ojos, como el
I
que mira al cielo se siente forzado a dete-
nerla en los luceros. La luz atrae a la vista.
Su nariz era recta^ de una forma map
graciosa que artística. Sus labios delgados
y no del color encendido de la amapola,
pero sí del oue luce el clavel rosado, j cuan^
do se abrian para dar paso a nna sonrisa,
dejaban ver dos hileras de parejoa dientes
notables por su blancura. Todas sns faccio-
nes eran dehcadas, como lo eran sus manoSi
BU talle, sn cuerpo, como lo era toda ella.
Era hemosísma, y la gracia era en ella
un don natural que la acompañaba hasta
en sus más mínimos movimientos.
Era un perfecto tipo de limeña*
Ba£ta ya de indiscreciones; colocarémoi
nuevamente la rejilla en bu lugar, y desapa-
recerá del alcance de nuestra vista aquella
linda jovencita, como al sol cuando den-
sas nubes se extienden delante de su lami-
nosa faz. Pero como un recuerdo del bien
perdido con esa ocultación, con ese eclipse,
diremos que se llamaba Lucía,
El teniente Alvar después de mirar sa
reloj había apurado el paso. Como ya lo
sabemos, se aproximaba la hora de la lla-
mada.
Si mientras andaba le hubiera encontra-
do en su camino un ser semejante a los
que Flammarion soñó haber visto eanl
rojizo planeta Marte, uno de esos seres
para nosotros maravillosos que por las pal-
pitacionca o vibraciones de la pulpa cere-
bral percihian el pensamiento presente, y
tal vea el pretérito» de los que se ponían al
alcance de sus numerosos sentidos, nn ser
de aquellos habría visto en el cerebro de
Alvar la imájen de Lucía, y también en
imájen habría visto conservarse aUí tstaiu-
padas varias escenas, por las que en resu-
men se sabría lo siguiente;
Alvar tenia amistad con nna señora ve-
nezolana, esposa de un comerciante fran*"
ees, y solía visitarla.
En casa de esta señora habia visto por
primera vez a Lucía. Fué allá donde cam-
biií con ella las primeras miradas t lai
primeras palabras, que fueron el jérmea
de un sentimiento que no tard6 en deía^
rrollarse,
iincía ei^ demasiado hermosa para no
hacer una profunda impresión desde 1a
priniera vista, y Alvar era demasiado im-
presionable para no haber sentido m in-
ñuencía desde el primer momento.
La amó desde luego.
¿El amor será contajíoio?
I
— 18 —
Lft ciencia, que en egtoH tiempos todo lo
investiga y todo lo dem;ubre» adn no se ha
pronunciado en esta materia. Pero tal vez
no está léjoa el dia en que un nuevo doctor
Ferran ayudado de poderosa lente dt^cu-
bra los microbioa y vírgulas (^ue lo produ-
cen^ que producen el amor; y Tendrá en-
tonces a oírecer a la humanidad eenaible
esta nueva yactmacíon como preservativo
contra las asechaazaa del liijo de Yénus,
Se verá en aquellos días a los padres seve-
ros forjados a la antigua española, condu-
cir sus tiernas hijas, qnienea mostrando
denudo el mórbido brazo se dejarán ino-
cular el nnevo virus que amortíg^iará para
siempre los arranques del corazón.
Pero como hasta ahora no ha dado la
ciencia tan adelantado paso, Lucía no ha-
bía podido recibir aquella vacunación, de
manera que si el amor es contajioso, ella
era susceptible de aor alcanzada por el con-
tajio.
Y lo fué.
Aunque, para decir verdad, no sabemos
si contajiada por el amor de Alvar o <^-
díendo a los naturaleB ímpetus de su propio
corazón; pero ello es que amó al joven y
gallardo oficial
Dulces y amorosos coloquios tuvieron
lugar entre ellos, siempre en la casa donde
ambos se encontraban como visitas.
Una predisposición muí corriente en
Lima durante la ocupación de aquella pla-
za por las fuerzas chilenas, vino a inte-
rrumpir aquellas gratas entrevistas-
Sucedió que í3 cabo de algunos días
Lucía dejó de ir a casa de la señora vene-
zolana. Esto alarmó a Alvar, pero no se
atrevió a dirí jir preguntas sobre ella a la
dueña de casa. Pero, al fin un dia, tratan-
do de disimular sus verdaderos sentimien-
tos y aparentando solamente urbanidad,
tii^o a aquella señora esta pregunta:
— Hace dias que no he visto aquí a la
señorita Lucia» ¿estará enferma?
'—No tal, — contestó la señora, y dejan-
do pasar un instante añadió : — y no creo
que vuelva a visitarme... a lo menos mui
píonto.
— ¿Por qué? — balbució Alvar pudiendo
apenas dominar su emoción.
La señora no respondió de pronto, que-
dó como vacilandoí al fia dijor
—Tea usted lo que ha pasado: el papií
de Lucía ha sabido que yo recibo en casa
algunos cluleiios y le ha prohibido venir a
verme.
Estas palabras aturdieron al joven ofi-
cial; sin darse cuenta de lo que decia repÜ*
có tartamudeando:
—Cuánto siento ser en parte causa... de
que usted pierda bus amistades...
— 'No diga u^d tal cosa; mi marido y
yo somoa atjui extranjeros y no tenemos
ningún motivo para rehusar las visitas de
ust^ies, los chilenos, ni la de lofi peruanos
que nos honren con su amistad; compren-
do que el papá de Lucía como peruano no
quiera que su familia tenga relaciones con
los chilenos, con los enemigos de su país;
pero como ya se lo he dicho a usted, aquí
somos extranjeros, neutrales*».
La señora se sonrió diciendo esto último.
Todo eso no tenia nada de novedad para
Alvar que sabía mui bien la especie de
entredicho en que se mantenía gran núme-
ro de famihas penianas con los miembros
del ejército chileno- Mas, no por conocer
la mzoD, dejó de sentirse anonadado por la
noticia que le dio la señora.
Desde aquel dia^ no pudiendo hablarse,
ambos enamorados hubieron de recurrir a
otro expedientep
La caligrafía entró en escena*
lío falto un niño sirviente de la vecin-
dad que quisiera desempeñar el oficio de
correo amhtilaute, previo el correspondien-
te franqueo de algunas propine jas.
Las cartas fueron ardientes; habia en
ellas todo ese fuego que irradiaban los ne-
gros ojos de Lucía y el fogoso corazón de
Alvar; todo eí fuego de ese sol de los Incas
que hace madurar los plátanos y las grana-
dillas; de ese sol que dos veces al ano, tra-
sitando -por los signos de Escorpiou y
Acuario, desde el cénit alumbra y abrasa
la ciudad del Kimac.
Al período de las cartas sucedió otro : el
de las citas.
Hubo citas.
Eso sí que fueron rápidas, breves, llenas
de interrupciones y Eobreaaltoa.
La casa en que yivia Lucía era habitada
por diversas familias y personas; ella con
sus padres ocupaban un departamento en
los nltos.
La escalera que hasta ellos conducía,
quedaba en ese tiempo en una completa
oscuridad. Había ahí, es verdad, una lam-
para ; pero no se encendía. Por ese tiempo
el papel monedaj el billete, habia bajado
mucho; mas, no habia bajado la paraiiim
necesaria para cebar la lámpara, y además
como consecuencia natural de la gaerra el
— 19 ^
pago de loB arriendos no era mtti exacto, de
manera que el propietario de aquella casa
y de a(juella lámpara creyó jnsto no alnm-
Wr bien a los que le pagaban mal.
Mediante aqnella oscuridad, pndo Alvar
introducirse a menudo en la casa sin ser
vigtc. Subia la eecakra y esperaba un ins-
tante hasta que Lucía, advertida de ante-
mano, ocurría al sitio convenido. Pero
solamente podía ella permanecer un instan-
te ahí, pues tenia qne entrar a cada mo-
mento a sns habitaciones para evitar qne
notaran sn ausencia; además constante-
mente estaban entrando y saliendo personas
de la vecindad; Alvar se eseoudía entonces
detrafl de nna puerteciUa qne Labia al fin
de la escalera, y Lucia, lijera y medroaica
como llama de La Sierra, con-ieudü se en-
traba en su departamento.
Estas citas con todas sus intermpcíoües
y continjenciaa, y quién sabe si por esto
mismo, tenían un gran encanto para ambos
enamorados.
En este estado estaban las relaciones de
la enamorada pareja unos pocos dias ¡intea
del domingo en que vimos a Alvar pasan-
do por la calle de Zamudio, cuando una
Boche, durante una de aquellas citas, Lucía
en medio de tristes sollozos le refirió a su
amado una resolución de sub padrí^: qnc-
rian que volviera al Colejio de Belén, de
donde hubiera ella salido hacia mú8 de un
año, y que entrara allí a pupila para no salir
sino una vea al mes. El motivo que les su-
jiriera esta idea no se lo iiabian comimi-
cado.
Lucía y Alvar encontraron que aquello
era un acto de despotismo, de atroz tiranía-
Bajo tal amenaza quedaron anonadados
como Dámodes bajo la espada de Dionisio,
Pero mas osados qn^b Dám ocles, creyeron
que ellos también debian tomar alguna
reaoiucion para contrarestar la tiranía*
Ta los veremos en la obra
Alvar, en coy os oidos repercutían como
los últimos ecoe de una melodiosa música
aquellas palabras, íia las ocho y media, i&
continuaba su marcha bácia el cuartel
apresurando el paso-
VI
Una comida út\ el cuartel.
En el momento en qne el teniente llega-
a la puerta del cuartel se oyeron los tres
golpea dados al parche del tambor qu»,
conforme a lo dispuesto por la táctica, sir-
ven para íjue los eornetas y tamborea pro-
cedan a ejecutar el toque correspondiente
ala hora, Otros tres golpea más roncos y
sonoros retumbaron; eran estos dados al
bombo, lo que indicaba que también la
banda de música debía tomar parte «tt el
toque alternándose con la de tamborea y
cometas.
Se iba a tocar la llamada,
A juzgar por el nombre que se le da,
cualquiera puede pensar que la llamada
sirve para llamar a los soldados a su cuar-
tel; pero no es asi en realidad: la llamada
sirve para anunciarles que ya debían estar
en su cuartel, del mismo modo que cuando
un individuo atraviesa distraídamente una
caDe y es atropellado por un coche, el gol-
pe sirve para anunciarle que no debia ha-
ber pasado por ahí.
Al oír aquellos tres goIpeSj algunos sol-
dados que iban dirijiéndose a su cuartel
redoblaron el paao^ apresurándose tanto
múE cuanto más lejos estaban de la puerta
del cuartel.
Cada uno iba diciéndose en sus adentros
sí alcanzaría a llegar a tiempo; es decir, ai
alcanzaría a entrar al cuartel, llegar a su
cuadra, ponerse sa fornitura, cojer su rifle
y entiar en las ñlasde su compañía; si
alean zaria a hacer todo efito de manera que
cuando el sarjento primero pronunciara su
nombre, pudiera el contestar al firme» y
terciar su rifle.
Si no alcanzaba a hacerlo a tiempo, se la
consideraría como atrasado y no seria raro
que se llevara su arresto. Dar en el instan-
te preciso la Cüntestacion de «firme,» hé
aquí lo que se trataba de lograr.
La banda habia comenzado ya a tocar la
llamada, y mientras hacia oír algún valsa
o mazurca, todavía eolia venae venir algon
soldado de quien las gruesas gotaa da sudor
que le sui^caban el ajitado rostro anuncia-
ban claramente el apuion que se había
dado en el camino, y sin embargo iba a ser
de los atrasmlMf él lo sabia, pues el eater
ya la banda tocando a una cuadra del cuar-
tel era una señal segura, pero de todaa
maneras se apresuraba, tal vea abrigaba la
esperanza de que el sarjento primero hu-
biera pasado la lista mas despacio que de
costumbre, o cualquiera otra feliz caaualí-'
dad inesperada* Pensaba que ai echara a
correr qoizúB llegaria a tiempo; pero un
soldado no puede correr por la callt, m
— 20 —
menos Uegar corriendo al cuartel» pues esto
seria lo Buficicute para qae cayem al cala-
bozo con más lijereza que la de una piedra
al caer en un pozo.
La banda uabia comenzado a tocar la
se^nda pieza y algunos capitaueH del ba-
tallou, entre ellos Lcstau y Gahez, que
íormando un pequeño corrillo babian esta-
do oyendo la música, cM}nieiizaron a diri-
jiree a sus compañías.
En estas debian ya estar loh> oficiales su-
baltemoa de elloa. Es una regla fija que el
inferior debe hallarse ya en su puesto cuan-
do llega el superior. De modo que cuando
tm capitán se presenta a su compañía a la
hora de diana, llamaíla, retreta u otra dis-
tribución, toda ella debe encontrarse ya
lista y completa.
Este es nno de los grandes temores que
trae el soldado que viene atrasado: si babni
llegado ya su capitán a la cütEpañia. Esto
agrava el atraso, es un término medio en-
ti'e el üirasach y el falfú.
Por fin entro la banda al cuartel y se
tocó ¡ida,
Siendo aquel un día festivo, no se hizo
ejercicio de armas ni otro trabajo ; así es
que se dio puerta franca nuevamente,
Galvez y Loatan m habían juntado con
otros dos de los capitanes,
*— ¿Que hacemos mientras llegB la hora
de comer? — dijo nno.
— Yo tengo un coche descubierto en la
puerta del cuartel, — contestó otro, — vamos
a dar una vuelta por las calles,,-
^ — Aceptado,— exclamó Lostan, — a esta
hora los balcones se convierten en jardines
de flores vi vas*,. Yo designaré loa barrios
por donde pasaremos.,,
— i Alto ahí! — cada nno designará a su
tiempo una calle,
*— Convenidop*, Ya te comprendo,,, tú
querrás paaar por Rauta Teresa «..Yo les in-
dicaré un barrio donde bai un balconcito
notable en que aparecen tres beldades que
son Las Tres Gracias, por no decir las tres
estrellafi lucientes de Orion,
— En marcha, en marcha.
Los cuatro capitanes subieron en el co-
che mencionado.
Razón habia tenido Lostan al decir que
a esa hora los balcones se convertian en
jardines de flores vivas.
Si no en todos, en gran parte de ellos
aparecían lindas jóveneSt que como una
iciina en su trono, ellas, reinas también de
la hermosura, se presentaban a recibir á
homenaje debido a la beíleza,
Lo« aleones se lian hecho para ka h^
mosas.
La hermosura se ha hecho para ser vista
y no ])ara tenerla escondida entre cuatro
paredes como hacen los avaros con sus lu-
cientes doblones. Dios ha dotado a loe pbi-
netas de un movimiento de rotación puara
{]ue todos BUS habitantes puedan coutíem-
plar la bollez» del soL
Durante una hora recorrieron los cuatro
capitanes diversas calles , y después de to-
mar de pasada un bitters donde Broggi,
regresaron al cuartel. Era la hora de comer.
Todos los capitanes del cuerpo csonnan
reunidos: tenian juntos sti rancho-
Cuando entraron al comedor ya la mesa
estaba lista. Se hallaba ahí otro capitán a
quien desde luego Hamaremos Aliaga, Este
recibió a los recien llegados diciéndoles:
— ^Al fin llegaron^
— Al fin llegamos, — contestó Lostan; —
pero me ptircce que aun estoi eo el coche
porque todavía veo en la i maji nación tan-
ta bella como divisamos,
— ^Ya era hora de comer; son más de h&
seiB.
— ;Cuáudo será el día que no te oiga
pronunciar la palabra comer! Comer y co-
mer; eso ca lo único que te preocupa; tú
perteneces a la categoría de aquellos que
viven para comer, . . i
— De todü me gusta un pocoj pero lo
primero es el estómago,,-
— Lo primero es el coraron, que m d
que sabe amar.
— Así será; |>ero el amor con el ayuno
es como una ensalada sin asado; — esto con-
testó Aliaga, y dirijiéndose a un asistente
añadió: — que sirvan la comida al momento.
Se sentaron todos y fueron servidos,
Al cüucluir la sopa apareció otro capi-
tán. Era Robert,
— Otro atrasado,— dijo Aliaga,
El recien llegado colgó en una percha
su espada y su kepis y pasó a sentarse,
—Qué risueña traes la cara, — le dijo
Gal vez ¡-^ri te ha ido bien por ahí?
fíobert se sonreía con un aire satisfecho
poniéndole sal y pimienta a sn sopa<
Al fin de un rato dijo haciendo un jeato
expresivo:
— ¡Si yo les contara I
— A ver, anda contando,
— Vacíate porque estás que revientan por
hablan
}
4
-21 —
— PerOf hombre"?, — replicó Aliagn,, — dé-
oomer.
—Ya salió Aliaga hablando del comer,
— «iclamó Lostan.
Entre cucharada y cucharada coineaaó a
decir Bobert;
—[Si yo lea contara!... Una chica de
ám y aeis abriles..- un par de manos
ariafcocráticas*.. j I qué ojos!... qné ta-
He!... qué píea!*^. ¡de lujo!... Un pase i-
to en coche al Cercado-., un rato de con-
TersacioD en uu huerto tomando una copa
de cerveza.*.
—¿Y que más?
—Aceptación para mañana de una inTi-
tman para ira comer en un hotel... Loi,
imposible ... i las conveniencias sociales í . . .
;De lujo!..» qué perfumea!-.. Afckinson
kjídmo.-.
— Hombre^ — le dijo Aliaga interrum-
piéndole, — come tu estofado... se te en-
fria... el eatoftidofriono...
— Déjame de estofados... si tú estu-
TÍer&9 como yo bajo la impresión de aquel
roatro dinno que lie estado contemplando
durante una hora... todavía me parece
Bfintir una manecita en la mia. . .
En físe momento hizo sn entrada otro
oficial; era el único que faltaba del rancho.
Entregó su espada y su kepis a nu asisten-
te y fué a sentarse.
Al ver a Eobert esclamó:
^No esperaba encontrarte aquí... co-
mo estabas allá en el vJercado tomando cer-
veza en compañía de una ma)icarrmia de
más de cuarenta...
— i Cómo í — gritó Lostau;¿ — no era una
niña de diez y seis abriles?
— ¿Qué?... una vieja-.i hubiera sido
do siquiera buena moza, pero llegaba a dar
pena de verla tan fea...
Uua carcajada jeueml acojió estas pala-
bm^ y ae oyeron entre las risas preguntas
GOoao éatas:
— ¿Conque aflí era la de diez y seis abri-
les?
— j De lujoí
— iQuó encanto!
— I Qué tallo!
Robert no se coitaba y gritó:
— ¡Qué! le hacen juicio ustedes a este
^Wíuv de Orrego... la equivoca con la
daefja del hotel...
— No Ja ecjnivoco,.. llegaste en coche
ion ella... tomaron cerveza.,, más de
iQéd;! horai*. Yo cataba ahí y no quise
ir a hablarte porque no me gusta ni acer-
carme a las viejas*,.
Las risas se repitieron con más fuerza-
Pero Robert, como buen militar, no quena
rendirse y dtri jiéudose a Orrego gritaba :
— ¡Qué entiendes tú de hermosura h..
tu eres un giiafio que no sabe más que sem-
brar papas y sobar látigos...
—Con todo,— contestó el aludido,^ — ni
para hacer un látigo sirve el pellejo arru*
gado de esa vieja...
— ¡Ah, ja, ja! ¿Conque ya tiene el cue-
ro arrufado? — gritaron otros riendo,
— Como una manzana seca.
— ¡Áh, ja, ja! Y ya tendrá también lar-
gos los colmillos...
— Más largos que los de un chamho.
— Cállate, ^uaso remoto, que no has po-
dido todavía acostumbrarte a ver jente ni
a saber apreciarla.,.
— [Áeaa basural ...¿cómo quieres que
ia aprerée?..^
— jÁh, guaso í aprende siquiera a hablar: '
queia tqwme...
Esta corrección fué acojida con nuevaa
carcajadas. Orrego queriendo enmendar su
error, gritó;
— Asi he dicho: que la aprime..,
Nuevas risas»
—Que la aprese...
— Que la apriete...
— Que la aprense...
— ^Todüs esos cariños merece aquella
vieja.
^?En qué quedamos? ¿aprtck o aprw'
m?
Orrego había pasado ahora en vez de
Eobert a ser el blanco de las palabras y
dichos zumbones. Pero el se defendia como -
podía y tmtaba de hacer caer sobre otro el
peso de las bromas.
Por fin lo consiguió- En un momento eo
c|ue eutre bocado y bocado dejó Aliaga sa-
lir algunas palabras picantes, le gritó:
—¡También tenes túí... ya estás con-
tento y todavía no te has comido máa que
cinco platos*
— No le levantes ese falso testimonio a
Aliaga... si aun no se han servido más
que cuatro...
— Sí, pero él repitió del pescado. •.
— Y también del estofado* . .
— IJel estofado no, no he repetido,,.
En ese instante un asistente vino a po-
ner delante de Aliaga un plato de este últi-
mo guiso.
Grrandes risas acojieron este acto» *
_22^
^-Yo no había pedido mú& estofado, —
dijo Aliaga al asiateatü*
Efite no se atrevió, por Bupueato, a con-
tradecirle, e hiao ademan de Uevarae el
plato.
Aliaga lo detuTo diciendo:
— ^Ya quo eatá aquí, déjelo;— y aííadió
dirijiéndose a ens compafieroa;— no soi tan
tonto qne por Imeer juicio de los dispara-
tea de nstedes me qa¿ie sin comer.»
— ¡Sin comer!,.* y ya te has comido
más de doB libras...
— Df, sin llenarte.*-
<— Sin hartarte.,.
— Sin repletarte...
— Entro el responder y el comerj estoi
por el comer.,*
Y cumpliendo con lo que decia, Aliaga
se puflo a comer dejando sin respuesta las
bromas.
Can esto hubo un momento de silencio.
Lostan lo rompió haciendo a Galvez in-
* sinuacion de tomar su copa a la vez que le
decia:
— Por elías, por aquellas dos perlas de
hoi; porque tengamos ventura en nuestra
aventura.
Ambos bebieron.
— ¿Y qaiénes son ellas? — preguntó
OrregOp
—Dos solee; el que las mira queda
ciego.
— ¿Dos Boles de papel o dos soles de
plata?
— Dos solea de fuego y luz.
— [Cuidado con tantos soles I no les vaya
a dar una exhalación.^.
— Una insolflcionj querríis decir; no seas
guaso..,
— ^No será raro que las dos perlas, los dos
Boles de qne hablan sean un par de ^imíica-
rronas como la vieja de Robert,.,
—Si llegaras a conocerlas algún día lea
pediriaa perdón por tos malos pensamientos.
— Prefíéntamelas y veré si tienes i"azon,
Lostan y Galvez ae rieron. Estó dijo:
—Todavía no nos hemos presentado lioa-
otros a ellas y ya quieres que te presente-
moB a tí.
— jHum!... están por conocer la pla-
za y ya cantan victoria como si hubieran
iomñáo posición de ella...
— ¡DÍ posesión!..- — gritó Lostan; —
más vale que te callea, porque cada ves
qae abres la boca se te cae un disparate.
—Mejor para mí; menos me quedan
adentro.
— Te aplaudo la respn^ta; ea mni filo-
sófica; merece que la celebremoe con lina
copa... ¡salud!
Todos bebieron un trago de vino.
La comida continuó en medio de las
chanzas y bromas de palabras oon que la
amenizaban, teniendo todos el buen crite-
rio do no enfadarse, con lo cual al fin y al
cabo solo habrían conseguido hacerse em-
bromar con miis inclemencia.
Las anécdotas y chascarrillos se interca-
laban con los recuerdos de las campañas y
de los memorables episodios que venian
sucediéndoae desde hacia cuatro años,
A cada instánta se oían los nombres de
algunos que hablan caido ya en loa campos
de batalla, ya en las ambulancias, pero que
vívian, como vivirán siempre, en la memo-
ria dtí sus compañeros. Se oían sus nom-
bres ya recordando sus caracteres, ya recor-
dando sus aventuras, jeneralmentc las que
habían tenido algo de jocoso. Todos ellos
habian sido por lo común, como éstos, jó-
Yenes, alegres, buenos camaradas, aiempre
dispuestos a decir alguna chanza o hacer
algún !* broma.
A las siete y media el tambor de la guar-
dia animció con tres golpes que se iba a
tocar la retreta.
Esto puso fin a la conversación de sobre-
mesa.
Algunos de los oficiales se dirijieron por
un momcinto a sus habtaciones y otros a U
puerta del cuartel a oir la retreta.
Ei"an ya más de las ocho, cuando des-
pués de haber concluido de tocar la banda y
después de haberse pasado lista, se toc6 ú-
leyício.
A esta hora podían salir loa oñcialea que
no estnbieran ocupados.
El primero que se aprovechó de esta h-
cencia fué uu oficial a quien ya conocemos:
el ieniente Víctor Alvar,
Aun vi binaba la última nota moremh de
la cometa, cuando él salía por la puerta del
cuartel.
En ese mismo instante se detenia unco-
che frente a esa puerta y bajaba de él una
persona en quien Alvar reconoció al coro-
nel del cuerpo.
El oficial de la guardia salió a recibirlo
con el proverbial:
— Sin novedad,
— Que no salga nadie del cuartel hasta
segunda orden,— dijo el coronel.
Alvar DO alcanzó a oir estas palabras^
-23 —
Til
Un paso hacia las tinieblas.
A unos cuarenta paaos de k puerta del
cuartel estaba catacionado na coche. El co-
ehero al divisar al oficial se bajó del pea-
caod y abrió la puertecilla. Seguramente b
esperaba*
Alvar entró en el coche diciendo al au-
riga:
—Calle de Llanos,
El vehículo rodó.
Ooando hubo llegado a la calle indicada
j faltaban unos veinte metros para entrar
en la de San Diego, el joven gritó:
— Fíira,
Se detuvo el coche j aquél añadió:
— Me eaperaráa aquí; tal vez demoraré
cerca de una hora, pero no te vayas.
El cochero, a quien iban dirijldaa estas
palabras, contestó afirmativamente.
Alvar descendió.
Su traje había sufrido cierta metamor-
fosis. En Tía de kepis llevaba un sombrero
de paño negro 7 un capote, sin ningún bo-
tón amarillo que pudiera anunciar la con-
dición de su dueño, le cubría por completo
el onifoime.
A pesar de la luz del gas que ahí había,
nadie habría podido sospechar en vista del
traje que aquel joven era un oficial del
ejército chileno.
Alvar echó a andar*
Al llegar a la calle de Zamudio Bi^ió
por ella.
Cuando estuvo frente a la puerta de la
casa de Lucía, eoti^ó resueltamente, y como
conocedor del camino, apesar de la oscuri-
dad trepó sin vacilar por la escalera, pero
también sin hacer ruido.
Una vez llegado al fin de ella, esperó.
A pocos pasos de distancia se veía la
puerta del departamento ocupado por la
familia de la niña. Una tenue vislumbre
permitía divisar las sombras de los que pa-
saran por ella*
Así sucedió al cabo de dos o tres minu-
t06: nua sombra pasó por delante de la
puerta.
Alvar hizo un líjero mido restregando
un pié en un tramo de la escalera.
La sombí^ araazó hasta Gmysk de él.
Era Lucía*
— Acerqúese sin temor, aoi jo,— dijo
Alvar en voz baja<
— A cada instante he estado llegando
haata la puerta,— couteató ella en el miimo
tono, — aunque todavía faltan carca de cua*
tro minutos para las ocho j media.
— ¿Si? vo creía que fuera ya la hon; j»
se ve que las hot^s en que espero verla a
usted no las cuento por el reloj, sino por
loa latidos del corazón,— re pücó Alvar co-
jiendo laa manos de la nifía y atrayéndola
hacia si*
Ella se dejó arrastrar con dulce aban^
dono,
—¿Y qué ha dicho hoi su papá? — le
preguntó Alvar,
—Está más resuelto que nunca,
—¿A que vuelva ust^l a Belén?
—Sí, pues,— contestó ella con entono
impregnado de tristeza.
—Pero eso es atroz, no puede ser*. -
—Hoi apenas anocheció estuvo en casa
un señor a quien no conozco; papá perma-*
necio como una media hora a solas con él
en su habitación, y luego que se hubo ido,
me liamó para decirme que tuviera lista
mi ropa y mis libros porque njafíana vol-
vería al colejio* . *
—¿Mañana?..* tan pronto? — dijo el ti-
men te a quien esta noticia causó la máft
penosa impresión.
—Sí, mañana temprano, .,
—Pero, ¿no le dijo usted qne ese era un
sacrificio que le imponía?
— Sí, como ae lo he dicho tantas veces,
—respondió la nifía lanzando uno de esos
suspiros trémulos que se escapan de un pe*
cho oprimido por algún doloroso praar;^
ya estol demasiado grande para volver al
colejio... hace más de un año que sáli de
éL « , todas las qne eran mis amigas y com-
pañeras de clase ya se han salido; algunas
están ya casadas. . . Voi a eueoutr&rme
allá solo con las que llamábamos las chi^
cas.., Al verme regresar me harán zumba,
seré el objeto de sos burlas, y como tengo
más edad que ellas me llamarán la vieja...
bien recuerdo que cuando yo estaba en el
colejio a una grande que había la llamába-
mos Dona Pavona; vea usted qué feo nom-
bre.. > a mí también querrán ponerme al*
g;un sobrenombre.*. Pasar la vida encerra-
da sin ver mM que a las Tumim^ las mon*
jas, y a las oolejialas¡ sin salir a la calla mái
que una vez almas...
— M —
^Ei una locum lo que pretende bü p&pá*
¿T qné ^ contestado cuando tisUd le h»
bdcbo Ter todos eios ineonvürnentesF
^-Su respuesta es siempre la misma:
cEspreciao... et neceBario hacerlo así».. .
me oice.
—Pero usted ya no neoesita volver al
cclejio; su instrucción es suprior a lo que
requiere una niña en la sociedad,*, To no
veo en esa pretencion otra cosa que un ca-
pricho que es una demenpia,
-^Onaudo esta noche me anunció que
mafSana debia partir^ me eché a llorar.,.
ht llorado mucho,., tengo los ojos enroje-
cidos^ * . £1 me abrasó cariñoiamente j me
dijo :*^ Para mí también es un gran sentí-
miento separarme de tí; pero, eB preciso.
— ¿Y no lupone nated que motivos ten-
drá BU papá para hacer ésto ?
— No sé quó pensar. Esta noche me ha
dicho que su reBotucioa es irrevocable,
— De manera que ya no hai esperanaaa
de que ceda
— No, pues.
Alvar estrechó a la hermosa ñifla en sus
totazos como si temiera que se la arrebata-
lany le dijo;
^—Entonces ha llegado ya la hora de que
usted me cumpla su promesa.
—I Ai! no me atrevo... — contestó ella
tod& temblorosa*
—¿Vacila usted cuando ha llegado el mo
mentó ? Quiere usted que nos separemos,
que no nos veamos tal vez nunca más ; quiere
usted ler encerrada en un oolejio que es un
convento, y que yo quede sin poder hablar-
la, verla^ ni escribirle siquiera; sin que aun
■epa qué es de usted,», esto es imposible*
Si usted me ama como yo la amo compren-
deri que no podemos vivir completamente
separados. Me habla hecho usted la prome-
sa de que si ]a obligaban a irse al colejio
huiría conmigo, meló había jurado- Con-
fiando en su palabra y en bu juramento,
ya no temia yo que pudiera efectuarse la
separación y continuaba amándola cada
vez más y creyendo en que era correspon-
dido, V ahora que llega el momento de
cumphr^ vacila usted*
—SI,— balbució ella titubeando, — no me
atrevo. . . dar esc paso, me asusta...
— Lucía, — dijo el joven con apasionado
acento y estrechando las manos de la niña,
— ¿Tiene usted desconfianza de mf ?
— jOhl Bó, — contestó ella con vehemen-
cia «^o amo mucho para eso,
— jEntónces, que le asusta?
—No sé,,, abandonar esta cosa, abm-
donar a papá»,.
—Es él quien lo quiere, ' quien qiier»
separarse de usted,
— Se lo diré con franqueza; he pensado
mucho en estoj varias noches no he dormí*
do, he seutido fiebre pensando en ello, y
siempre he quedado indecisa. Escuchandí)
a mi corazón debo seg'uírlo a usted, irme
con usted donde me lleve, porque conozco
que solo a su lado puedo ser feliz,,» por-
que lo amo,,, pero al mismo tiempo sien-
to un temor que me embarga.., yo no
sé,., es algo que me atormenta,*. Yo
no conozco el mundo sino por los libros
que he leído, y en ellos he visto !a historia
de tantas ñiflas que han abandonado im
casa y han sido tan desgraciadas. . *
— Los libros pintan las cosas a tu man»*-
ra habrán sido desgraciadas las que no
hayan sido amadas de veras, . .
— *Eb verdad*
— Las que hayan amado a un hombre
sin corazón, sin conciencia, . ,
— Sí, — murmuró Lucía.
Alvar guardó un instante de silencio j
luego estrechando en sus brazos a ta nifia
la dijo con un acento de súplica a la ves
que resuelto:
—Esto es todo.,, dígamelo con fran-
queza , . . no tema ofenderme, , . | qué
piensa usted de mí, Lucía?
Ella, como si arrancara sus palabras de
lo mas íntimo de su corazón amante, con-
testó con dulzura:
— Yo tengo fé en usted,
líacer esta confesión equivalía a dar sn
consentimiento; así lo comprendió Alvar j
cediendo aun trasporte de la pasión, impri*
mió sus ardientes labios en toa de la ena-
morada niña.
—Esas palabras,— la dijo, — han salido
de su corazón. . . crea usted en él, siga
sus impulsos, , , La suerte nos ha puesto
en el mismo camino y el amor nos tm uni-
do; ya no podemos separarnos í somos el
uno del otro. Quieren alejarnos mutuamen-
te cuando ya nuestras almas forman una
sola, esto no puede ser; es preciso huir, , , ,
vamos, - .
Y diciendo esto Alvar trataba de arras-
trar suavemente consigo a Lucía,
Ella haciendo un líjero movimiento se
soltó de sus brazos,
— Sí, — contestó con voz entrecortada, —
estoi resuelta a todo, ,. pero ánto^, ,, nH
momento.., una última prueba. ,,
— 25 -
Y le ^aiirri<^ prestamente dirijiéndose
hacia la puerta por donde habiP. venido.
— í Lucí» I Lucía I Vuelva usted. - .¡ —ex-
clamó implorando ol joven.
— Sí, sí; espéreme,— coüfcestó ella,
Y entró por la paerta d^igtiada.
Atravesó ana habitación y paaó a otra.
Eq é«ta Be encontraba un caballero como
de cuarenta j cinco a cincuenta año». Es-
taba sentado junto a una mesa j leia unos
papelea manuscritos que parecían preocu-
parlo profundamente. En otro extremo de
aquella pleza^ una e«ñora arrellcnada en un
sillón iota un libro.
Aquel era el padre de Lucía, 7 la señora
ma hermana de él.
Ninguno de los do3 pareció notar la en-
trada de la niña.
^ Esta buíicaba en su acalorada imajina-
eion alguna palabra que dirijir a au padre;
pero no la encontraba. Sin darse cueuta de
lo que hacia se puso a hojear algunos pape-
les de música que ahí ihabia encima de
nn piano-
Al cabo de un instante el caballero dejó
im papl sobre la mesa para tomar otro, y
en el intervalo fijó su vista en la niña.
— ¿Estáá escojiendo los papeles de músi-
ca que vas a llevar al colejio? — le dijo;
— haces bien; que todo quede preparado
para mañana.
— Papá, — balbuceó ella con la voz im-
pregnada de llanto y acerc-<&ndose a él, —
^persisttnsfccd en esa determinación?
— No me hables miás de ello ; es preciso
haoerlo asi,*.
Esto lo dijo con una entonación que no
admitía réplica. Lucía sintió un hielo en el
•orazoo; por instinto conoció que aquella
respuesta había decidido su suerte.
La señora levantó en ese momento la
cabeza para decir;
-^ Ya ves; pápalo quiere; ahora prepa-
raremos tn baúl...
— Preñero acostarme temprano y levan-
tarme también temprano mañana para ha-
cer eso.
—Bien, — contesto la señora volviendo a
bU lectura que parecia interesarla mucho.
Lucía se diríjió a so alcoba.
Habla tentado lo que ella llamaba una
última prueba
Alvar había quedado esperando lleno de
Sudas.
Yariíw veces tuvo qu» oeultarae porque
algnnoa vecinos habían lobidg o bajado
por la escalera.
Habrían trascurrido nnos veinte minu-
tos, cuando divisó nna sombra en quien
reconoció a Lucía, más por intnícion que
por lo que podia distin^ir en la oscu-
ridad.
Alvar extendió los brazos y recibió en
ellos el cuerpo lánguido de su amada.
Una circunstancia le explicó la resoln-
üíou de Lucía,
Sintió que la niña traía ahora la cabem
envuelta en nn manto. Esto hablaba ciará-
mente; estaba determinada ahnir.
— YamoH,— muL-muTÓ Alvar.
—Víctor, — balbuceó la niña con nna
voz qne partía del alma y echando sus bra-
zos al cuello del joven;— Víctor, desde este
momento, desde que yo avance un paso en
esta escalera, ya no Imi pra mí máñ í^ue
usted en el mundo.-, mí casa, mi familia^
todo lo pierdo; si presiente que al^n día
me ha de olvidar^ por lo más sagrado se lo
suplico, no me obligue ahora a abandonar
mi casa..* no quiera usted que algún di a
esta pobre niña qne lo ama tanto llegue a
verse en medio de la calle sin tener a quien
volver loa ojoa-.p
Estas tiernas palabras hicieron la más
profunda impresión en d joven, que con-
testó sin titubear:
—Eso nnnca mientras yo viva; le doi mi
palabra de honor,
Lucía se dejó conducir por Alvar,
Un momento después subían ambos al
coche qne había quedado esperando en la
calle de Llanos .*..•»•
Aunque Alvar, como lo dijo él, tenia la
promesa de Lucía de que si su padie per-
BÍstia en enviarla al colejio se saldría de aa
casa, no había creído que lli^am ese (^so
y, por consiguiente, no había tomado la
nreeaucion de tener un lugar preparado
donde llevarla. Dejándose arrastrar por su
amor y por sn carácter impetuoso no vaci-
ló. BÍn embargo, en emprender aquella
aventura, sin reflexionar, sin pensar en las
tremendas consecuencias qne podia tener .
Amaba y era amado; bé ahí todo lo que
veia.
Comprendía í|ue en entrando Lucía al
colejio la perdería tal vez para siemjpre.
Esto le pareció ler un tremendo sacriñcio
que era pi-eciso evitar. Para ello lo primero
era que Lucía abandonara au hogar esa
misma noche; mas tarde ya no seria tiem*
'¿_
— 26 —
po. Una Tez que ella se encontrara libre de
lo que él llamaba la opresión paternal, Be
pensaría en lo demdis.
La prudencia y el amor no pueden mar-
char mycbo tiempo unidos: el uno es hielo
y el otro es fuego. El udo mcn^a cuanto
el oti'o crece, como la nieve se deshace a
medida que calienta el roL
Guando se tío Alvar con Lucia en el
coche, pensó que era preciso dirijiree a
alguna parte. No teniendo él mis casa qtie
el ouartel, no le quedaba otro recureo que
dirijirse a un hotel Así lo hizo: dio al
cochero el nombre del hotel X.
Lucia estaba toda llena de fiobresalio y
temor* El coraron le latia con tal violencia
que le hacia dificultosa la respiración.
Viéndola Alvar en ese estado, trató de re-
ponerla a fuerza de caricias y ardientes
palabi'aa con que le expresaba su amor.
A pesar de su poca experiencia ella pre-
sentía la gravedad de su situación, aunque
tal vez no alcanzaba a tomarle todo el peso,
a apreciarla en todo su valor. El pas^j que
acababa de dar era de íiíihí^'Aoü <.íUú ejercen
la influencia miis trascendental en la vida
de una nifia, de los qne deciden de un solo
golpe su porvenir, su suerte, bu existencia
entera: es como jugar su fortuna, su felici-
dad, eu una sola partida, en una lotería
donde para mío que gana ha i mil que
pierden*
Cuando llegaron al hotel designado por
Alvar, éste entro en él y pidió un departa-
mento que constaba de dos piezas. Una vez
que se lo hubieron preparado, vohió en
busca de Lucia.
El cochero fue despedido yambos aman-
tes entraron en el hotel
Lucía se habia cubierto el rostro con su
manto; pero esta precaución fué inútil por-
que no hallaron a nadie en el trayecto que
recorrieron hasta entrar al departamento
que loa esperaba,
Alvar cerró con llave la puerta e hizo
sentarse a !a niña en un sofá.
—Estaremos aquí, — la dijo, colocándose
al lado de ella,^ — ha^ta mañana que yo bus-
caré un lugar más escondido y retirado
donde podamos estar con mayor seguridad,
-—Si, — contestó ella, — donde no pueda
encontrarme papá, porqae yo ro puedo
volver a verlo, me moriría de vergüenza,
— No tenga usted cuidado ; estaremos en
una casita donde no podrá hallarnos por
más que nos busque.
— Seguramente él me ha de buscar; pero
solo d^e mañana.
— ¿Por qué?
— Antes de salir dije a mi tia que iba a
retirarme a mi alcoba, a dormir,
— Asi es que creerán que está nstcd aún
allá y solamente mañana la echarán de
menos.
—Es naturaL
— ¿Se acordó usted de hacer lo que ha-
bíamos concertado anteriormente?
— ¿ Qué era ello ?
— Que si llegaba el cafio de dejar usted
su casa escribiría. ,,
— Si me acordé; dejé sobre mí velador
un papel escrito a papá diciéndole que me
iba fuera de Lima>
— De manera que pensará en buscarla
fuera de la ciudad,
— Sí, si acaso cree en lo que le he escrita.
—Por lo ménoH eso le hará entrar en
dudas y nosotros tendremos tiempo para
escondernos mejor. Estaremos en una casi-
ta sin mantener por algún tiempo relacio-
nes con nadie,*,
— Yo no quiero ver a nadie, — le replicó
Lucía con rapidez interrumpiéndole, — a
usted no más.,.
— Tiene usted razón, — contestó él estre-
chando tiernamente en las snyaa las suaves
manos de la niña; — ^yo tampoco quiero ver
a nadie más que a usted. ¿Qué nos impor-
ta el mundo a nosotros? ¿ Qué más compa-
ñía neeesi tamos que la de nuestro amor ?
Y yo, Lucía, la amaré tanto que la haré
olvidar su soledad,
— Sí; ámeme usted, — replicó ella con un
acento de súplica y saturado de pasión que
el joven no pudo oir sin enternecerse,^
ámeme usted mucho, ámeme siempre; su
amor es todo para mí, es lo único que
aiíhelo; por ¿1 me he dejado arrebatar, lo
he abandonado todo ; lo que me ha impul-
sado a dejar mi casa no ha sido el temor
devolver al colejio, sino el de no poder
verlo más a usted; ámeme siempre; no ha-
cerlo seria la mayor ingratitud para con
esta pobre niña que no sabe sino amarlo,
que no sabe sino vivir para usted. Si deja-
ra de amarme, iqué seria de mJ, sola en el
mundo ! , ,
^ I Dejar de amarla! Si pudiera usted
leer en mi cora^n no pensaría en eso. Tal
cosa no sucederá nunca. La suerte j el
amor nos han unido para siempre,
Alvar, preciso es reconocerlo, hablaba de
buena fé; decia lo qm tentía. Per«¿qüé
— 27 —
mortal puede leer en el libro del porvenir?
¿Quién puede saber lo futuro? T en amo-
res ¿quién es bastante duefio de su corazón
para gobernarlo en cnal(^uier momento, y
mucho menos para impnmirle un rumbo
fijo en lo venidero?
Dejemos a Lucia j a Alvar entregados a
BU dulce coloquio y trasladémonos con la
imajinacion a otro lugar.
vm
Orden inesperada.
Ta hemos dicho que al tiempo de salir
esa noche Alvar del cuartel entraba el co-
ronel y ordenaba que nadie saliera.
Acto continuo, dirijiéndose a un soldado
de la guardia, le dijo:
— Llámeme al mayor.
Diciendo ésto anduvo hacia el interior
del cuartel.
No habia trascurrido más de un minuto
cuando acudió el mayor.
Sin esperar que éste le diera parte de las
novedades ocurridas, le preguntó:
— ¿Cuántos faltos han habido a la re-
treta?
— Nueve, señor.
— ¡Caramba I será preciso mandar comi-
siones a buscarlos.
— Muí bien, señor.
— Pero, antes, óigame: mañana a prime-
ra hora sale el 1:¿,tallon para el interior.
— ^Mu¡ bien, señor. — contestó el mayor,
quien sorprendido por la inesperada noti
cia no halló más que decir, sino aquella
frase rutinaria con que entre militares se
da por bueno todo lo que viene de orden
superior.
— ¿Cuántos hombres tenemos disponi-
bles?
— Setecientos cuarenta y uno.
— .Para una espedicion al interior es
preciso llevar solo a los que se hallen ente-
ramente sanos y buenos.
— ^Es cierto, señor.
— Un individuo medianamente enfermo
no solo es inútil, sino que es un estorbo
tremendo.
— ^Es verdad, señor.
— El tren en que partirá el batallón sal-
drá a las ocho de la mañana.
— ¿Entonces se tocará diana a las cua-
tro?
•-Si, a las cuatro.
—¿Qué equipó llevará la tropa? *
— El capote, una f rasada, morral y cara-
mayola.
— ¿Municiones?..
— Cien cápsulas cada hombre,
El mayor, haciendo ademan de retirarse,
dijo:
— ^Voi a dar las órdenes; con su permiso,
señor,
— Bien. .. Aunque, espérese. Haga lla-
mar a los capitanes de compañía y déles
aquí la orden.
—¿Cometa de la guardia?— gritó lla-
mando el mayor.
El cometa acudió.
— Llamada de capitanes, — le dijo el ma-
yor, io que equivalía a ordenarle ejecutar
ese toque.
El cometa obedeció y el toque indicado
resonó en todo el cuartel
Los oficiales estaban cavilosos con aque-
lla orden de no salir nadie del cuartel, y lo
mismo la tropa de la guardia que había
oido al coronel darla.
Se hacían mil conjeturas.
La llamada de capitanes acabó de in-
quietarlos: ese toque era poco acostumbra-
do, y mucho menos a esa ñora.
Los llamados se apresuraron a acudir.
En el camino se encontraron Galvez y
Lostan.
—¿Para qué será esta llamada? — pre-
guntó éste.
— Esa es precisamente la pregunta que
vengo haciéndome.
— De seguro que no es para cosa bue-
na .. . nunca estas llamadas son para hacer-
le a uno un regalo. ••
Cuando estuvieron los capitanes reunidos
y formando <cla meda,» un semicírculo en
rededor del mayor, éste les dijo:
— La diana se tocará mañaíoa a las cua-
tro; a las seis y media se tocará tropa y las
compañías formarán equipadas y listas
para marchar.
En seguida les comunicó las demás ótde-
nes que acababa de recibir del coronel.
Este, que se hallaba a un lado, agregó:
— Los oficiales no llevarán más equipaje
que el que puedan cargar ellos mismos.
Las compañías deben de quedar listas esta
noche.
El mayor repitió esta orden, y después
de algunas otras recomendaciones, hizo un
saludo con su kepis, el que fué devuelto
por los capitanes. Esta era la señal para
que se retiraran a cumplir lo ordenado.
— 28 —
Oftda espitan se dirijió a la cuadra de au
Qompñfa,
El cuartel, que un momento antea ae
enoantmba completamente tranquilo, cam-
bió de aspecto repentinameiite» Laa órde-
nes trasmitiéndose de superior a inferior
en las múltiples jerarquías militares, puede
decirse que inundaron el batallón.
Llegando el capitán a su compañía, de-
cía llamando:
— Que venga el primero (nombre abre-
viado que se da al sarjento de primera
clase), — El sarjento de semana que vaya a
llamar a los oficiales de la compañia. —
Primero, que forme la tropa con todo au
equipo, armamento y municiones.
El movimiento se hacia jeneral; era un
ir y venir que a un extraño le habría pare-
cido la confusión mas espantosa; pero en
realidad aquel movimiento no era el de la
mar tempestuosa en que las olas ae atro-
pellan y rompeu unas con otras, sino el de
una mílquina an que cada piesa tiene uua
acción ñja.
La tropa que ya estalKi -I^ -nuíUiidose,
se vefitia nuevamente y acudía a formar
armada y equipada.
Por mui listo que ae encuentre un bata-
llón, siempre una partida da lugar a una
multitud de preparativos y pormenores, y
de ahí la multitud de órdenes.
— Ayudante, — decia el mayor dirijién-
dose a un capitán ayudante,— pida una
relación de las faltas de equipo y arma-
mento a lajs compañías.
— Bien, señor, — contestaba aquel, y aña-
día, gritando:— ¡cometa! llamada desar-
jentos.
Tocaba el cometa,
— ¿Ayudante? — llamaba el coronel.
— ¿Señor?
— El café de la tropa debe estar listo a
las cuatro y media.
— Bien, señor.
Y el ayudante volaba a diaponer lo nece-
sario para que se cumpliera esta orden.
— I Ordenanza I (nombre que se le da a
uu soldado de la guardia que se destina a
hacer mandados;) ¡ ordenanza 1
~¿Mi mayor?
— Que venga el ayudante.
Luego llegaba el ayudante jadeando y
preguntaba;
-^¿Me ha llamado, señor?
— Sí; que salgan los oficiales de semana
de las ocmpañías en que hai faltoa con una
^íomíflion a buscarlos.
—I Cometa I llamada de sarjentos.
Pronto venian loe sarjentos, a quienes el
ayudante trasmitía la orden.
Todavía estaba en ésto cuando se le apa-
recía nn soldado diciéndole:
^Mí ayudante, lo llama mi mayor.
Se apresuraba a ocurrir, y en el camino
lo alcanzaba otro soldado para decirle:
— Mi ayudante, lo llama mi coronel,
Y he aquí que el ayudante hubiera que-
rido volverse dos o partirse por la mitad
realizando la idea de Salomón oon el niño
disputado.
En cada compañía sucedía algo pare-
cido.
La tropa se encontraba ya formada.
— Teniente, que cada cabo reviste su
escuadra con mucha exactitud, — decia el
capitán.
— Bien, senor>
— Lo más pronto posible, para revistar
yo la compañía; y que tome nota de las
faltas.
— Bien, señor,
—Mucho cuidado con las caramayolas,
que no salgamos después con que van algu-
nas rotas... lo mismo con las correas de los
portacapotes...
En esto llegaba el sarjento de semana
diciendo al capitán:
— La llamada de sarjentos fué para pe-
dir una lelacioa de la fuerza que pueda
marchar.
' — ¡Primero I — ^llamaba el capitán,
— ¿Mi capitán?
— Hágame una relación de loa indivi-
duos que estén completamente sanos..,
— Subteniente, ¿todavía no ha salido con
la comisión para los faltos? — Teniente,
apure la revista. — El sarjento de aemana
que vaya a buscar los arrestados que estén
en el calabozo para que pasen revista...
— Bien, mi capitán. — Ya voi a salir. —
Ya están aquí... — contestaban respectiva-
mente loa interpelados.
Por fin llegaba el momento en que la
compañía estaba lista para que la revistara
el capitán.
A pesar de que constantemente se están
haciendo esas revistas, y por más escrupu-
losidad que se gasta en ellas, nunca falta
cada vez algo que reparar. Entre tantas
como tiene el equipo de una compañía,
nunca íalta alguna correa descosida, algu-
na hebilla quebrada, y en jeneral, alguna
prenda en mal estado. Aquí viene el rabiar
del capitán, como ya lo habia hecho el
V
— 29 —
teniente^ el BQbteniente, el pTimero, etc.,
HiiceBÍvame0be, por escala.
Mientras tanto en otro lagar el coronel
preguntaba al mayor:
— ¿Han traido ya las relacioncB pedidas?
— Todavía no están todas; Yoi a mandar
apararias,
— Bueno. Es preciso que todo quede Ha-
to eeta noche para que mañana no tenga-
mos atraao. Habrá que lleTar las caldei as
del rancho. La banda quedará aquí, en
Lima. LleTaremos solamente Iob cornetas,
i Cuántos pares de botas hai en el almacén?
— Ciento cincuenta.
— Que se repartan a loa que tengan máa
osadas sus botas.
El mayor recibía todo este cúmulo de
órdenes y ya con la cabeza caliente, se
apresuraba a llamar al ayudante para que
las trasmitiera.
Y era un ir y venir de los ayudantes y
un correr de los sarjentos de semana y un
moverse de todos en jeneral para dar cum-
plimiento a aquella serie de órdenes que se
Hncedian con tanta prodigalidad.
El coronel entretanto se paseaba a lo
largo de la mayoría, repasando en su íma-
]inacion todos los preparativos que había
de liacerse al emprender una expedición,
para evitar olvidos qtic podrían acarrear,
una vez puesto el batallón en marcha,
i iiíxín venientes j dificultades irreparables.
De esas meditaciones era de donde na-
ciaa las órdenes qne tenian en continuo
movimiento todo ei cuartel,
Al cabo de hora y media comentaron a
estar listas las companias. Los soldados
prooedian a acostarse discurriendo y ha-
ciendo mil comentarios sobre el objeto y
dírecxiion de la marcha que iban a empren-
der; pero sin que esto les quitara el sueño,
^ooetumbrados como estaban a la vida de
campaña y, por de contado, a los marchas
j £X)ntínuas expediciones.
Los oficiales, apenas se desocupaban de
BUS compañías, se dirijian a sus piezas con
el objeto de preparar su equipaje, o mas
bien dicho, con el de guardar el que iba a
auedar en el cuartel, pues el que iban a
evor necesitaba mui poco preparativo; se
redticía a un par de frazadas, una o dos
modas de ropa blanca, un morral en que
66 echaban cigarrillos, papel, sobres^ pa-
ñuelos y algunos pequeños objetos de los
más necesarios.
Cada oñcial llamaba a su asistente y se
oían diálogos como éstos;
—Toda la ropa al bauL
— ¿Y la cama, mi teniente?
— Meterla en un saco ; eso se hará mañft
na. Dame el uniforme de cuartel, que será
con el que marche,
— Aquí estíl.
En cada pieza vivían varios oficiales, y
como el espacio solia no ser mui eitenso,
los asistentes se codeaban unos con otros y
las V0C6S se conf midian
— Además de la llave será bueno ponerle
al baúl unos cuatro clavos.
—Se le pondrán, mi teniente,
— Así no podrán meterse en él manos
extrañas,
— ¡Ai I hombre!-- dijo otro oficial, —
seis clavos le hice poner a mi baúl cuando
lo dejé para hacer la expedición a Lima, y
después clavado lo encontré... pero vacio,
— Tuvistes míla suerte que yo, — gritó
otro, — que no encontré ni noticias del mió,
— ¡Qué estás haciendol
— ^Engacando la cama, mi subteniente,
— ¿Y dónde quieres que duerma esta
noche? Guarda la ropa solamente.
—¿Y el lavatorio?
— Se envolverá en el colchón « , .
En una piez;a habian dos oficiales y trea
asistentes. Uno de éstos, a quien desde lue-
go llamaremos Peralta, se acercó a un
teniente y le dijo:
— Mi teniente Alvar no está en el cuar*
teL
— Salió apenas tocaron silencio, de modo
qne debe de ignorar que estamos de mar*
cha* ¿No sabes dónde habrá ido?
— No sé.
— Ni yo tampoco. De todag maneras será
bueno que le tengas todo hato para cuando
llegue. Si puedo salir esta noche trataré de
buscarlo.
El que habia dicho ésto era el teniente
Martel, el más íntimo amigo que tenia
Alvar entre sus compañeros. Vivían en Una
misma habitación.
El soldado Peralta, el asistente de Al-
var, era un muchacho moi despierto a quien
tendremoa ocasión de conocer mejor. • . . «
— Dame mi uniforme de cuartel ,-h1íío
el capitán Lostan a sn asistente, entrando
en su pieza y comenzando a desnudarse.
El soldado obedeció.
r
rWÍ9
— 30 —
— Anda guardando este que me estol
quitando.
En e^ pieza por todo niueblaje habia
dos cati^St doB sillas, una meea, no lavato-
rio, una especie de ropero, unos aparatos
proWaionales al lado de loa catres para
Kner el candelero, y algunos baúles y ma-
as.
De aquellos catres pertenecía uno a Los-
tan y el otro a Gal vez.
Este entró cuando aqudi estaba acabando
de vestirse con su uniforme de cuartel en
cambio del (^ue antea llevaba, el usado en
loa dias festivos.
— ¿Vaaa cambiar de unifonne?^ — pre-
guntó Lostan a su compañero,
— Por supuesto, — contestó él; — ^tengo
que aalir ^ta noclie, y si llego a demorar-
me por ahí, tendré que andar mañana apu-
rado para cambiar de uniforme y guardar
éste; no he de Mcer la expedición con el de
parada.
—Pero, ¿es expedición la que vamos a
liacer?
— Tal vez; aunque el miamo coronel no
lo sabe todavía; tiene solamente orden de
tomar mafiaua el tren y llegar hasta Chi-
da» donde recibirá segunda orden.
— Me está dando en el coraron que no
vamoa a parar hasta La Sierra,
— Quiéu sabe*
— ^Ya está guardado el uniforme, mi
capitán.
— Ahora guarda toda la ropa, los pape-
les, todo; enrolla la cama.
— ¿Y dónde vas a dormir?
— Eso ae verá; quiero que todo quede
Hato para no tener que andar con apuros
mañana.
— ¿Vas a salir esta noche?
--—Naturalmente p
— Tú y yo oontamoB sin la orden que
hai de que no salga nadie del cuartel,
— Esa orden ha de dnrar solamente
haata que estén listas las compañías; la
suspenderá el coronel.
En ese momento entraron a la pieza los
capitanes Aliaga y Orrego.
— ¿Qué piensan hacer ustedes esta no-
che ?^ — preguntó Orrego,
-^Aun no lo tenemos resueltOi — contes-
tó Lostan*
—¿Tienen algún compromiso?
— ¿A qué viene esta pregunta?
— Efl para invitarlos a pasar la noche
juntos*
—¡Dónde?
— ^En casa de unas dos amigas.
—¿Solas?
— Con otras amigas.
— ¿ Habrá canto ?
— Con piano y vihuela.
—¿Y baile?
— Serio y jocoso.
—Y también, — anadió Aliaga, — alguna
cosiUa que echar por la boca ... su sevkhe
de camaronea, aos buenas butifarras, etc. * «
yo me encargo de eño*
—Es preciso, para k despedida, pasar
un rato alegre, — agregó Orrego-
— Comprendido y aceptado por mi parte.
— ¿YGahxsi?
— No Bc si pueda ir,— contestó éstej —
tengo un compromiso.
Todos se sonrieron.
— Te diremos donde es la (^sa, y ai te
dejan tiempo irás a buscamos,
— ¿Dóude es?
— Calle de Ibarola, número 104.
— ¿Quienes son los de la partida?
—Nosotros cuatro y Soler.
— Corriente, — dijo Lostan y añadió: —
yo también tengo algo que hacer, pero
¿ntea de las doce eetaré con ustedea*
—Convenido* Lo mismo me dijo Soler,
quien quedó de juntársenos a esa hora mia
o ménoa.
Después de esto Aliaga y Orrego sedie-
ron.
Cuando el mayor dio parte al coronel de
que las compañías se encontraban IJstaa,
éste dijo:
— En fin, ya está lo principal Lo rela-
tivo al rancho y otras pequeneces lo arre--
glaremos mañana.
— ^Ea poco lo que queda por hacer.
•^Ya se puede suspender la orden que
di al entrar.
— ¿La de que no aahera nadie?
— Sí, lo hice paxa que se aliatamn las
compaíiías; ahora ya pueden salir los ofi-
ciales en la misma forma que las demá¿
noches,., tal vez algunos tendrán que des-
pedirse de alguien, . . — añadió aonriéadose
el coronel
Razón tenia el coronel en decir esto últi'
mo. Era natural que al emprender una
marcha inpensada, que no se sabia cuánto
podria durar, no les faltara a los oñeiales
de qnien despedirse ni tampoco algunos
asnntillos que arreglar antes de partir*
— 31 —
mío ee qne casi todos los que tenian dere-
cho para ello aalieron del cuartel.
Como Bo podemos seguirlos a todoa,
porque ^0 seria una tarea mui lar^ y pe-
Bada, sin contar con que sería también una
tremenda indiscreción, los dejaremos saKr
del cuartel, ya de a uno solo, ja en grupos
de dos o tr«8.
IX
Herida misteriosa.
Xíostan j Galvez olieron juntos del
cnartcL
— La hemos hecho de oros,— decia Gal-
vez mí entras caminaban, — ¿ qué van a pen-
sar de nosotros aquellas Blanca y Olimpia?
— Todo se lo na llevado la trampa,-^
replicó Lostan; — noaotroa que esperábamos
encontramos y hacer mañana amistad con
aquel par de deidades, a la hora de La cita
nos hallaremos en la empinada línea de la
Oroya alejiindonos de ellas a todo vapor,
— Si pudiéramos hacerlfta saber nuestra
partida...
— Para eso seria menester encontrar al
negro que 1^ llevó hoi las cartas...
— Poede ser que lo encontremos.
—Di tú; ir a cortar en el principio esta
aventura que prometía tanto... yo me sen-
tía ya perdidamente enamor^o de aquellas
preciosas desconocidas, - .
— ¿T la morenita de Santo Domingo? —
pregunto Galvez chanceando.
— También muerto de amor por cDa, por
todas ellas. Tá bien sabes t^^ue yo tengo
bastante corasion para repartir amor a to-
dai>.. Paaando a otra cosa, piensas asistir
al convite de Aliaga y Orrego,
— Tal vez... cuando regrese al cuartel
pasará por allá.*, ahora voi a hacer um
viiita,.-
— ^Ya lo Buponíaj — rephcd Lostan son-
riendo, — vas a tu visita y según la hora
en que te dejen libre irás o no al convite,
Yo también tengo que ver a nn amigo y
cnmplix ciertos encargosí tan pronto como
me desocupe iré a juntarme con ellos, con
Aliaga» Orrego j Soler, que son los de la
partida.
— Quedamos entonces en qiae sí alguno
de nosotros encuentra al negro de hoi le
encargo de ir mañana temprano a avifiar a
nuestraa desconocidas que nos será im|iú-
sible ir al jardín indicado,
— Corriente, lAi, hombre! tan lindas y
perderlas... esta es la vida del militar en
campaña: sonó la corneta, y abur*,.
Cuando los dos capitanes hubieron lle-
gado a cierta eaqniua^ se deipidieron, y
tomó cada uno distinta calle
Lostan se dirijíó al hotel Maury donde
teuia que ver a un amigo.
Estuvo con éste algún tiempo y en se-
guida se dedicó a cumplir ciertos encargos
y pequeños compromisos que no quería
dejar pendientes a su partí cfit.
Para andar más lijero había tomado un
coche*
Como a las once se encontró desocupado
y dispuesto a ocurrir a! lugar donde lo ha-
bían invitado sus compañeros Aliaga y
Orrego,
— Calle de Ibarola» número 104, dijo al
cochero.
Este hizo correr a ana cabaos en la
dirección dada.
Miénti-ag rodaba el coche Lostan fimuí'
ba un cigarrillo y se iba diciendo:
— Hé ahí la instabíUdad de lac cosaa
mundanas, como dicen los filósofos; hace
pocas horas me sonreía yo ante la idea de
encontrarme mañana en dulce cita con un
par de hermosas niñas, y hé ahí que en Tea
de eso iré en un tren sin saber a punto fijo
hasta dónde, o habiendo llegado ya, no será
raro que a la hora de la cita me halle tre-
pando cerros como una cabra, en persecu-
ción de montoneros y dándome de balazos
con ellos,.. Y la morenita de Banto Do^
mingo a quien no he hecho más que divi-
sar con svL par de brillantes ojos y sn dulce
sonrisa.., iquién sabe cuándo volveré a
verla!..* El convite de Ahaga y Orrego ^
a casa de sus queridas, sí están ellas dos
solas me despido apenas llegue, inconti-^
nenti.,. pero han dicho que habrá algu-
naa amigas; asi la tertulia seria mas entre*
tenida.,.
Una voz interrumpió el soliloquio de
Lostan, Era una voz de mujer que gritaba:
— [Cochero! cochero!
— Ya ocupado, — contestó el cochero,
Lostan le asomó por la ventanilla y vio
en el medio de la c^dle ana mujer vfitidft
de negro que corría como si quisiera alcan-
zar el coche. Por su ajílidod revelaba ser
joven
— Para,— gritó Lostan al cochero,
El coche se detuvo.
La desconocida avanzó, y al ver a Lófr-
-32-
tftn dijo como ti expretara lentír miEi gran
contr&ríed&d.
— ¡Ahí eatá ocupado.
Su voi era arjentina y éflto impresionó
» LoBtan que no alcanzaba a dÍBbingiiJr su
roetro en 1a oscuridad^ ademíU ella mos-
traba e«mero en cübrlreelo con ao manto.
— Senor¡tft,*y^ijo el capitán abriendo !a
pnertecillft, — si usted gusta subir tendré
un gran placer en hacerla llegar a donde
desee ir,
— G recias-.. le aceptaré porque me pre-
cisa mucho llegar.*.
Esto contestó la deRconocida con voz
entrecortada y mirando hacía atraa como
sí temiera Ter venir a alguien. Subió en
seguida al coche j se sentó en la testera.
—¿A quó calle quiere usted señorita que
1a conduzca? — preguntó Lostan*
— A k de Banta Tere«a, al námero 70,
£1 capitán repitió estas señas dirijiéndo-
se al cochero.
— Es larga la carrera, — dijo éste, — esta-
mos en Galonje...
—Galla y tira.
El coche partió.
^ El hecho de haber aceptado la descono-
cida con tanta facilidad la oferta díó lugar
a que Loetan ee dijera interiormente:
— Debe ser una aventurera, de esas que
aquí llaman «tde la cuerda». Me ha visto
venir eolo en el coche y ha querido enta-
blar amistad conmigo: hé ahi todo.
y anadió en voz alta:
—Parece que está usted mui de prisa.
—Sí...— contestó ella como trepidando.
-*-Y también algo sobresaltada.
— Nó...
—Tal re» teme algo, la he visto mirar
ton susto háiia atrás.
t— Kada«..
—¿Nada de qué ? — preguntó Lostan por
hacer hablar a so compañera de coche.
Esta ^ardó silencio por un instante j
ú fin dijo como haciendo un esfuerzo para
hablar*
— Miraba hacia atrás para ver si venia
algnti otro coche que estuviera desocupa-
do* «- no hubiera querido molestara usted*..
y deseaba impedir que al verme aceptar
tan sin vacilación su ofrecimiento se for-
mara usted al^na mala idea de mí....
— Eso de nmgun modo,.*
— Tengo absoluta necesidad de llegar
pronto a Santa Teresa, j es ésto lo que me
Ea hecho andar sola por la calle a esta
bom.
^^omprendo*-* algtina dilijeiicia ui-
jente...
La voz de la desconocida era dnlce y la
alteración de bu acento al hablar le presta-
ba un nuevo encanto. Lostan, emprendedor
por naturaleza, estaba deseoso de lanzar
algunas palabras galantea; pero temeroso
de darse algún chasco quiso ver el rostro
de eUa ¿ntá de arriesgar su galantería,
— Puede ser alguna vieja ridicula^ —
pensó,— y perderia yo mi pólvora en galli-
nazoB.
El interior del coche estaba completa-
mente a oscuras .
Dejó extinguirse el fuego de su dgarri*
lio y, como para encenderlo nuevamente,
sacó de lu bolsillo una cajita de fósforos y
frotó uno.
A la luz que produjo el fósforo pudo ver
Loitan rápidamente la fisonomía de la des-
conocida: era la de una joven hermosa,
Híeo ella ademan de cubrirse con m
manto. Al llevarse una mano a la cara,
Lostan notó con sorpresa que esamano
estaba llena de manchas rojas.
Ella también debió ver esto^ porque lau-
zando un grito» exclamó:
— ¡Sangre!... estoi herida!
Y dejó caer pesadamente la cabeza hácí*
atrás.
— j Vamos! — exclamó Lostan con más
mal humor que sorpresa, — ¿qué comedia
viene usted a representar aquí ? Dice que
está herida j no lo sabia uited misma..*
¿me oree usted tonto?...
La joven no contestó ni una palabra*
Raspó entonces el capitán otro fósforo j
a la luz pudo ver que la desconocida tenia
los ojos cerrados y el semblante sumamen-'
te p¿ido» Por su mano izquierda, como
viniendo del brazo^ resbalaban algunas go-
tas de sangre.
— ¡Diablos! — exclamó Loatan, — la oo-
aa era de veras. ^. Es preciso ver^to^^*
í Cochero, para!., i
Este obedeció.
— Baja y trae para acá uno de los faro-
les del coche; quiero ver una cosa >.*-<' aña"
díó el capitán.
El coenero ejecutó lo ordenado J entró
en el coche.
Lostan se apresuró a quitar el manto a
la joven, j pudo observar su semblante a
la luz del íaroK
— Está desmayada, — dijo*
—Sí; se ha insultado,— afiadió el oo-
chepo.
E
'51
B
^
— 33 —
En seguida trató de recojerle híkia arrí-
T3a la míinga del brazo iaiiuierdo; al liacer-
lo, alguna sangre f|ue debía estar sujeta
por la manga corrió a lo largo del brazo,
— I Por la Vlrjeu Saiitiainia, mi capitán í
¿qué es lo que ha hecLo?— -exclamó el co-
chero demostrando un terror pinico; — no
me comprometa usted. ., déjeme usted mar-
charme... le juro por los claros de Jesu-
cristo que nunca diré nada...
Lostan BÍntió deseos de darle un par de
golpes al aurigaj pero conteniéndose le
gritó:
— ¡ Qué es lo que estás pensando, badu-
laque í
— Yo-., nada, mi capitancito... — con-
testó el cochero temblando ? — eata niña,,,
está muerta,..
—No está muerta, sino desmayada j
herida, y tVi crees que be sido yo ^uien la
ha herido.,,
— Yo-., no creo nada..,
— Cómo puedes imajinarte que yo haya
ierido a una jóren a quien ní siquiera
conozco.., ella se explicará en cuanto pue-
da hablar... dübía venir herida cuando
subió al coche,,- ¿No com prendes Jmbécil^
que ei yo la hubiera herido no te habria
llamado a tí para que pudieras servir de
testigo en contra mía?.,.
Este razonamieoto tranquiUzó un poco
al cochero, que dijo tartamudeando;
— ¿Y qué vamos a hacer ahora?
—Lo primero es tratar de prestarle algún
socorro... ¿en qué calle estamos?
— ^En la Pregonena,
— Dista solo tres cuadras el lugar desig-
nado por ellan.. debemos conducirla prime-
ra mente allá..* aquí no podemos hacer nada
en su favor,.. En marcha, a toda prisa...
El cochero salió y subió al pescante.
Lros cabalkís duramente azotados empren-
dieron uua veloz carveiu,
— ¡ Maldita aventura, — murmuraba Los-
tan, y todas ^tas preguntas se agolpaban
en su imajinaciou:—'¿ Quién ha herido a
esta joven? por qué no conoció que estaba
herida sino al ver su sangre? quién es ella?
por qué motivo la han herido? qué misterio
hai en todo ésto?.,, Pero lo más notable es
que yo sin comerlo ni be be rio me encuentro
mezclado en esta aventura, y lo que es
peor, el cochero ha comenasafio por creer
que era yo quién la habia herido, y como
él pensarán tal vez otros mientras ella no
pueda hablar y explicarlo todo*.. ¿Y ai ella
muriera sin poder hacerlo?.,-
Al dirijií-ae eata áltima pregunta sintió
helársele la sangre en las venan. El era un
valiente mozo, pero ante la idea de quedar
bajo el peso de una acusación de aflesinato,
se sintió estremecer.
—Pero eso no puede aer, — añadió tra-
tando de reponerse, — su herida es levo
puesto que ella pudo llegar hasta este co-
che sin sentirla...
Luego le vino al pensamiento un recuer-
do atorinentador que expresó de este modo:
— Sin embargo... yo he visto en las ba-
tallas soldados que después de ser heridos
han continuado avanzando algunos pasos y
luego han caido para no levantarse más.-.
En fin, lo que sea tronará; por ahora lo
esencial es prestarle algún auxiho a esta
niña.
Para que con el movimiento del coche
no ae golpeara la cabeza de la joven, Los-
tan la sos tenia eu sus brazos. De cuando
en cuando la dirijia alguna palabra; pero
ella per ma necia muda.
Por fiu el coche se detuvo.
— Aquí está el número 70, — dijo el co-
chero.
Lostan descendió con presteza del ca-
rruaje y llamó a la puerta que tenia ese
número. Como nadie acudiera, repitió y
volvió a repetir el llamiulo.
A la tercera vess se abrió un postigo de
una ventana que habia al lado de la puer-
ta, y al través de la rejilla preguntó una
voz de mujer:
— ¿Quién llama?
— Yo, ípie vengo trayendo a una señori-
ta de esta casa,
' — íío puede ser; laa personas de esta
casa esüin todas adentro.
Tras de esto el postigo crujió como si
lo cerraran.
— Señora,^se apresuró a decir Lostan,
—óigame u.sted uua palabra; esa señorita
ha dado el número de esta casa.-,
^8e ha equivocado, — contesto la voz*
— No lo sé.., ella no puede decirlo por-
que está.,, enferma y sin habla,
— Kada tenemos aquí que ver con eso.
Esto respondieron de adentro y el posti-
go ae cerró.
— I Señora, — exclamó el capitán con im-
paciencias—veo que usted cree que la estol
engañando ! Esa señorita ha pedido que la
conduzcan a esta casa^ por consiguiente
nsted debe conocerla.., de todas maneras,
aunque no la conozca, hará usted una
obra de caridad admitiéndola en su cas&
3
— 34 —
un momento míéntraa Be le proporcionan
algunos auxilios.
El cochero tuvo una bueua idea. Hizo
avanzar el coche h^ta enfi'entar la venta-
na, cojió uno de loe faroles, j alumbrando
con él ala joven desmayada, dijo :
— Oiga usted, señora; asómese por la
rejilla j verá usted a la niña, puede ser
que la conozca.
La voz del cochero que tenia nu recar-
gado acento limefio, pareció inspirar con-
fianza a la persona que habla hablado desde
adentro. El postigo vohió a abrirse.
Una doble eiclamacion lanzada por dos
voces femeniles se dejó oir;
— ¡Es Luisa!
Al instante se abrió la puerta de calle y
saheron atropelladamente dos mujeres, de
las cuales nna, a juzgar por la edad que
ambas representaban j bien podría ser la
madre de la otra, qne era una niña.
—¿Qué es lo que tiene mi hija, mi Lui-
sa? — preguntaba anhelante la señora,
—No hai que alarmarse... está algo en-
ferma... no es cosa grave.*.^ — respondió
Lostan no atreviéndose a decir desde luego
que estaba herida por no abastar a aque-
lias personas, j agrego:— Será preciso lle-
varla en peso para adejitro...
Y sin contestar a las preguntas que le
dirigieron, levantó en sus brazos a la joven
herida j entró con ella a la casa.
La señora lo guió hasta una alcoba en la
qtje 1j ahí a un catre. Sobre éste depositó a
la desmaYada» quien tenia el vestido salpi-
cado de sangre.
Xatural mente, pronto la señora se aper-
cibió de esto>
' — ¡Está manchada de sangre! — exclamó,
■ — ¡mi hija está herida ! * * está muerta!...
—Serénese usted, señora, — le dijo Los-
tau tratando de calmarla, — solamente esUi
herida...
— ¿Y quién la ha herido? que significa
esto?-* ¡Oh, los chilenos 1... — gritó ella
lanzando una terrible mirada al uniforme
del oficial,
—Antes de arrojar una acusación iii jus-
ta j óigame usted.,. Ue encontrado a esta
señorita en la calle; me ha rogado que la
conduzca en mi coche hasta aquí, y en el
camino se ha desmayado; sólo entonces he
venido jo a saber que estaba herida...
cuando ella vuelva en si podrá decir la ver-
dad... Lo más apremiante por ahora es
socorrerla de algún modo... jo iré volando
en busca de tin médico,.*
Mientras tanto, la nifia que acompm fiaba
a la stñora habia desabrochado el traje de
la herida j le echaba algunas gotas de
agua en el rostro, Al oir las áltimaa pala-
bras de Lostan, exclamó con acento supli-
cante:
— Háganos ese servicio, señor... uu mé-
dico,., eso es lo que necesítamoH..,
— En Corcovado vive el doctor X., —
dijo el cochero que también habia entrado
a la casa.
— Vamoe alM a! punto,— replicó Lostan.
Ambos salieron.
El trayecto que tenían que recorrer era
corto : dos cuadras.
Por fortuna encontraron al doctor en pié
todavía, Lostan lo impnao de que ee tra-
taba de prestar los primeros cuidados &
una joven herida recientemente.
El médico se pro ve jó de los instmmeu-
toB y accesorioa necesarios para hacer la
primera curación de una herida, j salió
con el capitán.
—Aquí tenemos al doctor X., — dijo
Lostan entrando en la casa donde habia
dejado a la herida hacía a lo más unos
quince mi nutim.
La joven permanecia en la cama; pero
ahora tenia los cjos abiertos: habia vuelto
en si.
— Será preciso, — dijo el módico a la se^
ñora, — desnudar la parte herida.
La joven lanzó al capitán nna expresiva
mirada. Este la comprendió v salió de la
alcoba pasando a la pieza contigua que era
una sala regularmente amueblada.
Se propuso esperar ahi el resultado de la
piimcra curación, después de la cual supo-
nía que tendria lugar alguna esplicacioa
que disipara todas las dudas. Por de pron-
to se alegraba de í:[ue la joven hubiem re-
cobrado el sentido, tanto por el bien de
ella, cuanto porque con nna sola palabra
podia desvanecer las sospechas que contra
él ae hablan levantado.
La sala en que se encontraba tenia una
puerta qne daba al zaguán. Allí estaba el
cochero, quien habiendo visto a la joven
con los ojos abiertos habia recobrado la
tranquiUdad.
— Ya viste, — le dijo Lostan, — como ha
vuelto del des majo j no me ha acusado de
ser su asesino.
—Yo no creí nunca tal cosa, señor.
— Sin embargo... bien claro me deja
conocer tu pensamiento; creiste que jo b
35 —
mát acá ni múA alUle había dado una etto-
cada o una puñalada a esa señorita...
El auriga, oon la locuacidad propia de
loa cocheroa límefioa, m deshizo en profces-
iafl que hadan reír al capitán.
Pior fin, al cabo de media liora, Be abrió
la puerta que comuaieaba aquella eala con
la alcoba vecina j apareció el doctor BOgni-
do de la señoril qtie aparentaba ahora me-
nos i^urbacion,
l/ostan interrogó a aquel con una mi-
rada.
— No es cosa graTe,~dijo el médico;—
lina herida de cnchilb en el brazo izquier-
do; el golpe parece que faédirijído al cora-
zón, pero afortunadamente se erró,
—¿Será de consecuencias? . .
^Nó; en quince di an estará completa-
mente bien. El desmayo fué sin duda pro-
ducido sólo por la impresión del susto.
— Me alegro infinito de que no baya
sido cosa grave... ¿Y no le ba revelado ella
quien la hirió?
— En cuanto a eso, — contesto el doctor
liando con calma nii cigarrillo que encen-
dió en una vela que alumbraba la sala,—
en cucinto a eso, no es de mí incumbencia
averiguarlo.
— YOí^replicó Lostan^ — ^tíugo interés
en eso porque en el primer momento esta
señora, como ya lo había hecho el cochero,
pareció creer que era yo el delincuente.
— ^Yo, señor,— se apresuró a decir la se-
fiora,^no he abrigado tal sospecha. . .
— Ya lo ve usted,,, —dijo el doctor in-
terrumpiendo a aquello j y añadió; ^maña-
na volveré a ver a la enferma.
Tvm de esto se despidió.
Parecía natural que Loa tan saliera
acompafiaudo al doctor y se rotiiara con
él; pero haciendo ejsto iba a quedarse en-
vuelto en las duda^ que le había sujerido
aquella extraña aventura; qnim aclarar el
misterio y tomó una rcísolucion. Vol-*
viéüdose hacia el cochero le dijo^
— Yé a dejar a sn casa al señor doctor j
te esperaré aquí, pues yo tengo que ir en
dirección opuesta.
Onando el capitán quedó sólo con la
señora, la dijo:
^Antes de refciranne desea ria saludar a
la señorita herida.
Esta petición em tan natural después de
servicios prestados por el oficial, que no
posible ne^rse a acceder a ella,
ja señora abrió la puerta de la alcoba y
hoi entraron allá. "
La herida estaba siempre Bobre el kcho.
A su lado se encontraba la niña a qnien
ya había Wsto Lostan.
El capitán dirijiéndose cortesmente a
aquella, dijo:
— Con mucho placer he oído decir al
médico que su herida no es de gravedad.
--Ha sido mui poca cosa felizmente para
mi, — contestó ella tratando de sonreír.
— ¿ Sufre usted mucho?
— No siento casi nada.
— Aunque por fortciía no logró su inten-
to, parece que el que la hirió quiso dar el
golpe al corazón.
— Talvez,.. murmuró ella bajando la
vista.
— Xo por haber errado deja de ser un
asesino y es preciso que caiga sobre él el
peso de la justicia.
La joven fijó una mirada temerosa en el
oficial y bajó en seguida la vista tartamu-
deando:
—Pero;., si yo no sé quién fué,-.
— ^Podnt^ Bin embaigo, dar algunos indi-
cios.
Guardó silencio la joven y al fin dijo
balbuciente;
"¿Qué indicios?.., yo no sé... recibí un
golpe que me pareció dado con la mano.,-
y solamente al venne, ya dentro del coche,
la sangre.... conocí que estaba herida.,., y
no sé más....
Lostan no necesitaba haber sido tan pe-
netrante de i mají nación como era para co-
nocer 411P la joven ocultaba la verdad y
trataba de dejar aquella aventura envuelta
en el misterio.
Queriendo asegurarse mejor de ésto, dijo
insistiendo:
— ^Con los datos que usted dé se podrá
seguir la pista del asesino; si usted guüta
puedo ir a llora mismo a dar parte a la poli-
cia de lo sucedido para que se ponga desdo
luego en movimiento.
La joven vaciló antes de contestar, y lo
liizo tartamudeando;
— Ya ve usted..,, que no tenírn datos....
— Veo,— dijo Lostan s.)nrifudo, — que
usted quiere que no m trate míis de este
asunto y sería una majadería de raí parte
iegnir insistiendo.
La joven herida inclinó la cabeza como
si no encontrara que responder.
Como lo expresó, conoció Lostan que
seria casi una impertinencia continuar ins-
tando para descubrir la verdad de lo ocu-
rrido? por lo menos estaba ya seguro de
— 86 —
que allí ae ocultaba un drama misterioBo.
— Señorita, — di jo,^ — usted debe necesitar
de reposo; vüi a rctiraitue* No le pido a
iisted permiso para pasar a i üf armarme de
su salud porque mañana mismo voi a salir
de Lima y no podre hacerlo. Por si acaso
llega usted a necesitar de mi teatímouio a
prctpoaito de los snceeos ocnrridos esta tio-
che, \ú diré que aoi el capitán Lostan del
batallón Setiembre.
— ^^ Del Setiembi-e?— pregunto ella mos-
trando cierta emoción.
— Si, señorita, — contestó el oficial para
quien uo pasó desapercibida esa emoción,
Se despidió en seguiría con algunas pala-
bras corteses y sali<> de la alcoba.
Estíiba ya en la sala cuando lo alcanzó
la niña a quien hemos ya visto y le dijo
expresándose congracia y dulzura:
—Mamá y mi hermana en su tribula-
ción se han olvidado de dar a usted los
agradecimientos que merece su atención;
yo lo hago cu nombre de ellas y en el mió.
Al oiría, Lostan se fijo por primera veií
atentamente en ella: era una linda joven-
cita llena de donaire y jentileza-
— Lo que he hecho, —contestó amable-
mente,^ — no vale la pena de agradecerlo, es
mni poc^a cosa, y aoi el verdadero deudor
al recibir de usted una palabra de grati-
tud.
En ese momento apareció el cochero en
la puerta que daba al zaguán diciendo:
— Ya estoi de regreso,
Lostan, a quien el dulce acento de la
niña habia producido la mas ^rata impre-
sión, la hizo un amable saludo y salió diri-
jíéndole una última mirada que ella recibió
ruborizándose y bajando la vista.
— ¡Qnc lástima ¡^ — murmuró el capitán
subiendo al coche, — que tenga (|Ue mar-
charme mañana sin poder ver otra vez a
esta linda chica I... Soi un gran majadero..»
¡no liaberme fijado en ella sino solamente
al salir!
Y alzando la voz grito al cochero:
^ Calle de Ibarola, a la casa donde íba-
mos hace una hora.
Mientras rodabíi el coche acndian al
pensamiento de Lostan mil dudas que él
expresíiba haciendo a e otras tantas pregun-
tas nuts o monos como éstas ;
— ¿Qnc puede significar toda esa aven-
tura? quien ha herido a esa joven? porqué
quiere ella guardar silencio sobre el snce*
fio? qué misterio haí en todo esto?.... Lo
que yo veo claramente es que eUa no quie-
re denunciar al asesino, a quien ai n dada
conoce; si no fuera así, en el momento de
sentirse o verse acometida habría dado
voces, pedido socorro»,. Nada de eso lia
sucedido; mni al contrario, no lia querido
dar sicjuiera indicios que puedan servir
par» encontrar al delincuente, ni detalles
del acontecí mi ento." - ¿ Qué misterio habrá
en este negocio?*... ¡ Otra ! ¿ por qué le lla-
mó la atención que yo perteneciera al bata-
llón Setiembre? No abrigo duda de que se
conmovió al oir este nombre*,,.
Mientras hacia Lostan estas reflexiones,
sus ojos se fijaban distraídamente en las
calles [Xír donde pasaba el coche-
De pronto divisó el bulto de una perso-
na en quien reconoció a un militar por el
brillo que despediazi los botones de su tra-
je a la Inz del gas.
Sacó la cabeza por la ventanilla para ver
mejor, y el t musen ute por el modo de an-
dar le pareció ser Oalvez.
— ¿ (laí vez P-^ gritó llamando.
Yülvió el desconocido la cara j Lostan
pudo ver que no se habia equivoí^o.
Hizo parar el coche.
"¿A donde vas?
— A la calle de Iliarola, al convite que
allá tenemos, — contestó (luí vez. — ¿Y tá?
— También para alU„„ Sube al coche.-^
Ha sido una feliz casualidad que nos halla-
mos encontrado.,..
—Nq es tan casual nuestro encuentro
pues que llevamos el mismo camino, — re-
phcó Oalvez ífuliíendo al carruaje. — ¿Por
que te bag demorado tanto en acudir a la
cita?.,., ya son como las doce y media.
— jllna famosa aventura me ha ocultado
por más de una horaí.. ya te la contaré*
El coche continuó su intorrumpida mar-
cha>
Los cocheros
En este siglo que bien pudiera llamarse
«el siglo de la locomoción j> por cuanto ya
todo se está haciendo locomovible i enor-
mes moles de hierro se deslizan sol>rc las
aguas, inconmensurables rosarios de vago-
nes son arrastrados por encima de acerados
rieles, montañas de granito pierden su ce
tro de ^a vedad a impulsos de la diñan
ta; proyectiles de media tonelada aurc
los aires trasladándose al distante cam
■♦^
— 37 —
del enemigo^ y ]ia5ta U toí humaaa reco-
rre leguas por el alambre electrizado..,.
En este siglo de locomoción, decíamoa,
loa coches, y en consecneucií* los coclieros,
están llamados a desempeñar un papel im-
portimte ÉD la sociedad.
El hombre moderno ha ericontrado qne
es una gran majaderia esto de que siempre
que desee traslada lüe a alguna parte lo haga
por el antiguo sistema de ir poDiendo nn
pié delante del otro hasta llegar al sitio
requerido. El ejercicio de la ¡mlestra era
necesario para el espartano que se prepara-
ba a comer ftla sopa negra;» pero tal ape-
ritivo es inútil para un hombre moderno
que prefiere una sopa de miva^ o de tortti-
ga» Las costumbres antiguas pierden tcrre-'
no ; la de andar a pie data desde Adán,
para el hombre de hoi dia ea nua antigua*
fk que quiere echar en olvido, y ha inven-
tado el coche, o más bien, ha jenemlixado
su liso.
En años pasados los cochea eran privile-
jio de los qne tenían a muchas campaui-
ílasí qne poner en ellos, pero ahora cjue
las cosas han cambiado tanto, loa coches m
han hecho populares j se encuentran bajo
el dominio de cualquier mortal que pue-
da disponer de una pequeña moneda de
plata.
Como la panacea sirve para toda clase
de enfermedades, el coche sirve para toda
clase de dilijeneías.
Por la mañana va a nn entierro» por la
noche va a nn bailej tanto sirve para llevar
a nn enfermo al hospital, como a nn ele-
gante al teatro; en coche va el juez al tri-
bunal y en coche el reo a la cárcel; en él
anda el atareado negociante y también d
paseante oeiosí*; el devoto qne va a oír su
misa y el enamorado que acude a dulce
cita; unos tnstes, otros alegres; unos llo-
rando, otros riendo ; unos a trabajar, otros
a divertirse : el coche los arrastra a todos.
El cochero sentado en su pa^ícante con
su fusta en la mano es la cabeza del coche,
como los caballos con sus píes.
El cochero recorre cien veces al dia Jas
calles de la ciudad y conoce de vista a la
mitad de sus habitantes, y de nombre y
aun de costumbres a la mayor parte do
ellos. Pegado en el pescante como el bau-
res en nn buque, permanece inmóvil en
edio del movimieuto continuo de su ve-
onlo; está inmóvil en el movimiento, del
■smo modo que está ocioso y trabajando:
la ociosidad y el trabajo de dirijir an coche
son hermanos jemeba.
El ocio y el vicio (buena pareja para
Ürar un coche) se dan la mano. El coche-
ro (sea dicho con perdón de los de au espe-
cie) acaba por hacerse un grandísimo
bellaco. Llevando y trayendo mortales
constantemente, concluye por ponerse al
cabo de una multitud de intrigas y secrc -
tillos de los que sabe sacar el mejor partí-
do posible,
Pam ésto el cochero limeño no creemos
que le vara en zaga a ninguno,
Eí qne'habia servido aquel dia domingo
a Lostan y Gal vez de intermediario entre
ello* y aqnellaR dos desconocidas qne firma-
ron una misiva con los nombres de IManca
y Olimpia, habia quedado revohíendo en
su negm cabeza la idea de sacar una buena
coima de k comenzada aventura.
En la noche de ese dia, como a las diez,
iba con su carruaje por la calle de Merca-
der es» cuando divisó nn oficial en quien
creyó ver a Galvez.
— Mi capitán, aquí está el coche, ^e dijo
deteniendo los caballos.
Mirólo el oficial, y conociendo el negro
que se habia equivocado, añadió:
— Dispénseme usted, creí que era mi
capitán Gal vez... me pareció por el uni-
forme.
— Te equivocaste^ — contestó el oficial
que era el capitán Aliaga i — pero ya que
estás a la mano te ocuparé. . ven a espe-
rarme a la puerta del Hotel Cardinal,
Bste hotel eitaba a pocos pasos de dia*
taneia.
Aliaga entró eo él y después de nn cuar-
to de hora salió acompañado de un mozo
que traia un gran paquete.
Hizo poner el paquete dentro del coche
y subió en seguida dándole al tochero por
seña.í el núuiero de una casa de la calle de
I barcia.
Cuando hubo llegado y llamó a la puer-
ta de aquella casa, salió a abrir una simpá-
tica niña viva como una ardilla.
Al ver a Aliaga le echó los bracos al
cuello y se colgó de él como un saltimban-
co del trapiício volante.
— ¡Cuidado, loca!^gritó el Joven tra-
tando de afirmarse en el marco de la puer-
ta; — suéltame*., vas a aplastarme lo que
traigo eu este paquete...
— ¿Qué cosa es ?— preguntó ella sol tan
dose.
— Comistrajo.
— 38 —
— ¡RiquíflimoL* qué buen olor!-, esto
tiene tnifaB... No despidas el coche porque
lo necesitamos para ir en busca de unas ami-
gas que vamos a convidar. - . Yoi a buscar
mi manta...
Y la ni fia entró corriendo.
Aliaga avanzó hasta una puerta f^ue daba
al zaguán j se encontró en nna sahta don-
de estaba Orrego conversando con otras
dos jóvenea.
—Apuesto, — gritó Orrego al verlo, — a
que es cosa de comer lo que traes en ese
paquete.
— To también apuesto lo mismo,^ — con-
testó Aliaga,— y gano de seguro.
— Este hombre no piensa miU que en
comer, — dijo una de las niñas.
— ¿Quieren entonces que me lleve pen-
sando en la inmortalidad del alma?
—¿Y Oármen? — le preguntó la otra
nifia.
— Fué a buscar su manta para salir*
— ¿A qué parte?
—A ver a las amigas que va a con vi*
dar.
En ese momento acjuella Ciivmen por
quien se preguntaba, que era la misma a
quien vimos recibir tan amablemente a
Aliaga, salía a la puerta de calle,
—Salud, señorita, — la dijo el negro del
coche.
—; Eres tú, zambito? — replicó ella que
sin dnda conocía ya al cochero,
— Yo que traje al capitán. Hoi mo ha
ocado andar con los capitanea del Setiem-
bre.
— ¿ Si ? ¿ C o n c uííl es de ellos ?
— Mi capitán Lostan y mi capitán Gal-
Tez.
— ¿Dónde fueron?
^¡Ah! — contestó el negro dándose im-
portan cia, — ea on s e creto . . .
—Era lo Euficiente pronunciar la palabra
Becreto para avivar la curiosidad de la
niña.
— A rní no rae gusta que me dejen con
la curiosidad, — dijo vivamente; — ai no me
lo ctientaa todo no te doi ni nna copa de
cerveza.,.
~Es un asunto reservado * * .
— Yo no entiendo de reservas ni de con-
servas.,* í habla!,., si quierea tomar cer-
Teza . . .
— Por ser a usted, Carmencita . . , con-
testó el neefro que en realidad, habituado
por oficio y afición a los chismes, reventa-
ba de ganas de hablar.
En un momento la puso al comente de
todo lo que é\ »ibia de la aventura de Tjoe-
tan y Calvee con laa dos desconocidas: de
como las habían seguido y mandado des-
pués doB cartas que habían tenido contes-
tación,
— ¿Dices que virea en la calle de Mata-
judíos número 114?— preguntó Oármen al
cochero cuando hubo terminado su relato,
— iSí, — respondió él-
— Una es flaqnita, de ojos negros, gran-
des, y la oti-a un poco mds bajita y de múñ
carnes, trigueña...
—Sí,
— ¿Viven en el balcón de la derecha?
— Justamente.
— ;Son ellas! ellas mismas!... unas ami-
g!ks miaa... [Ah, ja, ja!
Y riéndose como una loca entró de ca-
rrera en la salita.
— ¿Qué tiene ésta? — dijo una de laa ni*
fias ai verla.
^Es ana cosa muí graciosa... — respon-
dió ella en medio de sus risotadas.
— ¿Qué es ello?
— Oime, Aliaba, ¿van a venir a casa esta
noche Lostati y Galvea?., .dijiste que los
habías invitado í
— Sí; quedaron de venir más tarde.
— Pues les voi a hacez* ¡una pasada . . ,
nos divertiremos.. -
Y poniendo a Aliaga ru kepis que habia
él dejado sobre una silla, lo cojió de tía
nn brazo arrastrando lo en seguida hacia
afuera,
— Anda, hombre, anda, — le decía.
— ^Pero... ¿dónde?
—Tamos en busca de mis amigas.. . mué-
vete, hombre,
Y a tironea lo llevó hasta el coche.
— A Matajtidíos, zambitOj a la casa que
tú sabes,— o^ritó,
^rlQ^ió vamos a hacer a esa calle? —
preguntó Aliagíi.
— A convidEír a unas amicífts... no a las
que te habia dicho, sino aotrat... en el
camino te lo explioaré todo,,.
Mientras rodaba el coclie puso a Alia^
al corriente de la idea que tanto la habia
hecho reír,
XI
Baile, cena y despedida*
Maa de dos horas habían trascurrido d
de q\ie sucedió lo que acabamos de refí
~ 39 —
hasta el momento en que habiendo encon-
tratedo Lostan a Galvcz en su camino lo
hizo subir al coche que ocupaba.
Una de las primeras palabras que éste
dirijió a' su compañero fué la siguiente:
— ¿Has encontiado al negro cochero de
hoi?
— No he podido verlo; ¿y tú?
— Tampoco; lo busqué en la plaza, pero
no logré hallarlo.
- De manera que las bellas Blanca y
Olimpia no han sido advertidas de nuestra
partida.
— No, pues; así es que si asisten a la cita
rabiarán de no encontrarnos.
— Todo bien considerado, vale más que
rabien por nosotros; así no nos olvidarán
tan pronto...
Aínbos compañeros rieron de ésto y con-
tinuaron conversando.
Cuando el coche que los conducía se de-
tuvo en la calle de Ibarola frente a la casa
que ya conocemos, los dos capitanes pudie-
ron oír un alegre estrépito producido por
un piano y voces que cantaba q unas y ha-
blaban y reian otras. '
— ¡Buena está la cosa!— dijo Lostan sal-
tando fuera del carruaje; — hai animación
y entusiasmo.
— Canto y baile, — replicó Galvez bajan-
do a su vez; — llama fuerte a la puerta,
porque con la bulla que tienen no te
oirían...
La puerta se abrió y apareció Aliaga
diciendo:
— ¡Caramba! ya estábamos temiendo que
no vinieran... y habrían perdido una cosa
buena... supónganse que a esta locuela de
Carmen se le antojó que habíamos de tener
nn baile de máscaras, y me ha hecho correr
en busca de caretas... ahí están todas ellas
enmascaradas...
— ¡Magnífico!— exclamó Lostan con en-
tusiasmo; — a mí me agrada siempre lo
inesperado... pero nosotros no tenemos
máscaras.
— ^Ni nosotros, los hombres, tampoco...
son ellas solamente las disfrazadas... en
fin allá lo verán... De frente, paso redo-
blado, mar!...
Lostan pagó y despidió al cochero, y los
compañeros entraron en la sahta que
lemos visto.
ta presentaba ahora un aspecto mucho
mimado. Habían ahí hasta cinco ni-
ñas todas ellas disfrazadas y con caretas.
Aunque improvisados, como lo habia dicho
Aliaga, BUS disfraces no dejaban 'de tener
gracia, y quizás les mismas faltas que so .
notaban en ellos, seguramente debidas a la
premura del tiempo, contribuían a hacer-
los más fantásticos y variados. Eran sin
duda restos incompletos de algún car-
naval.
Sin entrar en pormenores detallando sus
trajes, para poder distinguirlas, diremos
que las disfrazadas representaban más o
menos lo siguiente: una jardinera, una tar-
ca, una ñguranta, una india y una cole-
jiala.
Los hombres eran Orrego y otro capi-
tán a quien también vimos aquel dia en el
cuartel durante la comida, y cuyo nombre
le oímos pronunciar a Orrego: era el capi-
tán Soler.
Además habia ahí un paisano, tómese
esta palabra en su segunda acepción, que
así nos servirá para indicar que aquel no
era militar. Estaba este individuo sentado
al piano.
La mesa que antes se hallaba en el cen-
tro de la pieza habia sido colocada en un
ríncon y sobre ella se veian vasos, copas y
botellas en alegre desorden.
En todos los que ahí habían, tanto en
los hombres como en las mujeres, se nota-
ba un gran entusiasmo que sin duda tenia
estrecha relación con lo que habia, o más
bien, con lo que ya no habia dentro de las
botellas.
Al aparecer Lostan y Galvez, fueron re-
cibidos por una salva de aplausos y excla-
maciones.
— ¡Pare el baile! — gritó Orrego, — y todo
el mundo a tomar una copa con los recien
llegados.
No se hicieron repetir esta orden. Todos
y todas acudieron y cojiendo sendas copas,
ya de cerveza, ya de ponche que habia en
una sopera, las levantaron en actitud de
bríndar.
— ¡Salud, hermosa concurrencia! — ex-
clamó Lostan que necesitaba mucho menos
todavía que aquella bulla y animación para
sentirse entusiasmado; — ¡salud, jentiles
enmascaradas ! no veo vuestros bellos sem-
blantes, pero sí el brillo de vuestros ojos
que me incendia el corazón... ¡bebo por
ellos!
— ¡Bravo! ¡arriba I
— ¡Toda la copa los recien llegados!...
Ellos vienen mui frescos ! ...
— iO —
— ¡El primer trago ha de ser largóla»,
— '¡Y los demáfi lo mismo!
Todas estas palabras oran prOQUnciadafl
unas por vocea de hombree j otras por vo-
ces femeniles»
— Y tn también Gasparito, — dijo Orre-
go di rij 'endose al paíaanOj—haa entrado
en fila para tomar la copa... vas a acabar
por emborracharte j no poder tocar el
piano,
— ¡Oh, capitán!— contestóle el interpe-
lado; — todo lo contrario; la copa me hace
tocar con miía gusto, me da míls inspira-
ción...
Era este sujeto uu individao enteco»
macilento, iine tenia por oficio toí^r el pia-
no para divertir al prójimo que le suminis-
traba alguna propina; personaje mui útil
en una tertulia como aquella.
— ¡Un vals Impidió una voz.
— ;S1; un valsl
Gaspar, que así se llamaba el paisano,
corrió al piano y el vals ae dejó oir.
Lostan y Oalvez paseaban la ^-isfca por
las enmascaradas para elejilr compañeras
de baile.
Dos parejas se hablan ya formado.
La colejiala, pasando por delante de
LoBtaHi le dijo rápidamente:
— Baile usted ^ capitán Lostan, enamora-
do inconstante, volante, vagante y flo-
tante...
— Donosa colejiala, ha aprendido usted
mucha retorica, — replicó Loatan;^-déme
ahora una kccion de baile.
—Yo no.^. estol pedida...
Y corrió a juntarse con Soler.
Sólo quedaban disponibles la turca y la
jardinera.
LoBtan se dirijió a aquella y Galvez a
asta.
Ambas aceptaron la invitación.
La sala no era mu i es tensa y las cinco
parejas tenían que codearse y atrope! larse
para ejecutar el baile, lo que si bien era
incómodo, en cambio contribuía a redoblar
la animación.
Lostan no dejó de notar que su compa-
ñera tenia linas mauos suaves y finas, nn
talle lánguido y unos brillantes ojos que se
veian por los agujeros de sn careta, y tam-
ben que se entregaba con dulce abandono
al baile.
Por BU parte Gal ves ejecutaba los conti-
nuados jiros del vals llevando casi en peso
a la jardinera que pirecia tener gran afi-
ción a ese ejercicio, y se deleitaba mirán-
dola el bien torneado cuello, rolliio y ater-
ciopelado, y stts orejas pe^iueñas y adorna-
das coa doa botoaea de oro esmaltador.
Esta pareja fué una de las di ti mas eu
abandonar el baile. GalveK condujo a la
jardinera hasta una silla y se sentó a sa
lado.
— Estaría usted ya cansada, — la dijo,
— No mucho, — contestó ella.
— Si no del baile..* tal vez del compa-
ñero...
—Se hace usted mni poco favor,
— Lo digo porque usted, acostumbrada,
como jardinera, a estar entre las fíores...
— Podria tomarlo a usted por un jai-
min..-
—0 por un zjlngano metido entre ellaa.
—¿Hñ apoca usted para que yo lo en-
grandezca?
— Parece usted tan amable qne la creo
capaz de hacerlo..-
— Y yo a usted de toleiurlo,
— Yo no me atrevería nunca a contra-
decirle a usted.
— Gracias í es usted mui atento*
— Por carácter.
— ¿\}c nacimiento?
—Y por costumbre í eoi dócil, blando,
sumiso.
— Buenas cualid:ides para monje, para
novicio...
—Y losoi.
— ¿Monje?
— Novicio,** novicio en amor,
— ¡Qué tall Áh! ja, ja.., ¿NoYicío ea
amor?-*
— lloi he hecho mis primeros votos.
' — ¿líñ amor?
—Eterno.
— ¿Hoi? ¿a qué horas?— preguntó la
jardinera clavando una mirada en Gal vez.
— En este mismo imtaute,
— ¿Estamos acaso en carnavales?
— Su traje de usted está en caraavaU
pero mi corazón no.
—¿Y en cjué está?
— En un incendio.
— ¿ Quién lo ha incendiado?
—Usted.
La niña se levantó con presteza, y son-
riendo exclamó:
-^Es usted un grandísimo líao Yo soi- —
jardioera y no me gustan los picafloree
meriaan mi mercancía.,.
E hizo un gracioso borneo y ae alejo
dejarle a Gal vez tiempo para contestar.
1
— 41 —
Cíiaiido dejó de bailar, Lostan ee senfca
al ladü de la turca^ diciendo:
— I Quién faera aultanl
— ^;8íífiorde un serrallo í—replic o ella
Tiendo.
^Señor de una turca que conozco yo,
^Las tnrcas fuera de la Tui'quía no
qoierea señores, sino yasalloB.
— ¿Vasallo? pues yo lo soi*
— ¿De! reí... o de la reina?
— Dü la reina.
— ¿Y GB tirana?
— ^Aun no me atrero a juzgarla*
—¿Tan poco la conoce?
—Mi esclavitud ea reciente.
— De todos modos, nn esclayo puede
cambiar de amo ai lo encuentra malo.
— ¿Cambiar?-, no lo pretendo ni lo
para eso soÍ mui lea!..,
—¿Leal?.,, pues la colejiala acaba de
llamarlo inconstante,
^Una colejiala es persona mui inexper-
ta para juzgar...
— Juz^fá por la fama-
— La fama engaña mucho.
—O dice mucha verdad*
— Es injusta,
— O justiciera.
—Conmigo no,
— ¿Quien lo asegura?
— Yo; 7 ai mi palabra no basta, ala
pmebft me remito*
—¿Cómo probar su constancia?
— Experi m entándol a.
— ¿De qué manera?
— ^Dejindose amar por mí.
— lío me guata jugar con el amor..* eso
—Pues no lo tome usted como un juego,
sino a lo serio.
— Ira posible.., estoi impedida—
— ^¿ Del corazón ?
—Justamente... ya tiene dueño,
— Ser:! una historia antigua.,, oso Be
olvida, * ,
—No; es moderna.
—¿De cuándo data?
—De hoi miiimo.
—Es planta nueva que no ha alcanzado
aechar raices..- se puede arrancar fácil-
mente.
—Si la arranco queda vacío el corazón.
' e le Uena nuevamente.
Con qué?
Jon amor.
^ero ¿dónde encontrarlo?
— En mi., < y así pondrá usted a prueba
raí constancia.
— Ah! ja ja! Ya la estoi probando.*.—
replicó la turca riendo, y luego levantán-
dose de su asiento, añadid :^ —
Las moras a la Meca
Bailando van,
Tres paaoa adelanto
Y dos atrás,.*
Y dando saltítos acKsmpaaados se alejó
hacia otro extremo de la sala.
Mientras tanto la música habia conti-
nuado. Unos bailaban, otros se acercaban
a la mesa a dar nn beso a las copas, y otros
conversaban o reian, todo en medio de una
animada alegría j dichos y palabras pi-,
cantea^
— ; Oasparito, una marinera! — grito
Orre^o al concluir de tomar una copa con
la colejiala,
— ¡Eso es, marinera! — gritaron en coro
varias voces.
Gaspar ejecutó el preludio del baile pe-
pido. La jardinera se acercó al piano para
cantar a dúo con el músico que era a la vez
cantante.
Orrego y la colejiala ae colocaron frente
a frente en el medio áB la sala y comenza-
ron el baile con las primeras vocea del
canto.
Los demás formaron un circulo en rede-
'dor de los bailadores y con palabras anima-
doras j estrepitosos palmoteos acompasados
los alentaban j aplandian. Orrego hacia
piruetas y cabrioleaba con pródiga soltura;
la colejiala le acompañaba con nn contoneo
y un vaivén lleno de saL
— ¡Haro!— e:iGlamó de pronto Aliaga
apareciendo con un par de vasos ett las
manos.
Canto y baile pararon.
Se bebió un trago, y en seguida con ma-
yor brío se continuó el canto y la danza.
Las marineras se sucedieron ocurriendo
cada ves a la palestra nuevas parejas.
Allí hician su ajilidad, gracia y destreza
las que las tenían, y las que no, también
eran aplaudidas, porque los espectadores
eran jente que estaba de mui buen humor,
y el que eatí de buen humor se encuentra
dispuesto a encontrarlo todo bueno.
El entusiasmo crecía, snbia en medida
que las botellas bajaliau.
La bulla se hacia cada vez mayor y el
que quería hacerse oír gritaba como un
orador público en una borrasca electoral,
Al concluir una marinera, gritó Orrego;
4
^ 42 ^
— [ Qae la india baile cachaaparc!
— ¡Sí, que la chola baile cachaspare!
'—¡Arriba!
^¡ Que baile con Soler que ha sido su
pareja 1
— ¡Pero yo no eé ese baile ! ^gritaba
Soler.
— No importa..-
— Lo que no 90 sabe se aprende.-,
Y anos empujando a la india y otroa
arrastmnílo a Soler, acabaron por ponerlos
en baile.
^l A ver un cachas pare, Gaaparito !
Este, que era un gran conocedor de toda
clase de baile ^ ejecutó en el piano el que
se le pedia.
Soler, que apenas conocía de nombre
aquella danza, trataba de imitar loa movi-
mientos do su compañera y zapateaba, como
ella duro y parejo. Su falta de destreza
contribuía a hacer más divertida aquella
escena que todoa celebraban y aplaudían
con grandes risas y estruendosos palmo-
teos.
Entre baile y taile y en medio de la ja-
rana cada uno obraba cou entera indepen-
dencia. Se sentaba o levantaba, iba y venia,
conversaba o reía, invitalm a alguna de las
enmascaradas a tomar una copi, dírí jia a
una un requiebro, a otra un piropo*
En un momento en que Ürrego estaba
sentado en el sofá, se dejo caer a bu lado la
figuranta, y cojiéndole una mano, le dijo:
—Conque se van mañana, cbolíto,
— Así lo manda la orden ^^ — contestó él,
— ¿Y no saben cuándo se regresarán?
— ^Nada sabemos.
— ¡Marcharse tan impensadamente!.
Tamos a quedar tan solas... mientras estés
fuera no voi a poner un pié en la calle...
Cuidadíto con apasionarte por alU de al-
guna serrana... ¿Llevas mi retrato?
— Aquí lo tengo... en el bolsillo.,.
— A verlo.,.
Orrego sacó del bolsillo de bu dolman
una tarjeta fotográfica. La figuranta, de
quien diremos que se llamaba Elvira, se
sonrió debajo de su careta al ver] a.
— ¿Lo mirarás a menudo ?^ — ^dí jo.
— Para eso lo llevo*
Tanto Gal vea como Lostan haljian man-
tenido ^^arioá diálogos respectivamente con
la jardinera y la turca.
En un ínstanti^ en que O al vez tstaba
afirmado cu el marco de la puertaj Lostan
se acercó a él diciéndole:
— ¿Muí adcíantc estiSs con la jardinera?
— No mucho, contestó Gal vez,- — pero
se avanza un poco, ¿Y tú con la turca?
^Esa muchacha tiene gancho, pero es
esquiva como el azogue.
^Por lo que se les ve de lacam en con-
tomo de la máscara, parecen ser buena»
mozas.
^Ad lo sospecho, -, Ahí va a sentarse
mi turca . . corro a su lado,
I)ic¡eudo y haciendo fué a sentarse en
una silla junto a ella.
— Estoi por cre^r,— le dijo la nina al
oido,-— que se engañaba la colejiala al lla-
marlo a usted incouatante.
—Gran dicha ea para mí, — replico Los-
tan, — que al fin me haga justicia.
— Se la hago porque ya hace como dos
horas que estamos aquí y todavía usted no
ha dirijido sus galanterías a otra,
— Y como en estas dos horas, lo mismo
sucede i'á en dos años, en dos siglos. , .
— Efite plazo es mui largo... si en do&
horas más todavía se mostrara ustíd cons-
tante ya-..
— ¿Ya qué?, . concluya usted..- no me
deje en suspenso..,
^Ya comenzarla a creerle,
— ¿Me da usted osa esperanza?
— Se la estoi dando.
— La esperanza de creerme, y..» ¿nada
— Cuando una persona se cree amada,
no corresponder es uíia ingratitud.
^¡Me colma nsteá de felícidadl — excla-
mó Lostan queriendo cojer una mano de
la turca.
— íGuáL. quieto í.,. replicó ella reti-
rando su mano y haciendo un gracioso mo-
hín.
La colejiala acertó a pasar delante de
ellos en ese momento y dijo :
— Señora turca, no le creas a ese cris-
tiano, que es un turco en el amor.
— Cállese la colejiala, — esclamó Lostan,
^vaya a estudiar y no pretenda dar lec-
ciones,
— Ando estudiando j pienso tomarte
por maestro de inconstancia,.,
— No lo ofendas, colejiala, — dijo la tor-
ca, — ^qnc lo estoi sometiendo a prueba...
— ¿Lo defiendes?
Uefeuüer moi a aun cristiano
Es olvidar el Coran.
Y traa de ésto se retiró la colejial
riendo.
— 43 —
Galvea no había dejado de bnfcar la
compaSía fie la jardíntíra qtie por su parte
Labia perdido mucho de su equivez y se
m03tr'al>a cada vez más accesible.
-^Yo eoi mui esijerite,— decia al capi-
tán,
— ¡Qué me podrá exijír que jo no lo
baga por usted I — contestaba Galvea.
— A mí me gusta que me amen a mí
sola,.*
—Eso ya lo tiene en mí.
— Olga usted; íiuiero (pie me den el co-
raaon euterito,
—El mío es de usted, entero, com-
pleto.
— Xo quiero ni sonibras de tmíci^on,
—Ni soapechaa le daré.
^^PuG3 hien, a la primera que me haga,
tionamos,
— rjT míéutras tanto?.,,
— Tenf^nt usted un porinito de pacien-
cia*., déJL'íiie conocerlo mejor, — dijo la.
jardinera con nn acento que llenó de espe-
ranza a Cialvez,
Loa bailes se habían estado alternando
íXin algunas canciones, y la bulla y el mo-
vimiento jeucral no ha bi a sido interrumpi-
do. A cada momento los díálotíoa eran
tiortadcs, ya porque iiuo de los interlocu-
tores salía a bailar, ya por aplaudir y
animar a loa danzantes o tacnchar las can-
ciones,
Al concluir una marinera^ Aliaga gritó
con voz militar;
^1 Atención L.. Ya los estómagos re-
claman algo de positivo...
— No será el tuyo, ^exclamó Orrego, —
porque te he visto ir varias veces al come-
dor y volver masca ndo.,-
— ; Silencio en las filag!.,. ¡Aten-
ción!,.. Ya los estómagos piden que se
acuerden de ellos, y la mesa ilo:^ espera...
Confío en que mis palabras serán recibi-
<Jas con entusiasmo. He dicho.
^¡ Bravo!
— ¡Sacó tra^o [.,, pásenle un vaso...
— ^ Acepto el homenaje... Y en mar-
tjha...
Todos se pusieron en monniiento.
^ — Que se queden todavía un momento
aqní los hombres,— pidió la colejíala.
— Oornento^ — respondió Ori'ego, — es de
iponer que las masca ritas antes de sentar-
í a la me.^ querrán arreglar sus trajes.
Loatan y Gal ve ^ encontraron ésto mui
itural, y por más deseos que tenían de
dar el brazo a las que habían e simado cor-
tejando, aceptai'OTí la aprobación de Orre-
gOj a quien, por otra parte, lo mismo que a
Aiiag-a cousidemban como duefio de casa,
—Veamos a tomar mientras tanto una
copa, — añadió Orrcgo
Todos se sirvioriin.
— Es de esperar, — dijo Lostan,— que
para comer se sacarán las caretas.
— Ya lo ej"eo,""Coutcstó Allaf,^a, — para
comer se necesita completa libertad.
— ¡Por la turca !^ — dijo Lostan levantan-
do su copíi.
— iPnr la jardinera!— agregó Gal vez,
— ¡Por la india! — añadió í^oler.
— ¡Por mi licruranta! --exclamó Orrego.
— ;Por mi cohjiala !^ gritó A haga,
^Uno^ decimos la y otros dicen mi,^
observó Soler,
— Las dos fion notas masieales,^ — añadió
Lostan,— pero en distinto tono.
— Puüde ser íjue los que hoi cantan en.
la mañana canten en mi.
Todo3 rieron alegremente y vaciaron ana
copas.
Voi a disponer los asientos para que to-
dos este m os as í ., , — di j o A 1 iaga j u nt ando
las manos e intercalando los cinco dedos
de la derecha entre los de k izquierda, —
cada uno con su cada una,
Y salió de la sala seguido de Soler.
Orrego detuvo un momento más a Los-
tan y a Gal vez quedando los tres solamen-
te en la sala.
Al calx) de un rato oyeron la voz de
Aliaga que loa llamaba.
Los tres se dirijieron a otra pieza que
era el comedor.
Una mesa no mui grande, o hablando
m!Í3 exactamente dos mesas pequeñas pues-
ti\s una junto a otra estaban cubiertas con
nn mantel sobre el cual, en algunas fuen-
tes y platos, no faltaba con qné contentar
el estómago.
Al rededor de la mesa habían colocado
diez sillas, siete de las cuales estaban ocu-
padas ^ dos por Altaica y Soler, y las obras
cinco por las disfrazadas,
Estíis se habiaii sacado las caretas y de-
jaban ver sus semblantes ajítados por el
baile y animados |X)r sonrisas picarescas.
lina lámpara y cuatro bujías ilumina-
ban perfectamente el aposento.
Cuando aparecieron Gal vez y Loatan
conducidos por Orrego, todas las miradas
se fijaron cu ellos.
Naturalmente Lostan y Gal vez pasearon
— 44 —
con atendon la ^ist^ por \(m semblantes
Abom dííscubiertoa de las qae hasta tnUm-
cea habían mto eamascaradas. Coma era
de esperarlo, aqnet büBCÓ el da latnrca y
^e el de la jardinera.
Ambos lanzaron de súbito una excla-
madori de sorpresa:
— i Son ellast^grító G al vez volví endo-
ne hacia Lostan, — ¡ellas! nuestras d^co-
nocída» de Ijot í Blanca y Olimpíal
— ¡ElJafl mismas!— exclamó Lo^^tan co-
rríendo a colocarse al lado de la turca.
Grandes aclamaciones^ riaotadas, ^ítos^
palmoteos y bulla jeneral fué el efecto qne
produjo la sorpr^ade los capitanes Galvez
y Loatati.
— ¡Bravo ! — ¡Golpe teatral! — ; Agrd-
cion! — Irrita batí todoa en medio de gran
estruendo.
— ¡ Bien me advertía el corazón ! — decia
LiOBtan con f negó aU turca,— ¡ana irre-
sistible simpatía me arrastraba hacia usted
aunque no veía su hermosa físonomía**.
ahora lo comprendo todo: era usted la mis-
ma que había ocupado mi pensamiento
durante todo este día!
La turca reia, pero sin decir ni una pa-
labra.
Al mismo tiempo Galvez sentado junto
a la jardíiiera le decia entusiasmado :
— ¡No podía ser de otra manera I ¡Era
usted la misma de hoi I
La jardinera, como la turca, reía de
buena gana tíiu contestar nada<
La colejiala golpeando con un cuchillo
en uua oopa, reclamó silencio.
Todos callaron.
Entonces ella, la colejiala, que era la
sagaz j graciosa niña a quien llamamos
Cirmen, se puso de pies y afectando un
aire de cómica gmvcdad, pronimció esta
especie de discurso:
— Antes de comenzar la cena, esta mesa
va a con vertirse en un tribunal, y yo he si-
do nombrada presidenta de él. Nadie podrá
tisar de la palabra sin que yo se la conce-
da iLiites; podrá, eso sí, manifestar cual-
quiera flu aprobación por medio de aplausos,
— ¡ B ra vo I b ra vo 1 — í^ ri ta ro n al gunoa ,
a la vez que todos aplaudian con las manos
como para aproveeíiar desde luego el per-
miso de aplaudir.
— Aquí se va juzgar y sentenciar a dos
iüdividüDs acusados del feo vicio de in-
coE>3taueia y veleidad* Los reos se encuen-
tran prese ti tea; son loa capitanes Lo&tan y
OalTüz.,.
^ I Pido la palabra !— ^ló Lotítan,
— ¡Pido la palabra!— exclamó ííalveí.
Carmen, golpeando )a copa coa el cu-
chillo, gritó:
— ¡Orden I Loa acosados hablarán a
eu tiempo,,, Pa&o a exponer los hechoi.
Por Lina casuahdad, cainahdad que
tomo la figura de un cochero negro,
supe que los citadlos capitanes se ha-
bían ocupado hoi en el dia en dirijir
requisitorias amorosas a dos amigas mías.
Corrí entonces a casa de ésLaa y las invité
a que vinieran aquí esta misma noche para
11 ue pudieran conocer y apreciar en su ver-
dadero Talor a sus galanteadores de hoi
dia. Viniendo ellas a cara d^cubierta, loa
dos acusados al verlas habrían continuado
cortejándolas como en el dia: esto era na-
ral; pero mis amigas querían poner a
prueba su constancia, querían saber sí era
solamente una impresión pasajera la que
habían producido en ellos. Para qne pu*
dieran cerciorarse de tkto yo les indiqué
un medio; fué el de qae a esta reunión que
íbamos a teuer concurriéramos todas las
mujeres disfrazadas y con miisearas. Esto
fué aceptado. Trabajillo nos costó encon-
trar disfraces tan de súbito; pero revol-
viendo baúles encontramos algunos resto*
de carnavales y nos vestimos como cata-
mos,, - yo no hallé otra cosa más qne el
uniforme que usaba en el colejio, y me lo
puse; Aliaga fué en busca de caretas, y
por ^u todo estaba Hsto cuando llegaron
los acusados Lostany (íalvez,
— ¡Protesto contraía palabra cacusa-
dos^! — gritó Lostan.
— ¡Silencio!.., orden! — exclamaron va-
rías voces.
Restablecida la calma, Carmen prosiguió
diciendo;
— Los capitanes Lostan y Galvez apé*
ñas llegaron, olvidando por completo a las
desconocidas galanteadas en el dia, ae de-
dicaron a cortejar el primero a la turca y
el segundo a la jardinera, sin sospechar ni
remotamente que ellas eran las mismas
Blanca y Olimpia, cuyas voces no conocian^
pues nunca las habían oido hablar. Al re^
quebrar a la turca y la jardinera enmas-
caradas, eran infieles con Blanca y Olimpia;
han sido, pues^ pillados por ellas mismas
infraganti , cometiendo los delitos de in-
constancia y veleidad.
(Humores de aprobación. — Protestas
loa acusados.)
Carmen ajita el cuchillo contra k ce
— 45 —
Se obtiene silencio,
— El acusado LostaHj — di ce la presiden-
tas—puede hacer uso de k palabra en tér-
minos moderados y concretíindose a su
defensa ;
— ^Pido la palabra,— dice Soler,— para
una cuestión previa.
—La tiene, — contesta la presidenta.
--Hago indicación para que eti este in-
tervalo tomeniofi utia copa.
(Aplausos de aprolmcion, 8e apnieba
por aclamación lo indicado. Todos se sir-
ven j beben-)
— El acusado Lostaa tiene la palabra, —
repita la presidenta.
Ijostan se pone de pies y habla:
— Señora presidenta, señoraíi vomlas j
señoría vocalfcs de este ilustrado Consejo;
No me presento ante este augusto tri-
bunal con la cerviz inclinada, doblegada
bajo el peso de la tremenda acusación de
inconstancia 7 veleidad, sino con la fren-
te alta, seguro como estoi de que mi ino-
cencia resplandecerá cual resplandecen los
brillanteB ojos de esta encantadora turca,
pjor cuyo fulgor me encuentro ahora aome-
ti do a juicio. Hoi en el di a, tan solamente
de verla, me enamoré de una hechicera
joven i esta noche la suerte, o máa bien
dicho cierta intrignilla, me lia conducido
al lado de una turca enmascarada* Tenia
yo estampada, grabada, en lo más íntimo
del pensamiento y del corazón la imájeu
de la hechicera jóTen que habia visto en
el dia j a quien amaba ya locamente^ y
gin enibargo sentí esta noche una fuerza,
nn ünpnlao miaterioao, que me impelia ha-
cia la tarca enmascarada. ¿Qué era aqué-
llo? ¿qué sucedía en mí? Yo no me lo
explicaba: amar a una y sentirse impelido
hacia otra: yo no lo comprendía; pero
ahora to comprendo todo. Mis ojos no
veian el Bcmblantc cubierto de la turca;
pero mi corazón sí» él no se engañaba, y
por éso me impulsaba hilGia ella: ella lo
atraía como el imán al acero, como la tie-
rra a los aereolitos, como el sol a los
cometas.
(Aprobación departe de los honibrea* —
Silencio de parte de ías mujeres- )
Lostan prosiguió;
— La joven de hoi y la turca de €sta no-
che eran una misma persona. Los paatoi-es
^elen adorando a Jehovíi y al niño Je-
no íaltai'on al monoteísmo, porque
H dos eran uno solo. Lo mismo yo,
odo a una misma persona bajo dos ,
formas distintas, no he podido dar prueba
de incoustancia ni de veleidad. Por eleon-
trariOj he probado con tantaclaridadcomo
la \ui del cielo que amo a esa joven doble-
mente, no solo jxír su hermoso semblante,
sino que aun oculto í^te por el antifaz,
sigo amándola por su donaire y natural
encanto, porque la amo no con los ojos,
sino con el corazón. He dicho,
(Aplausos.)
Gaspar, el músico, que desde un rincón
escucha todo ésto, aplaude con entusiasmo
y grita:
— El capitán Lostan ha dado esplendí*
das mzoncs y debe ser abauelto.
— ¡Silencio en la barra! — exclama So*
1er.
La presidenta hace sonar la copa con el
cuchillo y dice:
— A la seguüda amonestación se despe-
jará la barra, — El acusado Galvez tiene la
palabra.
Galvez se para y habla:
—Siendo la acusación que pesa sobre wú
en todo igual a aquella de que tan brillan-
temente se ha defendido mi compañero
Lostan, su defensa es también la mía. A
mí me ha sucedido con la jardinera lo mis-
mo exactamente que a él con la turca. Ño
quiero extenderme hablando para no retar-
dar el fallo de este ilustre tribunal, qua
estoi iegurísimo ha de ser la más completa
absolución para nosotros y un aplauso para
nuestros corazones que no se lian dejado
engañar por las caretas. He dicho.
(Muestras de aprobación.)
— Oídas las defensasj-^ice Carmen, la
presidenta,— se procederá a la votación,
— Hago indicación, — dice Soler,— para
que se vote en esta forma: los que opinen
porque loa acusados sean absueltos, toma-
rán uo trago de su copa, y loa que estén
por lo contrario, nada,
(Se da por aprobada la indicación»)
— En votación,— 4i ce la presidenta.
Todos toman sendos tragos,
Gaspar tambieu empina una copa.
— ¡ Graapari to ! — le gr i ta Orrcgo , — tá
no tienes voto... y estás votando--.
— No botando,., sino tragando,-. — con-
testa el, y concluye su copa,
—Ya lo ve usted, — dijo Lostan con en-
tusiasmo a la turca que estaba coiirvo he-
mos dicho sentada a su lado^ — el^ tribunal
ha tenido que reconocer la verdad. Es
usted aquella de quien me enamoró hoi y la
misma de quien volví a cuamorarme esta
— u —
noche y de quien sigo y continuaré ena-
morado tüdiilíi vida
Y miéi)tr;is habliibiv trataba de tomarle
una mano. L:^ turca reia sín oont^^tnr uaa
palabra.
La jardinera estaba sentada frente a ella
y también rcia estuchando los re:|mebrofl
de Galvez.
Las risas se hadan jeuemles y lodoñ
reían , hombre!^ y mujeres, a cual mái?.
Por fin Carmen Q^olpL-aiido otra vez con
el cuchillo la copa» pidió silencio.
— LoB capitanea Lostan y (lalyez, — dijo»
— han sido absnc'ltoíí de una de las acusa*
clones de inconstancia, pero todavía hai
otm contra elíos, y es menester juz^íarlos,
— ¿ Otra aeusaf^ion, de íjué ?-— pregunta*
ron a un tiempo Lostau y Gal vez.
— De lo mismo, de inconstancia. Ambos
han dirijido gahnteos y decíaraciuneH de
amor a otras esta misma noche y en esta
misma casa.
— [No es esacto! exclamó Lostan, —
yo no he requiebrado múE que a la turca.
— I Ni yo tampoco, más que a la jardi-
nera I — í^^ritó Gülvez.
— No be \'isto en esta casa mú^ mujeres
que las que hai acjuí en la mcsa^ — aíiadió
Loa tan,— y apelo a la palabra de ellas para
probar ![ue la acusación es falsa.
Otro tauto expresé Galvea.
— Pues bi cu , ^di jo 1 a presi de u ta , —se va
a oír a los testigos. Primeramente raí ami-
ga Olimpia que está vestida de turca, y en
seguida mi amiga Tí lauca, que se hulla en
traje de jardinera, prestarán sus declara-
c iones.
La turca, que como sabemos tenia a
Los tan a su lado, habló de este modo:
— Yo declaro que el capitán Lostau aca-
ba de estar enamorándome y aun opri-
miéndome la mano*
Al oiría, Lostan la miró espantado. Su
voz no era la de la turca a fiuicn habia
estado cortejando toda la noche.
— Y yo,— dijo la jardinera en seguida^
—declaro que el capitán Gal vez me ha
eitado requebrando en este mismo ins-
tante.
Gal vez la miró atónito j le sucedió loque
a Lostan. Esa voz no era la do la jardinera
que estaba un momento áutes en la sala.
Una salva estrepitosa de risas se dejó
o ir. Todos reían como locos hasta saltárse-
les las lágrimas.
Tiostan y Gal vez comprendieron al ^ la
broma y acabaron por reír también.
LGStau reconoció en la jardinera la voz
de la turca que ^taba en la sala, y Galvez
viceversa.
La t^xplif^acion era muí sencilla: mien-
tras habían quedado los hombree solos en
la sala t^^miindo una copa, a indicación de
la vivaracha Oiirmetu ía turca y la jardi-
nera babian cambiado matuamente de tra-
je, tomando la una el de la otra.
— ¡Celebro y aplaTido ía broma! — gritú
Lostan baciéudose oir a fíesar de la bibiri-
dad, — pero no me dcjodeiTotar por ella.,.
Ven, Galvez, este es tu asiento... yo voia
ocupar el tuyo al lado de Blanca que ahora
está de jardinera, pero que para mí ea
siempre k turca.,.
Ambos cambiaron de asiento,
^Sc atreve usted a venir a sentarse a
mi lado, — tlijo Blanca, riendo siempre, a
Lostan cuando é^^Le se eolocí) junto a eUa.
—cuando a mí vista acaba de estar galan-
teando a Olimpiaí
— No es posible, — replico Lostan,— que
por un momento de vaeiltKiion me coadene
ust^d a una eternidad de penas,
— ¡Pido nua copa, — gritó Soler, — por
CariTiencita (jue hit sido el vilma de toda
esta broma í
— ¡Bien! mui bien!
— ¡Bravo 1
Cuando hubieron bebido. Aliaga, que no
se olvidaba nunca de las exijeuciaa del es-
toma í^o, dijo:
— 'Ahora ya es tíempfj de trabajar con
los dientes. . . Este se viche de camarones
estáírritando: \ comed m e !
— A ti toda la mesa te grita ¡comedmel
— Come y calla, este es el mas sabio de
todos los dicbos.
La cena comenzó, Oaíla uno se apresuró
a servir y ati^nder a la dama que tenia al
latió.
Dos negras de qnieues aun no bemos
hecho meuiííon, servian a la mesa.
IKirante un rato se o cuajaron todos en
comer, humedeciendo los bocados con sus
correspondientes tratros de vino. No por
esto dejaban de cruzarse, entretanto, bre-
ves diálogos y palabras tan picantes como
los comestibles que en esa mesa se servian,
condimentados al gusto limeño, prodiga-
mente impregnados de ají.
El buen bumor inundaba todos los cora-
zones; de consíguientt^, la alegría reinal
tauto entre los aufitrioues como entre h
comensales.
Ahaga era el que menos hablaba, pnt
— 47 —
prefería abrir la Loca para echarse algo
nutritivo, y na par» rlerramíir palabras.
— Aliaga,— gritó Soler,— ten compasión
de tna dietites; no los hagas trabajar tanto.
— Ácüérdatíi, — agregó OiTe^rOj — que an-
tes de sentarte a la mesa te habías tragado
Kiedia docena de butifarras,.,
— Cállense, — exclamó Aliaba; —hasta
ahora no he hecho más que entretenenne
en escaramuzas, en pequeños tiroteos j falta
el ataque a la fortíileza principal.
— ^Cómo es es<j?
— Ya lo verán.
Y dirij i endose a uua de las ncgiras, hizo
una señal
Esa trajo al momento una fuente en la
qoe un rolh'zo pavo dejaba ver su desplu-
mado cuerpo.
— ¡Píivo tenemosl
— Y trufado.
— \ Hola ! esto va pareciendo banquete !
— ¡Dichoso pavo rjuc va a tener el honor
de ser comido por tan amable compañía!
— nSi por milagro resucitara ínstanUínea-
mente, al verse tan honrado se moriría
otra vesí dt¿ gusto.
— ¡ Qué buen olor despide!
— Gasparito, — dijo Orrego a éste qne se
habia aproximado, — tú también vienes a
olfatear el pavo.
— i Oh! capitán, tiene un aroma exqui-
sito.
— No te sucederá a tí lo mismo cuando
mueras*
— Ki te harán tampoco el honor de tru-
farte.
— -Gaspíintü no aspira a los honores
postnmos- prefiere ser trufado en vida.
Aliaga, mientras tanto, después de afi-
lar un cuchillo restregitndolo con otro, se
puso a descuartizar el pavo,
^í; Quién quiere un muslo?
— ¿Quién UQ cuadril?
— A mí un pcdacito de pechuga.
— Muslo... eso le viene a la tiguranta.
—Un zancarrón para la turca en lecuer-
do del zancarrón de Mahoma,
Luego estuvieron todos servidos*
De cuaudo mi cuando las ninas ensartan-
do con el trinchante un pedazo de pavo se
lo ofrecian a su vecino o a otro, diciéndole:
—Este bocadito.
Aliaga encontraba pre^ñosa e^ta cos-
mbre,
A medidíi que iban quedando satisfechos
1 estomago!, la converaacíou se hacia miia
bulliciosa y jeueraU Los brindis no ei?ca-
eeaban y la auimacion crecía.
-i8aludl
— ¡Provecho!
— Por nsLed.
^Correspondido,
— Porque tengau una feliz marclia.
— Porque al re^^resar las encontremos
tan hermosas como ahüra.
— Por la constancia.
fíe brindó por los presentes j pc^r los
ausetitcSj por todos j por todo. Hasta se
oyó que Aliaga saboreando aún el gusto
del ave trufada, pidió:
— ¡Una copa por el inventor de loa pa^s
truf íulüs !
Lostan no cesaba de requebrar a Blanca
tratando de convencerla a fuerza de elo-
cuentes j expresivas palabras de que era
ella a quién únicamente amaba. Y por res-
peto a la verdad, diremos que elhi poco a
poco se iba mostrando convencida, ora
fuese que lo creyeri, o hien qne solamente
tuviese el deseo de creerlo. En fin, sea por
fas o por nefas, ello es que no se mostraba
mui cruel con su galán. Es verdad que en
una cena que Wene siendo la continuación
de un baile, el araor marcha al cpaso lijero
o trote,» como habria diclio Lostan ha-
blando militarmente.
— lío me diga usted más — replicaba ella
lanzando a Lostan una Unguida mirada
que revocaba esta orden; — ahora que va a
partir,..
^Es verdad que mauana parto; pero no
para la eternidad, j he de regresar. . .
— iQuiéiisabe cuándo!
— No losé; pero ha de ser pronto... déje-
me llevar una palabra suya que me haga
desear el regreso. .-
Y Lostan le cojia una mano para dar
más fuerza a su pütieion. Blanca no solta-
ba la pal abra i ni Lostan soltaba la mano.--
De liis conversaciones en alta vok y de
laa iutcrrupcioncs a gritos, se pasó gradual-
mente a las canciones. La alegría y la músi-
ca si no son hermanas, son por lo menos
amigas íntimas; se buscan, se encuentran, se
abrazan, y se divierten juntas.
— Una canción! — pidió una voz.
— Si ; Elisa, una canción.
— Que cante ! que cante !
Elisa, que era la di af rabuda do figuranta,
no se hizo rogar y apéníia llegí^ la vihuela
traída por una de las negras, cantó;
48 —
La que vive en lii cocino.
Kti nrúirríU'! cbamiizgufna
Tiene áit^]ji]>L% Eíl (;drtizait.
Puro 'los ojeutes qne habían UegadD a
eso grado de cntuslastno un que el indivi-
dúo no estil dispuesto a ser parte pasiva,
sino activa: en iitie ninguüo quiere ser es-
pectador, sino actor; de oyentes pasaron a
cíiDt antes, y la canción se continuo en coro,
coro que dejaba mucho que desear como
arte^ pero no como fuego para mantener
ardiente la animación-
Concluida una caución ae comenzaba
otra, o dos a lui tieoijio, lo ciml %i no era
más melodioso era en cambio máa divertido,
j ellos creian salir ganando con ésto,
Al mismo tiempo con la más completa
libertad cadaiuuo eonvei-saba, reía o cantaba;
hsbia interpelaciones, réplicas, coloquios,
interrupciones, y en jeneral las bocas no
descansaban, ya conversando, ya cautaado;
jft riendo, ya bebiendo.
— ;Orrego! cstiÍB desafiando mucho.-,
cierra loa labios por compasión. , .
— Y Aliaga está cantando con un pedazo
de pavo en la baca... traga y después cán-
tanos...
— Déjenme comer ahora, que mañana
andaremos trepando cerros y quizíis a esta
misma hora estaremos todavía en ayunas*
— íAi, cbohto, no me acuerdea de que
te marchas!...
— No te aflijas todavía. -.al tiempo de
despedirnos lo haremos juntos,
— iOidoI^gritaba Soter,^-esto ea hndo:
Ando borracho.
Por tina inujej,
Ton^ tan, ton* tan»,,.
Que DO me qul6r«
Como yo le aUoro,
rían» ñon, fian, flan.
— ¡Hombre!. -.que me pone sorda,
— Blanca, ha sido para mi una desgracia
haberla conocido solamente noi, cuando iba
a partir... pero la consideré siempre como
nna dicha si usted me promete no olvidar-
se mui pronto de que me ha conocido,.,
digame siquiera qne no le soi del todo in-
diferente...
—Si me fuera del todo indiferente no le
eficucharia,..
— Escuchándome usted me colma de pla-
cer... pero... ¿eso no máa es todo lo que me
concede?
Como se ve, Lostan que era qnien habla-
ba a Blanca^ ae iba pontendo mal conten-
tadizo,
— ¿ Qué máa quiere usted ífwe le diga?—
replicó la nina, y dírijíéndok on mínida
que hablaba m^U que au boca, añadió: —
acuérdense que solo de^de hoi nos conoce-
mos. . . poco tiempo para que ja pueda exis-
tir etitre nosotros un sentimiento tniii fir-
me.-.
— Por parte de usted, si; pero por parte
mia.*.
—Menos...
^Blanca, ae hace usted poco favor... ea
usted bastaute linda para inspirar amor
desde la primera vista,..
— Xo me diga nada más... qué saco con
oírlo ahora que va a marcharse...
— Pero pira regresar.
— Cnando regrese^ entóneeSí conversa-
remos de tmlo ésto...
—Entonces continuaremos la conversa-
ción : pero mientras tanto dejémosla tan
avanzada como podamos,.. rephcó Lostan
Boni^iendo.
Gal vez habia permanecido firme al lado
de Olimpia, la amiga de Blanca,
— Estaba justamente hablando de usted
y de sil compañero con Blanca,— le decía
la niña, — caando esta noche fué Carmen
a invitamos para venir aci.
—Ya ve usted como la suerte porfía por
juntarnos; tres veces nos ha hecho encon-
trarnos hoi dia-..
— No digata Buerte, sinola casualidad--,
— No tal; es la suerte... que quiere qne
nos amemos, y es preciso obedecerle...
—Una candida seria yo si me pusiera a
quererlo ahora qae 6stít por partir,..
En ese momento cantaba Orrego a toda
voz:
Bl amor del ¡soldado
I>ura mtdia liora,
En tocando la caja?
Adiós, üñfiora...
— ¿Oye usted lo qne canta uno de sus
compañeros ?
— ¡Quién hace juicio de lo que dicen los
versos !
No porque Lostan y Gal vez trataran de
hacer prog^resar sus nacientes amores* de-
jaban de tomar parte en la animación joT\n-
ral; tanto ellos como ellas, Blanca y O
pía, también entre coloquio y coloquio
contaban, reiau y cambiaban palabras
todos.
-tí-
— iQüé cante Gaaparítol — gñtó uno,
— jQue cante en chino I
— ¿Que cante?.-, ¿en chino?.,, ¡ah, ja,
jaL,.— tartaBindeó Gaspar y m eotióamr
como nii demente.
Es lo cierto que no teniendo él dama a
qnien galantear Labia entablado sus colo-
quios con laa copas, y tratando con eataa
señoras se había desmemoriado de tal ma-
nera, que ya no sabia donde tenia la cabeza
ni se acordaba de las reglas empíricas de
física que enseñan al hombre a mantener-
se^ de piés. Estaba él como antes dijimos
sentado en un riucon junto a una mesa
sobt-e la cual se poniau platos, botellas y
vasos para qne estuvieran próximos a la
mesa principal, cuando oyó que lo llama-
ban quiso levantarse de un asiento, pero
no logró ejecutarlo: estaba tan borracho
que no supo cómo hacerlo.
-^¡Gasparito, te has emborrachado í— le
gritó Orrego.
— No, mi capitán,., no eatoi mareado...
— Si no puedes ni enderezarte...
—Es que-.- tengo las pieraas dormi-
das,..
— Pero el gaznate no lo tienes dormi-
do*,, te has despachado dos botellas de
vino.
—Son ellas, capitán, las que me han
despachado a mí,.. ; Ah, ja ja! . .
Y Gaspar reía, y también todos al verlo.
—Para qué necesitamos de Gaspar cuan-
do yo lo hago tan bien cantando,..— gritó
Soler entoiiiindosé: — escuchen;
De las aves <iue Tuelan
Me gusta el cLancba,
Andar, andaí*,,.
Poroue C.3 XI a aviuitiucho
Quo vuO'la tanto,
lAí,caramb&t ^f^^
andar,
— ¡ Andarj andar!
—Así iremos mañana nosotros-
audar... ¡ai, caramba, siL *
— ¡ Oido ! cato es lindo! —exclamó Loa-
tan y .cantó siendo acomjiañudo por los
demás tanto con la voí^. cuant-o con palmo-
teos y gol[>e3 en la mesa para llevar el eom-
El pulpf^vn e la esquina
Dü MonsciTatü
So oonqiiJAtó una zamba
Con ohocolaUj;
SiL f-óino no...
— ;Sí, cómo no I -
— iOtial
Elpnlpcro elacsqulnii
De Gündalape
Se eonquiscd uxift chSna
Po nn plati> tj úhupe,
iSíiCómouof..
— ¡ Síj cómo no L .
M pulpero e la eAíjuliia
De MaLajnbltOt
Se oonqultító unft chola
Con pesciiu frito.
Síf cúDí^o no»„
— Si, cómo no...
Ai, ai^ al, cmirutaco.
Que víetie el i>aco,..
Al, mamita, ifíL.
— Mamitíta, sí..,
— Si, !i<aai, ai. ai..<
Todos cantaban, reían y aplaudían. El
entusiasmo habia alcanzado un alto grado
de elevación. T^a alegría estaba en todos los
corazones, y los corazones alegres son más
expansivos y aceesibles. Lostan y Gralvez
habían aprovechado esta circunstancia en
pro de sus empresas amorosas, y ya habian
avanzado hasta hacerse dar dulces y expre-
sivas coutestaciones.
Lostan habia oído respuestas como ésta:
— Si cuando este usted de receso se
acuerda todavía de mí, tenga la se^rurídad
de que será correspondido.
Y Galvez oia decir a Olimpia:
—Más vale que b haya conocido sola*
mente hoi*** a tiempo que usted va a par-
tir*., si hubiera sido antes, habría tenido
que sufrir mucho mas con la Beparacion..,
ca tan triste separarse.. .^.-
Hai circunstancias en que el tiempo
pasa para algunoi .^iin sentir; pero pasa
Bierapre* Josuc pudo, según la Biblia, de-
tener el sol; mtis no el tiempo. Este mar-
chó entóuces como ahora siguiendo la lei
más inalterable de que se da cuenta el
bombín.
Para aquellas cinco ponxíjas las horas de
eaa noche habian trascurrido aleí^'res y lijO"
raK
Por fin, Soler mirando su-reloj, exclamó;
—lia llegado el triste momento de to-
mar la nltiiua copa en la agradable compa-
ñía de nuestras encantadoras amigas.
—¿Qué hora es?
— Las cuatro y medía-
— Es preciso cine a las cinco estemos en
el coarteb
_ 60 _
Áfii como echanáo do sTibito un balde
de a^ua hirviente se RUEpeiide ínstíiiitaupa-
meote el mido de la ebullición, aq odias
palabras coilaroD de nu ^olpe la Uilla de
esa reuüion tíui animada»
LiíS diálogoB y colotjnio» dejaron de ser
jeiKíííUea; Htí hioierijn prticularea ea cada
pareja.
— ChoUto,^ — dma Ciirmcn a Aliaga;-—
enidudo con enamorarte por allá, desdguna
serrana,., ¡ai! bí Uef^aa enceder tal cosa,
me mncro de la cólerí*.
Aliaga la tran!.]ui]Í2aba como mejor po-
di a haciéndole mil promesas.
Orreí^, miéntma tanto, Ufieguraba a Eli*
fia que no dejaría de mirar y besar el retra-
to que de ella llevaba, como si fuera el
orijiual y do la imájen-
Blanca habia acabado por decir a Loetan
que esperaría con ansias su regreso, y el le
estrechaba calinosamente las manos, y aun
creemos que en un trasporte de entusiasmo
alcanzó a estamparle un beso en la mejilla
izquierda.
No se mostraba Olimpia más cruel que
aquella cotí Galvez, j suspiraba cuando
éflte le hablaba de cuánto iba a pensar en
ella durante su ausencia.
Soler y la india, sin saber eómo, habian
llegado a decirse mui dulcesy tiernas pala-
bras, j parecian mui entretenidos en repe-
tírselas,
Pero con todo, pasado que hubieron
algunos minutos, repitió:
— ¡Vamos! arriba la liliima copa!
Las copas se siiTÍerou,
— ¿Felicidad!
— ¡Porque sea feliz la marcba!
— 'I Por el pronto regreso !
—Por que luego nos volvamos a ver
juntos los que estamos aquí reunidos I
Después que Imbicroo bebido, comenza-
ron a levantarse de sus asientos y a diri-
jirse a I a sala donde habían dejado sus
kepis y sus espadas los oficial es -
En la sala la despedida se hizo con pala-
bras y demoatraeionca más expresivas. Has-
ta algunos lagrimones se desprendieron de
los ojos de Carmen y Elisa que abrazaban
estrechamente a sus queridos haciéndoles
mil recomendaciones.
— No olvidéis, chohto, tu mauta de vicu-
ña... dicen (jue por allá es terrible el frío-..
— No dejes de escri birme. . .
— Abrígate mucho... no sea que cojas
esas fiebres malignas de la Omya*.-
Y con éstas, otras muchas advertencias
y encaríTOS.
V('T fin fíe dieron el último abrazo, y al
verlos, tanto Lostan como Oah ez y Soler,
se dejaron contajiar por ti ejemplo j con
un Hipido pero tierno abr?zo sfj despidieron
1 es pee tí vam en te d e a q ue I las a q u i enes ha-
bian galanteado durante el imile y la cena.
Esto tenia ya higar eu ia puerta de
calle.
Emprendieron ellos la marcba y avanza-
ron por la calle volviendo a cada instante
la cara para contesfcir a las últimas pala-
bras de despedida que ellas defide la puerta
lesdirijían.
Listo para marchar
Cuando al torcer una esquina dejaron
los cinco capitanes de |>ercib]r las voces de
las qne habían sido sus compañeras de
baile y tertulia, Soler dijo:
— liemos pasado un precioso rato,
— Como no io esperábamos, — observo
otro,
— Esta Carmen tiene unas ocurre ncí as..-
lo del baile de máscaras ha sido notable,..
—Esa chica vale un tesoro.
— Todas ellas.
— A todo esto... ^qué hora es?. .
— Las cinco y diez mi un tos... ya estí
comenzando a aclarar...
— Tenemos tiempo sobrado.
Todo esto lo decían naiéntras caminaban.
Gal vez iba al lado de Lostau,
■ — ¿Qué te parece,— le decía éste, — mar-
charnos precisamente cuando comenzaba*
raos nuestras relaciones con ellas^ con
Blanca y Olimpia... cortar en el principio
esta aventura que tanto prometía...,
—Así es... no hace veíntlctiatro horas
que las conocemos y ya ha habido cartas^
encuentros, baile, declaraciones y hasta
tierna despedida... esto marchaba al va-
por...
— Y al vapor ha concluido.
— ¿Concluido?*, ¿por qué?,- a nuestro
regreso...
—Tú hablas de regreso como im tnriste
que viaja por su propio recreo, ¿Acaso
nosotros sabemos cuándo re gre.sa remos, n
siquiera si llegaremos a regresar?.. Per*
ann dando por un hecho que prontament
estaremos de vuelta en ^ta ciudad, ¿ere"
i
r
— 51 —
tú que Blanca j Olimpia par habernos tra-
tado durante aígunas lioras liayan queda-
do tan üuatüonidas quü ee tapeii líu orejas
cuando otros les haülcn de amor, y todo
por esperarno?; con el corazón en la mano ?
— Hombre, eres mui escéptico.
— Y tú mui crédulo,
— Db loa creyentes será el reino de los
cielos.
^Pero no el de la tierra, que es donde
están ellas.
Ya habían andado alt^unEis cuadran,
cuando Orrego dijo;
— Par¿i :io llegar todos juntos al cuartel
noB separaremos aquí y mar-^haremos por
distinta calles.
Así lo hicieron, de nmiiera que f nerón
llegando uno en pos de otro al cnarLtjl.
Aunque no tenían neecsidad de ocultar su
llegadu a tí^ Hora, puesto que no hablan
faltado a sus obligaciones ni a ninguna
orden, no querían llamar la atención apa-
reciéndose todos ellos a an mismo tiempo;
sabiau demasiado bien que siempre es con-
Tenlente g narda r ci e rtas apari enci as
Cuando llegaron los cinco compañeros,
ya las oompaüias habían tomado café,
A peaar de que la noche anterior habia
quedado listo el batalion, no faltaban nuc-
Tas órdenes a última hora.
El ayudante de semana no pai-aba un
minuto yendo y viniendo de un lado a
OtT0>
- ¿Ayudante ?~lkmaba el mayor.
— ¿Señor?
— Apure el rancho.*, alas seis y media
debe estar el almuerzo,
— Estará a esa hora.
—¿Ha hecho repartir las botas?
— Estoi esperando que esté bien claro.
— Pida a las compañías una relación de
todos los individuos qae quedarán en Lima-
— Bien, seiior.
Y el ayudante gritaba:
—¡ Corneta 1 llamada de sarjentos.
Tocaba el corneta; acudían los llamados
y recibian la orden para comunicarla a su
vez.
No bien concbia el ayudante de hacer
ésto, cuando ya kc le acercaba un soldado
a llamarlo de p;^rtc del mayor.
—A las seis y media se tocará asamblea,
le decía éste al verlo acudir, — que la
aardia entrante Heve todo su equipo.
— Yoi a dar la orden,
l^QBYamente sonaba la corneta, corrían
los sarjentos y la orden segnia su curso....
En las cuadras de las compañías no fal-
taba animación ni faltaba qué hacen
El capitán^ a quién desde la mayoría
nrjian con órdenes sobre órdenes, a su tur-
no apuraba a los tenientes, subtenientes,
etcétera,
—Teniente, ¿está ya la relación pedid»?
— El sarjento de senrnna tenga cuidado de
que los que van a enti-ar de guardia lleven
su equipo completo y las botas en buen
estado.
— Ca]íJtEm,^docia el teniente,- -un sol-
dado da parte de enfermo.
--[A última honil ¿qué diablo tiene?
— Un |^>ié la5t¡ mado, no puede marchar.
—Y yu está hecha la lista de los que se
quedan ^xir enfermos.
— Pero todavia no ha sido entregada*.,
se puede agregar su nombre al fin.
—Hágalo, pues.
~¿Mi capitán?
— ¿Qué dice, mi sarjento?
— 8e ha ordenado ir al almacén a recibir
las botas.
— Bien; iré yo mismo, venga usted con-
migo y con dos soldados para traer las bo-
tas. — ^Teniente, haga formar la compañía
para repartirlas...
Un momento después regresaba trayen-
do hiB botas.
Se repartían entre los que tenian laa
suyas más usadas.
Comenzaba en seguida otra jarana entro
los soldados.
—A mí me aprietan las botas.
—A mí me tjuedan largas.
— Cambiemos.
— A ver... éstas están pilonas... no tie*
nen de donde tirarlas.
— Estas si que me quedan buenas-. -
pero no me las puedo entrar
El coronel ya estaba en pié j llamaba al
mayor.
Luego comenzaba la afluencia de órde-
nes,
— Mayor, llevaremos las calderas del
rancho. . . con cuatro grandes y cnatro chi-
cas tendremos suficiente, — (jae no vaya
ningún individuo enfermo; eso sirve sólo
pam estorbo. — Mande buscar una carreta
para conducir a la esstacion el equipo de los
oñciales. — A las siete saldremos del cuar-
tel.
El mayor se apresuraba a llamar al aya-
\
— 58 —
dante para deBcartarse de aqud cúmiilo de
órdenee.. *
Loa oficiales en los momentos de que
podían disponer acndian a sus habitaciones
j daban ia última mano a sn lijero equi-
paje.
£n nn instante que el teniente Martel,
de quien antes hemos hecho mención, eo-
tralja a su pieza donde también vivía, como
ya io referimos, el teniente Alvar, nn sol-
dado le dijo:
— ^Ta BOU Isá seía y mi teniente Alvar
no ha llegndo.
— Yo lo bnsqné miicho anoche, ^replicó
el teniente, — para aviaaiie que hoi inwchá-
bamóB: pero no pude encontrarle; iquién
sabe dónde m ba metido!
—Todo BU equipo lo tengo listo.» he
guardado su ropa, menos el uniforme de
cuartel, para que en llegando se !o ponga,
puea anda con el de parada.
— Haa hecho hien, Peralta.., Con tal
que llegae a tiempo.-.
Peralta, como ñabemoa, era ol asistente
del teniente Alvar, del oficial a quien deja-
mos con Lucia en el hotel X .**
A las seis y media, como se habia orde-
nado, se toco rancho.
Aquella Lora no era muí adecuada para
almorzar, pero aun bíu ganas los soldados
comían o nacian esfuerzos por comer par-
tiendo del prudente principio que aconaeja
al soldado en campaña llevar siempre que
pueda una comida adelantada. Los que no
alcanzaban a come rae au presa de carne, o
su tumba como ellos la so lian llamar, la
echaban al moiTal.
Lne^o en las cuadras j patios del cuar-
tel se vio a los soldados con sus cananas al
pecho y su morral j caramayola colgados
. al cuello , -.,.- -...
— Dime,— decía Aliaga a su asistente,
— ¿está listo aquello?
, — Sí, mi capitán.
—¿Lo echaste a un morral?
— SI, mi capitán.
— ¿De qué se compone el cocaví?
— Una gallina fiambre, un pedazo de
salchichón, una docena de huevos duros,
una hbra de queso y cinco solea de pan*
— Ko está malo-..
Como se ye. Aliaga no se olvidaba del
estómago
— Por fin estoi ya desocnpado,— decía
Orrego juntándose en el patio con Loetaa
y Soler,
— Pues nosotros hace rato que conclui-
mos.
—Pero yo he tenido que hacerlo casi
todo; supónganse que me falta el primer
teniente de la compañía.
— ¿Quién? Alvar?
—Sí; él. Anoche tampoco estuvo mien-
tras se revistaba la compañía.
— ¿Faltó a la retrata?-- Me ertraña
porque ea on oficial mui cnmphdor^ — dijo
Soler.
— No faltó a la retreta; pero apenas to-
caron silencio, debió salir; pues no lo he
visto desde entónela.
— Seguramente no sabrá que estamos de
marcha.
—Tal vez,,, pei'o de todas maneras ds
una harbaridud.,. Por estar tan atareado
no he ido aún a darle parte al mayor...
voi en seguida.
Ya iba Orrego a ejecutar ésto cuando le
alcanzó tm oficial de su compañía para
decirle que un soldado Je había dado un
ataque de terciana,
— ¡A buena hora! a tiempo de partir!..-
vamos a verlo - --.-
La tropa estaba ya lista, y los soldados
en au mayor parte fumaban un cigarrillo
esperando el toque de tropa. Pero no por
esto dejaban de sobrevenir peíjueños in-
convenientes, lijeroa tropiezos, de esos que
es imposible prever, j que ateíidido el gran
número de individuos qne componen un
batallón, deben naturalmente estar suce-
diendo a cada instante. Ya a uno se le cor-
taba un botón de la canana, a otro se le
torcía una hebilla, al de mes alhi se le caía
el tapón de la caramayola y no tal ja que era
mui delgado, y asi en fin hasta el último
momento no faltaba algo en que entender-
Por fin la corneta resonó haciendo oír
el toque de tropa.
Este es uno de los toques que producen
el eíecto mas vistoso en un cuartel.
Todo el mundo acude pream'oso a sn
puesto*
Se deshacen loa corrilloap se cortan las
con versaciones, ol que estaba fumando le
da el último chupetón a su cigarrillo y
arroja, y todos se dírijen a su compa
andaudo tauto mas lijero cuanto menoi
su graduacionj de manera que el aup^
— sa-
lo encuentre ya eo su pacato al llegar; aaf
en apareciendo el capitán, no tiene m^ que
dar laa voces de mando para que aquélla
Be ponga en marcha*
Las compañías fperon saliendo de lus
cuadras 7 eeíorinaraii en el patio una acón-
tínuacioü de otra, de derecha a izquierda
por órdeu numérico.
El coronel con sna ayudantes j sus cor-
netas estaba en el medio del patio, solamen-
te tenia que hacer una sefial a su corneta
de órdenes para que el batallón sa pusiera
en marcha.
El teniente Martel tenia verdadero cari-
ño a su amigo j compañero Alvar, Caaudo
vio qae el batallón iba a ponerse ea marcha
y 8n amigo no ílegaba, sintió una mortal
desazón. Faltar a ud ejercicio u otro acto
análogo, ya ei-a considerado como una gi'a-
ve falta: ahora tratan doae de una marcha,
de una eipedicíon, el caso era mucho mas
serlo y tendría irremediablemente funestas
consecuencias.
Orrego paseando una miivnda por sa com-
pañía vio al teniente Martel ocupando el
lugar en que debia estar Alvar, Al instante
recordó que aun no le habia dado parte al
mayor de la ausencia de a^iuel, pnes había
estado preocupado por la mil atenciones
que le habia ocasionado su compañía^ y
cuando iba a hacerlo, como lo vimos, fné
interrumpido. Eabiando por tener que ir a
dar a última hora un parte que debia ha-
ber dado mucho dntee, llamó al teniente
Martel.
Este acudió.
— Dígame, teniente, ¿no sabe usted qué
es del teniente Alvar?
— No sé, capitán; tal vea citará enfer-
mo,..
— ¿Enfermo?,., habría avisado... ¡Es
una barbarídad!,.. faltar nn oñeíal a tiem-
po de marchar... jesto no tiene nombre!...
Y yo que todavía no he dado parte al ma-
yor... va atener nn disgusto conmigo al
ver que a última hora le voi con esa nueva. , .
Martel no halló qué contestar; veía que
tenia sebrada raaon el capitán. Este rabian-
do títnta por la ausencia de Alvar cnanto
por haberse olvidado de dar parte de esa
falta anteriormentL", salió de las filas din-
J! endose hacia donde estaba el mayor j
pensando en el modo con que este jefe iba
eeeuramente a replicar: "Y ahora no más
e usted a darme parte de éso.*'
artel quedó por su parte pensando con
.miento cuánto iba a costar aquella
falta a su amigo. Conociendo la estrictez
de la disciplina tenia la seguridad de que
si no llegaba a tiempo para marchar, seria
separado del batallón, lo que equivalía a
ser expulsado 7 perder de nn solo golpe
todos los méritos obtenidos ea cmdaB cam--
pañas y g I oríosaa batallas.
xm
Daticia primero; desesperación
después.
Muí lejos se encontraba Alvar de ima-
jinarae lo que sucedía en su cuartel.
Como a las seis de esa mañana se encon-
traba frente al espejo de un tocador j con
uu peine ea la mano se disponía a compo-
nerse el cabello.
Esto sucedía en el departamento del
hotel donde le dejamos la noche anterior.
Lucía estaba ahí* Miraba la imájen de
BU amante reflejada en el espejo y le son*
reía concaríño.
De pronto cojíó una silla y colocándose
detrás de Alvar le dijo:
— Siéntate.
Y al mismo tiempo poniéndole sus sua-
ves j delicadas manecitas sobre los hom-
bros le cargaba.
Alvar se dejó caer en la silla, impelido
seguramente más bien por la dulce emo-
ción que le producía aqnel lijero contacto
que por las fuerzas físicas de la débil
niña.
— Dame el peine, — añadió ella qnitáu-
dolé ese instrnmcnto con prontitud j gra-
cia j— verás que bien lo hago..^ ni en la
peluquería de Mercaderes.-,
Y comenzó a alisar los cabellos del jo-
ven.
— ¿Qué hora es?
Alvar miró su reloj-
—Las seia j diez minutos,— contestó
él.
— Dices que a laa siete debes estar en tu
cuartel*
—Irremisiblemente; a esa hora tenemos
ejercicio de armas.
— Y me has dicho que a loa que no asis-
ten les ponen arrestados.-, yo quiero que
no faltes, no, no... ai te pusieran arresta-
do, ¿qué haría yo, sola?..* y ¿dónde les
ponen? ¿les encierran?... a nosotras en el
coléjio por cualquier candidez nos eacerra-
— bA
ban en un cuartito chíqnito, oscuro, míii
oscuro.*, había pericote^..- ye» jio les te-
níív miedij... ctmiulo bentifi nli^ano le daba
duro, duro, cou ei libro,., poríjnt' me daba
'cólera siümpje qno me eueerraliau. , . ¿A
ustedes, los oficiales, tambit^a loa eucie*
rrati?
Alvar se rio al oir eata pregunta,
— ¿Por í[iié te rieB?
— A nosotros no noa encierran.
— En tunees pueden salirse cuando están
arrestados.
— Tam|X)CO.
— ¿Quién les detiene?
— La mzon.
—¿Qué? ¿cómo ee entiende éso?
— Basta que a un oficial le diga uíi su-
perior: f Usted queda arrestado,» para que
él no He mueva del cuarto de bandera.
— ¡Qué caudideü!.., pues a nosotras la
superiora tenia qüc mandar nos poner bajo
llave para que no uob saliéramof**
— Pero ya snpondríis que el jefe do un
batallón posee medios mas enérjicos que
una supenora de colejio para hacer i^espe-
tar BUS órdenes.
— Pero también ustedes son hombres...
ai yo fuera hombre seria mui brava, mni
liravo diré*., yo en el colejio no le tenia
miedo a ninguna niña, ni a otras múB
grandes qne yo...
Alvar escachaba con encanto la locuaci-
dad de la niña que al hablar daba donosas
inflexiones a su acento aegnn con venia a la
idea qne deseaba expresar; al mismo tiem-
po segnia peinándolo.
— Te dejaré esta ondí ta en el pelo, sobre
la frente...
— Eso ea mucho adorno para mi,— repli-
có Alvar mirándose en el espejo; — mejor
será dejar los cabellos como caigan natu-
ralmente.
— ¡Quéí ¿qué cosa?..< Bo, sefior... aai
está bonito,.. Y por dltimo así me gusta a
mí... y tn no tienes que parecerle bien &
nadie más que a mi... ¿ cierto ?,.«
Alvar contestó con una caricia a esta
pregunta.
— Estii conclmdo, — dijo ella aludiendo
al peinado.
Y yendo en busca de nu maletín o bol-
són de mano que habia traído de su caea,
sacó de él nu f i-aaquito de esencia de/raw-
gipann$ de Atkinson.
— Esto es para el pañuelo \ pero también
se le puede poner al pelo a íalta de aceiti-
llo.,.
— Bnsta.., me perfnmas demasiado.**
— Eswi olor me gusta mucho,,- yo he
leído en m% íibro que el olor ejerce influen-
cia en la memoria... un perfume hace re-
cordar a ía pei*bona que lo usa... fué enan
libro de Víctor Hugo... ¡tn nombre, Víc-
tor!... lo leí en francés.,, yo sé francés, lo
aprendí en el colejio.., ¿y tú.?,..
— Un fjoco»
— Er muí cansado eso del ac^ient grat%
atcent aigu,., yo siempre confundo esos dos
acentos... Sí, pues; un perfume hace recor-
dar a la persona que lo asa... mientras
sientas el olor de esta esencia te acordarás
de mí...
—No necesito de eso para tenerte siem*
pre en la memoi-ía» pues que te tengo en
el corazón.
— Zalamero.
Alvar volvió a mirar su reloj.
—Son ias seis y veinte minutos, —
dijo.
Y levantándose de la silla oojió a la niña
de las manos y la arrastró suavemente has-
ta un sofá, donde la hizo sentarse a su
lado.
— ¿Cuánto vas a demorar por allá? —
preguntó ella.
—Tres horas y media.
—¿Tanto? ¿qué vas a haoer? dimelo
todo.
—A las siete saldremos del caartel a ha-
cer ejercicio con las compañías; el ejercicio
durará hasta las nueve ; después ha i que
permanecer en el cuartel hasta que toqnen
fajina..*
— ¿Fajina? ¿qué eso? iqnó feo nom-
brre!...
— Es un toque de corneta para dar pner-
ta franca.
—¡Otra! yo na entiendo..,
— Eb para anunciar que podemos salir a
la calle.
— ^¿Y a qué horas tocan esa cometa?
— ^A las diez*
— ¿Quévoi a hacer sola a(|UÍ hasta esa
hora?... ¿Regresarás cu cnanto te desocu-
pes?
— Sin perder un minuto.
— ^Ven mui lijero... en un coche.,. Es-
tando a tu lado no tengo miedo; pero cuan-
do quede sola voi a estar temiendo... Si
viniera papá...
— Tendría que ser adivino pai^ sab
que estás aquí* Antea de las diez y med
me encontraré do vuelta, permaneceré w
rato contigo y en seguida iré a disponer
— 55 -
necei^ario pauíi qne íioi mi sino podamos
trasladarnos a otra pane; eiitéiices qiiedfi-
remos mus tranquilos,
Lucía se había pneeto iiepeii ti ñámente
Í)enaativa. Habia bajado la cabera j tenia
a vista fija en la alfombra del piso.
— Te estás entristeciéndomela dijo tier-
namente el oficial rodeándole con el brazo
en flexible talle: — acuérdate qne me has
prometido no entrÍBtetx.íi te m^U,
— Nopuedo,, cnando me acuerdo de
mi casa-., de lo qne he hecho... fiíeutoqi^e
se ine parte el corazón... no sé... no p nodo
dominarme.,, me asalta eae pensamiento, „
Te arao mncho, muellísimo, no quiero mrta
qne teneite a ti en la imajínacion; pero a
pesar mió se me presenta d reci:erdo de
papii. de mí tía.., de mi casa... de todo, , .
Alvar a fuerza de caricias tmtó de disi-
par las sombras que acudían al semblante
de la niña.
— YesmoB, — la dijo trata rulo de diatraer-
la de sus ideas y dirijieudo una mirada
hacía UDa silla sobre la cual habia quedado
e! maletín de Lucia r — veamos qué es lo que
tienes en este maletín.
— ¡Cnrinso! — replicó ella arrebatándole
vivamente de la mano el bolsón que ya él
habia cojido.
—¿Tienes algún secreto en él?
— Nada.
—Déjame verlo* entonces,
—Espera.,, jote mostraré.
Abrió ella el bolsón y sacó una cajita
con polvos de arroz y el frasquito de esen-
cia que ya hemos visto.
—Perfumes, —dijo Alvar sonriendo, se
conoce qne eres limeña.
— í Cómo! qué í ¿las chilenas no usan
perfumes?
— Loa usan, pero con menos profusión.
Sacó ella en seguida un pequefío estuche
forrado en terciopelo dentro del cual se
vieron nnas tijeras, un dedal de plata y
otros utensilios semejantes. Lucía miró
sonriendo a su amante; éste reconoció el
estuche; era un obsequio suyo.
Después vino un paüuelo, algunas alha-
jitas j otros objetos del mismo estilo.
— No hai m:Í3j — dijo ella cerrando el
maletin. pero dejando Incir en sus labios
una sonrisa que desmentía esa asevera-
var haciendo nu lijero movimiento
^. el bolsón v lo sacudió sin arrancarlo
manos de Lucia. Uu ruido se ojo den-
— Sí hüi más,— dijo el joven riendo,^
sí hai otra cosita que ha sonado,
^íCurioso!
—Ese es el secreto*
—Pero DO lo es para tí..." tu lo cono-
ees.,. Adivina,,,
— Si pudiem «divinar no necesitaria
verlo.
— No quiero dejarte con la curiosidad..-
Abrió Lucía el maletin y Alvar divisó
en el fondo de él uu paiuetíto de papeles
manuscritos, Fiicil le fue reconocerlos a la
primera mirada : eran las cartas que él la
había escrito en diversas ocasiones.
—Siempre las llevo conmiíro,— dijoelk;
— ahora cuando quede sola te esperaré le-
yéndolas.
Alvar pa^ó con una espontánea caricia
aquella sencilla muestra de amor.
Las últimas palabras de la niña le hicie-
ron recordar su obligación de ir al cuai-tel.
Miró nuevamente su reloj.
— Dos minutos más de las seis y media,
— dijo, — es preciso qne me vaya.
Se lc^'antó de au asiento j se puso el
kepis y la espada*
— ¡No demores!— exclamó ella tomán-
dolo de un brazo;— ; qué largas van a ser
para rní estas horas! Voi a estar temiendo
que vaya a sucederte algo y no puedas re-
gresar^,.
— No seas loca,,, a las diez y media a
más tardar estaré aquí.,, voi a dejar mi
reloj para que veas en él labora.,,— repli-
plico Alvar dejando su reloj sobre una
mesa.
— Yoi a estar contando las horas...
— ^Para que crean los que están alojados
en este hotel que va a quedar solo este de-
partamento y nadie venga a molestarte,
voi a dejar con llave la puerta y a llevar-
me la llave en e! bolsillo. No creas, — aña-
dió él riendo, — í^ue vas a quedar encerrada
como en el colejio, pues estando adentro
con descorrer los cerrojos puedes abrir la
puerta sin necesidad de llave,
— Laia diez y media, — dijo ella, y con-
tando con los <ledos añadió: — una, dos^
tres, cuatro.,, ¡cuatro horas!
— A lo sumo.
Lucia había acompafiado a au amante
hasta la puerta tCTiíéndole el cuello rodea-
do con sus Uíiifí nidos brazos, Al llegar
ahí Alvar la tomó la cal>eza entre sus ma-
nos y dándola repetidos y apasionados
besos, la dijo;
— Hasta luego.
— 56 —
— ¡Ai, uo sé por que estoi toda ternero-
fia!...
— No seaa aprensiva, — replicxi él repi-
tiendo sm caricias.
— Mientras estés por allá no dejes de
EBBar en mi,..— ^le dijo ella Tiétidolo abrir
puerta,
Alvar salió y antea de volver a cerrar
la puerta dirijíó una última mirada a la
niña.
— Ácrtérdate de que yo qoedo aqoí espe-
rándote,., sola,..
Al decir esto fijó ella bus n^roa ojoa en
los de su amante-
E&a mirada produjo en Alvar la más
profunda impresión. Aquellos ojoa habla-
ban nn lenguaje mudo pero ekjcuentísimo
qne el oficial comprendió, su mirada era
amorosa y a la vez suplicante í pedia amor
j al mismo tiempo proteocion.
Bajo laiaflueucia de aquella muda súpli-
ca, Alvar cerro maqni nal mente la piierLaj
torció la llave y sacándola de la cerradura
la guardó en el bolsillo de so pantalón.
En seguida echó a andar hjlcia la esca-
lera llevando estampada en la i mají nación,
creyendo ver todavía la mirada de aquellos
ojos tan queridos,
— Es, — pensaba, — la primera vez que
me mira asi,., y es la primera vez que me
separo de ella siendo sa amante... Yo soí
ahora para ella todo... su uoico amparo,.,
todo, todo,..
Un momento después fie encontraba en
la calle y tendia la vista a todos lados espe-
rando divisar algún coche. No hiendo nin-
guno, se pnso a andat- apresnrando el
paso.
— Me conviene, — se decía,— estar en el
cuartel antes de la sií^te para cambiar de
uniforme, pues ando con e] de parada y no
he de ir con éste al ejercicio... pero tengo
tiempo sobrado.
Mientras caminaba le venían a la me-
moria todos los acontecimientos sucedidos
desde la noche anterior, A pesar de sentir-
se embriagado de felicidad al considerarse
daeno de la linda niña a quien amaba, no
dejaba de pensar en la parte menos poética
de toda aquella aventura y conocía toda la
gravedad del paso que había dado.
No abrigaba temores respecto a que el
padre de Lucía descubriera el lugar en qne
estaba la niña. Esto le parecía muL difícil
por la misma circunstancia de estar ella en
un sitio casi público como era el hotel,
donde seguramente no pensariaen ira hin-
carla,
Pero de ninguna manera podia ella con-
tinuar en el hotel; eso Uamaria indudable*
mente la atención de todos los huéspedes,
de los mozos, etcétera; no había ni que
pnsar mas en eílo. Era necesario buscar
lo más pronto p>t:»sible, ese mismo dia, una
casita, algún sitio seguro, qne se convir-
tiera en nido de amores,
Encvoiitrar alguna casita qne arrendar
no era cosa mni difícil; en cuanto al mue-
blaje, Alvar poco se preocapaba: como
militar eu campaña desde hacia algunos
afios había oonoluido por convencerse de
que los muebles que adornan una casa son
en su mayor parte superfinos, inútiles, y
que con una cama, un baúl y un lavatorio
hai lo suficiente,,.
Sin embarga, no pensando hacer que
Lucía llevara también la vída de campaña,
se buscar i a algunos muebles de loa mas
necesarios, ya comprándolos, ya alqailáu*
dolos y poco a poco se iria euriqueciendo
el ajuar.
Para Alvar era de poca imjxjrtancia todo
esto, es decir lo que llamaremos la parte
material del porvenir; todo se redncia a
cierto gasto de dinero. Lo qne más le preo-
cupaba era la otra, la parte moraL
Lucía era üiia tierna joven tan pora
como inexperta que vivia al lado de su
padre. El la habia hecho abandonar su
hogar y su familia, la habia hecho perder
bienes tan preciosos. Desde ese dia era
dueño no sólo de su amante corazón, sino
de toda ella, de su porvenir, de su vida.
Aquella niña tan linda como enamorada,
lo habia abandonado todo por él; ahora él
debia ser todo para ella, su amor y su sos-
ten.
Asi díscurria Alvar mientras seguia ca-
minando hdcia el cnai-tel.
Por instanttjs, a pesar suyo, se le presen-
taba a la imajiuaciuu Lucía abandonada
por el y ¡siguiendo las huellas de tantas
niñas que incapaces de resistir a la miseria
se habían dejado arrastrar por la deprava-
ción, Lucía tan tierna y tan bella, esa mis-
ma niña a quien amaba tanto y cuyas
caricias Lenian pura él tan precioso valor,
ella, cayendo de bra^o eu l>razO;, sirviendo
de juguete para las bajas pasiones, de" la
por uno, toncada por otro, despreci a,
abyecta, envilecida, depravada,- ^ ba
idea le horrorizaba.
ogl.
— 57
— Abandonarla a&ri a una infamia* «i. ¡no
lo haré nnoeal
Esto iiiurmural:>a Alvar.
Y lo decia con fé.
EnTiielta en todoa estos peneamíentoe se
encontraba bo mente cuando llegó al cuar-
Entró distraídamente hallándose seguro
de que aun no eva la liora del ejercicio.
Pasó el zaguán j a] llegar al patío que-
dó atónito contemplando el cuadro rjue se
ofrecía a bu vista. El batallón estaba for-
mado, toda la tropa armada y equipada, J
el coronel en el medio del patio.
Siendo él militar, fiicil le fué sospechar
al insta ij te <]né significaba aquéllo: el eEtar
la tropa equipada y en esii formación sólo
podia explicarse de una manera: el baLillon
iba a partir.
Por instinto, siguiendo el primer impnl*
so, se dirí jió a su compañía, ejecntando un
acto que todo militar hace al fin maqni-
nalmeute por la fuerza de la costumbre^
pnes conduje por considerarse como una
parte, como un pedazo de bu compañía; 7
lo ^ en realidad.
Para llegar basta ella Alvar pasó natu-
ralmente por retaguardia de la tropa que
circundaba el patio; atravc&ar éíite habría
sido mostrarse ante los Jefes, eosa que se
halla mui lejos de querer hacer un militar
que llega atrasado.
Era precisamente aquel el mnmento ea
que el capitán O r regó se dirijia doude el
mayor a darle paite de la auseucía del te-
niente. Como sabemos, Orrego iba disgus-
tado por haber demorado en dar esc paite
hasta nltima hora. C/on nna vaga esperanza
echó una mirada a la puerta d^ calle. Ali-
viado de nn g-ran peso se sintió al divisar
que venia entrando Alvar, Volvió enton-
ces sobre sus pisíís y * atravesando las ñlas
de soldados salió a! encuentro del teniente*
— I A esta hora se viene aparee i cndo, te*
jiiente! — le dijo con aspereza y lanzándole
nna severa mirada.
—Yo no sabia, capitán,-. — contestó Al-
igar balbuciente.
—Debía haber sabido.*. Vaya a tomar
su colocación-
El joven no halló qué replicar y fué
liácia su puesto que estaba ocupado como
— lo dijimos por el teniente M artel.
— ?Quó significa esto? ¿dónde va el ha-
'lon ? — preguntó con ansiedad a sn ami*
en Toz baja.
—Vamos a marchar,-, al interior.*.
—¿Hasta dónde?
— íío se sabe,
— I Por cuílnto tiempo?,..
—No se sabe nada, nada,..
Estaa palabras se cambiaron con rapi-
dez.
En ese instante volvió a aproximarse ft
Alvar el capitán Orregodiciéndole:
—Vestido de parada-.* está usted de
lunar... vaya a cambiarse de uniforme*,,
apárese,,, ya vamos a salir...
Alvar oía todas estas palabras sin oom-
prenderlaa. Estaba anapeiiso, alelado, em-
bobecido. Toda sn imají nación la ocupaba
una sola idea traducida por estas frases
qtie él promindaba interior mente;
-j Vamos a partir!... ¿Y Lucía?..,
Sa asistente. Peralta, se acercó a él di-
ciéndolé:
~Mi teniente, aquí tengo su uniforme
de cuartel,., esti listo,-, lo tengo en ese
cuarto..,
Y designalja uno cuya puerta estaba a
cuatro pasos detnis de efloí.
Todas estas palabras se habían cambia-
do con gran rapidez, pues sólo se c imperaba
la voz del coronel, o más bien el sonido do
la corneta, para emprender la marcha. Era
preoiso aprovechar el tiempo*
Afortunatlamente pata Alv^ar en ese mo-
mento el coronel 01 denó que se viera por
última vez si en las tilas no había algún
soldado (]ue no estuviera en perfecto esta-
do para marchar. Esto proporcionó algu-
nos minutos de espera.
Alvar se dirijió al cuarto que le aeftalabá
su asistente, Al hacerlo se encontró con
Martel que había pasado a la íila exterior
cuando le cedió el puesto.
. -^Oyeme una palabra... ven.,- — le dijo
Alvar.
Kti compafiOTO le siguió,
O u and o estuvieron dentro del cuarto,
Alvar le dijo:
— Me encuentro en el trance müa apu-
rado.
— ¿Qué te sncede? — preguntó Martel
alarmado por el acento de su amigo,
"*Te lo explicaré en dos palabras; ano-
che saqué de sn casa a mía niña y Ja he
dejado en un hotel creyendo volver dentro
de pocas boras.
— íBah! por eso no más te apuras tan-
to. «. ella conocerá el camino y se volverá
por donde mismo,.. — 'Contestó Martel Bon-
riendo.
—Te equiYocaa,*. no es una persona
6
— 58 —
1
como te íraajíuas.-. no puede regresar máa
asucaüa... es una niBa ÍDexperta...
— Entóncta el asunto es... formal...
«-Para mi ea de lo máa formal qne haí
«n el mundo... Dejarla ahí abandonada
seria k mayor infamia... no puedo hacer
semejante oosa.-.
— (jY qué partido piensas tomar?
— No lo &ó... la cabeza me arde... nada
se me ocurre...
—Puedes dar parte de enfermo y que-
darte en Lima.
— Ebo seria una baja acción.,, esa men-
tira en el momento de partir a una expedi-
ción en que puede haber peligro... podría
aer interpretada hasta de cx>bardía... no se
pncde... prcfüriria hacer mi renuücia del
batallón...
—Hombre, tomas muí a pechos el asun-
to... ten un poco de calma y tratemos de
Arreglarlo. . . Puedes mandar a alguien don-
de tu Dulcinea para que ie advierta de lo
que pasa y que te espere en el hotel.. -
^Imposible!,, es una niña de diez y
seis años que nunca se ha visto libre... qué
va a hacer sola en un lioteL.* sin saber
hasta cuándo...
—Podemos hacer otra cosa... tú conoces
a Josefina...
— Tn querida.
— Si; puedes dejarla en casa de ella.
Alvar movió la cabeza demostrando que
no le satisfacía la propuesta-
—No te ofendas,— ndi jo; — tú bien sabes
que Josefina es una muchacha; . - de mun*
do... no puedo dejar eu an poder la niña
de que te hablo...
Aunque quiari;^ no le gustó a Martel la
manera como calificaba a su querida, no
hizo alto cu ello considerando la desespe-
racíoE de su amigo.
—Si yo hubiera podido imajinarme que
hoi partíamos» de uiuguu modo la habría
hecho sahr de su casa... Si la dejo ahi, qué
va a ser de ella... estol desesperado..- no
sé qué hacer. . . pero antes de dejarla aban-
donada a su suerte, tomaré cualquier par-
tido... haré mi renuneia del batallón...
— Ni digas tal cosa... ¡a tiempo de salir
a una expedición!
— Seria feísimo...
¿qué hacer?. •
— ¡Con qué cara te
última hora haciendo
aun ereo que te la aceptarían hasta después
de regresar...
indecoroso.
pero
iriajs a presentar a
tu renuncia! . . ni
— Me saldré entonces de laa £laa y me
quedaré aquí. . ,
— ^No digas semejante disparate..*
En ese momento apareció en la puerta
del cuarto el capitán Soler.
—¿ Teniente Alvar? — dijo llamando:—
óigame una palabra.
Alvar se acercó a él obedeciendo maqni-
nalmente.
— Sin quererlo,— le dijo Soler,^ — he oído
todas sus palabras; estaba ahi, al lado de
de afuera, afirmado en el marco de la ven-
tana escribiendo los nombra de dos solda-
dos que van a quedar en Lima por enfer-
mos... estoi al corriente de loque le sucede;
me ha agradado mucho su delicadeaüa para
no permitir que ella quede en poder de esa
Josefina a quien usted reputa de... mala
cabeza.-. Voi a ofrecerle un modo de salir
del conflicto.
Alvar le dirijió nna mirada suplicante.
—Yo conozco una persona... dig:na, en
cuya casa puede usted dejarla sin temor,
confíe en mi palabra.. -
— Basta que usted me lo diga, capitán,
— replicó Alvar que se sintió renacer coa
aquella oferta,
— No tenemos tiempo que perder... voi
a escribir cuatro letras a aquella persona...
Diciendo esto sacó Soler del maletín que
llevaba colgado al cuello uq pliego pequeño
de papel y afirmiíndolo en la pared^ escri-
bió en ól con lápiz lo siguiente, que Alvar
iba leyendo a medida que se escribía:
4t Luisa:
]& Atienda y hospede en su casa a la nífia
que le entregue este papel. Sera uno de los
f avoríB más grandes que me haya hecho-
Ella se lo explicará todo. — Suyo,
Soler ^ »
En seguida cacribió ea un sobre esta
dirección:
ífSeñoi-a doña Luisa L. v» de Monte*
mar, — Calle de Calón je, númeio 7.»
Y puso el pliego dentro del sobre, di-
ciendo a Alvar:
— Que se presente ella con esta cartíta
allá donde indican estas señas; estoi sognro
de que Luisa la i-ecibirá y atenderá lo me*
jor que pueda.
— ¿Y con quién voi a remitírsela?— í
el teniente pensando en ello.
i
-< 59
— Coa Peral ta» — replicó Martel que ae
había acercado a ellos.
— Peralta tiene también qne marchar.
— No; temiendo que tú te quedaras en
Lima, lo puse en la lista de los enfermoH;
da conaignicnte no marchará. Ahora es
preciso que para remitirle la carta que ha
escrito el capitán Soler, tú la escribtia otra
explicándole lo qne sucede.
Al mismo tiempo daba Martel a Alvar
nn pliego de papel y un lápiz.
Alvar escribió afirmado en la pared:
«Lucía;
íAl llegar al cuartel me he encontrado
oon qne vamos a partir para el interior.
Ha sido una cosa impensada; te juix) que
nada sabia ?oí créemelo, no me jusígnea
antes de oirme.
sTe incluyo nna carta para qne vayas
donde indican las señas h Esa señora te
stenderíi y cuidará; aunqne yo no hi conoz-
co, me lo ha asegurado el compañero que
firma esa caita, quien merece completa fe-
Ten confian aa.
>íío tengo tiempo para cácribirte más.
iTe amo siempre; crét;Io por lo más
sagrado.
Peralta estaba ahí a un lado; b habia
oido todo. Tenia en sus manos el uniforme
de cuartel de su teniente.
Cuando vio que éste concluía de escri-
bir, le dijo :
—Mi teni(!nte, aquí tengo au uniforme.
Alvar comenzó a cambiarse de ropa.
El capitán 8oler habia salido al p^tío,
— Hombre,~dijo Martel a su amigo í|ne
continuaba mudfijidose de roj>a,— con tu
atolondramiento quiaás has olvidado una
cosa.
—¿Qué?
' — Supongo que tu dulcinea no tendrd,
dinero, y esto es tan necesario en todo
líaso...
— Pensando estaba en ello.- tampoco
tengo yo gran cosa... y a última hora de
dónde voi a sacar... a ver... aquí tengo
trescientos cincuenta soles... y tii... ¿pue-
des prestíirme algo?, .
— Yeinte pesos..* tómalos...
'^ "do esto ei poco.., ¡quién sabe cuán-
js a demorar por allá ! . .
e todas maneras, mándale aunque
..o... cambiando los pesos por papel
— '*" hará aquello un total de seiscien-
tos soles... peor es nada... Dale ahora tus
instrucciones a Peralta.
El asistente ayudaba a vestirse a Alvar.
— Ya sabes de lo que se trata, — ^le dijo
— Sí, mi teniente.
— ¿ Has comprendido ?
— Déjeme a mí, mi teniente, — contestó
el soldado que era un muchacho mui des-
pierto y habla tomado cariño a su oficial,
a quien servia desde mucho tiempo atrás,
— déme las cartas y los soles, y no pase
cuidado.
— Tómalos...
— ¿Dónde está la señorita?
— En el hotel X,. ¿lo conoces ?
—Sí.
— En la pieza número 16... No tendrás
necesidad de preguntar nada a nadie...
Toma esta llave... con ella abrirás la puer-
ta...
El sonido de la corneta interrumpió a
Alvar.
— Nos vamos... — dijo Martel saliendo a
toda prisa...
Alvar lo siguió, diciendo a Peralta:
— Ve a ponerte a mi lado mientras mar-
chamos; tengo algo más que decirte.. .
Aun iba Alvar concluyendo de aboto-
narse su dolman, cuando volvió a sonar la
corneta tocando «atención, derecha y paso
redoblado.»
Todo el batallón como si fuera un solo
individuo se puso en marcha.
Peralta corrió a colocarse al lado del
teniente Alvar que ya, por supuesto, iba
marchando.
— Muchas pruebas me has dado ya de tu
intelijenoia y buena voluntad, —le dijo el
joven; — ahora necesito de ambas más que
nunca... Con la llave que te di abrirás la
puerta... ella ha de creer que soi yo. i. le
darás las dos cartas... y le explicarás loque
ha sucedido, que repentinamente han dado
la orden de marcha... en fin, confío en tu
intelijenoia. . ,
— ^No pase cuidado, mi teniente, lo haré
lo mejor que pueda. . .
— Harás todo eso con prontitud e irás a
la estación donde se diri je el batallón para
darme cuenta del resultado... sin falta, te
espero. . .
— Voi a guardar en el baúl el uniforme
de parada que usted se quitó... y corro en
seguida al hotel. . .
—La dirás también que tú eres mi asis-
— 60 -
I
tente*.* que Tas a quedarte en Lima j la
atenderiis, ^ *
PeraJta regresó al cuartel j el batallón
coütmuó su marcha.
xry
Peralta recurre a ta elocuencia.
Al tíiitmr al cuartel, Peralta se dírijió al
cabo dií la guardia, dicíéudole:
—Mi ciilüHü, ven^o mandado por mi te-
niente a biiacLvr bu equipo para UeTárselo a
la estación.
Estaa' palabras tcnian por objeto adver-
tir al cabo qne iba a aalir pronto nueva-
mente, puea sin esa advertencia se e^ix^uta
a que no le permitieran la salida del cuar-
tel una vez que hubiera piardado el uni-
forme de Alvar,
Peralta era un mozo de veintiocho años,
pelinegro, de mirada ex^^resiva y ademan
resuelto.
Hacia míís de doa años que era aaiatente
de Alvar. Este lo habia tratado siempre
COD deferencia y se habia mostrado tole-
rante con el dispeuSílndole en muchas oca-
siones pigunas faltillaa, ya algún exceso en
el culto de Baco, ja algún olvido en la
asistencia a lista.
Uu dia le dijo Alvar;
— A mi DO me gustan loa borrachos;
cuando bayas bebido trata de que yo no te
vea.
Dos semanas después faltó Peralta del
cuartel dnmnte todo uu dia y íina noche,
Al verlo de regreso, el oficial le pregunto
con enojo;
— ¿Por qué has faltado?
— llabia tomado un trago, mí tenictite,
— ^replicó Peralta cuadrándose.
—¡Y tienes la insolencia de decírmelo í
— Mi teniente, usttd me ordenó que
cuando tomara do me píisiera a su vista.
Viendo la seriedad cou qnu hablaba el
asistente, Alvar estuvo a punto de reírse.
—Pues bien, — contestó; — anoche tuve
qne hacerme yo mismo i a cama, y esta ma-
ñana no tuve ni agua para lavarme; todo
por estar esperando que tú vinieras; será
pi-eciso qne cuando quieras beber me lo
avises con tiempo para tomar mis medidas.
— Muí bien, mi teniente; pero..-
— Pero... ¿qué?
Peralta hiao un jesto de vacilación y res-
pondió:
— Ahí es el caso - . . que uno muchas ve-
ces no sabe cuándo va a tomar... como e«o
no está a lo que manda la voluntad, sino a
lo qne manda el bolsillo..- j a veces bai
led y no hai plata „, j si a uno le sale algnn
amigo que lo convida... y uno no puLsie
adivinar cuándo le va a salir esc amigo.-,
—Suficiente; para que no estés sujeto a
la vaguedad del acaso, siempre que te ballea
en aquella ciR^unstaucia, la de tener sed y
no plata, avísamelo; yo te daré dinero con
la condición de qne no aceptes esos impen-
sados convites.-, y por último, no quiero
que mi asistente ande bebiendo de gorra,
de bolsa, de mogollón.
Peralta no echó en saco roto esta adver-
tencia. De cuando en cuando, miéntraa
cepilkba la ropa de su teniente, solía des-
cirlc;
— ¡ Qué calor ha hecho boi, mi teniente !
La saliva se le hace a uno engrudo.,*
Alvar se sonrcia; sacaba del bolsillo unos
diez o veinte solea y dándoselos, le daba
también permiso para pasear hasta el día
sígniente.
Otras veces Peralta se expresaba de otras
maneras;
— ]Ai! mi teniente; hoi al ranchero se
le pasó la mano con el ají.. . ¡estaba tan pi-
cante el rancho ! - . la boca me arde como
si me hubiera comido un sinapismo* . .
O bien:
"No sé lo qne tengo, mi teniente... una
fiebre, el pelo tieso como cerda, los nervios
ño jos como ffüiros y la boca seca*-* como
la yesca..-
Aivar comprendia que esa boca necesi-
taba remojo, y se lo proporcionaba.
Peralta habia concluido por tener na
verdaílero cariño a su teniente. Por este
motivo habia escuchado cou sumo int-ürea
las palabras que esa mañana cambiara el
oficial con Soler y con Martel.
Viéndolo tan acongojado, se habia pro-
puesto poner de su parte cuanto le fuera
posible para remediar todo aqutil asunto.
Una vez dentro del cuartel, corrió a
gtiardaí" en un baul el utiifonne de parada
que acababa de sacarse Alvar. En seí^'uida
cojió oi equipo de este» que aunque lo tenia
listo no lo habia remitido a la estación por
no saber si su teniente marcharia con el
batallón.
Peralta estaba desarmado, pues com-^
sabemos no iba a marcliaí', 8e colgó al cue
lio un morral, un maletín, una caramayola
y un rollo formado por un dos frazadas *^
un capote: era eso el e<iuipaje de Alvar.
i
— 61 —
Hecho esto Éialió del cuartel a todaprisíi
y se dirijiü al hottíl X,
— Mi teniente no tiene un pelo de ton-
to, — se decía camínando,^ha dejado a su
prenda con llave... bien (jne hace... las
mujeres tienen el ojo tan yívo y la volun-
tad tan deBpiert a... y luego andan tantos
interesados. . . Cuando sepa tjUe mi tenien-
te eetd, de mfirolia va querer agarrar el cielo
üOü las nianofl,,. ¿cómo me las voí a coui*
■poner para sosegarla?... aquí te quiero ver,
Ptíralta... Y el tiempo apura... tyn^o que
hablar con la nina y alcünKar a mi tenien-
te en k estación.*, a liía ocho sale d tren...
Si encontrara un aichc para andar mú8
lijero... pero no se te ninguno...
Pensando en esto alargaba el paao*
Por Un llego al hotel X. vSubió la esca-
lera ein vacilar j una vez en los altos an-
duvo al acaso por un pasadizo basta encon-
trar el número 16.
La puerta estaba cerrada. Sacó la llave
que llevaba en el hokillo y con ella la
abrió.
A su vista se presentó una nina que al
verlo retrocedió demostrando fcsorpresa y
temor. Era Lucía que había acudido cre-
yendo era Alvar el que venia.
— No se asuste usted, señorita, vengo
mandado por mi teniente Alvar.
Estas palabras tranquilizaron a Lu-
cia.
Peralta entró y cerró tras sí la puerta.
— Soi su asisttnte, — dijo,
— ¿Víctor lo envia a usted? — preguntó
ella deseosa de conocer el objeto del men-
saje,
— ^Yíc?... i Ahí eso es: Yictor Alvar...
Como alU en el cuartel sólo se le llama el
teniente Alvar, no le habia entendido a
nfited, . .
Peralta se quedó nu instante indeciso.
Habia venido preparando un discui-^o en
el caniinoí pero al ver a Lucía tan joven y
hermo8í\, p^f.siñ^ en el dolor que iba a can-
earle dándole la noticia de golpe o ccín
poca preparación, y encontró que su dis-
curso era muí corto y descarnado. Era pre-
ciso improvisar otro, cálamo eurreute.
— ¿Con qué objeto le CQVía él a usted?
— tornó a prt^gnutar la niña, más por cu-
riosidad qne porque sospechase algo de la
-Eso es al justo lo qne voi a decirle...
« decírselo a usted cb para lo que me
mandado mi teniente; y yo como buen
itar tengo que obedecer.,* la obedien-
cia, eso sale en la Ordenanza... todo mili-
tar, desde el tambar hmíí\ el coronel, todos
tienen quien los mande; ninguno se mane-
ja por su cuenta, siempre tiene alguno
encima... y icnidadito! que no le dicen a
uno «hágame el servicio, i> íí^hágarae el fa-
vor^p «hágalo ix>r hu mamita».., ¡nadaí
sino, aha^a ésto,» «haga esto otro,:» calla-
dito la boca, tuerto o derecho y san-se-
acabó... ¡redoblado, marchen!»,,, y mar-
cha, no unís... — «Que, señor, que me
duele un pié.— No importa ande con el
otro,,i> Y no hai que darle suelta... no
hai consideración alguna que valga... AM
tiene usted lo qne fjüsaí ahí tiene usted la
que le ha pasado hoi a mi teniente... llega
al cuartel y le dicen íi marchéis y tiene <]ue
marchar...
—¿Marchar?... él ha ido al ejercicio,
según me dije
— Sí; al ejercicio.., pero el ejercicio va
a ser un poquito mas lejos...
— ¡Cómol ¿más lejos? — exclamó Lucía
sobresaltada.
Peralta pensó : eya llegamos a lo bueno, u
y tratando de mostrar calma, añiuiió:
—Es aqui... cerca... nn paaeito en
tren,,,
— [Por el ferrocarril! — exclamó Lucia
palideciendo;^ — es an viaje entonces,,.
— Xo tanto,,, no se asuste, senorita..-
es cosa de ir y volver... mañana mismo
piensa estar de vuelta...
— I Mañana ! . . . peVo él me ha dicho que
1 negó . , . a 1 as di ez y mcd ia i b ¡ i regresar . . -
— Es que mi teniente no sabia lo que iba
a suceder... solameute al lle;:;^ar al cuartel
se encontró con que el batallón iba a mar-
char . . , y t u vo ü u e m archar tam bi en . . .
— I Ha marchado ! - . ¡y me ha dejado
sola ! , , ,
Lanzando estas palabi"as como una qse-
ja, como un alarido, TjUcia se dejó caer en
un sofá llevándose ambas manos a la cara.
Quiso hablar, pero el llanto la ahogaba^ y
solo pudo e.\iialar un sonido gutural a la
vez que su semblante ee bañaba en lágri-
mas-
Peralta se apresuró a acercarse a ella,
pero sin hallar que hacer. El esperaba,
recordando lo fjae habian hecho algunas
camaftxdds al ser dejadas por sus amantes,
que Lucía se hubiera encolerizado. Cuan-
do vio que la niña se eutregaba muda a su
dolor, quedó desconcertado, Al fin pudo
decirla:
— ¿Sola?... no, señorita,,, no la ha deja-
— tí2 _
do aok.,, no ee aflija osted tanto y óiga-
me... me ha dado nun carta para ueted..,
— ¿Uua carta?,,, a verla,., ^di jo ella
€ngai¡íiidose los ojoa coa las manos*
Peralta se la dio,
Cojtüla ella vivamente j volviendo^ se-
carse los ojos para poder ver, leyó lo que
habia escrito Alvar.
— ¡Me dice que se va para el interior I.,.
;no podnl regresar tan j)ronto ! . .
— No llore más, señorita. . . mire usted,.,
lea la otra carta . . , aquí esta, . .
Leyó Lucía la otra carta que era la es-
crita por Soler, y seguramente sin com-
prender lo que decía, exclamó:
— Esta üo está escrita por él.
— No, pues; la escribió mi ca|)itan Soler
para esa aeñorita doudo debe ir usted a
esperar a ini teniente. . , es una señorita
mui respetable, mui buena.,, la cuidará
mucho a usted... basta i^ue mi capitán So*
1er la recomiende, . , Además yo también la
atenderé a usted, . , para eso me quedo cu
Lima, .. ya lo ve usted, *, no tieüe usted
porque tener cuidado,.- No llore, no se
desespere.,. Mi teniente ha de volver
pronto... auTiíjue no se venga el Imtailon
él pedirá permiso y vendrá para acá.*. Si
lo hubiera visto usted-... qué confundido
so quedó cuando vio que el batallón estaba
formado para marchar.... apenitas tuvo
tiempo para escribirle a usted..,, tíido su
pensamiento era ustod..,, no halla l>a que
hacerse, eatíiba como loco.., yo le tenia
todo su equijK) listo.-, no le alcanzó el
tiempo ni pañi ir a su pieza a buscar pla-
ta.., lo que andaba trayendo en el bolsillo
no más pudo darme para entregarle a us-
ted..* estos soles; voi a dejarlos aquí enci-
ma de la mesa..* Ya venia marchando el
batallón y todavía seguia habhíndomc de
usted.
Lucía continuaba llorando y oyendo
apenas las palabras de Peralta que trataba
de consolarla ponderando y contando las
cosas a su manera.
— ^No ci^a que mi teniente se olvida de
usted... i eso nunca !.,, él es mui caballero
y mui bueno.., yo lo digo porque lo conoz-
co tanto.,. El estará ahora ansioso esjie-
rindome para que le diga cómo la he de-
jado...
— ¿ Entonces no ha partido todavía? —
preguntó ella vii^mente.
— Un batallón demora siempre en embar-
oai'se en un tren. . ,
— ¡No se ha ido aún!,,, pues qoiero iber-
io... voi a verlo,**
Y diciendo esto Lucía se enderezó vira-
mcnte.
Peralta se quedó cortado, Al instante ee
le vinieron a k imajinacion los inconve-
nientes de que la niña asistiera a la parti-
da del batallón.
— Ni piense en tal cosa, señorita, ^repli-
có; — una señorita como usted oo puede
hacer eso..* ni siquiera podria hablar con
él... él está ocupado en la compañía.,, y
ust^ ahí. . . sola, ni diga tal cosa. ., se pon-
dría en una vergüenza... qué pensarían de
usted...
— Pero yo quiero verlo antea de que m
vaya.
Peralta para hacerla desistir de an |> ■>-
pósito no vaciló ante ponderar y mentir m
poco.
^Eso no es posible... él está dentro de
un carro con su compañía... a usted no la
dejarían entrar... ni él podria saün** y
luego si mi coronel la vela..* que la tendría
que ver,,, se pondría furioso... usted no
sabe de lo que es capaz mi coronel cuando
se enoja... mi teniente sería el que la paga-
ra ^ lo pondrían preso y nada se habría ga-
nado...
Lucía se dejó caer con desaliento en el
sofÁ,
Peralta, temeroso de que volviera ella a
insistir en su deseo y calculando al mismo
tiempo que la hora era avanzada, dijo:
— 'Yoi a ir corriendo para alcanzar a ver-
me con mi teniente* . él ha de estar ansioso
de saber lo que usted le contesta**,
— ;Que le puedo contestar yol — respon-
dió entre sollozos, — ^quc, sino que cstoi
deses]>crada,.. que no sé que hacer...
— ^El, para estar tranquilo, ha de querer
saber si usted consiente en ir a esperar bu
vuelta en la casa de esa señorita que nom-
bra la carta., *
— ^Pues bien; dígale que haré todo lo que
él quiera..-
— Perfectamente... voi a hablar con él^
y de la estación me vengo para acá... no
pase usted cuidado... yo la atenderé lo
mejor que pueda*., iré a ver a esa señorita
Luisa donde ha de ir usted,,, buscaré na
coche para que usted se vaya en él y todo
se hará sin i ncon veniente... no se ai!"'"
tanto..* yo voi y vuelvo sobre la march
Diciendo e.sto. Peralta dio una mea
vuelta y se dirijió hacía la puerta.
Lncía se levantó de su asiento y and'
— 03 —
detrás del asistente dicíéüdole con voz en-
trecortada por el llanto:
— Dígale que regrese pronto... ¡qué va
a ser de mí ! .. . dígale que estoí deaeapera-
da,.. que he quedado llorando.., que sufro
mucho..-
Peralta se apresum a salir porque la de-
sesperación y el llanto de la niña lo tenían
desasioaegado, no sabía que cara poner ni
qué actitud tomar ante ese dolor tan justo
y tan profundo.
Cuando ^ encontró en la calle echó a
andar a toda prisa murmurando:
— ¡Por todos los diablos de este mundo
y del otro! como dice mí sarjentoCarriou,
yo no sirvo para ver llorar mujeres.-, todo
quieren componerlo con llorar,., y uno no
sabe que hacer. . . ahora cuando vuelva de
la estación volverá a comenaar la jarana;
pero lo que ya la deje en casa de caá seño-
rita Luisa, allií se las compondrá con ella»,
entre ellas las mujeres se entienden.., la
otra la acompañará a llorar- - . Jas mujeres
tienen las Idgrímas listas. . . a la menor,
las largan - • .
Discurriendo de esta maneiiv se díríjia
Peralta a la eataciou de Desamparadoíí que
era donde el batallón Setiembre debía esitar
subiendo al treu.
XV
En marcha.
El SetiembiTí había hecho el trayecto
hasta la estación al son de los (i pasos do-
bles ^ tocados por su banda de mikica y la
de otro batallón que como una muestra de
confraternidad había enviado la suya para
acompañarlo.
Un tren compuesto de un vagón de pri-
mera clase, siete de segunda y uno de car-
ga lo esperaba.
A las si e Le y veinte minutos descendía
el Setiembre por la rampa que une el
Puente Viejo con la estaciou. Estaba ya
dentro de é.sta todo el batallón cuando la
corneta se hizo oír tocando caito la mar-
cha.»
Decir que el Setiembre se detuvo, nos
parece inátíL Un baLallou puede compa-
rarse eu cierto modo con uno de esos auto-
as que en algunas exhibiciones eonsti-
3n las delicias de los niños, ua autómata
nal sí se le toca uu resorte levanta un
"* si se le toca otro mueve una pierna
y con un tercero hace una cabriola; y todo
eso lo ejecuta irremisiblemente. Así en un
batallón el resorte es la corneta: toca ésta
un toque, aquel hace un movimiento; toca
ella otro, ól también hace otro: todo como
por medio de !>* mecánica. Hai un refrán
que a nadie le viene tan bíen como a nn
batallón, y es el que dice: «Al son que lo
tocan baila.»
Apenas la cometa ejecutó el toque que
dejamos consí cenado, el mayor se apróiimó
al coronel en solicitud de órdenes,
— Tenemos siete carros para la tropa^
mayor, — dijo el jefe;^la primera compa-
ñía irii en el primer carro, y la parte de
ella que no quepa en él pasará al secando;
la segunda compañía al segundo carro, pa-
sando la tropa sobrante al tercero, y ast
las demás
— Está bien, aeñor. ^jSe comienza ya el
fímbaiqtce?
— Sí, pues.
El mayor daba el nombre de (sembar-
que* al acto de entrar la tropa en los vago-
nes, con lo cual daba también un pellizco
al Diccionario de la Lengua que quiere
reservar ese sustanti^^o para cuando se tra*
te de barcos y no de trenes; pero con esto
el mayor no hacia más que seguir la cos-
tumbre, y esta señora, aunque le duela al
mundo ilusLi-adü y erudito, tiene más fuer-
za y poder que todas las Academias C|ue
han existido desde los tiempos de Platón
hasta la fecha actual: deplorable es ésto;
pero es la verdad.
Llamó el mayor al capitán de la prime-
ra compañía y le ordenó que instalara tía
snya>f en el tren en la forma dispuesta.
Ese «:1a suya* que ponemos entre comi-
llas, din jido a un capitán sí guiñeaba en
lenguaje mihtar dsu compañía.»
Comenzó a hacerse sin inconvenienteH
el íiembarque^ de la tropa.
El ttoñcial de semana» de cada compañia
gubia al mismo vagón que ella.
Cada compañía tenia por oficiales un
capitán, que era su jefe, dos tenientes y tres
subtenientes. Estos últimos se turnaban
constan te mente y cada uno de ellos, de un
sábado a otro, era el ^t oficial de semana,»
teniendo ciertas obligaciones especiales
durante siete dias.
Cada vagón de d enfunda clase tenia rapa-
cidad para eonteuLT ochenta pei^sonas, y
por couáígníente en siete podían instalarse
quinientos sesenta individuos. El Setiem-
bre marchaba con seiscientos quince. Era
i
— 64 -
por con BÍ guíente preciso ajustarsi*, oprimir-
se, estrecliarse, para que cnpieran todos.
La tropa t^^ndría íjue nacer el viaje íncó*
modaí pero no paraba en ello la atención
acostumbrada como estaba a esas oüntiü-
jenciaB.
A medida í^ue iban dejando ¡nstíiladaa
BUB compañías, los oficiales t[nedaban deso-
cupados. Algunos se dirijian a tomar
asiento en el carro de primera clase j otros
permanecian en el andén conversando o
despidiéndose de algnnos ami^OB, qne no
eran muchos por hak^r sido repentina la
marcha del b^ittillou-
A pesar de esto último no faltaba un
Taueu uúmcro de curiosos que habiendo
visto i}üsar por laíi calles al batallón equi-
pado había acudíalo a la estación.
Nunca falta jente para aprovechar de
loa eepectacnlos que puedan diatnver nn
rato, j se encontraba ahí ocai^iou para en-
tretener la vista, 7 aún el o ido, puesto que
babia bandas de musicfi.
Los soldados una vez colocados en los
carros se asomaban por la^ ventanillas, j
vendeiiores de aniboB sexos recorrían el
andén ofreciéndoles en venta pan de Gua-
temala, bizcochos, tamalea, butifarras j
otras e.^peoíes de comestibles, v también
hekdüs, cigarrillos j hasta periódicos. No
faltaban aljt^nnas mujeres que acudían a
despedirse de sus maridos o enmaradas y
con disimulo trataban de deBlizarles algu-
na botella, viffhf o (Ufra de pisco burlando
la TÍjilancia de los sarjentos.
Treíí oficíales habían formado un corri-
llo. Eran los capitanes Lostan, O r regó j
Soler,
— Deieando eetoi,— decia Orrcgo,— -que
nos pongamos en marcha, que ande el tren ;
me parece que me voi a ir durmiendo de
nn tirón hasta La Chosica,,. con la tras-
nochada tengo nn sueño bárbaro,
— Por ahora no nos faltaríi tiempo para
dormir, — replicó Lostan;— yo pienso ha-
cerlo soñando con la linda Blanca,
Orrego iba a contestar algo; pero no lo
hizo y fijó la vista hiícia nn lado. Lo que
miró fué un individuo regidar mente vesti-
do y con la cabeza cubierta por un sombre-
ro de pita. Estaba este sujeto afirmado en
la pared y dirijia frecuentes y penetrantes
miradas a Iob tres oficiales.
Al ñn dijo Orrego:
—Han reparado ustedes en qne ese indi -
Tiado nos está mirando con mucha aten-
ción desde hace rato*
^¿Qué individuo? — pregiintó Soler,
— 'Ese de sombrero de pita qne está
afirmíido en la pared cerca de la ventana,
a tu derecha,
^ Ya lo veo,
— No lo mires mucho para qne no soa-
pcclie.., hace nn rato que noa lanza mira-
das j al mismo tiempo se fija en un papel
que tiene cu la mano.., parece un sarjento
que con la filiación a la vista anduviera
buscando algún desertar,
Ijoatan j Soler movieron los homhroa
con indiferencia,
A petíar de esto Orrego anadió:
— Me ha dado curiosidad,., quiero eaher
qué es lo que tiene en la mano... voi a 1m-
cer que un soldado pase con disimnlü A
lado de él
Orrego ec retiró del corrillo.
Loíítan y Soler continuaron conversando
y haciendo recuerdos de la noche ante*
rior.
Al cabo de un momento dijo Lostan in-
terrnra]jiendo la conversación:
— Es a tí, Solej", a quien mira tanto ese
individuo.
— ¿A mi? — replicó Holer volviéndose
para verlo ; — yo no cono acó a ese sujeto,
Y lo miró fijamenfce.
Kl del sombrero de pita soporto &sa mi-
ravla por algunos segundos y volvió en
seguida la cabeza.
— Esa canino me ea enteramente desco-
nocida, —dijo Soler; — pero no puedo recor-
dar donde la he visto. Me están dando
ganas de apersonárnjele para preguntarle
qué quiere conmigo.
El individuo en cuestión como si hubie-
ra adivinado el pensamiento de Soler y no
quisiera conferenciar con él, se altsjo del
sitio en qne estaba.
Luego i'egresó Círrego diciendo:
— ííh^aben ustedes lo que miraba el del
sombrero de pita?-.. Mandé a nn soldado
que pasara junto a él para ver aquello,. -
era un retrato,.. ¿Do qué te rieSj Los-
tan?
—Be tu curiosidad,
— Yo queria saber por qué nos miraba
tanto; con qué fin...
~'Ñ<j habías de ser (jfuaso para qne no
fueras receloso.
Soler como si de pronto recordara c^~o
qne le hiciera olvidar el incidente del r" -
to desconocido, dijo;
— ^Voi a Ter una cosa,
Y se puso a andar dirijiéndose a nn
»•?!■■
— es-
pito formado por el teniente Alvar y el
teniente Msrtel.
El semblante de aquel denioatríiba la
anguÉtia de que estaba poseído, y dirijía
con impaciencia frecaentes minidas hacia
la rampa j liácia la puerta de entrada.
— ¿ Ha sabido algo de bu cprendaí*? —
le dijo Boler apersondndosele.
—Nada, — contestó él ; — mi aaietente fué
a verse con ella; pero todavia no ha venido
a trat;nn& noticias.
El teniente Martel que miraba en ese
instante hílela la rampa, exclamó:
— Ahí viene, justamente.
En efecto, Peralta venia bajando a toda
priaa j buscando con la vÍBta a su tenien-
te entre la mnchednmbie, Maitel le llamó,
y al oirlo el «c-ldado apresuró aun miis el
paso.
— ¿La vist<}?— preguntóle ansioso Ahur
ein esperar que él hablai'a y saliéndole al
encuentro
— Sí, mi teniente,
— íiQué dijo? québizoPseaflijió mucho?
— jAi! mi teniente, más bien no quisie-
ra acordarme; casi me ha hecho llorar..-
ahí la dejé Lecha una Magdaleua,
^¡ Pobre Lucial—murmuró Alvar sin-
tiendo oprimírsele el pecho.
— Pero vamos a lo principal,— dijo So-
ler que como menos interesado tenia más
sangre fria; "¿qué dice ella? ; consiente en
ir a la casa que le indique y quedarse ahí ?
— Dijo que haría todo lo que quisiera
mi teniente.
— Eao es lo esencial por de pronto; que-
dará ella en un sitio seguro; ya puede us-
ted, Alvar, estar tranquilo^ añora sólo
quedan las penas del corazón, y esas se
borrarán con el gusto do volverse a ver al
regreso. Aunque con las cuatro letras que
escribí hai lo suficiente, voi sin embargo a
eecribir algo más a la persona que va a
hospedar a su paloiaita-
Sacó Soler papel de su maletin y se puso
a escribir con Upiz, afirmándose en un
vagón,
x\lvar comenzó a pedir detalles a Peral-
ta del modo cómo había recibido Lucía la
noticia de su partida, y bego le hizo mil
recomendaciones a propósito de la atención
que debia tener con ella; le dió también
algún dinero que habia logrado juntar ahí
la estación pidiéndolo prestado a algu-
compa ñeros, Diciéndole y repitiéndole
> i^sto acompañó a sti asistente hasta el
carro de los oficiales donde dejó Peralta el
equipo de su teaiente.
Mientras tauto, estando ya la tropa «n
el treu como hemos dicho, se habia proce-
dido a colocar en el carro de carga las cal-
deras, hachas, cuchillos y demás accesorios
del rancho.
El mayor fué a dar parte al coronel de
qne ya todo estaba listo.
— Pues entonces, cuánto más pronto par-
tamos tanto mejor. Faltan cinco minutos
para las ocho. Seria bueno que le avisara
al encargado de los trenes que podemos
partir de nua vez.
—Voi allá, señor.
DirijiViso andando apresuradamente a la
oficina de la estación, y al regresar se en-
contró con un capitán que acompañado de
un sol d El do armado y equipado, le dijo:
^ — Este soldado se tía enfermado en este
momeuto; no puede marchar,
— ¿Qné tiene?
— ITn ataque de terciana.
— i Caramba í a última hora.-, y ya ee
dió parte al Estado Mayor que llevábamos
seiscientos quince individuos de tropa... j
luego es de tan mal efecto que un indivi-
duo armado se vueU'a al cuartel...
A ese tiempo iba saliendo de la estación
Peralta y llevando una carta que le acababa
de dar el capitán Soler, El mayor lo vio.
— Venga usted acá, — íe dijo.
Peralta obedeció.
— ¿üónáe va usted?
— Al cuartel, mi mayor.
— ¿ Y por qué moti vo uo marcha usted
con el batallón?
— Estoi enfermo, mi mayor.
— ¿Enfermo? ¿qué es lo que tiene?
— Estot enfermo del pecho, no puedo
marchar,— respondió Peralta sin vacilar.
—¿Enfermo del pecho? ¿no puede mar-
char ?' — repitió el mayor con severidad y
mal humor, y anadió con creciente eferves-
cencia ^^hace un momento lo he visto lle-
gar aqní casi corriendo... usted no tiene
nada... está bueno y snno.., es nn camas-
trón*., tome el armamento y el equipo de
este soldado enfermo y vaya a embarcarse
al momento...
— Pero, mi mayor...
— i No me replique!*- y obedezca Uj e-
ro... T usted, capitán, véase con el capitán
de la compañía de este soldado para que se
dé por recibido de este armamento y
equipo.
No habia más qne obedecer.
1
— 6tí —
Un Earjento estaba ahí también con el
enfermo de terciana, j fué encargado de
hacer ¡ij^reaar a Peralta en su compañía-
Esto se ejecutó a toda prisíi porque el tiem-
po lU'jía.
Peralta aflijidísimo por este eontratiem-
po^ quiso avisar a su teniente lo que suce-
día: pero en ese mismo instante se oyó la
Toa del coronel, diciendo:
—Embarqúense loa oíicíalefi.*- ya nos
yamos.
El sarjento cojió con tí roza una parte
del armamento y del equipo que no había
alcanzado a ponerse Peralta y corrió hacia
el vagón donde estaba su compañía, ha-
ciendo marchar delante de él al asistente.
Alanos segundos deapuea de que ¡ímbos
estuvieron en el tren, a una seña de! con-
ductor sonó el silbato de la locomotora y
los vagones suavemente arrastrados se pu-
sieron en movimiento*
Al mismo tiempo las bandas de música
que hablan quedado en el andén entonaron
el Himno Nacional, que era la más patrió-
tica despedida que podían hacer al ba-
tallón.
El mayor del detall que, como hemo&
dicho, quedaba en Lima a cargo delabtin-
da de música y de los enfermos, marchaba
por ol andén siguiendo frente a una venta-
nilla del carro do primera clase, desde don-
de el coronel le daba sus últimas instruc-
ciones.
Al oír los soldados el Himno Nacional
prorrumpieron en vivas a Ohíle y batieron
al aire sus kepis.
Los espectadores, compuestos casi en su
totalidafl de extranjeros y peruanos, no se
mezclaban naturalmente en esas manifesta-
ciones y observaban aquello con la simple
curiosidad de mirones indiferentes.
El andar del tren aumentaba progresi-
vamente y el eco de la música llegaba cada
vez más apagado al oido de la tropa del
Setiembre.
Las {íasaa que tienen ^^ista al Rímac por
cuja mar jen izquierda se deslizaba el tren,
fueron desapareciendo sucesivamente ante
las miradas de los soldados que en su mayor
parte se asomaban por Jas ventanillas de
los vagones. Primero quedaron atrás las
casas de la población urbana; el puente de
Balta^ la plaza de Acho, lugar de diversio-
nes, y por último, el Panteón, la mansión
de los muertos, con lo cual Lima parecía
despedí i-se y hacer una muda advertencia a
los que marchaban hacia el interior.
Al pasar frente a aquel cementerio loi
soldados no podían menos que recordar a
muchos de sus coraf^ñeros ahí sepultados,
en tierra extraña j enemiga, lejos de su
|)ütria, de su familia, donde nunca una
hermana o una madre cariñosa vendría a
depositar un ramo de flores o una I ligrima*
Muertos unos después de heridos en Cho-
rrillos o Míraflores, y otros^ muchos nuís,
por las enfermedades*
A pesar de que la tropa sabía mui bíen
que las penurias y fatigas eran el acompa-
ñamiento inseparable de las expediciones
que se hacían saliendo de Lima por el
ferrocarril de la Oroya, Íl>a contenta, ale-
gre y risueña, como si se tratara de nn
paseo. Se con versa lia, se reía, se cruzaban
palabi-aa y dichos picantes que eran rnido-
sameiitc celebrados, y todo con el mejor
hmnor y sin parar mucho la atención en k
incomoclidad con que hacían el viaje, pu^
muchos ni aun tcnian asiento, y todos en
jeneral iban estrechos y apretados, y tenían
que ponerse sus morrales, rollos y carama-
yolas sobre las rodillas cuando no alcanza-
ban a ponerlos debajo de los liancos, donde
a lo sumo cabria la mitad de ellos p
El caiTo de los oficíales era, como todos
los de esa línea, del sistema americano.
Formaba un salón oblougo, tenÍL^ndo a cada
lado una hilera de sillones para dos perso-
nas, colocados uno en pos de otro, como las
lunetas de un teatro; y al medio, entre csíia
dos hileras, nu pasadizo. El respaldo de los
sillones era j i rato rio, de modo que los via-
jeros podían a su elección sentarse dando
frente a uno n otro extremo del carro,
Lostan y Gal vez ocuparon uno de esos
sillones. Orrego y Aliaga, haciendo jirar el
respaldo del que estaba freute a aquel, se
sentaron de iQanen\ que los cuatro compa-
ñeros quedaron dándose las caras como si
estuvieran en un coche de plaza.
— Henos ya en marchaj^-dijo Gal vez
encendiendo un cigarrillo.
— Dame el fósforo,^ — dijo Lostan a su
compañero í — voí a fumar también mión-
tras se pierden de vista las últimas casas
de Lima, y en seguida me ríudo a dÍBCre-
cion en los brazos de Morfco,
— íío SfiTúñ tú el único; el sueño me está
venciendo ya.
— Yo abrigo la esperanza de soñar co"
Blancaí nuestras almas se juntarán durai
te el sueño, paes presumo que a esta hur.
ha de estar ella durmiendo a pierna suelta
— 67 —
— Así me parece : ella j las otras no esta-
rán por cierto hablando de nosotros.
— Eso no impide que nosotros nos ocu-
pemos de ellas...
Loft cnatro compaBeros ee pusieron a
hacer recuerdos de sus compañeras de baile
y cena, y de todos los incidentes ocurridos
en aquella fiesta, hasta que uno a uno fue-
ron quedándose dormidos, fatigados con la
trasnochada.
En otro sillón estaban sentados codo con
codo el capitán Soler y el teniente Alvar.
— Tenga usted la se^ridadj — decía So-
ler,-- de que Lnitsa recibirá en m caeay
atenderii a esa nifia.. . . ¿cómo se llama ella ?
— Lncía, — ^murmuró Alvar sintiendo un
grato placer en pronunciar aquellas tres
Bilabas,
—Lindo nombre... Siento decirselo; pero
no dejaré do expresarle que do aprULt>o
absolutamente en nada el hecho de que us-
ted haya sacado de eti casa a esa niña. Ha-
cer que una hija de familia abandone su
hogar, es un acto muí serio, es un acto que
acarrea la más p^ve responsabilidad.
Ahar bajó la cabeza compi'endiendo
cuánta razón tenia Soler, y dijo balbu-
ciente:
— Yea usted, capitán? qnerian hacerla
entrar a un colejio donde yo no podria
verla nunca...
No me diga más... ¡Qué podrá usted
decirme que no lo baja adivinado yo ! . »
Le gustó la niña y-., y voló con ella sin
pensar, sin reflexionar má^».. hé ahi el
caso,., después vienen los apuros, las aflíc-
cionea y todo lo demiís... Si yo me he me-
tido en este asunto indicándole la casa de
Xuisa para que se guarezca en ella, no ha
sido, créamelo, por protejer sus amores;
mui lejos de eso; ha sido por evitar un mal
mayor: por evitar fjue esa niña, una hija
de familia como usted ha dicho, se encou-
trara sola, aislada, sin tener a quien volver
los ojos y expuesta en su desamparo a caer
en cualquier precipicio fácil de adivinar,
— Lo comprendo, capitán, y por ello tie*
ne usted mi eterno agradecimiento, — re-
plicó Alvar confuso con aquellas palabras.
Ea ese momento se acercó el teniente
Martel diciendo con viveza:
— Peralta está aquí ; viene en el tren con
"^ batallón,
—i Cómo es ésto! — exclamó Alvar pah-
^iendo.
—El capitán me lo ha dicho para que
■'egue su nombre a la lista de la tropa
que marcha perteneciente a la compañía;
se ha venido pr orden del mayor.
Y en seguida relató Martel lo que ya
sabemos: de qué manera el mayor híao
hizo armarse y tomar el tren a Peralta*
Soler oyó toda esta narración, y cuando
Martel hubo concluido, dijo a Alvar;
— Esta es otra cosa que tengo que repro-
barle; ese soldado no estaba enfermo y us-
ted lo hacia pasar por tal: eso está malo.
Yicudo ei capitán Soler que el teniente
Alvar habia <j[uedado anonadado con la
noticia, no quiso prolongar la reprensión y
añadió:
— Además, la permanencia en Lima de
Peralta no era absolutamente nada necesa-
ria, pues Jjucia ya tiene la earta que le ser-
virá para diríjtrse a casa de Luisa.
Soler continuo tratando de tranquilizar
al enamorado teniente. Pero luego comen-
zó a producir en él su natural efecto la
trasnochada; sus ojos se cerraron a impul-
sos del sueño, y reclinándose en el respaldo
del sillón se entregó al reposo que ya se
hacia mui necesario.
El tren habia tomado gran velocidad y
Alvar añrmado en el mareo de la ventani-
lla que tenia a su lado, veia deslizarse rápi-
damente los árboles, los maizales y loa
plantíos de cana que habla a un lado del
camino; con la sangre afiebrada y el cerebro
dominado por una idea fija, le parecia que
todos ellos se lanzaban con un Ímpetu ver-
tijinoso híkia allá, hacia donde quedaba su
amante, y con ellos hubiera querido enviar-
la una palabra de amor y de aliento.
XVI
La quebrada de la Oroya.
El rio Rimac, sobre el cual fundó Piza-
rro la ciudad de los Eeyes, nace en la Cor-
dillera de los .\ndes y se precipita hacia el
occidente por una profundísima quebrada
hasta diez o doce leguas áutes de llegar al
Océano Pacífico en donde deposita sus
cerrentosas aguas.
El ferrocarril de la Oroya o Trasandino,
puede considerarse como un compañero del
Riinac desde la calurosa ciudad de Lima
hasta el helado pueblo de Chicla.
Como aquellos sabios tjue en la ti erra de
los Faraones remontan el curso del Nilo
para buscar sus vertientes, así el ferroca*
— 66 —
Un sarjento estaba ahí también con el
enfermo de terciana, y fué encargado de
hacer ingresar a Peralta en su compañía.
Esto se ejecutó a toda prisa porque el tiem-
po urjía.
Peralta afligidísimo por este contratiem-
po, quiso avisar a su teniente lo que suce-
día ; pero en ese mismo instante se oyó la
voz del coronel, diciendo:
—Embarqúense los oficiales... ya nos
vamos.
El sarjento cojió con viveza una parte
del armamento y del equipo que no había
alcanzado a ponerse Peralta y corrió hacia
el vagón donde estaba su compañía, ha-
ciendo marchar delante de él al asistente.
Algunos segundos después de que ambos
estuvieron en el tren, a una seña del con-
ductor sonó el silbato de la locomotora y
los vagones suavemente arrastrados se pu-
sieron en movimiento.
Al mismo tiempo las bandas de música
que habían quedado en el andén entonaron
el Himno Nacional, que era la más patrió-
tica despedida que podían hacer al ba-
tallón.
El mayor del detall que, como hemos
dicho, quedaba en Lima a cargo déla ban-
da de música y de los enfermos, marchaba
por el andén siguiendo frente a una venta-
nilla del carro de primera clase, desde don-
de el coronel le daba sus últimas instruc-
ciones.
Al oir los soldados el Himno Nacional
prorrumpieron en vivas a Chile y batieron
al aire sus kepis.
Los espectadores, compuestos casi en su
totalidad de extranjeros y peruanos, no se
mezclaban naturalmente en esas manifesta-
ciones y observaban aquello con la simple
curiosidad de mirones indiferentes.
El andar del tren aumentaba progresi-
vamente y el eco de la música llegaba cada
vez más apagado al oído de la tropa del
Setiembre.
Las casas que tienen vista al Eimac por
cuya márjen izquierda se deslizaba el tren,
fueron desapareciendo sucesivamente ante
las miradas de los soldados que en su mayor
parte se asomaban por las ventanillas de
los vagones. Primero quedaron atrás las
casas de la población urbana; el puente de
Balta; la plaza de Acho, lugar de diversio-
nes, y por último, el Panteón, la mansión
de los muertos, con lo cual Lima parecía
despedirse y hacer una muda advertencia a
los que marchaban hacia el interior.
Al pasar frente a aquel cementerio loa
soldados no podían menos que recordar a
muchos de sus compañeros alii sepultados,
en tierra extraña y enemiga, léjt^ de su
patria, de su familia, donde nunca una
hermana o una madre cariñosíi vendría a
depositar un ramo de flores o una lágrima*
Muertos unos después de hürídos en CUo*
rrillos o Miraflores, y otros, muchos m;ia,
por las enfermedades.
A pesar de que la tropa sabia muí bion
que las penurias y fatigas eran el acompa-
ñamiento inseparable de laa expüdicíones
que se hacían saUendo de Lima por el
ferrocarril de la Oroya, iba contenta, ale-
gre y risueña, como si se tratara de an
paseo. Se conversaba, se reia, se cruzaban
palabras y dichos picantes que eran ruido-
samente celebrados, y todo cou el mejor
humor y sin parar mucho la atención en la
incomodidad con que hacían el %iaje, pues
muchos ni aun tenían asiento, y todos en
jeneral iban estrechos y apretados, y tenian
que ponerse sus morrales, rollos y carama-
yolas sobre las rodillas cuando uo alcanza-
ban a ponerlos debajo de los bancos, donde
a lo sumo cabria la mitad de ellos.
El carro de los oficiales era, como todos
los de esa línea, del sistema americano.
Formaba un salón oblongo, tenicuíio a cada
lado una hilera de sillones para dos perso-
nas, colocados uno en pos de otro, como las
limetas de un teatro; y al medio, tiutre esas
dos hileras, un pasadizo. El respaldo de loa
sillones era jiratorio, de modo q^ie los via-
jeros podían a su elección aentai-se dando
frente a uno u otro extremo del carro.
Lostan y Gal vez ocuparen utio de esos
sillones. Orrego y Aliaga, haciendo jirar el
respaldo del que estaba frente a aquel, se
sentaron de manera que los cuatro compa-
ñeros quedaron dándose las caras como ai
estuvieran en un coche de plaza.
— Henos ya en marcha, ^di jo Gal vez
encendiendo un cigarrillo.
— Dame el fósforo, — dijo Lostan a su
compañero; — voi a fumar también mien-
tras se pierden de vista las úítimíis casas
de Lima, y en seguida me rindo a discre-
ción en los brazos de Morfeo.
— No serás tú el único; el sueño me está
venciendo ya.
— Yo abrigo la esperanza de soñar con
Blanca; nuestras almas se juntarán duian-
te el sueño, pues presumo que a esta hoia
ha de estar ella durmiendo a pierna suelta.
~ 67 —
—Así me parece: ella y las otras no esta-
ráu por cierto hablando de nosotros.
—Eso no impide que nosotros nos ocu-
pemos de ellas...
Los cuatro compañeros se pusieron a
hacer recuerdos de sus compañeras de baile
y cena, y de todos los incidentes ocurridos
en aquella fiesta, hasta que uno a uno fue-
ron quedándose dormidos, fatigados con la
trasnochada.
En otro sillón estaban sentados codo con
K)do el capitán Soler y el teniente Alvar.
— Tenga usted la seguridad, — decia So-
ler,— de que Luisa recibirá en su casa y
atenderá a esa niña.. . . ¿cómo se llama ella ?
—Lucía, — murmuró Alvar sintiendo un
grato placer en pronunciar aquellas tres
—Lindo nombre... Siento decirselo; pero
no dejaré de expresarle que no apruebo
absolutamente en nada el hecho de que us-
ted haya sacado de su casa a esa niña. Ha-
cer que una hija de familia abandone su
hogar, es un acto mui serio, es un acto que
acarrea la más grave responsabilidad.
Alvar bajó la cabeza comprendiendo
cnáata razón tenia Soler, y dijo balbu-
ciente:
—Vea usted, capitán; querian hacerla
entrar a un colejio donde yo no podría
verla nunca...
Xo me diga más... ¡Qué podrá usted
decirme que no lo haya adivinado yo!..
Le gustó la niña y... y voló con ella sin
pensar, sin reflexionar más... hé ahí el
caso... después vienen los apuros, las aflic-
ciones y todo lo demás... Si yo me he me-
tido en este asunto indicándole la casa de
Luisa para que se guarezca en ella, no ha
sido, créamelo, por protejer sus amores;
mui lejos de eso; ha sido por evitar un mal
mayor: por evitar que esa niña, una hija
de familia como usted ha dicho, se encon-
trara sola, aislada, sin tener a quien volver
los ojos y expuesta en su desamparo a caer
en cualquier precipicio fácil de adivinar.
— ^Lo comprendo, capitán, y por ello tie-
ne usted mi eterno agradecimiento, — ^re-
plicó Alvar confuso con aquellas palabras.
En ese momento se acercó el teniente
Martel diciendo con viveza:
^Peralta está aquí; viene en el tren con
el batallón. ^1¿^ .
—i Cómo es ésto! — exclsk^íó 'mfKki^<i.
deciendo. T^ X '-í.
—El capitán me lo ha di^
agregue su nombre a la lif
que marcha perteneciente a la compañía;
se ha venido por orden del mayor.
Y en seguida relató Marte! lo que ya
sabemos: de qué manera el mayor hizo
hizo armarse y tomar el tren a Peralta.
Soler oyó toda esta narración, y cuando
Martel hubo concluido, dijo a Alvar:
— Esta es otra cosa que tengo que repro-
barle; ese soldado no estaba enfermo y us-
ted lo hacia pasar por tal: eso está malo.
Viendo el capitán Soler que el teniente
Alvar habia (juedado anonadado con la
noticia, no quiso prolongar la reprensión y
añadió:
— Además, la permanencia en Lima de
Peralta no era absolutamente nada necesa-
ria, pues Lucía ya tiene la carta que le ser-
virá para dirijiree a casa de Luisa.
Soler continuó tratando de tranquilizar
al enamorado teniente. Pero luego comen-
zó a producir en él su natural efecto la
trasnochada; sus ojos se cerraron a impul-
sos del sueño, y reclinándose en el respaldo
del sillón se entregó al reposo que ya se
hacia mui necesario.
El tren habia tomado gran velocidad y
Alvar afirmado en el marco de la ventani-
lla que tenia a su lado, veia deslizarse rápi-
damente los árboles, los maizales y los
plantíos de caña que habia a un lado del
camino; con la sangre afiebrada y el cerebro
dominado por una idea fija, le parecia que
todos ellos se lanzaban con un ímpetu ver-
tijinoso hacia allá, hacia donde quedaba su
amante, y con ellos hubiera querido enviar-
la una palabra de amor y de aliento.
XVI
La quebrada de la Oroya.
El rio Rimac, sobre el cual fundó Pixa-
rro la ciudad de los Eeyes, nace en la Cor*
dillera de los Andes y se precipita hjí««* <^í
occidente por una profundísima qm^l^r^i*
hasta diez o doce leguas antes do iky^r *^
Océano Pacífico en donde dop^'»KíA í!í«<
cerrentosas aguas.
El ferrocarril de la Owya o 7>*^n*v^\
Íuede considerarse como nr A>'^r>»<^* ^''^
bimac desde la cakin**sí» t>«»'^*»>» •'^ '-*
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— 66 —
Ue Ftarjento estaba ahí también con el
enfermo de terciana, v fué encargado de
hacer iugresar a Peralta en su compañía.
Esto se ejecutó a toda prisa porque el tiem-
po urjía.
Peralta aflijidísimo por este contratiem-
po, quiso avisar a su teniente lo que suce-
día; pero en ese mismo instante se oyó la
TOí del coronel, diciendo:
-^Embarqúense los oficiales... ya nos
vamos.
El sárjente cojió con viveza una parte
del armamento y del equipo que no habia
alcanzado a ponerse Peralta y corrió hacia
el vagón donde estaba su compañía, ha-
ciendo marchar delante de él al asistente.
Algunos segundos después de que ambos
estuvieran en el tren, a una seña del con-
ductor sonó el silbato de la locomotora y
los vagones suavemente arrastrados se pu-
sieríin en movimiento.
Al mismo tiempo las bandas de música
que habían quedado en el andén entonaron
el Himno Nacional, que era la más patrió-
tica despedida que podían hacer al ba-
tallón.
El mayor del detall que, como hemos
dicho, cjuedaba en Lima a cargo déla ban-
da de música y de los enfermos, marchaba
por el aüdén siguiendo frente a una venta-
nilla dol carro de primera clase, desde don-
de el coi'onel le daba sus últimas instruc-
ciones,
Al oir los soldados el Himno Nacional
prorrumpieron en vivas a Chile y batieron
al aire sus kepis.
Los espectadores, compuestos casi en su
totalidad de extranjeros y peruanos, no se
mezclaban naturalmente en esas manifesta-
ciones y observaban aquello con la simple
curiosidad de mirones indiferentes.
El andar del tren aumentaba progresi-
vamente y el eco de la música llegaba cada
vez más apagado al oido de la tropa del
Setiembre.
Las casas que tienen vista al Eimac por
cuya márjen izquierda se deslizaba el tren,
fueron desapareciendo sucesivamente ante
las miradas de los soldados que en su mayor
paite ae asomaban por las ventanillas de
loa vagones. Primero quedaron atrás las
casas do la población urbana; el puente de
Balta ; la plaza de Acho, lugar de diversio-
nes, y por último, el Panteón, la mansión
de los muertos, con lo cual Lima parecía
despedirse y hacer una muda advertencia a
los que marchaban hacia el interior.
Al pasar frente a aquel d^menterio !oi
soldados no podían menos que recordar a
muchos de sos compañeros ahí sepultados,
en tierra extraña y enemiga, léjoa de m
patria, de su familia, doude nunca una
hermana o una madre cariñosa vendría a
depositar un ramo dtí flores o una lágrima.
Muertos unos después de heridos eti Cho-
rrillos o Mirafíores, y otros, muchos máa,
por las cnfei'mtídades.
A pesar de rjue la tropa Había mui bien
que las penurias y fatigas eran el acompa-
ñamiento inseparable de las expediciones
que se hacían saliendo de Lima por el
ferrocari'il do la Oroya, itia contenta, ale-
gre y risueña, como sí se tratara de un
paseo. Se conversaba, se reía, se cruzaliaa
palabi'as y dichos picantes íjue eran ruido-
samente celebindoa, y todo coa el mejor
humor y sin parar mucho la atención en la
incomodidad con que haoian el viaje, pues
muchos ni aun tenían asiento, y todos eo
jeneral iban estrechos v apretados, y tenían
que ponerse sus morrales, rollos y carama-
yolas sobre las rodillas cuando no alcanza-
ban a ponerlos debajo délos bancos, donde
a lo sumo cabria la mitad de elloa,
El carro de los oñeialcs era, como todos
los de esa línea, del sistema americano.
Formaba un salón oblongo, teniendo a cada
lado una hilera de sillones para doa perso-
nas, colocados nno en pos de otro, como las
lunetas de un teatro; y al medio, entre esas
dos hileras, un pasadizo. Kl respaldo de loa
sillones era j i rato rio, de modo que los via-
jeros podían a su elección sentarse dando
frente a uno u otro extremo del carro.
Lostau y Gal vea ocuparon uno de esos
sillones. Orrego y Aliaga, haciendo jirar el
respaldo del que estaba f rtrute a aquel, se
sentaron de manera que los cuatro compa-
ñeros quedaron dííndí.iae las caras como si
estuvieran en un coehí: de plaza.
— Henos ya en marcIia,^HÍijo Gal vez
encendiendo un cigarrillo,
— Dame el fósforo, — dijo Lostan a su
compañero; — voi a fumar también mien-
tras se pierden de vista las últimas casas
de Lima, y en set^uida luc rindo a discre-
ción en los brazos de Morfeo,
— No stiFiíá tú el ™ico; el sueño me está
venciendo ya,
— Yo abrigo la esperanza de soñar con
Blanca; nuestras almas se juntarán durai
te el sueño, pues presumo qne a esta hon
ha de estar ella durmiendo apierna suelta
— 67 —
—Asi me parece: ella y las otras no esta-
rán por cierto liablando de noaotroH,
—Eso no impide que nosotros nos ocu-
pemos de ellas...
Los cuatro compañeros se pusieron b-
hacer recuerdos de sus compañeras de baile
y cena, j de todos los incidentes ocurridos
en aquella fiesta, basta que uno a uno fue-
ron quedándose dormidos, f^itigadoe con la
trasncchada.
En otro aiDon estaban sentados codo con
codo el capitán Soler y el teuícnte Alvar.
— Tenga usted la sej^uridad, — decia So-
ler, — de que Luisa recibirá en su casa y
atenderá a e^ niña. . . . ¿ cómo se llama ella ?
—Lucia,— murmuró Alvar sintiendo un
grato placer en pronunciar aquellas ti-ea
sílabas.
—Lindo nombre... Siento dccirselo; pero
no dejaré de expresarle que no apruebo
absolotamente tu nada el lieclio de que us-
ted liaya sacado de su casa a e&a niña. Ha-
cer que una hija de familia abandone su
hogar, es uíi acto mui serio, es nn actoque
acan'ea la más grave responsabilidad.
Alvar bajó la cabeza comprendiendo
cnáuta razón tenia ¡Soler, y dijo balbu-
ciente:
— Vea usted, capitana qoerian hacerla
entrar a nn colejio donde yo no podria
verla nunca.,.
No me diga más.,, ¡Que podrá usted
decirme que no lo baya adivinado yo!.*
Le gustó la nina y..* y voló con ella sin
pensar^ sin refiexionar múAn^^ hé ahí el
caso.*, después vienen los apuros^ las aflic-
cíonee y todo lo demíSs*.. Si yo me he me*
tido en este asunto indicilndole la casa de
Xinisa para que se guarezca en ella, no ha
sido, créamelo, por protejcr sus amores;
mui lejos de eso; ha sido por evitar un mal
mayor: por evitar que esa niña, una hija
de famiUa como usted ha dicho, se encon-
trara aohi, aislada, sin tener a quien volver
los ojos y expuesta en su desamparo a caer
en cualquier precipicio fácil de adivinar.
— Lo comprendo, capitán, y por ello tie-
ne usted mi eterno agradecimiento. — re-
plicó Alvar confuso con Eiqnclks palabras.
Eo esc momento se acercó el teniente
Marte! diciendo coa viveza :
— Peralta está aquí; viene en el tren con
**! batallón.
— ;Oómo es esto!— exclamó Alvar pali-
cicndo.
— El capitán me lo ha dicho para que
regué su nombre a la lista de la tropa
que marcha perteneciente a la compañía;
Be ha venido por orden del mayor.
Y en seguida relató Marte! !o que ya
sabemos; de qué manera el mayor hizo
hizo armarse y tomar el tren a Peralta.
Soler oyó toda esta narración, y cuando
Martel hubo concluido, dijo a Alvar:
— Esta es otra cosa que tengo que repro-
barle; esc soldado no estaba enfermo y us-
ted lo hacia pasar por tal: eso esta malo.
Viendo el capitán Soler que el teniente
Alvar había quedado anonadado con la
noticia, no quiso prolongar la reprensión y
añadió:
— Adcmii^, la permanencia en Lima de
Peralta no era absolutamente nada necesa-
ria, pues Lucía ya tiene la carta que le ser-
virá para dirijirsc a casa de Luisa.
Soler continuó tratando de tranquilizar
al enamoi-ado teniente, Pero luego comen-
zó a prcnlticir en él su natural efecto la
trasD ochada; sus ojos ee cerra i'on a impul-
sos del sueño, y reclinándose en el respaldo
del sillón se entregó al reposo que ya se
hacia mui necesario*
El tren Libia tomado ^au velocidad y
Alvar afirmado en el marco de la ventani-
lla que tenia a su lado, veia deslizarse rápi-
damente los árboles, los maizales y los
plantíos de caña que habia a un lado del
camino; con la sanare afiebrada y el cerebro
dominado por una idea fija, le parecía que
todos ellos se lanzaban con un ímpetu ver-
tijinoso híicia allá, hacia donde qnedaba su
amante, y con ellos hubiera querido enviar-
la una palabra de amor y de aliento»
La quebrada de la Oroya.
El río Riniac, sobre el cual fundó Piza-
rro la ciudad de los Reyes, nace en la Cor-
dillera de los Andes y se precipita hacía el
occidente por uua profundísima quebrada
hasta diez o dom leguas lítitcs de Uct^r al
Océano Pacífico en donde deposita sus
cerrentosas aguas.
El ferrocarril de la Oroya o Trasandino,
puede confiiderarse como un compañero del
Rimac deede la calurosa ciudad de Lima
hasta el helado pueblo de Cbicla.
Como aquellos sabios que en k tierra de
los Faraones remontan el curso del Ni lo
para buscar sus vertientes, aal el ferroca-
— 66 —
Un sariento estaba ahí también con el
enfermo de terciana, y fué encargado de
hacer iu^esar a Peralta en su compañía.
Esto se ejecutó a toda prisa porque el tiem-
po urjía.
Peralta aflijidísimo por este contratiem-
po, quiso avisar a su teniente lo que suce-
día; pero en ese mismo instante se oyó la
voz del coronel, diciendo:
—Embarqúense los oficiales... ya nos
vamos.
El sárjente cojió con viveza una parte
del armamento y del equipo que no habia
alcanzado a ponerse Peralta y corrió hacia
el vagón donde estaba su compañía, ha-
ciendo marchar delante de él al asistente.
Algunos segundos después de que ambos
estuvieron en el tren, a una seña del con-
ductor sonó el silbato de la locomotora y
los vagones suavemente arrastrados se pu-
sieron en movimiento.
Al mismo tiempo las bandas de música
que habian quedado en el andén entonaron
el Himno Nacional, que era la más patrió-
tica despedida que podían hacer al ba-
tallón.
El mayor del detall que, como hemos
dicho, quedaba en Lima a cargo déla ban-
da de música y de los enfermos, marchaba
por el andén siguiendo frente a una venta-
nilla del carro de primera clase, desde don-
de el coronel le daba sus últimas instruc-
ciones.
Al oir los soldados el Himno Nacional
prorrumpieron en vivas a Chile y batieron
al aire sus kepis.
Los espectadores, compuestos casi en su
totalidad de extranjeros y peruanos, no se
mezclaban naturalmente en esas manifesta-
ciones y observaban aquello con la simple
curiosidad de mirones indiferentes.
El andar del tren au'nentaba progresi-
vamente y el eco de la música llegaba cada
vez más apagado al oido de la tropa del
Setiembre.
Las casas que tienen vista al Eimac por
cuya márjen izquierda se deslizaba el tren,
fueron desapareciendo sucesivamente ante
las miradas de los soldados que en su mayor
parte se asomaban por las ventanillas de
los vagones. Primero quedaron atrás las
casas de la población urbana; el puente de
Balta; la plaza de Acho, lugar de diversio-
nes, y por último, el Panteón, la mansión
de los muertos, con lo cual Lima parecía
despedirse y hacer una muda advertencia a
los que marchaban hacia el interior.
Al pasar frente a aquel comenterin \\jg
soldados no podían menos que re< idar a
muchos de sus com^mñeroa ahí sepiiltadoa,
en tierra extraña y enemiga, léj tis de sq
patria, de su familia^ donde nunca naa
hermana o una madre cariñosa vendría a
depositar un ramo áa flores o una lágrima.
Muertos unos después de hondos en Clio*
rrillos o Mirañores, y otros, muchos imis,
por las enfermedades.
A pesar de que la tropa sabía mui bien
que las penurias y fatigas eran el acompa-
ñamiento inseparable de las expediciones
que se hacían saliendo de Lima por el
ferrocarril de la Oroya, ilja contenta, ale-
gre y risueña, como a¡ ge tratara de im
paseo. Se conversaba, se reia, se cruzalnn
palabras y dichos picantes que eran ruido-
sámente celebrados, y todo con el mejor
humor y sin parar mucho la atención en la
incomodidad con que hacían el viaje, pues
muchos ni aun tenian asieuto, y todos en
jeneral iban estrechos y apretados, y tenian
que ponerse sus morrales, rollos y carama-
yolas sobre las rodillas cuando no alcanza-
ban a ponerlos debajo délos bancos, donde
a lo sumo cabria la mitad de ellos*
El caiTo de los oficiales era, como todos
los de esa línea, del sistema americano.
Formaba un salón oblongo, teniendo a oida
lado una hilera de sillones para dos perso
ñas, colocados uno en pos de otro, como las
lunetas de un teatro: y al medio, entre esaa
dos hileras, un pasadizo. El respaldo de loa
sillones era jiratorio, de modo que los via-
jeros podían a su ek'ccion sentarse dando
frente a uno u otro extremo del c^rro.
Lostan y Galvez ocuparon uqo de esos
sillones. Orrego y Aliaba, haciendo jirar el
respaldo del que estalm frente a a([uel, se
sentaron de manera que los cuatro compa-
ñeros quedaron dándose las caras como bí
estuvieran en un coche de plaza,
— Henos ya en marcha, ^ — dijo Galvez
encendiendo un cigarrillo.
— Dame el fósforo, — dijo Lostan a su
compañero; — voi a famar también mien-
tras se pierden de vista las últimas cosqe
de Lima, y en seguida me rindo a discre-
ción en los brazos de iíorfeo.
— No serás tú el imico; el sueño me está
venciendo ya.
— Yo abrigo la esperanza de soñar con
Blanca; nuestras almas se juntarán dura]
te el sueño, pues presumo que a esta hur
ha de estar ella durmiendo a pierna suelta
r^T
— 67 —
— Así me parüoe; ella j las otras no esta-
rtlu por cierto hablando de nosotroií.
^-Eso no impide que noBotroH nos oce-
pemos de ellaa..,
Ijos cnatro compaBeros m pusieron a
liaoer recuerdos de sus compafierae de baile
y cena, y de todos los incidenteB ocurridos
en aíiuella fiesta, hasta que uno a uno fue-
ron qaedándosíi dormidos, fitigadoa con la
trasnochada.
En otro sillón estaban sentados codo con
codo el capitán Soler y el teniente AlTar,
—Tenga usted la seguridad, — decía 8o-
ler,^de qne Lniaa recibirá en su casa j
atenderá a esa niña., , . ¿cómo se llama ella ?
—Lucía, — murmuró Alvar sintiendo uo
grato placer en pronunciar aquellas tres
Bilabaií.
—Lindo nombre».. Siento decírselo; pero
no dejaré de expresarle r]ue no aprtRbo
absolutamente en nada el liccho de que us-
ted haya sacado de su casa a esa niña. Ha-
cer que una hija de familia abandone su
hogar, es nn acto mui serio, es un acto que
acarrea la más graye responsabilidad.
Alvar bajó la cabera comprendiendo
cuánta razón tenia Soler, y dijo balbu-
ciente:
— Yea usted, capitán; querian hacerla
entrar a nn colejio donde yo no podria
verla nunca.. -
No me diga más--. ¡Qué podrá usted
decirme que no lo haya adivinado yo!,-
Le gustó la niña y,., y voló con ella sin
pensiir, sin reflexionar más,.- hé ahí e^
caso*., después vienen los apuros, las aflic-
ciones y todo lo demí^... Si yo me he me-
tido en este asunto indicándole la casa de
XiUÍaa para que se guarezca en ella, no ha
BidOj créamelo, por protejer sus amores;
muí lejos de eso; ha sido por evitar un mal
mayor: por evitíir íjne esa niña, una hija
de familia como usted ha dicho, se encon-
trara sola, aislada, sin tener a quien volver
los ojos y expuesta eu su desamparo a caer
en cualíjuier precipicio fácil de adivinar*
—Lo comprendo, capitán, y por ello tie-
ne usted mi eterno agradecimiento,— re-
plicó Alvar confuso con aquellas palabras.
En ese momento se acercó el teniente
Martel diciendo con viveza :
— Peralta está aquí? viene en el trencen
í^i bíitaUon,
—¡Cómo es ^to! — esclamó Alvar pali-
iiendo.
—El capitán me lo ha dicho pora que
erregue m nombre a la lista de la tropa
que marcha perteneciente a la compañía;
ee ha venido por orden del mayor.
y eu seguida relató Marte! lo que ya
sabemos; de qué manera el mayor hizo
hizo armarse j tomar el tren a Peralta.
Soler oyó toda esta narración, y cuando
Martel hubo concluido, dijo a Alvar;
— Esta es otra cosa que tengo qne repro-
barle; ese soldado no estaba enfermo y us-
ted lo hacia pasar por taheso está malo-
Viendo el capitán Soler que el teniente
Alvar habia quedado anonadado con la
noticia, no qnieo prolongar la reprensión y
añadió:
— Además, la permanencia en Lima de
Peralta no era absolutamente nada necesa-
ria, pues Lucía ya tiene la carta qne le ser-
virá para dirijirse a casa de Lnisa.
Soler continuó tratando de tranquilizar
al enamorado teniente. Pero luego comen-
zó a prodncir en él bu natural efecto la
trasnochada; sus ojos se cerraron a impul-
sos del sueño, y reclinándose en el respaldo
del sillón ae entregó al reposo que ya se
hacia mui necesario.
EL tren habia tomado gran velocidad ^
Alvar afirmado en el marco de la ventani-
lla que tenia a sn lado, vei a deslizarse rápi-
damente los árboles, los maizales y los
plantíos de caña que habia a un lado del
camino; con la sangre afiebrada y el cerebro
dominado por una idea fija, le parecía que
todos ellos se lanzaban con un ímpetu ver-
tijínoBO hacia allá, hacia donde quedaba sn
amante, y con ellos hubiera querido enviar-
la una palabra de amor y de aliento.
XVI
La quebrada de la Oroya.
El rio Rimac, sobre el cual fundó Piza-
rro la ciudiui de los RejeS; nace en la Cor-
dillera de los .ludes y ee precipita hacia el
occidente por una profundísima quebrada
hasta diez o doce legnaa ántfis de llegar al
Océano Pacifico en donde deposita sus
correntosas aguas.
El ferrocarril de la Oroya o Trasandino,
puede considerarse como un compañero del
Híinac desde la calurosa ciudad de Lima
hasta el helada pneblode Chicla,
Como aquellos sabios íjuc en la tierra de
los Famones remontan el curso del Ni lo
para buscar mis vertientes, asi el ferroca-
— 66 —
Un sarjento estaba ahí también con el
enfermo de terciana, y fué encargado de
hacer ingresar a Peralta en sn compañía.
Esto se ejecutó a toda prisa porque el tiem-
po urjía.
Peralta aflijidísimo por este contratiem-
po, quiso avisar a su teniente lo que suce-
día; pero en ese mismo instante se oyó la
voz del coronel, diciendo:
—Embarqúense los oficiales... ya nos
vamos.
El sarjento cojió con viveza una parte
del armamento y del equipo que no habia
alcanzado a ponerse Peralta y corrió hacia
el vagón donde estaba su compañía, ha-
ciendo marchar delante de él al asistente.
Algunos segundos después de que ambos
estuvieron en el tren, a una seña del con-
ductor sonó el silbato de la locomotora y
los vagones suavemente arrastrados se pu-
sieron en movimiento.
Al mismo tiempo las bandas de música
que habian quedado en el andén entonaron
el Himno Nacional, que era la más patrió-
tica despedida que podian hacer al ba-
tallón.
El mayor del detall que, como hemos
dicho, quedaba en Lima a cargo déla ban-
da de música y de los enfermos, marchaba
por el andén siguiendo frente a una venta-
nilla del carro de primera clase, desde don-
de el coronel le daba sus últimas instruc-
ciones.
Al oir los soldados el Himno Nacional
prorrumpieron en vivas a Chile y batieron
al aire sus kepis.
Los espectadores, compuestos casi en su
totalidad de extranjeros y peruanos, no se
mezclaban naturalmente en esas manifesta-
ciones y observaban aquello con la simple
curiosidad de mirones indiferentes.
El andar del tren aumentaba progresi-
vamente y el eco de la música llegaba cada
vez más apagado al oido de la tropa del
Setiembre.
Las casas que tienen vista al Eimac por
cuya márjen izquierda se deslizaba el tren,
fueron desapareciendo sucesivamente ante
las miradas de los soldados que en su mayor
Í)arte se asomaban por las ventanillas de
os vagones. Primero quedaron atrás las
casas de la población urbana; el puente de
Balta; la plaza de Acho, lugar de diversio-
nes, y por último, el Panteón, la mansión
de los muertos, con lo cual Lima parecía
despedirse y hacer una muda advertencia a
los que marchaban hacia el interior.
Al pasar frente a aquel cementerio l^Ji
soldados no podian mdnos ijiie recoi'dar ^
muchos de sus compañeros abí sepultados,
en tierra extraña y eiiemiga, lejos de sn
patria, de su familia, donde nunca noa
hermana o una madre cariñosa vendría a
depositar un ramo de flores o una lágrima.
Muertos unos después de heiidos en Cho-
rrillos o Mirañores, y otros, muclioa múñ^
por las enfermedades.
A pesar de que la tropa sabia miu bien
que las penurias y fatigíis eran el acompa-
ñamiento inseparable de las expediciones
que se hacian saliendo de Lima por el
ferrocarril de la Oroya, iha contenta, ale-
gre y risueña, como si se tratíira de un
paseo. Se conversaba, se reia, se cnizal>aa
palabras y dichos picantes í|ae eran ruido-
samente celebrados, y todo con el mejor
humor y sin parar mucho la ateucion en la
incomodidad con que hadan el viaje, pues
muchos ni aun tenian asiento, y todos en
jeneral iban estrechos y apretados, y tenian
que ponerse sus morrales, rollos y caramar-
yolas sobre las rodillas cuando no alcanza-
ban a ponerlos debajo de loa bancos, donde
a lo sumo cabria la mitad de ellos.
El caiTo de los oficiales era, como todos
los de esa línea, del sistema americano.
Formaba un salón oblongo, teniendo a cada
lado una hilera de sillones pai-a dos pei*so-
ñas, colocados uno en pos de otro, como las
lunetas de un teatro; y al medio, entre esas
dos hileras, un pasadizo. El respaldo de loa
sillones era jiratorio, de modo íjue los via-
jeros podian a su elección sentarse dando
frente a uno u otro extremo del carro.
Lostan y Gal vez ocuparon ano de esos
sillones. Orrego y Aliaga, haciendo jíi-ar el
respaldo del que estaba frente a aípel, se
sentaron de manera que los cuatro compa-
ñeros quedaron dándose las caras como ai
estuvieran en un coche de plaaa.
— Henos ya en marcha, — dijo Galvez
encendiendo un cigarrillo.
— Dame el fósforo, ^ — dijo Lostan a au
compañero; — voi a fumar también mien-
tras se pierden de vista las últimas casas
de Lima, y en seguida me rindo a discre-
ción en los brazos de Morfeo.
— No serás tú el único; el sueño me está
venciendo ya.
— Yo abrigo la esperanza de sonar con
Blanca; nuestras almas se juntarán dnrai
te el sueño, pues presumo í^ue a esta hijit
ha de estar ella durmiendo a pierna suelta
^^v
_ 67 —
— Así me párete: ella j las otras no esta-
rán por cierto hablando de nosotroR,
—Eso no impide que noBotroB nos ocu-
pemos de ellas. . .
Los cnatro oompafíeroa se pusieron a
hacer recnerdoB de sus compañeras de baile
y cena, y de todos los incidentes ocurridos
en aquella fiesta, hasta que uno a uno fue-
ron quedándose dormidos, fUigados con la
trasnochada.
En otro sillón estaban sentados codo con
codo el capitán Soler y el teniente Alvar-
— Tenga usted la Beg-oridad, — decía So-
ler, — dü que Lnisa recibirá en sn casa y
atenderJt a esa niña.. .- ¿cómo se llama ella ?
—Lucía,— mormuró Alvar sintiendo un
grato placer en pronunciar aquellas tres
silabas,
— Lindo liombre.-. Siento decírselo; pero
no dejaré de expresarle que do apniíbo
absolutamente en nada el he^ho de que us-
ted haya sacado de su casa a esa níüa. Ha-
cer que una hija de familia abandone su
hogar, es un acto muí serio, es nn acto que
acarrea la más grave responsabilidad.
Alvar bajó la cabeaa comprendiendo
cuánta razón tenia Soler» y dijo balbu-
ciente;
— Tea usted, capitán; querían hacerla
entrar a un colejio donde jo no podría
Trei'la nunca.,-
No lue diga más.,, ¡Que podrá usted
decirme que no lo haya adivinado yo!.,
Le gnstó la niña y... y voló con ella sin
pensar, sin reflexionar máñ... hé ahí el
caso-., después vienen los apuros, las aflic-
ciones y todo lo demás.,. Si yo me he me-
tido en este asunto indicándole la casa de
Luisa para que se guarezca en ella, no ha
BÍd0j créamelo, por protejcr sus amores;
muí lejos de eso; ha sido por evitar un mal
mayor: por evitar qoe esa niña, una hija
de familia como usted ha dicho, se encon-
trara sola, aislada, sin tener a quien volver
los ojos y expnesta en su desamparo a caer
en cualquier precipicio fácil de adivinar.
— Lo compi'endo, capitán, y por ello tie-
ne usted mi eterno a^rradeci miento, — re-
plicó Alvar confnso con aquellas palabras.
En ese momento se acercó el teniente
Martel diciendo con viveza:
— Peralta está acjui; viene en el tren con
''"' batallón.
—¡Cómo es ésto!— exclamó Alvar pali-
iciendo.
— El capitán me lo ha dicho para que
regué su nombre a la lista de la tropa
que marcha perteneciente a la compañía;
se ha venido por orden del mayor.
Y en seguida relató Martel lo que ya
sabemos: de qné manera el mayor hizo
hizo armarse j tomar el tren a Peralta,
Soler oyó toda esta narración, y cuando
Martel hubo concluido, dijo a Alvar:
— Esta es otra cosa que tengo que repro-
barle; esc soldado no estaba enfermo y us-
ted lo hacía pasar por tal: eso está malo.
Viendo el capitán Soler que el teniente
Alvar habia quedado anonadado con la
noticia, no quiso prolongar la reprensión y
añadió:
— Ademiís, la permanencia en Lima de
Peralta no era absolutamente nada necesa-
ria, pues Lucia ya tiene la carta que le ser-
viní para dirijirse a casa de Luisa.
Soler continuó tratando de tranqnüixar
al enamorado teniente. Pero Inego comen-
zó a producir en él su natural efecto la
trasnochEida; sus ojos se cerraron a impul-
sos del sueño, y reclinándose en el respaldo
del sillón se entregó al repoao qne ya se
hacia mni necesario*
El tren habia tomado gran velocidad y
Alvar afirmado en el marco de la ventani-
lla que tenia a su lado, veia dttslizarse rápi-
damente bs árbolíís, los maizal^ y los
plantíos de caña que habia a un lado del
cíimino; con la sang^re afiebrada y el cerebro
dominado por una idea ñja, le parecía que
todos eUos se lanzaban con un ímpetu ver-
tí jinoso hacía allá^ hacia donde quedaba sn
amante, y coa ellos hubiera querido enviar-
la una palabra de amor y de aliento.
XVI
La quebrada de la Oroya.
El río RimaCj sobre el cual fundó Piza-
rro la ciudad de los Reyes, nace en la Cor-
dillera de los Andes y se precipita hacia el
occidente por una profundísima quebrada
hasta diez o doce leguas dutes de llegar al
Océano Pacifico eu donde deposita sus
corren tosas agnas.
El ferrocarril de la Oroya o Trasandino,
puede considerai^se como uu compañero del
Kimac desde la caluro,? a ciudad de Lima
hasta eí helado pueblo de Chicla.
Como aqnellos sabios que en la tierra de
los Faraones remontan el curso del Ni lo
para buscar sus vertientes, asi el ferroca-
^- 76 —
Peralta, ménoa preocupado de las penas del
espíritu que de laa í&ti^m del cuerpo, y
disciirrieudo que por luui aflijido que se
encuentre un prójimo a cnuea de algnn pe-
sar, siempre le es necesario comer a sus
toras y tener cama en qué dormir, hizo
cuanto pudo para remediar la dejadez de
BU teniente.
Encontrábase Alvar fumando uo cigar-
rillo y mirando distraídamente los altos
cerros qne tenia a su frente, cuando se
aproximó a él Peralta j le dijo con cierta
énfasis que acostumbraba usar cuando te-
nia seguridad de que sus palabras produci-
rían buen efecto:
— Mi teniente, ya estií lista su cama.
Alvar lo miró coo ajgtma sorpresa, pero
conociendo cuan activo y despierto era, le
contentó sonriendo :
— Tamos a ver qué laya de cama me haf
hecho.
Estas palabras babian sido cambiadas
en la puerta de la casita en que estaban las
piezas destinadas para los oficiales de laa
tres compañías del Setiembre.
PeralUí condujo a su teniente a Una de
esas piezas. Se encontraban en ella los
equipos de algunos oficiales, y varios de
éstos acostados en el suelo sobre una fraza-
da y cubiertos con otra, en tan poco mulli-
do lecbo se guarecían acosados por el exce-
sivo frío. El único catre que habia en
aqnella habitación era uno de tijeras ; sobre
él vio Alvar extendida ana frazada que re-
conoció como suya. Esto quería decir cla-
ramente que ahí estaba su cama.
Echóse Alvar con satisfacción encima
del catre porque a pesar de los pensamien-
tos que le tenian embargado el espíritu, no
dejaba de sentT un penetrante frió.
— ¿ Dónde has logrado encontrar catre?
— preguntó uno de los oficiales que estaban
acostados en el suelo dírijiéndose a Alvar.
— Es Peralta quien lo lia buscado^ — res-
pondió el teniente.
— Este Peralta tiene un olfato de perro
perdiguero... yo uo he podido conseguir ni
un colchón y estol en este suelo tan duro
qne ae me quiebran los huesos...
Peralta, no sin cierta satisfacción de
amor propio, contó que tenia en el pueblo
un amigo a quien conociera el año ante-
rior, y el cual le debia algo nos servicios,
y en virtud de esto le habia prestado ese
catre para su teniente,
~TA tienes la Providencia en \í\ figura
de Peralta,— dijo el oficial a Alvar cuando
aquel hubo mido de la pieza.
Echado encima del catre pndo entre^r-
se el amante de Lucía con msia tranquilidad
a sus pensamientos.
Cuando fnó hora de comer, volvió a a¡»-
recerse Peralta diciendo:
— Mi teniente, ya está la comida-
Y en efecto, traía nn plato en una mano
y un cnbierto en la otra.
Peralta sabia qne su teniente habia de*
jado en Lima todo su dinero y que por
consiguiente no podía irse a comer al ho-
tel. Yiéndolo a pesar de esto tan poco
preocupado de su estómago, resolvió sub-
sanar aquel olvido por su cuenta.
Pidió en el rancho la ración en crudo
correspondiente a Alvar, y buscando una
olla por aqní y un pedazo de leña por allá,
puso en juego todos sus conocimientos en
el arte de cocinar, y aderezóla comida
que vino a ofrecerle.
xvín
Buscarse cabalgaduras.-
ne quien fué la dama
■S« supo-
herida*
I
El dia siguiente como a las dos de la
tarde, se encontraban en el departamento
del hotel que habia seguido ocupando el
coronel, éste y el mayor.
— Estoi deseoso de saber, — decía el co-
ronel. — si quedará el batallón guarnecien-
do la línea por algún tiempo, pues en tal
caso mandaré traer de Lima los colchones
de la tropa y también el equipaje de Ic^
oficiales, porque sin esto se nos va a enfer-
mar mucna jente.
—Es verdad, señor; aquí el frió es ter-
rible y la tropa no tiene más que una fra-
zada y su capote para abrigarse,
— Ño quise que trajeran más abrigo
pensando qne Íbamos a pasar la Cordillera
y que en tal caso el soldado debe llevar el
menor peso posible. En laa na archas el can-
sancio es mis temible que el frió.
En ese momento apareció un individuo
diciendo al coronel que pedían de Lima
que acudiera a la oficina del telégrafo para
conferenciar.
Apresuróse el coronel a ir al Ingar h
cado, en el cual por medio del telégr*
eléctrico se puso al habla con los que
llamaban desde Lima
_ 77 _
Media hora mas terde regresó d coronel
a la pieza donde había quedado el mayor y
le dijo apenas entró r
— No3 vamos para Tarma.
— ¿Caándo, señor?— preguntó el mayor
qne no se mostró admirado por la noticia,
— Mañnna comenzaremos a marchar,
-^Por fortuna en el tren que llegará es-
ta tarde viene su caballo y el inio.
— Detíian haberlos mandado anteayer en
un tren i]ue iba a salir de Lima algunas
horaa más tarde que nosotros; pero como
fie resolvió que nos quedáramos en la linea,
no vino ese tren* Avise a las compañías
que vamos a marchar, para que los oficia-
les traten de buscarse algún caballo o nui-
la; pasar la cordillera a pié es asunto serio,
— Difícil será que encuentren oabal^-
duras, al inénos todoBt este pueblo es tan
escaso de recursos y los oficiales son tan-
tos que a lo sumo la miUid podrá acomo-
darse,
—Así es. La compañía que está en Ma-
tucaiia y la que está en San Mateo llega-
rán aquí por el ferrocarril mañana a pri-
mera hora. Avíseles por telégrafo para qae
sepan que marchamoa y traten de conse-
guir bestias.
Un momento después las tres compa-
ñías sabían que al dia siguiente saldrían
para Tarma.
En todo el pnftblo no habría m:^ de una
docena de bestias, entre caballos y muías,
que pudieran ser adquiridas por compra*
Todas laa que se veían, en su niajor parte,
erai) ya del bagaje, ya délos pequeños des-
tacamentos de artillería y caballería que
ahí estaban de guarnición.
De aquella docena de bestias la mitad
Be componía de animales casi completa-
naente inútiles, llegados recientemente de
La Sierra y fatigados por el viaje, los cua-
les seria muí difícil que pudieran volver a
pasar los Andes sin quedarse en el ca-
mino-
En cnanto a la otra mitad, sus dneñoa
tenían aquellas bestias para sn servicio y
no querían deshacerse de ellas; o bien, ai
consentían en venderlas era haciéndoselas
pagar en más de su valor,
Apenas tuvíeroD los oficiales noticia de
la próxima partida comenzaron sus apnroa
^. proporcionarse cabalgaduras*
esde luego los que no tenían dinero
.an ir preparando loa talones para tre-
la Cordillera.
demás, que no formaban el mayor
número, corrían de un lugar a otro exami-
nando algún caballo o unda, pero resulta-
ba, ya que la bestia estaba lastimada, ya
que se encontraba tan flaca j extenuada
que se caía sola, o ya que pedían por ella
más díuero do! di sponi ble-
Cortaba uno el trato de nn caballo por
encontrarlo lastimado, e ilm a tratar una
muía y la hallaba renca; corría entonces a
ver un macho de que le habían dado noti-
cias^ pero lo querían vender muí caro o
bien, lo habían vendido ya o no querían
venderlo.
Después de muchas idas y venidas, car-
reras, afanes y trajines, algunos conse-
guían tener cabalgadura.
Se ofrecía otra cuestión entóneos: pro-
porcionarse silla y freno.
Nuevos apuros, nuevas carreras, nue-
vos pasos,
A varios les había alcanzado el dinero
exactamente para pagar la bestia, de suer-
te que no les quedaba para loa aperos, y
con correas que buscaban por aquí y por
allá y con fraaadaa trataban de acomodar
la bestia de manera que pudiesen montar-
se en ella.
Los que tenían ya líato su animal se
sonreían con satisfacción^ j loa otros se-
guían dando vueltas y revueltas.
Soler después de mucho disputar había
conacgüído que un pal pero le vendiera en
cuatrocientos soles una yegua tordilla en-
sillada con una *'silla de cajón"; era ésta
un suerte de silla en la cual loa muslos del
jinete iban como en un cepo.
Soler de pies en el umbral de la puerta
de la casa que estaba habitando, dirijia
escudriñadoras miradas a su yegua, y lue-
go se acercaba a ella, le tocaba el pecho,
le palpaba las piernas, la hacia dar algunos
pasos, y despuci^ de su prolijo eximen que-
daba siempre abrigando mil dudas sobre
fii aquel cuadrúpedo seria capaz de cargar
con su humanidad a traites de los Andes.
Un fuerte BÍlbido que se dejó oír llamó
la atención del capitán Soler, Lanzó ana
postrera mirada escrutadora a su bestia y
echó a andar hacía la eatacíon del ferro-
carril fjue se encontraba a pocos pasos de
distancia.
Aquel silbido anunciaba la llegada del
tren de Lima por el cual esperaba Soler
que le viniera la contestación de la carta
que había escrito dos días antea.
Cuando el tren entró en la estación, el
capitán ae hallaba en el andén y fijaba !a
1
— 78 -
vista stcntíuneüte en loa j^anqaevfis r^ue
veniaTi cu el tocho de lo.^ vagones. Entre
ellos descubrió a su ensisario.
Se aproximo a el tan pronto como se
detuvo la Irkcomotora, j le prüDgautó :
— ríKntregó usted la carta?
— Si, señor, — contestó el mozo bajan-
do del tren; — pero no eu \ñ calle de Ca-
lonje,
—¿Cómo es cao?
—No estaba en Calón je la señora a
qnien iba dinjida la eartn. Una sirvienta
que liabia en la casa me dio laa seüas cIíí
donde poihia eucoutiurla: era en Santa
Teresa número 70, Fní ívlliL, y una niña
que salió a recibirme dijo que la aeñíjni
estaba enferma en c-ama y qne eila le en-
tregaría la carU, í^e la di, y espere la con-
testación. Al cabo de un i-ato regresó y me
dio ésto..,
Al decir lo último el mozo sacó del bol-
sillo de su blusa nn sobre cerrado.
Cojiólo el capitán prontíimente y se
apresuró a abiirlo.
El teniente Alvar había ocurrido tam-
bién a la tstaciüu j se en cneontralia a nn
paso de tras ríe Soler. Cuando vio í[Ue éste
abria el sobre^ clavó en el sus ojos espe-
rando que saliera de su interior otro con
la contestación de Lucía; pero sintió opri-
mírsele el pecho al divisar que de él sal i a
solamente un pequeño pliego de papel que
el capitán se puso a leer con atención.
Apenas vi ó que coüoluia su lectura le
preguntó con ansiedad :
— ¿Qué le dicen» capitán?
íSoler volvió la cara y divisando al te-
niente pareció vacilar antes de dar la res-
puesta. Por fin, como si tomara por fuerza
una resolución, contestó designando con
un dedo nna parte de lo escrito en el pUe-
go de papel :
— Lea usted ésto, teniente.
Alvar levó a media voz lo siguiente;
'*Sin poderlo coiaprender he leido repe-
tidas veces el pilrrafo de su carta en que
me habla de una pcrsooa llamada Lucía.
No sé a quién se refiera usted. Por lo que
me dice he vislumbrado se trata de ana
persona que debe solicitar de mí algún
servicio y aun venir a mi casa. Hasta aho-
ra nada de esto ha sucedido; pero si ella
acude a mí, tenga la seguridad de que
haré cuanto me sea posible por ser a^-
dable a usted cumphendo su encargo* ^
Estas líneas s ibrecojíeron al teniente
f^ne al concluir de leerlaá »do pudo bal-
bucir:
— I Lucia no está en casa de Luisa!
Sfjíer se sintió conmovido al ver la an-
gustia que revelaba el semblante de Ah-ar,
y buscó en su iraaji nación algunas pala-
bras con que reanimarlo.
— Ko ha ido a casa de Ijuísa, — le dijo;
— eso lo dice claramente í}sta carta; pero
por esta circunstancia no düt>e desespemr*
se nsted; qnizd Lucia tiene alguna amiga
a cuya casa se ha ido a refujiar, o bien
habrá regrt^do a la de su familia dando
alguna dÍHcul^ia por su ausencia ; cuando
elia no M ido eu busca úq Luisa, es segu-
ramente porque ha tomado alguna deter-
minación que le ha parecido convenirle
más.
Alvar oia las conjeturas de Soler; pero
sin jxíder dejarse tranquiUzar por ellas.
--Usted, nipitan, — replicó, — vé las co-
sas a travc6 de un prisma mni distinto del
mior quién ni qné me asegura que I^ucia
no se naja creido engañada y abandona-
da por raí, y al verse sola, siiitiéud<JS0 de-
sespci-ada, na haya tornada alguna terrible
resolución... O bien tal vez su débil com-
plesLon no ha podido resistir tan tremendo
golpe moral y ha perdido el conocimiento,
y se encuentra enferma y sola o en medio
de jente extraña,,,
Alvar se dejó caer sobre un banco de
madera que habia en la estación y se en-
tregó a una profunda desesperación mién-
tnis las ideas más negras cruzalan su nien-
te presentándole con sombríos céleres la
suerte de Lucía,
Algunas horas uiús tarde, siendo ya de
noche y cosa de las nue^e o nueve j me-
dia, en la habitación ocupada por los tres
capitanes de las compañías del Setiembre
que estaban en Ghicla, se encontraban ellos
tres sentados al rededor de la mesa en unos
cajones que les servian de sillas,
— Hoi, — dccia Orre^o^^poco antea de
saber que mañana partíamos, compré una
botella de oparto en el hotel con la inten-
ción de tomar nna o dos cepitas cada ma-
ña ua.
— Pero con el viaje se ha frustrado tu
saludable proyecto , ^-d ijo Los tan; — puef
supongo que no pensanis cargar con nuk
botella de vino durante la marcha.
— Claro estil que no ; llevaré para el f ri'
una de piflco que hace el miamo bulto
/
— 79 ^
calienta m;u^. En cnanto a la de oporto^ ho
pensado con vellida en nn poncbij caliente
que nos tomaremos esta noche con di raen-
tado con n^.ba naditas de este par de limo-
nos que acabo de comprai' con tal ñn,
—Este Orrego suele tentar unas ideas
mui íicepUblcs, — dijo Holcr, — Solo nos
falta el agun, caliente-
—A e£ita liortí ha de estar lii mondo jaj
lia ce rato miindé calentar un jan^o al
rancho,
— ¡Querido Orrego! — csclaDió Lostan^*—
tú te has propuesto nonijuistar nuestras
jsimpatias j lo estáíi ccnsi guien do; no vaci-
lamos en leconoeertG como el nub ex Láclen-
te compañürü de campaña.
Orrogo manilo en seguida traer el a^fua
caliente y un momento despiies los tres
jarros de lo 7.a (¡ue el día anterior compra-
ra aquel capitán con el objeta de que
bieíeran las veces de taxas, ee encontraron
lltínos de ponctlie.
Con e&te aliciente la conversación se
hizo hugo sostenida, y n^itii ral mente vi^
jíieron lnes:o los recuerdos de la líltima no*
che que habían pasado jtmtos en Lima,
Orre^o habló de Elisa, aquella que esta-
ba esít ncíche disfmzada de figuran La J que
era su cjnerida* y Lostan pondei'ó la her-
mosura de Blanca, de qnien ee deci^ ena-
morad íh i mo auuque solamente un dia la
babia risto y hablado*
— Nosofcr<.ís, Lostan y yo, — dijo O r regó,
dinjiéndüive í\ Soler, — hacemos recuerdos
de n neutras compti ñeras de la noche de la
despedida y tú nada dices de la india, que
fué la Luya.
— Es que yo, — - couteetó Soler, — estoi
ocupándome de otra persona cuya salud
me interesa mucho y de qaien hoÍ he teni-
do malas noLicias : se cncueatra enferma.
— Tal vex de melancolía por la ausencia.
— Esta suposición, — replicó Soler son-
riendo, — C8 lo que me puede consolar- A
propósito; ^;sabe alguno de ustedes bicia
qué lado se encuentra cu Lima la calle de
Santa Teresa?
—Esta cerca del cuartel de Santa Cata-
lina, — eontestó Lostan, y anadió: — esa
calle me hace recoixlar una arcntnra ípie
no les he contado y qne me aconteció eu
Ib misma noche de íjue estamos habí and o,
precisamente cuando me dírijía a la casa
'^"'^de tuvimos el baile de máscaras. Fué
. aventura con sus ribetes de novelesca^
lance en que hubo dama desconocida,
das, misterio y mucha quisicosa.
Lostan notando la cunosíd.id que liabia
dospei'tado eou su preáüibulo en sus dos
compañeros, eojió su jarro de ponche y
después de t^imar un Uago, comenzó a re-
latitr lo que ya liemos contado anterior-
mente; de como yendo él aquella noche
por la calle de Calouje en un cairuaje, una
dama dcsc;anocída llamó al cochero y ha-
biendo admitido la oferta di I capitán pi-
dió que la condujeran a la callo de Santa
Tei'csaj y de como eu el trayecto se liabia
desmayado al verse herida y, por fin, de
como después de halK^r vuelto en sí y ha-
ber sido atendida por tm médico , se obsti-
nó en decir que no sabía quien la había
herido. Todo esto lo refirió Lostan con
todos sus detalles y ] normen ores.
Cuatjdo hubo concluido sn relación, dijo
Soler tratando de sonreír; nms, haciéndolo
de una maneni mui forzada:
^Veo, Lostan, que quieres hacerme
una broman seí^nramentc es en cam)>io de
la que aquella noche te hicimos con el dis-
fraz de Blanca.
— ;Yo, broma, a tí! — ^e^íelamó Lostan.
con aso m Viro.
— No te hagas el admirado; no has lo-
gi'ado jugármela.
~Tú eres el (]ue me estiís embromando
a mí, pues no te comprendo.
— Sabes finjir muí bien la sorpresa,^
replicó Soler sonriendo siempre; — ^pero no
me la pegas; quien sabe de qué manera
has logrado saber algo relativo a esa dama
por quien me intereso y quieres hacerme
una chanza.
— Pues ahora te entiendo menos,., Sii
poríjae la joven herida se llama Luisa y la
persona a quien te refieres también lleve
ese nombre crees que yo pretenda hacer de
las dos una sola, te equivocas. . , ademíia yo
no conozco a aquélla por qnién dices inte-
resarte, ni sé su nombre, ni aun sabia que
existiera antes de lo que acal>as de de-
cirmc,
—No es solamente por lo del nombre,
sino también por otras cireunstanciasí lo
de la hora y el sitio: aquello de comenzar
la aventura eti la calle de Calón je y con-
einir eu la de Santa Teresa... En fin, ha
estado mui bien urdida la broma, te la
aplaudo; pero no la trago... Lo que ahora
te pido es que me digas cómo has podido
ponerte al corriente de mis asuntos, ape-
aar de que he guardado siempre la mayor
reserva; ni siquiera babia pronunciado el
nombre de Luisa en presencia de ustedes,-*
1
_ 80 —
Bien díctin que nada se puede tener oculto
«n este mundo.-- set^uramente eael tenien-
te Alvar quien te ha contado al^o.„ aun-
que é! tampoco sabe gran cosa,..
— No hables más,*- le dijo Lostan inte-
rrumpiéndole; ^mientras más hablas miU
en ayunas me quedo; lo único que puedo
decirte C3 que cuanto te he contado es la
pura verdtid; j como barrunto ljUc mi
aventura puede ser de importancia para ti\
te doi mi palabra de que no te encaño,
Reparando Soler en el aire Berio vU
formalidad con que hablaba Lostan, cono-
ció que no bromaba.
— ¡ Entóncefl es ella, m Luisa la que eski
herida!— exclamó como ai tratara de con-
vencerse a ei mi amo- — ^No puede (siber
duda, es ella; la hora, el sitio del suceso, el
encontrarse ahora en la calle de Santa Te-
resa número 70, el hecho de escribirme
que eatii enferma en camu, todo hace creer
que es ella misma; no puede ser otiu. Ádc:-
mÚB la circunstancia de no querer dar
parte a la policía de aquel crimen estiL de
acuerdo con lo de ocultármelo a mí mismo,
pues me dice que se halla enferma y no
q«e está herida.
Orrego y Lostan oian hablar a su com-
I)afiero j sentiao vivamente picada ^n cu-
rioflidad por saber qué clase de relaciones
existían entre la dama lierida y Soler,
— Comprendo,— dijo Lostan» — que mi
joven desconocida y la Luisa que te inte-
resa son una misma persona, y siento en el
alma haberte dado esa desagradable noti-
cia; poro al referirte mi aventíira no me
imajinaba que iba a causaite un pesar*
—Natural mente, además yo uo tengo
sino motivos de agradecimiento para tí,
pues mediante tu atención tu^^o ella médi-
co y medicinas con prontitud.
— Te muestras tan agradecido, — dijo
Orrego qneriendo chajicear, — como si se
tratara de tí mismo.
^Mits aún. Ya que la casualidad les ha
hecho conocer a ustedes una parte de mis
relaciones con Luisa, prefiero que lo aepau
todo, pues de esa manera se formariin us-
tedes de ella mejor idea que la que indu-
dablemente se estarán formando. Hace
cosa de cuatro meses vi a Luisa por pri-
mera vez: fué eu loe portales. Su vista
produjo en mí la míis grata impresión.
Desde entonces tomé la costumbre de ir a
pasearme por los portales todos loa dias
después de almuerzo hasta la hora de la
llamada. Continuamente la encontraba; la
veia ir de una tienda en otra, entrar y sa-
lir, y yo trataba de cnizarme con eila
cuantas veces podía. Cuando me i^roció
que habia reparado en mí y que no me
miraba con malos ojos, me resoíví a escri-
birle. Yo sabia donde vivía ella, porque
la babia seguido hasta su casa, y ^>or un
muchacho de la vecindad supe su nombre
y ijne vivía solamente en compañía con ku
sirviente. Dos di as anduve trayendo en el
bolsillo una carta escrita por mí; pero no
encontraba oportunidad de dársela a Luisa.
Fácil me hubiera sido remitírsela a su casa,
pero temía comprometerla y enfadarla,
porque habría sido necesario tener algún
confidente y tal vez esto podria desagra-
darla y echar por tierra mis esperanzas.
Me decidí entonces » enviarle mi carta por
medio del correo^ comunicándole en ella
mi nombre y dirección para el caso de que
contestara. Al cabo de dos di as de dudas
Ír dubitaciones, recibí una contestación en
a que ella me pedia que no la eiguiera¿por
la calle ni pasara muí a menudo frente a
su casa porque eso podria comprometerla*
Naturalmente volví jo a escribirle, y man-
tuvimos algún tiempo correspondencia por
escrito solamente, hasta que despnes de
mucho lidiar conseguí que me diera nn:i
cita. Se efectuó ésta; nojB vimos y nos ha-
blamos; pero no en casa de ella, sino en k
calle, en im barrio apartado. Desde enton-
ces continuamos hablándonos en diversos
lugares para donde nos citábamos, porque
en su casa, aunque ella es viuda y entera-
mente libre, no podia recibinne por evíÉar
chismes que no habrían escaseado, sobreto-
do siendo yo militar chileno. Cuando nues-
tras citas tenían lugar de noche, acostum-
braba yo ir de regreso a acompañarla
hasta una de las esí[uiuas próximas a su
casa, sin entrar nunca con ella en la calle
de Calón je, que era donde vivía,
— ^En esa calle, — dijo Lostan mientras
Soler hacia una pausa; — fué donde la en-
contré yo, donde subió al coche yendo ya
herida.
— Aquella noche estuve yo con ella en
un hotel hasta las once; nos des pedía moi
por cnanto al día siguiente me venia yo
para acá con el batallón. A esa hora nos
fué pi^eciflo separarnos porque debía ella
regresar a su Ciisa, pues no quería que ni
aun su sirviente sospechara nada de nt -
tros amores. La acompañé hasta la esqn i
de la calle de Concha: ahí nos despcdiir ,
Yo la vi doblar la esquina y recuerdo s
— 8Í-
encendí nn cig^n-íllo, y peimanecí aLi
cerca de mi minuto; tiempo sobrado para
que ella llegam ü m casa. Eti sognidn me
eché a andar liácia abajo dinjícndümc dca-
pnes a la calle de 1 barcia qne fué donde
tuvimos la fiesta j la cena. Ahom pueden
ustedes adivinar fácilmente cuánta zozobra
me causa la historia que lia contado Los-
tan. La joven herida es Lnísa; b que me
confirma aún mas en ejíta creencia ea que
hoi acabo de recibir una carta de ella en
qnc me dice que está euferma en casa de su
madre j tjue vire precisamente en la misma
calle j en la misma casa donde Lostan
«ondujo a la herida, y en compañía de otra
hija suya, que es sin dnda la nifia que vié
Lostan,
—Pero, — dijo On-e^o,— no debes afii-
jirte mucho, puesto que la lierida ha sído
íeve, j pronto so encontrará ella restable-
cida.
— De todas maneras, bien comprenderás
cuan penoso es saber qne la mnjer a qnien
uno ama ha sido maltratada, que se ha
querido asesinarla sin que uno ae encon-
trara ahí para protejeila y casLi^^ar al
asesino, y sin pc*der acndir en su defensa
cuando el. peligro qnizáa ann no cesado del
todo.
— Eaciocínemos un poco, — dijoLostau:
- — ^¿qnién liitbrá sido el agresor? Si lográ-
ramos saber esto podríamos fácilmente
calcular si Luisa corre uñn algún peligro.
Yo no creo que haya sido un bandido cual-
quiera que quisiese robarle dinero o alha-
jas: asaltos a mano armada con ese fin no
se ven en las calles de Lima en estos tiem-
pos-
- — Yo tampoco creo tal cosa: el asesino
debe haber sido instigado por otro mó-
vil.
— Por odio o por veuganza.
—Tal vez.
— ¿No sabes si ella tiene algún ene-
migo?
— Nunca me ha dicho nada a ese res-
pecto ,
— Y^ sin enfadarte por lo que te voi a
preguntar^ ¿ no has sospechado que tengas
algún rival?
—No lo creo, ni pienso qne ella fuera
capaz de engañarme.
-No es esa la cuestión; jo hablo de
un rival desdeñado j celoso; loa celos
■^en conducir a muchos extremos.
-Recuerdo qne una vezhablaudo como
una cosa sin importancia me contó
Luisa qne un pariente suyo la había pre-
tendido pr esposa poco después de haber
enviudadoj pero que ella no habia admi-
tido- Esto habia pasado mucho antes de
qne yo la conociera, y parece que ese indi-
viduo estaba ausente, y aun creo que me
dijo que habia muerto i ello es que me ha-
bló de él como de una persona qne no ha-
bía vuelto a ver.
— Hai nna cirCTinstancia qne llama la
atención en todo esto,— dijo Lostan ha-
blando con calma,— La mano del asesino
no debió ser movida por un deseo de Incro,
iino por odio, vengansia o celos. En cnal-
qiiiera o cualesquiera de estos tres casos,
Luisa debe saber quien fué el agi'esor, sí
no pudo ver sn semblante en la oscuridad,
debe por lo méuos haber adivinado quién
es él Ahom bien: ¿por que no gritó pi-
diendo socorro? ¿por qué no me lo pidió &
mí así como me pidió qnc la condujera en
el coche? ¿por qné estíindo sn casa a un
piío de distancia se hizo llevar léjo^, a la
de sn madre? ¿por qné no quiHO darme in-
cicioíí para buscar al asaltador?
— Torlas esas preguntas me las hago yo
y no encuentro i^ué respuesta darme. Lo
único que veo es qne el asesino ha quedado
impune y en libertad para repetir su aten-
tado; lo que indudablemente ha ri habiendo
visto qne se frustró su primera tentativa.
No encontrarme yo en Lima^ cerca de
Tjuisai para de f tenderla y prott^jerla; esto es
lo qne me desespera^
— íSin emlxirgo; no debes de temer que
el hecho se repita, pues Luisa tendrá cui-
dado de hallarse prevenida. La circunstan-
cia de haberse ido a casa de su madre
indica quizá que trata de ponera en segu-
ridad.
— Mientras tanto voi a quedarme con
mis temores quién sabe por cuanto tiempo.
Mañana partimos para La Sierra y durante
la es pedición ni aun tendré noticias de
Luisa : esa jncertidnmbre es la que mú£ m6
Orrego que hasta entonces habia tomado
poca parte en la conversación, limitándose
aescncharj dijo;
— ¿Eecncrdan ustedes qnc cuando está-
bamos en la estación de Desamparados en
Lima, mientras subía la tropa al tren nn
individuo de sombrero de pita mii-aba mn*
cho a Soler, y yo reparé en ello?
— ¿A qné viene ese recuerdo?
— Aquel sujeto bien pudiera tener al-
9
— 82 —
goiia relación can g1 hecho de que s€
tratii.
^i Siempre receloso como ffimso quo ea!
— hIíjo Lo3tai2 por Orre^o.
—A mí iDñ gnata fijarme en todo.
Los tres capitanea continnaron haciendo
deducciones y coujtturtis; pero siempre
quedaban envueltos ea la duda- Xo tenien-
do nnn base fija ea qné fundarse» todo no
pasaba de meras auposiíciones con mayores
o meiiorea vísofl de verdad: imposible lesera
adivinar d mÓTil del asesino, ni menos 3n
nombre.
XIX
En Casapalca.
El di a siguiente, que era jnévca, debía
comeuaar la marcha del batallón hacia I ja
Sierra í decimos que debía comenzar por
cuanto el viaje deade Lima hasta Obícla lo
babia hecho por el íerrocarril, y sólo de
este pueblo iba a principiar la niarclia a
pié,
Poi' la maáana llegaron en un tren las
compañías que habían quedado en Matu-
caua y Háu Mateo.
LüS doce del día era la hora fijada pitra
la partida.
A liis nueve y media tomo so almuerzo
la tropíi, y apenas estuvieron desocupados
loa calderos y demás utensilios del rancho,
fueron colocados en los lomos de dos mu-
ías que con ese objeto había proporcionado
el bagaje , y conducidas por los rancheros
salieron aquellas bestias en dirección a Ca-
sapalca,
Partían ¿3os a esta hora para poder te-
ner hecha la comida cuando llegáis la tro-
pa, que saldría miis tarde.
Esta primera jomada iba a ser has^
Casapalca, y puede decirse qne seria algo
como un preámbulo, como un prefacio de
las que t'^^udriau que hacerse los días sí*
í^uientes. El ci Tonel la Iiabii llamado
upreparatirajn al hacer el ítiucnirio en esta
forma:
Ij* jomaila (preparativa) de Chicla a
Casapnlna,
2.^ id- de Casapalca a Pachii chaca*
3** id, de Pu chachaca a La Oroya-
4."^ id. de La Oroya a Tarma,
Antes de ks once de la mañana los po-
cos oficiales que tenían cabalgaduras esta-
ban ya prepar cuidólas. A unos les faltaba
silla, a otros cíucha o nendíki: la silla le
suplía con frazndas, alg-Uiias correas repre-
sentaban el papel de cincha y algunoa li-
lij^s o cordeles tomaban el carácter de
riendas,
Y a fe qne no merecian mejores jaece*
aquellius desgraciadas bestias, pues caii
tridas ellas terdan tan triste aspecto y tan
descarnado cuerpo, que Rocinaote al fren-
te de ellas habría parecido un cerdo ce-
bado.
También había en Chicla tinos poco*
burros <|ue podían comprarse. Algunos de
los oficíala que no tenian cabiillo los com-
praron, no ¡«ira hacer el viaje en ellos,
puei aquellos orejudos cuadrúpedos care-
cía u por completo de fuerzas y resistencia
para atnivesar los Andes con un cristiano
encima del espinazo; siuo para echar sobre
ellos el \)Gño de sus equipos.
Los soldados tenían muí pocos prepara-
tivos que hacer: pouerse la canana con sus-
cien Cií]Tsnlas» colgarse al cuello el morral
y la caramayola, y a la espalda el rollo he-
cho déla frazEvln, o simf>lemeiitc <Eel rollo»
como acostumbra llamarlo la tropa.
Poco áütes de las doce se tocó tropa, y
las compañías formaron.
Algunos soldados que se había u enfer-
mado eu esos tres dias fueron entregados
al í]ue quedaba de jefe de la plaza para
quf fueran remitidos a Lima-
A las doce sonó la cometa, y las cinco
conq>añfas del Setiembre que ahí CHtobsa
formadas, oyeron los toques de <t atención,
derecha y paso redoblado í^.
E^^ta era la señal para ^romper la
marchan),
Y era la se ñu I para comenzar otra \'ida,.
{}tru existencia llena de fatigas^ penalida-
des y miserias. Era comentar la lucha del
l>ié contra los inlpidoa desfiladeros, de! pnl-
mon coutra el Horoche^ del estomago contra
la;i ]nivaciünes; la lucha contiu ía lluvia*
la nieve, el hielo, las tempestades...
Las com]mñías emprendieron la marcha
ni npaso de camiuü* siguiend<f una en pos
de oti-a.
Cuino lo hemos dichí^ antes, la jornada
do e.se dia no iba a ser mui larga; doa o
tres leguas de camino; en un teri'cno llano,
aquéllo habría ti do un paseo; pero esta-
ba muí lejos de ser llano el terreno ^"e
se debía recorrer pmra salvar aquella
taricia.
üe Chicla parte híícia arriba un sene >
qtiu va serpenteando por la quebrada ^^ y
— 83 —
si bascara el nacimiento de ella» y signe
ja por su foado, ya por las faldas de los
cerros que la fíjnnan, haciendo mil reco-
dos y sabidas y bajadas, y atravesaudo
varias veces el rio que corre por ella, el
Eimac, qac en aquellas alturas uo trae to-
davía mrfa que un redncido Cíxudal de
:aguas.
El pifio de aquel sendero estit constíuite-
mente hiimedo y barroso, pues eu aquellos
parajes llueve a cada momento y además
vierte el agua por todas partes, ya sea por
venas interiores, ya por lo que destila la
nieve que cae a menudo.
La mano del hombre La tmbajado ni ai
poco en aquella via qtic eijtrue pacicu te-
men te todas las siimosidadea del terreno:
-a cada instante el viajero tíeue que subir
para volver a bajar; estas con tín Lias subi-
das y bajadas hacen doblemente ¡xísíwIü el
camino. Sin esta circunstancia hai ya bas-
tante que sabir para llegar desde'Chiela
hasta Oasapalca ; ahora con esos repetidos
Beños y hondonadas en que es preciso des-
cender para volver a ascender, la subida fíe
mnltiphca, y bien se sabe qne el reiX!char,
el ir cuesta arriba, es lo que hace máñ fati*
;goBO un camino.
Uomo se vé, la marcha que ese di a iba
a hacer el batallen Setiembre, aunque cor-
ta debia ser molesta. Pero había un factor
con el cual las molestias de ese viaje se
convertían eu fatigas abrumadoras- era el
sorocha.
Aquellos parajes se encuentrau situados
a má.s (!e cuatro mil metros, algo como
o na legua sobre c\ nivel, sobre la sapcrti-
cié del mar. Como cuanto máa arriba, me-
nor es lü ]>resioii del aire, y éííte se hace
más ralo» más flojo, más tenue, en la enor-
me altura indicada, donde se encuentra el
caminí^ de Chicla a Gasapalca, la raridad o
rarefacción del aire es tanta, que apenas
tiene la densidad necesaria para la vida
■del hombre, quien respirando a todo pecho
con gmn dificultad puede aspirar escasa-
mente el oiíjeuo que necesitan sus pul-
mones.
Si un individuo se encuentra quieto eu
■esoB lugares, no siente mitó que alguna
molestia para respirar, cierta falta de aire
que le fastidia un poco- Pero cuando hace
movimientos, cuando se ajita, siente que
€ le falta por completo^ que ie aho-
I ene entonces que detenerse y respirar
<: oda la fuerza de sus pulmones varias
S " ^*^secutivas para proporcionarse ]a
mayor cantidad de oxíjeno qne se le hace
necesaria por el desarrollo de calor que le
ha producido la ajítacion.
Le basta aun hombre andar unos pocos
pasos por aquel laa alturas para sentir este
fenómenos le es forzoso detenerse para
respirar <
Esa rarefacción del aire es lo que llaman
por allá el soroche.
Eu los repoíhos es cuando sus efectos
se sienten con mayor fuerza.
A veces produce no solamente sofoca-
ción siuo tai» bien agudísimos dolores de
cabeza y fatigosos vómitos; hai ot^asioues
en que hace caer al suelo a las personas,
desvanecidas y arrojando sangre por las
naricea y por loa oídos.
Saliendo de Cbiela las compañías del
Setiembre comentaron a marchar pansa-
damente en dos illas*
La guardia de prevención compuesta de
vciuticinco hombres al mando de tm ofi-
cio I, iba a algunos pasos detras, llevando
por principal obligación velar porque nin-
gún soldi\do se quedara en el camino.
A poco aüdar la formación en dos filas
se deshizo, pues pronto ae presentaron des-
filaderos por donde la tropa tenia que pa-
sar a la deshilada, uno por uno. Ademái
los pulmones de todos los soldados no tie-
nen como es natural igual resistencia, y
aqnellos en quienes el soroche hacía mayor
efecto retardaban el paso ni¡is qne loa
otros.
Cuando im individuo va solo por esos
senderos, cada vez que le falta el aliento
se detiene a respirar; pero yendo en un
batallón no puede hacer ésto; le es forzoso
marchar h^ista (pie se dé un descanso jene-
ral, vSi se pwra un soldado en un desfilade-
ro, impide el paso a todos los que van de-
tras de él í de esa manera seria imposible
que hiciera su marcha una tropa, puesto
que siempre habría algún soldado cansado
y nunca se podría avanzar. Por con si -
giente todo el (jue se encuentra fatigado,
que le falta el resuello, sintiendo que se
asfixia, qne el pecho se le oprime y que la
cabeza se le desvanece, saca vigor dcí fon-
do de su alma, hace un esfuerzo supremo
y llega a algún recodo del camino donde
puede pararse algunos segundos a resollar.
En laa marchas que hace un batalloii
por cualquiera parte que no sea aquella u
otras alturas semejantes, en las primeraa
hora» todo va perfectamente bien, y es sólo
al cabo de largo tiempo cuando comienza
— 84 —
la trofrt* a mostrar caiisancto j a quedarse
en parte reza^mda; pero en aquellos sitios
que recorria el Siitíenibre, como no ea el
cansancio natura!, sino el soroche lo que fa-
tiga a la jeiite, desde los primeros momea-
tas la fatiga ae pintaba en el semblante de
los soldados.
Luego empezaron a aftcarae el rollo de la
frazada que llevaban a la espalda para col-
gárselo al cuello, y a cada momento el
morral y la caramayola <]ue llevaban al la-
do derecho, los cambiaban al izqixierdo o
viceversa, dejando descansar un hombro
para cansar el otro.
El coronel iba a la cabera del batallón
y cada media hora daba nn pequeño des-
canso a la tropa. Los soldados se sentaban
en el snelo o 8e añnnaban en el cerro que
en casi todo el camino hacia el efecto de
una enorme pared, y respirabati crjn fuerza
como sí quisieran almacenar aire eu sus
pulmones para continuar la marcha.
A menudo miénti^as caminaban el coro-
nel al encontranie en algún lugar alto toU
via la cabeza hacia atrás y podía ver uua
larguísima hilcm de soldados q«e lano en
pos de otro trepaban por el desfiladero con
el cuerpo encorvado por la fatiga, la boca
entreabierta para resollar con menos difi-
cultad, la mirada sin brillo por el cansan-
cio y demostrando en sus semblantes la
mayor extenuación, y que avanzalían con
grjín trabajo adelantando pausadamente
8U3 piernas.
Hemos dicho esto de los soldados; pero
debemos agregnr que los oficíales, salvo
unos pocos, se hallaijnu en iguales circuns-
tancias. Era corto el número de los que
habían conse^ido cabalgadura.
Continuamente se oían las voces de los
oficiales diciendo a algún soldado:
—Avance,
— No corte las ñlas.
Y los soldados jadeante avanzaban co-
mo podían.
Afortunadamente la Jornada de aquel
día era corta-
Una parte de la tropa conocía aquel ca-
mino por haberlo recorrido el año anteriorí
los que la componían j eran interrogados
por loa otros con frecuencia desde cuando
aun iban por la mitad :
— ¿Pilucho nos falta para llegar?
— -Bastante ; vaEiios en la mitad.
O bien, más tíirde:
— ; Muchas puntas de cerro tenemos que
pasar?
— Algunas; en llegando a una puntilla
colorada estamoi cerca de Casapalca.
Y los soldados al doblar cada seno de
cerro tendían la vista esperando colnmbmr
la puntilla colorada i|ue para eUoi veuía a
ser no faro.
E^ias eran hu únicas palabras qae se
pronunciaban, pues la marcha se hacia en
medio del silencio oblz^do por el soroche
que hace fatigoso el hablar.
Por fin sü divisó la puntilla colorada;
pero auti faltaba un buen trecho para lie-
^ar a Casapalca.
Poco después de las cinco de la tarde
arribo a ese lugar 3a cabeza del bata-
llón.
Mas, esta vez el batallón se había con-
vertido en una serpiente de fenomenal lar-
gura. La calieza llegó a Casapalca; pero
la üola... venia lejos todatia.
Los soldados en qnienes el soroche lia-
f^ía hecho más efecto no fueron capaces de
marchar al paso del batalloa. Teman que
venir haciendo continuas pamdillas y para
ello se hablan metido en algún recodo del
camino hasta que pasara el batallón.
La guardia de prevención que caminaba
a retaguardia era la encarí^^ada de hacer
avanzar a aquellos rezagados. El olicñil que
la mandaba tenia órdeu terminante de no
dejar ninguno atrás*
Aquellos infelices completamente exte-
nuados pOT el soroche apenas podían andar
con mucha lentitud: a los mis fatigados
era preciso muchas veces aliviarlcR del peso
que llevaban consigo: un soldado de la
guardia les tomaba el morral, otro el tollo,
a pesar de que éstos ya tenían bastante
divefsiím con cargar sus propios equipos;
pero lo hacían de buena voluntad por de-
sahogar a uu compañero y también por
conveniencia, queriendo llegar al aloja-
miento antes de que se hiciera de noche,
pues con la oscuridad se hacía mucho más
pesado andar por esos desfiladeros, j
hasta peligroso por cuaiito era fácil despe-
ñarse.
Por más que el oficial de la guardia ra-
bió y gritó como un energúmeno para
aguijar a los rezagados, sólo después de las
siete y estando ya completamente oscm^o
pudo llegar a Casapalca,
No se crea que Casapalca es alguua vi-
lla, pueblo o villorrio; nada de ésto; -
simplemente un lugar donde se ensancl
un poco la quebrada y en el cual hai ui
i
~ 65 ^
posada qne mre de alojainieiito a Iüs que
van a jtasar la Cordillem,
Eaa posada a la qae aii duefio le da pom-
poBauíeute el nombre máa modeino y ex-
tmnjtiro de hotel, es una pequeña casita de
madera con pieziía pvU^ el hospedaje de
di es o dcK:e ^' i ajeros.
El clima de Casapalca es mucho idíís
crudo que el átt Chicla; es nmjor el frío
y el Hüroche, lo que ea mui uatuml puesfeo
que Be eucaentra máa próxima a la Cordi-
llera, y que puede decirse que está dentro
de ella misma*
No ee ve por ahí otra i^ejetaoion que
una planta del rails meug^uado aspecto, 8e- ^
niejante al ramaje de uua escoba, que por '
allá sueleu llamar ^^íz/iT! y ^lue los chilenos
coüocian por coirath
Cuando llegó el Setiembre el rancho
estaba ja listo. Los rancheros que habían
venido adelante lo tenian preparado.
Después que llegó la guardia se pasó
lista píira ver si faltaba al^un moldado. En
seguida quedó la troj^a libre para dop
luir.
Esta era la gran cuestión del mo*
mentó.
En unas piezas contíguaa al hotel y al-
gún otro lugar techado podían caber a lo
sumo ciento cincuenta bombrtü, acomo-
dándose como saben hacerlo los soldados
coando lee es necesario; esto es acostán-
dose allegados unos a otros y apretándose,
efitrujáudtpse, v recojíeudo ks piernas para
ocupar ei menor espacio posible, j aun
sentándose en el snelo a piernas cruza*
das como las mujeres en la iglesia,
Quedalian por consignienti; cuatrocien-
tos cincuenta hombres que tenian por le-
cho el suelo barroso j por techado las
negras nubes que constantemente dejaban
caer sobre ellos una menuda llovizna j al-
gunos copos de nieve.
En tales condiciones debían soportar el
intensísimo frió de la noche y crear fuer-
zas para la marcha del dia aitruiente, que
era cruzar las cumbres de los Andes, la
máa rcicia de las jomadas para llegíkr a
TaiTUQ.
TjOS jefes y los oficiales se encontraban
el hotel; lo llamaremos así por seguir
ostumbre de su dueño,
■as ocho o diez camas disponibles f ue-
ocupadas por los que anduvieron más
vivos, Toa demás ae alojaron en la pieza,
que servia de comedor.
Al lado de ésta habia otra más pequeña^
en el fond<i de la cual se veia un reducido
mesón y un estimte con algunas botellas;
en el medio se hallaba una chimenea.
— ¡ Panuíatitas! hace un frío mui regu-
lar, mi coronel,— deeia a cae jefe el posa-
dero, un austríaco que parecía mui eatís-
feeho al ver su establecimiento lleno de
pasajeros, y poniendo una silla a! lado de*
la chimenea, anadia:— siéntese aquí junto
a la candela,., cerraré la puerta por el
frió,.,
— Xo haga tal, — ^replícd el coronel sen-
tándose;— si cíeri-a usted la puerta nos so-
focamos con el soroche; es preferible so-
portar un poco más de fiio.
Esto tenia lugar después de !a coEnida,
que fué corta, pt'imemmente porque llegó
a su fin con el segundo guiso, y en segui-
da porque el coronel se apresuró a levan-
tai^ de la mí^i para dejar a otro sa aitio^
pues por híi dimensiones de la me.sa sólo
una tercera p^ríe de los oficiales podía sen*
tai"se a la vez en su rededor*.
— Echaré más chamiza a la chi minea, —
dijo el posadero,
— Échele toda la que pueda.
Crece en Lis cercanías un pasto que
apenas llega a tener dos o tres ceutí metros
de altura ; sus raices son un poco mas lar-
gas y se enredan y amalgaman con la^
tierra, fonnando algo como una f^ruejia
coatra, E.-^o se corta en pedazos semejante*
a nn ladrillo y se dejan secar pai'a servirse
de ellos como de im combuBtible al cual
dan el nombre de vhamjMt.
— Acerqúense al fnegOT^^i¡jo el cxiro-
nel dirijiéndose al mayor y a algunos ca-
pitanes que estaban ahí í^-aproximen sus
sillas.
El mayor y dos o tres capitanes se sen-
taron al rededor de la chemiuea,
— íja tirada de mañana es la más respe-
table, — dijo el coronel rompiendo con un
fierro los pedazos de champa que demora-
ban en arder,
— Siete leguas, — contesto el mayor,
— No es nada la distancia, sí no la clase
de camino,
— ¿A qué hora saldremos, señor?
—A las cinco de la mañana. Es preciso
pasar la parte más alta de la Cordillera
antes de las doce, porque a esa hora hai
jeueralmeiite tormenta, o por lo mcnoa
fuerte nevada.
— 86 —
— Asi, mi co ron ül,— dijo el ¡xisadero
que cstalm. ea el mesón;— liai que llep^ar
temprano a Momcocha-,. a medio día cae
mucha nieve y ipamcatítaB! no hai que
jugarse con ella.
— ^¿A quó distancia cata de aqní Moro-
üocha?
— Tres legnae.
— ^De subida?
—La mator parte,
—Y habrá luils soroche que aquí, paca-
to quü hai mayor alturap
— 8i, pues,
— Ya tendremos diversión mañana.
El comuel dijo ésto ([neádudose nu
momento pensativo, como ai ya estuviera
viendo en su imajimiclou la larga hiJera
de soldados tiue rendidos por la fati^s^a se
ari'aatraban penosamente por las montañas
cubieitsts de nieve.
Tan pronto como terminó la comida,
los ofieialeíi comenzaron a hacer tender en
eJ piso del comedor, y algunos encima de
3a mesa^ las frazadas que debían servirles
de c^ma.
El lecho era duro y el abrigo poco; pero
eon la caminata del dia no faltaba sueño.
Ki tampoco faltaba eutre Jos oficiales el
bnen humor para hacer bramas a pro-
pósito de las mismas molestias que sa-
inan.
Todos se acostaban vestidos o a lo máa
se saeaban los zapatos, pues el frió que
Hacia DO era para desnudarse sin tener uii
buen lecho*
— ¡ Paracatitas ! — decia un oficial reme-
dando la entonación con que el posadero
decia a cada instante aquella pdabra,— --
€Ómo aprieta el frió !
— Tcügo los pies que no los siento de
helados, — replicaba otro.
— Menos los siento yo, que creía estar
restregándomelos cíui las manos para calen-
tarlos... y ahora vengo a apercibirme de
que loe que sobajaba erau los pies de
I)iaz..*
— ¡Paracatitas! con la mentira gran-
del
Todo esto era motivo de risas-
— Muí mal servido está el hotel de
Paracatitas; acabo de preguntar si han he-
cho helados... y no hai*.,
— He encontrado un buen remedio para
BO hallar la cama dura.
—¿Cuál?
— ^No acostarse.
E! teniente Alvar era uno de los que
ahí estaban. Tendido sobre una frazada,
tapado con oti^a y a^yando la taibeza en
Hu iQüí'ral que le servia do almohada, oia
las vo0^ de sus compiañeros y aunque no
tomaba pirte en la charla, aquella bulla
le distraia un poco de sus pensamien-
tos.
En una peqtieña habitación que estaba
casi totalmente octipada por dos catres
entre los cuales ai>énas liabia espacio para
que pasara una persona, que tales eran los
alojamientos del hotel de Casapalca, estar
han los capitanes l/ostau y Soler.
Anilíos se habían acostado ya, cada uno
en una cama.
— Todavía te veo taciturno,— decia Los-
tau; — no tienes motivo; Luisa estará casi
enteramente sana de su herida.
—No es eso lo que me aÜíje, sino el te-
mor de que sea otra vez agredida.
— iBahlyatelo he dicho; ella tendrá
bneiL cuidado de ponerse a salvo < No ha-
blemos más de eso; pensemos en lo que
hemos andado y en lo que nos í|iieda que
andar. Piensa en tu jegaa tordilla, que la
he visto con mui pocas ganas de trepar la
Cordillera.
—Efectivamente, contestó Soler dan-
do crcgua a sus penosos pensamientos,-—
creo tjue ese animal va a dejarme en la
mit^d*
— Bi^eno será que alcance hasta la mi-
tad y no te deje tn el principio. Yu estoi
pasando ¿sustos con mi ínula, y te aseguro,
sin ofender con ello a Blanca ní a ninguna
otra, que en este momento m;ís me preocu-
pa mi mnla que todos loa amores habidos
y por haber: cada cosa a su tiempo--.
— ; Al fin te oigo hablar razón ablemen-
te! — exclamó entrando a la habitación
otro oficial que ei*a el capitán Aliaga; —
cada cosa a su tiempo: me alegro de en-
contrarte en tan buenas disposiciones para
el objeto de mi venida aqní, que es el
de hacerles una pregunta y una adver-
tencia.
— Vamos a ver; comienza por hacer la
prengunta-
— Es ésta: ^qué eoeavi^ qué comestibles
van ustedes a llevar para el viaje?
— La pregunta es como tuya. Llevi*.
mos carne cocida o asada, que ea lo liní-
que se puede tener por aquí.
—Corneóte.
— 87 —
— Sepamofl la advertencia ahora.
— Es la BÍgTiientG : yo voi a llevar en mi
morral exclusivamente laa mtiniciotití» de
booa necesarias para la miü, v durante la
marcha jo dejo de ser el capitán Aliaga
para convertí ruie en iJnan OroKOO, cnau-
do como no conozco. s Esta es la adverten-
cia; supongo que ngtedcs la babriín com-
prendido.
Aliü^b había dicho todo esto can nn
acento de cómica gravedad, j viendo que
sns compafierofl reian, río también y aña-
dió tratando de ponerse sérío:
— Aíini todos noa conocemos perfecta-
mente bien y salvemos lo que somos en los
viojes; no es estala primera marcha qtic
baoemos con el liatallon* Hai muchos ofi-
ciales que pumiuente por dejadez no llevan
nada pam mascar por el camino, y una
"Vez andando, en ando el estómagn tjomíen-
za a gritarles, principian ellos aalleí^arse a
los que se lian dado la pena de llevar al*
gnn comistrajo, y el iufelin por no ser mal
compañero tiene que poner a ración su
bocíi y Tiiciar su morral para repartiim;
con ellos.
— No necesitaba haberte oido este dís-
enrso para sainar íjue eres un tragaldabas-
pero te cn^nentro razón ; es cierto lo ijne
dices.
Ya eiTin como las diez de la Jioche y a
pesar del frió y de la nieve qne estaba ca-
yendo, Aliacra Sídió del hotel y se dirijió
al rancho donde estaban cociendo Jiun
cantidad de carne qne debía repartirse a
la tropa al tiempo de marchar para qne la
llevara en sníi morrales L-omo ab mentó
dnrante la caminata.
El objeto de su visita era ^er si sl^ ha-
llaban preparados ya los fiambres que c!
liabia encargado y con los cuales espera-
ba entretener el diente en la próxiiim jor-
nada.
Algunas horas después todos dormían;
pero de cuando en cuando algunos des[>er-
taban mortiñeados por agudísimos dolares
de cabeza producidos por la rarefacción
del aire, y düsafiando el frío tenían que
levantarse y salir de la habitación en que
se encontraban pam respirar el aire libre,
único modo de alivíai^se un poco, sino del
tropa que dormía o, para hablar con
^1' exactitud, que estaba acostada a
' descubierto, pudia respirar con me-
^"^ cuitad í pero por g^recerse del frió
y de la nieve 8e ponían algún pañuelo so-
bre la cara, y entóncea comenzaban a so-
focarse coa el soroche; se lo quitaban:
sentían nuevamente los efectos del frió y
la nieve; volvían a cubrirse la faí!;yea
ese ejercicio pasaban la mayor parte de 1^
noche, de aquella noclie en la cual mií*
que nunca lea habría convenido nu tran-
quilo sueño qae les diera vígor para la
próxima jornada.
XX
El paso da los Andes,
A las cuatro de la mañana ac tocó diana
y los soldados se levantaban sacudiendo
sus capotes y frazadas blancos de nieve, lo
cual en medio de la oscuridail dal>a un as*
pecto fantílatíco a a^ncl movimiento.
Las compañías formaban y loa sarjen-
tos primeros de ellas pasaban listií (ide me-
moria w por falta de luz para leer en el Ü-
bro en que tenían anotados los nombre»
de los soldados .
Como era de esperarlo, varíoa individuo*
de tropa amanecieron enfermos: fueran
estos como treinta, y también dos oficiales-
Hablamos sólo de los que se encontra-
ban completamente imposibilitados para
proseguir la marcha, pues si todcís hubie-
ran sido sometidos a un examen medico
ni la mitad habría reanimado brillarse eu
tan buen estado de salud como pocos día*
lintüs.
— Dejaremos aqní a los enfermos para
que rejíresen a Lima, —dijo el coronel di-
rijiéndose al mayor;— y é¿itoa serstu loa úl-
timos que se queden, pues mis adelante
no tenemos donde dejar a los qne se en-
fermen y halirá qne marchar con ellos, la
ctial m nua de las mayares molestias para
una expedición.
Dentro del botel los oficiales hacían que
sus asistentes formaran un rollo de sus
frazadas, y los que tenían cabalgadura la
mandaban ensillar.
El posadero iba y venia, ya recibiendo
el pago que le hacia cada oficial que habia
recibido hospedaje, ya sirviendo café a loa
que lo pedían ; todo en medio de nn dilu-
vio de ¡ paracatitasl qne le brotaba de la
boca*
Uíi practicante que marebaba con el
batallón tenia su botiquín abierto y varios
i
— 88 —
4>fi cíales acudían n el pidíáiidole un poco
de álcali voUtil para llevar diimute k tra-
vesía do la cordíllem oon el objeto de aspi-
rar su olor en caso de sentirse atacados por
el soroche.
Tfxlo esto dabíi Itigítr a muchas idas y
venidas, y siendo tan reducido el espacio
que había en el hotel y tarttos los oficíales
y asisí^ntes, se daban con los ornios y se
topaban nnoa con otras al hacer cualquier
movimiento.
Tan pronto como se pasó lista la tropa
acudió al mucho a tomar el cafe y el cal-
do en que habíat) cocido la ración dti car-
ne de aquel día; un [Xídazo de ésta se le
daba a cada individuo pam que la gnaráa-
ra en su raorrah
—Apure, mayor, que se nos va la ma*
llana,— decía el coronel,
Y el mayor llamando al ayudante le
decia;
^Quc se apresure la tropa en tomar m
ranchcf, y avise ustcid en cuanto concluya.
Pocos minutos antes de las cinco, el
ayuílant* dió parte de que el rancho esta-
ba ya repartido.
—Haga tocar tropa, — le dijo el co>
roneb
A este toque las compañías formaron.
Los que tenían caballos u otros cuadra*
pedos que hicieran las yeces de tales, mon-
taron en ellos, y cada uno tomó su colo-
cación.
Yeinticinco hombres al mando de un
oficial partieron desde luego a la descu-
bierta llevando orden de marchar tres o
cuatro cuadras a vanguardia de la cabeza
del batallón.
Un número igual de jcnte tpie compo-
nía la guardia de prevención, como el día
anterior, debía ir a retaguardia.
El coronel seguido de sus cornetas pasó
a colocarse a la cabera del batallón e hizo
tocar marcha.
Todavía no comenKaba a aclarar; pero
en las primeras cuadras no era el camino
muí malo y se podía caminar a pesar de la
oscuridad siguiendo cada cual tras de la
sombra del due iba delante de él, que al-
canzaba a columbrarla merced a cierto dé-
bil reflejo producido por la nieve. Dos iru-
chachos cornetas que iban a la cabeza
seguían las huellas impresas por la descu-
bierta, y ésta había marchado como Dios
le ayudara, encontrando el camino a fuer-
za de dar traspiés y ttí)pezones. Pero llegó
un momento en que comenzaba un desfila-
dero y no podía atinar con el paso. Hubo
de (juedarse ahí ha&tsk que fué alcanzada
por la cabeza del batallón-
í.íyendo el oficial de la descubierta que
el batallen se acei-cal^a, quíao bacer uaa
nne\Ti tentíitiva para hallar el camino; dió
algunos pasos en una dilección que le pa-
reció conveniente; pero reuní tó no serlo,
pues pisó en un lugar resbaladizo y resba-
lando fué sin bailar de qué pescarse hasta
que llegó a un cbarcOt pantano o cosa pa-
recida donde quedó sumerjido hasta las
rodillas.
Jba a lanzar nna exclamación de cólera,
cuando sintió que uno de sus soldkdos que
siguió sus huellas cmyjó a su lado. A pesar
del di Sitúate sintió ganas de reír y gritó:
—¡Basta! no se vengan todos para acá...
no crean que estoi nani bien.
En ese momento oyó la voz del coronel
que preguntaba;
—¿Porqué no avanza la descubierta?
— No podemos bailar el camino, señor;
— contestó el oficial.
El coronel no se mostró disgustado por-
que ya esperaba ífueesto sucediera y había
logrado mientras tanto avtujzar algunas
cuadrfls. Ademfis una débil claridad co-
menzaba a anunciar la venida del día.
Al cabo de unos diez minutos hubo la
luz suficiente para ver que en ese lugar
principiaba un desfiladero de repecho , y
continuó la marcha.
A medida que crecía la luz se aparecía
ante los ojos de los soldados del Setiembre
la enorme mole de los Andes, blanca de
nieve, maje&tnosa, inmensa, i m perturba*
ble, y a la vez tremenda, formidable, ame-
nazante; parecía querer infundir pavor y
espanto a los que osaran hollar bu nieve
eterna con sus propios pies, no con el cas-
co herrado del caballo, sino con la sencilla
bota del soldado-
Alzaban todos la cabeza para admirar
aquel grandioso espectáculo, aquellas mon-
tañas blancas como una visión fantástica
que se elevaban casi encima de ellos y cu-
yas empinadas cumbres se peidian entre
las nubes. Las contemplaban todos y tal
vez cada cual sintiéndose ya angustiado
por el cansancio se preguntaba interior-
mente si tendría suficiente vigor para 11^^
^ar hasta la cima, para subir, para ascei
der hasta internarse como ellas ea h
nubes que ocultaban sus picos*
¡Y era preciso hacerlol era necesario e:
~ 89 —
contrar fuerzas I era necesario llegar haata
Ja metal
CoE la luz del dia se pudo ver también
el aspecto que presetitaba Iii tropa.
Casi todos los soldados haliian liecLo en
aus fr^vzadas que erau rojas un corte de
una media varaj y se las ponian al cuello
como una. manta o pouchoí de esa ma-
nera sentían menos su peso, y se abrigaban
a la vez. La mayor parte llevaba sus rifles
a discreción sobre un hombro, y otros co-
jíaulo de la mitad con una mano que de-
jaban colgar.
Una buena porción de los oficiales iba
con mantas. Entre éstas habia gran va-
riedad: de vicuña, de pmo, de algodón, de
lana, de baveta, y dtí toda clase de colores
y dimeEsioucH. Algunos habian sustituido
el kepis por un sombrero, prenda mas ade^
cuada pimías lluvias y nevadas,
Ea muí común oír contar las penurias
de su viaje a los pasajeros que atraviesan
los Andes montados en sus buenas muías
y llevando el abrigo y demás accesorios
convenientes; hablan muí largo de sus fa-
tigea y penalidades, y no les falta razón.
Ahora bien; entre pasar la Cordillera en
esas condiciones y pasarla a pié» hai íiiénoa
diferencia que entre cruzar una bahía en
una embarcación y cruzarla a nado; e! uno
\3^ muelle mente sentado en la popa de un
bote y el otj'o tiene que fatigarse para
mantenerse a flote, tiene que luchar coa
las olas para avanzar y corre el peligro de
que si le faltan las fuerzas se sumerjirá en
las agaas y perdei"á la vida.
Además los soldados del Setiembre al
tRtsmontar a pié loa Andes tenian en su
contra la desventaja de llevar coosigo el
gran peso de su equipo y armamento: la
[^ramayola^ el morral, el rifle y la canana
con cien cápsulí^ a bala.
Durante las primei^as boinas la marcha
del batallón faé parecida a la del día an-
terior, teniendo en cuenta que hallándose
a mayor altura el soroche era Ut ai bien ma-
yor y lo mismo el frío.
Los deañladeros se hacían cada ves mdiS
p«ndientes y escabrosos.
Estaban ya en el nacimieuto de la que-
brada. Ahí ésta se reducía a unas grandes
he^'^eduras las cuales iban disminuyendo
hi \ cumbre de las montañas j que unidas
y tinuadas semejaban una colosal mu-
ra
' el fondo de esas hendeduras baja-
ban precipitííndose y formando capricho-
sas cascadas alguuos arroyos de agua cris-
t:dina recientemente destilada de la nieve,
Ei'an ellos el oríjen del Himac.
En esa parte el estrechísimo camino te-
nia í|ue ascender con mayor rapidez que
hasta entonces para elevarse hasta la cima,
pues como lo dejamos dicho ahí los Andes
forman la muralla que divide las aguas
que vienen hacia el océano Pacífico y las
qne van al Atlántico* El sendero snbia
formando língulos., y a veces casi perpen-
dicularmente, buscaudo las sinuosidades
de las rocas y hallando paso por los linéeos
y rasgaduras que habia heono en ellas la
naturaleza.
Aquella era tal vez la parte más pesada
del camino.
El soroche se hacia cada vez más inao-
portahlo.
La tn>pa mi rebaba a la deshilada,
Era verdaderamente triste, conmovedor,
volver Li cabeza atrás y ver hacía abajo
una larguísima hilera de soldados en vncU
tos en sus frazadas rojas, encorvados, ago-
biados por el cansancio, dejando una dis-
tancia de una o dos varas uno de otro,
moviendo trabajosamente las piernas y
deteniéndose a cada instante para respirar
con fuerza el aire enrarívoído de aqneliaa
alturas qne no alcanzaba a satisfacer laB
necesidades de sus oprimidos pulmones-
Con el cuerpo entumido por el frió, in-
cierta la mirada, la boca entreabierta, el
pecho resollando aceleradamente con el
estertor déla agonía, el aliento convirtién-
dose en pámpanos de hielo al tocar los bi-
gotes, y todo el semblante demostrando la
mayor extenuación; empuñando el rifle
con la mano crispada y afirmándose en ¿I
como en un báculo, avanzando unos pocos
pasos, deteniéndose para respirar y vol-
viendo a avanzar nuevamente con áusiaa,
como sí quisiera devorar el camino,
TjOS más vigorosos y esforzadas pasando
delante de sua compañeros, y éstos hacien-
do inauditos esfuerzos para no dejarse
adelantar. Algunos, los más abatidos, de-
jándose caer en un recodo del sendero;
oífos desvautcidoB por el soroche, con náu-
seas y arcadas o arrojando sangre por las
narices.
En medio de sus fatigas su principal
anhelo era mirar hacia adelante, hácta ar-
riba, ver cuánto faltaba para llegar a la
cima; pero aquellos rocallosos montes son
mni engañadores ; cuando se ha llegado a
10
— 90 —
la cnmbre de uno, se divisa otro que pare-
ce surjir repentinamente y que también
hai que trasmontar.
Los df^síiladeroíi tienen ahí con frecaen-
cia a su IskIo precipicios insondables. Hai
que íifirmíir el cansado pie on la nieve con
muclio tino para no realmiar*
La inuyor paite de loa oficiales que no
teninu cabalgaduras, méti03 acostumbrados
ellos j poi" su condición, a las fati^^a que la
tropa, no eran tiuienea menos sufrían con
la marcha.
De los qne iban a caballo varios habían
tenido que apearse porque ai en do bus bes-
tias débiles y gasta da a, no podían resistir
el poso de un jinete por aquellos despeña-
deros. Otros se desmontaban por interva-
los de aus caballos paia presta i-^los a aque-
llos de sus compañeros que veian más
extenuados.
Como a las nueve de ia inañíina comen-
zó a llegíir la cabeza del l}atallon a cierta
altura que podia decirse estaba ja en la
cumbre de los Andes.
Se extendia en la cima una especie de
meseta liaataiite accidentada y llena de
hondonadas í pero que, al menos en el ca-
mino, no ofre<-'ia grandes repechadas-
En ese sitio el coronel se apeó de su ca-
ballo j di6 descanso a la tropa*
— iJeacanaa remos aquí una media hora,
— dijo, — para que se junte algo la jente,
pues i^ene muí disijersa.
En efecto, desde ahí se vela hacia abajo
la larga hilera de soldados cortada en mu-
chos trechos. Aunque alcaiizalKi a divisar-
se como un kilómetro del camino, la guar-
dia de prevención no se veía en él, lo cual
ai guiñeaba qne aun miis allá veniau algu-
nos rezagados.
Los acidados iban llegando uno a uno y
se dejaban caer al suelo aprovechando con
delicias aquel descanso j dando resoplidos
de desahogo.
A medida que llegaban los oficiales v|ue
venían montados, se apealjan, tanto para
descansar ellos, cttanto para aliviar por un
momento a aus gastados caballos, fatiga-
dos no solamente con el peso de su jinete,
lino también con el de algún soldado que
se lea había colgado de la cola en las repe-
cháis as.
El soldado que marchaba tras de una
bestia, aprovechaba esa circunstancia para
cojei^e de la cola del animal durante laa
subidas, pro^xircíonándoBe cou esto un gran
alivio a costillas del pobre bruto que p
tenia bastante trabajo con cargar a sa ji-
nete.
El capitán Lostan fué uno de loa que sfi
apeíí; venia montado en una muía oscura,
Sentí'ise en una piedra y saco tin cigarrillo
de fiu maletín.
Hacia cuatro o cinco minutos qne fu-
maba cambiando algnuag palabras coa
oti-oB oficiales íjno estaban próximos a él,
cuando vio llegar al capitán Soler qae
veTiía a pié, y jadeando se sentó a un
lado.
— ¿A pié?— díjole Loatan: — ¿y tu ye-
gua?
— ¡Maldito anima] í — contesto Soler con
voz entrecortada }if:>r ul cansancio;— se me
cansó „, me dejó en la mitad del camino...
ya lo calcnlaba... desde que salí de Chi-
cía...
— No es usted el úiiíco que ha corrido
esa suerte, capitán, — dijo otro oficial; — a
mí me iumó lo mismo con mi caballo-
— Ya mí, ideni ;-;-agregó su tercero.
— Yo he andado "mOs feliz; mí caballo
ha aguantado basta aquí? pero no la cin-
cha, que se cortó y tuve que apearme;—
anadió otro de más allá.
Y en jcneral raro fué el que no tuvo
que contar algnn percance acaecido a su
cabalgadura, lo que ein muí natural puesto
que casi tod^is ellas eran bestias inútilea,
y los jaeces improvisados de caalquier
modo.
— Desde ahora, — dijo Lostan, ^ya no
tenemos taotas repechadas; los caballos
que no estén tjiuí gastados podrán caminar
con sus jinetes. Te queda, Soler, esa espe-
ranza.
— Veremos.
Lostan se levantó de la piedra en que
estaba sentado, anduvo hasta donde estaba
su muía oue tenia colgada de la silla uDa
caramayola con pisco, vació en el cachucho
de olla tin poco de ese licor y se acercó a
Soler diciéndole;
— Toma un trago para el cansancio.
Bebió ídoler y en seguida el cachucho
pasó de mano en mano hasta quedar va-
cio.
Cuando estuvieron nu poco descansados,
comenzaron a fijar sus miradas ea el im-
ponente espectáculo que ofrecía ahí la na-
turaleza, y principalmente en el Moo í
Meiggi^, distante pocaa cuadras de dloB-
Ese coloso de piedra rojiza pai'ece ni t
torre jigantesca colocada en la cima de h i
— 91 —
Andes í tan empinado es que la nieve no
alcanza a Bujetaratf en él. Ostenta en m
cumbre, en su cápujfi, que se eleva 22,000
pies tiobi'e el nivel del mar, dos postes con
banderolas de hierro endavadoa ahí por la
mano del hombre, bieiido tal vez ía obra
de hiern> labrado que se encuentra a nm-
jor altura en toda la tierra; estíln coloca-
dos ahí como hcriildoa que anuncian la
venida de la civilización, el ferrocarril
cuja via está ya trazada, aunque íneon-
clnsa.
Al cabo de tina media hora de descanso,
se divisó venir a mucha distancia la guar-
dia de prevención,
— Continuaremos la marcha, — dijo el
coronel dirijíéndose a un capitán que esta-
ba a su lado,— todavía viene mucha jente
atrás; pero no podemos esperar mú&i en
otro desea. uso uoa alcanzarán.
Diciendo esto se levantó de una piedra
€n que se había sentado y montó a ca-
ballo,
Al verlo todos se pararon y se continuó
la marcha.
Como el cansancio de la tropa en esas
alturas no provenia tanto del ejercicio do
las piernas cuanto del soroche, sucedía j^ue
apianas se poma cu movimiento, volvía a
sentir pronamente el efecto de la rarefao-
cioü del aire y la fatiga eonsigniente.
Sin embargo, el camino que empezaron
a recon-er no era tan pesado como el an-
terior por no tener tan n&pidae pendien-
tes.
Era la cima de los Andes completamen-
mente nevada. Los altos picos que se divi-
san desde la costa algunas veces, se veían
ahí, sobre la meseta, Imjos, chatos, exten*
didos, parecían pabellones o tiendas de
campaña hechas^ de blanco lienzo.
La tropa al marchar iba dejando un
snrco en la nieve- Fero constantemente te-
nian qae salirse de esa huella loi cjue ve-
nían múB atraSt porque la nieve al ser
aprensada se endurecía y se pouia resbalosa.
Fijando la vista ae veían en algunos
parajes delgados hilos de agua que corría
indecisa a un lado n otro, como si vacilara
entre inelinanie al occidente e ir a formar
el Eimac para arrojarse en el océano Pací-
^ " 'í, o cargarse al oriente y ecbarae en el
ali pai'a recorrer centenares de leguas
>ta entrar al Amazonas y llegar al océa-
Athintico,
'lil espectáculos grandiosos se presenta-
ban a los ojos. La naturaleza se mostraba
ahí sevcm e imponente como en uingiina
j)arte. Enormes roca^ oscuras elevándose
atrevidamente y a veces iuclinadas hacia
afuera, parecían centinel;is amenazantes
a[x»atados para impedir que algún osado
llegara a descubrir los secretos con que la
Coi^ii llera se haee madre de los riof qne
riegan todo un continente.
La tropa del batallón Setiembre doble-
gada por el cansancio no tenia ánimos
para distraerse contemplando tantas gran-
dezas. AvanzaUa midiendo pausadamente
con sus cansadas piernas el nevado piso y
anhelando oír el toqne de 4alto la marcha*
para reposar nn instante.
Pero ese tDí|nc se hacía mucho esperan
La jorn:u]rL de esc dia era mu i larga y era
imposiiíle dur repetidos descansos. Además
podía Sobrevenir una tormenta de un mo-
mento a otro y sus efectos en aquella tro-
pa desiiiírigada y a pié hubieran sido de-
sastros ^js.
El coronel quería a toda costa concluir
de atravesar la eima para comenzar el dea-
censo hacia el oriente.
El hecho de ver que terminan Ifis subi-
das infunde mucho aliento a la tropa. Pro-
duce un gran efecto moral que da brioa al
laás extenutMÍo.
Cerca de las once de la mafiana eran
cuando los que marchaban tnás adelante
vieron hacia abajo el lugar llamado Moro-
cocha, que es una gran hondonada rodeada
de ^"entisq ñeros y en euyo fondo reposan
las tranquilas y heladas aguas de una la-
guna de forma ovalada* Próxima a m
ribera existe una casa con techumbre de
zinc pertenecientes a las faenas de unas
minas de plata; sólo el afán de encontrar
el codiciado metal arj entino puede inducir
al hombi-e a construir habitaciones en
aquellas elevadas soledades.
La tropa comenzó a bajar, y era tan rá-
pida la pendiente que a veces se sentía
forzada a correr, lo cual no era muí con-
veniente por cuanto aceleraba la respira-
ción y hacia eon esto sentir más intcnaoa
los ahogos producidos por el soroche.
Al cabo de una hora llegaban los pri-
meros al fondo de la hondonada y en nn
lugar cercano ala laguna ordenó el coronel
hacer alto,
— Aqui, — dijo dirijíéndose al capitán de
la primera compañía que venia pmximo a
él, — descausemos un rato largo pam que
— 92 -
B8 junte UQ poco la tropa; ¡qué disperm
viene!
Y mirando hacía atnia una Tez apeado
de BU caballo, repitió:
— iQué dispema rienel
En efecto se ^eia bajar por la empinada
cuestíi una gran cantidad de soldados, ja
en pequeños grupos, ya aisladamente.
De continuo en la cnmbre nevada de la
Cordillera aparecían unos puntos oscuros
qae eran rezagantes que en ese momento
Bolamente iban a comenzar el descenso,
—Ni medio batallón tenemos a la vista,
y son máa de las once y media j nos que-
dan todavía cuatro leguas de camino,^
exclamó el coronel con un disgusto tanto
mayor cuanto que no encontraba qae re-
medio ponerle al mab
La tropa marchaba disi>ersa porque le
era físicamente imposible marchar unida.
Los empeños, enojos y amenazas de los
oficiales se est reí t aban contra el ngota-
miento Cíisí cümplet/> de las fuerzas de
algunos soldados. Ninguno se atrasaba por
deseo o por eapricbo; todos al contrario
hubieran queridu ser de los primeros; pero
la voluntad no era siempre capaz de ven-
cer el cansancio j el so roche.
Los ofi cíales lo comprendían mui bien,
puesto que lo estaban sintiendo el ios mis-
mos; sin embarco gritaban y rabiaban
apurando a la tropa, miis bien por de real-
eo de conciencia, como vulgarmente se
ice, que porque esperaran obtener buen
resultado,
8i el coronel hubiera podido ver a tra-
vés las cumbre.^ nevadas como a través de
un cristal, habría divisado que allende la
cima ann y^nm la gn ardía de prevención,
lidiando por hacer avanzar a Jos más atra-
sados.
A medida que i I jan llegando al lugar
del descanso, los oficiales a un lado y los
individuos de tropa a otro, se ecihaban o
ae sentaban en el suelo liúmedo y barroso,
pero ya sin nieve, y se despojaban de sus
morrales y demás atavíos, dejándolos a un
lado por un momento para respirar con
mas d esabogo >
Luego sacaban el trozo de carne fiam-
bre que traían, y un poco de sai y ají que
je ñera 1 mente llevaban guardado en un ata-
ditOí para deshacer el nudo de éste, no
pu<liendo valerse de sus dedos tiis< is y ate-
ridos por el frió se servían de los dientes.
La yegua tordilla de Soler prestó a éste
sos Bervicíos nuevamente tu k cima de la
Cordilleí-a;pcro otra vez tuvo que deamcm-
tarse al descender de Jaa alturas, pueslai
endebles piernas de la consumida bestia
apenas podían bajar la cuesta sin doblarse
con el peso de su propio cuerpo, y macko
menos podrían haberío hecho llevandü en-
cima de éfite el de su dueño.
Sentt^ Soler al lado de Jjoatan, y am-
bos después de tomar nn trago de pisco 3e
pusieron a comer un pedazo de canií fría,
almuerzo en el que los cochilos eran loa
dientes y los teneaorea las manos-
En esto estalmn cuando divisaron venir
al capitán Aliaga a pié y mostrando en aú
semblante un mal humear notable a pesar
de que entre ti^dos los que venían llegan-
do no se veían, por cierto, caras riaueáas
ni contentas.
Dejóse Aliaga caer al kdo de loa doe
eapi tañes y después de tomar resuello, ei-
clamo;
—¡Maldita suerte 1 ¿no saben ntóedes
lo que me ha pasado?
— Nó; ¿qué? — pregfnntaron a nu tiem-
po aquellos dos,
— Al pasar por uno de esos desfiladeros
qne bai al fin de la subida, en una ladera,
y que m halla encima de un tremendo pre-
cipicio, me había apeado de mí caballo y
venía tinlndolo délas riendas, cuando dio
el animal una pisada en falso y se despe-
ñó.,, yo tuve que andar muí vívo en soltar
las riendaa para no ser arrasti*ado por él.
— La bestia se hizo pedazos, por su-
puesto-
^jQüo podría suceder le cuando cayó
casi \'eiti cálmente, j golpeándose en las
rocas, como doscientos metros I
— ^Y llevaba todo tu equipo?
— Todo, todo; no be quedado nías que
con lo encapillado.
— Embromado aso uto*
— Lo que m^s siento, —dijo Aliaga con
aire compunjido^— es que con el cabaJIo se
fué mi njornii, en el cual traía una lengua
cocida y un trozo de lomo asado taa oo-
nito,..
Al oír esto los dos capitanes no pudie-
ron retener una carcajada de rísa, a pesar
de qne deploraban naturalmente la pérdi-
da de la cabalgadura y equipo de su com-
pañero, lo cuai en aquellas círcnustancí-^"
era una verdadera desgracia.
— [Pero, hombres, — esclamó AUaga c
si con enojo í — ae ríen ustedes de vern
embromado!
— 93 -
— No3 reimos solamente de la pérdida
del comistrajo, auriíjue fientímos grande-
mente la de tu bestia j equipo. En ún, en
cnanto a aquéllo podemos ayudarte en al-
go; at|ui tienes un pedazo de carne.
Aliaga miró el pedaao ofrecido, j lia-
ciendo un jeato de mal humor, dijo:
—Tengo rabia; no q^uiero comer*
Sin embargo lo cojió, j un momento
después se puso a darle mordí scones*
Al cabo de un rato se le habia compues-
to un poco el humor y contestaba a las
palabras de eu3 compañeros,
— ^Mui grande^— <ltícia Lostan,^ — debia
ser tu riibia cuando casi se te qnita el ape-
tito eterno que te acompaña,
— Ni me bagas recordar aquéllo; me
parece que todavía estoi viendo cuando se
despeñaba mi pobre caballo; n poco trecho
ya la silla iba saltando por L;a lado y el
morral por o tro,,, todo destrozándose,
— Yo hubiem querido ver la cara de
Aliaga, cuando snimba tjue sus fiambres
iban cayendo a b ¡'incoa por las piedras,
— Ustedasse ríen; pero yo todavía no
tengo gauas de hacer otro tanto, ]H)rque
pienso que por fortuna mi a acababa de
des montarme; sin eso habría rodado tam-
bién coíi la bestia y a estas honts no esta-
ría contando el cuento.
Lost'iin y Soler dejaron de reír, porque
habiendo visto aquel precipicio compren-
dían el peligro de que liabía escapado ru
compañero*
Cuando hubieron axjabado de hacer bu
frugal y poco variado almuerzo, encendie-
ron sendos cigarrillos.
Los tan dio un atado de éstos a algunos
soldados que estaban inmediatos a él, des-
pués de ver a muchos de el loa qne trayen-
do papel y tabaco hacían esfuerzos por en-
volver un cigariilloj pero sin conseguirlo a
cansa de tener los dedos envarados con
el frió.
La tropa Bcguia llegando pof^o a poco.
Había trascurrido una hora y t ra prc-
CT60 continuar la marcha porque faltaba
mucho camino que andar.
De orden del coronel un corneta tocó
''atención*', y los soldadoa empezaron a le-
vantarse y a ponerse al cuello sus morrales
" '^^.ramayolas que poco íintes se sacaran
descansar.
jefe echó ima última mirada a los
todavía venían descolgándose de kíi
^"es, o hizo tocar marcha.
Desde ahí el camino tenia pocas repe-
chadas grandes, pero siempre era comun-
mente un angosLo sendero por encima de
las rocas I carrosas y empapadas con el agua
qtie manaba de todas partes, resbaladizas
y llenas de filos.
Á menudo se encontraban atolladeros,
para atravesar los cuales habían sido co-
locadas ahí hileras de piedras anga losas.
La tropa marchaba con menos fatiga
que a la subida de la Cordillera, pero sín-
siendo atempre el efecto del soroche, aun-
que uu menor grado*
Hasta Morococha habían hecho la parte
mtis dura de la jornada; pero aun les que-
daban cuatro leguas i jue recorrer; si bien el
camino ya no era tan pesado, en cambio
la distancia era mayor y la jente estaba ya
abj'umada por la fatiga de la marcha que
llevaba hecha.
Andar por desfiladeros se hace tanto
mita difícil cuanto mayor es el número de
personas que marchan a la vez. Las difi-
cultades y tropiezos se multiplican y en-
torpecen y atrasan la marcha- Si en un
\mBQ trabajoso un individuo que fuera solo
perdería tres o cuatro segandos, yendo un
centenar de personas, la pérdida de tiem-
po, la demora, se centuplica- Supongamos
que el camino se halla cortado por un arro-
yo bastante ancbo para que no lo pueda
pasar un hombre de un solo salto; en el
medio de el liaí una piedni, se salta sobre
csti^ y de ahí a la otra orilla. El primero
que pasa gasta en salivar esa distancia un
instante más que si no existí era el arroyo;
el secundo, que no puede pasar hasta que
lo haya el hecho el primero, pierde doble
cantidad de tiempo; el tercero qae tiene
que esperar rpie huyan saltado dos antes
de éh pierde triple; de manera que com*
poniéndose im batallón de centenares de
personas» es notable el tiempo que sa pier-
de en cada paso difícil,
Y de éstos, tales como arroyos, atolla-
deros, trozos del sendero derrumbados,
partes i'esbaladizas y escabrosas en que ha-
bía «jue hacer uso de las manos para afir-
marse, eran muclitis 1o?í que encontraba el
Setiembre en af[ncllos parajes.
El coronel trataba de apresurar cnanto
fuera ].k>sí ble por temor de que llegara la
noche. 8L a 1p luz del día la marcha era
ixíuoíííi, con la oscuridad llegaría a ser pe-
ligrosísima, Unto porqne aumentarían las
dificultades para caminar cuanto porque
crecería el frío.
\
^- 94 —
Después de cada hora o poco más de
marchfir, se daba algtmas miauto:? de des-
cansa. Los 3Qldado3 que iban a la cabeza
se Beata baa en el suelo, y loa que venían
máí atrás se ja uta han a ésos j también ae
sentaban a medida que lletíabau; pero ter-
minaba el tiempo destinado para i-epa.mr,
continuaba ta marcha, y aun machos indi-
viduas venían marchando; éstos no podiau
descansar y prasaguian caminando.
Durante uno de estos descansos el jefe
oMenó que las muías del rancho y seís u
ocho mila que formaban el bagaje adjunto
al batallón, tomaron la delantera, custo-
diadas por los veinticinco hombres que
marchaban a va n^^u ardía, hasta llegar a
Pachiichitca, donde debiau ser descargadas
al momento para i-egresar en busca de los
soldados que mtís fatigados se encon-
ti-araa.
La tropa continuaba bu marcha jadean-
te y silenciosa, abrumada no solamente por
d soroche, sino también por el cansancio
natural de la luenga distancia que había
ya recorrido por pésimos senderos.
El jefe miraba a menudo ui reloj. Cuan-
do las saetas de cate señalabiin las cuatro
menos cuarto, faltaban todavía dos leguas
de camino.
Era necesario apuráis. Sin embargo no
era posible hacerlo síno con mucho tino.
Mientras nüís se al i jera el paso, mayor es
el námero de rezagantes que ^ii qned.ando,
mayor es la dispersión,
A medida que declinaba la tarde la tro-
pa hacia mayores esfuerzos por avaiiz.ar.
Los oficiales que iban montados a toeimdo
se apeaban para prestar sus caballos a al-
güu compafiero o a algún soldado que ve-
nia uiui extenuado^
Hacía ya bastante tiempo que habían
pasado las lagunas que se encuentran al
lado del camino, la vista de cuyas tranqui-
las ^nas aumenta el frío de los que pasan
junto a ellas en esas glaciales alturas; se
hallaban en nna parte Dn que el terreno
forma una continuación de bajas colínas
flemejanteií a las ondas que los marinos
suelen nombrar mar bobar, cuando comen-
zó a entrar la noche.
Á medida que ci^ecia la oscuridad se re-
tardaba la marcha y aumentaba la segre-
gación,
lío viéndose el piso, las malas pisadas,
los traspiés y tropezones contribuían a ello
y también acrecentaban el cansancio.
La jente hendía la oscuridad guiándose
cada cual i^or el ruido de loa pasos del qtie
iba mili adelante, con el cuerpo encorvado
bajo e! peso del equipo, los brazos caídos^
las piernas eitenuadas y los piéa adolori-
dos y lastimados cu Ifis riscos; yerto.^ por
el frió, transidos por el cansancio, augua-
tiados por el soroche y afiebrados por la
marcha.
Ninguno hablalm, ni pensaba tal vez, te-
miendo iutaitívamentc quizá que las vi*
b raciones de sn cerebro gastaran algo de
su fuerza vital hortiíndoaela a sus cansa-
dos músculos*
El pueblo de Pachachaca se encuentra
situado al pié de la serranía por donde
marchaba el batallón Setiembre. Viniendo
por Cíite lado solamente se le divisa cuan -
do se está casi eucima de él y mui pró-
ximo.
Al doblar la punta de nn cerro la trop i
que uiarchal>a a la cabeza divisó paedtí
decirse que de improviso una gran fogata
como a trescientos metros de distancia en
nna dilección oblicua hicía abajo.
Eito le did gran aliento. Conoció que
aquel era el alojamiento y que ese fuego
era del rancho que se les estaba prepa-
rando.
Como el árabe en el desierto al divisar
un oasis, los soldados recobraban brioa y
descendían a regalar paso hasta Hegar al
pueblo.
El pueblo de Pachachaca se encontraba
completamente destruido y deshabitado.
De las casas, o mds propiamente, de los
ranchos, solo quedaban algunas paredes,
faltando los techos que era lo mas es o acial.
El campamento se instaló en la plaza, al
aire libre.
Entre las paredes que aun quedaban de
los ranchos, la tropa habría tenido algún
abrigo contra el viento ya que no contra
la lluvitt, i^w estaba todo aquello Heno de
escombros y era jxír consiguiente imposi-
ble alojarse ahí. Hubo que optar por la
plaza.
El ayudante mandado por el coronel
designaba el lagar que debía ocupar cada
compañía^ colocándose paralelamente nna
en pos de otra*
Eran las siete y media de la noche, ha-
cia veinte minutos que la cabeza del bata-
llón había llegado a la plaza, y todavía no
se veía en ella síno poco mas de la mitad
de la jente.
Esto tenia grandemente disgustado al
— 95 —
coronel; pero no dejaba de coDsidemr rjue
el cansino había sido pesiidíaícno» la jorna-
da tremenda^ y que con ésto la tropa tenia
poderosos motivos para atrasarse en la
marcha.
Hubo órdenes y rabietas qi]e sería
largo detallar. Y a fe (pe había motivo
para alterar la paciencia del mismo Job,
La tropa rezagada podia extraviarse en la
oscuridad, pasar la noche en completo de-
samparo, 9Íu abrigo, sin alimento, expues-
ta al rigor del hielo de las alturas y do al-
^na tempestad que podia sobrevenir de
un momento a otro.
Ellíí es que el ayudante y algunos ofi-
ciales tuvieron que desandar parte del ca-
mino con el fin de liacer avanzar a la
tropa. Para ti-aer a los más extenuados lle-
varon todas las bestias que hnbia^ las del
rancho, del bagaje y de los oí] cíales. Pero
éstas apóna?i alcanzaban a veinte, y tan
cascadas, qne múB solía ser el trabajo de
liacGrlaa caminar q«e los servicicts íiue po-
dían hacer.
Tan pronto como el ayudante perdió de
vista la fogata del rancho se encontró en
medio de la oscnrídad miis completa, sin
embart^o hincaba con fuo'za las espuelas
en loa hi jares de su caballo y avanzaba,
lío veia a nadie, pero a menudo oia voces
de soldados que preguntaban por el ca-
mino.
— I Por acá! vengan h^cia donde oyen
m.i VOS! ! —gritaba el ayudante.
Y a cada momento repetía esas pa-
labras .
Guiándose por ellas los rezagantes ade-
lantaban cayendo y tropezando, golpeán-
dose aijní, masillándose allá.
También el caballo del ayudante hí^bia
dado sus resbalones en uno de los cuales
el jinete habia alcanzado a tocar el suelo
con el cuerpo, recibiendo en aí[uel acto
una riispetable peladura en un hombro.
Con esto, el frió penetrante, el desagrado
de haber tenido que desandar parte del
camino, el encontrarse en medio de pro-
fundas tinieblas, no es menester ponderar
el buen humor que tendria el ayudante.
Las bestias conducidas por dos arrieros
hablan sido montadas por jen te reza<rada
j regresado hasta el lugai desde donde &e
— ^i a el fuego del rancho. Abi dejaban a
j y volvian a buscar otra jente.
Dejipnea de mucho andar se encontró el
udante con ei oficial de la guardia de
a vención, a quien conoció por la voa, y
el cnal^ como hemos dicho, tenia orden de
no permitir que ningún individuo de tro-
pa quedara atrios-
—^; Viene jente mas a retaguardia? —
pregunto el ayudante.
— No he dejado a nadie, — contestó el
oficial.
— Apnrc la marcha, cutóncea; ya queda
poco camino.
Eso era lo qne el oficial de la guardia
Labia venido naciendo desde qne salió de
Casapalca.
Este ü8 el puesto m:is enf^uloso que pue-
de tt'tier un oficial en una marcha difícil,
ilacer andar a iudi^idno^ que están ago-
biadosj agotados, extenuados, que no pue-
den más; y le es forzoso cumplir sin ex-
cepción la orden estricta qne ha recibídoí
esos individuos deben coutiiumr marchan-
do; su vigor está exhausto, sus másculo&
gastados, su pecho oprimido, y sin embar-
go deben eucontnu" fuerzas para seguir
andando; qh preciso, no hai remisión. Con-
tra el cansancio del rezagante esta el deber
del oficial.
Esto da continuamente lugar a t^cenaa
tristes y a veces terribles.
—Avance,— dice el oficial a un soldado
que fatigado se ha tildado al suelo,
— íío puedo, mi teniente.
— Yo tampoco puedo dejarlo aquí; ya
ha descansado un rato : avance*
— No tengo fuerzas,
— Tiene que tener; ai|uí no se ha d^
qneílar; amanecería helado,
— Aunque me hiele, aunque me muera,
déjeme at^uí, mi teniente, se lo ruego •
— [Ya se lo he dicho y usted lo saber
no puedo dejarlo^ marche ! *~ exehima el
oficial encolerizado miis contra las circuns-
tancias que contra el soldado; — ^si no mar-
cha por bien marchará por mal !
Y el infeliz tiene que encontrar fuerzas
mientras le quede un soplo de vida.
O si no, en medio de sus angustias se
le infrinjirá un caatígo y el dolor le hará
marchar.
El oiicial que se ve obligado a llegar %
este estremo qae seria bárbai^a mente cruel
si no fuera ab¿?oIutítmente necesario, rabia^
vocifera, porque moml mente siente el cas-
tigo tanto como el que lo ha recibido.
Estas escenas se repiten a menudo, el
disgusto, el enfado del oficial crecen y lie-
ga a ser poseído de una fiebre qne le im-
pide sentir su propio cansancio, su propia
fatiga.
— 96 —
LoB demás oficíales de ua batallón cpe
Imce nna marcha peQosa se liallau también
en na t:¿i,so imrecído; pero cuando ven al-
^mu soldado muí abatido lea resta el re-
curso de permitirle quedarse descansando;
j aei-á la guardia al fin la que tenga qne
hacerlo avanaar.
En ese estado ae encontraba el oficiaí de
k guardia del 8etiembm ctrnndo en medio
de la oscuridad se halló cun el ayudante,
— ¿Falta mucho, ayuda ii te p^pre^^ un to-
le después de haber dicho las palabi-as que
dejamos consignadas mis arriba.
— Como diez cuadras,— contestó el aju-
dantGj aunque en realidad faltaba mayor
distancia^ pero quericrido alentar con eso
a la tropa que le oia.
Con esta noticia cobró un poco de vi-
gor la tropa que la oyó, y se continuó la
marcha.
A cada trecho iban encontrando solda-
dos dispersos; muchos de ellos exhaustos
de fuerzas y echados en el camino. La
^ardia arrastraba con ellos como podía.
El ayudante se había apeado y su que-
brantado caliallo cargaba con dos de los
más extenuados.
Después de muchos tropezones y golpea,
de sumerjirse hasta las rodillas en los ato-
lladores de barro 3 y de los mil [percances
consiguientes al hecho de marchai' por
senderos escabrosos en medio de la oscuri-
dad, llevando por guia el instinto del ca-
ballo ci^tado, a cuyos jinetes se les hacia
fumar pira guiarse por el bnllo del fnego
de sus cigarriUosi después de todo eso que
duró todavia nna hora, lograron llegar al
punto desde donde se divisaba la fogata
del rancho.
La tropa, como dijimos, habia acampa-
do en la plaza al aire libre. Luego que de-
jaron 8118 anuas y eq nipos, los soldados
que estaban menos cansados fueron a bus-
car entre las ruinas del pueblo algunos pe-
dazos de madera para hacer fuego, y un
momento después se veia en medio del
campamento una multitud de lumbres a
las cuales se arrimaban los entumecidos
soldados, extendiendo sobre ellas las ma-
nos entorpecidas j>or el frío.
El renegador sárjente Carrion en ciieli-
lias al lado de nna fogata y teniendo sus
bota» suspendidas sobre la lumbre, decía:
—Aquí quisiera yo tener todo el fuego
de los infiernos para secar estas malditas
botas»,, debieron ser los grandes diablos
los que me empujaron paní echarme en un
couaeaado pantano... Bueno que es mal-
dicioü bien regrande pasar esta endiablada
cordillera... mds antes quisiera reconde-
narme que no pasarla otra vez...
Micnti-as juraba el sarjento eeguia lle-
gando más jente poco a poco e ingresaba
en sus respetivas compañías.
Serta cosa de las nueve cuando se toco
rancho. La tropa acudió a recibir su
ración*
Después de comer regreso al sitio donde
estaban sus armas y eqnipog, y se acostó
sobre el suelo húmedo.
El frió era terrible.
Los soldados no tcnian mas abrigo que
lo encapillado. Se acunnicaban y estrecha i-
fjan unos a otros.
Muchos traiau la ropa mojada por hab *
caido en algún pantano o arroyo cnaníii
marchalmn en las tinieblas. De éstos íi.-
guiioa no se acostaban aüu por secar sus
ropas a la lumbre, y otros miís eitennadoa
no se hallaban con fuerzas para ello y se
acostaban empapados.
De toda la población solamente quedaba
un pe(juefio rancho con techo. El coronel
se alojó ahí con unos seis oficiales, qne
eran cuantos cabían*
Los demás oficiales babian tendido sus
fra7.adas junto a las paredes que circunda^
ban la plaza y se acostaron eu ellas tan
pronto como estuvieron desocupados.
Los capitanes Lostan, Soler y Aliaga
formaban un grupo, tendidos uno ai lado
del otro.
— Mi pobre yegna tordilla, —decía Soler,
— (jue ayjénaH pudo llegar hasta aquí, anda
ahor'a otra vez cu viaje en busca de reza-
gados.
—y también ini mn la,— añadió Lostan,
^se han embromado las pobres bestias.
— Por lo que hace a mi cabal lo j— dijo
Ahaga? — se ha librado de esta jai"ana el
infeliz.
Como se recordará, aquel animal se ha-
bia destrejado cayendo en un despeñadero.
— Allá estará el picaro, — contestó LoP-
tan^^ahri gando se a estas horas con tus dos
frazadas y comiéndose tus fiambres*
— Dejemos en paz a los difuntos y pen-
semos en nosotros mismos, todavía no está
el rancho, y es tan tarde.
— ¡Ya esUÍ pensimdo en comer Aliag
— ¿ En qué quieres que piense ahora, v
estas circunstancias, con frió y hambn
— 97 —
^en la cuadratura del círculo? en la piedra
5lo6ofal?„, Voi a ir al rancho a ver-.-
Aliaga fie enderezó para kvant^rseí pero
Lostan lo anjetó de un brazo diciéndole:
— ¡Alto ahí-,- no irás.,. Si Ueg^as ha^ta
allá vas a volver liclado, y a acostarte j tin-
to a mí que medio lue estoi entibiando...
¡No me hace cuenta!..* acuéstate...
Lostan tenia mncha razón. Había con-
vidado con cama (si cama puede llamarse
"un par de frazadas) a Aliaga que con su
ííaballo había perdido todo su ©inipo, y no
le convenia que su huésped saliera a enfriar-
se por ir hasta el rancho y volviera a acos-
társele al lado.
Un momento después aparecían los svsis-
tentes trayeadales platos de caramayolas
llenos de caldo del rancho hecho para la
tropa.
Comiendo estabau cuando un aeístente
dijo;
— Ya llegaron laa dos, la yegua y la
muía.
— Amarrarlas ahí, y que coman,— ^lijo
Lostíiu designando nn hi^ar próximo en
que habia amontonados algunos manojos
de cüirmí mandados buscar por él y dejadas
ahí expresamente para que las bestias estu-
vieran comiendo a su vista durante la no-
che*
Entre los asistentes í^ne llevaban "platea
de rancho" a ius oficiales iba Peralta, el
asistente de Alvar*
El teniente habia tenido que hacer toda
la jornada a pié y muerto de cansancio se
habia acostado en un poyo arrimado a una
pared que habia descubierto Peralta con su
vista de lince.
— A<]uí eatíi la comida, mi tementej —
di] ole Peralta.
Alvar se enderezó para recibir el plato
y se puso a comer.
— Mientras (H>me usted ésto voi a bus-
car el asado, mi teniente.
— Conque tenemos asado ^ -^replicó Al-
var aonriéndcfie.
—Ya sabe, mi teniente, que a Peralta
nunca le falta, — contestó el soldado con
cierta énfasis que le gustaba usar en aque-
llas circunstancias y para lo cual tenia
gracia.
Un rato después aparecióse con un trozo
íl*^ carne asada.
—¿Ahora, mí teniente, tomará café?
—¡Café también!... tráelo, pues, hom-
-•{Eñ un banquete el que te está dando
Peralta! — exclamó un oficial que estaba
junto a Aivar.
—El vino falta no mis.., — respondió
el asistente; — pero no he querido traerlo
por falta de vasos.
— Pues, hombre, trdelo, — gritó el ofi^
cial, — que lo beberemos en uu cachucho
de caramayola,
— En tiesto de hoja de lata toma muí
mal gusto... un vino tan rico, seria per-
derlo, mi subteniente; más vale no desta-
parlo, — contestó Peralta sin vacilar, y jen-
do en busca del cafa.
Los oficiales se rieron parque sabían
muí bien que lo del vino era solamente
una fábula.
Como a U^ diez de la noche el ayudante
entraba al campamento y se dirijia al ran-
cho ocupado por el coronel a dar parte a
éste de lo ocurrido duraute la caminata
que hizo en busca de loa rezagantes.
— Es decir que nadie se ha quedado en
ei camino, — preguntó el jefe después de
oírle.
— Así lo presumo,... a no ser que algu-
no se ocultara o guardara silencio, pues la
oscuridad no permitia ver nada.
— No podemos tener seguridad de que
estén todos aquí basta que se haya pa.?ado
lista. lií\ jen te está ya acostada y seria pe-
noso d tí s injertarla para eso... habrá que es-
perar lin^ta mañana. Haga tocar diana a
las cinco y medía de la madrugada para
pasar lista y saber a qué atenernos.
Por otra parte, aunque en ese mismo
instante se hubiera sabido que faltalmn al*
gunos individuos, poco se habria avau?^-
do, puesto que con la oscuridad no se les
podría encontrar, siendo que, como lo vi-
mos, el ayudante y la guardia habían
arrastrado con cuantos hallaron.
Con esto se habí» hecho t¿)do lo po-
sible.
XXI
Agua y DieV9.
Apenas una débil claridad se vislumbra^
ba a travGB de las espesas nubes la maña-
na siguiente, cuando se pasaba lista a la
tropa del Setiembre,
Al tomar los partes de los oficiales de
semana, el ayudante casi se fué de espal-
11
— 98 —
das sabiendo que faltaban díezioclio indi-
TÍduoa de tropa.
— ¡ DiezioGho faltos! — exclamó; — ; capaz
que Be mueta de rnlÁa el corouel al sa-
berlo!
TemeroBO del disgusto que iba a tener
el jefe, 3e didjió a dirle parte-
No cfi nuinester poudei-ar el desagrado
del coronel.
Hi^o llamar al ofícial de la guardia y
eate se díscnlpó diciendo:
— Hasta llegar un poco maa acii de la
áltima lafjuna estoi negnro de que uo que-
dó ni ngu a resüi^-ado; pero ahí coinen^óa
OBCurecersc j no se pudo ver nada, abao-
lutamcute nada; desde cntóncea fue posi-
ble que algunos se rjuednran más atráa de
uoBotrofl, sin que loe viéramosp
Estas rabones a |>esar de ser justas no
h ahorraron al oñcíal bu i^príineuda, ni
tampoco iú avudante, qnit^nea salieron del
C recibiendo la orden de regresar en
a de loa rcza^ntes con las mulaa j loa
arrieros al momento mismo, hasta el lu-
gar donde el dia anteiior anocheció a la
guardia*
La noche había sido tan fria coiíjo era
, de esperarlo en aquellas rcj iones situadas
en las faldas de los Andes o mas bien eD
medio de ellos.
Sin embargo, el pueblo de Facbachaca
se encuentra un poco resguardado por ha-
llarse si toado cu nri valle algo bajo respec*
to a los montea que lo circundan. Poro no
por esto arjuella noclic habia dejado de
hacer un frió suficiente para con j ciar el
a^ua de los charcos j también la que ha-
bían dejado en al gnu tiesto dentro del tíni-
co rancho techado.
De oousiguíonte, tanto los individuos
de tropa como los oh cíales que hablan dar-
mido a la intemperie, amanecieron entu-
mecidos.
íío faltaron, como era de esperarlo, al-
gunos nuevos enfermos.
Como en la noche anterior, los soldados
hacían fogatas para calentarse, y dirijian
miradas hacía el cerro por donde bajaba el
sendero que habían recorrido y por el cual
acabaha de partir el ayudante cnmpUendo
la urden de su jefe.
Una hora despacio de LalKíi" amanecido,
comenzaron a Eq>arecer aí^muos scíldados
de los que habiaij quedado rezíigadüs.
Estos infe'ice-^ habían tenido que pasar
la noche en las altums; por f o rama esa
noche no habia sido tempestuosa, que a
serlo, muchos de ellos habrían encontradf>
allí el reposo eterno para sus fatigados
míembrjs.
El ayudante j el oñcíal de la gaardia.
que liabia sido relevado para acompifiArle,
iban hallando a aquellos desgraciados a los
lados del sendero, algunos tendidos y casi
helados. Los hacían montar en una de las
muías del bagaje que iban con ellos y los
mandaban seguir hlicía Pachachaca.
Todos ellos se habían quedado ahí por
descansar un rato, y cuando quisieron pro-
segnir su marcha se encontraron solos y
fat:ilmente se extraviaron en la oscuridad.
El ayudante y su C(jmpañero subían a
algunas colinas y miraban hacia bis que-
bradas próximas con la esperanza de des-
cubrir algún soldado.
Habían recorrido mus de una legua eti
sui menguadas bestias, cuando el oficial
dijo;
—Por aqní fué donde principió a ano-
checer me; mus allá estoí seguro de que no
ha quedado ningún individuo»
— Pero hemos encontrado solamcEte ca*
torce; nos faltan cuatro.
— Puede ser <iue esos hayan tomado por
algún atajo ^mra caer a Pacliachjvca y no
los hayamos encontrado por ese motivo.
El ayudante permaneció indeciso.
— Avancemos otro poco más, — dijo
al fin.
Así lo hicieron.
Al cabo de unos diez minutos di^'ÍBa^on
unas nuÍK^ muí densas que Teuíau del
occidente.
Un estampido que retumbó en las cavi-
dades de las montíifias les hizo compren-
der que aquellas nubes eran el jdrmeu de^
una tormenta.
Esto decidió al ayudante a regresar , te-
niendo principalmente en cuenta que ya.
habían Ihgado íüjís allá del lugar donde
era prestimíble encontrar rezagantes.
Torcieron bridas, pero por más que apu-
raron a sus gastadas cabalgaduras, la tem-
pestad loa alcanzó.
Una copiosa lluvia de agua y gramao
lo3 empapó en un minuto.
Por aquellos desfiladeros era ímposíbk
galopar, y hubieron de resignarse a sopor-
tar el agua y la gramíiada al paso d ' .
marcha de sus caballos.
En el campamento la tropa contini
— 99 ---
haciendo fogatas para cakotarae mientras
Jlef^aba la bom de la partida.
Alguno que otro rezagante se^tiia lle-
gando. Uno de elloB que venia en una mu-
ía había sido recojldo de entre nnaa rocas
donde habia caido dt^spefiáüdose. El pi-ac-
ticante habia acnrÜdo a reconocerlo y noto
que ae habia desconcertíido un brazo y un
pié, habiéndose hecho además varias katí-
madnras.
— Ya tenemos que andar con una cami-
lla, ^di jo el cuitinel.
Un momento) después la tempestad que
había cojudo al ayudante y su cotupaüei-o,
apareció encima de los derruidos maros de
Pachatíhüca,
Los que capieron se metieron dentro del
rancho techado í pero ésos no pasaron de
dos docenas-
La lluvia y la granizada comenzaron a
cutr con tal ímpetu, que baató un instante
pai-a íjue todas las fo^^tas ae apagamn y
los soldados (¡uedaran calados.
Las dtjtoua<.'ionea del trueno espintalwn
a las muías del hagujc, j los relámpngoa y
rayos hacian pestañar a los soldados ejug
se ponian de pies para mojáis mi píx^^o
menos.
Veinte minutos duro la tempestad.
— ¿Qué haremos? — dijo el coronel diri-
jiéndose al mayor; ^ — ^sí esperamos (ju^ h\
jen te se;[ue su ropa tendremos que acam*
par aquí hasta mañana, porque la jornada
de hoi no es mui corta, cinco leguas.., Y
mauanti, quién uos asegura que no haya
otra tormenta.
— Es la verdad, señor; creo qiio no hai
que vacilar; conviene se^ir la marcha.
— Además debo encontrarme coíi el ba-
tallón eu Tarma a la brevedad posible.
El corono 1 quedó un momento pensati-
vo y al fin dijo:
— No hai que titubear; marcharemos.
Ya son las ocho menos diez minutos, - —
afiadió míi'ando su reloj; — mande tocar
tropa. La jornada de hoi no es tan dura;
cinco leguas, pero camino llano.
Luego Bc hizo oír el toque de tropa.
]lastó un in.stantc para que la jente es-
tur iem formívda y dispuesta a partir.
Los que tenian axballos ya los hahian
hecho ensillar, puesto que estaba dada la
- "^:n de partir a las ocho. Igualmente las
as del rancho y del bagaje estaban lís-
ménos las que ann andaban con t\
dante.
Cuando estuvo formada la tropa se toc¿
lista.
Concluida ésta, el mayor despnes de to-
mar los partea de los capitanes, se acercó
al coronel diciéndolet
^-Faltan dos individuos.
—Puede ser qne vengan con el ayudan-
te que todavía no llega.
El mayor mirando hiicia e! sendero re-
phcóí
— ^Viene ahí*
Efectivamente; el ayudante con el ofi-
cial que le acompañaba venia descendien-
do por el sendero» -^
— Ha¡£>a que armen una camilla para
conducir al individuo qne se despeñó, —
dijo el coronel al mayor.
— Bien, señor. líai además un soldado
mili enfermo (ine no puede marchar,
—Y ser^lu dos camillas, — dijo el coro-
nel haciendo un jesto como para expresar
cuan desagradable y molesto era aquéllo-
— Ordene que pirta la tropa de la descu-
bierta, y con ella los que se encuentren
algo enfermos para que tomen algnna de-
laíif/cra y no estorl»en la marcha.
El mayor fué a hacer ejecutar esíns ór-
denes.
El ayudante ]hg6 lueijo, y apeándftse de
su cab:iíllo fué a dar cuenta de lo que le
habia incurrido en su rebusca de refa-
ga titts,
— 'Me dice usted, — exclamó el coronel
despnea d« oirle, — que no ha encontrado
lUils jente, y sin embargo, faltan dos indi-
viduos.
Eí ayudante replicó repitiendo la rela-
ción de ciiauto había hecho por hallar m^
soldados rezagados, que era lo linico que
podia contestar.
Era forzoso contar desde luego a aque-
llos dos infelices eíi el número de los {km-
jtarirido^ en las marchas, epíteto que en
las campañas hechas por los chilenos en
La í? i erra del Perú ha sido aplicado a tan-
tos deagracíadofl, de cuya suerte nunca se
ha tenido noticias,
¿Qué habia sido de ellos? ¿Se despeña-
ron y cayeron destrozados en alr^nn preci-
picio? ^;Sc snmerjieron en al^riin atollade-
ro o pantano? ¿Se helaron y la nieve
f>ciiltó sus cuerpos? Difícil será saberlo
jamiLs.
El biüdlon e.«taba ya sobre las armas y
sólo esperaba el so u i do de la cometa para
emprender la marcha.
~ 100 —
El í^orouel montó a caballo y a una se-
ñal suya ae liizo oír el toque esperado»
El Setiembre tenía por jornada aquel
dia recorrer el camino de Pachachaca a La
Oroya*
La vi a es llana y no ofrece dificnltndes.
Sigue & la orilla del rio Yauli UaEta llegar
a pocos pasos de La Oroya.
Eli í^rau parte del trayecto el batallón
marchó por los terraplenes del ferrocarril,
que üStiin formados, |K!ro sin vielcá natu-
ral me nte^ dado que la iinüa férrea aun so-
lamente alcanza basta Chicla.
Cada bora y media se daba al^^nm des-
canso a la tropa, y al fin de aígunos minu-
tos ae proseguía la marcba.
Grandes bellezas iiatnrales de aspecto
sombrío c ímpoucntc babia que observar
en el camino. Pero la tropa no tenia alien-
to para preocuparse sino de su cauaaucio
7 del soroübe íjue aun abrumaba sus pul-
mones, y también del frío y de sus labios
rasgados por la intemperie y la fiebre,
Sin embargo, a pesar de su fatiga no
dejó de llamarle la atención un curioso
capricbo de la naturaleza que abí ae osten-
ta. El rio Yanli corre por una anclia íiuc-
brada que cas! parece uu valle muí prolon-
gado; el curso dti las aguas es rápido í en
cierto lugar el rio deati parece sumerjí endo-
se en las rocas, y dui'ante varias cuadras
deja de ser el compíiuero del camino. Al
fin aparece nuevamente brontando de en-
tre un US peñas.
La tropa marcha t)a con menor dificul-
tad que el dia anterior, pero siempre ba-
jo la influencia del frió glacial y de! so-
roche.
Poco después de las dos de la tarde se
encontraban a la vista de La Gravar más,
para llegar hasta ella había que pasar uu
gran rio^ el Oroya.
Para iitra^Tsurlo había existido abí un
puente colgante, pero poco antes habia
sido cortado por las fuema.^ del caudillo
Cáceres píu'a dificultar la marcha de los
chilenos.
Ei Oroya ae deshza cu aquel lugar ma-
jestuosamente por una profunda hendedu-
ra del terreno, y es de todo punto imposi-
ble vadear! (j, pues tienen varios metros de
hondura sus agua^.
Poco más arribii do ese sitio el río Tau-
li y el Junin, que viene del norte, se jun-
tan formando una Y, y de su crnifiíiencia
resulta el Oroya,
El batallón Setiembre para continuar
flu marcha debía pasar al lado opuesto de
la corriente. Faltando el puente y siendo
invadeable el Oroya, no le quedaba otro
recurso que vadear sepaiudamente el Yau-
li y el Junin, o s^ los brazos de la Y,
No había que vacilar,
iSe buscó el Ingar más aparente, y nao
de los que iban a utbiillo Tadeó el Yauli
llevando un lazo, cada uno de cuyos extre-
mos se ató fuertemente de unas piedras a
cada orilla del río, quedando eí lazo de
una a ctra mar jen como la virgulilla qa&
une las dos líneas paralelas á^ una H,
La corriente era mui violenta, y el a^ua
helada como que acababa de nacer de la
uiove.
A pesar del frío que los tenia entumeci-
dos, los soldados hubieron de desnudarse
y atravesar la corriente con el agua hasta
la cintura y cojiéndose con firmeza del lazo
para no ser arrastrados,
A dos o tres cua^lra^ de distancia había
que hacer lo mismo con el Junin; pero
este río era más ancho j correntoso. Las-
dificultades se multiplicaron»
Trafíajo costó hallar un vado.
Por fin pudo pasaron caballo.
Tres lazos hubo que añadir para alcan-
zar de una a otra orilla.
No nos detendremos haciendo la des-
cripción del paso del rio; porque es fácil
suponer loa tropiezos que ofrecía*
La jcntc tuvo que diisnu darse por com-
pleto, y no era el traje de Adán v¡\ ma*
adecuado para soportiiL' el frió de la cordi*
llera,
Hncia cada uno uu atado de en ropa y
equipo y ae lo ponía a la cabeza; el rifie
iba a la espalda*
Y coiuenzalja la tra\^esía con el agua a
veces basta el pecho, sujetando con una
mano el atado de su ropa y con la otra
üsi ondoso fuertemente del lazo puesto es-
profeso con tal fin.
La corriente era poderosa y los soldados
arauzidmu con mucha dificultad. El piso
era pedregoso y difícil, por consiguieute,
afi miarse en él.
Algunos soldados diestros para manejar
el lazo estaban en las mtirjenes listos para
lacear al que fuera arrastrado por las a^n&s.
Tam bie ti otros , moi t tados , a t rax^esaban c
río con igual objeto.
De cuando en cuando algunos que s
sentían impelidos pur el torbeUiuo del \i
quido elemento tenían que soltar el atac
- 101 —
para aferrarse a dofi manos del lazo. De
esta manerii se salvaban» pero perdiendo su
ropa y equip. Oíros eran arrebatados por
las atinas no teniendo bast¡v!ite fuerza en
sus ateridas manos para aujetai-se del lilti-
go; mas, afortau adámente todos ellos al-
eanaaron a ser laceados por los individuos
apostados con ese propósito, y escaparon,
eso sí que sin atado j medio ríes vanee í dos.
Una vez que ganaban la ríL-era opuesta,
procedían a secarse el cuerpo con aas fra-
zadas, mojadas ya por la lluvia, y se ves-
tían; pero los que liabian perdido su atado
de ropa y equipo quedab:m y ahí no
había hojas de M^^aera como en el Paraí-
so De eaa situíicíonque huíaera pare-
cido ridicula a no hacerse terrible por el
excesivo frío, tenían que librarlos sus com-
pañeros despojándose de alo-ijQa paite de
sn escaso ahriüfo para cnhrir m desnuden.
Algunos de los asnos y de las mits aba-
tidas bestias que iban con el batallón fue-
ron más destrraeíados. El río ae los llevó y
pusieron entre sus ondas punto final a su
aporreada vida.
Loa oficialea atravesaron montados; en
sus cabalgaduras los que las tenían, y loa
que lio, en las qtie sus compañeros les pres-
ta l>ün- De igual modo pasarou los enfer-
mo3>
Con todas eí^aa dificultadea el paao del
Tauli y del Jum'n demoró mus de tres
horas.
Era cerca do las seis de la tarde cuando
lle^ó el Setiembre al pueblo de La Oroya.
Este, como Pacliachaca, se lialhi ba des-
traído, habítndo solamente un miserable
casuehü con techumbre.
De consiofuicnte se repitieron las esce-
nas de la nof^he anterior, supuesto que el
alojamiento era semejante.
Hubo de luénofl csíi noche d inconve-
niente de los reza^if antes í todo el batallón
llegó a un tiempo al alojamiento, debido
a ser el camino niéno.-; pesado ymáa corto.
En cambio tuvieron en íiu Cínitra la fal-
ta de combustible para híK:er fogatas en
que hubieran podido calentarse y secar sus
ropas, pues muchos que no habían perdido
sus atados los habían mojado, como es fa-
cí r de adivinarlo, al dar algún tríiíjpié o
"pezón durante el paso de loa rios.
Tanjlíen algunos oficiales habían perdí -
loa eqnípoí! que traían en algunas de las
Simias arrebatadas por la corriente.
así como el hospedaje, el frío corrió pa-
rejas coD el de la pasada noche í decir cateó-
nos baatarii para no tener que entrar en,
detalles y pormenores.
La jornada del di a siguiente em larga j'
el examino nada bueno.
Se di<> la í3rdcii de partir a las cuatro de^
la madrugada.
A la hora prevenida se emprendió la*
marcha*
La oscuridad era completa; ni una es-
trella se divisaba en el oielo encapotado.
Desde el primer paao había que ir ascen-
diendo por el fondo de una quebrada.
Comenzaba de nuevo la lucha contra
el soroche.
Ln tropa avanzaba lentamente sin saber
dónde pisaba.
El frió era glacial, y cuanto máa se au-
biii tanto mas sensible ae iba haciendo; era^
tai que a pesar del soroche la tropa prefería
a nda r sí n 1 lacer desean sos .
Loa hombres j las bestias resbalaban a
menudo en la escarclia.
Cuando principió a clarear se divisaron
los arroyos que cruaaban en diferentes di-
recciouea completamente helados; y el agua
que manaba de las rocas st; Imbia con j el a-
do formando estalactitas semejantes a ka
que hace la espenna derretida de una vela
que ha corrido a lo largo de ella.
La jonte nrjida por el soroche se veía
obligada a respirar con celeridad: el aire
helado entrando en sus pulmones era mal-
sano y producía la mú^ desagradable sen-
sación.
Por fin las nul;)e3 comenaaron a dividir-
se en grandes jirones, y loa soldados divi-
sa roo algunos rayos de sol bañando las
cumbres de las montañas que iban repe^
chande.
La tropa hacia esfuerzos supremos por
avanzar hasta alhl pira recibir la grata in-
fínencia del luminar.
Sería las ocho de la mañaua cuando
llegó a una cima desde donde podía con-
templar la augusta faz de Febo» Era de
ver como loa soldados se regocijaban expo-
niendo sus ateridos cuerdos a ia espléndida
lumbre del astro.
Ahí se dio un largo descanso.
No faltaron individuoa rezagados qne
fuen^n llegando paulatinamente.
Las camillas de loa que no podían mar-
chas por hallarse enfermos erp.n traídas a
hombro, cadit una por cuatro soldados* Es-
tos, tjne bastante pena tenían con arrastrar
— 102 —
sn propio cuerpo en aquellos desfiladerosj
avanzabun uomo podían jadeantes ^ abru-
mados bap el peso del compañero imposi-
bilitado.
Desde el lagar donde había llegado -el
batallón emi>eaaba a hacerse menos duro el
camiua
llabia que cruzar una extensa puna, j
luego se dütscendia por uua lat^uíaima que*
brada hojita caer a un valle.
Desde aquel paraje se podiia decir que
comenzaba una nueva vidn; eonclnia el
frío intenso y el soroche, los pisos nnebra-
dos, los dceliladeros, y principiaba la veje-
tacion y el camino llano.
El batallón Setiembre hizo ahí un largo
descanso qne la jente apruvechó para co-
mer la carne fría que traía en sue mo-
rrales.
Al toque de atención formó la tropa en
dos ftlaa y continuó la marcha conserván-
dose este orden con cierta regularidad aho-
ra LjUG lo permitía el terreuo.
A medida que loa soldadoa avanzaban
se internaban en una nueva zona, de otro
clima y otro aspecto enteramente opuesto
al de las alturna que dejaban a su retaguar-
<lia.
Deigpuea de las punas y despeñaderos es-
tériles, se veia mneatraB de vejetacion que
tanto más medraban cnanto a mayor dia-
tancia iban estando de la cordillem. Prime-
ro algunos solitarios y espinosos quiaroH,
lae^o algunos bajos y reoojidos arbustos
(jne parecian arrebujarse para guareeeníC
del frío, míífi allá pefjneñoa senibrados de
cebada, después alfalfales, maizal ea, y al
abrirse el valle, que hasta entonces era so-
lamente el fondo de una ancha quebrada,
preseTitaba el más pintoi^ísco aspecto con
sus siembras y plantíos eti fincas bien de-
lineadas que daban a aquel ]mis5ije la apa-
riencia de un tablero de ajedrez cuyos esca-
ques tuvieran los diversos tonos dt.'l color
verde.
Aunque hacia duí Cismen te uiía R^nana
que el batallón Setiembre habia salido de
Lima, cun las penurias de la marcha an
jente había encontrado muí largo aquel
lapso r]c tiempo, y al ver nuevamente la
Yejet!H."ion creía encontrarse después de
luenga ausencia con un amiga querida.
TtjdüS aspiraban con ansias el aire fjer-
fumado por las plantas como tpie riendo re-
compensar a sus inilmones las angustias
sufridas con el soroche.
Los caballos y las muías que tan largos
ayunos venian haciendo, no eran los ménoa
contentos, como lo demostraban con Hua
resoplidos; trabajo costaba retenerlos pam
que no se lanzaran con carga y jinetes a
devorar el esplendido banquete de verde
mantel qne les brindaba la natnmleza. Pa-
ra dar descanso a la tropa se olejian lúa
lugares próximos a, algún alfalfar, y mien-
tras la jente reposaba, las acémilas hacían
crujir los débiles tallos de la alfalfa tritu-
níndoloa en el molino de sub mandíbulas,
A ambos Iadt>a del cajnino ae encontra-
ban ranchos, deshabitados en su mayor
parte; de cuando en cuando solamente, ae
veia algún cholo a quien los soldados pre-
guntaban si aun quedaba mucho que andar
para llegar aTarma, el fin de la jomada.
— Estás llegando, ñiño^ — conU^staba el
cholo.
Pero lo cierto era qne la tropa seguía
marchando a buen paso, y corrían honuí
sin que llegara a Tarma, a pesar de la con-
soladom noticia del cholo.
La yegua tordilla del capitán Soler ha-
bía cobrado alientos cuando cesaron las
repechadas; caminaba regularmente con-
duciendo a cuestas la persona de dueño.
La niula de Lostan iba a su lado con sa
jinete.
Los dos capitanes se habían saCEido su*
ponehüS porque el sol qne al salir en la
mañana les causara placer, estaba aiiora
calentando con tal fuerza que parecía que-
rer dar por junto al batallón todo el calor
que habia dejado de percibir en los pasados
días,
— Hace como dos hoitis que nos dijeron
que faltaba una legua para llegar, y toda-
vía no se le ve el hn al camino, — dijo el
capitán Soler,
^Kstas leguas de Las Sierras son pa-
rientes con las semanas de la profecía de
Daniel, — replicó Lostan. — ^Pcro cu fin, de
todiis maueras hemos de llegar este di a a
Tarma; mientras Umto no podemos quejar-
nos de monotcmías en la marcha de hoi :
esta mañana helííndonos de friOj y ahora
asiindoTios de calor»
— Maldita la gracia qne le encuentro a
la alternativa,
— Sin cmbai^go, tanto ésto como todos
los aporreos de la man;ha te han hecho un
gran beneficio,
— Te regi\lo el beneficio, quciido Lostai
— í^o tomes como bromas mis palabr"
que son mui razonable, Sin todas las
nurias pasadas, habrías estado constanti
— 103 —
raente preocupado de la snerte de Liaisa,
cün lo cual &íii remediar uada te habriaa
quebrado inútilmente la cabeza. Cou el flo-
rocbe, el causando y las mil y una moles-
tias, no 9tí enenentra uno capaz de sentir
otra- cofia íjne fatif^a; las pomas corporales
adormecen el eapítiru: no bai pasión que
resístii. Yo me comprometería a curar el
amor miía acendrado de yn p-.-ilar, sin fil-
tros iii obraj de majia, sino hticiendo qne
el amartelado mozo tomara parte en una
expedición como la imcFifcra; marclie el se-
ñor enamorado, recorra sendaí, pase dpsfi-
ladcros, salte rocas, soporte el aor(X;he, y
snba 7 baje, resUde, cai^a, levitntesii, tro-
piece, magúllese, rcnie^ie, camine, lluéva-
se, pase la bícvo, pise la escarcha, pise el
hielo, sufra ol hambre, aguante el frió, no
iXJma, no beba, no dnerma, y al cabo de
nn par de díaa de e:5ta jnraiia, prosif^rji nsted
pensando en s« amor... si hc^so puede. Si
el cuitado Werther de Goethe se hubiera
encontrado con nosotroe, en el fíistijio de
los Andes liabria olvidado el recuerdo de
iüB fatales amores. El amor, como las fío-
íes, no sabe virir a diez y siete mil pies
sobre el nivel del mar. Así, compañero So-
ler, estos dins de penalidades han sido una
tregua para tus penaamíentos í aliora naii'a-
riis las cosas con mis calma; comprenderán
qne Luisa no c:)rre' ^mn peligro, í|ue sn
herida fnd leve y í^ue tendrá ella buen cui-
dado de poner^íe a ealvo para r]iic no le
ftcontesíca al,eun lance parecido otra tgk.
— No es tanto el temor qne abrigo de
ane ella se encuentre en peligro, cuanto el
eseo de de^enmaiañar el misterio que pa-
rece rodear ai piel asunto, j el de 3al)er
qnién fué el agresor.
— Quisieras conocerlo; sos^xícho que tie-
nes intenciones bélicas.
— ¿Te pareie r|nG me faltan motivos?
— ^No te digo tal cosa; hago solamente
una observación.
Loa dos capitanes tuvieron que separar-
se en ese momento pura atender a la tropa
de sus compañías-
Poco más délas cuatro de la tarde era
cuando el batallón Sctiembiií pasaba delia-
jo del arco de ma repostería sito a la entra-
da de Tarma.
Atravesando las estrechas calles de la
dad lle^ó hasta la plaza.
Jna partG del batallón fué alojado en la
.zíiy en nn edificio piibl ico, y la otra par-
ín otro qne se hallaba a corta distancia.
T^a ciudad de Tarnia eé una de las más
comerciales de La Sierra, Hai hoteles, tien-
das y pulperías, y aunque Im aíliculoa ei-
tranjeros son caros por la dificnltad para
conducirlos desde 1» costa, los naturales no
lo Bon ni tampoco escasean.
Pronto acudieron a la puerta de los coar»
teles una multitud de cholas vendiendo
frutas j pan y tros comestibles que compra-
ban los soldados a quienes el bolsillo les
daba permiso para ello.
Loa ojicialca estaban alojados en unai
pocas piezas qne se íes había desij^nado en
los mismos cuarteles de sus respectivas
compañías. Ahí tenían techo pam hbrar-
se de la Ihnia y piso para acostarse en él.
La ausencia de muebles era completa: nin- '.
guna silla o mesa podía quejarse de que la
habían dejado sola, n¡ tampoco los ladri-
llos del ptvvímeuto de que se les cargara
con el peso de al^^tiu trasto-
Después de pasar lista y dejar instala-
das sus compañías, los oficíales pudieron
salir. Los que tenian cumquibus se diri- -
jieron al hotel, pues la hora de comer ba-
cía tiempo qtie estaba sonando para ellos ^
los deraiis, qíie era la gran mayoría, íueron
a dar un vistazo a las calles, mientras sus
asistentes les preparaban algnna comidilla,
o mu i cansados p^ra andar, se quedaron
es perito dola en el cuartel.
XXII
Prontitud de Peralta para
tirar el lazo.
El teniente Alvar fué uno de los one
sintiéndose mui fatigado con la marcna,
prefirió permanecer reposando en la pieza
que le servía de alojamiento,
Híko entender en un rincón una fraza-
da y se acostó sobre ella, reclinando la ca-
beza en su morral, que previamente había
puesto alleííado a la pared.
Sobre el pu i mentó solado con ladrillos,
sin nna misera estera que cubriese sus ro-
jizos cuadriláteros, se vetan los equipos de
varios oñcíales; pero en ose instante sns
dueños estaban ausentes^ excepto Alvar,
como hemos dicho.
De pies a ku lado se haljaba Peralta.
— Muí cansado cstoi, hombre, — deci^
aquéh
— 104 —
^Cómo no ha de estarlo pues, mi te-
niente, si ha hecho toda la marcha a pié.
— Voi a hii^íiv todo lo posible por con*
seguir lili cab:tlIo o una muía..- C3 ende*
moniado eete asunto de vmjar a pié..-
— Así 69, ia verdad.
— Oi decir al mayor eme aipií se los
prestaría probablemente ai üero a loa ofi-
ciales que f¡uÍBÍerau com^prar caballo,
— Eata población es bastaute grande;
ha de haber bestias que comprar,
— Tal vesi no híiya mucha<ií habrá arras-
trado con caai todas el ejéreíto de Cáceres;
en cambio hai bastantes oficiales qoe se
encuentran en circunatancias iguales a las
miaa, j sucedent que el que no ande mui
listo se quede sin hallar cabalgadura que
comprar»
— La cuestan está en tomar ]a delante-
ra, mi teniente.
— Para eso seria preciso tener desde lue-
go el dinero.
— Miéntnuj viene la plata se hace la di-
lijencia. Ahora, sobre ía marcha me voi a
buscar una bestia para dejarla tratada,
cosa que nonos ganen el quien vive- Ptiro,
— añadió Peralta raacándoic la cabeza ^
como si tropezara con algún inconvenien-
te;— pero, y la comida...
— No tengas cuidado, el asistente de
Martel está haciendo de comer para no-
sotros.
— Entonces, voi al negocio de nna vez;
le pediré prestado un lazo a uno de los
(ínifios», por 65Í hai que traer la bestia para
que usted k vea.
Peralta anduvo hácra la puerta de la
habitación algunos pasos; ántcft de salir
regresó rascándose nuevamente la cabeza.
— ¿Qué dificultad se te ofccee? — pre-
guntó Alvar tjne por aquel ademan de su
asistente adivinó que algim tropiezo se
presentaba,
— KstoH serranos, mi teniente, son mui
desconfiados; si no se les muestra la plata
en la mano, no se hace ningún negocio
con ellos; si a falta de plata, tuviésemos
una prenda que dejar en seña...
—Explícate,
— 8i encuentro nna bestia y la dejo tra-
tada con su dueño, él seria mui capaz de
venderla sí se ie presentase otro compra-
dor, por desconfianza de que el trato no se
llevam a a^ho; pero habiendo recibido
algo de plata o alguna prenda en señase
veri a obhgsdo a cumplir.
—Ya te comprendo; más, de dinero no
hai que hablar; sabes que no tengo, y en
cnanto a prenda.,, ¿de dónde sac.ioaos?
Alvar se quedó pensativo, miRindo a
todos lados,
—Aquí hai una, — dijo extendiendo nna
mano y sacándose con la otra un anillo
que tenia en uno de sus dedos; — :ista ar-
golla es de oro y me casto ocho soles de
plata.
—Con esto tenemos para hacer la para-
da, — rephcó Peralta cojiendo el anillo,
Y saUó de la habitación.
Un tnomento después salia del cuartel
llevando un lazo hecho de un látigo colga-
do al bra^o.
No era tarea muí sencilla la de encon-
trar cabalgidura de venta en Tarma por
aquellos días* Casi tf>das habían sido ocu-
padas por los ejércitos que habían pasado
por ahí poco antes. Las pocas que aun
quedaban emn si ji lesamente ocultadas por
ííQs dueños, quienes las necesitaban para
su propio servicio.
Mucho anduvo Peralta preguntando por
aípif, averiguando por allá, %m obtener el
menor rcanltado satisfactorio.
Cansado de recorrer calles, se dijo:
— A mí no rae la pegan estos cholos:
han de tener bestiaa, pero las tienen mAi
encondidas que la muela jo ní^i^. Andando
hilcia el campo puede ser que logre hallar
algo.
Y echó a andar por el camino que con-
dnce a Acó bamba.
Varias cuadras anduvo noticiándose de
los habitíintes que encontraba y subiéndo-
se a veces a laa murallas para ver los po-
treros, todo infructuosamente.
A lo sumo logró hallar algún animal
deslomado o con más lacras que el burro
adornado de la fábula de Iriarte.
Pensando estaba ya en regresar, cuando
a unos veinte o treinta pasos más adelante
del camino vio salir por la puerta de un
rancho un paisano montado en un caballo
alazán, y tráa de éste otro jinete que lle-
vaba en una mano un cordel con el cual
timba a una muía que iba desensillada.
El primer jinete vestía un sombrero de
pita y un largo poncho A^paco. El segun-
do ei'a nn cholo que parecía ira las órde-
nes de aquél.
— ¡ Eh! miren, oigan una palabra,—!
gritó Peralta carriendo hacia ellos.
El primer jinete pareció disgustado c
verse retenido. Echó miradas a lo lai^
— 105 —
del camino que acalmba de recorrer el sol-
dada y vio qne Tiitdíe m;ls venia por éL
Esto qiiizíi k> tmiKjuiltzÁ pi^tís decavo mi
caballo a la vez ([ue se repoiiia su aem-
l>laute-
— ríQué necesitri usted ?^ preguntó a Pe-
ralta í]ue ya bu había aproximado,
— Quisiera compniríe esa mulitii que
lleva ahí desuiirgaiia.
El jinete pareció refleiionar, y al fin
eludiendo una contestación, preiruntó:
— ¿ Pei'tenece usted al batallón Se-
tiembre?
— Claro está; ¿no vé usted mi iini-
formt?
— Xo Éé distinguir los uniformes.
^ — Y dijjjame, ¿ podríamos tratar la mii>
lita?
— Esa muía no está de venta. Sin em-
bargo, — añadió el deseonoeido sacündo un
cigarrillo y tucendiéndolo concierta calma
«orno Sí [quisiera gi^nar tiempo para reí¡o!-
ver alguna eosa; — sin embarco, podemos
tratar, y si aoaso me conviene... ^íFara us-
ted quiere la muía, o 3e han encargado
comprar una?
— \^s para un oficial: yo soi su asisten tíí,
— Cüiiiestó Peralta haciendo valer ésto
para in;spira^ confianza» y coIlu^ le pareció
que tí-la sería tanto mayor cnanto más
alto fuera el grafio del fifi ci al, arriesgó
una ni en ti rula» dicie¡jdo: — es un catatan .
— ¿ Un capitán del Setiembí"e?
— Es claro.
— ¿Cómo se llama él? ^preguntó el ji-
nete con nna emoción que trataba de di-
simular,
— Orrego, — respondió Peralta sin vaci-
lar nombrando al capitán de su compañía,
pues quería a t^jda eo^ta infundir confian-
za para llevar a efecto la compra de la
mnla. Por lo demás todas esas interroga-
ciones lo ].Tarecian naturales de parte de un
vendedor receloso.
Quizás también por su cuenta el del
sombrero de pita quería evitar sospechas,
pnes dejando de Lacer preguntas, dijo:
— Esta mnla es un excelente animal, de
muclio aguante-
Peralta se puso a examinar las patas del
cnadrúpedo como un conocedor en la ma-
teria.
— ¿Y cBíil seria el precio? — preguntó al
abo de un instante-
— No la do i por menos de cuarenta soles
ie plata, al contado^
— Antes de ofrecerle yo algo, necesitív
probar la bestia, ensillarla-
— Pero es el caso que yo estoi de viaje
j no puedo perder tiempo,
— Cotí todo, tendrá nsted aquí en 1&
ciudad alguna fiersona de su confianza a
qnicn le pue^a dejar la mnla para cerrar
el trato,
— No me faltan conocidos, en realidad,
— No tentfa usted desconfianza ; no en-
tregará el animal hasta que no reciba la
plata. Lo que quiero es que se comprome-
ta a vendérmelo a mí. Déjelo en una casa
conocida de usted, y yo en seña de trato
dejaré este anillo. Ii-é a dar parte a mi
capitán esta noche, y mañana queda el ne-
gocio terminado.
El desconocido cojió el anillo que íe
motitRiba Peralta, y mirándolo COD di&-
tracción ae lo puso en un dedo.
— Este anillo será sin duda del capitán
Orrego,— dijo,
—D^ él es.
— Yo conozco a varios capitanes del Se-
tiembre; pero no por d nombre. Y prin-
ci pal mente a uno de ellus cuyo retinto
audíí trayendo aqní casuahuente,
E! jinete se echó al hombro el l-ido de-
re clin de su poncho, sacó de nn bjjlsilllo de
su ch iqneta una tarj ti cnn un retrato fo-
togry-fico y señalándosela al soldailo sin sol-
tarla, le dijo:
— ¿Será éste el capitán Orrego?
A i a primera mirada exclamó Peralta:
— Ese es mi capitán Soler.
— ¿ Soler ? — re])itió el desconocido como
si qnisiei'a grabarse afjnel nombre en la
memoria.
— ¿ Y de dónde ha sacado usted ese re-
trato?
El jinete no contestó. Habia alzado la
cabeza y dirirjianna escndnñadora mirada
hacia el camino por encima de una mura-
lla y veia avanzar por él un grupo de solda-
dos armados cuyos rifles apenas ae colum-
braban por estar ya declinando la tarde.
Dijo algunas palabas en Umjua^ mezcla
de quichua y castellano, al cholo que le
acompañal>a, y dii i jicadose al soldado aña-
dió;
— Todo bien considerado no me convie*
ne vender la muía; no la vendo. Tome us-
ted su anillo.
Esta negativa tan repentina dejó casi
pasmado a Peralta y mirando al jinete
I que trataba de sacarse del dedo el anillo,
' pero que no lo conseguía, ya fuera por lib
12
— 1Ü6 —
prisít ürin íjuí^ líj lii^eia o por qm; le queda-
ra éste imii tísti-echii.
^ ¡ Y íleapnos ile Lfstar tratandü nií* mile
tietíjil dtí un iv.fMíiiU' <;oti LstiA!-~üsclíimü Pti-
rulta etico kiif^ntlo :ii¡iLÍentlo ñu^x^tus de ir-
so a pufRí txiiTddfí Hiíbie sn íuterloüiitor,
pero ubritüiiíiiriLlináe por U\h e^tnctas orde-
hl^h í|iic tenia la Lixipa d^ eviuir ijiUírelJíts
con los liabjt;inti:,s dij o^ns pnoblos.
Y no haikíido oííu modo de venerarse^
gritó:
— ¡Me dará mi iitiiilo j también ei^e re-
trato dt; mi cii [titán <fne uBted deW haber-
se ent'ontrndo f>Lrdidu cu la mardiii!
~El auillu BÍ, perú cí retiiitu... ¡tib, ja,
ja! — exülíiuui ul jijujLe ix>mQ üstallaudo dü
ira;— [di le al capiUm rioler que se lo mari-
daré envolviendo eii él una bala!
Y dio ^lu violento azote a cafla lado de
las ancaíj de su cal ai iu que piirtió a encape
BCíTiiidü por el del chok^ y la muía.
— ;Y te llevas el anillo! — gritó Peralta,
Y'' sin cortarse ]xir la brusca partida, bor-
neó sol>re m caljt^Kael lazo qne tenia eti la*,
manos, lanzólo con fuerza hikia adelante
y afirmó los píes tu el hucIo»
El lazo liendieudo el aire fué a caer eo-
hia la ai buza da la muía que iba ya ai ^n-
lope.
La tirada fué recia* La muía dio un
brinco y quedó corno clavada en el suelo
al mismo tiempo que el cholo exbalaba uu
grito al sentir que el cordel de que la [leva-
ba se I c cscuma quemándole la mano
Pero los dos caballos no ínterr;;-"^ mí ron
su carrera acosados p<:>r el azote ) l.^ ^ o-
ces del primer jinete que gritaba a s*.
couipañero .
— Chnmui^ t-hfwwij {Vüii^ vcu, cl ! tf~
Todo esto había sucedido con gi aii ra-
pidez, haljíau bastado cuatro o cinco se-
gundos para ello.
Pe ral La se apresuró a aproximarse a la
muía para aflojarle cl lazo que eBtrech lin-
dóle el pescuezo podia cstraugularLt.
— ¡Se me fué con el anillo ; pero uo ae
lo lleva tan barato la mnlíla vale mas
íii no es que ando tau vivo me duja
con la lx>ca abierta.
Esto decía el as i atente acariciando con
la mano al cuadnipedo.
— Y cómo es que no vuelve a buscar su
muía.., será porque teiidria «jue explicarse
sobre esa amenaza que hizo a mi capitán
Solé r, — agregó c i \ísm r \ando que 1 os d < w ca-
ballos se perdiau ya de vista eu una uulx^
de fHJvo. — Eu Hn, ya t^nemas bestia para
la mítrcha... prolK^-iUíBla...
De un salto moiitj en pelo sobre el lomo
de la muía.
Al hnri.íí'hi divisó el ífí-uj-Xí de jen te ar-
mada qtie un uiunK'nto ánti."?i viera el jiue-
te del sianbrero dv pitíi; venía como a mía
cuadra dedisUiucía.
— ^Es alguna avauzada^^murmnrf).
No se equivocaba. Eran veintieínco
hombres á\A Setiembre al mando de un ofi-
cial qiic iban a coIfH^arse de avanzarla du-
rante la ufjche,
— ¿Qué anda usted liíU.?¡eudo |>oraquí?
¿de dónde ha sacado e«t: animal? — pregun-
tóle el ofií^ial cuando estuvo al habla con
Peralta.
— Se lo lie cambalacheado jx)r un aidllo
de oro a uiuis paisfuios que van allá galo-
pando... ¿no los ve, mi subteniente?
— Sl; se vé una fxilvareda.
— La muía es para mi teniente Alvar;
de cl era el anillo*
^¡ Era uno que andaba trayendo puesto
en un dedo?
— Si, mi subteniente.
— Entonces ha cstiidn bueno el e*atoba-
1 ache, po n f iie I a m u la t i e uü bu e n a t raza . . .
Con tal que no baya hecho usted H.li(uua
diablura y venga algún reclamo al cuar-
tel...
— Nada hai ; eso ae verá, mi subtenieiite,-
puesto que si sale algún i'CHilamo, al cuartel
' na de ir.
'-Mejor si es así. Siga su camino para
al ., ]Kiique ya está haciéndose nini tarde.
Peralta azotó su ninla son riéndose de
contento y deseoso de 1 legar cuanto antea,
a dar la noticia a su teniente.
En una pieza contigua a a juella en que
tetaba hoBixdudo el teniente Alvar Imbian
sentado los reales los capitanes Lostíui» \So-
ler y (.)rrego.
Sns ]:kh;o mullidas camas estallan tendi*
das en el snclo, y al lado de cada una de
ellas se dt^ jaban ver los mor ralas de sus
dueños. En uji rincón sehallabau las mon-
to raK,
Una íiotella desempeñando provisoria-
mente el emplüO de cande lero^ sustentaba
el prolongado cilindro de una vela cuya
niaeílenta luz ahmi braba la habitación.
Era crtsii de las ochu de la noche. L
tres ttqñtanes, que recien tu uieutc babi;
llegadü del hotel donde ae dirijieron a ce
— 107 —
mer» se encímtnib iii echados en sna respec-
tivas cauía-s.
Ijí>k tres cotivcmiLaii fnmarKlo BeudoK
■cigarrillos.
— [ DiauLrt?s! — txcliiiuó de pronto Los-
— ¿Que ha ha tii do?— preguntó On'e^o
endeiezáiidow*
— ; Esta maldita cama tiene un lobani-
llo qne sü me cstíi iiicrustandü en las coa-
— ; Q u é d ] s¡>a va te cstiis di u i cu dt i !
— No es la cama, e:^ el snelo el í|ne tieoe
el loíaíiilo,— ivplicó LosLuü levaiitaudo
una píi te de k f i-aisadíi que le servia d<e
colebon; — ¿Qolodetia? ¡aíjuí está d pi-
caral
Y eou la mano señalaba un pídalo *Ie
piedra íjnc estalla eno;i4stridt> en un ladrillo
como un brillauLe en nna sortija.
— ¡Qué linda riórhe ib;i y^» a pa?:ar diir-
iniendo en eííte embeh^co debí jo del uucr-
po ! — t'Xclamó Ijostan trotando de aventar
el trozo de piedra cou la ^nainiciou de su
sable.
Lnej^o añadió:
—Ya esta é^Lo. Pnedea continuar, Orre-
go, baí'ieudo tuseomeiitariofi.
— (Vmo les ílja dieieiidi>,— dijo Oitüijo
cual ííi continuara una convfrfiatuon inter-
rumpida;— ti individuo i\\m hoi divisé,
cuando éntrala el ííatalíon en la ciudad,
de piéa en la |jnerta de un almacén y mi-
nindoiio^ con tamaños ojos» es el mismo
qne estafja en la estación de Desamparados
en Lima, el di a rjne nos vi ni moa, mirando
nn retrato-
^¿ Y C]ué consecuencia r[nierea sacar de
esto ? — preguntó Woler,
— ,J Co □ see lien ííí a ? . . . ni ngnua . H ago
simplemente una obeen-acion,
—Ya te lo he dicho, Orrego,— dijo Los-
tan; — eres suspicaz como un perfecto pn^aao.
— Me llama la atención el hecho de ha-
ber visto a ese sujeto allá y volver a eucon-
■trarlo tan prouto aquí.
Ja\ conversaciou continuó un momento
más, y fué deí*pues interrumpada por la
entrada a la liíibitaeion de un soldado.
Era Peralta,
Adelantóse hasta el medio de la pieza j
dijo dirijiéndose al capitán Boler:
—Mi teniente Alvar me manda hablar
i usted, mi eapitan.
- ¿ A proposito de qué?— preguntó Soler.
-Para qne le cuente una mano que me
asado con el trato de una muía.
^A ver, n ¡izamos esa historia, — dijo So-
ler sonriéudr>se al oir la frase de Peralta.
Este, con su [K^cnliar lenguaje comenzó
a referir punto por punto ío que le había
sucedido con el jinete desconocido un par
de horas antes.
Apenas hubo concluido su narración,
Orregrt le jn'cgnntó con viveza:
— ¿El paisano aquel llevaba sombrero
de pita?
— Sí, mi capitán,
— ^¿Y jKHií'ho de paco listado, blanco y
color uhucolate?
^AJ justo, mi capitán,
— ^Eia un mozo chnpíado de cara y da
pocos bigotes?
--Eso es, un bigote casUiño, ralo, a mo-
do de alas de chicharra,
— ¡Es el misino que viste y calza!— ex-
clamó Orrego d i riji endose a sus compí ine-
rva;— es el mismo individuo de la estación
de I)esanipantdfts en Lima y de! almacén
aquí en TtiHua. Lo del rctmto lo esta di-
ciendo clarito,.. por la hebra se saca el
ovillo,
—A pii no se trata de un ovillo.— repli-
có LosDin riendo, — am} de una bala que
quieren introducir en la per-sona de nuestra
eo mi añero St^lcr. Ese individuo mi^tmoso
debe ser un <.'orso que. lia jurado la rendtt^
— Déjenme hacerle una pregimtíi a Pe-
ral ta.^di jo Soler.- -Dígaiüfí Peralta^ ¿en.
el nitrato que le mostró ese desconocido
estol con kepis o a calveza dcíienbierta?
— Con kepis, mi capitán.
— ¿En cuanto pronnució el aí|uella ame-
naza eontm mí, picó el caballo sin esperar
más?
— Disparó comrj un volador; suerte fué
para ó I andar tan vivo, porque ai no, le
alcanzo a echar el laKO j lo traigo caballo
abajo.
—¿Y DO le sorprendió usted alguna pala-
bra que le dejara adivinar por qué me te-
nia mala voluntad?
^Nada; pero el odio se le conocía por*
(pie cuando nombraba su ai.>elativo Soler
parecía mascar la pialabra, y con la rabia
no atinaba a sacarse el anillo del dedo
hasta que se le sahó la amenaza y prendió
la carrera Ahí fué donde anduve yo listo
para echarle el lazo a la mola, que ai no
es por eso quién sabe lo que habria pensada
mi teniente; él esmui bueno conmigo y me
habria creído; pero otros serian capaces de
^- 108 ~
decir iiiie yo nie bn.b!'ia fundido con d ani-
llo.., ¡lindo hiibría í^atdado joU*.
— Celebro que ito lo lucieran tonto lle-
víindole el anillo. Ahora déjeme solo cou
Lüstan y Orre^o porque ttiigo tjiie hablar
con ellos.
— Con su permiso, mi capitüD,— contes-
tó Peralta
Y salió de la pie^a,
Bus dos cüuipímeroíi mii-arou a Soler de
uua manera i ntor rogativa cuando queda-
ron solos con éi,
— Díme, Lostau, — - preguntó aquél, —
¿cuando encontrastt; a Luiaa huridk repa-
raste si lleva l>4^ algo eu las manos?
— Nada llevaba; eetoi seguro de ello,
pueft como ella se desraajó tuve especial
cuidado de mimr dentro del coche para
ver si quediibji alj^o perteneciente a ella
para entregárselo a la que decía ser bu ma-
dre j en cuja casa la dejé.
— Poeshieii; aquella noche al separar-
me de ella le di un- retrato mió que rae ha-
biai>edido; no quiso guardarlo en su bol-
sillo por temor de que se ajara y lo llevó
en la mano.
En ese retrato e^^toi jo con kepis pues-
to, pertenece a una docena que mandd ha-
cer i:>oco ha en esa furma: en otros que
tenia anteriormente estíiba jo con la cabe-
za de^scubierta. De er>a dottena be obse-
quiado solamente uno, que es el que te
digo que di a Luisa.
— De consiofuiente^ aquel retrato j el
que hoi vio Peralta en manos del descono-
cido deben ser uno solo.
— Es uno mismo; pirece indudable.
~ -La cosíx es clara, — dijo ürre^^o alean-
do la voz y sentándose en su cama como
para hablar con más facilidad; no hai
donde equivocarse; este es el ciíao: el corso,
oorao dice Loatan por el sujeto del som-
bret'o de pita, el corso, diré, fué el que le
díó la puñalada a Luisa por celos, le quitó
el retrato y por éste conoció la cara de su
amante. Con el retrato a la vista ha ido
en busca tuya prímeixj a la estación de
Desamparados, y después ha lle^^do hasta
aquí queriendo vengarse; este es el caso, y
nadie me lo quita de la cabeza,
— Quizíis tus suposiciones no sean del
todo erróneas,— observó Lostan. — De mil
casosj el que hiere a una mujer lo hace por
celos.
— Todo eso p uede ser muí bien, — di jo
Soler pensativo;- — pero lo que mu pivgunto
8in hallar qué responderme es por qué mo-
tivo Luisa no ha querido denunciar a hW
agj'esor, j al escribirme me ha ocultado el
hecho.
— Ya esto es más difícil de adivinar. Se
me ocurre otra observación: el desconocido
de Peralta huyó en circunstancia de que
apa recia por el camino tropa armada nues-
tra, j bien sabes que aquí soiameute loa.
montoneros o los que están relacionados
con ellos huyen de nosotros.
— Es la verdad.
— Lnego ese individuo tal vezaení mon-
tonero,
— Lo es, no eaí>e duda, — gritó Orrego
a quieu le gusttilia marchar siempre a la
cal)es5a en lo de hacer conjeturas.— Si aca-
so no lo fuera no liabria venido de Lima
eu las círcuíiatancias presentes, cuando to-
dos eiítos piíeblíjtí de La Síen-a se encnen-
tran en gresca. Yaya» Sfíler, estás conver-
tido en un personaje de novela ; tienes por
rival eu amores y por enemigo en la guerra
a un mismo individuo; si el corso logra
acei-tartc un balazo mata dos pajar os de
una pedrada, un rival j un enemigo.
— Y me lleva uua pArte guiada, — dijo
Soler riendo; — y es que yo no tengo revol-
ver, de manera que si llega el caso tendré
qne cruzarme a s.ible con éU
— El sable es más seguro que el revólver.
— Ade m iia, — agregó Lostan ; — m i é ntras
el corso pam cumphr su pala I ira se pone a
envolver la l>ala en el retrato, tienes tn
tiempo para llegar y pararle la obra de nn
sablazo.
Los ti-es compañeros continuaron un
rato aún bficiendo broma sobre el apunto
y afirmándose cada vez mils eu dar por
ciertas las cunjeturtis que habían hecho.
Pero luego el cansancio del viaje hecho
aquel día los rindió, j un pesado sueño se^
apoderó de ellos.
El último en dormirse fué Boler, preo-
cupado con la idea de haber tenido un ri-
val en sus amores sin haberlo sospechado
siquiera; pero abn gando siempre algnoaa
dudas, pues se le hacia difícil pensar mal
de Luisa.
Por lo que hace a la amenaza el desco-
nocido, le era indiferente; tanto más que
encontrándose en La Sierra en aquellos
tiempos estaba de bocho amenazado de
igual manera por cada montonero, ' ^
modo que carecía de novedad el pelig ►
que le anunciai'a uno de ellos.
— 109 —
XXIII
Lucía.
Trangmontjivemos los ÁTiJea, poro con
menos pimliiiíifkg íjne Inaque sufrió el ba-
talbn í^etiírinbie al pisarlos, y con icüLs ve-
locidad tjue lu dtíl fluido eléctrico al correr
por d alambre del telégrafo. Será nut^stro
T?ehící]lo. ^'El ímpetu veloa dd ucínsa míe ri-
to," como dijo el cantor de El Diablo
Mmido.
Rápido modo de viajar con que la Pro-
videncia ha obsequiado a la faatíwía linma-
na, median tL' ul cnal pnede el hombre ver
todos los m w 1 1 dos wi i oci dos e i ^^no tos , n o
con los OJOS de la cam, que polvos aon y
en piílvo se couvcitirán, sino ci^n lo8 del
alma, que son loa í]iie h;in dü ver la cara
de i^io"^,., o la del diahlo...
De esta violenta manera volaremos di^
Tnima a Lima.
Y como el pensamiento e:^; un vehículo
tan eíqíiiaíto que no solamente pnc^Ie ha-
cer un viaje demorando "nada", sino tam-
bién ''m¿m>8 que nada,'' a seínejanza de
aquüllos müllomiaí^ aijebráico.i precedidos
del sii^no méno¡i, hai eino.i el viaje í^-astan-
do ''menos kcÍs dit^s/' o sea, lleíjando soifsi
dias ilutes de hibjr partido, i Si aní pudie-
ra hacerse el viüje de la vida! ^faltarla al-
guna hermoSíi que al contar ti-einta anos
emprendiera una instantánea viajata para
llegar con qtjinee méno?5?
Estáiiíos. ]mus, oTi Lima j seis días líntes
de f^iíe ocunieía lo jue relauunos en el an-
terior capitulo.
Liioia, la linda niña a qnien dejamos
sumerjida en amargo llanto cuando Peral-
ta sahó del de paita mentó del hotel en que
ella estaba, al (jnedar otra ve^ sola se dejó
caer sobre un aofií abatida por el dolor.
No dudó que el soldado regresaría pron-
to como se lo había prometido, y lo espera-
ha ansiosa pam saber algo más de la mar-
cha de Alvar.
Su oprimido pecho dejaba e3ca|.^r la
respiración envuelta en tristes sollozos j
sua ojos se bañaban en inagotables lágri-
mBS.
Largo rato pennaneció en ese doloroso
estado.
Sin embargo, en medio de su angustia
^taha atento oído acnal(|uier ruido de
íos que venía del pasadizo por donde
>ía partido Peralta. Siendo aqnclla ca>ia
hotel, mucliaa personas pasaban por
ahí; pero todas seguían sin detenei-ae junta^
a la puerta del dcjíartamento ocupado por^
Lucía,
— ;Cuilíito demoni! — murmuraba de-
cuando en cuando.
De pronto recordó que Alvar había de-
jado su reloj sobre una müSi*.
Se levantó del sofá j f ué a verlo.
—Las 0(^ho j mediano más, — balbnció;-
— creía que era más tarde.
Rregresó al sofá y se echó nuevamente
sobre éb
Mil ideas se íígrujiaban en su imaj i na-
ción, todas nacidas de Ij^s escenas qne acá-
bU>an de ocurrir. Lri ímpen.sada raai-cha
de Alvar era eu ese momento !o qne más
la aflijia: e^tandíi a su lado no abi igaba
ningún tetnor; pero al verse sola todo lo^
veía con sombtioa coiores. Per-dta le inspi-
raba confiiínza poi-qui? era enviudo por Al-
var: altando él ídií cobijaría ella algún .l;u-
mo; mas, aun no regrei^aba.
Ei tiem]v> tmsí Mirria pai-a la desgi"acía-
da niña con una lentitud abrumadora.
Esperar causa siempre de^^ajcon; pero
para el que está bajo la presión de un do-
Ion, eíí un martirio.
Lucía a cíida ínstantíj acudía a ver el
reloj qne no habia qnerido mover de la
mesa donde estaba, y ctvda vez volvía al
so f á con m ayo v a b ii 1. 1 m i en to : co m en ?,aba a
ser asal tilda pfjr punzantes dudas con
la demora del soldado.
í^us lágrimas vertidas con tanta profu-
sión i^recian agüitadas; pero su llanto con-
tinuaba en el ],>ei'ho. (Cuando en una de
sus idas vio í:jne el reloj marcaba las diez
y media, sintió una conmocíoQ que la aho-
gaba: a esa hoia le había dicho Alvar que
estaña de regreso junto a ella, y en vez de
esa dicha que espera ¡>a con tanto anbeloj
se veia sola, abrumada por el j^sar y sin
saber siquiera cuándo volvería a verlo,
Nueva 8 lágrimué t^ne parecían manadas por
lo más íntimo del corazón acudieron a sus
ojos, y se dejó caer sobi'e una silla que se
hallaba a su lado.
E^ta explosión del sentimiento la ano-
nadó pi>r algunos momentos.
Luego su dolor cumepzó a tomar otro
carácter.
Pensó en la tribulación que sentiria sa
padre eu aquel mismo instante por la hui-
da de ella. Recordó su cusa, su habitación,
los objetos que eu ella la rodeaban, sias
muebles, el piano en que pasal^a una parte
del di a tocando mientras su padre escribí»
— lio —
í'Mtiit sentnrln en un sillón lum alefuijos
líbrosí eKa vida tmíií^iiik m\ sobres iltíts
ni E!g!itl[i^ peiiLiH, uüiLiiisiid'i con hia vi^ítms
que imcisi ü Hlj?^nnt(s íudIífíis o retíihiü de
ellaíi; sQ fOsL^f^o, fin alL^grin; todo eso lo
poseía wn diíL antes, y tntío lohíibía perdt*
du pul" st g ; 1 3 r a u n u Til a ! I te i\m déí^ pu e^ d^í
Algunas horas de cuiioíad m eiicoutnjbv
léjoí? de ella.
Si aun A^ hiWíini en el día tmterior, en
sn ho.Zíir i^l lado de sli familia^ a.ilu^iíi abo*
gar i < 38 i m j >^^ Ln a d e s n co i^az o n , o b 'dc'f'cr
a eti padie áuten ijiiti aüCudtíT a b>s ratiíííís
de sn amíoue: a^i penstiiniL ella ahom, l-lrsi
nu nneVL> dolur t]ne \K'íú^% a aGoiígojnrli*,
erau loa sinLuiuaa del arrepeuLi miento qne
comenzaba en ella üm prontOn eorao pron*
to lia [lili comenzado a snfrir las conree nün--
cías dei funesto exuin io de abrindotiar In
cajíü de su pcidre.
Pero esto era nn hech^i cíinsumudo y ha-
bia que dable^arse ante Ú\; anu^jUí} el
arrepentimiento le royera ún de:i|ü:arradi>
corazón conocía qne peitenüíjía a au aman-
te y solamente de él á^hÍA esperarlo tfdo.
En adelante sn hogar j sn familia serian
nada más qne nn triste recnerdo para ella.
La demora de Peralta que al principio
le había catuí^ido desasosiegOj comenzaba a
prod aei !*1 e ao b resa Iti^ .
— ¿ Por q ne t a r da tanto? — miir mnr a ba ;
— el tren debe haber paitido hace largo
tiempo.
A medida que avanzaba la honv su so-
bresalto iba trasformiiodose en temor,
Cnarido vio qne las dos immt^ cillas del
reloj juntándose marcaron las doee^ sintió
nn estremecimiento,
— Es imposible qne el tren no haya par-
tido,— nli jo.— Kl soldado qnedó en regre-
sar a|.>énas partíeraj y aún no llega.
Tras de esto eomeiiió a hacer miJ re-
fleiioneSi pero todas la dejaban sunierjída
en inciertas dndas.
Jja desesperación no tardó en apoderar-
se de ella. Comenzó a dar ajitados paseos;
iba de una a otra de las habitaciones que
compon i an aquel departamento, se deja-
ba caer ya sobre el sofá ya sobre alguna
sillar a veces se dirijia hada una venfcma
qne daba a la calle y abriendo nn p^íco el
postigo miraba ocnltándoee recelosa de
ser vista, pero lograba sólo divisar los
altosjde la casa que había al frente ^ para
Ter e! pavimento de la calle y la jen te qne
pasara por ella le habria sido preciso abrir
comíilt'tam :nte la vcTitana y sa^^r la cabe-
za afut-ra, y n esto no se atrevía.
(.■on loR <>}m *ínn^jwíidos íK)r el llanto,
estrujando tn las mauíts su pañnido empa-
pado en Ijlí^iinias^ yendo y viniendo desa-
t i nnda po r la h a b i taci o n , y a so ¡ I ozando , ya
díijíiíido escapar dolorosos jcmidas; al ver-
ía, el má« Mi espectador át^ habría encon-
trado conmovido.
; i'an joven y entre^^ idi a tanta d.scspe-
ración» en una ijdaden que la vida se pre-
senta con hia más risueños colores!
A menudo tíojia l^a bre^'e8 cartas escri-
tas esiv mañana por Alvar y por Soler; Ism
li:ía; pero no piidíendo eoürdinar sus ideas
sólo veía en ellaá que su amante había par-
tido dejándola sola, aislada,
Ti-atabji de calmarle ^am formar un
juicio eabaí de su situación. Sus pensa-
mientos, atro peí laudóse en su afi .bradc* c^
lebra, no se lo permitían.
Hubo un momento en que sin darse
quizás cuenta de lo qne hacia, y con mo-
vimientos maiuinales, se dirijló hacía el
1 a V atoi ío y d u ra m te un ra to est u v o colín ti-
dose agua a la cara que la sentía aidtfr.
La acción del agua fría le produjo nn
cfeeto benéfico. Tranquilizó algo su ají ra-
da i !naji nación y pudo por un momento
raciocinar con cierta claridad.
Peleyó las cartaíi que le trajera Peralta
y logró dirse cuenta de su contenido*
Higuiendo las instrucciones de Alvar,
debía dirijírse a la calle de Calonje a cf sa
de la persona indicada en una de las car-
tas. Ahí esperaría el regreso de su amante.
Pero ir en bnsca de una pei'sona entera-
mente desconocida, hacerla al momento
confidente del secreto de sus amores, vivir
en su compañía; todo eso desazonaba a
Lucía. Había almndonado sn casa por estar
con su amante; encontrándose a su lado ea
c u alí [ uicr pa rte se senti r i a conten ta : pero
faltando él, falta tta todo para ella.
Pronto volvió la desesfjeracion a apode-
rarse de la hermosa y aflijida niña. Nuevafi
higrin^as inundaban sus negros ojos, y atur-
dida iba de un lado a otro sídlozando.
Echóse al fin de bruces sobre el sofá.
El recuerdo de sn casa, de su familia,
su arrepentimiento, la í majen de Alvar,
aquella señora desconocida a eaya easa de-
bía ir, regresar a su bogar abandona'""
hn plorar el perdón de su padre, impet
la intercesión de su tía, el semblante aira
de su padre rechazándola, el desprecio,
vilipendio; todas estas ideas desfílaban
- 111 —
coiifuao tropel por la tíirbiKla mí^iiLt; ih
Lucía. Pero la qtie uu'iá k atoriTH^iitaljii, k
que [íiils fie prese ütabü a hu cekbi-u como
nn sOLubríü y ainL^niiEüiite fdiitasnii, era
la ídtía de ser alíandouíida por Ah nr, Re-
clmuaba con ttirror ese ptusaiiiiuito f itídi-
<jo tiue le vaticinaba la angustia, el des-
precio, la vertríknisia.
— [Xo, no ! — nuumuraba como si ([ui-
Bieni oirse fi si misma;— í eso lio puode ser I
lio lo hará Vírtoi- !
Este nombre le traía a la memoria dul-
ces recuerdos, y esperaiiziu y alivio al co-
nizoiK A la edíid de Lucía las ilusiones í^^a
giatafi comjmñeraR dt; la vidí^ anti el frió
de la experiencia no lia extinjí^uido su con-
Rolado m lumbre. Por inataní/os las pers-
pectiva de al^j^nnas balat(üefiaR híu-as en lo
porvenir desaho^alía sn pi^bo: el ruido de
pasas í|ue solía süiitir en d t^i^s^diao le ha-
cia palpitar con violencia ei cornisón; ^>en-
Btiba í[ne tal vez no se babria llevado a
efecto la marcha del batallón y era Alvar
mismo quien veniaí )iero el ruido no se de-
tenia jnufco a la puerta y la, efií>ei^nsia se
desvanecía.
Pronto aijuellas ilusiones se derrumlm-
ban con la tniauía presteza íjne se habían
levantado, y la realiditd de au situación se
l€ pres4;uta£a aún m¿is triste j descíoiiso-
ladora.
Todas ejitas alternativas de su i is ajina -
Clon le producían fiebre,
Largíi tiempo duró ésto, Stis ideas se
hicieron confusas, y fueron oscnrecíéndoae
los tintes de sus inuljenes gradualmente l
a la vez cierta insenüibiJidail iba apode-
rándose dtí todufiQ enerpix
Un momento de&pues su acorapas¡^da
respiración anunciaba que donnhu
En el estado de exeítaeíou liajo cuyo
dominio se encontraba Lucía, su sueño no
podía ser sencillamente nn tramjnilo rtífioso.
Mi entras dormía se representaban en su
fantasía una multitud de sucesos incohe-
rentes de íjue ella misma ^K>stej"íor]nenie
no conservó sino nn vaf^o recuerdo.
Esos sueños pasaron por su memoria co-
mo una brisa que lame la suyierfieie de nn
lago produciendo oudulacion en el agua
mientras dura; pero no dejando para des-
*^""s huellas de su paso.
n embargo, asi como el último son de
, campana es el íjne fjueda repercutíen*
en el eco, ol último de aquellos saeíios
Sé conservó en sn oiemoiía, segíui Lucia
lü refirió después*
Era aquella hui-a cu qie habiendo llet^a-
do el sol a su ocjisd ¡a luz meii ¿ruante del
crepúsculo vespertíau alumbra débilmente
la tierra.
Luda se encontraba en nn sitio po Til mi o
de i^randes árlK>Je5 cuyas hojas ostcntaímn
uu color verde de nn tuno mni oscuro. Ella
caminaba pausadamente mirando a todos
lados y viendo inataa eaigtwlas de flores;
eojia al^inai y cortando sns tiernos tallos
la^ acería b a a sus narices: pe^f todas ellas
carecían de iierfume; las arrojalía al suelo
y cojia otras: mas, niui^nna despedía el m^
mínimo olor-
A veces hallaba a sn ptiso angfjstos arro-
yofi cristalinos i pie corrían precipiúindose;
pero RUS ntíuaa no produeiiiU el menor rui*
do al con-er.
De los árboles peudían frutos maduros
que hula^dbiiu la vista e ínvíuiban a co-
merlos, emn chin moyas, ^mnadillas» du-
raznos y otros muchos. Cojia algunos y loa
llevttlm a sn boca; comia de ellos, comió-
vari os de diversas clases; pero todos care-
cían de sabor completamente.
Todo eso le cansiiba eKtrañezft. La nata-
raleza le parecía ahí nmeita y deseaba en-
contrar altfnna prsona que explicara a {ue-
lio.
Con este fin anduvo en diferentes direc-
ciones y repíirando con sorpresa í]ue sus
pisadas no prc*duciaii uingun ruido en el
suelo.
Al cabo de haber recorrido varios Jsen-
deros se vio en una especie de plazoleta
eiroundada de altos lírboles, y afirmada en
el tronco de uno de éstos divisó a una se-
ñora (]ne parecía euteramente distraida,
Lucía se aproximó a ella; pero la señora
permaneció indi ícreí ate y i^hi dar muestras
de haberse a|>ercíhído de su llegada.
Esa indiferencia le produjo una onda
pena, le pareció una crueldad,
ÍJ u i 3 u hí ibl a r r ;o u voz su pl icante ; pe m
su garjí inta se n^i^ó a pn.idueir ningún so-
nido, ti ató entonces de exhalar un grito,
uias no lo consiguió; pai'a lograrlo hacia
inútilmente esfuerzos supremos: sentía que
la sangre se le agolpaba al pecho, y le auin-
Imban los oídos.
De pronto oyó nn ruido seco [jue le pa-
reció terrible: el gritó anhelado logró eaca-
parse de su garganta,
Y desapareciendo súbitamente el cuadro
qne tenia a su vista, se halló en la habita-
— 112 —
don y sobre el sofá dond<a als^ua tiempo
áiJtea fie Imbiii cjucdudo doraiida.
Eespií'aiido ají tuda mente y con los ojos
esptintados miraba bíü diirse aún cuenta
del lucrar donde se encontraba, alumbrado
nhiívn escüsiimeute por ía Inz crepuscular,
cuiíndo OJO repetirle el ruido que percibie-
ra al despertar.
Ltioía Bintíó helársele la mugre.
Sin emímr^o, wjuíA mido uada tenia de
«straordhmrio; era síhici llámente produci-
do ]x}r unos lije ros golpes dados a ia puer-
ta; pero a la excitada niña le parecieron
tremenda s.
M:iquíriuhn'jnte se endei'ezó hasta que-
dar seTitadíi en el aofiL
Oon este movnmieuto se despejó la uien-
,te d^ Lncía. Do stibito sg le representó la
realidad de su hÍmiücíou. Tndo lo compren-
dió; £e había doruiilo, y tal vez por largo
rato, pues ja estaba düüiiuanrlo el día.
Loa g lipes se repitien>u,
— EBtán llamando a la puerta,— mur-
muró;— -¿luién será?
Y movida par la curiosidad y quizils por
una débil esperanza, fué híicia la puerta y
la abrió nn poco.
Un individuo estaba al lado de afuera^
~8ui mozo del liotel,^4Íjo, — y veugo
a ver si se le ofrece a unted algo.
— NadcK — <;outest(> Lucía,
— He venido a llamar ii la puerta te-
miendo que se hubiera uRt.-d eufermado;
como no Bc lia hecho servir de almorzar ni
hii pedido nada cu todo el diü y es ya
la hora de comer. Ell este hotel se da ha-
bítaeiou solamente o taiubien comida se-
gnn lo deseen lo3 pasaj er os si gns ta
puedo servirle...
Lucía recordó que efectivamente no ha-
bía comido nada en todo el dia; sin em-
bargo contestó:
— No tengo ganas; no me traiga nada,
— EfJtti biídu, 8i desea algo más tarde,
toque usted la campanilla que hai sobre i a
mesa y vendré yo.
El mozo se retiró.
Lucía ceiTÓ la puerta.
Las pocas palabras del mozo la hicieron
volver por completo a lá vida real.
Conoció que le era preciso tomar algu-
na resolución definitiva,
Se sentó junto a la mesa y por centési-
ma vez leyó las cartas escritas por Alvar y
Soler
Apoyó los codos en la mesa, y la cabeza
CD Isa mamofi; permaneció en ena medita-
banda ptwii'iüu un momento,
Eátaffa ya auochecíendo. hm muebles
de la habitacifm peinlian ya su a colores j
líia sombraí^ lo envolvían todo.
r>e pronto se representó a la ¡majiíiíiciofl
de Tiucía el sueño último que había ttui-
d{). Alzó la cabeza^ y viéndolo todo som-
brío eu su rededor, se levantó sobresal-
tada.
Aquella oacnridad le daba üiíedo.
Andando cou pre^iteza se díHjió ala
oti-a pieza del departamento.
Encima de un vehidor había un cande-
lew con una buji» y una cajita de íós-
foron.
Lucía raspó un fosfuro y encendió la
bnjía.
Goii esta claridad se repn-=^ algo; pero
uo del todo.
Regresó tJTiyendo el candelero y tomó
uiK'Vamente su colocación al lado de la
mesa.
Las lágrimas que durante al^^^iín tiempo
habían estado ausentes de sus ojos no tar-
daron en correr de nuevo copiosamente.
— Ese soldado, — murmuraba;— que de-
bía conducínne a casa de aquella seno jü qo
ha regresado, no regresará,., ¿por qu¿ me
ha engañado?,., y ya es de noche,.. ¡ ^ué
vo¡ a ha(;er yo I
Y Lucia se entresraba nuevamente a
aquellos arranques de desesperar ion que
tanto la habían atormentado durante el
dia,
1 ba de una pieza a otra retorciéndose
las manos y lanzando so11í>zo3. Andaba des-
atinada alzando a veces los ojos ai cielo y
dejando escapar je mí dos. Ya se echaba so-
bre el sofá, ya sobre una silla, y si lograba
calmarse un instante^ era para comenzar
nnevamente con mayor desconsuelo.
Hacia bastante tiempo que duraba la
cfervesceucia de la augustiada niña, cnao-
dü en una de sus Ídi\s tropezó con la mesa
que sustentaba el candelero. Por efecto del
chíjquc cayó éste j se estinguió la luz.
La repentina oscuridad sobrecojio a
Lucía.
Lanzó un grito apagado, y al verse ro-
deada de tinieblas tuvo miedo.
Quiso buscar a tientas la campanilla
paia llamar al mozo; pero no logró ha^
liarla.
Trató de encontrar la puerta; andü >
al acaso sin saber que dirección tomar, p -
dída en la oscuridad.
— 113 —
Palpando los muebles que encontraba al
alcance de hüb manos, conodó éjug liabia
pasado a la otra pieza.
Por fortuna topó con el velador j recor-
■dó que Bobre él iiabia quedado la cajíta de
fósforos.
Tendió las manos y logró encontrarla.
Can suB dedos trémulos por el miedo
frotó mi fí)sforo, y sólo al vqv la luz pudo
^acar su respiración comprimida.
Temiendo apagar el fósforo con su alien-
to, no resolló hasta que hnLo encendido la
bujía que vio caída en el enelo.
— Yo no puedo paBav aí]uí esta noche, —
se dijo sintiendo palpitar violentamente
su corazón.
Un pavor mui comprensible eu n na ni-
ña de su edad se liabia apoderado de ella,
^ixaltada por BUS pesares y debilitada por
el ayuno,
Ijív soledad y la noelie [e daban miedo.
Estaba pálida y miraba a todos lados
con recelo. Las sombras producidas por loa
muebles la asustaban. Todos los cuentos
de fantasmas que había oido cuando pe-
quena le acudían de golpe a la mente-
Can un nipído movimiento cojióla cam-
panilla j corrió hacia la puerta. Abrió és-
ta y sacndió aquella con fuerza.
I^esde el pasadizo vio las puertas de
otros de par tí ime utos con luz. Esto le dio
al^un aliento; pero no se atrevió a entrar
al suyo toda%'ía, sino cuando divisó venir
al mozo que aeudia al llamado.
Anduvo hasta la mesa y dejó en ella la
campanilla, mientras el mozo que entraba
en la habitación la preguntaba ;
—¿Me necesita usted?
—Sí.
—¿Desea que le traiga alguna cosa?
— Nada. Le he llamado porcino voi a
irme de este hotel,
— ^Mui bien; iré a buscar la cuenta,.,
aunque, no hai necesidad; lo qne debe no
es más que el alojamiento.
Esto hizo recordar a Lucia el dinero
que le había dejado Peralta sobre la mesa.
— ¿ C uánto es ?— pregun 1 6,
^Cuarenta soles.
— ^Espérese u q m ornen t o,— a ñad í ó Lucí a .
Y eojiendo el eandelero se diríjíó a la
alcoba con ti ^a.
Dejó la Ifiz sobre el lavatorio y emplean-
do prontitud en sus movimientos, se puso
a manto que habia dejado encima de una
illa, Cüjió su maletín, y trayendo el can-
elero regresó a la piesa donde estaba el
mozo y cuya presencia quería ella segura-
mente aprovechar pai-a disponerse a partir
sin quedar sola y entregada a su pánica
temor.
Guardó en el maletín el reloj y las do«
cartas que estaban sobre la mesa, y cojicn-
do luego el manojo de billetes, entregó al
moRO la cantidad pedida,
Y en seiíuída salió echando una postre-
ra mirada a aquella habitación donde tan
alegre y tan feliz se sentía en la mañana y
de la cual tan triste y desconsolada salia
ahora.
Un momento después salia del hotel,
y murmnró una vez que ife bailó al aire
libre:
—Calle de Calonjc número 7; es alJa
donde qniere Víctor que yo vaya.
Y echó a andar con paso vacilante de-
bilitada por la fatiga y por la fiebre,
Al pa¿iíU" frente a una botica vio un re-
loj que mareaba las ocho y cinco minutos-
Ocultándose la cara con su manto por
temor de ser reconocida avanzó resuelta-
mente sin fijarse en lai personas que encon-
traba eu su camino, que por lo demás no
eran mnehas.
Después de al £^ unos minutos do andar
se halló eu la calle de Calonje y frente a
la c;isa qne buscaba, la tpic reconoció por
el número.
Llamó a la puerta y esperó,
Lucero vino a abrir una negra,
—¿La süúora Luisa? — pre^^untó Lucía,.
— ílo está en casa, — contestó la negra.
La niña no esperaba este eontratietnpo;
sin embargo replicó:
— Deseo esperarla un momento.
—Seria inútil; la señora no rei^resari
esta noche.
Lucía se sintió estremecerse.
— ¿No regresará esta noche? — replicó
con vos entrecortada y añadió balbuciente:
— pero yo necesito hablarla... necesito ver-
la,., tengo una carta mui urjente para
ella,,.
La negra se sintió impresionada por d
acento coumo\^edor de ia niña.
— La señora í — dijo,— está enferma en
casa de sti mamá; si es mui urjente que
usted la vea puede btiscarla allá.
' — ¿Dónde es eso?
- — Bn Santa Teresa uámero 70.
— L*é,— contestó Lncía como si le coa-
tara trabajo pronunciar esa palabra,
13
— 114 -
La negra la vio alejarse diciendo para
—Creo que va llorando.
XXIV
La causa del silencio de Luisa.
Eecientemeiite entrada 1a noche de aquel
mismo día, cimndü la hiz án gas comen-
zaba a sustituir coa parsimonia a la del
8ol en las calks de la ciudiid, un individiao
de aspecto dccüute entmbji en la cíiUe de
Santa Teresa. Su ptiBo cm i i jiro, y si acaso
alguna persona a lii Iiik de uno de los fa-
rolee del f^aa hubiera vifito bu semblante
habria notado en él el reflejo de nim peno-
sa meditación.
Al llegar frente a la casa donde días ¡ín-
tes había conducido el capitán Lostan a
una jóveu herida y desmayada, el indivi-
duo fie detuvo y llamó a la pnertn,
I'mnto le abrieron y entró basta la sala
que ya conocemos, en compañía de una se-
ñora (jne era quien le liabia abierto,
A nna insinuaciou de ella tomo asiento
jdijo:
— H üi be es tado e syierando i ndti Imente
A Narboua; no lo he visto.
La sonora ípie acabi>ba de sentarle en-
derezóse y exclamó levantando una mano
j sacudiéndola con ira:
— ^iNaibotia ea un picaro I
Su ijiterloüutor pareció mui admirado al
oirlü,
— ; Anod.e hacfiUietido un crimen! — con-
tinuó la Sí.' ñora con vdieuieucía creciente;
— dice usted que nu le ha visto hoi, y vie-
ne ííeguramente a buscarlo en casa... ;ai de
él ú viuierrt iu\ml
—Me admira, señora, lo que nated di-
ce; no ^é (¿ue pen,4ar... no puíxio coiiiprcn-
der.,.
— Tiene usted raeon; es imposible que
adíviue la picíirdia de ese mozo,.*
Y como gi no pndieía contenerse, ana»
dio la señora:
— Óigame usted... Xarbona ha preten-
dido anoche asesinar a mí hija Luisa.
El desconocido dio un salto en su asieu-
to exclamando :
— í Señora... qué me dice usted!
— La vei-dad. Pretendió matarla; j;ero
por fortuna solamente consiguió herirla,
— I Herirla 1 ¿está berida?
—SU
— ^;De ^avedad?
—Ño; pero no por falta de volnnUd d^
él, pues tiró el golpe al corazón.
—¿Y erró?
— Dio en el brazo.
— Fué una felicidad-.- pero tamaña lo-
cura... no comprendo, y niénoa en las pre-
seutes circunstancias. . , . qué móvil puede
haberlo guiado..-
— Se lo diré a usted en cuatro palabraa.
Yo tenia mucho cariño a Narbona, prime-
ramente jxjr ser pariente tnio y conocerla
desde pequeño; después por haberlo viBto-
oliatinada en pelear por su patria baáta el
último instante, retirarse a La Sierra y
abaudouarlo todo por continuar la guerra
contra los chilumm. Cuando hatu? dos diaa^
vino a Lima ocultamente trayendo corau-
nicacíoues para los amigos decididos de
nuestra causa, le recibí con cuantas aten-
ciones pude.
— Asi me lo reíirió él mismo ayer ha-
ciendo ala bausas de usted,
— Pero mtii mal ha sabido agradecerme;
vea usted los híjtdios. Hace algún tiempo,
ííarbona poco después de Jiaber enviudado
Luisa, demostró baliai-se apasionado de ella
Y solicitalía ser sil esposo; yo miraba con
kienos ojos sus deseos y los apoyaba; mas
mi hija no correspüudia sus afectos, y como
elía es viuda y cuteramente libre, yo solo
podía interponer en favor de él mí influen-
cia moral. Asi estaban las coi^as^ coando
anoche no sé por qué ridiculos celos, a
tiempo que Luisíi regresaba a su casa la
esperaba en la calle, y después de diríjirk
algu ñas | >al a bni,H 1 e d í ó de puñal iidas . . .
— i Q u ó bar bar i dad 1 — ex el amó e 1 deseo -
nocido demostrando desíisosiego : — ¿ y qné
es de él ? dónde está ? le habrá cojido la
policía chilena?... en tal caso nos ha be-
cho im daño terrible.-, ¡todas las comnni-
ciicioues secretas (pie é) tiene caeriin en
poder de los chilenoíí!»..
— Tranquilícese usted, Melgar; no m le
ha tomado preso,., ni st le tomará por sn
crimen...
El i ntfíi locutor, a quien llamuremos Mel*
gar como le llaii\ó la señora, respiró con
desahogo.
— ^¡Qué imprudencia! qué locura! — dijo
con nnis quietud; — exponerse a ser apre-
hendido en las presentes circumstancias,
■cuando se encuentra desempeí^ando t
importante comisión*
— Eso es lo que lo ha salvado; por f
es que ha quedado impune su alevoso at
I
_ 115 ~
iado. PQes dando por cierto que Luisa hu-
biera ocasionado naotivoa para tcuer ceba,
lo cuiíl Tío puedo creer, ¿(^né derechos le
«sifitian a él para tenerlos? ¿es acaso su es-
poBO?
Luiga es cuteramente libre, ¿qnc facul-
tad tiene ¿1 para querer matarla?
— En efecto; únicamente en un cerebí-o
■del todo trastornada podía caber semejan-
te resolución.
—Oiga usted; permítame referirle los
hechos,— dijo la señora.
T en brcvea palabras le relato como Lui-
sa liabia subido en un coche en el cual iba
nn oficial chileno, y éste la había conduci-
do a aquella casa desmayada, suceaos que
ja conocemos.
—Mientras el oficial chileno,— concluyó
diciendo la señora,— iba en busca de un
medico, volvió Luisa de su desmajo j me
reveló c[ue Xarboua em uuíen la había he-
rido. Furiosa yo al verla nerida <iuise dar
parte a la policía para que Narbona fueni
aprehendido y castigado. ¡Qué importaba
que esa policía fuera chilena! La jiLSticia
para castitrar los crímenes no tiene patría
determinada. Ahora vea iiated la enerjía j
patriotismo de mi hija, de nu quet jd¡í Lui-
sa. Al oinnc hacer amenai^as, me dijo;- —
No bai'Eís tal cosa mamá; si Narbona fuera
prendido por la justicia que en Lima está
ahora en poder de los chilenos, las comu-
nicaciones que él tendrá consigo caerían en
las manos de aquellos y la comisión que
le hnn mandado desempeñar se desbara-
tan a,
— La acción de su hija es una hermosa
prueba de patriotismo,-— dijo Melgar con
emoción r — cjuisiera hablar con ella para
demostrarle mi aplauso.
— ^Está en cama; pero eso no será un
inconvenieate para qtte la vea? venga iia-
ted.
La señora coiidujo a Melgar a la alcoba
contiirua.
Luisa estaba sentada on el lecho sobre
el cual la depositara Lostan la riacho an-
terior,
A su lado estaba su hei^mana sentada
en una silla.
Al ver entrar a Melí^ar, Luisa, valién-
dose sólo de su mano derecha pues la iz-
'"' ^rda estaba coleada al cuello, arregló el
2rtor de su cama y la parte visible de
mje,
elgar dcspucs de hacer uu saludo a las
íc venes, dijo a Luisa:
—Por su mamá he eabido el triste su*
eeso que la tiene a usted postrada, y al
mismo tiempo la bella i-esolucion de no de-
nunciar al agresor por no perjudicar nues-
tra cansa; en nombre de nuestros amigos
y en el mió felicito a usted por esa prueba
de patriotismo.
La joven herida mostrando una amable
sonrisa, contestó:
— No dilicultar el progreso de nuestra
causa es lo ménoi nue puedo hacer, yaque
como mujer no me es dable tomar una
parte activa eu ella,
Dui'aute un momento se entabló entre
el caballero y las tres mujeres que ahí es-
taban una conversación que veraó princi-
palmente sobre la herida de Luisa y las
predicciones tranquilizadoras del medico,
— YolvieudoaNarbona, — dijo Mel^ral
ca]>o de un rato,— es para mí nn desagra-
dable contratiemqo no halxirlo visto lioí-
— Probablemente ha huido por temor
de que se le haga kimar preso,— replicó la
señora.
— Es de suponerlo. Yo debía habsiT par
ti do esta noche con él
— ¿Y no puede usted, Melgar, partir
sin su compañía?
— Lo podria; teniíi hechoíi todos inis pre-
parativos para ia partiOEi; pero un suceso
i inesperado ha venido a dce baratar mis
plaue.^.
— ; Cómo!— exclamó la señora alarmada»
— No se inquiete usted, ha sido un asun-
to mió, particular, pci^onaL
El caballero bajó la cabeza como ajío-
biado por uu gran pesar y guardó silenc'0>
Al ñn dijo con amargura:
™ Aún no estol resuelto; quiziis parta
de todas manen\á; la vida en Lima con la
dniniu ación extranjera se me hace pesada.
Mi venida a su cuseí de usted esta noche
tenia por objeto hallar noticias de ííarbona
para ir a verme con él en caso de no en-
contrarlo a él mismo aíjuí.
Melgar permaneció iiuu un corto instan-
te ahL Despidióse cu seguida y salió.
La señora le acompañó hasta la puerta
de la sala que daba al zagnau,
xxy
Dolor de padre.
Partiendo de la calle de Calonjej Lucía
echó a andar con paso vacilante^ abatida
- 116 —
Loa mus tristes pensamicntog le veuian
a Jtt imajiuacioni al verse Btila en h noche
caminando por las calles en bnsciv de un
«rilo qne no estaba segara de eiicontrarj
Bcntia oprimírsele en tiürno corazón, sentia
dolor y suato a la vez.
Si no encontraba a k penaona a quien
debia tíntie^^arle la carta» ¿qné Bevía de
ella? que haría r dónde ee guarecería?
Y ann encontrándola, ¿querrían hoíipe-
darla? querrían atenderla? querrían de-
mostrarle algnn ínteres? En todo caso
tendría que sufrir la vcrt^üenza de revelar-
la EU situación.
Todas estas ideas la atormentabau.
La de&graüia hace desconfiadas a las per-
sonas< Lucía dominada por su reciente
desdicha desconfiaba de todo.
Queriendo conocer pronto hasta dónde
alcanzaría la magnitud de su desventura,
api"esurai>íi su marcha a pesar de su estado
de debilidad.
Al llegar a la calle de Santa Teresa fija-
ba sus llorosos ojos en los números de las
casas.
Por fin divisó el que bnscaba.
La puerta de calle estaba cerrada. Se de-
tuvo junto a olla, y lanzando un suspiro
que se encapó trémulo de su pecho, alzó nn
poco el borde de eu manto para sacar su
fina mano j se dispuso a llamar.
Vaciló nu instante»
Era la segunda vez que aquella uoche
iba a llamar a una puerta desconocida:
¿seria también infructuosamente?
8e hacia preciso resolverse*
Ya iba a golpear el tablero de la puerta
con BU delicada mano, cuando al través de
aquella sintió un mido de pasos.
Esto la retrajoj y se hizo a un lado.
La puerta se abrió para dejar plisar a un
individuo y tomó a cerrarse.
Lucía a través de las hí^rimas que em-
pañaban sns ojos echó nna mirada a la
cara de aquella persona y no pudo conte-
ner un grito involuntario.
Aquello le pareció una cosa sobrenatu-
ral ; casi con espanto se escapó esta palabra
de su pecho :
— iPapíil
El que venia saliendo volvió vivamente
la cara y viendo apenas el bulto que hacia
la niña en la oscuridad, reconociéndola sin
duda por la vos, exclamó :
— i Tú aquí 1 ¿qué significa esto? ¿qué
liacea?
Lucía al oír a bu padre conoció qae
aquello era la realidad, y sin poderse con-
tener rompió a llorar.
—Pero, ¿de dónde vienes? por qué está»
aqní? vamos.,, habla, dimelo...
Aunque hubiera querido responder no
lo habría podido la desgraciada niña: el
llanto la ahogaba.
Su padre miró a todos lados y compren-
diendo seguramente que si esa escena du-
raba más llamaría la atención de los que
pasaran, con un movn' miento de ira mú
contenida cojíó rudamente de un brazo a
Lucía dicióndole con tono seco;
— Camina.
Y la arrastró consigo.
El padre de la niña, o sea Melgar, pues
era el mismo a quien hemos visto en casa
de la familia de Luisa, anduvo con acele-
rado paso.
Conio se recordara vina en la cal!e de
Zamudío» Dos cuadras nada más tenia que
recorrer para llegar a su casa.
En un par de minutos las anduvo.
Subió rápidamente la escalera y entran-
do en BU habitación sin soltar el brazo de
su hija, cmpujú a ésta haciéndola caer
sobre una silla.
Una señora, (|ue era la tía de Lucía
a quien ya liemos visto otra vez, se encon-
traba ahi.
Habiendo soltado a la nina. Melgar se
retiró dos pasos de ella y mirándola seve-
ramente ejsclamó:
— i Vamos 1 ¿dirás por fin dónde haa es-
tado? ¿que liacias ahíP ¿de dónde veníaa?
¿qué has hecho? habla,,, di lo todo.
La voz de Melgar era temblorosa y ame-
nazante, Lucía la escuchaba estremecién-
dose y ahogada por el lloro.
— i Lloras!..- y para huir de tu casa no
has llorado!*.- para dejar a tu padre e ir
quién sabe dónde no has horado!.,. Y yo
he andado todo el día como un loco bus-
cándote!... sin atreverme a hablar por no
cspo norme a la vergüeña... estrujando la
maldita carta en que me anuncias que te
vas fuera de Lima, indagando por aquí,,
averiguando por allá... sin osar preguntar
claramente por no hacerme objeto de es-
carnio,,. \l^o quiero mas llanto I i quiero
que hables! ¡quiero saberlo todo!...
Lucía no Italia ba palabras para eontt
tar ni se atrevía a hacerlo. Solo tenia ]
grimas y sollozos.
— [Eaata de llantol^gritó Melgar
zando los brazos y dando un golpe coa .
— 117 —
pié en el suelo;— habí íi, contesta a mis
preguiitíis,,. i 8i iio me respondes yo te
taré hablar de otra manera !
Y ae abalaiizó sobre la desdicliada cria-
tura.
Lueía se dejó caer al suelo gritando:
—1 Perdón!
Melgar retrocedió al«Tnnoa pasofi y con
creciente ira exclamó:
— ¡Perdón de ijné!--. ¡eso es lo que jo
quiero saber I ¡ quiero conocer pul" comple-
to la gravedad de tu faltaL.. Labia... con-
téstame.,, ¡miriime siquiera !...
Lucía casi de rodillas sobre el pavimen-
to había arrojudo su manto para extender
los braKOS eu actitnd suplicante, j no se
atrovia a alzar los ojos hasta el semblante
de su padre.
Melgar la contempló un instante, t lue-
go lanzando un rujido m eoLó aobi^' ella,
loco» desatinado, ctiai si (quisiera despeda-
zarla.
La señora qne Labia sido un mudo tes-
tigo do aíjuel la escena se precipito ante él
exclamando;
— I Déjala!... no puede hablar... ¡ten
calma, por Dio.s!...
Y cojiendo entre sus bi'azos a Lucía la
levantó casi en peso diciéndola;
— ¡Ten, desgraciada, ven!
Arrastróla hacia la pieza contigua y ce-
rró tras sí la puerta de comunicación.
Melgar quedó uu momento vacilaute e
iba ya a correr en pos de au hermana,
caando ésta apareció y le dijo;
— Yo la haré hablar.-, todo me lo reve-
lará- . ten compasión de ella^ déjame a
mi... tíído lo sabrás luego.
Y se retiró dn e.sperar la oontestacioii
de Melgar que abrumado se dejó caer so-
bre una silla.
Ai cabo de una hora y media regresó la
señora.
Viendo a su hermano inmóvil en la silla,
creyó cjue se j^hubiera quedado dormido y
pensaba ya en retirarse nuevamente deseo-
sa tal vea interior mente dejiostergar aque-
lla eutre vista cuanto le fuera posible,
caando notó que los ojos de él la miraban
iate rroga t i v am<.^ ntc-
Toda temerosa se acercó a él diciéndole;
— Me lo ha revelado todo.
Efectivamente; Lucía interrogada con
ilznra por bu ti a, ajitada por la fiebre y
acida por la debilidad, no había tenido
lor do ocultarle nada.
La señora se sentó al lado de Melgar ba-
jando la vista y temblorosa como si ella
misma fuera la culpable. Tomando por
calma del eapirítu la inmovilidad de su
hermano, comenzó a buscar palabras con
que repetir la relación de su desgracia que
acababa de hacerle Lucía,
Poco a poco fué repitiéndolo todo y cla-
vando miradas de tauteo en la íisouomia
de Mel^íar, t]UÍen la oia'impa^ibley conti-
nuó escuchándola sin hacer el menor mo-
vimiento, como si aquello que le relataba
Imbiera sido ya adivinado por él.
Solamente al ñu del relato hizo explo-
sión la tempestad de ideas que atolondra-
ban el celebro del padre de Lucia.
— ; Infames! — esclamó con trémulo
acento y haciendo rechinar los dientes; —
; infame él, que la ha perdido para alian-
donarla al dia siguiente!... infame ella que
lo ha seguido 1...
Y arrebatado por un arranque de ira se
puso a andar por la Imbítaciou haciendo
movimientos desordenados con los brazos
y pronunciando frases cortadas y amena-
zaiitas.
La señora no osaba decir ni una palabra,
y se aproximó a la pueita pr donde aca-
baba de entrar cual si quisiera interponer-
se nuevamente entre el padre y la hija.
Por fin Melgar lanzó una tí^rríble mira-
da a la puerta y corrió hacia ella.
8a hermana le cortó el paso colgándose-
le del cuello»
— Qué vas hacer con esa ínfeUz criatura I
— exclamó rompiendo en lái^ rimas*
— ¡ Déjame, mujer I — gritó él tratanda
de desasirse.
Pero ella no lo soltó,
— No te dejaré... estas mui alterado, es-
táa loco... Tu eres su padre, justa es tu
indignación, derecho tienes para castigar-
la como quieras..* pero es preciso que an-
tes te repongas, que te calmes,,. Si te deja-
ra, tu mismo tendrías qne arrepentirte de
lo que hicieras . , en esta gran desgracia
que nos aflije necesitamos calma para to-
mar una resolución...
Melgar forcejeaba por librarse de los
brazoa de su hermana y exclamaba:
— ¡Déjame!-- yo quiero arrojar a esa
muclñcha de mi cusa!... arrojarla a laca-
lie!,,, suéltame!.,.
—í A la calle!... ¡pobre hermano! el do-
lor te ofusca la i'azon.,, ¡Lucía en la calle
como una muchacha perdida ! , -eso es pre-
cisamem^e lo que debemos ¿evitar,...
^- U8 —
— So quiero que esté ni un miniito más
€0 estíi casa! ¿lo o jes?
— Puüs biea,— replicó la señora con fir-
meza? — me iré yo con ella.
— ¿Tambieu tú te poues en contra inia?
—exclamó el lacerado padre desploiuándo-
ac Hobve nu Bofá hacia al cual lo empujaba
lu hemiana,
— ¿ Querrías que la dcjam Bola^ abaudo-
nada en medio de la calle, bíu hogar, ún
familia, sin ariipavo, para r^ue cu poct>
tiempo se cüüvii tiera cu una uuijcr ptíi-di-
da, vergüeoza para au padre y pam su fa-
milia?... Ni lo pieme&... Ya que pí>r mi-
Bericordia de Di es utiestrn dea^-racia no se
Jia hecho pública, uo ercí* tú quien dt;l>c
propalarla. Debemos devorar c cuítame ate
nuestro dclor.
La suñoL-a cttiitLíiuó hablando largamen-
te en tí,sc mismo sjcotído, y su hermano la
escuchaba sin rebatirle habiendo caído
después de sn ímpetu de cólera cu una
grau postracicu moral.
Solamente de cuando en cuando la in-
tormmpia para decir le como expresando
una Tcaoluciun inquebrantable:
—Yo no quiero que esté más a nú lado.
Su hermana no le contradecía eíL este
punto; pero le explicaba ([uc todo podía
hacerse sin escándalo.
Por fin Melgar logró doininai"Be algo y
reflexionar con alguna claridad.
Después do una discusión que daró al-
gunas horas, se convino en un plari que
debía ponei'se prontamente en ejecución.
Mostrándose Melgar completamente de-
cidido a no volver a ve rae con su hija, es-
ta saldría de Líma.
Sn tía iría con ella a tma provincia de
donde era orijinaria. Esa proviucia se en-
contraba en el departamento de Ayacu-
chü.
Ahí se esperaría el curso de loa sucesos.
XXVI
Una conversación intima.
Dos días desptieíi se hallaban en la sala
de la casa quü ya conocemos en la calle de
Santa Teresa doi hermosas jóvenes.
Una de ella tenía el braiío izquierdo col-
gado al cuello de un pañuelo de seda j es-
taba reclinada en un sillón.
La otra, sentada frente a aquélla, la mi-
raba con esa ternura que ee demuestra a
una peraona querida que &e ve enferma.
Kran I^uisa y gu hermana*
La luz del sol pasaba suavemente a tra-
ves de la rejilla de la veiiUina.
Seguramente Luisa había hxho a la ni-
ña confidencias, a juzgar por la converaa^
cion que ambas tenían*
Como ya te Ifi he contado, — decia Luisa
en el momento en que indiscretamente lor-
prendcmos el íntimo colfíquio de las dos
hermanas; — acababa de despedirme de So-
ler y llevaU m retraLo en la mano-..
— Y en el corazón,^ di jo la niña inter-
rninpiémlola.
Ijnisa ao sonrió y prosiguió:
— Habia andado un cuarto de cuadra
por la calk de Ualonje y estaba cerca de
casa, cuando de relíente 'veo acercarse un
individuo.
—Era Narboiia.
— Sí. — "¿De dónde viene usted?"' me
prcf^untó bruscamente, A mí rae impacien-
tó su tono y le repliqué; — **Nada le im-
porta a usted/' — "Lo sé todo,*' — me dijo;
**ha estado usted con un chileno, tiene us-
ted amores con cl.'^* Ardiendo en cólera, le
conteste; — *^Ka usted un insolente--- nin-
guna explicación tengo yo que darle... dé^
jeme el paso libre." Entóuces él lamió
una imprecación contra los cbileuos y le-
vantó tina mano como para pegarme; ex-
tendí yo los brazos para defenderme, y él,
aii'ebatíindome el retrato con la izquierda,
me dio con la mano derecha un gran golpe
que reei bí en el hra?.í> y me hizo caer al sutjlo.
— Picaro, — dijo lu niña*
— Yo creí que iba a seguir pegándonae;
pero no lo hizo. Al verme caer huyó.
— PetLSÓ que habrías muerto.
— Tal vez. En ese momento fué cuando
vi venir el coehe,
— Tú no viste la daga o puñal con que
te hirió,
— ^Nada. Creí f[ue me había pegado sola-
mente con el puño. No quise irme a casa
temiendo que, como vivo sola con la cría-
da, Narbana volviera a molestarme allá,
— Hiciste muí bien tn querer venirte
litara ac;i. ^:Y no sentiste nada al ser herida?
— El golpe no niáí^, que mepaiiició una
bofetada. Solamente cuando el oficial que
iba en el coche encendió un fósforo y me
vi la sangre, conocí que estaba herida ^
qne el dolor que estaba sintiendo no prc
venia de un simple í^olpe*
— Así es que Nal bona se quedó con
retrato-
— 1L9 —
— Si, pues*
—De modo que por el retrato ta a co-
nocer al oficial.
— Es de creer c^ne ya había visto a So-
ler; presumo que esa noche me sijrmó j
me vio cuando estaba con éL Sí yo bübie-
ra gritado cuando fui herida, quiza iSoler
habría acndído, pues aun debia estar a la
vuelta de la esquina; pero al punto recor-
dé que Karbona debia tener consigo pape-
lea compromitentea para varios áti nuestros
amigos.
— Es la verdad; entre esto se cuenta ese
señor Melgar tjue parece un buen caballe-
ro, aunque no le conocemos sino por las
veces (|ue ha venido a casa a consecuencia
de estos asuntos de ía guerra. No convenia
que Soler hubiera ocurrido,
^Ya lo creo. No ha sabido nada de to-
do esto ni lo sabrá. En la carta qite le es-
cribí ayer, como ín lo viste, le di^o que
estoi enferma, y esio lo hice pímjnc el íd-
di vi dúo que rae trajo su carta lo supo por
tí y naturalmente habrá de decírselo.
^-¿ Quién será esa niña llamada Lucía
de quien te habla V
—No lo he podido adivinar; nc hecom-
prendido esa parte de su carta.
— Parece que esa niña debia buscarte.
— rVsi lo he comprendido ; pero no ha
sucedido eso.
—A no ser que hubiera ido a la calle de
Caloujü..»
— Qui?;á*.. eso Ío ¡lodriamos saber por
la criada,
— Y casualmente la morena está aquí
ahc í ra . . . ¿ prcgun te mos I e ?
— Bieti; llámala.
La niña salió de la sala j regreso pron-
to segijída de una ne^^ra.
—¿Ha ido alguna persona a buscarme
a casa?
— ¡ Ai, señora [^contestó la descendien-
te de la antigua Libia kiciendo aspavien-
tos; — eomo una loca me Labia olvidado.-,
pero ^H tanta la pena de verla herida que
no tengo memoria para nada,,, antenoche,
Dü, a noche... antenoche fué.,, llegó a la ca-
sa una niña triste^ muí triste, preguntan-
do por la ieñoia.-. yole tli las señas de
esta casa.,, decia que tenia una carta para
usted,., se vino llorando, ¿no estuvo aquí?
^Ko, respondió Luisa,
después de hacer retirarse a la negra,
^aedó un inataute mirando a su herma-
— Esa debe de eer la persona a qnien ae
refiei'e 8oier,~dijo.
^Seguramente.
— Siento no haberme encontrado en ca-
sa. Por lo que cuenta la morena esa niña
parecía sufrir.
— La conversación de las dos jóvenea
fué intcrrnmpi^da por la entrada de la ma-
dre de ellas.
— ¿ Cómo te sientes?— preguntó la seño-
ra cariñoaaraente a Luisa,
— ^Me molesta poco el brazo ^ es en las
curaciones cuando sufro dolor, o bien cuan-
do hago algún movimiento.
La señora lanzó un suspiro y se puso a
acomodar una almohada en que reposaba
la cLibeza de su hija, y en seguida dispuso
algunas otras cosas para proporción íirle
mayor comodidad.
í)espues de esto la hÍKO tomar una bebi-
da fresca y se sentó a su lado.
*" • • - - »***»»*i,.>.íi»»,t,,*. * . *
El pi'on<'>stíco del medico su cumphó ea
Luisa.
L'4 curauion de su herida no ofreció di-
ficultades.
Al cabo de quince dias estaba cerrada
y le per mi ti a mover libremente el brazo.
Esttmdo ya sana, la joven viuda regresó
a su cíLBu de la calle de Calonje y continuó
Tiviendo en ella.
XXVTI
Dudas y recelos.
Como lo hemos dicho anteriormente, la
banda de másica y la tropa enferma del
ba tal 1 on Seti e m bre ha bi a q u edad o en Li -
ma a cargo del mayor dtd detall ,
Esto no tenia nada de extj^aordíuario,
pues raro fué el batallón que llevó sus mú-
si eos a las expediciones de La Sierra* Pa-
ra ello habían motivos poderosos, y no era
el menor que con el soroche en muchos lu-
gares apenas podía la jente aspirar el aire
necesario para la vida y mucho menos pa-
ra darle viento a nn requinto o a un trom-
bón ; además los labios, jeneralmente ras-
gados por la intemperie en aquellas alturas,
no se aveuian ,con la boquilla de los ioa-
trnmentos. Por otra parte, entre los expe-
dí cionarioa todo el t]ue no era individuo
armado y listo para el ataque y la defensa
era un gran estorbo.
En cuanto a loa eufermoa y los que no
_ 120 ~
teniau la robustez necesaria, ja Babemos
Íneeran incapaces de trasmontar a pié la
ordillera de los Andes.
Por este motivo se veia en Lima dumn-
te las eipedieiojies a La Sierra ima canti-
dad de tropa perteneciente a loa batallones
expedicionarios, lo cual hacia prc^í untarse
a muchos: **¿Cómo es que tal batallón
anda en el interior y está en Lima?"
A medida que iban saliendo del hospi-
tal los enfermos, hacían su servido en el
cuartel, stis L^jtrcicios j demás tarcas mili-
tares. I^nal Cüi^a sucedía con los oficia-
les que se hallaban en el mismo caso en la
capital.
Un dia del mes de agosto recibií^ el ma-
yor del detall del Setiembre un telegrama
de Chiela en que le anunciaban que vcaia
del i ti tenor un capitán conduciendo enfer-
mos del batalloQ.
A la hora conveniente se dirijió a la es-
tación de Desamparados con alguna tropa
y algunas camillas.
Paseándose por el andén esperó la llega-
da del tren en que venia el capitán anun-
ciado*
La locomotora se dejó ver a la hora de-
signada por su itinerario.
"Tan pronto como hubo detenido su ca-
rrera, descendió de un vagón un oficial
cuyo aspecto contrastaba con el de otros
oficiales que so encontraban esparando la
llegada del tren , tanto por su traje cuanto
por su fisonomía.
Con el cutis {quemado por la intemperie,
la barba intonsa, el kepis deshormado y
las trensillas sin brillo, eídolman raido, las
botas deslustradas; todo él así en su cara
como en su uniforme dejaba conocer que
venia de un largo y penoso viaje.
El major se acercó a él saludándolo afa-
blemente.
Después de cambiar con él algunas pala-
bras amistosas, le preguntó:
— ¿Cuéinta jcnte enferma trae?
^^uarcnta y cinco individuos.
— ¿Cuántos de camillas?
— Beis: los demás podrán ir al hospital
en coche. También vienen dos oficiales en-
f ermoSj pero (jue se hallan en estado de po-
der ii'se en coche.
El mayor llamó a un subteniente que le
acompañaba, y le ordenó hacerse car^o de
conducir al hospital aquella tropa.
Tomadas estas disposicioneSj el mayor
dijo al capitán:
— Ya por ahorn está usted desocupado
de ésto,
Y guardando en el bolsillo una listíi de
los enfermos y unas cartas (jue le habia da-
do el capitán, agregó cambiando de tono:
— Pero, hombre, toda su peí-no na viene
en tal estado que a no saberlo de antema-
no, jam;lG hnbíera podido reconocer en us-
ted al capitán Suler.
— Ya lo creo» mayor; he mudado ti*es o
cuatro veces el cuero alU cu La Sierra;
no me ba sucíjdido lo miümo con el pívño
de mi uniforme.
—Bien se ve. En fin, vamos andando.
Supongo que tpierrá usted ir al cuartel a
cambiarse de de ropa.
—Naturalmente; pero antes debo ir al
Estado Mayor a dejar unas ct)m única*: io-
nes que traigo.
-'Ya moa allil.
^Eu seguida iré a mudarme; despussa
una peluí pieria para que con navaja y ti-
jeras disipen un poco mi a'^pecto selvático,
Y lúe OJO me echaré a cumplir ima multitud
de eticargos que me biu hecho los compa-
ñeros.
Ambos salieron de la estación y se diri-
jieroii al Estado Mayor. De ahí tomaron
el camino del cuartel en un coche.
Como era natural j el mayor hacia mien-
tras tanto mil preguntas a Soler sobre la
expedición y el estado en que se hallaban
sus compañeros.
— El batallón estd ahora en Huancayo,
—Híon testaba el caT^itau; — entre esta ciu-
dad y Cerro de Pasco hemos estado en
cüutLiuio movimiento durante todo este
tiempo. Marchan apresuradas, fatigas, en-
fermedades, correrías^ encuentros con mon-
toneras, tiroteos, de todo e^to ha habido
en abundancia- por fortuna nuestras ba-
jas^ nuestros muertos y heridos, han sido
pocos respecto a los del enemigo.
Llegando al ctiartel Soler procedió a
mudarse de ropa y el mayor continuaba en
su compañía haciéndole mil preguntas.
— Muchas hambres habrá tenido que
pasar por allá Aliut^a que es tan comedor.
^Algunas- pero cuando logra una co-
yuntura favorable se da unos hartazgos
que no se cómo no revienta.
^¿ Y Lostan?
— JJice que se ha convertido en filósofo
por que no hai por allá ninfas a quie ?a
galantear.
— ¿ Y el ayudante ?
— Eahiando como un pagano por t* o
— 121 —
lo qtie tiene que trabajar en las marolias
con el rancho, alojamiento j lo demás.
— ^No será él el único que rabie con tan-
tas penurias.
— ^Ya lo creo; con una expedición como
la nuestra, el mismo santo Job habría per-
dido muchas veces la paciencia.
Después de dar algunas noticias más al
mayor y habiendo cambiado de uniforme,
Soler salió del cuartel y montó en un co-
«he que lo condujo a una peluquería acom-
pañado de un asistente.
Ya afeitado y peinado, sacó de su dol-
man un librito de memorias y pasó la vista
por una larga lista de encargos hechos por
sus compañeros. Compras, recados, cartas
qtie entregar, noticias que inquirir, etcéte-
ra; todo eso se leia en ella.
Soler miró su reloj e hizo un jesto di-
ciendo:
— Son las cuatro de la tarde; desde aho-
ra hasta mañana a las ocho de la mañana,
¿como voi a alcanzar a cumplir con tanto
«ncargo? En fin, vamos andando; se hará
lo que se pueda.
Y echó a caminar por las calles para
desempeñar las dilijencias que le habian
encomendado. Mui luego el asistente se
encontró con una cantidad de paquetes que
llevar al cuartel.
No seguiremos paso a paso a Soler en
J3US negocios; de dos de estos solo haremos
mención.
Fué uno mandar con un cochero una
<^tta a Luisa, y el otro enviar a un mu-
chacho, a quien anteriormente conocía, a
la calle de Zamudio para hacer discreta-
mente algunas averiguaciones por encargo
del teniente Alvar,
Pocos minutos después de las ocho de la
noche una dama vestida de negro y con la
faz cubierta por su manto iba por la calle
de Bodegones.
Al llegar a la plaza avanzó hasta las gra-
das de la Catedral dirijiendo miradas in-
vestigadoras a un coche que estaba deteni-
do frente a ellas.
L»a puertecilla del coche se abrió en ese
instante, y la dama anduvo hacia él y su-
bió resueltamente.
— ¿Luisa? — murmuró apasionadamente
1" Toz de un individuo en cuyos brazos
< "^ la dama al entrar en el carruaje.
puertecilla se cerró y el cochero hizo
4 __r los caballos como si cumpliera órde-
1 ' ""'*'*ibidas.
— Tanto tiempo Bin saber de usted...
estaba llena de temores... ¿ha sufrido usted
muchas penurias?... ¿ha estado enfermo?
cuénteme...
Soler, pues era el capitán recien llegado
quien estaba en el coche, contestó con al-
gunas palabras a esas y otras preguntas
análogas que le hacia su amante.
Después de rodar algunos minutos, el
coche se detuvo. Había llegado a la plaza
de Santa Ana.
Soler saltó del carruaje y dio la mano a
Luisa para ayudarla a descender. Luego
ambos amantes fueron a sentarse en uno
de los bancos que ix)dean el jardin.
La plaza estaba desierta.
— Aquí podemos conversar con más tran-'
quilidad; el ruido del coche nos interrum-
pía, — dijo Soler.
— A ver si con el ambiente del jardin se
pone usted mas expansivo, pues estoi no-
tándolo mui retraído para contestar ¿Qué
es lo que tiene?
— Justamente es eso lo que deseo decir-
le, sin hallar cómo ni por donde empe-
zar.
— ¡Vamos! me está dando usted sobre-
salto. ¿Qué le sucede?
— Me ha hecho usted tantas preguntas
— dijo el capitán tratando de sonreír,
que apenas he tenido tiempo para contes-
tarlas sin poder, a mí vez, hacerle algu-
nas.
— Hágalas usted, pues.
—Por su carta supe que al partir yo de
Lima se habia enfermado usted...
S i; estuve un poco enferma y me fui
a casa de mamá; pero eso ya pasó comple-
tamente.
— Así lo he presumido al ver su sem-
blante: ¿y que fué lo que tuvo?
— Fiebres,— replicó Luisa sin vacilar,
como sí hubiera estado esperando esa pre-
gunta.
— Con estos meses de ruda campaña, —
replicó Soler queriendo darle a su entona-
ción un aire de chanza, — alejado del trato
de las ciudades me he puesto algo brusco,
asi es que le pido no extrañe si le contes-
to de esta manera poco urbana: usted, Lui-
sa, no me dice la verdad.
— ¡Cómo que no!— exclamó Luisa algo
turbada.
— No ha sido la fiebre, sino otra la cau7
sa de sil mal; usted ha estado herida.
La joven hizo un movimiento de sorpre-
14
^
— 122 —
sa y gnardó silencio pareciendo reflcxio-
iiür.
— Ya lo comprendo, — dijo al fin,— el
4;apitaii Lostan le ba referido bu aventura
y uHted por conaecuencíiig^ teniendo en
cuenta el In*:jar del buccso y otrna circuns-
tancias^ La dcacubierto que fni yo la perso-
na herida.
— Eh la verdad; ¿por qné me ocultó us-
ted eso?
— Temí causarle temores por mi sa-
lud,,.
— Bien; pero ahora que está fuera de
peligro, ¿por qaé ae^nia ocnltándomelo?
— Se lo iba a contar todo,— replicó Lui-
sa con una prontitud que hablaba mucho
en favor de su facilidad de inventiva; —
pero para hacerlo quería estar en alj^nn
lugar donde pudiera mostrarle mi brazo
completamente sano de modo que le sacara
de cuidado al mismo tiempo que le referia
él hecho»
La joven cojió ]aa manos de su amante
y le miró con cariño y fijeza, como si de-
íieara adivinar el efecto que le hablan pro-
ducido sus palabras.
— Pnea bien, Luisa; ya ve usted qtie sé
una parte del anceao; ahora cuénteme usted
éí resto,
— Apenas me separé de usted aquella
noche, fui acometida por un individuo que
BÍn decirme una palabra me hirió*
— ¿Sin decirle una palabra? ¿Qné móvil
podia arrastrarlo?
— Se^ramentc pensó que yo lie vari a
dinero o alhajas,.,
— ¿Un ladrón a mano armada?... eso es
mui raro en las callea de Lima en eete
tiempo; no lie oido hablar de un caso ae-
me i ante ... ¿ Y po r qué no gr i tó usted ? , ♦ ,
yo nabria a eludido a socorrerla,
— ^El susto me cortó la voz.
- --Pero su agresor no debió ser uu la-
drón, puesto que nada le robó... ¿a no ser
mi retrattj?,..
— pFusta mente lo llevaba en la mano, y
con la trihnlaeion se me perdió.
— Tal vez él lo cojeria.
— Bien puede ser,
— Supongo que usted vería la cara del
ji6esino>
— Estaba tan oaonra la calle qne nada
pude ver.
— Cuando se encontró usted con Los tan,
así como le pidió que la condujera a la
calle de Santa Teresa bien pudo haberle
dicho lo que le ocurría; él la nabria dejado
a usted libre en el coche para correr tra&
del agresor,
— No lo hice porque pensé une solamen-
te había recibido una bofetada y que no
valia la pena armar un escándalo y que se
supiera que j:o andaba a esas lioraa ^n la
calle,
— Pero siquiera al dia sij^niente debtá^
usted dar parte a la policía para qoe ae
bascara y castigara al asinino.
—Ya que con esto nada aventajaba yo^
preferí sufrir en 8Í leu ció los dolores de mi
herida antes de dar lugar a que se hicieran
conjeturas--. Una mujer que anda sola.
|H)r la calle tarde en Ifc noche, orijina La-
bhüas y chismes; quise evitar ésto.
—Luisa, tiene usted nninjenio nmi des-
pejado, — ^replicó Soler coi) amarina soma^
—me liabria dejado completamente satis-
fecho con sus respuestas, ano ser por cier-
ta circunstancia.
— ¿Qné circunstancia?— prei^u litó lajó-
ven viuda reteniendo el aliento con inquie-
tad,
— Segi3rameute la ignora usted; a saber-
la, no se hubiera tomado el tral^jo de^
ejercitaren inventiva dándome coüteata-
cionea erradas.
Luisa ae eatremeció. Permaneció un
instante en silencio, y luego como sí to-
mara una resolución, rodeó con un brazo
el cuello de su amante y hablan do le con el
acento más tierno de su pecho le dijo;
— ¿Qué es lo que piensas Soler?... qué-
dndas tienes de raí?... tu sabes que te amo»
que por tí lo he olvidado todo... tus dudas
me ofenden... ese tono que ahora empleas
me hace daño...
El capitán la rechazó suavemente.
—Es preciso, Luisa, — dijo con calma
pero con firmeza, — que haya una explica^
ciou entre nosotros. Yo quiero saber quién
es su agresor, y por qné motivo quiere us-
ted que su crimen quede impune? qnien>
saber qné derechos tiene ese individuo-
sobre usted.
— Xadie tiene derechos sobre mí, soí
enteramente libre,
— ¿Y entonces?
Luisa calló.
— Ambos permanecieron en silencío-
Por fin ella como impulsada por mi
arranque, exclamó :
— Pues bieij ; dígalo todo , , hable usted
claramente, ¿qué es lo que cree?...
— SerA el camino más corto para enten-
dernos. Esto ea lo que creo: el individuo
— 123 —
^nc líi hirió a usted la hizo por celos. Em
r^ujtíto me ha dtmostrtwio, 8Ín conocerme,
na odio profmido; ur odio a mtierte: esto
no se explica de otra manera que siendo él
mi rival y ere jéndoBíí desdeñado,,*
Cnal movida por una inspiración snbíta,
la joven dÍjo:
^Uated lo estíi expresando... un rival
desdeñado...
Soler movió negíitivamente la cabeza
reí^pondiendoí
— No, no; por un honibre a t|uien so
desdeña uo Be deja una mujer dar de puña-
ladas BUi qaerer que se castigue al ci i mi-
na 1_ Miéutras usted no me explique todo
«sto, mientras usted no me reñera í^ué rela-
cionéis tenia o tiene con esa persona, me
deja en libertad para peusar cualquier cosa,
para creer que.,.
El capitán se contuvo y añadió, dáudo-
le qui2^ un jiro más suave a lo t[ue ilm a
decir:
—Si ese individuo está celoso, yo tam-
bién lo estoi.
Luisa, con una voz que partía del cora-
zón, exclamó:
— ^l Soler^ te lo juro, yo no arao a nadie
fliaoati!... No he tenido relaciones de
.amor cfiu ese individuo,
— ¿Y entonces^, por qué tanto misterio ?
por (pié tantas respuestas evasivas? por
qué no decirme desde el principio toda la
verdad?
La joven viuda prorrumpiendo en sollo-
sos lialbució;
— Es un secreto.-, que no me perte-
nece-..
Soler se puso de pies replicando;
— Mis dudas tampoco me pertenecen.,,
no puedo jo dominarlas.**
Lui^a también se levantó para decir:
— Pero, Soler, por Dios, qué piensa us-
ted de mil..* lo adivino.,, cree que lie
estado amando a dos hombres a un mismo
tiempo . . -
—Mientras usted persista en ocultarme
la verdad guardando secretos, tengo dere-
cho para creer todo,.,
— Luí fea dejóse caer abatida sobre el
banco.
Le pareció que revelar toda la verdad a
su amante era como denunciar a sus ami*
OE. Soler como militar cliikno tendría el
eber de dar parte a sus superiores de lo
OG se tramaba para el sostenimiento de la
ntrra de La Sierra, y a(|uellos serian se-
guramente apresados o desterrados, todo
por su indiserecíon.
Esto pensaba la joven y continuaba llo-
rando en silencio.
— La prolongación de esta entrevista, —
dijo Soler,^ — veo que es desagradable pam
usted. Seguramente deseará ya regi^esar a
su casa.
—Pues bien; á tiene usted prisa en ir,
déjeme sola,
— De ningún modo» No porque haya un
desacuerdo entre nosotros consentiré en de-
jarla a usted de noche en la calle, lejos de
su habí tací 011 í seria una gi'ave falta de
cortesía con una señora. El coche nos ea-
peía . . .
Luisa se levantó de su asiento, y segui-
da de Soler se dirijíó al coche sin decir una
palabra.
Amlxis montaron j el vehículo se puso
en movimiento.
Durante el trayecto los dos amantes abrí-
gal >an tal vez la esperanza de <]Ue algan
acontecimieuto fortuito los recoiieihana;
pero tío f né lusí.
Un continuado mutisuio se apoderó de
ellos.
Poco miLS abajo de la Iglesia de San
Agusdu, Soler mandó parar al cochero.
Eq ese lugar acostumbraban amlx)S
amantes separarse, pero siempre había sido
después de entrevistas de mu i diverso ca-
rácter al de esta dltima.
Luisa se preparó para descender del
vehículo,
— Una palabra antea... —la dijo el ca-
pitán.
La joven ^'olvió la cabeza para escn-
cbar,
- — Las palabras de usted,^ — añadió él, —
me han dado a entender la existencia de
un secreto que disiparía todas mis dudas,
— Es la verdad.
—¿Desconfía usted de mi discreción?.*,
ÍTucstras relaciones han llegado a un estre-
mo en que nada debe habür oculto entre
usted j yo,.. Si quiere usted evitar una
ruptura entre nosotros dos, ¿por qué no
me revela aquel secretor
—Es imposible, — balbució Luisa con.
voz ahogada, — ^tal vez otro día...
— ^Es que mañana vuelvo a La Sieri'a, j
ausentarme llevando mis dudas será coma
afirmarme en ella^. De usted depende tran^
quiíisarmt:...
—Es imposible.., — repitió la joven ca_
el mismo tono»
124 —
— El tal secreto,— dijo Soler con un
acento que trataba de liacer Batcáaticoj
pero qne era amargo, — el tal «ecreto ea
como HDO de esos cuentos con que se en-
tretiene a loa niños í donde bai deacon*
fianza no puedo caber el amor; bü ha
ievantftdo entre uoaotroa iinii muralla que
Doa atrpara para siempre.
Luisa quiso replicar; pero conoció qne
nada podía agregar que no fuera la repe-
ticion de cuanto ya babb dicho,
Vacild un instante, y tomando lue^o
nna resolución, bajó del coche sin pronun-
ciar una pala tira.
Soler al verla alejarse por la acera, mur-
muró:
— Se acabó todo.
Encendió en seguida nn cigarrillo, y
batiendo una mano delante de su cara
como para aventar el humo y quizás para
echar nn poco de aire sobre sn acalorada
frente, añadió:
— No hai que pensar más en ésto.
Dejó pasar un par de minutos y en se-
guida dijo en voz alta al cochero:
— Vamos a la calle de Ibarola.
Y a^egó para sí;
— Cumpliré con los encargos de Aliaga
y Orrego, y me distraeré un rato conver-
sando.
El coche partió, y al llegar a la calle de
Calón je tora ó por ella. Aqnel era el cami-
no mas corto.
Esto desagradó a Solen pero cuaüdo lo
notó ya no era tiempo de tomar otra vía
sin hacer retroceder el carruaje. Prefirió
dejarlo continuar su marcha.
Por un movimiento natural se fijó su
vista en el camino que dííbia haber segui-
do Luisa y en la casa de ella.
Nadie se veia en la calle, y la ventana
de la casa estaba a oscui'as.
Precisamente al pasar frente a éstaj nn
repentino rayo de luz se hizo ver a tra^^es
de la rejilla.
Era eiu duda que Luisa acababa de lie-
gar y encendía un fósforo. Así pensó el
oficial.
El carruaje siguió rodando hasta la ca-
lle de Ibarola.
Al entrar en ella, preguntó el cochero:
— ¿Qué número, mi capitán?
^No sé... para.
Tiró el auriga las riendas de les caba-
llos, y Soler saltó sobre el pavimento.
Pagó y despidió el vehículo; luego
echó a andar fijándose en las casas para.
CDcontrar una cuyo número habia olvidado^
j fjne era la misma donde estuviera la via*
pera del di a de su partida.
A medida que avanzaba percibia má&
dístiiitameiite un ruido de músiet y canto
acompañado de palmoteos y voces.
El orí jen de aqtiel ruido no era dudoso^
bastalía oirlo para decirse: he ahí jente que
se divierte alegremente.
Al llegar jnnto a la ciisa de donde partía
la festiva buKa, Soler reconoció qne era
justamente la que buscaba.
— Rtreoe que Canneucita y Elisa espe-
ran gozosamente el regreso de sus queridos,
— murmuró el capitán Bonriéndose,— Aun-
que puede ser que se hayan mudado de
casa y éata sea otra jente,,. veamos,,.
Soler llamó a la puerta.
Una negra acudió a abrir.
Al reconocer al oficial hizo un moTí^
miento de sorpresa,
— Vol a avisar a las ninas, — dijo,
— No aAise nada, — replicó Saler; — yo
me presentaré sin tantas formalidades-
Y entró por el zaguán hasta la puerta de
la salita, a pesar de ([uc la negra trataba de
impedirle la entrada^ a lo cual él contesta-
ba riéndose.
Desde ahí pudo ver unas ocho o dies
personas que ocupadas unafi en tocar, otra*
en bailar y las demds en aplaudir, no se
apercibieron de sn llegada.
El capitán reconoció a Elisa en una jo-
ven que estaba sentada al piano, y a Car*
meneíta en otra que bailaba una mari-
nera.
—Yaya,— se dijo sonri endose al ver ósto,
— es UD modo mtii agradable de pasar la&
penas de la ausencia.
En ese momento una de las personas que
pal moteaban volvió la cara y lo divisó» Era
la niña que algún tiempo antes vimos dis-
frazada de india.
Corrió hílcia él gritando:
— ¡Usted aqníL.. qué es ésto!.,, ¿de
dónde se aparece?
— He brotado de la tierra,— contestó
Soler estrechando las manos qne le tendía
la niña,
A los gritos de ésta se suspendió el can-
to y el baile y todos fueron al encuentro
del capitán,
Elisa parecía un poco desconcertada,
—¿Han llegado todos o ha venido ust
solo del interior?— pregimtó.
— Yo solo.
— 125 -
Dos militares 7 tres paisanos qne había
ahí, casi todos conocidos de Soler, y las
mujeres, hRciaii una multitud de preguntas
al capitán que contestaba atropelladamen-
te a todos,
Pur fin Elisa le cojió de an brazo y lo
arrastró hacia otra píe^a diciéndole:
— Vengíi.,, tengo m n chas preg^un tas qae
hacerle.
Carmen y Zoila, aquella qne primero ad-
virtió la presencia de Soler, los siguieron,
— ¿Qué noticias me da de Orrego?—
preguntó Elisa cuando estuvieron los cua-
tro solos.
— ¿Qué me dice de Aliaga? — añadió
Carmen .
— Están buenos ambos, — contestó Soler
sin poder sujetar una sonrisa al ver la con-
fusión que se pi ataba en la fisonomía de
Elisa; — ^me encargaroii qne pasara a ha-
cerles una visita a ustedes y por eso me
ven aquí,
— ¿Por qué se rie nsted?
— ¿Me estoi riendo?... pues yo creía
qne estaba mui serio,
—Se rie porque nos ha encontrado en
diversión,., vea usted,., es una casuali-
dad.-, vinieron esas dos amí»^as que están
allá adentro con unos conocidos, y luego
quisieron cantar y,.,
— Por mi parte celebro haber llegado en
este momento, para mí es mucho mé.%
agorada ble que haberlas hallado bañadas en
ligrimas,,,
Y la sonrisa del capitán se cambió en
una gran carcajada*
Carmen se dejó contajiar por la hilari-
dad y rió como una loca.
Elisa no tardó en imitarla^ y luego rie-
ron los cuatro a un tiempo con la mayor
expansión.
Era lo mejor que podian hacer, ninguno
de ellos era bastante inocente para dejarse
engañar por el otro.
Por fin , serenándose un poco pudo decir
Soler:
—No quiero representar el papel del
Conafindador en Dojí Jim ti Tenorio; no
quiero aguarles la fiesta, voi a retirarme,
— i Eso no ! — exclamó Carmen ; — se rá
preciso que antes tome una copa y baile
ima marinera.
:sde luego lo pongo en baile con Zoila,
regó Elisa; — también quiero que se
, £naa usted de qne ésto no es más que
< di verdón entre amigos... nada más...
^ más*..
Y cojíéndolo una de un brazo y otra
del otro le hicieron prometer que tomaría
parte en la jarana.
Soler acc¿Íió teniendo en cuenta que
después de la escena ocurrida dnti-e él y
Luisa, aquella diversión le scrviria para
disti-aerle y hacerle aliuyentar por el mo-
mento las ideas qne le mortificabim.
Luego qne hubo cambiado al|>unas pala-
bras más con las jóvenes, entró en la saUta
y tomó parte en la fiesta.
Viendo el capitán a Zoila a su lado, no
dejó de reparar que la niña con su traje
habitual tenia más gracia y se veia mejor
que con el de india qne llevaba la última
vez que la había visto.
XXVIII
Noticias de Lima en Huancayo.
Como lo habia anunciado Soler, el día
siguiente por la mañana partió de Lima*
Llevaba como cincuenta individuos de
tropa de su batallón de los qne habieudo
sanado de sus enfermedades se hallaban en
estado de mareliar. También dos oficiales
le acompañaban.
No le seguiremos pa^o a paso porque
bcria repetir en su mayor parte lo que rela-
tamos anteriormente.
Diremos sin embargo que la marcha de
esta corta cantidad de jente no fué tan
penosa como la del batallón porque en
Chiola &e les proporcionó unos pocos ani-
males para llevar los equipos de la tro^.
ÁdemáSj cuanto menor es el número de
nna tropa qne marcha, menores son las
dificultades que se ofrecen en el camino:
hai menos paradillas, menos tropiezos y
es menos difícil hallar alojamiento.
Diez días después de haber salido da
Lima, y habiendo dejado de marchar sola-
mente uno, que sirvió para descansar en
Tarín a, llegó Soler al fin de su viaje, a la
población de Huancayo*
En esta ciudad de La Sierra estaba el
batallón Setiembre.
Ahí, sin tener noticia de la costa, o sea
del resto del mundo, sino de tarde en
tarde, la llegada de alguien que fuera
de Lima era un acontecimiento. Cada cual
esperaba recibir cartas de su familia o amí-*
gos, y diarios, o por lo menos saber qué fiu-
cedia en la tierra cruzada por ferrocarri-
les y telégrafos, allá en el concierto de la
\
— 126 —
jente civilizada» el ruido de cíiya resonante
0Tqiiestí4 BolíiiuetLtü tmi^moutaba Iob Atides
ilI paso tardío de la muía de carga.
Aptsnas entró ea Huatica}'0 sa vio Sülcr
rodeado de gus compañeros Ljue acudieron
& saludarlo.
Siü apearse de su caballa se diríjió a la
casa ocupada mr el coronel pivni darle
cuenta del resulLado de su comisión y dejar
ahí la correspondencia que traía para el
cuerpo-
Cuando un batallón chileno se encontra-
ba expedicioíiandü por Ija Sierra, la correa-
pondeucia que le iba de Chile se aeumnla-
l>a jenendmente en Lima basta que se
Í]rDÉientaba una oportunidad para hacerla
legar a su destino. De esta manera suce-
día que la tío pa recibía al mismo tiempo
Jas cartas que de Chile habiau partido en
cuatro j sets o más vapores distintos.
El capitán Soler babia llevado uu gran
saco de cartas. Pronto fueron éí^tas entre-
gadas a sua duüfios, y aunque en su mtiyor
parte eran de fecha algo atrasada, la tropa
j loa oficiales las leían con el ínteres que
inspira la familia ausente,
Miéutras el capitán recién llegado cnin-
plia los quehaceres que le correspondian,
tales como los que dejamos dicho y los de
entregar con sus respectivas lístasela tropa
que traia, eteétei'a, decía a los cora pañeros
que lo rodeaban ;
— Cumplí Éáu encargo.^ — Arreglé tu asun-
to, — Vi a la persona.— No se pudo hacer
nada,,,— Te traigo ima carta*
Eat-hs frases iban dirijidas a diferentes
oficiales*
Cuando estovo desocupado se dinjió a
una pieza habitada por Lostan y Orrego
con quienes iba a seguir viviendo.
Ahí fué dando cuenta del resultado de
ms dilijencias a cada uno de los que le
habian encargado algo. Sentado en un han-
co, sacaba de una bolsa varios objetos y
pequeños paquetes que daha a los oficiales
para quienes los traia.
ínterin decia:
— Déjenle, teniente Alvar, desocupar»
me de estos pololos,,, hablaremos en segui-
da. — Con ustedes, Aliaga y Orrego, tengo
que hablar largo... muchas cosas que con-
tarles...
El batallón estal>a dividido en dos par-
tes cada una de las cuales oííupaba distinto
cuartel; los oficiales habitaban en casas
próximas a bus compañías. Así como en
Tarma, las de Soler, Lostan j OrregOj esta-
ban juntas y también lo estaban sua oficfalefi.
IIüsLa el di a tle partir para Lima, Soler
hiihía estado arranchado coa esti js dos ca-
pitanes* .A sn regido naturalmente conti-
nua ría con ellos»
—Desocúpate pronto. Soler,— dijo Lofi-
taa que era uno de Ips oficíales que estaba
con el comp'Uiero roqicn llegado; — el al-
muerzo te espera, y y^ han dado las doce.
— Yoi allá, — coíjteító Soler levantándose
del banco:— ya he coisduído.,. solamente
quiero antea lublar mm palabra con el te-
niente MvñT.
Y ctijieiido a este de un brazo lo llevó
hasta una pieza contigua 4'índe estuvieron
soloa.
—'^0 me be olvidado de bu encargo, te-
niente,— le dijo.
— (Iracias, capitán: ¿qué logró saber? —
preguntó Ah-ar con emoción.
—Envié un muchacho % quien conozco
para que fuera a noticiarae en la calie Z*-
mudío.
— ¿ Y que aTerigüó?
^Que Lucía j su familia ealieron de
Lima hace más de dos meaes.
— ¡ Entonces Lucia volvió a casa d£ sn
padre!
— Así parece. Por los veciuoa supo mí
enviado que el padre^ la tía y la nííia ha-
bían paitido, sedéela que para Piteo. Ann-
tpie no su]JÍeron decir la fecha precisít en
que sucedió aquello , es de creer que fué a
los pocos di as después (¡ue el btitallon se
vino para acá. De lo que no hai duda ea
de que Lucia volvió a caso de sus padres y
marchó con ellos. Una vecina le dijo al
muchacho a quien yo emic que ella les lía-
bia acompañado hasta la estación del ferro-
carril,
— Se^mramente su padre logró encon-
trarla en el hotel donde yo la dejé.
—No; fui a ese hotel y hablé con el mo-
zo. Ayudándole a hacer memoria por lo
que usteíl me había contado, recordó que
la niña estuvo en el hotel hasta la uoche,
pagó el ^■alor del alojamiento y sahó sola
a la calle.
— A casa de su padre, tal ve k.
— Ea de presumirá i. Las noticias que le
traigo me parece que no son malas. Lo
que m<ís temia usted era que encontrándo-
se Lucia sola fuera arrastrada háíjia algu^
precipicio fácil de adivinar.., una niñ
hermosa abandonada en medio de la calli
8131 dinero, siü aiDparo, no es menester se
-^ 127 —
mili ttialicioao para Sfmpechar los peligros
que corre j la suerte qne le espera,
— Eela verdad; eso ei-a lo que yo ilaás
tcinia. Ahora puedo eiitar mda tranquiio,
aunque qn iza no volreró ja averia*.. —
ccnttstó el teiiiuiite aLo|?ivndo uu BiiKpirOt
— También era aquélto b que yo temia,
y por eso liy tomado cartas en ente asunto.
ÁBí^ t<;nietite, cüiqo se lo he dicho, se lo
repito con k rudeza del soldado en campa-
ña; no he querido protejer sus amores^ sino
evitai' para esa desgmciada niña im mal
major. Aunque no rae creo eon derecho
para recideuciar la conducta de usted, como
compañero piitído hacerle algunas observa-
ciones. Saca wated a una níEla que vive
tranquila en sn hogar; haí algunas horas
de placer; luego queda ahí sola en un ho-
tel; pasa uu dia de martirio como es de
suponerlo, sin comer 8¡quiei*a... así me lo
dijo el mozo del hofsel; sale en seguida a la
calle entregada a su suerte, deshonrada,
abatida, calenturienta, desengañada del
mundo cuando se halla en la primavera de
la vida en que todo sonríe, como le son-
reía el dia anterior*., y ahora todo lo ha
perdido.., si regresa a bu ho^r, ¿podnlser
tan feliz como lo em ánteíí de su desgra-
cia? ¿no tcndrd siempre encima la mirada
severa de su padre cujas canas ha deshon-
rado ? ¿ las caricias paternales no se cam-
hi anín en aer i mon i a perpctu a ? ... y I uego
los semLlantes ásperos, las miradas ceñu-
das, los malos tratos, las palabras acres,.,
en fin, el hogar con vertido en una prisión,,,
¡es mucha desdicha para una uinaque era-
pieza a vivir!
— Todo eso lo comprendo. Bien sabe ns'
ted qne sí las cosas tomaron tal rnmho no
fué por culpa raía; si yo hubiera sabido qne
Íbamos a partir de Lima, mu i lejos hubiera
estado de sacar a Lucía de su casa.
— Lo creo. Pero, usted recordará lo que
a menudo dice Lostan ; "Un militar en
campaña no debe tener deudas ni compro-
misos, de manera que esté siempre üeto
para recibir unfcalazo sin dejar nada ati'as,'*
Ko era difícil prever lo qne le sucedió a
usted: una marcha ím.pen@ada es cosa cor-
riente eu la vida que llevamos. Por eso
nosotros, expuestos constantemente a tales
emerjencias, no debemos contraer compro-
misos serios de los cuales dependa, si no
vida, la suerte de nna persona que no
. coraetido otro delito que amarnos dema-
ddo. Tal vez estaj'á usted pensando que
y Boi el diablo predicador, No pretendo
pasar por un santo, pero no me guata mor-
tificar a los que nunca me han hecho daño.
En ññ, espero qne no tome a mal cnanto
tfe he dicho; es la opinión de un compa-
ñero.
*— Lo reconozco. .- —balbució Alvar que*
dando pensativo.
La voz de Lostan se dejó oír desde ]&
habitación vecina giitando:
—Soler, ya está listo el almuerzo,
"Yol alU, — contestó el capítaru
Un momento después se hallaba en una
piessa que servia de comedor.
Una mesa y un par de bancas allegadas
a ella era el mueblaje.
Solamente un cubierto habia en la mesa^
pues todos hablan almorzado nn par de
horas átitt^s*
Soler, Lostan, Orrego j Aliaga se sen-
taron en las bancas,
— ^Bonita cara tiene la cazuela,— dijo
Soler mirando el plato qne le habrá aido^
servido,
^La ^Uina mas gotÚB. que se encon-
tró en el pueblo peTdíó la vida j cajo a la
olla en celebración de tu feliz arribo, — res-
pondió Lostan.
— Entonces esto tiene seraejanza con la
parábola del Hijo Pródigo,.... - Pero voi a
tenor que comer yo solo a lo que veo.
—Como no sabíamos que venias, almor-
zamos hace poco... te acompañaremos con
una copa de vino.
— A no ser qne Aliaga qnisiera hacerte
compañía en lo sóhdo.
—Vamos Aliaga, acomplñame, mira qna
esta cazuela estJ^como de mano de monja-
— Hombre haz un empenito,,,
— Ko me estén embromando.
En ese instante apareció nn asi atento
trayendo otro cnbieito y otro plato de ca-
zuela que colocó delante de Aliaga.
Todrtó su reian*
— UstedoB quieren embromarme, ^-^dijo?
Aliaga ;^ — pues no les desairaré la broma.,-
T se puso a comer añadiendo;
— Ni les diré que es broma de mal gas-
to... sino moi sabrosíi... está de chuparse
los dedos,-.
La charla continuó mientras almorzaba
Soler y roiénti'as Aliaga reforzaba el al-
muerzo que había tomado en la mañana^
Cuando lle^ó el momento de tomar el
café, Soler dijo sonriendo:
— Aunqne Lostan está presente, creo
— 128 —
qae podre dar cuenta de la visita que hice
ala calle de JbiFolB.
— Si hai secreto dü por medio, me reti-
ro,^ expuso LoBtaD,
— Los interesados resol verán.
— ; Qué ocun-eucia! — dijo Orrego.
— Habla no rnáa^ — añ^idió Aliaga,—
aqut estamos en familia.
— Me YÍ con las dos níafa» trataban
-de conaolarae de la ausencia: a Elisa la
hallé cantando,
—¿Y a Ciirmeu?
—Bailando.
— ¿Quiénes estabsm con ellas?
— Amigas.
— lAh!
— Y amigos*
— jÜf!— exclamó Lostan.
— Pero eran amigos de mucha confian-
za; uno de ellos tuteaba a Eliaa. Tuve oca-
sión de observar cao porque permanecí en
la casa basta Jas cinco de la mañana^ hora
-en que me retiré; pero la jarana continua-
ba an su punto aún. No reparé que a Car-
men la tuteara alguno de loa presentes;
pero a uno le oí quejarse de que aquella
locuela le babia mordido loa labioa...
— Seria por equivocación^ — dijo Lostan
mui serio,
Orrego estaba un poco amoscado.
Aliaga parecia vacilar, pero luego soltó
una carcmjada y exclamó:
— [Suficiente con lo que md Las conta-
do l.>. eu eso la conozco^^- también esa
diablilla me loa mordió a mí nna vez y me
tuvo dos diaa ain poder fumar.
Todos rieron de la mejor gana, incluso
Orrego que tomó el partido de hacer io
mismo.
Mil chanzas se cruzaban,.
Lostan decía:
— Dos meaes de ausencia era un plazo
muí largo para unas niñas tan senaibles
como aquéllas. El tiempo de la juventud
pasa muí iijcro para perderlo auapirando
por un ausente. El corazón ai'dient€ de
una joven necesita otro que esté latiendo
junto a él y no a sesenta leguas de distan-
cia y con la Cordillera de los Andes de por
medio*,- Pasauílo a otra cosa, ¿qué se di-
ce» Soler, dft nosotros eu Lima?
— Que haremos una expedición a Aya-
cncho>
— ¿Ea un hecho?
- Así se corre,
•^Hasta allá no ha llegado todavía nin-
guna fuerza chilena.
— Seremos los primeros,
— Ya se habla de que los montoneros
nos pondrán obstáculos en todo el camino,
— Apropósito, — dijo Orrego alzando la
voz;— te contaré que hemos tenido noti-
cian del Coreo, del individuo del retrato.
— ¿Qué han sabido?
—Kn dias pasados fuí a La Banda con
mi couipafiía porque habia o parecido una
montonera. Hubo su tiroteo. La mayor
parte de los montüueroa liuyeron. Entre
toa que corrian, Peral ti* dice que reconoció
al Corso por el caballo y la manta. Muchos
cayeron, pero él se salvó por el caballo.
— Bueno será que no ande exponiendo
mucho el pellejo en sus correrías si es que
pretende cumplir aii amenaza de darme un
balazo.
*— Asi es; estuvo en un tria que lo pillá-
ramos, y como ni los montoneros con nos-
otros ni nosotros con ellos entendemos de
pdabrassino de obras, no habría podido
contar el cuento. ¿Y lograste averiguar al-
go en Lima relativo a a^quel sujeto?
— Les contaré el resultado de mi entre-
vista con Luisa ya que ustedes saben par-
te de la historia.
Soler se puso a hacer la narración de lo
que habia hablado con la joven viudA.
Concluida que fué, los cuatro compa-
ñeros se entregaron a diversas conjeturaa;
pero sin acertar con la verdad, y continua-
ron conversando hasta h hora de la llama-
da que ae hizo esperar poco.
XXIX
I Eatadía en Huancayo.
Pocos diaa después se hacian íoa prepa-
rativos para emprender la expedición áé
Ayacucbo*
Dos meses iutea, en el mes de julio, el
caudillo Cáceres babta sido derrotado en
Huamachuco, y del desastre de tu ejército
habia logrado escapar él en el lomo de su
caballo corriendo hacia el sur de La Sierra,
basta múB al sur de Huancayo que era el
mita meridional de los pueblos ocupados
por fuerzaíí chilenas en La Sierra.
La Sierra, como se sabe, ea el nombre
que se da en el Peni a una gran parte da
su territorio que está al oriente de la Coi
dlllera de los Andes.
La presencia del tenaz caudillo bÍ2
cundir las revueltas y montonera» que t'
129 —
i^^n iafeRtadaa lai poblaciones de aquella
parbe de La Sitírra.
Hasta uitídia jornada áñ distancia de la^
j^UíirnÉciones chileriFis llegaban las gaerci-
Íla3 en bus correrlas. A menudo había qn^
€fitar mandando peíjiMfma fnicdones de
niiestrafí fiierzu:^ pura dispersavlaíi, lo ciiul
siempre %12 cüuírej^^uia^ poro nüní:a con nii
resultado definitivo, pues pronto volvían a
aparecer, sí no lag miomas, otras nuevas,
ya por ün lívio, jh por utro.
QaTeue^ \mí¿ ¡enfrían con las mouton^ras
eran los IcibitautL's tríiuquilíiTi dü los puo-
bloSj pue-iLO que se veía ti o b] i piídos íi üíí-
tenerlas di:Htolas recursos j ko.^ped.aji.^^ v
^spaQiculosc a ser fTiielaiente tintados
cuando n.> éü apresura bim a sati refacer su
cxijcncla-
El ejercito chileno sólo teuía qne sufrir
las molesLiiL:^ de bacer marchar algunas
compañías o fraccioíJ de tropa fiíeoiprc que
las g'tierríLlas sl^ aproximaban mucno. 8in
euabargOj en los coutinuos encuentros y ti-
roteos, ora resultaba un soldado híbrido,
ora uno muerto, y aunque las pérdidas de
líia moutüiTcroií eran dobles, triples y íi ve-
céis décuplas o ]n;Í4 todavía; guta a gotAi
iiuesstraa merinas ibaii ya formando una
regular suma, ya la lar^a aipiüllo debía
bacerí^e seiiírir.
Xucstro ejército podía mni bien Imber
permanecido en sus guarniciones siu mo-
lestarse ^ los enemigos no se ati'c^nan a lle-
gar hñBta éb Pero como su misión era pa-
cificar íiquellos puebloí^, se veia cu Ia
necesidad de hacei; repetidas exctirsioneí^*
Se tcuian noticir-s de que entre Huan-
cayo y Áyacncho Ciiceres hivbía en contra-
nuevos adepto.^, lograudo formar un ejer-
cito 00 n a-^pecto regular además de las
montoneras.
Una expüdicion a Ayacücbo poília tener
por objeto paciíicar loa pueblos por donde
pasara, y atacar a O áceres, si es que éste
Be decidla a presentar combate. Ademas
en aquel tiempo otro ejéreíto chileno iba
a mareliar sobre la ciudad de Arequipa: la
existencia de fuerzas nuestras cu A y aca-
cho era conveniente para cortar la retirada
al enemigo hacia el norte»
Sin querer entrar en explieacioues que
cenecen a la liistoria, hacemo.=i sólo es-
obáervaeiones, necesarias para la clari-
á de nuestro relato*
Los preparativos para emprender la ex-
Jicíon eran principalmente conseguir el
kyor número posible de bestias de carga
para aliviar id soldado del peso de su equi-
po en la marcha, y para conducir a los tjue
se fueran enfermando y los que resultaraa
heridos.
Ya el Setiembre en sus excursiones ha-
bía Ioí>'rado juntar algunos animales quita-
dos eu 6U mayor parte a los montoneros;
a la reunión do ajuellos cnadrúpedoí se le
dal)a pamposaniente el nombre de caballa-
do. Al Cuidado de un oíiiiíial y nlgana tro-
pa se la mund iba pastar en los potreros
cercanos,
I.a t:d cabíJIada era nua asatnblea de
humi 1(1^3 borricos entre los cuales fiobre-
aalian hs cubezns de al^'un:^:^ nmlas y de
unos pocos ciU>alloe que relinchaban de
pena al verse en tan Tuala compailía,
Huancayo es una ciudad de poca exten-
sión, .^us habitantes &on Cüsi en su totali-
drid de raza indíjena o mestizos, pío do-
mina en ellos la san f^ re de los incas; sn
c litis cobrizo lo dejo notar a primera vista.
Las mujeres usan souibrcros de píLa o
de Icario, y líi'lifíf, especie de mantilla de
bayetit que so ponen en la espalda, dos de
cuym piHita'? [líisan por los liombros para
juntarse y ser prendidas sobre el pe olio;
nua saya tic una tela tejida por ellas mis-
mas completa el traje, que no es Ixistiinte
largo pE^ra ntoltai" sus pies descalzos.
Eu caml>io los hombres que por allá de-
ben ser unís delicados de piés que las mn-
jeres, usan no solíutieute calzado, sino
también medias; su calzado que llaman
shiícni es una suürte de sandalias. Loí*
rkoíoíi son Hombres; que han puesto eu plan-
ta el arte dúl buen vivir; bus mujei^^es tejen
medías y idlos se las ponen, ellas hacen
chicha y ellos se la líeben, ellas ^ranan di-
nero trfibajando y ellos se lo gastan áí r ir-
tic udose: ellas son aman tea y tieli^s, y ellos
les coiTesponden administrándoles de cuan-
do en cuando al u: unas respetables tundas.,,
(I Ellas los odiariín al veíase aporreadas? —
¡ Xada de eso 1 es pam ellíis ki mejor |>rne-
ba del cariño marital, y la pagan con mie-
vas atenciones, obsequios y caricias.,*
(■hohs se llama a loa mestizos de indio
y blanco.
También se ve en las calles de Huanca-
yo algunas indias o cholas de capuz, espe-
cie de camisa de jerga ne^ra que se ponen
a raíz de las carnes y que les cubre desde
e! cuello hasta las rodillas, dejando ver la
piel cardada de sus brazos y piernas; aquel
sencillo tmje que no tiene una pulgada
15
— 130 —
miis de lo estrictamente necesario, se suje-
ta por uu aiícho cinturon de cuero lleno
de dibujos. J)jcen que aquel capuz es luto
que llevan [wr la muerte de... Atahualpa;
más de tJ'escieutos años, ¡ es llorar a un
muerto! Pero al fin y al cabo aquellas ¡nfe-
lícca al Wümv el horrible sacrificio de su
inca lloran su dicha perdida, arrebatada
por la ''civilización", que se presentó a
auB ojos con un garrote en la mano...
La jcEte blanca de la población forma
corto número, y es compuesta principal-
mente por los comerciantes, dueños de
tiendas y pulperías.
Los tttríictivos que of recia aquella socie-
dad a loB del batallón Setiembre, eran mu i
reducidos, Lus familias se encerraban en
fiua casas sin querer mantener relaciones
con los chileuos, para lo cual no les faltabii
razón, puesto que cuando estos partieran
Yolveriün los montoneros y les harían pa-
gar su amabilidad con cupos y otras ga-
t)eia3.
Pal a matar el tiempo los oficiales no te-
nian otra cosa, que conversar entre ellos o
ir í* tomar licíados a mediodía, mientras
calentaba el sol, porque fuera de esa hora
no necesitíiban más refresco que el que
pródigamente les proporcionaba el aire.
Los que lograban conseguir libros, leian ;
pero éstos no eran mui abundantes, y en
los niosti'adoies del comercio a los suma
podia comprarse algún silabario o cate-
cismo..,
YaríoB solían reunirse en una especie át
café que tenía, además de un mediano sur-
tido (le botellas, un billar. Ahí a la luz de
una lámpara no mui clara se hacian algu-
nas carambolas por los pocos que podian
}ugar a la vez; los demás miraban senta-
dos en un banco hasta que se aburrían y
se iban a sns habitaciones.
Desde que positivamente se supo que
pronto se marcharia sobre Ayacucho, al-
gunos oficiales hicieron traer sus caballos
del potrero donde pacia la caballada para
Cuidarlos en sus casas, y principalmente
para estar seguros de tenerlos el dia de la
marciia: no era raro que a última hora al
moverse toda la pandilla cuadrúpeda se
extraviara alguna bestia en medio de la
conftision, y para evitar ésto con venia to-
mar aquella precaución.
Uno de los precavidos fué el capitán
Loatan que era ahora dueño de un caballo
overo comprado por él en Jauja, pues la
muía que traia desde Chicla habia decaido
mucho con la marcha, tanto en pujanza
como en gordura, y el capitán hubo de
despojarla del honor de cargar su persona
dándole la tarea menos hoaoríiica, pero
más liviaua, de soportar solamente el peso
de su equipo y el de su asistente en los^
viajes*
Teniendo ya su caballo en la casa don-
de vi vi a, pensó LoJítan tjuc seria mui can-
to tener también ahí la muía, Fádl le era
hacerla venir, pero quiso ir él mismo a
buscarla al potrero, lo cual le serviria de
paseo.
Hizo ensillar su caballo y pidió otro
prestado ¡^ un com panero para hacerse
acompañar de su aaisteute.
Para llegar al potrero habia qiie aalír
como una uiilla f ae[^ de Huancayo en di-
rección a Concepción,
Loítaíi faé allá y después de buscar [su
mu la un largo ratíf áuLcs de encontrarla en-
tre kis demás Ijcstias, la envió a la pobla-
ción con su asistente.
Quedóse uua hora miís conversando con
el oficial de la caballada y tomando algu-
nos tragos de chicha de maiz, bebida a la
que como casi todos sus compañeros se ha-
bia acostumbrado en La Sierra.
En seguida montó a caballo y tomó el
camino de Huancayo.
Tuvo que andar por un sendero algunas
cuadras hastia salir a la vía principal de-
marcada por largas hileras de matas de
pita*
XXX
El capitán Lostan encuentra
afgo qua le gusta^
Ap(.ba.s Lostan hubo llegado al camino
divisó venir dos jinetes. Fijó en ellos una
mirada y detu^'o su cabalgadursi.
Aunque se hallaban aún bastante lejos,
pudo uotar que el jinete de la derecha ve-
nia montado a horcajadas y el de la iz-
quierda llevaba las dos piernas a un lado*
Esto pai^ cualquiera queiria simple-
jncnte decir que el de la derecha era
un hombre, y el de la izquierda una mu-
jer: pero Loíi-tau que estaba al cabo de las
costumbres de La fiierra pensó de este
modo:
— Aquella mujer no es rma chola: las
cholas montan a cal>allo como los hombres,
abriendo ] ají piernas miLs que uua tijera:
es una dama eivihísada, fruta no mui
— 131 —
%abiiíidtmte por estos mandcw; vale la pena
ÚG esperar pava verla.
Se puso a encender un cigarrillo y aguar-
dó-
Como soliítn hacerlo en los YÍ»jca por
La Sierra los militarte chilenos, Lostau se
Labia pncsto una manta y un sombrero de
paño, así es que mostraba el aspecto do
un paisano.
Poco a poco, a medida que ae acercaban
los dos jinetea, el capitán notó (]ue la da-
ma triia uji sombrero negro de paja y de
¿1 peudia un ve!o qíie le cubría complüt^^-
mente el rostro ^
— Uur, chola ro tiene miedo de [|ue d
sol le [¡urm::! el cútiií,"- pen,^[>:^?dU ao
deVje de ^jvlo.*. ::ení tú ves alguna hermo-
sa jóvjo v-je t'jine por au epidónnií.,. con
tal que no sea alguna ríe ja que se pone
velo par miedo de que en el camino se le
rellenen con tierra Jas aiTuga^^... ea Un,
tratarenios de saberlo. . . en toda caso poco
se perdenL, ,
El compañero de la dama era mi indi*
vi dúo que representaba unos ciiieiienta
años: vestía sombrero de pita j manta de
vicuña, lo cual dejaba ver qne era persona
acomodada.
Cuando pasaron frente a eb Lostau les
hizo un saludo, j hacienda mover sn ca-
ballo fué a colocarle al lado del jinete ma.'i-
ciilino.
Éste acto em muí natural do parte de
una persona que pai'ccia eiicootmt viajei*oa
que ííLguiau su mismo camino,
— ¿Va ur,ted para HuaiicajOj señor? —
preguntó el c^pitaju
— Sí, vamos para alkl.
— Yendr:iu ustL^düs de Concepción,
^TTeraoa pasado por ahí, pi.ro venimos
de más lejos, de Jauja,
—Se couoce, efectivamente, por los ca-
ballos; parecen alpo cansíidos*
- — Es que (levan dos días de viaje; ayer
salimí^s de Tanna,
Abierta la coaveríjí^cioii^ contiiiu:> ver-
sando sobre Í08 eanjínoa, el tiempo, los
alojamieufcos, y cpsaa semejantes. Jja da*
ma también tomó parte en ella, j el capi-
tan reparó íjue tenia una vok clara, voz de
jóveu í ]iE3ro siempre le quedd la duda de
que debajo dú su velo podía ocultarse la
cara de Ufi endriatro.
Ella iba a la izquierda de su compañe-
ro y Lostan a la derecha, lanzándola con-
^tínuas mimdaa.
Seguramente adivinaba loa peuBamien*
toa poco favorablíís para ella qae jíraban
en el celebro del capitán, ¿A qué mujer le
gustará que hagan falsos juicios en menofi-
calx) de su herjnosui-a? ¿Y cuál querrá
quedar bajo el peso de ellos si fulmente
puede desvanecerlos? Ello es que fuera por
un motivo o por otro, la dama al cabo de
un mcímento alzó el ^^elo y ee jniso a al>a-
nicarse con nn pañuelo, diciendo;
—Hace Cíilor.
Entonces imdo Lostan oosorvar que el
roatro de Va jóreu, si n:) hermoso, ei'a por
lo meno;^ bic^ji parecido y simpático.
Jjuego tornó olla a bajfir su velo* pero
ya el capitán lialña vÍBto lo sulicicnta para
mostrarse más atento y amable aún.
EKtaba ei>uiíi a dos cuadrií; nada TUá*í de
distan ;i a del sóíido puuiite de piedra t]no
hai a la entrada de Hnanoi^yo» cuando
LoHtaii al ofrecer un cigarrillo a su inter-
locntiír dejó ver alíennos botones de su
uniforme,
— ¿Ks usted militar? — preguntó éste
con cierta sorpresa.
— Sí, perfeiueKCO al batallón Si-tiembre,
— C!ontcsLó el oficial.
Los viajeros g^n arda ron silencio.
Lostau miró a la dama para ver r]ué efec-
to le producía a:]ueila declai-aciün, jiem
nada pudo leer en su semblante puesto que
k> 11 e va I ^a c u 1 li e i^ to , 8 i n e m bar lí o n o se le
ocultó que tal vez no le gustaría entrar ea
la pohl Lcion en compañía de un militar
chileno, que aunque no tenia visible su
iuiforeie debia ser conocido fn>r lo menos
de vista en la ciudad,
Ik'jó pasar un instinto y luego dijo:
—Y\x estoi cfTca de mi cuartel que ee
eneuentra al lado de acá del puente, junto
a él; voi a adelontrirnie jorque tengo algo
c|ue hacer.
Lostau se despidió del viajero d índole
la mano. J'hi pe;^^uida baeiendo pasar í?u ca-
b:illo al lado en que astabí la dama la ten-
dió también la mano dieiendola;
— De BÚbití} me siento impulsado a en-
trar en la población para averiguar alojo
míe me interesa muüio; perocnnio no pue-
do hac^^rlo con este traje de paisano, voi
a adelantarme par^ cambiarlo.
Estrechó suavemente la mano euguan-
tilda de la dama y partió espoleando su ca^
bailo mientras ella quedó eeí^'ummcnt^ tra-
tando de interpretar aquellas palabras.
Freutií al cuartel donde estaba ta com-
pañía de Lostan se hallaba su casíi. El ca-
pitán entró en ésta sin apearse.
— 132 -
En el píitió Imbía al^iiuos asistentes de
los oíicia]ts qae ahí habitabíiih
Dit'ijíciidfjse a uua de ellos^ dijo:
— Ti rLigame mi kt^pis j dejt; tíu mi pie-
za esta manta j este sonibioro.
y se sacó tstíu prendas dándoselas al
soldado.
Pronto regresó éste travendo lo pedido,
Lostan se encontró de mi i forme y en da-
tado dy andar por las calles de la pobla-
ción, ]]ues no era permitiilo a im militar
pasearse por la cindad vesLidü de paisano.
Dtsde el patio do la casa donde eataba
veia por la piierta de calle a los qne pnea-
tían por afnera.
C-oii la vií^ta ñja esperó divisar a los ji-
netes (pie debían venir mni cerca.
En efecto; Incg-o pasaron.
La dama volviendo la cabeaadejó cono-
t*r qne miraba hacía adentro.
— [Malvado velo ^ne lio me deja ver
qné cara mtí pone! — mnrmnró Lostan.
E! marco de hi puerta ocultó pronto a
los viajero:^.
líEíjó coriTr el capitán nn par de niinn-
tos. En se^niida salió ha^ta la calle.
Aquellos hablan pasado yn el pneute j
sus cabalgaduras sei^niían camimindo rec-
tamente.
El oficial esperó que hubieran avíinza^
do más de nna cuadra, y dándole una sua-
ve palmarla en el pescuezo a su caballo, lo
hizo andíir al paso.
ínterin .se decía:
— Por la conversación he sabido qne son
padre e hija, qne pasado mañana continua-
rán su marcha hasta Hnanca vélica y (¡ne
aquí se alojaran en casa de nna vieja. Es-
ta sení aljama de las qne viven en í^ste
pneljlo a puerta cerrada, de manera «¡ue
pnedo contar como seguro que no lo^^raié
vcrine con la del velo.,, j es tan simpáti-
ca.,- la única persona que me ha llamado
la atención en estas alturas... En íin, ve-
remos lo qne se pueda hacer <
Los viajeros ooutinnaban su marcha, y
la dama de cuando en en ando volvía la
cabeza para abras.
— Es indudable qne me ha visto... me
mira. , , esto no i a estando tan malo. . . Ya
prontamente han de llegar a la casa donde
ñc di r i jen t pues la cindad no es tan gran-
de...
Efectivamente, algujios minutos des-
pués se detuvieron ambos freutc a nna
pncrüa que lueE^o se abrió.
Lostan apnró sn caballo.
Alí^nnas personas salieron a recibir con
mnestrasde cariño a los viajeros.
El capitán vio ijue la dama voh ia la ca-
ra hacia el, sin velo ahora j y le pareció di-
visar nna sonrisa,
— ¿Esta sonrisa será para mí o para las
pcrsouas qne salen a recibirla ? — se pregun-
tó Lostan,
Y tras de ésto vio qne el padre y la hi-
ja entraban por la puerta y ésta se cerrat®
en seguida.
Prosiguió andando, y al pasar frente a
ella murmuró;
— He ahi una puerta más tirana qne el
velo r el velo me ocultaba solo sn fax; la
puiuta me la oculta de cuerpo entero.
Después de lo anterior, varias veces pa-
so el capitán Lostan pc»r frente a la casa
qne fiervia de hospedaje a los viajeros.
LíLs hojas (le la pnerta permanecian ee-
rnuias y lo mismo los postigos de las ven-
tauas. Esto no era raro; jnnchas c^sas ob-
servaban ig^nal sistema durante la caladLa
del ejército chileno.
En balde el oficial gustó sus zapitos en
las nial sohidas acer¿ts; en balde gastó su
paí.'icncía consersando nna hora con nn
ittiliano, en la tienda de ¿ste, destle donde
pod i a contemplar el mntisma y la oís tina-
eion de aipieila pnerta y aquel ka ventanas*
Kada vró.
Por fin, para no hacerse notar paseáudo-
se por una misma calle, se puso a andar aí
rededor de la manzana en que se hallaba la
casíi poi' CU}' a puerta habia entrado la da-
ma del ^■elo.
— I Cansado estoi de ver ias paredes i>or
fuera í yolas quisiera ver por dentro I
Asi murmuraba ¿1 discurriendo algún
modo de cunrplir este deseo.
En uua de sus vueltas se fijó eu tres o-
cuatro casas qne se haüjiban deshabitadas.
Empezó a echar sus cuentas- Una de
aquéllas debía juntarse por los pies con la
que le tenia preocupado: estaba situada en
la calle opuesta.
Entrar en ella no era difícil : era una ca-
sa medio destruida cuya pnerta tenia por
candado un coi del de pita.
Desató el cordel y entró
Esto no podía llamar la ateuciou de los
vecinos poríjne era cosa corriente que l^i
oficiales visitaran las casas desocupadas ■
busca de alojamiento para la tropa o pa
ellos mismos.
— 133 —
Anduvo hacia el fondo do la casa, doude
Ilep:ó despiiea de cruzar variotí patios,
UíiamimiUa bastante alta írupedia vei.'
Ifljs casas vecinas.
Miró a ttxlos ladoíj tratando de díBCubríi"
alg-una escala o madero n utro objuto (jue
le sirviera para asceudor: nada hallo.
Se Íij6 euttinces en un cuarto desde cuyo
tocho también podria verse para la vecín-
dad; pero para subir a él m le presentaban
las misuDa^í dilicnlfcadeg.
Examinando aquel trozo de edificio que
pai'ecia f>er un granero, notó que en uno de
BUS costados había una escala de adobes pa-
ra dar fiLibid¿t a Liii ííobrado.
Siu vacilar trepó por ella,
E\ sobrado estaba oscuro.
¡Sacó de m bolsillo una caja de fósforos,
encendió uno y a la hiss de él entró,
Dcspufjs de ^j.<ií-^T ^■arÍ03 rósfuros pudo
descubrir que eii el fondo del sobrado ha-
bía una especie de ventanilla í:riangukr.
lupeccioiiFUidoIa pudo saber que estaba
sujeta por n;i ]je.stillo oxidado, Yahéndose
de su sable loE^^ró mover elpes.Mlo-
La ventanilla se abrió y uu rayo de luz
inundó el sobrado. ^
Mirando hacia afuei'a^ Los tan pudo ver
el patio de una ea^a que quedaba a sus
pies. Habla alü a!í¡:uQaH plantas y unos po-
cos arbolecí- aqBelio parecía uii jardín*
tacando uu ]iocc> la cabeza divisó a sus
lados otros patios o liuertos y algunas per-
sonas que se entregaban a faenas domé.'jti-
cas.
Se puso a echar cálculos y rCí^olvíó para
sí que ú la que deseaba vor no era la casa
que tenia a suü pié::i, seria sin duda alguna
de las vecinas*
Procurando no ser visto permaneció lar-
^0 rato observando a las di\'ersas personas
que trajinaban por lo interior de las casas;
pero en niji^^una de eÜíyi reconoció a los via-
jeros de aquel di a,
Ta comenzaba a anochecer cuaíido tomó
el partido de lí^tírarse no mui satisfecho
del resultado de su pesquisa,
8ídió de la casa atando la puerta con el
cordt'l que hemos mencionado y anduvo
Iiasta la esquina contando los pasos.
— Sesenta, — murmuró al Uijgar a ella,
Fudse entonces a la calle opuesta y desde
in esquina andnvo llevándola cuenta délos
os otra vez,
Al contar sesenta se hallaba frente a la
ta donde entrara la dama cubierta con el
10,
— No mo he equivocado^pensó i— aun-
que los únjanlos de las esquinas no sean
rectos^ mi híi de halxir tanta diferencia que
esta casa no se corresponda con la otra.
Tnvo deseas de regresar al sobrado; pero
estaba ya anochuoiendo y comprendió í[ue
era preciso espurar el dia siguiente,
£u la mañana próxima apenas se oyó el
primer redoble del toque de diana, Los tan
se le \ auto de un salto,
^Qué tiene Lostan que anda tan listo
paiTi levantarse í— exclamó Orrego £^1 verlo.
— Me he clavado unii espina en el pecho,
— (jCómo se entiende éso?
— Ño doí explicaciones.
Se vistió y fnése en seguida a la cuadra
de su compüijía ai>asLir lista, y luego al
ejercicio de armaa.
Poco dííspucs de hu nueve estuvo deso-
cupado y sin perder un minuto voló a la
casa desludiitiuia, pasando antes frente a la
otra cuya puerta y ventanas coutiunaban
cerrada.-!.
Abrió la ventanilla del sobrado y con el
pecho palpitante se asomó,
A dm-a^ penas pudo contener una excla-
mación.
En el patio, jardin o hnerti> que tenia a
sus pies divisó dos personas, dos mujeres.
Una de ellas percKíia ir mostrando a la
otra las plantas y flores que allí crecían ; su
traje y aspecto jeiicral deuiostraban clara-
mente que era una moza choli, que sindn*
da en aquel hi casa desempeñaba ese papel
indüciso de la criada sin salario, mui en
voííu por aquellas alturas.
La otra \ estidaa la europea, era una sim-
pática joven qae podria cuntar veinticua-
tro o veinticinco años. Sus ojos eran g-ran-
des y de expresivas miradas; sus faceionea
sin ser de una perfección irreprochable for-
maban un ap^radable conjunto. En ese mo-
mento llevaba snelta su abundante cabelle-
ra, y un peine prendido en el! a.
Ijüstan DO tuvo que mi rar dos veces su
rostro para reconocer el que el dia anterior
había visto sólo dos instantes en que se lo
permitiera un denso velo.
La chola hablaba lar^^amentc en su len-
gua, y por los ademanes (pie hacía se nota-
ba que sus palabras vcrsabaa sobre bis
plantas del jardín,
— La pi'csencia de la chola me embro-
ma^ — se decia el capitán; — si me ve aquí
lo liara saber en toda la casa, no üai dnda^
— 134 —
y yo me qnedarííi en las mismas.,, mejor
será tiíuer un pfHjo de paciencia.
La dama CüntiiiUEiba yecorríendo el jar-
diri pilada por la miirhHcim.
Por fin líe[íó a imsitiíj eu que liabia dos
sillas. Vil ixiño de uiíiTios eolgak^ del rea*
{jaldo de una de ellns y solare el íisiento de
a misma leposíilm una paltiat^aua de Icfza,
La joven se sentó ea h oUi\. Lnego eo-
ji en ti II manojos de en neíi;Ta caliclL^ra co-
menzó a desenredar ana hebras con el peine.
La diola de piéa junto a ella segtiia ha-
blando, y unn'ine Lostaii la oía peifecLa-
mente piieato que distaba de él a lo mLis seis
n ocho meti-oá, no podía comprender sus
frasea portjiie eran diehas en lengua.
La dama lerepHeaba decuH,iLdoen cimn-
do en el mi&mo idiomti.
Por íiii la nineliaeba pareció decir su úl-
tima pal.ibra y ae cmjaminó hacia la ca^a
dejando a la dama ocupada en la tarca de
ordenar sns cabellos.
Apenas Loatím la vio E]uedarí>e eola^
murmuró ;
— So hai tiempo rjue perder,
I dio nn lÉjeio gjlpe en ei tn-irco de la
Tentauilla,
AI mida la dama yolvió la cabe^sa.
La v'i:>La del capitán parecí ^V Kíjrpreníler-
la, a la vez que se ]>onía colorada irustau-
tánea mente,
Lo3tan 1:1 Uizo un cortes saludo qne ella
conte^t6 bajando la cabeza,
— ¿ ííab!"4 amanecido nstcíl muí fatií2;ada
con el viaje?— la prcíTuntó.
Ella vadlo antes de eontastar, ]\Iiró a
a todoií líidos como ai temiera ver a aignieii
y al ñu respondió;
—No mucho.
— ti Y 311 papá?
— Tampoco.
■ — En él no es raro; quir/is estará acos-
tumbrado a hacer viajes; pero para usted
debedc^ h^ibar sido mu i molesta una cami-
nata de veintij leguas a caballo en dos
días...
La dama parecía toda indecisa y cortada;
nada contestó.
' — S 3 iru ra me n te ,— di j o L o^ ta n to mando
una pronta resolución,— le h.i desaj^radiido
a usted la indiscreción que he cometido
sorprendiéndola y diríjiéndole la palal>;'a
en momentos en que ui3ted se ocupa de su
tocado. Pero la vi a usted aquí y no pude
resistir al desi'O de la saludarla, sobre todo
teniendo en cuenta que no me se fia fácil
verla en otra parte.
TíOstan snpo dar a m frase nn acento
adecuado a las circunstancias. La joven íe
contestó COK una expi-esiva mirada balbu-
ciendo:
— Xo me lia dpftai^ínidado, pero,-,
Y dejando interrumpida la frase levan-
tose de su asiento como quenendo retirar-
se.
El capitán se apresuró a decir:
— Ese pero me indica que no qnicre us-
ted oirrae mila*
La joven pareció resoiTense a dar mía
expíioicion.
^Sí las personas de ei^ta c:u^a me vea
hablando con usted me lo teudrán a raah..
— Lo creo, señorita; en esta ciudad las
familias poco gustan de tener relaciones coa
los chileno a.
— Aun-jue no le fuera nsted.,. este es
ai i I u jra r casi sol i ta ri o y n o c ncon t rarian
propio que yo
— Nada veo de impropio en que conver-
s;u"amos un in.^tante* Eu todo caso si lo que
tome usb^d es ípie alguien juzííue mal^ sa
temor es vano, puesto que nadie no?; oye.
— Pero también las persont^^ que haya
len la casa donde e^til u^t^ quién sabe qué
peiLsarian,
— Nada pensarían puesto que aquí no
ha: íuidie, nadie más <pie yo,
—] CJiíc! ¿vive uí^ted ahí solo?
^Lediré a usted con Framjueza lo que
hai en c^to. Eíta ea^a se encULaitca desha-
bitada y caí!Í eu ruina;. Ayer al despedir-
me de usted la dije ,}ne deseaba averiguar
cierta cosa,
—Síínohj pidído adivinar que es lo
que (juiso usted dvvme a Gntend:?r.
E.-?to dijo la joven con prontitud, y al
inst mttí bajó la vi.'^ta abochirnada y como
arix^pentida de haber contentado esa ffaj^e,
la cual dojaha entender qna liabia estado
preucupuda por las palabras de Lostan.
Al capitán no se le es3:^ipó nada deajue-
lio,
—Lo qiij d leseaba averiguar era el lugar
donde sc'hospediria u^ted. Deseaba poder
verla aún otra vez. Com:> 1 1 puerta y ven-
tanas de sa casa pi^rmanaciisran obstinada-
mente eerradaí?» me puse a diacnrrir alga a
modo de satisfacer e^e deii^o que cada vex
süutia mlí imperioso.
En sega i da le refirió cuanto había hí -
cho: su;^ pa^fíi>3 por la calle, el deacabri -
miento de la cam d^íiliabitada, su lar^ i
permanencia en la ventanilla el dtaanteríoip
— 135 —
y todo lo que ya sabemoSt pouderaudo su
empeño y sus ^eu ti mi en tos.
La jóv^n poco a poco ibft mosti*É^ndo ma-
jor interés ea el relato y lo escuchaba bou-
rriendo.
Cuando se couelojó, dijo:
— Pnes ja lia cumplido usted su deseo,
ya me ha visto, ja me ha hablado,
~Es la verdad, y por eso me siento tan
feliz como un iLnjel en el cielo.
— Qué ponderativo había sabido ser
D&ted.
— Ko pondero; al contrarío, no cncueiiti'o
palabras con que expresar a usted lo que
siento, la impresión que usted me ha cau-
sado,
—Si apenas me vio un ínstatkte,^ — mplico
ella casi riendo; — -todavía jo le vi a uated
múA tiempo, a través del velo
^Comprendo; v no sintió usted impre-
sión uíugmiiK t^BO lo muestra que en el
mnudo no siempre se corresponden los sen-
timientos. Bsistó ese í^alo instante, una sola
do 3US mimda¿, para que iistni ocupara por
completo mi pensamiento»
— Una Cándida seria yo si le creyera,
— Ni diga tal cosa, ¿ Por qué duda de mis
palabras?
— ^¿ Sabe (pie me gusta la pregunta ? Pa-
ñi sentir todo eso que usted dice os preciso
conocer al^un tiempo a una persona.
— Kao sucede cou los afectos tibios; pero
las grandes pasiones, las vei-daderas pasio-
nes, nacen y se desarroUí'iu de súbito.
El diiilago continuó por un rato en tér-
minos análogos.
Al fin dijo ella;
—Por último; no me hable más de eso;
usted sabe que mañana me voi de Huau-
cajo,
T le díríjió una mirada que estaba pal-
mariamente en oontradiccion con ese man-
dato.
Los tan no era tan ílóoil que obedeciera
a la primera orden, j replicó:
— Imposible me seria cumplirlo queme
Íjide; no podría hablar de otra cosa quede
o que me tiene lleno el pecho,
— Entonces me retimré de este sitio,
^[Eso no! estaré.., callado todo el
día.
— [Qué cosa!..* usted habla como si yo
fuera a quedarme aquí todo el di a... — dijo
la joven hacieudo un mohiii muí gra-
-íioso.
— No pretendo tal cosa; pero en el cm'-
80 del día dará nsted alguna vuelta por el
jardín,
— A mí me ^iista ver las florea por la
mañana; por eso quise venir a peinarme
aquí, Pero en el día xi o vendré para acá»
Y añadió la jé ven lanzando al cii pitan
una mirada llena de travesura:
— Nú tengo a qné venir.
—¿Quiere nsted matarme a pesadum-
bres? Ya adivino lo que usted siente; pero
sea bastante compasiva para no decírmelo.
Es la verdad; a usted nada le importa que
esté JO en este sobrado todo el dia espe-
rando como una ánima del purgatorio,
— Con irse para su cuartel se libra de
estar ahí,
— No lo podría hacen
— ¿Quién se lo impide?
— -Una cadena misteriosa que me tiene
aprisionado aquí mientras ten^^a la espe-
peranza de poderla ver a usted cu este
sitio,
—Pero estando ahí jxjdráu verle las per-
sonas de la casa v quién sabe qué pensa-
rían.
—No tonga usted cuidado ; no siendo
usted sola, al aparecer cualquiera persona
me ocultaría-
En ese iustante se o jó una voz que 11a-
m^iba ^
^— ¿NiuaEüSa?
Y luego algunas palabras en lengua.
— Me llaman para ir a almor:gar,^dijo
la joven j agrego gritando :^Yoí allá.
— i Se va usted ja ! — exclamó Lostau con
apagado acento.
—Si, pues . . . déjeme irme ...
— Pero regresará,
— No sé. . . quién sabe, .<
—Se lo ruego-, - no sea cruel conmigo...
la espero aquí...
— Más tardCj más barde.-- déjeme irme,.,
adiós...
—¿Me promete regresar?
—Sí, sí, — contestó ella echando a andar
rápidamente,
Al llegar a un corredor desde donde iba
a perder de vista la ventanillaj volvió la
cabeza, j Los tan pudo ver una sonrisa en
su rostro encendido.
— Es jeatil,^ — murmuró el capitán víéa-
dola desaparecer entre el follaje. — Ese
^déjeme irmei) que me repitió dos veces
significa muchoi si jo encaramado en este
granero sólo podia sujetarla con palabras,
ella me ha dejado entender (|ue mi volun-
tad algo podia en sn persona, puesto qua
— 136
me pedia qae la rlejnra irse. Ha^^ámonoa
tuentas alegres {jue nadt* se pierck.
Miró su reloj y comenzó a mVn- de aquel
desván.
Andando lijU;ia lii pncrta de calle se sa-
cudiü la i'ops que Lalna atramdo alirnii
polvo y telarañas en el granero.
— Su nombre ci* liosa; así llüLiiarou, —
se deí;ia Ínterin.— Ya es horade aljnnrzar;
el amor no alcíiaza a matíir el apetito, y
que lo diga Aliaga pjira quien es un mag-
nífico aperitivo. Mientras ella almuerza
haremosí lo mismo.
T salió a la calle.
Un amorío interrumpido por una
orden.
Tan pronto como concluyó de almorzar,
el capitán Lostaií tornó al sobrado.
lío liabiéndolí' indicado la jóreii la hom
a qne vendria al jardiri, se veia obligado a
esperar sin certidumbre.
Paso una hora, y alíiinido eíitaba pro-
metiéndo.se no admitir nnnca miLs eita5^ sin
hora íija, cnando apreció ella.
— Temiendo estaba que novinÍLTa usted,
— la dijo,
^^;No le habia prometido regresar?
— ¿í, ñero temía.,, cuando nno está en
mi situación se ve lleno de temores.
La convCTsacion íie entabló siendo esta
vez más expansiva naturalmente que en la
mañana.
De íiuando en cuando Rosa decía í
— ^Pero yo no puedo llevarme todt> el día
en el jardíti.
T sonreía; pero no se iba.
Con lo.^ colores más vívos que le ofrecía
la pak'ti de su i maji nación, Lostanle pin-
taba el rápido desarrollo de su amar,
— ¿ Para qué me dice todo eso si maña-
na me voi de aquí?
Esta frase la decía ella a menudo y el
capitán contestaba de diversos modos ^ ya
asegurándole que eso no impediría que
continuara a mando [a siempre, ya esperando
qne se volverían a ver o bien pidiéndole
que no partiera.
Pero a esto ella respondía:
—Tengo a la fuerza que partir con
papá.
Habia cojido algunas flores del jardín y
se las babía tirado al oñcial. Esto 3es ha-
bia proporcionado eíerta diversión porque
mnchas de las tentativas de Rosa para
arríijar las florea a la ventanilla salí fin fa-
llidas: chocaban en la pared y caian al sue-
lo; volvía ella a cojerias y tirarlas riéndose
de BU mala puntería, y sólo al cabo de mu-
cho trabajar lleojaban a su destino.
Lostan tirándole íin clavel de los que
acababa de recibir le pidió que lo colocara
en su cabellera. Klla accedió sonriendo.
Corao se ve no se mostraba muí den-
gosa *
Le había revelado su nombre, que aun-
qne el capitin lo sabia por halierla oido
llamar con él en la mañana, quiso cercio-
rarse y oírlo de su boca.
Lostan le habia da<lo una tarjeta suya
pidicndííie que le escribiera si se presen Da-
ba ali^nna oportunidad.
Ctiando se acercó la hora de la llamada,
él la dijo que se veía obligado a ir al cuar-
tel; pero que pronto volvería otra Vi*z,
—y^o^ despediremos ya,— contestó ella.
^ I Ya!- -exclamó T justan suplicante;—
¿por íjné? todavía podíamos vemos nn mo-
mento después de las cinco de la tarde.
— Si es verdad todo lo qne usted me ha
dicho, cuanto más tiempK) nie vea, más
sentirá la despedida,
Loíitan con gran elocuencia le probó que
seria todo lo contrario.
— Pero no quierOj — -dijo ella con gran
elocuencia y bajando la vísta,^ — no C|niero
hablar tanto, tanto, crhU usted... Pienso
en que me voi mañana y ya no le veré
más^..
— Todo esn le seri indiferente a usted.
— Si me fnera indiferente todo eso-.- no
estaría yo aquí*
Al dci^ii" esto Rosa sonreía y Lostan hu-
biera querido pagarle con una dulce caricia
aqnellaa palabras.
No p adiendo hacerlo desde el desván en
que se hallaba, se contentó con decir:
—Si algún interés le inspiro, d emú éatre-
melo viniendo para acá después de hia
cinco.
^Yendi"é un momento...
Por ñu se ojo el toe pie de las cometan
que hacían oír la llamada y Lostan des-
pués de hacer repetir su promesa a la joven
marchóse a paso largo al cuartel*
Mientras Lostan esperaba las cinco de 1
tarde deseni penando las atenciones qne 1
imponían sus deberes militares, so lia mw
murar;
— 137 —
— Xo me serta difíeil, valiéndome de uti
«ordel, descí^lgarme ]>oi' la ventíimilJa y catr
eI jardín í pero... poro apénaa divisam el
<i^censü de mi persona algnn;i ehola desde
los patios vecinos, arremangándose la saya
<;orrena hasta el cnaitel gritando: «¡ Soldao
está eiitraíid alascíisb lo cual no seria
mní conveniente para mí.
Con efeeto, ^i a un ofieial se le hubiera
sorprendido en nn acto semejante habria
sido ñeveramente castigado, además del
natnial bochorno,
A la hora designada para continuar, pue-
ble decirse, la cita, Lostau se halló libre de
sus compromisos.
Un momoiito después estaba en el des-
ván nai raudo por la ventanilla.
Eosa no tardó en aparecer.
— Venido solamente por un momento
muí corLÍto-^ — dijo ella al estar cerca del
'Capitán.
— Pero, ^;por qué tanta prisa?
— ITai unas visití\s en la casa.
— Visita por %isita^ yo también lo soi-
Rosa so rió contestando;
— Lo mismo puedo decir yo: ¿me nene
usted a ver a mí, o vengo yo a verlo a
^■usted?
Y como arrepintiéndose de haber dicho
esto, agregó incontinenti:
— Vengo sólo pi^i'a darle el adros,
—Pero, esto no puede ser; usted me ha-
bia prometido estar un rato cerca de mi,
— Ya ve que no puedo-
— ¡Si tengo aún tantas cosas que de-
*cirle-
— Hable nsted-
Lostan se puso a hacer, como dicen los
TQÚsicos, variaciones sobi'e el mismo tema.
Habló del afecta que había nacido en él,
del sentimiento de la separación y del re-
cnerdo que j^uardaria eternamente,
Rosa le respondia con mayor expansión
cada vez y le prometía acordarse de él ; llegó
hasta decirle:
— Míts 1 aliera qne no lo hubiera conocí -
-do a usted,
Y también algunas otras palabritas tan
significativas como ésas.
El capitán sentía de veras que fuera a
partir tan pronto aquella joven cuyo bnen
talante para oír j aun para contestar sus
ílw^l^racíones le dejaba muchas eííperan-
pmnto dijo Eosa:
'Ya he tardado mueliOí es preciso des-
.rnos-
— ¿Tan luego?
-^Me esperan,
— Entonces regrese cuando se vayan sus
visitas.
— No se irán hasta la noche.
— A cualquier hora que sea, yo la espe^
raro aquí.
--No, no; mejor será despedirnos ja;
adiós, adioSj—dijoella haciendo un saludo
con la mano y retrocediendo, como fami-
liarmente se dice, a reculones.
— ¡Un minuto m;ls todavía! óigame^
Eosal
Habia tal ücento de súplica en la voz de
Lostan, que la joven se detuvo y aun s»
acercó algunos pasos.
El capitán aprovechó esta buena dispo-
sición para rogíirle con el tnno tuíSíí tierno
salido de an pecho que reí^resara todavía
tiíYü vuíi Lu la noche para decirle adiós. La
hizo ver que era nua noche de luna y que
nada tenia qne temer, y acumuló mil elo-
cnente.3 arg:imentos,
Al fin de mucho implorar logró sonsa-
carle V.i promesa de que vcudria otra vez
más iil i irdin por un breve instante.
Quedó convenido qne esto seria después
de (pie se oyera el Eoqtie de retreta ejecn-
tado por la*i cornetas que repecurtia en
toda la población,
Rosa se alejó volvieiidi"^ repetida*^ veces
la oara y dejando ver a Lorian tíernüs mi-
radlas y sonrisas.
En el comedor de los tres capitanes que
ya hemos mencionado se ve i a puesta la
mesa.
Soler y Orrego se hallaban ahí.
— Ya estií servida la comida, y aun no
viene Lostan,^ — dccia Orrego,
-—En el segundo patio estíi^ — replica
Soler,
-^Estará viendo su ranla; hoí se la tra-
jeron del potrero, Pero ese no es motivo
para íjue deje enfriarse la sopa-
y asoniLÍndoso a la puerta del comedor
que daba a nn patio, ^ritó;
—^¡Lostan, la comida está en la mesa!
IJíia yoz lejana se oyó respondiendo:
— Yoi.
Esa voa venia de otro patio.
Ahí estaba Lostan con su asistente.
Tenia en sus manos un lazo de látigo a
lo largo del cual habia estado haciendo pe-
queñas lazadas distantes medio metro unas
üc otras. Una de las p antas del látigo esta-
ba sólidamente atada en la mitad de na
16
K
— 138 —
palo cuya loDjítnd era la de nn buston
retrular. Sí se hubiera levíintado aquel palo
honzüTitalnientti a cierta altura* re n d liti-
go que üD él estiibu amanado li:ibi'ia for-
mado 1l^ lig^ura dü una T, aioiido la raya
Tertical de ústn el 1 atiero coa luzadas, cu
cada una de las cuales podia caber el pie
de uü hombre.
Lostan miraba 8U obra y se decía:
— El palo, atravesado por dentro de la
ventanilla... el hltig-o eo I gando,,* y yo ba-
jando por éL..
Y ¡se le rc^ia la cara.
En est-i situaeion se encontraba cnando
oyó d llamado de Orrego.
Envolvió el lazo en el palo, mandó a 3n
asistente dejarlo en nn rineon de íaii pieza,
y se fué al comedm\
— ^¿Qué liacias?-,, tanto demorarte en
venir a comer...— le píxjgnntó Orrego.
— Repíisaki mis bártuktíi, — contestó
Lostan con ^ravt^dad.
—¿Para qué?
— La curiosidad en la boca du nn mili-
tar viene tan bien como na í:i<^arro pnro
entre los labios de uua colejíalri. <j Curiosi-
dad, tn nombre eiv mujer, j> bli-n se puede
parodiar de esta sneitea lo ni Byrou,
Orrego ítlzó los hombros y se puso a co-
mer eontestaudoí
— ^Vtte al diautre con tu ñlo.^f^^fia.
Durante Ja comida se charlaba entre
plato j plato, paia lo cual no faltaba tiem-
po a cau^a de la vajilla,- halkLndose ésta
reducida a su m*is simple cxprcaion. coiíiu
dicen loB estudiantes de niatemútieaSj ha-
bía de esperarse ^]ue se lavaran los platus
entrtí guiso y ^^uE^íO.
En medio de k conversación, dijo
Orrego ;
— Koi he recibido un regalo»
— ¿ En qué coníiiste ?
' — En dus baldes de leche,
— i JuíToso regalo!
— ^Ya lo creo.
-^¿Qii^ ^^^ '^ liacer con ellos?
— ^Los mandé a casa de una cliola que
conozco para que los eoa vierta en nn g^rau
ponche de esos que llaman en Chile «padi'c
— Mercenario» querrás decir, Orrego.
— ¿Maestrito?..- lo que quiero decir es
ponel le e n leelie . . . ^j cuten di a te ?
— Mucho mejor qüc antes.
Aquí es de advertir ({ne todavía no se
liabía publicado la duodécima edición del
Diccionario de la Real Academia que en su
suplemento acepta e! adjetivo mi^rredaiio.
— Esa chola sal>e cantar en la vílmelar
podemos pasar allá un rato esta noche, —
agregó Drrego.
—Lo pasarán ustedes,— contestó Loa-
tan^— l>cro yo no les haré compañía.
— ¿ Por que 't
— luengo cierto asnutillo que rae lo im-
pide... sin embargo, puede ser ípie si me
encuentro libre a tit mpo vaya a probar un
vaso de tu ponche,
— A projKDsíto ; en todo el dia poco se te
ha visto, ¿dónde has estado?
Lostan respondió scutencioíwiineQte:
—A la curiosidad, con el silencio,
— Estoi sospechando í I ue tienes alguna
Intriga entre manos. .> alguna chola...
— iQné horror I ¿cómo puedes imajinar-
te tal coüa uñando Ka boa que cada chola
con su gran sombrero redondo, síi desgra-
ciada licída y sus sayas puestas unas sobre
otras como las hojas de un repollo, m me
figura nn lio mal hecho, una caricatura
grosera de la mujer ? Aquellas cholas con
el ]x;eho descubierto, desaseadas ha%ta k
exajeracion y ca^i todas ellas con í;iia, con
uu hijo que llevan a la espalda como una
mochila y a quien amamantan cebándose
al hombro uno de esos grandes odres que
tienen en vez de seno. Todo eso en la calle,
sin que les im]}orte an bledo las miradas
del públicj.
— Xo todas ellas son ignalcs.
— Pero se parecen.
" AdeunLs, también hai aíjUí algunas de
raza blanca.
— Pero ésas se esconden en sus casas y
poco se dejan ver de nosotrtis.
—En fin, ya estamos para irnos a Aya-
cucho í allá será otra cosa; dicen que haí
otra clase de habitantes.
— Mucho lo dudo. En cada ciudad de
La Sierra por donde hemos pasado he oido
ponderar lu qne sncedc en otras, y a medi-
da qne L^ he conocido me liu ido conven^
ciendo de que todíis son iguales o ¡jare-
cidas*
— Es la verdad.
Los capitanes guardaron silencio por un
momento mientras comian.
Al cabo de un rato dijo Orrego:
— Muí pensi^.tivo estol viendo a Lostan*
— En efecto; estol pensando...
— ¿En quér
— En algo i I TÍO a cada uno de nusotro
nos ha ocurrido desde que somos mili-
tares.
_ 139 ^^
~Fa\ Ins amorfos ÍEterrniTi pidos,
— Sohfc y Oi'j'cgo solLíiroü una ctircajada
íil ver la foiinalidad de su Cüiii|nácro para
decir aquello,
— Xo hii vida mus propensa a esa espe-
cie de inte [Tupcianes ¡[Uüla militar,— coü-
ti mió Lostan:— sia ir imls lójos» nuestra
venida iioa praporcioaó un r<asri. La vidi
del militar en campafia puede llamarse
artificial. Eu la vida cinl, en lavidiL natu-
ral del lujmljrc sucede que las amoiloo tie-
nen sti principio j an desarrollo habita
llegar a un ñu dctcmiínada, eoncínyüiido
on un iiiatrinioniOjíQij nna (juerellH, en nnas
calabaza-Sj o eu a^go que pongu de acuür-
do o de-ítierLerdü a las interesados; cuando
éstos encínafcrilmlose en la mejor concordia
y armonía ^^on violentamente separ^idoí^ uno
de otro, y qnedan sin poderse ver, Jiabtar,
ni comnnícarse, llamo al ca^o amorío inte-
rrumpido. El militar eu cainpaüa está
co listan tomeníiG amen izado por esa e::i.^3
de jnterrupoiones: e,stá uno tejiendo con la
mejor enrjrte SLi telifca; haí miradas, sonri-
sas, palabras que dan aliento, j cuando
m¡Í3 esperanzas se tienen, cuando máa ena-
rado se encuentra uno, suena la corneta...
j adiós : marche usted sin mirar para atrás r
hé ahí un amorío interrnmpidu, interrum-
pido por el rigor de la corneta- Ya saben
ustedes lo c[ne me aconteció con Blanca al
salir de Lima; en aquella aventura iba yo
navegando con viento fresco^ iba al vapor;
pero sonó la corneta, j marchamas para
Xa Sierra, y aquel asun tillo quedó corta-
do, des baratad o y interrumpido ; me acuerdo
de ese caso porque ha sido el último, no
porque haya sido el único, bien me lo sé yo,
y hku lo saben nstedes que mil veces les
habrá sucedido lo mismo..- Mi suerte ba
sido siempre desde que soi militar fatalisi-
III a para esto, j por io tanto siempre estai
receloBO...
Lostan cortó su discurso por la llegada
de nna persona.
Era el majur del cuerpo quien venia.
Los capitanes ofrecieron asiento al ma-
yor; pero este rehusó dicieudo:
— Vengo solo por un instante. Capitán
Ijoatan, va a salir nated inmediatamente
con su compañía para ir al pueblo de La
^UTitaj donde ha aparecido una monto-
3ra,
— ^Voi al momento, — ^eontcató Lostau
vantándose j poniéndose sn espada.
— Sin perder na minuto. Las instruccto-
nes son las de costumbre en estas circuns-
tancias. Acabo de recibir la orden del
coronel y recomienda prontitud; cataba yo
comiendo, voi a concluir,
Y tras de o^to el mayor salió,
— ¡Qué a tiempo!— exclamó Lostau rien-
do, pero con mui pocas gamií, y avanzan-
do hasta la puerta para llamar a an asis-
tente.
~¿ Q u é te ha s u ced irlo? ¿Al gun amorío
interrumpido;-^ — dijo O r regó que era mm
suspíca?, como sabemos»
~[ Me estaba avisando el corazón !
O r regó soltó una carcajada, diciendo;
' — Dame laií ¿ícñaa, iré yo en tn nombre^
— GraciaSí no entiendo inglés.
El asistente acudió,
^Ensille al punta mi cakillo y prepá-
rese; vamos a Falir con la compaúiaj— le
dijo Lostau,
Y a trxla prt^a se dirijió a la cuadra de
esta que se Iialluba a na paso.
Estaba ya anocheciendo.
La trcp^i s- encontraba desocupada; al-
gunos soldadas echados en sus frazadas;
otros en el píitio conversando o fumando;
varios en una especie de hueí'to í[ue tenia
el cuarto!, dispersos o en cortos gi^niíos
haciendo alguna c^nidilla en pequeña»
fogatas que habian encendido.
Entrando a Ja cuadra, Lostan halló al
sárjente primero y le ordenó:
— Que forme la campauíti con armas y
equipo..- El sárjente de semana que avise
a los oficiales-.- ¡Vivo!.,.
El primero, golpeando las manas unas
con otras, gritó;
—¡A formar con armas y equipo !.. -
arriba!,,. El cabo de cuartel llame a loa
que anden en el patia,..
Como si un reinarte los moviera a todos,
los soldados se levantaban, enrollaban sus
frazadas, cojian ana armas; los que se ha-
llaban afuera cortaban sus conversaciones,
botaban sus cigarrillos, aljandonaban sus
fogatas lanzando una mirada de adiós asas
comistrajos aun no cocidos, y todos cor Han
a armarse, equiparse y tomar su puesto ea
las ülas.
Los oficiales de la compañía acudían,
mascando todavía, pues todos se hallaban
eu la mesa y liabiau interrumpido su ■la-
mida,
Ann no habian pasado tres minutos y
sólo estaba formada b mitad de la tropa*
cuando Lostan empezó a dar las voces da
mando.
140
— Compafífa, nteiicicni. — Tercien, ai\—
Planeo derecLo, a la deré*— Eiler^s a la
izquierda, paso redoLIado*..
Al oir es^taa Toces los que atin do esta-
llan formad os doblaljan en prisa eu poner-
se su aniiumeTito y equipo.
Ecliü d capitán una mirada y viendo
que sólo muí pocos quedaba q por for-mar,
ció la v^jz ejecutiva:
—[Mari
Y la compama ímpreiidió la marcha.
Los í[ue todavía no estaban listos se-
guían la marcha ari'egláiidose v andando a
la vez.
No liacia cmitro minutes que Lostati
recibiera la orden del mayor, cuando toda
esa jcnte, cérea de dtiu hombres, que se
hallaba tranquila j sin i m ajinarse lo que
iba a suceder, marchaba en perfecto órdeu
armada y equipada.
Al salir del cuartel el capitán se encon-
tró con Soler y Orrego a quienes sin dete-
nerse, les dijo:
— A mi a fci siente díganle que me alcan-
ce con mi caballo.
El mayor también Labia acudido a ver
desfilar la ct>mpaüía y a dar algunas breves
instrucciones al capiUin sobre lo que debía
hacer,
Lostan, acompañado de un oonieta que
acababa de juntársele, marchaba al frente
de SQ compañía, dicicudüí-e:
— ;Me quedé cou el trabajo de haber
pispara do mi escala de látigo!
XXXII
Una excursión inútil.
Estaba comenzando a clamar.
Los cornetas en las puertas de los cuája-
teles íiueiau oir kis aleg/es tüiiues de la
diana-
Por las calley de Hnancajo se veian
trau sitar algunas cholas que de prisa se
dirijian a la plaza con el cuerpo encorva-
do llevando a Ja espalda su chiquillo j
algún atad(j de legumbres o frutas, j en lag
manos cestos, ollas u otros utensilios se-
mejantes; cargadas como accniilas.
La plam se convertí a en mercado a ciclo
descubierto.
Las cholas se iban sentando en el suelo,
y poniendo al rededor de ellas sus frutas,
legumbres, carnes, aves, etcétera, espora-
han que los gastrónomos de Huancayo
ocurrieran en busca de provisionee para
el di a,
A e^a hora se abrió la pueita de una
cfisa íjue ya conocemos, para dar paso a dos
personas.
Ambas eiítaban a caballo.
Al gnu a 3 mujeres aLumf ja ñándolas basta
el umbral de la puerta, se desffedian d&
ellfls con frases cari ñcsas.
Aquellas dos personas, o sea dos jinetes,
cían nu hombre y una mujer; ésta llevaba
el rostro cubierto por un velo. Pero a pe-
sar de eso el capitán Lustan hal>ria recono^
cido en ella a Ktisa.
En efecto, era ella y su padre.
Al encontrarse en la calle Hosa volvió la
cabeza mirando a todos lados; tal vez espe-
ran a ver a alguien.
Tías cholas comerciantes Bolamente se
díviaiiban.
Un suspiro ee escapó del pecho de la
jóvem
8u padre dirijió su caballo calle arriba
y el de ella si<(aio al lado de éste.
Rom parecía distraída a ju^i^ar por la
vaguedad con que respundia a las palabras
de su compañero.
Aunque sus cabalgaduras caminaban
pausadamente, pronto estuvierrui fuera de
la ciudad y continuaron avanzando por la
via que conduce a PniiíanL
A esa misma hora el capitán Lostan se
enconti^ba en La Punta con su compañía,
Al llegar alia la noche anteiior había
tomado sus precauciones haciendo que la
tropa rodeara el jíueblo para enceirar a los
montoneros, si es que éstos aun estabas
alu, lo eual no era de esperar puesto que su
ÜLctica era rehuir el combate siempre que
no se presentara en condiciones muí favo*
rabies para ellos, o batirse en retirada.
El plan preparado por Lostan se ejecu-
tó con la mayor exactitud, Sn compañía,
dividida en cuatro fracciones entró al pue-
blo por diversos lados, y la montonera
debía liaber sido encerrada; perú... no es-
taba ya en el pueblo.
8eí;^un lo averiguó Lostan entre los ha-
bí tintes, habia huido de ahí mds o menos
a la misma hora en que él salía de ITuan*
cayo con su compañía, de modo que debía
estar ya muí lejos.
Esto no lü caniíó extrañeza porque
lo esperaba.
Era ya la media noche.
— Permaneceremos aquí hasta qne an
— 141
íiitzcsí, — dijo Loatan a uno da snsteiiíent&ií
--los montoneros se han retirado temiendo
Begnrameiite qx\ñ vi ni oramos nosotros, Ko
podemos sogjuirlos porque tíos llevan mu-
cha delantera y van a caballo.
Puede ser qne al aclarar vuelvan por
aquí; así suelen hacerlo.
— -Mncho lo dudo, pero ojaU lo Iiiciei'an
I^ra íjue no hubiéramos venido en balde.
[>e sajines de tomar las precauciones nece-
aarias para evitíir una sorpresa, dejó el
capit-an qtte su tropa se entregara al i'epoao
y echóse él minino sobre un poncho en el
sucio.
Apenas principió a clarecer fueron man-
dado =1 algunos grupos de soldudos ft recono-
cer las cercanías.
Nada de sospechoso se encontró.
Foco después de las seis de la mañana
Lostan hizo emprender la marcha de i^e-
greEí3 a su comjiariían ajustándose a hia
instrucciones qu^í había recibido.
Montado en su caballo overo ilm rene-
gando de la montonei'a qne a tan mala
hora le babia hecho abandonar a Huan ca-
yo, y que ni si qt riera lo es peralta ]>s\ra pro-
porcionarle la satisfaceion de tener un
tiroteo con ella.
Por BU parte la ti'Ofja pensaba de ij^ual
manera : halior andado la mitad de la noche
para desíindar eí mismo camino sin haber
hallado enemitro con quien batirse, no era
excursión muí halagüeña.
Llevaban ya más de una hora de mai*-
clia cuando l^osLan divisó a lo lejos venir
en dirección opuesta, dos jinetes.
Como es natural, en nna compafiía al-
gún soldado ha de tener la vista más pene-
trante (jue los otros. Esta cualidad era
mni apreciada y útil en las campañas de
La Sierra, imes coustantemente se necesi-
taba ver a lar^a distancia; el que habia
sido más pro tejido por la uatinrale^a en esa
facultad, era reconocido por tcídoa y a
me liado prestaba servicios di? catalejfí.
En la compañía de Lostan e?'ann solda-
do llamado Muñoa el que sedístinguia por
BU poder visual.
Apenas se divisaron los bultos de los dos
jinetes, la tropa se fijó en ellos. Enemigos
no podían ser porque veuiau aproximán-
dose al parecer traíiquilauíeute.
Bfcan habia sentido latir sn corazón,
.raba encontrar a Rosa y su padre,
I aquei era el camiuo para Iluanca-
n.
■ijiéndosQ a un soldado, preguntó:
— ¿ Muñoz, qué jenté es esa ?
El catalejo v mí en te se llevó una mauo
a la cara que puso de pantalla sobre loa
ojos, y contestó sin vacilar:
— ^Un hombre y una mujer; la mujer
viene en silla de señora.
Ei capitán pensó:
— Ellos son.
Poco apoco, a medida que se aproxima-
ban, pudo convencerse de que no se había
engañado.
Lostan espoleó su calxillo y se acercó a
los jinetea.
— Qué casual ida d,---- dijo saludándolos,
—que nos hayamos vneltu a encontrar en
un camino»
— Efectivamente, — contestó el padre de
Ro5a,^¿ Viene u^tcd de Purgará?
—1^0, vengo de La PuuLa, Inpensada-
mciite recibí í'>rdeu ayer cojno a his seis y
media de salir con mi cojnpafifa en per-
secución de una montonera- Mucho fas-
tidian estos señores montoneros con sus
correrías, y aunque suelen pagar caro sus
travesuras, siempre le incomodan a uno.
Anoche, verbi gracia, tuve que echarme a
correr caminos en ci reunsLancias que debia
haber pasado un rato con. . » . ,mi compa-
ñero que hoi ¡xirte para Ijima ; no me al-
canzó el tiempo ni para avisarle que salia
con mi com parda.
Diciendo esto tiltímo Lostan dirijió una
expresiva mirada a liosa.
— De modo,— dijo é&ta,— que su amif^^o
le habrá estado esperando inútilmente.
— ¡Quién sabe!
—Pero es temprano aun; quizás alcance
a verlo.
— Dando un galope no me seria difícil en-
contrarlo en el camino; pero tendría que
despedirme de él asi. . , *a la lijeni: y me
quedaban \" arlos euairgos cjue hacerle, o
más bien dicho, me faltaba recordarle los
que le habia hecho.
—Si es un buen amigo, se acordará de
todo.
— Hm embarco, como no se cuando vol-
veremos a enconfcraruo.i yo hubiera querido
verh para despedirme.
El capitán acentuó dulcemente la yqz
Rosa haciendo retroceder un paso a su
caballo, sirviéndose de una fusta que lleva-
ba en la mano alzó una ]}Unta de su yq\o,
Lostan pudo ver su rf>stro : habia una triste
sonrisa en su boca, y en sus ojoá un brillo
142 —
que pa^retílti provenir dtí unn lá;^rinia. Esto
duró Tiu secundo: til velo volvió a ca^jr-
El píidi'íi de la jóvQii para r^uióa pasó
desapercibido e.^te íncideuUí, dijo a ese
tiempo:
—¿Y ^ncontn^ usted a los montotteroa?
— Hal^iaii partida ajer mismo; f»erdí mi
viaje.
Ksta entrevia til no p;xlia dudar mticlio.
Baspneí de cambiar a];;miíis palabra,^ más,
dijo el v¡;ijero tendiendo U mano al capi-
tán:
— Xo E I n i L' ro da morar] o.
Era prtícirto dc^íi^edírne.
Un apretón di- niriuos al p:idre j otro a
la hija cm lo qr.e ic quediibá que liac^r a
Lostan.
Kosa con sn mftuecit[i enguantada snpo
corresponder tiernamente a la presión dt^ la
mano del capitán,
Llih cib.i!¿;fiduras de los viajeros ecliaron
a andar.
Loí^tan caminando en dirección opuesta
para jnní.arí;'^ con su eompiulla que kabia
seguido la marcha íntoriTi^ se volvia sobre
!a silla p:i,r;i ver el talle de la joven que a
ficnbtidílUü en su caballo se alejaba con sit
padre,
XXXIII,
En marcha hacía Ayacucho*
En la mañana del 13 de Setiembre de
1S83 se cuí^outniba formada en la calle
principal de Kuaneayo la tropa que debía
faecer la ex[>Ejdieiün a Ay acudió,
EL di a anterior en la tarde se habiau he-
cho venir de los ptreros las bcL^tiaa de car-
ga que debian aliviar a la tropa del peso de
su equipo. Casi todas ellas erau de largas
orejas y pelo ceuícieuto, lo que vale tanto
como decir que eran asnos.
A cada compañía se le dio doce o quin-
ce de esto^ suf ndos cuadrúpedos j también
Tinos cuatro o einco caballejos entecos y de
intonsa crin.
Sobre el lomo de cada nno de estos ani-
males ponían los soldados una media doce-
na de rollos y morrales que sujetaban eon
pedazos de cordeles, de correaa o de látigos,
según lograban encontrar.
Cada compañía destinaba algunos aol-
dado3 para cuidar sus burros.
Todo esto se liacia en la mañana a tiem-
po de partir.
Las dificultades coa que se tropezaba mn
f iici íes de ad i v i n ar : caree i e udo de arneseá^
de enjalma, al barda n otro aparejo, ja una
carg^a su í*dojaba< ya otra se caia, a la de
más allá se le escurría un rollo, y aquello
era una larga 1 listona.
La tropa ex [> j di c io na r i a q u e estaba f o r-
mada eu la caite y esperaudj el flonído de
la co nieta p;vra romper Ja marchü^ sl^ com-
ponía de fuerzíis de las tres armas; seis pic-
áis de artillüha del rej i miento número 2;
ciento cincuenta o doaeicntoa hoiubres de
caballería, una parte de Granaderos y la
ütm de CarabinerííS, y los batallones de in-
fantería 3." de línea y Mr rail o res.
Para proseguir con libertad nuestra no-
%ela, liaremos que el batallón Setiembre de
quu venimos habla aüo sea uno de los dos
ex].)GJicionaríos» y al otro lo llamaremos
li'f>li¡l¡apz^^n recuerdo de uno de los dos
mcLs puros y aiLÍs queridos héroes de nuestra
í lide jjL^nd tu ci a nació nah
Cíammcntc comprendenl el íntelijenfce
lecLor que esta aiteracion nos es necesaria
al tratar de escrifji runa nivela en que fi-
gunm hechos lüatóricQs y naciente», cayoa
actores se encuentran vivos en su mayor
parte.
Para amalgamar la liistoria con el ro-
ía a ucü nos ve reinos a menudo obligados a
achacar a nuestros personajes de nombre
supuesto acciijiies verídicas que siempi-e na-
rra i^m os tí il cual acontecieron, pero a fuer
de discretos, cumpliendo con el refrán que
í^ioe '*coutar el milagro pero no el santo-"
También sucederá a veces que le achaque-
mos a un santo los mi I agros de otro o vice-
versa; mas, el milagro se contará tal como
pasó, sin entrar en esajeracíoues que le da-
rían mayor interés, pero que le quitarían el
mérito de la verdad.
Fácil nos seria hacer depender el éxito de
las marchas, asaltos, tiroteos, etcétera, da
alguna intrígiiilla romántica o cosa por el
estilo, aquello seria muí novelesco j tal vez
le daría eici'to atractivo a esta narración;
pero tendríamos que falsear los hechos, y
esto es justamente lo que no quereaios.
Auuíjue con püua hayatnoa visto y sigamos
viendo en este libro' hmgnídecer el arga-
niento y faltar la unídrid de acción, no nos
separaremos del camino que nos hemn»
trazador continuaremos avanzando baj
el peso de la historia, asi como los soldado
del Setiembre trasmontaron los Andes ag(
— 143 —
biadoBbajoel peso de ru ai^mamento sin
separarse ele cL
Forzoso no es declarar cpe nncstro pro-
pósito no es eticriUr la hiritoria de ]as ope-
raciones iti i U ta res q u e fi^^urau cu estas pá-
jiuasj sino relatar de esas operaciones lo
referente a la vida de campaña en sus de-
talles Íntimos, cosa qoe no cabe ni puede
cnl>er en la misión del hiíátüriador; pero
q«e se amolda pürfcotaincTite a h\ novela.
Hi^'chus estas advertencias, se^ii remos
adehiiite.
Las fuerzas exp<^dicÍonarÍa6 estaba!) for-
madas a lo lar^^o de la calle eu batalla.
La tropa de^üansaba sobre las armas, y
los ofieialee casi todos se encoutraban mon-
tados a caKallo. Por de pronto suíJ calxalga-
dura a deja batí lüuciio que desear por el as-
pee to ; e ran ca ba 1 1 üs o ni ul as de t ri ^ t í ? i ui a
figrutii; sin embargo, estando reciente me u te
fiíilídosd 1:1 potrero, se hallaban en regular
estado de pujanza.
Como a las diez comenzó el desñle.
Tía descubierta eia üoni puerta por algu-
na tropa de caballo ría.
Iba en seguida una compañía de inftiu-
tcdiij qne se llamaba compañía de vanguar-
dia.
J)eapuüsdos piezas de artillería.
Estas fuerzas marcliabau adelante para
despejar el camino.
Iky^ o trca cuadras más atrás venia el
grueso de la dinsion.
A retaguardia de cíida batallo;! tenían
BUS puestos los burros cargados con Jos
equipajes, arreados por solrladoa.
En seguiL^a de la diviíííon se vela el ba-
gaje, compuesto de una tropa de muías
que cargaban las provisión es, camillas y
cajones de c;lpsulas.
Cerca de éste, unos cuatro o seis solda-
dos de caballería arreaban un pequeño
ganado vacuno para el ratuílio de ía tropa.
Cerraba la marcha una compañía de
infanteiía, designada con el nombre de
compañía de retaguardia.
En esta forma salió de la ciudad de
Huaucajo la fuerza íjuo marchaba soTire
Ayacuc£o. Mil quinientos era próx i mam en-
te el número de hombres que la con» po-
nían,
Al mando de la dí\ision iba el coronel
lOn Marti niano Urriola.
Cerca de medio siglo antes, en 16íS8. las
tuestes chilenas habiiin pascado la bande-
trfcolor por las elevadas alturas de La
SieiTa, Si la nieve de los Andes censervara
las huellas que en ella imprime la planta
del hombre, los soldados de JSí>;^ en su
marcha hubieran ido re corrí en do las pisa-
das de los que hacía nnevc lastros por
ahí pasaron para ir a cubrirse de gloria en
Yung-ai.
Uno de ellos, uno solo, hul>iera recono-
cido la huella de su propio pié: em el coro-
nel Urriola.
Fué el único que trascurrido un inter-
valo de müdio siglo volvía a trasmontar
los Andes llevando al cinto la e-ioada con
que se segara los laureles de Yuagaí-
La primera jornada iba a ser corta j la
división pernoctan a en Pucari.
El camino era llano y ancho, atravesan-
do el este uso valle en que se eneuentra
Huancayo,
La llaneza y anchura d^.i la vía no sola-
mente hacia de.^ansada la niaicha, siao
que además evitaba que las giii^rrillas ene-
migíis pndíeran molestar a la división en
el trayecto.
Desde algunos días autos se tenia noti-
cia de que los montoneros cstorUriau con
cuantos medios les fueran posibles el paso
de lo expedición.
Los vecinos de Huaneayo ponderaban
las dificultades que habría para Lomar el
puente de Izcuchaca reputado como inex-
pugnable, y también los peligros que ofre-
cían los desñladeros en los cuales las
guerrillas fastidiaría n tenazmente y con
multiplicadas ventajas a la di vi t= ion.
La marcha de la primera jornada se hizo
sin más iuconvcuícntt:!S que el natural
cansancio de la tropa, ¡.i reducido no tanta
por la distancia reeoriida, tres leguas,
cuanto por el soroche que, aunque leve-
mente, también se deja sentir en a^uel
paraje puesto que como toda La Siena se
encuentra a gran altura sobre el nivel del
mar.
Fueron los burros quienes más dieron
que hacer aque! día. 8i mui buenoii servi-
cios prestaban, mejores moiestias ocasiona-
ban a sus conductores . Ya a unos se les
cortaban las correas, ya a otio se le dése tu -
parejaba la carga, ora este quería salirse
del camino que estaba sin cercar, ora aquel
corría tras de una pollina dejando en el
suelo sembrados los morrales y rollos.
Los ccíuductores tenían que sudar para
poner orden en el ganado orejudo.
El pueblo de Pucará se encuentra sitúa-
— 144 —
do en los confines del ralle, sobre la falda
de una colina. Sus cíisasi amonto nadas sin
orden ni concierto, forman callejones tor-
taosoB qne signen las sinuosidades del ter-
reno»
Aquellas casas, o mt-jor dicho, aquellm
Tanclios, se reian en su mayor paite dtjgiia-
bitndos.
Los alcaldes dol pueblo con sombrero
cónico de ^paaza de bnrro>>, mauta indije-
na, calzón corto, medías largas y ^htirtñ^
empuíiando en la diestra el bastoiij insig-
nia de BU majistratura, ftcndÍEin a recibir
la flívííion designando los ranchos en que
pedia alojarse,
A medida que los oficiales dejalmn insta-
lada la tropa de su compañía en algún
ranclio, buscaban en la vecindad de ella
nna choza o cutirto pequeño donde pasar
la noche.
Tan pronto como teuian alojamiento
hai.ian desensillar sus cabalgaduras y luego
enviaban a buscarles pienso. Cada uno se
preocupaba miH de cuidar sn lícatia que de
su propia ]iersona. Era preciso atenderla
con esmero para que pudiera alcanzar
hasta el iin del viaje o que por lo menos
resistiera mayor trecho. No fué difícil hallar
alfalfa y cebada i los cuadii'ipedos aquel día
no debieron quedar descontentos.
Una vez atendidas las bestias, los asis-
tentes ocuri'ian al rancho en buaca de las
raciones de sus oficiales- En el de cada ha-
taUon se habia descuartizado nn buei.
Regresaban los asistentes trayendo las
pro\'is!onea y se procedia a aderezar la co-
mida que se reducía a una carbon^wia o
cosa seuiejante*
Para esto se juntaban en rancho tres o
-cnatro oficiales. De tal suerte mientras un
asistente hacia fuego, otro coi taba la carne
y las papas, y nn tercero ib^i a traer el
agua u otra cosa.
Como a las ocho de lanodie las comidas
iban estando listas, y los oficiales a falta
de mesiis comian poniendo el plato en un
poyo o simplemente en el sinuoso pavi-
mento.
A esa hora más o menos la corneta
anunciaba qnc el rancho para la tropa es-
taba a pnnto.
Poco más tarde se dió la orden de partir
a la madrugada y todo el mundo se echó
a dormir.
Que la cama de la tropa era una fmzada
y el suela debajo de ella, será inútil decir-
lo, pues ya de esto hemos hablado antes;
i Igualmente respecto a los ofimles no ten-
dríamos sino que repetir lo dicho auterior-
meute.
Al decir que todo el mundo se echó a
dormir, nos referimos naturalmente a ka
rjne tenían derecho para iiacerlo. En f>ié
quedaliaii: el jefe tle día, nombrado i>or
turno entre los jefes y capitanes; las guar-
dias de prevención de ííada ctierpo, y laa
avanzadas que se colocaron en lagares con-
venientes püm impedir una sorpresa noc*
turua.
Los rancheros también tenían qne velar
preparando el café de la tropa,
xxxiy
Tiroteo de Acostambo.
La diana se tocó ¿ates de las tres de la
mafiana.
Sucedió este adelanto en la hora a cansa
dé nu accidente casual que mencionamos
por ser nua de las infinitas gabelas qne
suelen paí!;ai^e en la vida de campaña»
Per descompostura o sobrada prisa del
reloj de un oficial de gnardia, se tocó la
diana en nn cuerpo; imitaron esto los otroa,
y el resultado fué que todo el mundo se
levantó sin que nadie sospechara la verdad
y creyendo (jue se habia ordenado hacerlo
asi, casa mm natnral.
Cuando se conoi^ió el error pudo la jente
acostarse de nncvo después de haber estado
en pié una media hora y liaí>cr enrollado
sus frazadas; no eni eslo jjor cierto mui
divertido para individuos que descansaban
de una rnda jornada y en el reposo tomaban
fuerzas para emprender otra más pesada.
Cada compañía tenia sus burros en un
lugar separado, y ¡íntea de que amanecie-
ra los pollinos recibieron el peso de loa
equipos,
Al toíjne de ranclio ocurrió la tropa a
tomar su café, del cual también tomaban
los oficiales.
Luego partió la descubierta de caballe-
ría y la compañía de vanguardia, que por
turno fué la del capitán Soler.
Como lo dijimos, en Pucará termina d
valle.
Desde allí comienzan los cerros, los a^n-
deros estrechos, las subidas y bajadas;
una palabra, el camino trabajoso para
tropa.
El capitán Soler montaba un caballos
— 145
un. La jegua tordilla en que salió de Chi-
fla se había gastado en las marchas más de
lo que estaba y había coaclüido por ser
apéttas capaz de cargar el equipaje de sa
amo y marchar condueida por el asistente
del capitán.
Yendo a la cabeza de sii compañía, a
menudo miraba hacia atrás para conservar
la conveniente distancia déla división. Y
cuando las vueltas del camino le hacíian
perderla de vista se guiaba por el sonido
de la corneta que ordenaba descauso para
detener también la marcha de su tropa.
Altos cerros se elevaban a uno y otro
lado.
Como cuatro horas llevaba de camino
cuando se oyerou algunos disparos de fusil
por los cerros de la izquierda.
Esto no causó extrañe za porque era espe-
rado; a nadie le cabia duda de que los
montoneros espiarían el paso de la división
en 1 u gares co aven i e ntes ,
Los que disparaban dcbian hallarse a
^gran distancia: no se divisaba el humo de
ios tiros ni se habia oido el silbido de las
Sin hacer detenerse a su compañía Soler
4e un trote subió a una colina desde donde
se podia observar mejor,
Mni a lo lejos, quedando por medio una
ancha quebrada, divisó un grupo de jente
que parecia huir. Seguramente de ahí ha-
bían partido las detonaciones-
Conociendo que uo vaha la pena ocu-
parse de eso, continuó av^inaando.
Luego le alcanzó el jefe de estado ma-
yor pregiintiindole:
— ¿Qué tiros han sido ac^nellos?
— Algunos digprados desde muí lejos.
Y Soler le refirió lo que habia visto.
— No hai cuidado, entonces ; siga avan-
líando.
El capitán continuó andando.
El jefe de estado mayor seguido de sus
ayudantes paso adelante hasta juntarse con
la descubierta de caballería.
Habia pasado como una hora de ésto.
La compañía de vanguai-dia descendía y
-entraba en un valle no mni anchoen cuyo
conün opuesto se divisaba un caserío,
Alpunos disparos se ojeron hacia ese ex-
tremo»
Luego im ayadante viniendo al galope
4 i caballo se aproximó a Soler comuni-
c ole esta orden;
Que avance al trote-
- Trote ! — dijo el capitán a su coraefca.
El toque se dejó oír y la compañía toma
ose paso,
Aunr|ue el terreno en ese sitio era algo
pantanoso y los soldados tenían los pié3
perdidos en el barro, se avanzó con lije-
Luego se llegó a un piso seco y Soler
estuvo al habla con el jefe de estado ma-
yor*
— Hai enemigos en el pueblo; suba
usted con !a mitad de su compañía por los
cerros de la derecha; su teniente con la
otra mitad ataca ni por aqm abajo.
Esta orden recibió el capitán y al mo-
mentó se puso a cumplirla.
Con la primera mitad de su compañía
empezó a subir a los cerros que ijuodabaa
a la derecha del valle.
Esto, que se llamaba tomar las alturas,
era UTia de las partes más pegadas de laa
expediciones hechas en La Sierra; pero a
la vea era indispensable.
Si la mitad que quedó con el teniente
avanzaba por el plan, los enemigos hacien-
do fuego sobre ella desde los cerros cir*
cnn vecinos la diezmarían impunemente^
agazapados tms de algunas piedras.
Para atacar sin exponer inútilmente la
jente, era preciso esperar que la altura es-
tuviera dominada.
Soler trepaba con su jente empleando el
menor tiempo posible; pero el soroche im-
pedía a loa soldados ascender con la velo-
cidad que deseaban.
Algunos montoneros qne había en el
cerro se retiraban híicia otros montes más
lejanos hr.ciendo onos pocos disparos. El
capitán les hieia contestar sólo con \mo
qne otro tiro para oo gastar sns municio-
nes. Pronto aquellos se perdieron de
vista,
AI cabo de una media hora Soler con au
tropa se hallaba en las alturas que domi-
naban el valle.
Este se preusentaba a su vista como una
plaza al que la mira desde un balcón.
ííoler vio que toda la división habia lle^
gado ya al valle y estaba en descanso.
La mitad de su compañía que mandaba
sn teniente^ desplegada en guerrilla avan-
zaba hacia el caserío, o sea el pueblo de
Acostambo, que se veía en el fondo del
valle.
Desde el pueblo, parapetados tras de al-
gunas murallas, los montoneros hacían un
regalar fuego sobre la guerrilla chilena,
pero ésta seguía avanzando coa el mejor
17
í
— 146 -^
orden y alineaciou como bI estuviera en un
ejercicio.
Soler desde la altura observaba con ea-
tififacc^on la disciplina de aquella tropa de
BU compañía, era la segunda mitad de ella
y contaba unos cuarenta liombrea, Al mis-
mo tiempo avanzaba él también con su
jente por la cima de Jos cerros.
Guando la guerrilla estuvo a la distancia
conveuiente del pueblo, ti teniente hizo
romper el fncgo. Los EoMados, acostum-
brados ya a esa clase de combates, no dis-
par al jan a ciegas mal^^^astando sus muni-
ciones, sino solamente cuando velan algún
enemigo y tenían probabilidades de apro-
vechar sus cápsulas,
A la izquierda de la guerrilla marchaban
los veinticinco hombres de cal>allería de
Granaileros, listos para cargar en el mo-
mento preciso.
D esde su y en taj osa posi ci ou , cubi e rtos
por la mnrr-lia, los moutoueros sostcuian
el fuego sobre los asaltadores que adelanta-
ban por el plan y también sobre los que
mandaba Holer cu la altura.
El capitán, contestando con algunos
tiros sueltos, avanzaba con la mayor pron-
titud posible. Bu intento era tomar una
posición desde donde pudiera cortar la re-
tirada al enemigo.
Por laderas, desfiladeros, senos j hondo-
nadas se acercaba como podia al pueblo
con su tropa.
Una segunda guerrilla chigua Labia
marchado desplegada a retaguardia de la
otra para p reteje ría en caso mjt:esario.
La primera guerrilla estaba ya a míos
ochenta o cien metros del enemigo cuando
i^ste cou)enzó a mermar sns fntgos. El ca-
pitán ¡Soler desde el cerro pudo ver como
los montoneros iban abandonando sns ba-
luartes y corrían huyendo.
Por ese momento la caballería, sable en
mano, emprendió el galope por nn camino
qvie daba entrada al pueblo- Los montone-
ros miís tenaces o que no habían andado
mni vivos para huir a tiempo y los que no
habían sido hallados por el plomo de la
ínfanteria, cayeron bajo el afilado acero de
loe jinetes o bajo el herrado casco de los
caballos, y los que de estos libraron, no
escaparon de las bayonetas de los infantca
qne corriendo llegaban en pos de la caba-
llería.
El pueblo de Acostambo estaba to-
mado.
El asalto habia aido perfectamente dirí-
jído, y las disposiciones tomadas con él
mejor acierto. Aunque aquello cm una
acción sin gran importancia por ser peqae-
lio el numero de los combati untes, lo»
jefes que la habian ordenado y loa pocos
oficíales j soldados que habian tomado par-
te en ella habian dado pruebas de pericia
y disciplina ejecutando a tiempo lo día-
puesto y cumpliendo cada cual su cometida
con acierto y perfecto orden.
La división esperaba que el pueblo fue-
ra tomado para entrar en éh
Entre tanto los que la componían per-
manecían de espectadores observando el
ataf[ue, y con placer demostraban su apro-
bación por los compañeros que tomaban
parte en la acción. Cada uno sentía entre
si, y lo dt'jaba entender a veces con ¡pala-
bras, el desíeo de ser de af|uéllo3»
Acoatambo estií situado en el fondo del
valle.
Los f 11 j i ti vos trepaban los cerros para
escapar
Estos eran demasiado empinados y rtxía-
II osos para que la caballería tratitra de
subirlos.
Soler seguía corriendo por las alturas con
su jente y esperaba cortar ]a retirada a lo»
montoneros. Cuando creía que ya lo ilm a
conseguir, una circunstancia mni común en
loa combates de La Sierra vino a impedír-
selo»
ñc encontró con una profunda hendidura
del terrenOj una quebrada cuyas paredes
aparecían cortadas a pique; era imposible
pasar de ahí. Para hacerlo ei'a preciso dar
un gj-un rodeo, y éste demoraría mucho
rnás dul tiempo necesario para que los fuji-
tivos escaparan.
Lo más acertado era esperar ahí la pasa-
da de los montoneros por ei lado opuesto
de la quebrada y hacerles fuego.
Tjuego empezaron a pasar. Una cresta
de rocas tras de la cual se deslizaban» les
guarecía. Pero a intervalos la cresta dejaba
algunos claros.
Los deiTotados al atravesarlos recibían
los disparos de Soler y los contestaban sin
parar sti fuga.
LTno de esos claros distaba apenas del
capitán y su tropa cincuenta metros, qne
t^ue era el ancho de la hendedura o que-
brada.
Ke alcanzaba a distinguir mediaciamenl
la fi&onomia de los qne hnian.
Yaríos habían caído heridos o mnertos t
— Ul —
sns cuei'pos se divisaban tendidos en el
snclo.
De; pronto apareció en e! hueco un mon-
tonero cjon su fusil preparado j disparó*
Al mismo tiempo, nn soldado que tenía
listo sn rifle, tiró sobre el.
El montonero cayó de bruces,
— i Otro £il aaeol — gritó un Boldtido,
— No, — dijo el que habia hecho fuc^o,
— cayó antes..- lo vi a punto que apretaba
el disparador... se está hacieudocl muerto.
Como paríi confirmar este acertó, se oyó
una voz que f^rítaba:
— I Capitán Soler K. ,
Y algo miífi que no se alcanzó a percibir.
Alavense vio junto al recren caído el
humo de una e,\ plosión, y el silbido de una
bala hirió los oidoe de los soldados.
— A mi capitán están llamando, — dijo
nn sarjento.
— ;Qué es lo que lian dicho? — preguntó
SoIerJ
— No se entendió, — respondió el sarjen ^
to apuntando atentamente con bu rifle al
que tiraba echado do bruces.
La bala partí ó , pero no debió dar en el
blanco porque el individuo echado tornó a
hacer fuego.
—Es de pmhodf/, ^Qh^evvó el sarjento
ojendo el agudo silbido del proyectil ,
Al mismo tiempo nn soldado que estaba
junto a Soler so arremangó vivamente una
manga de su chaqueta.
En el brazo tenia un i-asguño del que
vertían algunas gotas de sangre.
— No ha sido nada, — dijo mirándose, —
me rozó el cuero no más.
Mientras tanto otro soldado había des-
cargado BU arma.
En ese instante aparecieron en el hueeo
de la cresta tres f ají ti vos corriendo hacia
arriba.
El que eetaba echado se juntó con ellos.
Al enderezarse dejó ver rápidamente su
cara.
Soler creyó reconocer al indívídno que
un día viera en la estación do Uesampa-
rados.
Cuatro soldados dispararon a la vez so-
bre el grupo enemigo. Un montonera cayó.
Los otros tres se perdieron de vista tras
de las rocas y entre éstos el que había esta-
'■j de bruces.
—Debe ser él, — murmuró el capitán;—
TO esta vez no ha logrado cumplir su
omesa,
Desjjues de estOj (jue no habia tardado
más de dos minnfcos en suceder, pasaron
todavía algunos derrotados,
Al cabo de un cuarto de hora no habia
ya nada q^ue esperar.
La división marchaba por el valle en
dirección al pueblo.
El capitán Soler tuvo que desandar par-
te del camino hecho en el cerro para
encontrar bajada. Cuando la halló hizo qne
sn jejite se sentara a descausar y aguardó
que la división entrara al pueblo para
efectuar el descenso; pues ei'a preciso no
ser muí confiado ; bajando antes los monto-
neros podian tomar la altura que él aban-
donaba y hacer fuego sobre la división,
como solía suceder; y unos dos o tres ene-
migos, aunque mis no fucmn, disparando
balas sobre una multitud de jente, tenien-
do tanto blanco, podrian fácilmente acertar
sus tiras, quedando ellos impunes por ha-
llarse parapetados tras de algunas piedras.
El pueblo de A costa rabo estaba desierLo.
Sus habitantes lo babian abandonado con
anticipación, quedando solamente aquellos
que debran tomar parte en la defensa.
A la entrada se veian cRparcidoa por el
suelo los cadáveres ensangrentados de loa
ene mi oros para quienes aquella jornada ha-
bia sido la última de su vida.
LiB ic^lesia de la población y alguaos de
los ranchos, que no er<m otra cosa Iot edi-
ficios tiue ahí se levantabaDj sirvieron de
alojamiento.
Encumbrados cerros cercaban el pueblo
y desde sus cumbres algunos tenaces mon-
toneros hacían fuego í pero la distancia eiu
mucha j las balas no alcanzaban a lle-
gar.
Lostan y Orrego estaban ya alojados eu
un mncho a la llegada de 8oler, quien ln&-
go filó a juntarse con ellos.
Eran las siete y media de la noche cuan-
do los asistentes entraron al rancho ocu-
pado por los tres capitanea llevando unaa
ollas de barro.
Una vela pegada en la pared alumbraba
aquella rústica y desmantelada habita-
ción.
— ¡Al finí — dijo Soler reoibiendo de sa
asistente un plato de caramayola lleno de
comida; — tengo una hambre digna de
Aliaga; no he comido nada desde ayer; ha-
biendo subido a los cerros no me junté con.
los comestibles que traia mi asistente en la
yegua; quedaron abajo, y yo me he dada
148 —
hoi un aynno de liennitaño*,. ¿Qoé ^iso
€8 éste?
— Cazuela de rooa,— coatestó seriamen-
te el soldado.
— Me guata tu pren;iiutíi. Soler, — díjo
Loafcm que reclinado en hli cama tenia
también un plato en el snelo frente a el j
lo examinaba moviendo el comistrajo con
una cQcliajaí— ¿qué gm'so quieres sea, sino
el de todos loe diati? caldo con carne y
papas, la diferencia puede solament4s con-
sistir en que las papas estén en majoria o
en minoría respecto a la eanie.
- — Sea por fas o por nefas, ello efi que
es til espléndida la dichosa ca^^uela.
— Con buena hambre no hai pan malo,
— replicó Orrego.
— Eso.-. — dijo Loatan moviendo nega-
tivamente la cabeza; — eso no es mni cier-
to: aquí tenemos buena hambre, pero
pan,,, ni malo ni mni bueno...
En verdad, el pan no tomaba parte en
las expediciones liechas por los chilenos en
La Hierra ; solajneute de tarde en tarde en
al^iíu pueblo habitado se vcian alcemos
ejemplarejs del alimento cuyo nombre figu-
ra en la oración dominical.
La charla coutinnó entre loa tres com-
pafieros mientras comían su sencillo guiso.
Hubo nn momento en que Orrcgo dijo a
Soler:
— Con que te has puesto al habla con el
Corso.
—Me pareció que el de los tiros era el
pájaro en cuestión.
~No puede ser otro,., te queria man-
ducar por lo visto,
—Pero hoi se ha mostrado mni cham-
bón.
— ¿PorqnéP
— Tenia yo cuarenta soldados, si !e ha-
biem bocho hacer nna descarga cerrada.,,
habría quedado ahí,
^¿Y por qué no se la mandaste?
— Por no gastar mumcíoDes.
^Tü creo, — dijo Lostan riendo,— que
Soler como los paladines de la edad medía
quiere medirse bm^o a bmzo con el Corso,
en singular y descomunal batalla. Pero el
combate La de ser a lanza.
— ^A propósito j hoi se han encontrado
unas cuantas lanzas de los indios, — dijo
Orrcgo:— note faltarán armas.*.
La caída de la vela que estaba pegada
en la pared vino a poner punto final a la
convei-sacíon,
— La Tela al caer nos aconseja dormir...
acordémonoi! de que al amanecer rolamoav
de aquí.
A esa hora el teniente Alvar estaba con
veinticinco hombres a algunas cuadras del
pueblo. Por turno le habia tocado salir de-
avanzada durante la noche.
Sentado junto a nna pequeña fogata
extendía sobre ella manos para calentárse-
las, cuando apareció Peralta, su asistente»
a quien ja conocemos.
Traía éste eu las maoos tin objeto que
no alcanzaba a distinguirse en la oscu-
ridad.
~[ Ai! mi teniente, — díjo CM?n nna voz
mni melancólica,— he tenido nn sentimien-
to muí grande,
— < Por qué hombre,— preguntó el te-
niente.
Haciendo ver a la lumbre que lo que
traía era nn pollo de regular tamaño. Pe-
ralta reapoiuíió:
— ^Este pobre animalito andaba por alii
solo en un rancho gritando pió pío, lloran-
do por an mamita.., ¡pobrecito!... medió
tanta pena el verlo tan triste, que lo aga-
rré j para que no sufriera máá, . , le torcí
el pescuezo...
Inútil nos parece decir que un rato des-
pués el compadecido pollo estaba hirviendo
en una olla.
xxxy
Toma del puente y del pueblo
de Izcuchaca.
Una espesa neblina imptclia ver los cer-
ros circnnvencinos al día siguiente por la
mañana,
A\ salir del pueblo la división se encon-
tró eu nuos desfiladeros de fatal piso, por
los cuales se avanzaba con grandes dificnl-
tades. Una mennda lluvia completaba la
la obra poniendo resbaloso el rocalloso
snelo.
Las hostias caían a cada momento, 7
siendo el sendero mui angosto, mientras se
levantaban y se les acomodaba la carga,
interrumpían la marcha, resultando menu-
das paraílillas.
Re iba de repechada y el soroche moles-
taba natni-alraente a la tropa.
Como era de esperarlo, los montonc:
espiaban k pasada de la división desde
cerros vecinos, Pero la neblina los ch
queó.
— 149 —
Sin embarco, Bospechando sin duda que
los chilenos iban jb. pasando por los deHÍi-
laderos, tiraban sus balazos a la ventara a
tr&Tes de las iitib<ís.
Las balas pasaban silbando pero sin ha-
cer daño.
Los soldados que arreaban los burros
eran quienes más tenían que trabajar; los
testarudos brutos se hacian rogar mucho
para repechar.
Con todafl esas dificultades la división
avanzaba >
Calados por la lluvia, yertos por el frío,
3adeando con el soroche, reslmlando, ca-
yendo y levantando, los soldados seguían
Cuesta timba*
El ñu de esa jo ruada debía ser el pueblo
de Izcü chaca, o STia cercanías^ dado caso
que la división Ikgara m\ü tarde y hubie-
ra que esperar el día siguiente para ata-
carlo •
El río Oroya, de que ya h eraos hablado,
después de correr medio centenar de leguas
eugrosauílo sus at^uab, se dealissa majestuo*
sámente por el fondo de una profunda y
sombría quebrada.
Las pai'^des de ¿stas son encumbrados
ceitos cortados a plomo,
Ca^i podna decii^se que el rio en esos
parajes parece im enorme canal cuyos cos-
tados Be elevan múñ de mil plé^ sobre Ja
superficie de sns aguas.
Así encajonado corre largo trecho^ pero
en cierto lut^ar, a su derecha, se ensancha
el fondo de la quebrada formando uu pe-
queño valle con la íig^ura de uua D, siendo
la raya recta el rio y la cur^ a unos cerros.
En ese pequeño valle están situadas las
blanqueadas fóisas de Tsciichaca,
Uo pequeño puente de piedra, de senci-
lla pero sólida construcción, atraviesa el
rio frente al pueblo. Tres metros de ancho
7 unos veinte de largo tiene aquella obra
que no carece de interés.
En uno de sus extremos, el quo está del
lado de i pueblo^ so eleva una torree i lia eu
cuya base veíase una gran puerta de fierro
quedaba entrada al pueblo.
Era irremisible pasar por ese puente y
por esa puerta para entrar al pueblo vi-
ido por la miiígen izquierda del rio.
1 caudal de este ticue ahí unos quince
['OS de anchura y la mitad qm¿is de
undidad. á falta de pueiíte sólo en bar*
Podría cruzarse, pero ena^j^uellos mun-
dos ni de nombre ae conoce una embarca-
ción.
El uso del puente se Lace pues indispen-
sable.
En la ribera izquierda a lo largo del río
signe im angosto camino que es el ánico-
En la derecha se ve una muralla que se-
guramente se ha construido jjara que sirva
de trinchera permatieute. Parapetándose
tras de ella se puede fusilar con la mayor
impunidad a los que a pecho descubierto
tienen que venir por el estrecho camino de
la ribera opuesta desfilando a veinfí} me-
tros de la boca de sus fusiles.
Esta defensa casi natural del pueblo es^
lo que le ha dado el nombre de inejspugna-
bíe. y en realidad tal cahficativo no es in-
merecido.
Muchos hombres tendrían que caer bajo
el fuego de los defensores aLrinclierados de
Izcuchaca antes de llegar al puente. Al
fin alcanzarían hasta él los invasores si eran
numerosos y decididos; ]Xjro una vez en él,
uua vez en el puente, faltaba todavía que
luchar contra la puerta de fierro y echarla
abajo recibiendo mientras tanto a quema
ropa el fuego de los defensores.
Si el invasor tenia balitante jente para
reponer a los que iban cayendo, al fin lo-
graría abrii-sepaso; mas, sus perdidas ha-
brían sido tremendas.
El jefe déla expedición chilena sabía to-
do esto y convino un plan de ataque con el
cual obtendría la victoria economizando la
sangre de sus soldados cuanto fuera posi-
ble.
Su plan era marcliar por sendas extravia-
das y subir a los elevadas cerí os que esta—
ban frente a Izcuchaca r dejarse caer por la
ladera, y llegar hasta el puente sin haber
pasado por el peligroso comino de que he-
mos hablado. De esta manera, los chilenos
atacando el pueblo de arriba a abajo Be ve-
rían en una situación relativamente venta*
La neblina había pasado, y luego tam-
bicnla lluvia-
La división continuaba repechando por
interminables quebradas, laderas y desfila-
deros.
Para subir a las alturas de.^de donde se
debía poner en ejecución el plan del jefe,
no había camino y era preciso ir recono cien*
do el terreno.
La subida era penosísima.
El soroche que desde la mañana produ-
— 150 -
cía sus efectos, m híicia ya insoportable.
Hasta ks bestias apenas podían avan-
zar; algnnaí? completamente exteniis^as se
echaban al sneloy era forzoso quitarles la
car^a y, para que no eortamn el püso en los
desfiladerosi, liabia que despeñarlas- Aque-
llos infeÜL^ca Uní tos cíiiu,ii en loa precipicios
destrozándose contra las rocas..- Y no era
posible hacerlo de otra manera.
No referiremos las fatít^as de la fcrcpa
porque seria repetición de lo qne hemos (ís-
crÍLo fn antüriorca capítulos al hablar del
cansancio y del soroche en las repechadas.
Si se les hnbiei'a tomado su parecer a loa
soldados, todos hubieran preferido atacar
el pueblo por el fondo d¿ la tpi obrada; míis
bien querian correr el albur de atrapar un
balazo que soportar la opresión del soro-
che.
El jefe de la división n^cíocinaba con
más cordura: las fatigas al ñn pasan; pero
la muerte...
Cada soldado pensaba por sí mismo; pero
el jefe pensaba por todos, cualesquiera qne
cayesen eran pérdidas para la división.
Después de mil agonías llegó la tropa a
Los punas*
Era más de las tres de la tarde y se ha-
bia marchado como cinco leguas.
Para coronamieuto de la obra el agua ha-
bía faltado temprano, a ¡leaar de que pocas
horas antes llovia. ¡ Así andan las cosas por
esos mundos!
En las puüas encontraron UQagran poza
de agua. Trabajo costaba sujetar a las bes-
tias para que no se lanzaran a beber prime*
roí^ue jente. Ouaudo ésta apgó su sed, se
dio suelta a los sedientos animales.
Corrían éstos a cierto lado de la poza so-
lamente, porque el opuesto era nu atolla-
dero o pantano, objeto de terror para los
prudentes brutos,
íío faltó un borrico que no hallando hue-
co en el terreno ñrme, olvidando noramala
sn nata ral filosofía en circunstancias que
acababan de (juitarle la carga para arreglár-
sela, corrió acosado por la sed a saciarla en
la orilla peligrosa.
Bebia con ansias y se apuraba sintien-
do que sus patas se hundían en el barro.
Por fin levantó la cabeza y quiso salir: pero
ya era tarde. En balde hacia movimientos
desespemdos, quería saltar, queria brincar j
todo fué en vano; se sumerjieron primero
sus patas y después su cuerpo; estiraba el
pescuezo hacia el cielo como implorando en
su desdicha; su largo hocico fué lo últbio
qne desapareció aspirando por vez postrera
el aire ralo de las punas-
Mucho hicieron los soldados por aaívar^o
tirándole lazos; pero fué imposible porque
estaLiíi a mucha distancia del terreno firme,
y además se carecía de lazos sólido^í; el úni-
co que lo alcanzó a pescar se cortó con el
peso del jumento.
Después de un corto descauso que los je-
fes aprovecharon para reconí>cer el terreno,
la tropa avanzó un poco más y ae encontró
en el borde teniendo a sus pies la prof anda
quebrada por donde corría el Oroya.
A otro lado de ésta, encima de los cerros,
se veía uti pueblo y jeiite que corría bajan-
do a Izcncbaca.
Jll eco de la quebrada repercutía los to-
fjues marciales con que los def tensores del
pueblo se preparaban a la defensa. El ronoo
sonido del bombo era el dominante.
Durante todo el día desde los C€rros ve-
cinos bahian hecho disparos al paso de 'a
divisirm. Ahora también continuaban, pero
a tanta distancia los hacían que no valia la
pena de responderles.
Poco a poco se venían acercando los ene-
migos, y ya se oia silbar algunas desusba^
las.
Aunque era cerca de las cuatro de la tar-
de, con venia atacar ese mismo di a para no
tener que pernoctar en las punas a la in-
temperie.
Se montaron la piezas de aitillería en nn
lugar conveniente para impedir a los del
pueblo de Izcuchaca la retirada a ios ce-
rros,
Hlste pueblo, que como sabemos estaba
en el fondo de la quebrada, no se alcanzaba
adi visar todavía.
demandó descender un batallón de iu-
fantería por cierta parte y el otro por otra,
de manera que el puente quedara entre loa
dos.
La artillería rompió el fuego sobre Io3
que en el lado opuesto bajaban al pueblo-
La infantería comenzó a descolgare por
la falda del cerro.
Grande fué sin dada la consternación de
los defensores del pueblo cuando viei'on las
enormes alturas que tenían a su frente co-
ronadas por los chilenos que dominaban
con BUS tiros la población y el puente. Sia
cmoargOj ocultándose tms de las i^rcdes j
deut^ro de las casas hacían fuego hiicia arn-
ba.
La bajada era dificilísima. La falda del
— 151 —
ce^TO er& casi tan pendiente como una pa-
red j cual ya lo dijimoB* Para descendcL' se
hacia necesario ir agarrándose con lii§ ma-
nos. Ademila, inirar hiiycia abajo caustiba
TÓrtígoB: aquella altura de mil pies era para
liacer bambolear la cal>&za más sólida.
Inútil ea decir que laa l>eatiaB no pfjdian
bijar por ahí.
Poniendo un pié aquí, otroalbi, sídtando
uu poco, resbalando mucho, magulláudo-
Be, y raapiLTidose, la jentc iba dcíicendiendo.
Loa BoMadoB teniendo que guardar el
equilibrio, rara vtz podiai:i diaparar aus ri-
flea, puei constantemente teiiian que ir afir-
mándose con las manoB»
Para colmo de* . * molestias, habia una
■cantidad de qvhros de aguzadas espinas,
duras como si fueran de acero , que paBaliaii
a travea de la E^iuela de las botas como a
través de un i>apeK
Pmocupados eu no desjiefiarse, los solda-
dos poco paraban la atención en loa eílbi-
doa de laa balas enemigaa.
Naturalmente en su descenso hacian ro-
dar una multitud de píedrecillas que loi
que iban miía abajo recibí a u en la cabeza.
El que llegaba a algún hueco o lugar
donde podia afirmarse convenientemejite,
di aparaba su rifle si veia enemigos, y stí-
guia bajando.
Solamente en la mitad del desc.enso ae
les presentaban a la l^ista el pueblo y el
puente de Izcucbaca.
Esto aumentaba sus deseos dé llegar al
íin.
Un oficial fué el primero en llegar al fon-
do de la qnebraday sin vacilar corrió hitcia
el puente htista llegar a la puerta de fierro.
Esta era de reja y loa defensores tras de
ella hacian fuego para barrer el puente.
La reja hasta un metro de altura eatiiba
atrancada con una trinchera de piedras.
Esto favoreció al oficial que quedó acu-
rrucado en el ángulo formado por el suelo
y la trinchera mientras loa tiroa de los de
adentro pasaban a doa cuartas encima de su
cabeza. No tenia mas armas que su sable:
imposible le era luchar en ese momento; au
sable nada podia hacer a través de la reja,
y loa enemígoa lo habrían fusilado a que-
ma ropa.
Los aoldados oue iban más cerca del fon-
'í o de la quebrada ansiosos buscaban donde
isar para ir a juntarse con el oficial que ya
acia un rato ce encontraba al pié de la
>uerta de fierro. Por temor de herirlo no se
atrevían a tirar sobre los montoneros que
disparaban sus fusiles por encima de éh
Al fin saltaron al camino doa o tre:í, y
de ahí corrieron al puente. Lueo;o ae junta-
ron otros, y con esa propensión naiural
que tiene el soldado chileno de buscar la
pelea con su enemigo cuerpo a cuerpo, se
arrojaron sobre la reja sin que les intimi-
daran ]&s balas que les saüan al encuentro.
Allí se hallaron con lob defensor ea de la
puerta como doa amantes que hablan a tra-
vés de una verja,
Esa situación no podia durar más de ua
segundo.
Ahí fué. Al chocarse di a pararon sus ri-
fles loa que los tenían cargados; cayéronlo»
heridos, y los montoneros que íml>ian sal-
vado, conociendo que ya no podíau resistir
unís, corrieroB h/icia adentro.
La reja impedia a los chilenos seguir traa
de ellos.
Desde algunos metros máa adentro los
más tenaces de losdefensores gu a rtici endose
tras de alguna esquina o pared persistíaa
disparando sua armas.
Pero la mayor parte se había declarado
en derrota y huía hacia lod cerros segnm
de que mucho tiempo haVu a de pasar antes
que loa chilenos dcnibaran la puerta de re-
ja, que era de fierro.
Una cruel decepción esperaba a los fuji-
tives que creían salvar.
Desde laa altura.^ del lado opuesto del
no los chilenos dominaban con ana fuegos
cl pueblo y los cerros por donde podían
huir. El mortífero plomólos alcanzaba y
cortdudülea an carrera los hacia caer rodan-
do por el suelo.
En el puente se iba juntando cada vez
mayor BÚnioro de chílenoa.
Con furor remecían la reja que era de
barras con más de cinco centímetros de
grueso. Sin otra fuerza que el vigor de los
bracos era imposible derribarla.
Adem;j5 la triuchera de piedras que ha-
bía por dentro era otro impedimento para
abrir la puerta.
Alguien divisó que en la parte alta de
ésta faltaba un barrote, dejando un regu-
lar hueco.
Por ahí entraron tres o cuatro y se pu-
cícron a deshacer la trinchera, lo que en un
instante consiguieron.
Xotóae entonces que un gnieso cerrojo
con llave sujetaba la puerta. Era preciso
forzar la cerradura.
\
— 152 —
Algunos balüZDH disparados contra ella
fueron impotentes.
Eato impaeíeTitaba naturalmente al jefe
de ía división qn^ habia sido de los prime-
ros en llegar al puente.
— Golpeándola con estas piedras tal vez
se logre.., — flijo el capitán Lostan que ahí
se hallaba, mofitrando doa grandes piedras
que babia mandado buscar coa dos solda-
dos.
— Haga la prueba,- — coutestó el jefe-
Si rvicndose de aquellas piedras como de
mazos, dos fornidos soldados consiguieron
a poco afectuar la a}iertura de la puerta.
Como una ola ae precipitó la jente por
ella tropezando en ios cadiíveres de los mon-
toneros que ahí habia o sucumbido.
Sesenta u oclieuta chilenos que eran los
qne ya habían llegado se derramaron por
el pueblo.
Aun quedaban muchoa montoneros que
no habían huido, tal vez por temor a ios
fnegos que lanzaban los soldados de las al-
turas a los ftijítívos, 7 conñabaa en la so-
lidez de la puerta de fierro, que quizás re*
siatiria hasta la noche, cuyas sombras ya
comenzaban a extenderse sobre el pueblo ;
con la oscuridi^^ habrían podido huir sin
peligro*
Corriendo por las calles, entrando a las
casas y esparciéndose por todas partes,
pronto los soldados hallaban a los enemi-
gos, uno por aquí, dos por allá. Scguia una
breve lucha cuerpo a cuerpo, de individuo
a individuo; elóxito no era dudoso; el der-
rotado se deíiende mal ; en pelea mano a
mano, los montoneros carecían de fuerza
física y de fuerm moral para resistir el vi-
goroso brazo del vencedor.
La noche, como sucede en esos parajes,
habia caído casi repentinamente, y pronto
no quedó enemigo con vida en todo el pue-
Uo.
La guerra qne se hacia en La Sierra era
sin cuartel, a muerte. De ambos bandos,
los enemigos no poilian esperar piedad.
Los soldados continuaban desccndíeíido
por el deí5if)eñadero. Con los píes saeteados
por las espinas y la cabeza abrumada por
el ruido atronador de las detonaciones que
repecurtian en la quebrada ensordeciendo,
b&jaban poco a poco buscando donde asen-
tar el pié*
Asi como al detenerse el péndulo de un
reloj todas las ruedas de la máquina de-
jan de moverse y las manecillas quedan
marcando una hora y sin andar para ade>
lant^ ni para atrás, asi al entrar repenti-
namente la noche los soldados descendentes
quedaron siu poder avauzar ni retroceder»
bajar ni subir. Si a la luz del dia era difí-
cil hallar dónde apoyar la punta de la bota,
en la noche se hacia imposible. Era nece-
sario no solamente desechar la preteusion
de seguir adelante, sino permanecer quieto;
con el menor movimiento se despeñaría, j
una caida de centenares de pies es el medio
más rápido y seguro que la naturaleza pro-
porciona para romperse todos los lineaos.
Era forzoso resolverse a (|uedar ahí como
un mono estampado en una pared. Sopor-
tar ahí el frió terrible de la noche, la falta
de alimento y la sed consiguiente produci-
da por la fiebre de la pesada jornada, j
todo eso cuidando de no dormirse ni cabe-
cefir siquiera para no perder el equi-
librio,
¡ Qué noche para aquella jente I
Diae después alguaos soldados reidor da-
ban íjuc uno de bs que quedaron en taa
plájatica situación fué el renegador sarjenU>
Garrí on*
Aquel hombre con un pié en una piedra
y el otro en otra, abierto de piernas como
el coloso de Rodas, blasfemaba más que
los fabricantes de esta maravilla*
— [ Maldición i —vociferaba,— ¡aquí es-
tol con un pié en el purgatorio y otro en el
infierno 1 ... ¡cómo demonios voí a pasar la
noche condenado vivo!... ;máa que me tiro
de cabeza para i^ue me lleven de una vea loa
grandes diablos!.*,
— No haga tal, mi sárjente, — gritaba na
soldado de lUiís abajo; — si se tira pasa a
llevarme y caemos revaeltos,-.
Los montoneros que habían logrado huir
por los cerros de la derecha del rio echaban
sobre el pueblo enormes galgas que al caer
hundían el techo de los ranchos próximos
al pié de la empinadísima pendiente, y dia-
paraban algunos tiros sobre la población
í|ue estaba llena de soldados.
A pesbr de la oscuridad hubo que man-
dar una compañía para ahuyentarlos a
balazos y quedar de avanzada con el fi.n de
impedir que durante toda la noche estuvie-
ran aquellos molestando. Dando cierto
rodeo y marchando a tientas logró la com-
pañía ejecutar esto; los montoneros se al*
jaron batiéndose en retirada.
Las bestias con los equipos y el rancl"
— 153 -
^le la tropa habían quedado en laa punas-
IjO que vale tíinto como decir que aijuella
noche no tabria abrigo m alimmita, cir-
^innstancia que tiene escasísima fcracia
deapuüs de una penosa jornada j de haber
caminado lo suficiente para dijerir veinti-
cuatro veces la coQiída tomada veinticua-
tro horas antes.
El pueblo estaba deshabitado y falto de
recursos* Todo lo comestible que se halló
fué un medio saco de jxan y uríiíi cuatro o
sei B jL!f al 1 i uaa , . . ¡Qué seria aquel I o pa ra q ui -
nientos o teíís Itouibres cu vo apetito se es-
taba acumulando desde la noche a n te-
nor L.. I Feliz el que lo^j^ró siqíiíerti ti^Tier
noticia de tan fausto acontecimiento,!
La i íí lea i a y laa casi^ sirvieron de aloja-
miento a la tropa.
Después de haber Cistado al^runua horas
en la plaza del pueblo conversando sobre
los sucesos del día con sus compañeros,
Soler y Los tan se metieron ea un cuarto
para pasar ahí la noche.
En el cuarto baVjia uua mesa y un poyo
de adobes; era todo el ajuar.
Lostan sacó de su maletín un cabo de
vela envuelto en un papel y lo encendió.
Una mirada bastó a los dos capitanes
para comprender que el mejor partido que
podían tomar era acostai'se en el poyo bus-
cando previamente un adobe ijiie les sirvie-
ra de almohada.
Así lo hicieron.
Sus oalmlloscüu loa equipos habían qne-
düdo en las punas y de cousíg-mcnte no
íeniau mus abnVo Cjue lo puesto^ como en
jeneral todos los que estaban en el pueblo.
Acostados se encontraban ya cuaado en-
¡tró el capitán Aliaga.
— ;Han logrado hallar algo?
Estas fueron sus primeras palabras.
— ^Un poyo,— contestó Lostan.
— I Un pollo!— e:[c!amó Alia^ con aire
Toraz.
— SU tin poyo>.. ¿sbe en que estamos
acostados... el apetito te hatíe confundir la
y griega con la elle, y ves un pollo de pico
y plumas donde haí un ix>yo de barro y
adobes.
— ¡Quédiantrel me has embromado...
T qué vamos a hacer. Tengo tanta hambre
'f esfcoi tan vacio que ya se me junta el
aero de la barriga con el del espinazo.
— Lo mejor que podemos hacer,— dijo
"oler,— es buscar eo el sueño el olvido del
petitou
— Ti'atü remos de soBar, — anadió Los-
tan,— que nos encontramos en Yalpamiso;
hoi es 1 5 de setiembre y ademíiSi sábado;
segurameote habrií allá esta noche baile de
milpearas para comenzar las fiestas del 18.
Creeremos estar en él y que salimos un rato
para cenar un ají rada ble francachela,,, naa
cazuela, un valdiviano, una tortilla de eri-
zos, una...
— I Basta í— tiritó Aliaga tragando la sa-
liva j — se me está liquidando hasta la len-
gua.,.
Lo?^ halíitantes al desampamr el pueblo
se habiau llevado naturalmente todos los
víveres.
La,s cuatro o seis galHíias que encontra-
ron los soldados debieron qnedai^se clandea-
ti ñámente escondidas.
Un gallo, más cauto que las dama^s de
su ficrjallo, trepado en un techo escapíjiba
del jeneral retorcimiento do pescuezos ga-
llináceos.
Era tarde de la noche; la tropa echada
en el suelo dormia con ese sueño indeciso
del que tiene exhausto el estómago*
Reinaba el silencio niiU completo*
A esa hora que ¿utes Uamalxin el galicí-
nio, siguiendo por instinto la costumbre de
los de su casta, sobre el tedio enderezóse el
bien librado gallo, batió las alas, estiró el
cuello y exhaló el lUii^ souoro ¡qukpuríqui!
Como al oir la trompeta del juicio ñnal
se levant:irán de un golpe todos los muer-
tos, asi al oir aquel espléndido /^íííJ^mrí^M»/
se levantaron de un brinco cien soldados,-.
¿ Alcanmría ar^uel gallo a lanzar otro
(¡¡uif^mñquí? — No lo creáis lector.
Antes de que tuviera tiempo de tomar
resuello para hacerlo, ya estaba despl ama-
do, destripado y descuartizado adentro dft
una olla.-.
Cuando apareció la luz del día, desdo la
plaza miraban los chilenos el empinado
cerro por donde habían bajado.
Echando la cabeza atrás para alcanzar a
ver la cumbre-, se admiraban ellos miamos
de haber podido bajar por ahí.
Se veian pegiulos en la pendiente mu-
chos soldados de los que ahí tuvieron que
pasar la noche ; parecían moscas que ae haa
parado" en una pared.
Aunque habia luna casi llena, la melan-
cólica luz del satélite no habia alcanzado a
traspasar los esjKJSOS nublados que cubrían
el cielo. Ami ain nubes, solo poco ¡íntea de
18
tu
amanecer su Iue Iiabn a penetrado en la pro-
funda quebrada.
Poco a poco fué llegando la jeiite*
Luego también comenzaron a arribar las
bestias que desde las punas tuvieron que
dar ñu rodeo para tomar el camino. Lo 9
conductores de ellas habían tenido que
pasar miii malos ratos. Muertas de liambre
querían lanzarse en busca de alimento.
Era entonces el trabajar por contenerlas
en medio de la oscuridad de la noche j en
campo abierto. Por fortuna muí pocas se
extraviaron llevándose sobre el lomo los
equipos que cargaban.
Como era de esperarlo, entre loa Que
pasaron la noche de plantón, muchos se
enfermaron gravemente. Algunos amane-
cieron casi helados, entumecidos, y con
grandes difieultatíes hubo que bajarlos
amarrados como quien echa un balde a iin.
poKO,*,
Ejecutando esta operación, entre los
floMadüs que la llevaban a cabo solia algu-
no de buen humor decir:
— Esto me hace acordarme de una \ez
que bajamos a un San Antonio de un ni-
cno.
Y otro agregaba dirijicudose al infeliz a
quien arriaban:
— Padre mió San Antonio, Memos el
milagro de sacarnos do tantas pellejerías.
Desde que apareció el dia oficiales y sol-
dados se afanaban al estar desocupados en
sacai^e de loa pies las espinas clavadas en
el descenso.
Algunas de estas picaras se habían res-
balado tan adentro que los mcílicos de la
división tuvieron cpe hacer tajos para ex-
traerlas.
¡y marche usted por aquellos andunia-
les con un tajo en un pié!
Estos no podían por lo menos negar que
aquel paraje merecía bien sn nombre de
Izcuebaca, que en la lengua de los que se
lo pusieron quiere decir sr puente de las
espiuasí.
Ese dia em preciso descansar en el pue-
blo ', se tenia que esperar que Ja tropa se
juntara j que comiera.
Los montoneros iban siempre tras de loa
talones de la división.
Pronto aparecieron en las cumbres de
los cerros que dominaban cl pueblo lanzan-
do galgas y bahis.
Tirando ellos de arriba para abajo, sus
proyectiles alcanzaban perfectamente; pero-
Ios nuestroa^ de abajo para arriba^ avo ¡lec-
han hasta la mitad ; tan altos eran ai:jUello$
montes*
llulw que mandar piquetes en diversas
direcciones píira poner orden en aquello.
Lfüs montoneros tenían la ventaja de
conocer ol terreno í pero nuestra jente can
la práctica se hahia hecho mui diestra en
esa clase de guerra : arrastrándose y agaza-
pftndose, solia llegar a alcanzarlos j les ju-
gaba bromas mui pesadas. IVfüs de treinta
pagaron ese dia con la vida su temeraria
tenacidad en molestar a Ui división.
D« esa manera se les alejó para que no
pndieran lanzar s( fbre el pueblo sus balas
t|ne viniendo de arriba para abajo taladra-
ban los techos T se aparecían de visita en
los ranchos donde estábala tropa, ni tam-
poco sus galgas que entorpecían las vi as de
com unieron.
La puerta de fierro en qtie tantas espe-
ranzas fundaban los defensores del pueblo^
fué arrancada y arrojada al rio ea ciei'to
lugar de donde difícilmente podrá ser ex-
traída. Así se evitaba que al regreso de la
divÍBÍon pudiera servir nuevamente de es-
torbo*
Los fusiles que so tomaron fueron des-
truidos, conservándoac solo los de sistema
dePeabody para armar con ellos a los arríe-
ros. Igual suerte corrieron los bombos que
tanta bulla metieron el dia anterior.
XXXVI-
Subir hasta Huando.
De Izcuchaca hacía el oriente sale un ca-
mino por la márjen derecha del rio.
Por ahí debía continuar su marcha la
división.
La via signe por el fondo de la quebra-
da, A ambos lados se ven prolcn|J'arse los
elevados cordones de cerros que la forman*
Desde sus cumbres los enemigos podían
prosejíuir en su tarea de molestar el paso
de la tropa expedicionaria con galgas y con
tiros.
Para evitarlo el único medio era hacer
tomar previamente esas alturae por tro]
nuestra.
Así se hizo*
. Se tomó también otra medida muí cor
' veniente: salir antes de amanecer. En '
— 155 —
oscuridad los montoneros no podrían fijar
«US punterías.
A las cuatro msta o menos de la mañana
flG emprendió la marcha.
Ánnque había Inua, su luz no alcanzaba
hasta el profundo fondo de la quebrada.
La tropa marchaba en medio déla osen-
rídad haciendo el menor ruidcj posible jai n
fnmar, pai'a no ser oi^la ui vista.
La avanzadas chilenas de retaguardia y
de la izquierda del rio se habían juiítíido
recientemente a la división.
Con antelación se habia mandado dos
compañías para tomar las alturas de la d'>
rechae init^edir las galgas, Pero tomarlas
todíi,^era Q-áú imposible a consecuencia de
algumis i[uebradas que noí permití remos
llamar afluentes üe la principal.
Para explicar esto supongamos que la
divirtion marcha por una larguísima calle
en una ciudad. Desde los techos de las tía-
sas los montoneros echan galgas y tmlas.
Se manda una compañía que marche por
encima de los techos e impedida esto,
La couipañía lo ejecuta y todo anda mui
bien durante uua cuadra... ahí se encutn-
tra con una calle traviesa; los soldados ca-
recen de alas para volar como los pichones
de los techos de una cera a los de la otra;
tienen que bajar hasta el pavimento de la
ealle y volver a subir: esto se repite cada
cnadra y va dejando tiempo a los aiouto-
neros paní qne guardando una distancia de
dos o tres manzanas hagan sus tnwesuras
contra la división cajo krgo es de varias
cuadras.
Lüfl quel>rad¡is que hemos llamado aflu-
entes desempeñaban el oficio de calles tra-
viesas.
Los montoneros, que como los ratones
en sus cuevas debían estar con el hocico de
fuera observando si se alejalja el gato, sin
duda sospecharon que la división se ponía
en movimiento.
Luego sintieron los soldados el ruido
atronador de las galgas hilcia ar retaguar-
dia: loa enemigos venían algo atrasados y
ans piedms no caian sobre la división. Sin
embargo la compañía de retaguardia tenia
que tomar algunas precauciones.
Aquel paraje era como hecho expresad-
mente para las galgas. Una piedra del ta-
maño de un hombro arrojada desde la eum-
caía arrastrando una multitud de pe-
^ que se chocaban y rompían como gra-
las. Áqnello formaba un estrépito ensor-
ledor ^ue atronaba ei ámbito de la q^ue-
brada. La galga que al principio partiera
so [a, llegaba al fondo trayendo en a a séqui-
to cincuenta o cten quintales de piedras
destrozadas y cayendo con la velocidad de
las balas.
Las compañías que ibin por las alturas
tiraban sobre loa que arrojaban galgas.
Aunque eu la oscuridad no veían a aquellos,
por el ruido de óitas adivinaban su posi-
ción.
Luego los Tuontoneros contestaron los
fuegos.
Era un bello espectáculo el que í^f recia
a la vista de la división el centelleü dL^ los
disparos. Sus luces rápidas y fugaces pare-
cían fuegos fatuos. Arguello tenia algo de
fantilstíco: en la oacnrukd y a la altura en
qne se hallaban los tiradores, era de itnaji-
narse ver una cantidad de estrellas «fUe ae
enccudian y apagaban si multiinea mente.
Algua soldado solía decir:
— ¡ Buen dar I qué cholos tan arrevesíi-
dos.,, encienden los fuegos del 17 eo 1%
mañana,
A que i soldado recordaba que ese día era
el 17 de setiembre, cuya nocUe es de fue-
gos artificíales en Chile.
Algunas balas llegaban silbando hasta
la división; pero no se contestaban: habría
sido ofrecer a los enemigos fijeza para sna
pTinterías sin provecho, pues ellos debían
estar atrincherados tras de algunas piedras
y a tanta altura que no recibí rian daño.
Cuando empezó a amanecer, la división
habia pasado la parte miU peligrosa*
Para evitar las galgas se habia resuelto
hacer la martíha por laa alturas.
Se iba subí cado por nn desfiladero ctiyo
piso era tan escabroso que costaba enorme
trabajo h:icer pasar las bestias.
A veces angostaba tanto el paso, tenien-
do el CLTro a un lado y el vacío al otro,
que era necesario de.<icargar los anímales
para que pudieran pasar. Todo cao ocasio-
naba paradinas y demoráis capaces de abar-
rí r a todos los santos de la corte ccíestiaL
Mientras tanto los montoneros desde laa
cumbres vixinas seguían a la división ha-
ciendo disparos.
Es una cosa verdaderamente desagrada-
ble esto de ir por un camino o desfiladero
a pecho descubierto mientras íudivldnoa
desde arriba de un cerro, escondido» traa
de piedras, estén tirándoos una, otra y otra
bala, xK}co a poco, *a pansa y dui-ante horas
y días j semanas,-- Cada uno de los indi-
— 156 —
Tiduos qne en mm división m enciientmQ
en ese cuso, puede considerar como uua ra-
ra caaualídad eer el elejido pof utia de esas
talas aUladas; ptro tampoco eetá ftegiiro
de lü contrario; aL oír el agudo silbo de un
proyectil, bien podrá decir9e:jj¿Si será pa-
ra iní?„
En una lotería baí ti)il individaos que
coKiprí*n su boleto; lio cabe duda de ijue
cada uno tiene la esperan:£a de ganar el
preniio.
Al^^o semejan te.., pero al revés, bien po-
día suceder a cada cual de los soldados bk-
pedícíonarios.
En uua gran ba Dalla Imi lluvia de balas;
pero hai entusiasmo, estruendoj uiovimieu-
to, se ataca, se pelea; a tí hace mucho j se
reflexiona poco.
Eu uua marcha como la de qiie tratamos
lio hai nada de esto: se camina paulatina-
mente con toda calma al paso tardío del
can^aucío; no hai baila ni entusiasmo; se
liace poco y hai tiempo para reflexionar.
¡Sin que merezca el nombre de cobarde
un hombre puede sentir, no diremos miedo,
pero si un molesto desagrado de que cuan-
do va caminando trauíiui lamen te, a cada
pocos minutos le estén hacieudo silbar una
bala por las orejas, así, a sangre fría.
Diversos piquetes de tropa iban toroaiido
las alturas vecinas para mauteuer alejados
a los montoneros.
Pero en aquellas serranías tan quebra-
das los picos eran tantos qne hacían impo-
BLbie ocuparlos todos.
Sin embargo, los oficiales con la constan-
te práctica se habían hecho diestros, y los
qne con una compañía o uo pif[uete iban
a dominar uua altura, solían situarse de
manera de abarcar con sus fuegos el mayor
espacio y protejer del mejor modo la pasa-
da de la división;
Inútil será advertir que lo de trepar a
ks cumbres fatigaba horriblemente a las
compañías o piquetes* Marchando por loa
escabrosos senderos ya la división iba ex-
tenuada por el cau&aucio j el soroche; aho-
ra a loa qne se les mandaba tomar alturas,
era como darles miel sobre hojuelas... al
reve^.
Diremos desde luugo, para jjo estarlo
repi tiendo j que esta jarana era la historia
de todos los dias.
En beneficio del buen orden, se alterna-
ban diariamente los dos bíitallones de in-
fantería: cada día entraba nno de ellos de
servicio, j a él le tocaba dar las compañías
de vanguardia j retaguardia, las avauKa*
das, los piquetes para dominar altuíns,
etcétera. Igualmente ía cabtvllería se turna-
ba en los servicios de su msorte, un día
Grauiuleros y otro Carabineros.
Las camillas il>an auuientaudo de dia
eu dia con los enfermos y heridos. Esta
em algo de lo que mayor mortificación
ocasión aijíu Los soldados que con tanta
fatiga arrastraban su propio cuerpo, tenían
tine soportar sobre sua hombros el peso de
sus comí (añeros imposibilitados.
Entre cuatro hombres llevaban una ca-
milla, v era preciso destinar diez y seis por
lo menos para cada uaa de ellas, de mane-
ra que aquellos pudienia rcmudai'Se.
Mucho era el trabajo, j^ro cómo no
hacerlo; cómo dejar en el tránsito abando-
nados a aíjuellüs infelices enfermos o heri-
dos para íjue f nemn atrozmente asesinados
por los enemigos.
Gomo a las dos o tres de la tarde üegá
la división a Isia cercanías del pueblo de
Huando que se encuentra en uua planicie
poco accidentada.
Desde un collado se divisaba todo d
Í>ueblo y se veía gran número de jcnt-e en
a plaza.
íío se sabia sí aquella jeute estar i a ahí
reunida para resistirse al paso de la divi-
sión o si señan Iiabitautesá tranquilos-
Siendo nuestra división una expedición
pacificadora, no se atacaba ni se hacia el
menor daño a ningún pueblo qne no se
mostraba hostil.
Prcuto se sahó de dudas.
Desde el puebio tiraron algunos fusila-
zos a la tropa que iba mú^ a vanguardia*
Se ordenó montar un canon y se les
mandó nn cañonazo a los del pueblo _
Luego huyeron los hiiaudinos sin hacer-
se mucho rogar.
Perdiéronse por las quebradas y se Iiíko
imposible perseguirlos.
Poco después la división entró en Huan-
do y alojó ahí.
xxxvn
Un 18 de setiembre poco divertidle
El dia siguiente era el 18 de seticmbD
Antes de que clareara ya estaban 1-
— 157 —
ic] dados carg^aiido loa borros; este ei"a el
principal y único preparativ^o para conti-
nuar la marcha*
Por sil parte loe oficíales haciau ensillar
sua caballoH o muías.
Varios m encontrabaa ya a pié. Con las
marchas sqh cabalgaduras se habian j^rasta-
do de tal manera que uf> podian cuu sus
amos, j estos se daban por satisfeclioa lo-
grando que continuaran con las sillas para
no perderlo todo-
El capitán Lostau era de los que se en-
eontniba en este caso,
^-Monta en mi yegua, — le dijo Soler.
-^Pero, ¿podrá con mi humanidad?
— Seguramente; ha venido descansada
todo el camino trayendo solamente los
equipos; pondremos estos en tu caballo,
¿te paroce?
Losbkn aceptó.
A|)énas estuvo claro, partió la di\ision.
Annqne no con tanto ahinco cual lo hi-
cieron el di a anterior, luego se dejaron oir
los montoneros.
El ñn de la jornada de ese di a era la
ciudad de Huaneayclica.
En las primeras horas el terreno que se
recorría favorecía poco las miras de los
montoneros,
A cgo de medio dia 3a división se en-
conti^ba en un valle de pintoresco as-
pecto.
Concluido el valle, el camino segnia por
una qnebi'ada cuyos costados eran altas
montunas.
Saltal^a a la vista el peligro de internar-
se en olla siin que con antelación se toma-
ran las alturas.
Se dio descanso a la división e Ínterin se
mandó subir una compañía a la izquierda
y otra a la derecha.
La de Lostau fué a la izquierda;
Un guia acompañaba aí capitán: era un
paisano montado en una muía*
— ¿Va usted a trepar el cerro monta*
do?— preguntó Lostau al guia viendo ^[ue
no se apeaba.
— Sí. pues; — contestó el guia.
— Pero, ¿habrá camino para bestias?
— Cómo no.
— ilagnifico; subiré también con mi ye-
gna,^ — respondió el capitán animado con la
respneRta del paisano.
La ascensión comenzó luego que en
un minuto el capitán hubo tomado todas
las medidas convenientes que Labia ido
aprendiendo con la pntctica. Habia nna
m altitud de pequeñas precauciones sin las
cuales 80 breve ni an después mui graves di-
ficultíides: ilenar de agua las caramayolas,
para no ser acosado pur la sed ; no llevar en
la compañía los individuos de más dchil
complexión porque retardariau la marcha
de los deniiis ; hacer que cada uno sólo He-
vara sobre su cuerpo lo indispensable para
que el peso no le cansara; llevar cuenta
exacta del número de jeuto que le acompa-
ñaba de maneía (jue al llegar a la cima su-
piera si alguno f litaba para hacerle buscar,
pues pedia haberse despeñado o haber sido
herido sin que nadie le viera. Estas y otras
muchas previsiones largas de enumerar se
hacían indispensables; el oficial veterano,
aguerrido, no olvidaba ninguna i con despe-
ja y rapidez tomaba sus mediílas sabiendo
que un olvido podía ocasionarle mil tropie-
zos y otros tantos sermones... o algo peor,
A medida que la compañía trepaba j la
pendiente se iba haciendo miís rápida.
La yegua que montaba Lostan res pi ra-
ba con fuerza urjida por el soroche i anda-
ba algunos pasos, se detenía para respirar;
adelantaba otio ¡toco tropezando y volvía
a pararse ¡íara resollar; tan abatida se moa-
traUi, que ya el capitán pensaba en apear-
se... pero no tuvo tiempo de hacerlo. La
bestia allá entre sn deprimido ángulo facial
debió resolver mostrar de un modo tan elo-
cuente como lacónico su cansancio; se echó
al suelo,
Lostan estaba hsto y pudo libi-arsus
piemas.
— "Maldita yegua!— exclamó;— ¡ahora
sobre subir a pié he de ir tirando a este
animal de las riendas],,.
No habia tiempo para vacilar.
Cojió las riendas de lü bestia que alivia-
da del peso de su jinete pudo levimtai'se,
y echó a andar.
Poniéndose cada vez más empinada la
falda del cerro, la tropa tenia que repechar
arañando.
Llegó un momento en que ni la yegua
de Ijostan ni la mnla del guia podían avan-
zar.
—Y usted me habia dicho que habia ca-
mino para las bestias ^ — dijo Lostan apos-
trofando al paisano con mal humor.
— íSi haí camino, capitán... dando un
rodeo por ahí,
—No se trata de dar rodeos sino de su-
bir rectamente... en dar vueltas perdería-
mos una hora y la división tendría que ce-
— 158
tar esperando... ;cümo sg le ocurre!, • .
y Lostan ahogó una intcrjeíxíion.
lío le faltaba motivo para n?negar.
Abanflonar la y<^gtia era perder bestia j
montuní , lo que no era un liado negocio
en aquellas circunstancias.
Kefie^íionaudo un poco, añadió:
—En fin: ja no hai otro remedio; váya-
Be usted por el rodeo y llÓYemti la jegna.. .
Y soltando las riendas siguió repechan-
do.
Lo cierto era que el guía con ocia bien
los caminoHí jiero no los cerros, a los cua-
les nadie tenia para que sabir. De la mis-
ma maniera que algún individuo conoce
perfectamente bien las calles de una ciu-
dad ; pero no los fceclios de las casas.
Con el reí?nello cortado por los jadeos
llegaron por fin lossoldüdos a la cima.
Los cerros, y especialmente los de La
Sierra del Perú, son mui engañosos mira-
dos desde abajo ; se ve una cumbre, (jue
parece la m;ís alta; pero naa vez en ella se
encuentran nuevas altunus sucesivas y es-
calonadas, sieoipre ascendentes.
Diremos, pues, que la compañía llegó a
la cima del primer cordón, o sea al primer
peldaño de la colosal escalera. Alanos
montoneros se retiraban a la segunda dis-
parando fusilazos. Iban mui lejos y era inú-
til perseguirlos. Se le contestó con tres o
cuatro tiros y lue^^ose perdieron de vista.
Sentóse Lostan en una piedra y pudo
contemplar a sus pies el precioso panora-
ma que presentaba el valle. La división
aparecía como una mancha os*mn\ cit el
césped. En los cerros que tenia a su frente
divisaba a la otra compañía que había to-
mado esa altura,
Repartió el capitán reducidos piquetes
en diversos puntos dominantes y luego pu-
do esperar tranquilamente que sin riesgo
pasara la división,
Al cabo de un rato se apareció el guia
que dando rodeos había logrado llegar con
la muía y la yegua.
Prendido en la silla de esta traía el ca-
pitán su morral. Sacó de él un pedazo de
carnej y sentándose a la natural en el sue-
lo, se puso a comer teniendo por trinchan-
te sus dedos, sin que lo preocupara lo mas
mínimo que sus manos estaban llenas de
tierra,.* los melindres es de b primero que
se olvida en la \ñda de campaña...
Algo repuesto del cansancio con lo que
había reposado y comido, Lostan miraba
hacía el fondo de la quebrada*
La división pasaba. Paree i a un cordón
de hormigas.
El soldado Muñoz que como sabemos era
el lince de ¡a compañía de Lostan clavaba
sus penetrantej ojos en aquel hormiguero-
— AIl:i va raí coronel,— -dec i a a otro sol-
dado, — lo conozco en la manta de victiDa
y el cabillo negro- . . esos dos puntitos que
van detrás y que parecen liendres son los
cornetas--. Eso que viene al último a modo
de gallina con polios, son Las camillas con
los cargad oi*ea de remuda.
Muñoz, como el mono de la linterna má-
jica, iba cxph cando a su manera lo que
veia.
Lucgi I Lostan empezó a mover su com-
pañía por la cima en la misma dirección
que lo hacia ia división.
Tropezando con mil dificultades habia
avanzado un btietj trecho cuando mni a lo
lejos se divisó algo que parecía nn grupo
de jente.
ílEmoz fué el llamado a descifrar ese
enigma,
— Efí jente de a caballo,— dijo.
Y un poco despuea;
— Son como diez.
Al cabo de un rato, añadió:
— Vienen eaminaiido para aeií y traeír
banderas blancas.
Pronto pudieron ver todos que esto e^
cierto.
Los montoneros acostumbraban llevar
baiíderas blancas ; pero aquel grupo no de-
bía ser una montonera, pues venia aproxi-
msíndose.
Mil conjetui-as hacían los soldadas coa
su pecuUar lenguaje. El resultado de ellas
fué que aquellos individuos eran par lamen»
tari 03 j pues ^e habían juntado con la divi-
sión sin disparar nn tiro y seguían ahoraj
^ olviendo sobre sus pasos, en compañía de
ella.
Como a las tres de la tarde la dínsioa
había llegado al fin de la quebrada y sa-
bia a unos cerros.
Lostan conoció que ja su permanencia
en las alturas era innecesaria y pensó ea
descender por cierto lugar conveniente que
se hallaba a miis de una Juí^a del sitio que
le había servido pra la ascensión.
Comenzó a bajar.
A su paso encontró algunas bestias per-
tenecientes a los fujitívoSj las cuales fue-
ron arreadas para reponer las muertaa
perdidas en la marcha, que no eran poca
Pasando ya por atolladeros en las puiaai
— 159 —
ya por dGsJiíad<;roa en las laderas^ al fia se
juntó con la división.
Ábi supo que los de las banderas blan-
cas habla sido enviados por la cindad de
Huancavelicíi parn anunciar que uo se ha-
ría resistencia a la expedición.
La mareha se continuó si a inií^ tropie-
zos que los ofrecidos pi-odigamente por el
camino coi3 bus pantanos v desfiladeros es-
cabrosos,
Al bajñr Lostan había preguntado a uno
de los parlamentarios:
— ¿ Cuánto nos falta de camino?
— Una kgiia,^ — contestó el interpelado.
Un largo rato después tomó a repetir su
preguntíi. Como si aí^uel sujeto no supiera
otras palabras, repitió:
— Una le^ua,
— Pero hiice íiiáa de una hora me dijo
usted lo mismo, y desde entonces habremos
andado con esa distancia.
— Es que em entonces una legua larga.
— ¿Y ahora?
— ^Una legua.
A pesar de lo fastidiado que iba con el
cansancio, uo pudo Lostan retener una soíj-
risa.
Dejó pasar mucho tiempo; estaba ya en-
trando la noche y el molimioüto de las ea*
torce horas continuas de pesada marcba le
cstabí molestando mueko cuando se \ olvió
a interrogar al paisano nuevamente,
— ¿Desde aquí cmlnto nos f al tañí?
El interrogado abnó la boca y dejó caer
el vocablo fatal;
— Una legua,
Lostan sintió deseos de levantar la mano
y cruzar con las riendas el lomo de aquel
sujeto.
— Usted debe de ser kieuo para rezar
las letanías y contestar siempre JK^rajfro
jiQhis^—áijo.
— Ahom nua falta una legoa corta.
— iMisP7y' 7whm/ , , , tiene variantes ; pe-
ro siempre queda el noH^ de <tla legua. t>
Hnancavelica está situada en un valle
para bajar al uual partiendo de Izcuclnica
hai que afectuar el descenso por una espe-
cie de escalera de piedra de varias cuadras
de largo que tiene fama en La■í^ierra por
scobrosa» Considei-arse por esos míindoa
.lamino con fama de malc, ca tan espre-
> como aquel titulo bíblico ffEl cautar
os cantares",
^m ya de noche cuando pasój o mejor
dicho, cuando rodó por él la jente eipedi-
cionaría.
En medio de una completa oscuridad^
era aquello un tropezar j Jin caer, una de
costaladas y porrazos que ni dun Quijote
se llevó tantos en tfdas sus a^'eiituras.
Entre los reniegos que íialiiin de las bo-
cas como sale la cliieha de un odre cuando
se le golpea, no faltaban algunas bromas
de los soldados.
— Parece que andn He ramos curados, —
decía alguno,
— Es que andamos vmiimoehados^~oon-
teataba otro rccordíuido que aquel día era
el 18 de setiembre,
^El agua de estas í^uebmdas debe tener
maluki y nos ha ernb- Trachido-
Sin embargo, luego pasai'ou las bromas,
porque aquel camino se iba hacieudo mui
largo y el humor se había descompuesto
por completo.
En un momento de silencio se oye una
voz tan lastimera como Ja de una beata
que llora sus pecados;
— ¡Bíeíi me decía mí mamita: «¿Niño
pa f[né vais a p^vdecer al norte ?
Era aquella salida tan csLemporánea en-
tre esa jente dispuesta no para suspirar sino
l^ara mbiar, i|ue una carcajada acojíó
aíjuellíis palabras dicha }X}r uu soldado que
tenia fatua de zumbón.
Alentada por el efecto, continaó la voz
en tono de lamento:
—Eso rae piaa por ser hijo desobedien-
te: a estas horas estaria yo en Yalpaiuíso
celebrando el diez y ocho eu las fondas,
bailando la cueca con mi peor es nada.-, y
listo el potrillo de ponche en ron, la hoi'-
chata bien helada.,.
Entre las nueve y las clica de la noche
entró la división en rínaucavelica.
La ciudad estaba habitada ^ pero todas
las puertas cenadas, y raro tra el habitan-
te que se veia en I si calle fuora de los que
iban a designar los lugares en que debía alo-
jarse la tropa, que fueron principalmente
loa conventos»
Después de los trajines adherentes al alo-
jamiento de la jen te y de las bcstiiis, Los-
tan, Soler y Orrcgo sentaron los reales en
una pie^a próxima a su cuartel; dejaron
¡xlií sus equipos y monturas y fueron en
busca de alguna posada o cosa parecida
donde pudieran comer algo-
Las calles estaban desiertas y oscuras,
Al fin de mucho andar y de haber en-
£
— 160 —
contmdo solamente chüloa cjiíe no enten-
dian castellano, se hallaron con iin ayudan-
te del Estado Mayor quien lea dio las señas
de un caf¿ de chinos, que era el único de la
ciodad.
Allá se ditijierún.
Aquellos hijos del celeste imperio qne
tabian dndo nicidia vuelta al f^lobo terres-
tre para ir aguisar el arroz en esa sierra
de la cual fuerau antípodas, sirvieron una
comida para cuyos guisos uo habrá abier-
to la boca ningún gastrónomo. Pero los
tres capitanes que hablan hecho aquel dia
un ejercicio algo mayor quo el de la pales-
tra, la comieron con la mejor voluntad.
Lostan decía:
— Con el gusto de ^'crme después de tan-
tos días que parecen siglos comiendo en
una tnesa can mantel, platos, tí abiertos et-
cétera, no me impartan los guiaos y seria
capaz de coi inerme a'^iií aunque fuera la
cabeza de este horroroso chino que nos
está sirviendo.
Luego añadió:
— No quiero hablar nada en el mal de
estos asiáticos; merced a su comercio, a su
industiraj hemos tenido hoi mesa y vino pa-
ra tomar una copa en nombre de la patria.
Es fama que donde (| ti i era que se encuen-
tre un cbileno el 1 8 de setiembre hace un
recuerdo de tan glorioso dia; no faltaremos
nasotros a lo que va haciéndose una tradi-
ción; en esta elevada sierra, separados do
Chile por los Andes j un océano, pongá-
monoii de píe para beber una copa i>or el
aniversario de su independencia.
Los tres capitanes lo hicieron asi.
Luego aparecieron otros oficiales y la
charla se hizo máíj animada.
Sin embargo, pronto empezaron a reti-
rarse : el molimiento del viaje estaba pi-
diendo a gritos reposo.
XSXYITI
El capitán Lostan encuentra una
rosa en Huancavelica.
Lostan, Soler y Orrcgo estaban acosta-
dos en la pieza donde se hallaban sus equi-
pos.
Tendidos en el suelo se preparaban a dor-
mir rendidos de cansancio.
— ¡Lindo die3 ij ocho hemos pasado!^
dijo Orrcgo estirándose en su poco mullido
lecho y dando su voz acento de ironía.
— ¡Cómo uó! — exclamó Lostan; —
•cuántos diez y ochon nos hemos aci:>stado
cansados de lial>er baihido zamacnecasí
ahora e!=itíimo9 tensados por haber miircha-
do prestando algún servicio... prefiero esto
último.
— listiía mni filósofo.
En ese instante entró en la pieza un sol-
dado, y dtrijiéndose a Lostan le dio una
carta.
— ¿ De dón(3e víeae ésto?— preguntó le-
yendo el sobre.
—Lo trajo al cuartel hace como una
hora un cholo.
— ^;De parte de qnién?
—No supo decir; no hablaba castellano;
dejó la carta y se fué.
Una idea iriuo al pensamiento del capi-
tán. Rompió el sobre y leyó:
* Unti pei'sona a quien usted conoce an
poco desevi vti'lo esta misma noche pai"a
pedirle un servicio.
«Si usted por curiosidad o por otro mo-
tivo quiere verse con quien le escribe, vaya
a la calle de X..- y como a media cuadra
de la plaza verá un pañuelo atado en un
barrote de una ventana* Aunque encuentre
la ventana cerrada, ten^a seguridad de que
si junto a ella pronuncia usted no mui alto
h palabra ^n'ecuerdo,^ se le reconocerá por
la voz y Bc le abrirá."
Cnando hubo coBcluido la lectui-a, Los-
tan murmuró:
—Es de Rosa,
—¿Quién te escriba? — preguntó Orre-
—Un oficial del Rodríguez.
Orrego pudo encontrar raro que un ofi-
cial mandara esa noche su carta con un
cholo; pero, muerto de sueño, tenía más
deseos de dormir que de averiguar cosa al-
guna. El y Soler se durmieron con esa pron-
"titnd peculiar de la vida de campaña, en
que siendo escasas las horas de reposo no ee
quiere perder de ella.s ni un segundo, así
como el borracho a quien le miden el vino
seca el vaso sin dejar una gota,
Lostan de espaldas, con la cabeza apoya-
da en su morral, reflexionaba profnnda-
mente.
^Me pone Rosa en un trance bien fuer-
te. Necesario es confesar qne después de
estarse algunos dias trepando cerros, ce
rriendo tras de montoneros, durmiendo tna
y comiendo peor, calado por la lluvia, eu
túmido por el frío, lángnido por al hambre
y rendido por la fatiga, el corazón está mú
'
— Itíl
-diepuesto a liitir de tíanfiancioquedeainor:
■este es el caso, Rosa es una encautíidora jo-
ven; pero eon las penurias deestoe di as nü
lie tenido tiempo para pensar en ella,. Ella
es nna flor; rais penuriaa, un Luracan; el
soplo dtíl liuracau arrebata las hojas de ka
flores;. el viento de mispeminaa ha arreba-
tado a mi pensamiento k i majen de Rosa,
Estíi Bc dijo LoBtan, y quedó pen&ntivo.
Luego afiadiór
^— jNo ea exacta mi retórica!... El liuní'
can levauta una i^rau polvareda e impide
ver los paisajes vecinos ; pero al serenarse
el tícDipo, el polvo cae y vuelven a divisarse
los paisajes.,. írríT/fí ^m!... e^^ta es la cosa:
con el reposo volveré a recordar <pie KosíIi
es una hechicera ¡oven y tornaré ík vcila
grabada en mi mente. Ella seguramente
no piensa en todo esto: se imajina que un
enamorfkdo es un ser a quien nada le impor-
tá[nada, fnerji de su amor ■ un ser de corazón
blando j de cuerpo duro; pero no, un cna-
in orado es un individuo de carne y de hue-
sos, y yo soi uno de elloa, qne por m¿s se-
ñas tiene tanto la ctirnc como los huesos,
magullados, m oh dos, extenuados, y que se
encuentra eou mu i pocos deseos de aban-
donar el lecho donde yace muerto de snefio
y cansancio para ir a correr aventuras por
las calles. . . í Ai! Rosa, sí tu heruiosura me-
rece mil consíderacioneSj también mi estro-
peada humanidad \m merece de mí izarte í
harás el favor de esperarme hasta mañana.
Muí maltrado debía hallarse Lostan con
las marchas para que raciocinara de esta
manera. Abandonar una aventura que lo
llamaba como el alegre choerir de las copas
al buen bebedor... i aquello em exorbitan-
te!
Cerró los ojos y quiso donnír.
Pero un ruido sordo se lo impidió.
Esc mido no hacía vibrar el aire; mas,
Lostan lo sentía atronador dentro de si mis-
mo: era un diálago nuido entre el corazón
y el cerebro.
— ¿Lostaíi, es imposible que infieras tal
-desaire a una dama?
— Estoi cansado,
—¿Es posible que la dejes ahí plantada
esperándote ?
^Estoi extenuado.
—¡Tamaña descoil^esía! eso no lo hace
iiu hombre galante.
— Pero lo hace un hombre molido.
— ^iQae de tal manera se coudusica el ca-
,tan Lostan que siempre corrió veloz tras
enn par de bellos ojos!
— El capitán Lostan no puede ahora co-
rrer; todavía quedan 'en sus pies lagunas
puntas de las espinas de Izcuchaca.
— Abandonar una aventura a media no-
che, en calles solitarias...
— ¡No te oigo! estoi muerto de sueño j
de cansancio.
— En calles oscuras y desiertas, una ven-
tana que se abre y luego el dulce acento de
una voz...
— ¡Huye demonio tentador!
— Una voz dulce y tierna como un sus-
piro que murmura amor...
—¡Vade retro!
— Una mano fina y aterciopelada...
— ¡Abrenuncio!
— ¡ Ai ! algún transeúnte que pasando a
lo lejos alcanza a oir un ruido suave, algo
semejante al chasquido de un beso...
Lostan sentóse de un salto y se pasó la
mano por la cabeza. Al cabo de un rato
murmuró:
— Pero yo no sé siquiera cuál es la calle
de X..., ni tengo a quién preguntárselo...
hai ocho calles que dan a la plaza,... ten-
dría que recorrer la primera cuadra de cada
una de ellas... ocho de ida y ocho de regre-
so hacen diez y seis... ¡Cristo me valga!...
;diez y seis cuadras cuando apenas puedo
moverme!...
Después de cavilar un minuto, añadió:
— Bien pudiera dar con la ventana en la
primera calle que recorriera: ya serian so-
lamente dos cuadras.
Extendió una mano y cojióla cartita que
habia dejado junto a su cabecera. Leyén-
dola nuevamente, se dijo:
—"Para pedirle un servicio"... bien pu-
íliera ser cierto que necesita un servicio de
mí... Para no asistir a una cita amorosa,
uno es mui dueño de su propia suerte; pero
para negarse a acudir cuando solicita un.
servicio una dama a quien se ha galantea-
do . . esta es otra cosa . . .
Moviéndose con dificultad, comenzó a
ponerse las botas y luego se puso de pies
exclamando:
— ¡Pobre mi cuerpo !
Cojió su espada y se encasquetó el kepis.
Con esto se hallaba listo, pues estaba ves-
tido en la cama.
TJn momento después se encontraba en
la plaza.
¿Habia sacudido el cansancio y el sueño
por oir al corazón, por servir a una dama,
19
1
— 162 —
o por ambas causas a larez? Esü no sabre-
mos decirlo^
Miraba Los tan las o olios osctims bocas
de las calles que daban a la plaza^ y no sa^
bia por cuál eomeuzar.
ProDto optó por i a que tetaba más pró-
xima.
Maitíbó \yüv ima acera mi raudo atenta-
meate para düsciibrir cu la oscuridad el pa^
ñuelo blanco atado a un barrote que era su
atalaya.
Fué j volvió sin baber visto aquel pnn-
to blanco.
— Vamos a la otra, — se dijo.
Asi lo bízo.
Igual resultado,
— i A la tercera! — exclamó con impa-
ctencia;— estando eu el macho no tmi más
que domarlo.
Kada.
Por fin en la cuartíi diviso un p^iqncfio
bulto blauco en las condiciones requeridas.
Be acerco a él palpitante j vio que era ^n
pañuelo amarrado en una de las barras de
fienx) que servían de reja a una gran ven-
tana.
Lostan se sonrió en la oscuridad.
— Ya di con el tu .í'a ///tí,— pensó;— aho-
ra demos el sauto,
I sin esperar miia pi'onunció en voz baja
pero clara esta palabra;
— Recuerdo,
Sin duda álfruítn esperaba tras de la ven-
tana, pues un posti<ro de ésta ae euti'eabrió
en silencio j «na voz arjeutina hirió el oido
atento dü Lostan murmuraudo:
— ¿Ea usted?
-^¿ Qtic otro po(3riíi ser?
— Temiendo estaba que mi carta se hu-
biera extiaviüdOí que hubiera caido en otras
mauos; temiendo eso le pedí que pronun-
ciara aljLTuna palabra para reconocerlo antes
de abrir la a eutaua,
Rosa; que era (pien hablaba, dejaba no-
tar en sn voz una tícnia conmoción.
— Ya ve usted {^ue sus temores fueron
infundados : acabo de recibir sn piecíosa es-
quela y me he apresurado a ven ir.. -
— Gracias.
— Yo süi quien debe dárselas a usted.
—No, no, — dijo !a joven con un tono
muí exprcíjivo;— vo le doí las gracias por-
que usted ha acudido cuando le he llamado
^'para pedirle no servicio,"
I acentuó estas cuatro ultimas palabras,
añadiendo:
— Espero que usted no habrá pensado
otra cosa,
Lostan pensó:
— jEs hábil esta chit.^ !
I añadió en voz alta:
— Yo sólo lie pensado que es mocha fe-
licidad })ara mi que usted me pida le sea
útil en algo. Furo hiílíkme de usted misma;
cuénteme si hizo cojí felicidad el viaje des*
de Huancajo hasta acá? sí se ha acordado
deque alguien queda ha suspirando... en fin,
h^Lblcme,
-^ Papá y yo hicimos el viaje sin mas
coutratiem^ws que el mal estado de ¡os ca-
minos,
— Los conozco.
— Síj pues; ustedes han venido por ahí^.
¿mucho hau sufrido?
— No lo crea; es uu pasco que venimos
haciendo,
— Dicen que les ímn echado ^Igae y ba-
las y han muerto a muchos chilenos, a mu-
chísimos, a más de (a mit^id,
— Milagro es que no liaj-an dicho haber-
nos muerto a todos, j (juelos que aquí ^-
tamos somos solamente las ánimas de loa
difuntos,
— íío se ria usted, muchos muertos ha-
brán tenido, pem los ocultan... Yo estaba
temiendo. . .
—¿Qué cosa? — pregimtó Lostan viea-
do que Rosa dejaba trunca la frase,
—Nada.
— ¿Qué es lo que tenia?
— ^¡Tch! qué curioso ha bia Babido ser
usted... Aquí en Huauca vélica no conocí au
a los chilenos todavía. Algmios montone-
ros querían hacer resistencia, pero al fin
se resolvió que no.-, las mujeies tenían
un susto,,, creían que los clüleuoa íban a
entrar matando a todo el mimdo. La se-
ñora dueña de esta casa ha tenido un mie-
do... todos estos días ha estado de rodillas
rezando im padre nuestro para los muertos
en estos últimos combates y otro para ella
que ya también se creia muerta...
— Pero, ¿no le decía usted que loa chi-
lenos no venimos matando mujeres? —
preguntó Lostan sonriendo.
— Al verla tan aflijida le decía que en.
Taima, linancayo j todas esas ciudades
ocupadas ].x>r los chilenos a la jeuLe pacífi-
ca nada se le hacia. Con todo, no se le
pasaba ni se le ha pasado el temor,
— Y barí continuado los ressos,
— 8í, pues.
— Usted le habrá ayudado*
— 163 —
— C<imo 11(1 í por los muertos-
— fi De loa montoneros ?
— Cada uno reza para los suyos, pai'a
sub paisanos.
— De manera que si a mí me hubieran
muerto no li abría tocado de usted ni un
glorin pütvL
— Dio se esté riendo ; hablemos de otm
«osa. Voi a expresarle el sencido que quie-
ro pedirle. Una hermana de papá ha lle-
gado a Ayacuclio acompañada de una ho«
brina; han venido de Lima pasando por
lea. El deseo <jue tiene papá de verse eoii
su hermana hLi sido el motivo de nne^ítra
venida a f I nunca vélica. Con todos e.stos
trasto iucjS de gueniis y montoneras es para
zozobras continuar el viaje. Papá ha re-
suelto esperar que esto se tiunquihce, ]jero
desea escribir a su hermana. Fácil seria
esto en otras eitcimstancias : ahora no hai
correos ni viajeros.
— No so tros J-- se apresuró a decir Los-
tan,— ^'amos en marcha para Ayacucho, y
si usted me confiara el encargo de entrefi^ar
una ofirta a esa señora, lo haria con sumo
placer,
— Gracias. Justamente le dije a papEÍ
que solicitara ese servicio de usted. El no
se iitreve a hacerlo en uteneion a que sola-
mente conoce a usted por haberlo encon-
trado dos veces en un camino.
— Pues déme nsted la carta y.-,
— ^; Vaya I no me ha comprendido nsted;
es preciso fjue sea pip¿i finien se la de; ni
él ni mi tía saben ui deben saber que yo
me he \isto con usted.
— ¡Verdad!— rcq}otidió Lostan adivi-
nando que Eosa no debia íjuerer figurar
en todo eso.
— To le diré a papá: *^ Véase eon.., ese
capitán, salúdelo, hable con él; seguramen-
te al des¡>edirse le preguntaríi por cortesía
nattiral si m le ofrece algnn encar^^o para
Ayacucho.''
— Bien pensado; trate usted de qne Re
yea él conmigo y tenga la seguridad de
que sabré inspirarle confian?ía para qne
113 e encargue de entregar esa carta.
—Este era el servicio qne (jueria pedir*
le; para eso me tomé la libertad de Oa-
ínarlo,
— ¿Pai^a eso uo más?— jeplicó Lostan
ítirando la diestra a través de la reja y
ijiendo una manecita a la joven ;--de
lanera qne sin esta circunstancia casual
o me habria hablado usted,
— ¿Para qué, pues?
— Eosa, ¿quiere usted martirizarme? ¿no
se acuerda de sus promesas ?
— ^¿Qué le he prometido que no lo haya
eomphdo?
— -Me ha prometido acordarse de mi.
— ¿Y por íjué cree q^ne no lo he hecho?
— Por su de apego.
— ¿Cómo entiende usted eso?
— De una manera muí seuciHá, — drp
Lostan estrechando tiernamente la mano
de la jé A- en que no había soltado í — yo la
amo, nsted !<.> sabe bien, y no corresponde
absolutamente a mi afecto.
— 'Xo me hable más de cbo, — dijo la jo-
ven con im aeeubo débil y haciendo un
movimiento aiin máfldclíil i>ara desprender
su mano,
^iCómo no hablarle! ^;le fastidia a us-
ted fjue le hable de mi amor?
— Óigame: he pensado mucho en todo
lo que ha ocurrido entre nosotros, y me
he arrepentido de haber tenido clirtaü con-
vei'saciones con usteti,
- — ¿Se ha arrepentido? — replicó Los tan
con nna entonación bastante adecuada
para darle expresión a su frase.
—Sí; yo no debia haber escuchado sus
palabras. Nos encontramos una vea por
1113 ü ca.snalidad; por otra easaalídad hemos
vuelto a encontrarnos, y ¿siempre solamente
de paso, para separarnos luego. Ya lo ve
nsted; entre nosotros dos solo debe haber
un afecto sencillo, la amistad; de otm ma-
néis la separación seria mni tnstu, y esto
ocurriría a cada momento.
— (i Esta serraníta es mui h:ibil!) — pensó
Lostan, y añadió dialogando:
— Pero usted j Eosa, me da a \m mismo
tiempo la vida y la muerte; me deja entre-
ver ijue podría corres pender me y me dice
que no quiere hacerlo.
—Así es preciso; voi a decirle una co-
sa.,, la última vez que e^ituvím os hablando
en llnaneayo, le ofrecí yo regresar al jar-
din en la noche para despedirme de usted;
así lo hice.-, estaba ac|nello solitario y os-
euro; esperaba qne nsted estuviera en la
ventanilla para decirle adiós y retirarme...
llegue, y viendo qne nsted no daba aefiales
de hallarse ahí, le llamé, .. permanecí en
el jardín largo rato, j como usted no apa-
reciera, creí que se había oh- ; dado de la
cita, que estaría divirtiéndose con sus ami-
gos... con alguna otra persona... aquello
hirió mi amor propio, sufrí niucKo,,* yo
no me croia tan i nsigni ficante para que me
hicieran mm desaire,., este es otro punta
— 164 —
del amor propio.,, y sufrí mucho... Al
otro din cuaudo le enconti-é a usted en La
Punta y supe la causa por qué no había
ocurrido a la cita, st^ntí nn gran alivio;
u^ted no había asistido a la cita por ba-
béreclo impedido a ti deber; pero al mismo
tiempo comprendí que una no debe-., no
debe... ¿cómo le diré?... no debe escuchar
las palabras de hombrea que no pueden
disponer de b i mismos.
-— ( i Es discretísima cata ecrranita ! j me
muero por ella!) — raciocinó nlpidamente
el capitán y agregó respondiendo:
— Es decir qne uno por ser militar está
condenado a no deber amar porque se ha-
lla bajo el peso de obligaciones imperiosas.
— Al ménoÉ?, ¿ para qué hacer entreve i* a
las personas felicidades que no han de du-
rar?
— Eoaa, usted reflexiona mucho; el amor
no sabe reflexionar y yo la amo a usted.
I>a joven i^ardó silencio por un instan-
te y luego dijo:
— Le voi a decir una cosa; pero antes,
suélteme usted.
E hizo esfuerzos para qne Loetan le sol-
tara la mano.
Al ññ lo consiguióp y entonces mur-
muró:
— L^sted va a irse de aquí mañana tem-
prano, o sea dentro de pocas horas; y no
TOl veremos tal vea a vernos m¿s; mi des-
pedida será decirle que... yo también lo
quiero a nated..-
Y cerm el postigo de la ventana con
prontitud,
Lostan impresionado verdaderamente,
exclamó;
^-Eosa, Kosa, no voÍ a partir mañana;
óigame una palabra m^is.
El postigo permaneció cerrado.
—Prométame que todavía mañana vol-
veré a oír áti voz.
La mano que sujetaba el postigo no de-
bía ser mui tenaz, pues aquel volvió a
abrirse y tornó a escucharse la voa de
liosa.
^¿Ko parten maSana?
— Nó, 1 íespues de lo qne acaba de de-
cirme sería una enieldad no querer oírme.
Y Logtun, alentada con la confesión qne
a caballa de recibir, empleando grandes fm-
Bes y arüTumentos trato de probar a la jo-
ven que puesto que se íimabíui debían de-
círselo y repetíriselo mil veces, para lo cual
era preciso ^erse y haUai^e el mayor tiem-
po posible.
Rosa replicaba que lo mas prudente em
olvidarlo todo, pues que no podia durar.
No faltaban razones al capitán piara re-
batirla. Si hasta entonces solamente se
hablan encontrado de paso, llega rian diaa
mejores; ahora el hado se empeñaba en
hacerlos sufrir separándolos, pero ya se
eansaiia de mostrarse impío; mientras tan-
to ellos no debian dejarse doblegar por su
funesto influjo, sino al contrario mostrarse
esforzados y constantes.
Largo rato duró aquella discusión, Y fue-
ra por mucha elocuencia de parte de Loa-
tan, o por mui buena voí untad para dejar-
se convencer, de parte Rosa, ello es que acá- -
barón por pcmerse de acuerdo*
Así parecia porque fué con un acento-
impregnado de tristeza como eila anunció
qne el dia siguiente no podrían hablai'se ahí
o ni zas; afinella ventana era del dormitorio
üe la dueña de casa, qtiien temiendo corrie-
ran balas a la entrada de los chilenos se ha-
bía ido adormir en otra pieza (¡ue no esta-
ba junto a la calle; pero seguramente en la
próxima noche, viendo que todo se hallaba
tranquilo, volverla a su dormí torio.
Si ocurriera este inconveniente, acorda-
ron que hablarían aunque fuera a través de -
la puerta de calle; oyéndose al méuos, si no-
podían verse.
XXXIX
Por huir de una patrulla.
Focos atractivos ofrecía la ciudad de -
Huancavelica a la jente de la división*
Aunque en tamaño y edificios tiene cier-
ta semejanza con Tarma, su comercio es-
menor.
Durante el día que siguió a su llegada,
los oficiales salían a andíir por las calles;
pero pronto se aburrían y regi'esaban a su
cuartel. Las puertas de las casas permane-
cían cerradas í las familias blancas se obs-
tinaban en no dejarse ver, y por la calle sola-
mente se encontraban chulos y cholas, que
forman casi la totalidad de lo,'^ habitantes, .
y muchos indios.
El comercio tenia abiertas sus puertas,
pero era tan reducido que pocos recursos
prestaba.
Algunos bodegoncillos o pequeñas pul-
perías, tan pobres como el traje de sus due-
ños, proporcionaban algunos comestibles*
Esto no era nna gran ventaja para la tropa
J
— 165 —
porque en la ciudad sólo corría la moneda
de plata, j loe boI dados si algo de dinero
tenían era en billetes.
El Boroche hacia fastidioso el paseo por
las calles; esto unido al molimiento de la
marcha contri b ni a a que loa chilenoa ae
abanicmn más pronto de andar por ellas»
Poco despnesd^l medio día Lostan iba
con dos oficiales por la plaza. Caminaban
paso a paso, para 16 cual obedecían a dos
razones: no tener prisa y catar molidos,
Al pasar frente a una peluquería, pidie-
ron prestado un banco para sentarse al lado
de afuera y luego compraron un poco de
chicha de Jara que se pusieron a tomar en
nna media calabaza.
Hacia un momento qne abí estaban, cu-
ando Lostan se levantó de su asiento y fué
a hablar a un paisano que pasaba cerca de
«líos.
Era el padre de Rosa*
Sucedió lo que los dos jím enes habían
previsto la nocíie anterior. Después de con-
versar con él un rato, le ofreció con la ma-
yor amabilidad serle útil en algo pidiéndole
órdenes, como se dice, pam Áyacncho, tér-
mino de la expedición.
Gomess, qne así durante la conversación
había dicho llamarse el padre de Rosa, acep-
tó la oferta dando al capitán una carta en
cnyo sobre se leia este nombre. *'Manuela
Melgar."
— Mi hermana debe estai- alejada en ca*
Ba del señor X, persona mui conocida en
esa ciudad.
— Está miu bien? el misino dia qne lle-
gue a Áyacucho estará la carta cu su des-
tino,
Continnaron conversando un momento,
y al tiempo de despedirse dijo Gómez;
— Debe usted disculpar que no lo invite
a casa, pues a^pií me encuentro de alojado,
y las señoras que me hospedan abrigan
cieitos temores; no se atreverian a recibir
a uno de ustedes por no ser llamadas chile-
nasas y exponerse a malos tratamientos de
parte de Jos montoneros que no dejarán de
regresar tan pronto como ustedes se reti-
ren.
— Ya sabemos eso,^ replicó Lostan son-
riendo; — 'lo mismo ha sucedido en las de-
más ciudades de La Sierra que hemos visi-
lo.
Miéntms hablaban, naturalmente el ca-
tan se informó de la salud de Rosa. Ha-
mdo relación a ella^ Gumez dijo:
— Mi hija es viuda; su esposa murió of
año pasado on Fncai'á.
— ¿ En el combate que ahí hubo?
— ISí.
Ya Lostan sabia esto porque Rosa se lo
habiacontado; pero le con venia aparentar
que lo ignoraba.
. Tanto la tropa como los oficíalet qne no-
estaban ocupados en las avanzadas, patru-
llas o guardias, habiau concluido por con--
vencerse de ciue lo miis acertado era apro--
vechar ese dia de descanso descansando, y
descansando en toda la extensión de aquel
verlxí: tendidos sobre sus camas o lo qne pa-
ra ellos hacia las veces de tal, esperaban
reponei'se algo de sus fatigas y criar fuer--
zas para la continuación del viaje.
En la noche apenas se hubo tocado re—
treta todos se acostaron definitivamente^
Aunque el dia siguiente iba también a ser
de reposo, los cuerpos tenían cansancio y
sneño para ambos días con las noches adya-
centes.
Pero en realidatl no todos iban a esperar
en BUS camaa el toque de diana» Tres o cua-
tro horas después de ^ haberse echado sobre
su lecho, el capitán Lostan volvía a levan-
tarse.
La calle de X . * * estaba tan oscura coma
la noche anterior.
Ni el menor ruido interrumpía el silen-
cio.
Sin embargo, si algnna lechuza hubiera
volado de la torre vecina, penetrando sn
poderosa vista en las tinieblas, habría lo-
grado ver la sombra de mi indíviduQ para-
do jnnto una puerta.
Era de pensar que aquel individuo estu-
viera llamando a la puerta; pero no; nin-
gún golpe se había oído.
jíQue hacia ahí?
ISi algún curioso se hubiera acercado mu-
cho, con admiración habria escuchado que
aquel sujeto biblaba, al parecer con la puer-
ta.
Pero esta debía ser una puerta encanta-
da, porque respondia, y era lo más notable
que siendo tan grande como la de un templo
tenia una voctísita ])ropía máe bien de la
pnerteeilla de un tabernáculo de plata; tan
ar jen tina era.
Oigamos como dialogaban hombre y
puerta.
— 166 —.
— Ha sido tm contratiempo como una
desg^racía que no híljamoa podido leernos
por la ventana, Ajiénas alcanzo a oír su vea.
—No puedo hablar mas fueite; me oírian.
— 'Si abriera mi pajuíto la puerta; lo su-
ficiente para dejar un rendijitü.,,
— Imposible; tiene mnchoa cerrojos j
traneaB.
^Los cerrojos se corren ; ka trancas ae
levantan,
— 8i Tiera nafced... esto parece ivua for-
taleza-.. Loa cerrojofl tal vuz alcanaanu a
moverlos; pero lae tranctis, * *
— ¿Por fjuéuo?
— Son mili grandes.,, una sobretodo ea
de un gran madero, es mui peaada^ no la
puedo...
— Haga tifltcd un esfuerKo, Rosa; hágalo
por nuestro anKfr, — decía la voz del hom-
bre implorando.
Y las a ú plicas continuaban.
Se oia un íijero rnido sordo como m se
i'eatregai'an doa maderos.
^Ya he lo Lanado moverlo un poij\iito.
"^ i Otro esfuerzo, Kosa í
Esta frase era dicha con un acento tan
BUpiicante como no lograra exhalarlo la due-
ña de tíiSL ca^a en and o el día auLeríor rega-
ta a todos los santas ix>r la salvación de su
cobrizo pellejo.
— He logi'ado correr algo esa bárbai'a üm
pesada; ya pnetle abrirse un poquito...
Con efecto, la puerta se abrió como un
decímetro.
Una mano salió por la abertura. El in-
dividuo se api'esuró a eojerla lanza [ido una
ahogada eselam ación de ^^ozo. Al mismo
tiempo se apoyó cu ia puerta con todo el
peso de su eueipoi quizás distraídamente, o
... pero u o queremos juzgar intenciones
ajenas... En verdad, la tmnea de que esta-
ba hablando debía ser mui íirme: la hoja
de la puerta no jiro miís.
Si el capitán Losfcan hubiera sido testigo
de aquella escena, es de creer que habria
tenido unos celos furiosos: aí]iiella mano
que aalia por la rendija de quién podría aer
m no de Rosa, de Eosa que tenia cita con
«Iguno...
Pero no; fue testigo y no tunéelos.
Loatan no podia tener celos de Lostau. El
individuo en cueation y el capitán era uno
mismo, lo cual no será iina novedad para
los que hayan leído lo anterior.
1
— Ahora ya podemos conversar sin ecliar
de menos la ventana. He hecho muchas
fuerzas; me ha dolido la mano.
Lostan creyó opoitnno gratificar aquella
dolorida manecita con un beso-
^Lilstima que sea tan angosta la aber-
turiL>
— ¿ Para cjué más ?
—Alinas cabe su manoi la mia no pue-
de pasar >
— No tiene nada que hacer su mano aquí
adentro, — contestó Rosa con una picaresca
sonrisa,
— ^¿Teme usted que quisiera probar sise-
ría luíis fuerte que Ja suya para levantar la
tranca?
— Xo temo..- digo mal, cstoi toda jnner-
ta de miedo ... si nos sorprendieran aquí,
qué diria la dueña de casa. . . y usted qni-
zús no aprecia todo lo que hago por nstüd-
Lostan se deshizo en protestasj y luego
el diálogo tomó otro jiro. Aunque en la no-
che anterior ambos se habían estado dicien-
do pí>r largo tiempo que se amaban, ahora
encontraron oportuno repetírselo nueva-
mente.
ün nito llevaban de tarea tan grata
cuando so oyó un mido de muchos pasos.
— ^¿Quéeseso? — preguntó Kosa nsua-
tada,
— Una patrulla.
— ¡Retírese! que uo le vean aquíj — ex-
clamó la jtisen <jueriendo cerrar la puerta.
Lostan con un pi¿ puesto de cuña lo im-
pidió^ diciendo a la vez:
— Ya me han visto, o si no, me verán al
moverme; darán el 'Vjuién vive''' y tendré
que responder . , . eso llamará la aten-
ción.
— ¡Qué hacer! — exclamó ella eonfnsa,
pues por haber estado en ciudades militar-
mente! ocupadas sídiia el significado del
"quién vive."
—Ábrame la puerta; estaré adentro hafi-
ta que pase la patrulla... le doi mi palabra
que saldré en cuanto usted me lo ordene.
— Pero.*-
—No hai tiempo que perder.
Tjas pisadas de la patrulla se oian mni
próximas.
La puerta ae abrió.
1 )Íez aegnndoa después pasó aquella tm
za y no halló nadie a quien darle el ''quii
vive/'
— 167 -
Todavía en Huancavelíca,
El] capitán Orve^o de x>iés delante de Iri
camaeii quu dormía un compañero suyo,
giitaba para despertarlo :
—Ya estií el almuerzo servido . . . 8on las
once de la mañana y todavía uo puede le-
vantarte.
Como fin coiGpaüero no diera muestra de
oirle, se acacho, cojiólo de un hombro, j
remeciéndolo repitió las palabras anterio-
res con mayor sonoridad o más bien ^ mayor
estrépito.
El durmiente hubo de despertar, &i no
con las voces, con loa remezones; csaa o
éstos bastaban por sí soloi para sacar de su
letargo a un lirón.
— iQnc!.,. tíinta bulla!...
—¿Todavía te queda sueño?... 8on más
de laa once, el almncrzo está... jalzaK.,
El que despertaba paseó nna mirada so-
ñolienta en su rededor y como para sacu-
dir de un golpe la modorra, ^•\^ paró de un
brinco.
Era éste el capitán Lostan. Al verlo cu
pié, su asistente aciidió trayendo una cara*
mayóla con agua.
Lüstan salió de la habitación al patio.
Allí abriendo un poco las piernas^ doblan-
do el cuei'po y estí raudo las manos, esperó
<ine el aoldado le fuera ^-aciando a^^ua en
lae palmafl pi^m irse lavando de esa mane-
ra tan sencilla y natural-
Un momento después se sentalja a una
pequeña mesa donde ya estaban Soler y
Ori'ego.
— ¡Dormirse basta el mediodial,.. esas
Bon las consecuencias de andar pieos par-
dos.,. — dijo Orrego en son de chanza.
—¿Yo?...
— Saliste anoche después que Soler y yo
1103 habíamos dormido, y te sentí \oh er
poco antea de la diana,
— Estar i as soñando.
— iNo estes haciéndote ! ... todo es para
que no te pidamos ijue nos convidcfi. . , tú
has descubierto alg^una parte doTule pasar
la uoclie sin aburrirte... ;([uc suerte la tu-
ya!,.. ÍSolcr y yo nos hemos gastado los
talones andando pora ai riba y pam abajo
' lograr hallar dunde matar un rato...
'ja charla continucí mientras los ti'es
3 pañeros almorzaban; pero Los tan se
stró reservado contestando con chanzas
a las preguntas, sin dejar que consiguieran
sonsacarle el empleo que babia hecho de la
noche anterior.
Cuando estaban ya tomando el café, ha*
blando de asuntos concernientes al servicia
de los batallones, se trató de las avanzadas^
y patrullas,
^¡Laa patrullas! — exclamó Lostan con*
una expi'esiva sonrisa; — he ahí un servicio
de campana que puede contribuir a la di-
cha de algunos mortales. La^í patrullas, a
sea diez, <|uince o Veinte hombres manda-
dos por un oficial recorren en la noche la
ciudad- gritando a cnanto individuo en- ^
cuentran :
'' — ¿Quién vive?
" — Chile, — hai que responder. .
" — íQué rejí miento?
"^ — Tal o cual, — se debe ccutí'star nom-
brando uno el cuerpo a qrie pertenece. Y
es preciso contestar y dejarse reconocer, so
pena de que si no lo hace puedan mandar-
le a uno un balazo.
— (¡Y que tiene que ver todo eso con la
dicha de algunos mortales?
Lostan soltó una carcajada replicando;
— Mediante la víjilancía que ejercen las
patrullas todos podemos dormir ti^an^juilos
sin t^mor de una sorpresa que nos quisiera
hacer el enemigo.
— ¡No es esa la cuestión í — respondió^
Orrego que siempre era mui suspicaz; —
tú has sacado alguna ventaja de las patru-
llas... a mi no me la pegas,
^C ál la te ffi írfso mal i e í oso.
Por mas que hicieron los compañeros dü
Lostan, no lograron que éste les contara
que Jiabia hecho de su persona en la no-
che pasada.
Aquel dia era el secundo cine la división
descansalja cu Huancaveliwi, dudad que.
seguu cnenttm debe si; nombre a la hunnm
Veíira o sea la huanm Isahü, y sustituyen*
do la palabra Imanm por otra equivalente
hasta cierto punto y mas usada en la costa
del Pero, tendríamos chola I^ahd.^^ Así^
poes, la /f minea Vdira^ una posadera, le
dio el nombre a la ciudad, y ésta lo lleva
hoi dia a pesar de que al fundarla el virei
Toledo le diera, en recuerdo tlcl título pa-
terno, el más sonoro nombre de VíUarím
de Oropesa.
Corao el anterior, los chilenos aprove-
chaban el dia descausiiudo; y sí por nn
momento arrostrando la opresión del soro-
che iban paso a paso a ver los puentes de
— 168 —
i
piedra de la ciudad, re^resabíin pronto y
prefinan contemplar iseiitadoB la empinada
jaontaüj* de Santa Bárbara en cuyo seno se
€ncn entra la famosa mina de aEO^ae ffue
dui"aute eigloe enríqueciá a tantos españo-
lea j cüfitó la vida a millare& de iudijenas
forztidoB al trubajo por el látigo de- - p la
civiliaacion.. * .
Como el di a, la noche fué para la división
chilena sí^ me jante a la anterior, salvo que
esta noche tenia en perspectiva que al i ol-
ver la luz del dia se continuariak marcha.
Un buen sueño venia de molde.
. Í5in embargo, el capitán Lostan que tan
amodorrido había estado en la mañana j en
el dia, 6ü hallaba muí despierto ahora (.jue
eran las once de la noche.
Con paso firme hendía la oscuridad de
las calles y sin eqiñvccai'se llegó hasta la de
X,.,, no deteniendo la marcha sino al veíase
frente a una puerta que no nos es descono-
oída.
La tranca que sujetaba oqiiella puerta,
de cuyo peso se quejó Robíi la pasada noche
debía ser de esoa largos madei'os crecidos
por La Sierm en el centro de las matas de
pita, los cuales al principio son pesados y
se vun poniendo 1 i ríanos de dia en dia; así
aquella t ni rica debía estar ahora más livia-
na, pues apéuaa llegó Loa tan la puerta se
abrió como medio metro.
Galamente un segundo permaneció abier-
ta; volvió a cerrarse incontinenti; pero ya
el capitán no estaba en la calle.
H nanea vélica se encuentra a 4. T 8 :í varas
sobre el nivel del mar^ a esta altura el aire
es muí ralo y, como lo explica la física, la
vibración es muí débil, de consiguiente la
voz humana es menos sonora. Sí a esto se
agrega que Lostan hablaba Ejuedo, no es
raro que su voz se hiciera casi impercepti-
8in embargo, si alguien hubiera estado
mui próximo a ól, habria creído que el ca-
pitán He oeupuba con otra persona en repa-
sar una lección de gramática castellana y
estaban amiMs en el capítulo de los verbos
ejercitándose en conjugar el que sirve de
modelo para la primera conjugación; el
verbo amar.
Habría oído, ya en voz do barítono, cla-
ve de fa; ya en voz de tiple, clave de sol:
Presente ■ — Amo, amas . - . amamos. . .
Pretéritos:— Amó, amaste, amaba, ama-
tas. . etc. (^€0/1 enpressioíie^y
Futuro; — limaré, amarás., • amaremcs.
{ron/mro*)
Presente: — Amo.- etc...(íyrt cajm^^^ri-
petando. y
El tiempo presente, aunque es el mils sen*
cilio de conjugar, era el (jue ambas voces
re¡)etian mayor unmero de veces.
XII.
Una noche terrible^
A \m seis de la mañana del 21 de setiem-
bre, ya la dimisión iba saliendo de la eleva-
ciudad de Huíuicaveliea.
Coiitínimbí aquella via crúcis.
El frió, el soroche el causaucio, las pri-
vaeionea, los pcsimos camino.s, el tomar al-
turas, el espantar a los montoneros etcéte-
ra. - . No haremos la relación de esta jor-
nada, contentándonos condet^ir, como poco
antes, empleando términos ni as leales,
fia afpf}-, esto es, se repite lo que hemos na-
rrado en capítulos anteriores.
Todo el camino era a repecho, liabía que
marchar subiendo miís de seis o stete le-
guas.
El fin de la jornada eia Pac bacila, una
hacienda situada en la falda de un ramal
de la cordillera.
Aunque la tropa, veterana ya en !aa mar-
chas, caminaba muí bien, no se pudo llegar
antes de que entrara la noche.
La oscuridad pilló a la división en un
desfiladero tan angosto que apenas dejaba
paso.
El piso era fangoso y resbalosísimo.
Como era inevitable^ pronto empezaron
a despeñarse algunos, principalmente los
que ibnil a caballo, y también bestias de
carga y muías de la artillería.
La oscurid^id era completa; una espesa
neblina lo envolvía todo. Lo de la nebhna
se conocía únicamente cuando alguno en-
cendía un fósforo cuya luz apenas formaba
en rededor una esfera luminosa de una va-
ra de díame tt'o, que no ahimbi-aba nada.
Los que iban montados hubieran queri-
do apearse; pero el cerro a un lado y el
vacío al otro, no se los pe nní ti a absoluta-
mente.
No es de arrendarle e! placer qne Je da-
ría a aquel que en znedio de las tinieblj
sentía resbalar a su caballo y se despe&al
con él qiiión sabe hasta dónde...
— 169 —
Ko era preciso ser el sarjento Carrioo
para renegar en aquellas circunstaEcias,
Al oír el rnido que alguno hacia al caer,
gritaban los veciDüs :
— Cay ó uno... ¿quién fué?
Afortun aclámente Bolia sentirse una voz
que TÍníendo de abajo contestaba;
^Fuí yo.
— ¿Eatií herido?
—¡lío... pero estoi... embromado..- ca-
ramba L,.
Con exactitud no eran éstas laa palabras
de la contestación; haí voces que pueden
disculparse proferidas en ciertas ocasiones,
pero que no son para escritas.
Por Buerte el que liabia caído, rodando
nnos cuatro mttroSj llegaba a un terreno
pantanoso y no sufria graves heridas; pero
el susto se lo había llevado de mui señor
mió, pues con la oscuridad, mientras iba
cayendo, no sabía si seria aquello algtm
abismo rocalloso como los que se veninu
viendo en todo el camino.
Muchos rodaron, muchos se magullaron^
pero al fin los denms pasaron.
Loe que se despeñaban, al sentir la blan*
dura del piso que los libraba, se apresura-
ban a quitarse de ahí» Aquello debia ser
un atolladero, un pantano, como hai en
abundancia por eaas alturas,
MoTiéndose a la ventura lograban hallar
terreno firme.
Pachaolla es una pequeña hacienda de
cordillera.
Estrechándose lo miis posible podían út-
contrar ahí alojamiento bajo techo unas
cnatrocieotas personas: el resto de la di\i-
fiion tendría que hospedarse al aire libre
^gozando de la neblina y de una ilovisna'
qtie no tardó en caer*
El frió era intenso.
A falta de leña, hubo que deshacer al-
gunos ranchos para hacer la comida de la
tropa.
Esto no podia divertir mucho a los que
se habían guarecido en ellos.
Es mucha historia esto de qtie le quiten
^ uno la casa como quien quita un para-
;gTias abierto y lo dejen a la llavia...
La fajina í[ue servía de techo a los ran-
chos derribados, pasó a ser alimento de las
líestías, que sin haber comido m todo el
día la tragaban mal que mal,
A la media noche vino a estar lista la
mida de la tropa: pero por no levantarse
arroBtrar el tremendo f rio de la noche.
muchos soldados preferían continuar el
ajuuo,
Aim lio amanecía cuando ya se estaba
ensillando los caballos y cargando los bu-
rros.
Casi todas estas bestias en la noche con
el hambre habían cortado sus amarras y
vagabam revueltas queriendo subirse a h%
ranchos o estirando el largo pescuezo para
comerse los techos que eran de fajina.
Hubo animales perdidos y cambiados en
la oscuridad, y hubo confusión y reniegos.
Por fin una vergonzante luz matinal en-
vuelta en nubes permitió ponerse en mar-
cha a la división, que estando ya lista sol
esperaba eso.
Había qiiü desandar algunas cuadras >'^
camino hecho en la noche anterior. T* a
alojar en PaohacUa la división se habif ;
viado ojítí trecho.
Al pasar por el sitio en que la nof H' ,
tecedente algunos se habían despen ü.. ■( ^
soldados se sonreían. Conocieror h < -
traviados en las tinieblas habiaL í .:>!';
sin nece^íidad aquel desfiladero.
Al pie de éste, sobre el barro, se véia lüi
látigo. Un soldado quiso cojerlo; un láti-
go es prenda mui apreciada y útil en una
marcha; tiró de él y pudo entonces notar
que una de sus puntas estaba sumerjida y
presa en el pantano. Pronto tuvo la exph-
cacion de at^uello: una muía estaba atada
con el látigo, aquella bestia había encon-
trado fangosa sepultura en ese sitio.
Los qne molidos con la caída de la no-
che precedente vieron eso, no dejaron de
pensar en el peligro que habían corrído de
quedar alií haciendo eterna compañía a la
pobre muía.
^'2 empezó a trepar el ramal de cordille-
ra que se debia trasmontar ese día.
El soroche sofocaba a la jente.
Con el cuerpo encorvado y jadeando se
arrastraban penosamente los soldados ca-
minando a la deshilada.
Volvieron a repetirse las escenas de que
hemos hablado al tratar del paso de los
Andes.
Desde temprano comenzó a nevar.
Con la faz pálida por la fatiga y la ropa
blanqneada por la nieve, aquellos hombres .
parecían espectros envueltos en blancos
sudarios.
Las bestias urjidas por el soroche reso-
plaban con fuerza y tenían que ir parán-
dose a cada pocos nasos para resollar. Mu-
20
— 170 —
chas ae cchfibnn ni suelo y era imposible
liaceriiiH anclar: (^ousnmidiis por el Lanibre
j el cansancio estaljan completamuüKi aí^o-
tñdafl y Ln'ii forzoso des carga vi aa i abánelo-
La conipañía do retaf^uardía tenia que
venir luchando para haoer a"\'tiiizar a los
cansados: Jio se podia dtíjar que quedaran
soldados re nardos ni rani separados do la
división, pues loh montoneros nenian a cor-
ta distíincia j el rozíi gante aislado <;|ue en*
contraran seria ultimada sin remiEaíífn.
Mientras caia nieve, la jente sacudía sua
mantas o capotes de cuando en cuando y
se libraba en parte de ella. Pero al cabo
de pocas horas la nevada dejeneró en co-
piosa lluvia; esto era mucho \^qt\ el as^ua
empapaba la ropa j la ]X)UÍa pesíída; cual-
quier aa mentó en el peso se hacia sentir
penosamente con los repechos y el soroche í
además con el frió glacial de la cordillera
aquello ei'a insoportat>le.
La temperatura cu esas cordilleras si-
tuadas en la zona tórrida es tma gran co-
queta. Tiene algo de los polos por la enor-
me altura, y del Ecuador por su latitud.
Cosa de mcdiodia la lluvia tí^rminó; las
liubes corrieron a inundar otras punas y
el cielo se dejó ver con ese color azul os-
curo íj|ue niíis oscuro se va haciendo cuanto
más se snhc.
En el centro de los cielos apareció el
disco solar laminoso y fuljente. Ni la más
leve nubecilla empañaba su faa de oro y
plata.
Sus rayos caian perpcndicularmente so-
bre la cabei'ja de los soldados.
En el primer instante aquello fué nii
dulce coasnelo.
En aqutilía altura las capas atmosféricas
eran mni débiles y el calor del sol las tras-
minaría sin pei^der casi su fuerza.
Espesas nubes de vapor se elevabíiu de
los kepis que en im minuto estuvieron se-
cos.
Igualmente el agua absorbida por la ro-
pa se evaporizabíi velozmente.
Hasta ahí todo iba niui bien. Una vea
seca la ropa el íi io dcbia ahuyentarse y
todo marcharia a pedir de boca.
Pero sucede que, como lo decían con
mucha exactitud los soldados, aquel sol de
la cordillera quema pero no calienta.
En efecto, a caasa de la rarefacción del
aire, sucede ahi un fenómeno que explica
la cosmografía. EL sol donde asienta sus
rayos, quema, pero lo que queda a la som-
bra permanece helado; el aire ralo es mal
cou ductor del calor.
Asi, extendiendo la mano con la palma
liácia abajo, el dorso se quema al sol, y la
palma queda fi'ia,
3 )e tal suerte el astra del d!a si bien pro-
dueJEi algún bienestar, en cambio ocasio-
naba mía gran molestia, y por ahí se iba
lo uno ^m lo otro.
Además el sol reflejado por la nieve pro-
duce un esplendor hiriente pam la vista,.
Chorno a las dos de la tarde se comenzó
a descender deapuetí de haber ti-asmontado
las cumbres.
A medida que se 1 ja jaba se iban hallan-
do señales de vejetacíoii, y al cabo de al-
gunas horas la diviíííoii ¡xiuetro en iiua
anclia via formada por dos hileras de ma-
tas de pita.
Era ya tarde.
I ja üoche se acercaba í pero el alojamien-
to no G^^taba lejos según decian.
Un espeso nublado cjiíe venia del orien-
te api'csujó la entrada de la oscuridad.
Alguuas gruesas gotas de agua empeza-
ron a caer como palabi'as de funestos au-
gures.
El vaticinio se cumplió mui pi-onto.
Rodeándolo todo una oscuridad como la
que puede hallarse en el fondo de una mi-
na de carbón de piedra, estalló una tem-
].Tcstad perfecta, completa.
Agua, granizo^ Iiuraean, truenos, relám-
pagos, rayos; una tempestad con todos sus
requisitos.
En aquellos escabrosos terrenos, como
era inevitable, la división se cortó, y la ma-
yor parte de la jente perdió el rumbo-
Los senderos se convirtieron en nn ins-
tante en arroyos.
— ¿Dónde estamos? — ¿Por dónde V2. el
camino?— gritaban muchos.
El huracán y los truenos ahogaban las
contestaciones de los c[tie iban más adelan-
te.
Las bestias se encabritaban, la jente tro-
pezaba y caia; todos calados hasta los hue-
sos avanzaban sin saber en qué dirección;
algunos se chocaban marchando en sentido
contrarío y creyendo ambos llevar bnen
rumbo: era aquello una confusión, nn caos.
La jente vagaba con el agua hasta las
rodillas.
Pretender encender luz era nna locura:
la lluvia y el vitnto lo ímpediao.
— 171 —
Los relámpagos y los rayos no ofrecían
"ningim Eorvido para ver: la tempestad, co-
mo sugIg acontecer en eaas alturas, tenia
-lEgar allí mismo, encima de las cabezas de
la jente, la Inz de las centellas era tan vi-
va que podía <x^ar, pero no permitía des-
tlnguir los objetos poríjne deslumhraba.
Si alg-nno lograba hallar el camino del
alojamiento, nada ]Xídia hacer por los de-
mék í|ue no le veian ni oian.
Además cada cual, c cada pequeño gru-
,po, llegaba a imajiíiarae ser el único que
íG htillaba tdñ tan angustiada situación;
creía halK^rse extraviado mientras la divi-
.aion habia pasado,
; Que noche aquella I Xo la olvidarán fá-
cümente los íjue a la intemperie tuviiuou
que süpí>rtar la teiTÍble tempestad después
■ de un día do inumerabícr! fatigas.
El pueblo de Acó bamba no estaba lejos
y ofr(?ciíL un rcj^ulai- alojamiento.
Loa que lo<jraban Ikgar hasta allá en-
contraban en los cuarteles improvisados
lumbre para secíxr sus uniformes y equi-
.poi.
Desde la camisa haata el capote, era pre-
-ciso secarlo todo. Teniendo que permane-
cer en cueros mientras tanto, el alba sor-
prendió a loB soldados en la tarea de secar
ial fuego sn ropa.
Inútil será decir que los oficiales se ha-
llaban en ií^^ual situación.
Aunque durante toda la noche estuvie-
ron llegando iudividuoa dispersos, no alcan-
:zó a juntarse u! la mitad de la división.
Luego que amaneció fueron entrando por
-co a poco en el pueblo los que durante to-
da la noche habían soportado la tempestad
sin techo ni alimento.
Aquellos individuos se movían penosa-
mente, muertos de fatiga, y calados y ate-
ridos>
Estos eran los mus bien librados.
Otros Jio pudieiido mover sus piernas
engarrotadas cnm conducidos en el lomo
ide las bestias.
Quedaban todavía muchos que incapa-
ces para mantenerse montados tuvieron que
ser traídos en camillas ; varios de ellos sin
habla ni acción.
Por fortuna faeron solamente dos los
oldados que no pudiendo resistir tan ruda
iraeba perdieron la vida con el rigor de la
empeatad.
Esta era una elocuente demostración del
vigor y robustez de nuestra jente, que a
pesar de las mil penalidades sufridas en la
marcha tenia todavía fuerte resistencia,
siendo que eü circunstancias análogas otro»
ejércitos enemigos habian tenido propor-
cionalmente un número mucho mayor de
bajas.
Ante los sufrimientos de la jente no lla-
maban la atención los de las bestias.
Los infelices cuadrúpedos 'con dos diaa
de atraso en sus piensos y doblegados bajo
su carga, sufrieron mucho más.
Bastantes faeron los que amanecieron
muertos y mayor la cantidad de ellos ani- i
qui lados en tal manera que se hacían inú-
tiles: echados en el suelo con sus cargas de
las que por causa de la oscuridad no habían
sido aliviados, apenas daban señales de vida.
Los más animosos se habian puesto a
andar en busca de alimento durante la no-
che, y grnn trabajo costó a la jente dar con
ellos al otro día. Muchos se perdieron.5
Las provisiones también tuvieron su par-
te en los sufrimientos.
Pero como sucede que cuando se rompe
una levita, no es la levita sino el dueño de
ella quien sufre: no fueron las provisiones
sino los hombres que debían alimentarse
con ellas quienes sufrieron.
Con la lluvia el azúcar y la sal se liqui-
daron y escurrieron por entre las mallas de
los sacos: el café se convirtió en una espe-
cie de barro de feo color...
Esto era un grave contratiempo porque
Acobamba carecía de recursos con que re-
poner esas provisiones tan uecesarias para
la división.
¿ Habrá que decir que para los de las ca-
millas, los enfermos o heridos, aquella no-
che fué tremenda?
A la intemperie, a la lluvia, ^1 granizo;
sin abrigo, sin techo, sin alimento, sin me-
dicinas, sin curaciones, sin ningún socorro.
No intentaremos describir sus padeci-
mientos.
Algunos encontraron para guarecerse uno
que otro ranchito; ahí se agrupaban, se ha-
cinaban; pero pronto sobrevenía un terri-
ble inconveniente: el soroche.
Con el aire ralo de esas alturas en loses-
— 172 —
trechos áml>itos de luia reducida cabana no
habia el oxíjeno necesiirío para los pulmo-
nes de la jente amontoimdíi alií; los liom-
\nvs so iihoü^abaiJY se aaíixiabaTi material-
mente: quedindoae adtiiitro moririaii como
loa qne ]iermanefon nlgim tiempo vivos en
la Ijodegíi de un bnijue ido a pimie.
PreferiiUi los soMíitloa salir del nuiclio:
red bi Han la lluviúy el granizo toda la no-
che; ]K!ro al menos tendrían aire para sus
pnlmoneg; la üítiina muestra de vida que
da el hombre es respirar: d aire es la vida.
XLII
** En Acobamba.
Como so supondruj aquol día no se con-
tinuij la marcha. Un descanso era forzoso,
Et pueblo de Acobamhii no es mu i pe-
qneño: tiene casas para dos, tres o cuatro
mil habitantes.
Al acercarse la divls^iíoii chilena muclios
de los pobladores se habian marchado a las
cercanías, tal vez por ser partidarios de los
montoneros o por temor que los chilenos
les hícioruii algún dañoseg^un los montone*
ros lo predecian por convi;nir a sus fines;
poro los miis cuerdos se quedaron en la po-
blación alentados por las noticias que W
biaii tenido de Hriancavehca y convenci-
dos de que la división no hostilizaba de
ningún modo a la jente pacíñea; al coatra-
ñi\ le compraba y pairaba a buen precio
cuanto necesitaba píira continuar su mar-
cha.
La principial ocupación que tuvo la tropa
aquel dia fué, después de ti^er a los enfer-
mos y heridos, buscar las batías que se ha-
bian extraviado.
Los que no se ocupaban en esto o en las
guardias, tcnian libertad para reposar o
prepíirarse algún comistrajo, En el pueblo
podían comprar trigo y harina y chan-
caca, así es que no faltó algunos que peia-
rart mote o hicieran sopaipas, etcétera.
LostaUj Soler y Orrego continuaban alo-
jándose y comiendo juntos, Ksas pequeñas
Bociedas fonnadas por unos pilcos oficiales
aonmuí convenientes en una expedición;
para la comida, para el cuidado de las bes-
tías, para hallar alojamiento, presenta mu-
chas \'en tajas fáciles de adivinar.
^ Los tres capitanes se hablan hospedado
€n un cuarto que debía haber sido un bo-
degón cito, pnea tenia un mostrador y un
estante, eso ai que en triste estado-
Era como las dos de la tarde.
♦Soler y Orrogo estaíjantíu el cuaito. Los-
tau babia salido a charlar con otros com-
pañerosí i)cro antes había exteürlido sobre
el mostrador algunos papeles que traía en
el bolsillo la noche anterior, loa cuahüí con
la lluria se habiau empapado. Un rayo de
sol cala soLire ellos.
El teniente Alvar, de quien hace tiempo
no hemos hablado particnlaroiente, porque
nada de extraordinario habríamos podido
decir de él, envuelto como estaba en ose tor-
bellino que se llama nua eipodicion en mar*^
cha, corría la misma suerte que sus demás
compañeros, loa oficíalos de su Ijatallon, de
quienes nos hemos ocupado en jeneral. EIl
teniente Alvar, llevado por asuütos del ser-
vicio, fué a hablar con Orrego, el capitán
de su compañía.
Eutró al cuarto ocupado por ¿^te y des-
pula do darle cuenta de algunas ocurre Q-
cías de la compañía, fijó distraídamente la
vista ca los papeles que estalniu seoíLndose
en el mostrador. Entre esto había una car-
ta cerrada* El teniente, con una curiosidad
propia do aquel dia de reposo t:n que nada
había <jUe hacer ni en qué distraerse, leyó
el nombro que estaba escrito en el sobre de
la carta.
Af^uel nombre pareció producirle al gnu
efecto.
— ¿De usted» capitán, son estos papeles?
—preguntó a Ontigo.
— Xo.
— Son de Lostan; los puso allí al sol pa-
ra que se secaran, — agregó Soler.
Alvar quedó un momento j)ensativOj y
luego dijo como msolviéndose a hacer al^o ;
— Capitán Soler, hágame el favor de oír-
me una palabrita.
Por la mirada con que acompañó sus pa-
labras comprendió el capitán que algo re-
servado quería decirle y sahó al lado afuera
do la puoita.
Ahiir lo siguió y piH^guntóle:
—¿Se Via ííjado en el sobre de la cai^a
que entre otros papeles está sobre el mos-
trador?
— Ni sé... creo que si...
—Aquella carta es para 'VDoña Manuela
Melgar."
— ííQuc tiene eso de particular?
— ^Kso es el nombre de la tía de Luda»
—¿Sí?
173
— Preciísiimente, L9. direcciou dice ** Aja-
cucho/'
— Eato indica que aquella señora se en-
cueutm alia. Pero ¿está usted seguro que
fleaella misma, la ti a de la niña? ¿no será
otm de igual iiombt-e?
— Bien pudiera ser... El capitán Lostau
en cují) poder viene esa carta debe saberlo
quizáa*
^Segm-a mente; ahora él no está aquí,
pero cuando vnelva trataré de averiguar...
— Seííun lo supo usted, capitán, Lucía y
BU familia habiau salido de Lima...
— Sería uu^i nira tx)incidencia que hubie-
ran ido H pantr a Ayacucho... En fip, qui-
zas por Lostau lograremos saberlo... yo lo
interrogare.
Después de eambiar algunas palabras
jnás el teniente se retiró.
Media hora miis tarde el capitán Lostan
entraba en el cuartíi.
Pronto Soler le hizo algunas preguntas
A propósito de la earta.
—Un caballero a quien conocí en Huan-
cayo me suplicó ser el portador de ella, —
fué la contestíiciotí de Lostan que ensegui-
da afladió:— Coií la maldita lluvia de ano-
che se mojó y está toda arrugada y borra-
da,,,; que diantresl van acreer que he teni-
do poco cuidado,,,
— Pero, di me; ¿no sabes quién es esa se-
fiora?
— Qué curioso te h^s puesto...— replicó
Lostan sonri endose y mcojiendo sus papeles
que ya estaban secos y guardándolos en el
bolsillo de su clia^uetív
—Ko ea por uwíra curiosidad... He cono-
cido eu Ijíma una persona de ese nombre y
queríii Síiber sí e3 la imsma.
Lostan se habia mostrado mui discreto
en todo lo relativo a su aventura con Rosa,
y creyendo cpie Soler por chanza quería ha-
cerlo hablar de aquel asunto qne medio ha-
bría vislumbrado por las ausensias noctur-
nas del capitán en Huancavelica, se con-
tentó con responder:
^Dame lae señas de tu *'Doña Manue-
la, para ver ai se parece a la mia.
— La señora de (|uien te hablo del>e ha-
ber salido de Lima con su familia.
— ;Y qué nm? ,
—Su íamiLia es un hermanp y una so-
>riüa.
— Continúa, — ti ijo Lostan a quien inte-
."€fió e&fca respuesta ;—á cómo se llaman es-
os dos?
— No sé e] nombre del hermano; la so-
brina se llama Lucía.
Lostan quedó un instante en silencio y
luego dijo:.
'. — Has adivinado... la tuya y la mia soa
una misma Doña Manuela o Manonga, co-
mo se dice en Lima, o Mañusca, cual di-
cen por aqní.
' — i Qué casualidad !
— ¡Cómo! ¿por casualidad has adivina-
do el nombre de la sobrina?
— Digo que es una gran casualidad lo de
haber veo ido ellas a Ayacucho cuando no-
sotros vamos para allá.
— ¡Ya caigo en ello! tú conoces a la so-
brinita... ¿hura?
— Nó; pero hai alguien... en fin, es un
secreto que no me pertenece.
Siendo aquellas dos personas párientes^
de Rosa, era natural que Lostan quisiera
saber algo de ellas;' pero Soler que sola-
mente de nombre las conocía, no pudo dar-
le muchas noticias; por discreción no habla
ni una palabra de los amores del teniente
Alvar.
Tampoco Lostan sabia mucho de las dos
viajantes. Con Rosa, corto se les hacia el
tiempo a ambos amantes para hablar de
ellos mismos, y solamente de paso se ha-
bían ocupado de esas dos personas. A ve-
ces la joven serrana le habia dicho: "Dé
usted la carta a mi tía y ni trate siquiera
de ver a Lucía... yo tengo miedo de las
limeñas... lo quieren todo para ellas." Los-
tan- la habia prometido cumplir este man-
dato; pero alhl en el fondo de su conciencia
¡quién sabe!... El capitán habia confesado-
muchas veces a sus compañeros que él es-
taba previamente enamorado de toda niña
bonita... aún lintes de conocerla. El hecho
es que Lostan no estaba mui dispuesto a
dar noticias de Lucía a sus colegas: ¿temia
que una vez llegados a Ayacucho se pre-
sentaran muchos candidatos? Eso debia
saberlo él...
Se limitó a. decir a Soler: •
—Tengo encargo de entregar esta carta,
a, esa señora que hace poco ha venido de
Lima con su sobrina; no sé nada más.
, Poco más tarde Soler y el teniente Al-
var caminaba^n mesuradamente por ama de
las calles del pueblo.
: El capitán referia a éste todo lo que ha-
bía sabido por Lostan.
' -^Son ellasj indudablemente: Lucía y
su tía, — decía Alvar.
174
y luego veúian los coíijctunis cousí-
patentes, ¿Por qnn sb hallaban cu Ayacíi-
chor cmll hiibria sido el niotÍTO del viaje?
tendría ti en ello parte sns amores con Ln-
cía ? por qné no estaba bu ¡xidre con ella ?.. .
etcétera.
Fuerza Eéra, decir que el tiempo trascur-
rido y las i^enalidades snfridas en las ma in-
dias Imbiait cambÍEido mucho los pensa-
mientoy de Alvar.
La desesperación que al principio le cau-
só el verse violentamente su parado de Ln-
cía a qnien dejaba ftljandünada a sí misma,
se Labia eonvertida en un trirXe rcenerdo,
¥A amor en la ausoDcia pam segnir man*
teuiéíidoBe necesita de los i-ecnerdos; si és-
tos faltan í el tunor se va apngaudo como
el fuego en ando le falbi el aire.
En esa vida que estaba llevando Alvar
en las marchas tan llenas de penalidades^
las inñnitas peiinrias del cncrpo impedían
que el alma pudiera entregai^e c^n sosiego
u dulces medÍLacioJies: en el día nrjido por
las obligaciones qjie imponía e\: puerto,
atai'cado con ellas, j en la noche abrumado
por el sncño j el causancio: faltando el aire
de los reciierdüs, el fuego del amor se iba
extíugu leudo,
Pero ijuedaba siempre una chispa, y la
esperanza que el teniente tnvo de' encon-
trar a Lucía, fné un ai reculo que reanimó
aquella chispa falta de oxíjeno; pero no de
combustible.
Como dijimos, la división descansó en
Aeokimba aquel día y también el si-
guiente.
Aquel reposo de dos días vino mni bien
a la jcntc y a las bestias.
Los soldados se repusieron algo; Hinem-
bargo el oúmerode enfermos hitbi a aumen-
tado p(ír causa de la terrible noche de tem-
pestad.
Entre éstos se presentó un caso que en
las e i reu usencias porque atravesaba la di-
visión era un suceso gravísimo.
A un soldado se le declaró la viruela.
Esto era mas grave que la muerte misma
de un individuo.
A los que movían en la marcha se les en-
teiTaba en mi lugíU" próximo al de de su
fallct^i miento ocultando la solitaria sepul-
tura del mejor modo para que los enemi-
gos no !a descubrieran y profanaran el
cadáver; sus compañeros cumplían este
piadoso doher pensíindo que ja aquel habia
cesado de sufrir.
Con un ajieatado, ¿qué hacer?
Condncirlo, como a los detuiía enfermos^
en camilla, era evponcr al contíxjio toda la
división. Las consecuencias podían ser de^
sastresas.
Dejarlo en el pueblo era entregarlo a k
saña de los montoneros que sin duda lo
ultimarían sin piediid entrando en el pue-
blo tan pronto como pirLíira la división.
¡Triste díayuntival
y era preciso tomar una resol ncion.
Primero est:í la sah^íicion de todí.ís que
la de uno solo. En casos como e^e no se
puede vacilar.
El apestailü debía quedar en el pueblo j
los habitantes responderían por sn \ida,
bajo apercibimiento de recibir im terrible
castigo.
Eli favor de esta decisión obralm aún
otra circunstancia: el apestado conducido
en camilla, expuesto al aire y a la lluvia, j
sin r eci bi r 1 os soe o rros nec L^sar i os, morí ri a
seguramente en el camino.
Para los acobambinos aquel era un duro
trance: ^'end^ian los montoneros armados
y ellos no tendrían fuerzas para oponerse
a siis desiguiofi, de manem que se encon-
trarían, como acostumbra decirse, entre la
espada y la pared, ha^ quedaba solamente
el recurso de ocnltar al enfeimo lo mejor
posible, j esta era la esperanza de los chi-
lenos.
XLIII.
De Acobamba a Cajas, y de Cajas
a Marcas.
La próxima jomada debía ser liasta el
pueblecíto o caserío de Cajas.
Como de costumbre, con la luz del alba
se emprendió la marcha.
El número de camillas con enfermes ha-
bia aumentado. Esto era mní penoso para
los soldados que tenían que soportar sobre
sus hombrotí el peso de ellos.
Algunos montoneros que se habían to-
mado prisioneros prestaban alguna ayuda
para la conducción de los enfermos.
La guerra (jue se hatda cotí los monto-
neros ei-a a muerte, de ambos bandos, el
indívidno ^lue Cída en poder del enemigo,
debía morir; no se daba ni se pedia cuar-
tel. Sabido es que en todo el mundo la»
hostilidades han tomado ese tremendo ca-
— 175
nlcter síempí^ que li^ii aparecido guer-
rillas.
Cuando los soldados vieiim que losraou-
toneroa tomados podían aliviarlos en parte
del peso de las caní illas, comenzaron a ha-
cer pri si o lluros, y cliolos hubo muchos que
debieron su ^ida a las camillas.
Ooíuo a las dos de ¡a tarde se divisó en
nna hondonada d caserío de Cajas.
Ahí encontró la división un^i novedad,
la de ver arbustos. En todas las alturas
que había venido pasando solamente se
liallaban pobres muestras de vejetacion.
En los Ingai'es más elevados la tempera-
tiim lio pí^rniítía ía existencia de ninguna
planta. A medida que se descendia se iba
encontrando coirón, luego champa^ más aba-
jo kAí^, cüUidA, paíjtoí después maiz y pita;
era preciso bajar mucho para encontrar
arbustos,
Eifia joríiada fue una de las menos peno-
sas qne tuvo la expedición. Los montone-
ros pndieron molestar poco porque no siem-
pre el terreno se prestaba a sus correrías;
sin embargo, no dejaron de disparar sus
tiros y fue preciso marciiar tomando las
alturas como en los di as anteriores.
Algunos de los habitantes del pueblo
acudieron con baudeias bl nucas a recibir,
a la división: esto aigiiiücaba que no ha-
rían resistencia.
Cosa de las tres sena cuando la fuerza
expedicionaria entró en las sinuosas calles
j vericuetos del pueblo*
Jja tropa tuvo qne hos|}edarse muí divi-
dida en los pe<[ueiios ranchos que forma-
ban ese caserío.
Escasísimos eran los recursos que ofrecía
aquel pueblecito; no pasaban de un poco
de chancaca y otro de chicha de jora, lo
cual fué prontamente coui¡>rado por los que
primero tuvieron noticias de ello.
Tal era el pueblo de Caj^^ del Espíritu
Hanto, nombre (jne arregladlo conforme a
la índole de la lengua hablada en él pasa
a ser Espíritu í?anto Cajas, y luego, abre-
viándolo: Espíritu Cajas; en seguida, acor-
tándolo aím, Pitu-Cajas, que es como lo
llaman sus habitantes.
Tan pronto coiüo se yíú la luz del dia
fiiguientc, se eontinuó marchando.
Al salir del pneblo comenzaba un largo
pesado repecho, Annque Labia camino
lOr el fondo de quebrtida, se marchaba por
os cumbres de los cerros: esto era más fa-
tigoso; pero así la división no se veia tan
expuesta a las galgas.
Los prisioneros que cargaban camillas
iban naturalmente custodiados; pero en
tantos desfiladeros, vueltas y revueltal, la
vijilancia no podia ser mui estricta. En
pasos difíciles algunos solían escabullirse
por entre las rocas tomando las de Villa-
diego.
Ese no era el convenio. Se les había
perdonado la vida para que prestaran ser*-
vicios.
Conocedores del terreno y yendo sin ar-
mas ni peso alguno, tenian ventaja sobre
los soldados para correr. Se les perseguía
un poco, y si tomaban mucha distancia se
les mandaba uno o dos tiros. Algunos es-
capaban como el ratón que se sale de la
trampa y se mete en su cueva.
Para resolverse a correr el riesgo de ser
alcanzados por un balazo, debia influir en
los cholos prisioneros el temor de que al
fin de la marcha se ies ajustaran las cuentas
por sus anteriores pecados; eran desconfia-
dos como gatos monteses.
Pero su temor era infundado. Pasado el
calor de la pelea, por la cabeza de ningún
chileno vagaba la idea de ultimar a esos
infelices, quienes al fin y al cabo prestaban
un buen servicio ayudando a cargar las
camillas: también es cierto que si ellos no
hubieran tirado galgas y balas no habría
habido heridos que líevar en camillas; pero
el chileno no es rencoroso.
Cuando algún soldado de las custodias
lograba alcanzar a un prisionero que buia,
lo traia riéndose y por todo castigo se con-
tentaba con darle unos tirones de oreja,
diciéndole:
— ¡Qué chucaro habís salido I ... agrade-
ce que no te arrimo un buen palo por na
descomponerte y que no podáis ponerle el
hombro a la camilla...
El cholo que no entendía ni una pala-
bra de ese castellano ni tampoco de otro
más castizo, se llevaba una mano a la ore-
ja zamarreada, y al notar que estaba en su
puesto quedaba más tranquilo y seguía la
marcha dándose por satisfecho de haber
salvado a tan poca costa, o tal vez cavi-
lando en que se las harían pagar todas por
junto. ^
El término do la jornada de acjuel día
debia ser Marcas, pequeña hacienda sin
recursos.
Durante el trayecto los montoneros no
— 176 —
dejaron de molestar; pero, como ül día an-
terior, poco daño pudítn'on hacer.
A las cnatro o r^inco de la tarde estaba
la división en Miircaa.
En loB pocos ranchos {[ne ahí habia ape-
nas cupo nn poco más de la mitad de la
jente.
El capitán Orrego había hecho cla^^ar
nnos cuatro palos en el stielo formando nn
cnadr i latero- debían servir de pilaree ]>ara
improvisar nua choza; de techo y paredes
sirvieron algunas mantas o fnizadas.
Ahí se alojaron los tres capitanes, Orre-
^, Loatan y Soler.
Aquel ediñcio no era muí empinado^ y
sus tres moradores tenian qne entrar en el
a gatas. Esto importaba poco a sus dneüoSj
pnes no lo qnerian para dar mi baile den-
tro de ól, sino para dormir.
— Parece qne la jornada de mañana aeni
sakdita, — decia Orrego a sus com peineros
euiVndo habia aíiocheeido y los tres se dis-
ponían a dejarse abatir jvor Morfeo»
— -Siete leguas, — dijo Soler.
—Y nn rio qne pasar- Alojaremos en
Huanta.
— Dicen que esta es una ciudad, una
.gran ciudad,
— ¡Hum! ya lo veremos? siempre en La
Sierra hablan de grandes ciudades. . . pero
deben ser ciudades encantadas, pnes cuan-
do llegamos a ellas se i^educen a pueblos
que no valen tres caracoles.
— Los Luantinos han mandado una nota
fá coronel diciendo que no harán resisten-
cia, qne son jjartidaríos de la paz.
—No dudo, querido Soler,— dijo Lostan
poniéndose de lado en el lecho para fnroar
uu cigarrillo,— no dudo cjne los habitantes
tengan el deseo de no hacer resistencia;
pero tampoco dudo que a los montoneros
les importa un bledo lo que piense aquella
pacífica jen te. Esta quiere la paz, j aque-
llos la guerra; nosotros para ser obsecuen-
tes les diiremos gusto a la una y a los
Otl'OS,
--El servicio, como de costumbre; pa-
labras de la orden del dia.
—No habrá faltado algún cabecilla de
montoneros que se haya adelantado para
perorar a los indios y oliólos comarcanos
para que sals:an a recibirnos con galgas y
balas. No será raro qne por aquí an.de el
Corso de Soler entusiasmando a los indios
7 ávido de ejercer la v€)id^Ua.
—Hace tiempo que no se deja ver, —
dijo Orrego riendoí — pero yo ereo que
no debe andar lejos de nosotiioa. £1 otro
dia mont¿ en la ye^na de Boler, y a
cada bala que senti a silbar, me decia; c Esía
es del Corio que por la yegua cree que soí
Soler. »
Este capitán sl^iendo la broma, replicó:
— Esa es otra que me debe el Coreo:
confundirme contigo.
—A mí es a quien le debe esta,,.
DespuíB de chancear nn rato, dejaron
las bromas para mejor oportunidad y se
dispusieron a dormir teniendo en cuenta
que a las dos de la mañana debía conti-
imai^ la marcha.
Muí buena noche habriau pasado los
tres capitanea en su improvisada cabana^
si no es por cierta Ofjurrencía que no era
mu i rara en esa clase de expediciones.
Un paciente jumento de los de la divi-
sión debia estar si ntíeudo en el lomo algu-
na comezón, producida qui^^is por el roce
de los aperos rjue habia llevado todo el dia.
Sería cosa de media noche cuando el
dicbo animal se acercó mesuradamente a
la cabana aquella, y se puso a restregarse
el lomo en uno de loa postes.
Este apenas estaba enclavado en el guelo
y, se balanceaba; el burro se cai-gaba más
y seguía frotáTidose. Por fin el paío perdió
el equilibrio y cayó arrastrando a los otros
tres con frazadas y amarras.
De nn salto despertaron los capitanes al
sentir que se les venia encima el edificio.
XLiy
El bosque de Huanta*
Eran las tres de la mañana y la débil
luz de una luna menguante alnmbraba
apenas la serranía cuando la división iba
ya marcl Lando.
La jornada era larga y bastantes loa
tropiezos: habia sido preciso partir a tan
temprana hora para alcanzar a llegar ai
alojamiento con el dia.
Aunque trabajosamente, se avanzaba en
aquella media oscuridad,
Ouaudo sobre la cumbre de nn cordón
de negras montañas que columbraban en
lontananza, apareció la claridad del ere*
pÚBCub matutino, la división iba descen-
diendo a la deshilada por unos áspero»
desfiladeros.
177
Hacía abajo, a enorme distancia, como
m amiello estuviera en la tierra de loa an-
típodaSí sü percibía tin exteíiao valle,
A medida que crccia la luz, se pudo ver
que a lo largo del valle se exteudia una
anoha faja plateada. Era el rio Hiiarpa.
Allende el lio y del lado del sur yacia
una dilatada mancha opaca que pronto se
supo em un gran boaque deutro del cual
^taba Huanta,
La pera|>ectiva era encantadora y los
soldados llegaban a olvidar por un minuto
sti cansancio para contemplar aquel her-
moso cuadro de la uaturalcza.
—¿Para dónde corre el rio?— se pre-
gunta baii miK'bos.
Rabia diversas opíuiouea y ae cruzaban
«puestas.
— Corre para la derecha .
— No; para ]a izquierda.
'—Apuesto un real,
— Apuesto dos,
— Yo no tengo plata j pero apuesto la
primera gallina que encuentre alhi abajo.
Al que esto decia le replicó al punto im
eoldado:
— Apuesto esa ]>erdiz que va pasando.
Se referia al silbido de una bala que
hendia en cae momento el aire cerca de
ellos produciendo un ruido semejante al
Yuelo de esa ave.
En la cumbre de una altura separaba
por una quebrada se divisaba ima nnbeci-
11a de hnmtí, y como ann no cataba mui
claro, se distini^uían los fogonazos de loa
disparos que desde- ahí bíiciau los monto-
neros.
Aunque la comi>añia de vanguardia es-
taba más próxima a elloSj disparaban sus
tiros principalmente sobre la división, te-
nieudo sin duda en vista que esta presen-
taba mayor blanco para aceitar sus pun-
terías.
No debian ser mui pocos los montoneroa
a juzgívr por lo nutrido de sn fnego-
La compañía de vanguardia avanzó rá-
pidamente y los hizo retroceder.
Al mismo tiempo por todits las eminen-
cias cecinas aparecían enemigoft.
Los soldados contestaban con algunos
tiros siempre que lo ordenaban sns oíicia-
IcB, y la marcha continuaba.
A la división en sn paso le sucedía lo
que al viajero en algunos caminos de nnes-
i^roa campos cuando le sale al encuentro
ana jauría do perros 1 adrándole; si ee des-
miñsk le moerden Jas ancas de! cabalb;
pero el levanta el rebenque y los peiToa se
mantienen a respetable distíincía, Isidrando
siempre y siguiéndole por algunas cua*
dras... ahí sale otra jauría y se repite k
canción...
Se mandaban pique Les de tropa en di-
versas direcciones para mantener alejados
a los recalcitrantes guerrilleros, pero a ve-
ces se interponían profundísimas quebradas
y era forzoso contentarse con responder
sus f negos a través de c^tas.
Las enemigos tcnian en su favor la ven-
taja de estar cjuietos y agazapados detras
de piedras mientras la división tenia que
ir desfilando a pecbo descubierto al frente
de ellos.
Se continuaba la marcha dcscendiendOj
y como a las siete se llegó a una parte a la
cual no alcanzaban los fuegos enemigos,
Desde allí se envió la artillería y el ba-
gaje por cierto sendero para bajar al valle
junto a un lugar del rio en que los guias
deciau haber vado. Se les mandó reguar-
dados por una compañía de infantería.
Luego se prosiguió el descenso.
La altura a que se encontraba la divi-
sión no s^ria menor de cinco o seis mil
piéa sobre el lecho del rio.
Esto no parecerá una ex;ajeracion si se
tiene en cuenta que La Sierra del Pera ea
notable en todo el mundo por su altura y
los precipicios que hai en ella. Basta con-
sultar las obras de jeognifia para conven-
cerse de esto.
Aunque impulsados por la rapidez de la
pendiente los^ soldados bajaban de carrera,
demoraron más de cuatro o cinco horas
para llegar al valle.
A loa montoneros no les convenia én-
eo ntrai-se en el llano con fuerzas chilenas;
naturalmente la mayor parte de ellos se
había retirado allende el rio y los demás
permanecían trepados en bs cerros que
iban quedando % retaguardia de la divi-
sión.
El Ilnarpa es un rio bastante caudaloso,
pero en algunos trechos Lai vado para las
bestias.
En cierta parte pasa lamiendo los cer-
ros íjue limitan el valle por el orienti*. Ilai
ahí un puente colgante de cuarenta o cin-
cuenta metros de lonjitud transitable sola-
mente para la jente de a pié.
Las miras de los montoneros era impe-
dir el paso del Huarpa, o por menos difi-
cultarlo, aprovechando lo trabajoso de la.
21
L
— 178 -
^tuftcion para hacer gran número de bajas
a loa chilenos*
Con i^te ñn Be habian posesionado, al
lado opiiesDo del rio, de las alturas que do-
minaban el puente y los vados.
Loa hnantinos eran quienes pretendían
llevar a cabo es>ta empresa. Se habiaa reu-
nido en g^ran número armados con fu siles ^
honda» y lanzas.
La compañía de vanguaiiiia 7 la que
resguardaba la artillería, ésa pasando por
el puente y esta por el vado, y también la
oaballería, cargaron sobre los enemigos*
Estos trataban siempre de conservar una
prudente distancia y retrocedían ya su-
biéndose a loa. cerros ya corriendo hacia el
bosque, y disparando sus fusiles taiito en
la i-etirada cuíinto luego que hallaban don-
dejparapetarse.
Mientras tanto el grueso de la división
^ae había acercado al puente col^Tfirite.
Este puente era formado por tres grosí-
simos cables de pita tendidos paralelamen*
te de una ribera a otra como las cnerda»
de una guitarra; sobre los cables se habían
puesto ramas y maderos atravesados* Sien-
do aquéllos de unos cincuentíi metros de lar-
go, naturalmente con au propio peso hacia
el puente una gran comba^ casi un semi-
oírcolo* Dos cordeles puestos a los lados
servían de barandilla.
Las bestias no podían pasar por ahí.
La jen te sí; pero no toda unida cómo si
transitara por un puente sólido. Para ha-
cerlo así había un grave inconveniente;
el puente se cimbraba como una varilla de
^uneo.
¿Ko ha visto el lector bailar en la maro-
ma o en la cnerda a nn volatinero? Pues
bien, si dos volatineros quieren bailar a
un tiempo en la misma cuerda, con lo que
ésta se cimbra, a la primera cabriola ea se-
guro que uno o los dos van al suelo.
Igual cosa sucedería en aquel puente
colgante a los soldados chilenos que debían
convertirse para el caso en volatines. Era
preciso que pasaran ono a uno, o a lo más
tres o cuatro a la vez yendo muí juntos y
pisando a un mismo tiempo.
Como se corapreuderá, todo esto causaba
gran demora y fastidio.
Una media cuadra más abajo del puente
el rio se abría y habia vado* Por ahí pasa-
lan las bestias í esto es, las que tenían fuer-
zas pai'a hacerlo; aquellas que carecían de
vigor, principalmente algunos burros muí
eitenuadoa cx)n las marchas, eran arrastra-
das por la corriente del Huarpa y arreba-
tados por ella Be^aian hasta ir a servir de
alimenLo a los lagartos o cocodrilos del
Amazonas*
Los cuadrúpedos que tantos servicios
prestaban a la división con sus lomos, se
veiau también obligados a soportar las pe-
nurias y hasta las brdas: muchos de ellos
habian caído como buenos atravesados por
el plomo enemigo; también entre ellos W-
bía heridos, pero no habiendo camillas para
BUS pesados cuerpos, debían sanar caminan-
do, y BÍ la herida era grave^ esperar tendi-
dos en algún sendero el fin de su aporreada
existencia.
La com¡^nia de retaguardia había teni-
do que venir tiroteándose con los monto-
neros marqtiinos (de Marcíis). En pos de
la división veniau estos pisándole los talo-
nes, o más bien dicho pretendiendo pisilr-
selüs, pues la compañía de i-etaguardia los
mantenía a raya.
Luego que esta compañía dio principio
al descenso de la enorme cuesta, los mar-
quinos aparecieron en la cumbre descar-
gando sus fusiles. Que la compañía hubiera
tornado a subir para ahuyentarlos, habría
sido una gran bisoñada o reclutwla^ y
nuestra jente era ya mni veterana eu esa
clase de guerra para caer en bal ten-
tación* A medida que subieran los solda-
dos se retirarían los marquinos, y no se
habría sacado otra cosa que cansar inútil-
mente a la ti'opa*
Mientras el grueso de la división pasaba
el rio, obra que duro algunas horas, las
compañías que iban a vanguardia y la ca-
ballería hacían retroceder a los indios y
montoneros hnantinos.
Muchos de estos pagaron con su vida
el deseo de atajar en su paso a las fuerzas
chilenas. En las faldas de las colinas y a
la entrada de los bostones sus enaang iluta-
dos cadáveres probaban cuan temeraria fué
su preteusíon.
Desde el puente se anduvo como una
legua por las cuestas que ahí hai, y luego
entro la división en el espeso bosque divi-
sado por la mafiaua desde las alturas de
Marcas.
Eazon tienen los jeógrafos en ponderal
la variedad de climas de La Sierra* Hai
un lugar con frío y nieve eterna donde ja-
— 179
maa se ye la hoja de una planta, y a dos o
tres legiiBS de distaEcia ac extiendo im va-
lle en qne se cultiva el algodón y el café.
Aquello parece fantástico, es juntar el hie-
lo de los polos con el «ol del ecuador.
La división chilena que en la mañana
estaba en Marcas donde apenas se ven al-
gunas matas de coirón y algunos quiscas
que pueden resistir el frió, y donde el in-
Tierno parece perdurable, entraba poco
después del mediodia en un bosque de ár-
iDoles tropicales, y un sol abrasador obliga-
ba a la jente a despojarse de los abrigos
qne horas antes encontrara livianos.
El bosque favorecía a los enemigos; ellos
lo conocían, mientras que los chilenos lo
veian por vez primera.
No se puede negar que los montoneros
eran tenaces y que no les faltaba atrevi-
miento para no desalentarse por la mueite
de muchos compañeros.
Los más pertinaces se guarecían detras
de los árboles y hacian fuego sobre la divi-
sión, ya veces a cuatro pasos de distancia
se sentia el estampido de un balazo.
Piquetes de soldados desplegados en gue-
rrilla Jos batian; pero no siempre la espe-
sura de la floresta lo permitía.
Rabiaban los soldados cuando un mon-
tonero al ser alcanzado, ya a dos varas de
distancia, se les escondía entre las matas
como una perdiz.
Los oficiales tenían que guardar vi jilan-
cia para que la tropa en la persecución no
80 internara en la floresta y se extraviara
dentro de ella.
Un camino de regular anchura surcaba
el bosque serpenteando; era aquello una
calle de árboles. Por él marchaba la divi-
sión.
Melles, guayabos, lúcumos, limones, pal-
tos y chirimoyos, cruzaban sus ramajes
formando arcos sobre la via. A pesar del
cansancio y de los montoneros que no ce-
saban de molestar con sus tiros, los chile-
nos contemplaban con placer tan frondosa
vejetacion y respiraban con avidez el aire
dulce de la floresta después de haber esta-
do tanto tiempo aspirando el soroche de
las montañas.
A menudo se encontraban chozas, caba-
as o ranchos deshabitados de indios y
oíos. No faltaban gallinas por centena-
3, y no fueron pocas las que cantaron
? do ai sentir en su pescuezo la vigorosa
mo de un soldado. También se encon-
iha al paso una cantidad de cerdos que
hacian reír a los chilenos por ciei*to adorno*
que llevaban en el cuello; era un triángu-
lo de madera que a modo de collar sus-
amos les habían puesto para que no pudie-
ran internarse en los matorrales.
El capitán Soler había montado en su
yegua tordilla porque su caballo estaba
muí causado y el camino era ahora bastan-
te bueno para ella, para la Cenicienta,
nombre que el capitán le había puesto por
el color de su pelo.
La via estaba muí asendereada y a ambos
lados se habían hecho lomos que con algu-
nas piedras extraídas del pavimento y echa-
das sobre ellos formaban unas murallas dc:
la altura de un hombre.
Il)a Soler atendiShdo a que sus soldados:
no comieran limones, lúcumas u otras fru-
tas de las que ahí abundaban, siempre que
no estuvieran maduras.
De pronto sintió a dos metros de su oído
izquierdo la detonación de un tiro de rifle
Volvió rápidamente la cara y a través;
de una nubecilla azuleja de humo. Vio el
cañón de un rifle apoyado encima del lomo^
de piedras, y al extremo opuesto de él una
cara que creyó reconocer.
De un salto se apeó de la yegua y quiso,
brincar sobre las piedras.
Al mismo tiempo un soldado que iba
tras de Soler saltó también y se trepó en
ellas.
Pero aunque esto bahía sido ejecutada
con la rapidez del rayo, el montonero ha-
bía logrado huir internándose Sin duda en
el bosque cuya espesura llegaba hasta las^
piedras.
Pasando al otro lado el capitán quisa
seguir la pista al que huía; anduvo algunos
pasos apaii^ando las ramas con las manos r
mas, pronto conoció que aquello era inútil,
pues no sabía la dirección tomada por el
fujitivo que se había emboscado.
— ¿Se divisa alguien? — preguntó al:
soldado que trataba de abrirse paso por
otro lado.
— ^Nada, mí capitán; el cholo se ha he*
cho humo... ya debía tener estudiada la
retirada cuando se atrevió a acercarse
tanto...
Soler comprendió que el soldado debía
tener razón y le ordenó regresar con él al
camino.
Ahí divisó que varios soldados observa-
ban el pescuezo de la Cenicienta.
Se aproximó a ellos y vio que examina-
ban una herida de bala que tenia la yegua
— 180 _
■€11 la parte superior del cuello* El proyec-
til habla paR^o al otro lado dejando un
agujero cu el pescuezo de la bestia,
— La heridíi no ts fea, — ^sananí, dccia uu
*floldado-
Á medida que la divi&ion ae acensaba a
la ciudad de Huanta Bedejal^an de percibir
los tiros (le los montoneros.
Una mulbitüd de jente trayendo bande-
ras blancas salió a recibir a los chilenos.
Como a laa cinco de la tarde entraba la
fuensa expedicionaria en Hnanta.
Esta ciudad estaba habitada; pero las
puertas derribadas de la^^ casas, los muebles
hec]ios pedazos, loa papeles y destrozos
sembrados en \\i% call(*f, denioítraban c[ue
un gran trastorno o un saqueo había teni-
do ahílugar recientemente.
Pronto so supo el significado de esto.
Como lo había dicho en una conversa-
ción el capitau Mer la noche anterior, loa
vecinos de Huanta liabían mandado una
nota al jefe de la división chilena comuni-
cándole que la ciudad era partidaria de la
paz y que por consiguiente no baria resis-
tencia contra el paso de la expedicon paci-
ficad ora, sino E|ue al contrario la recibirian
amͣt05amente.
los partidarios de Oácerca que había
en la ciudad no eran de la misma opinión
Juntaron a los indios comarcanos y les
percraron en su lengua diciendo que los
nuantínoe de la pblacion eran nuos arr/o-
ilutas y unos cküenosos a quienes se debia
castigar ejemplarmente.
Reunieron tres o cuatro mil indios ar*
mados de lanzaos, hondas, fusiles, escopetas
j aignnos rifles. Ese tropel de hombres
salvajes cayó como una plaga de langastas
sobre el pueblo. Los vecinos, seguu lo
Oímos contar a ellos, se atrincheraron en
las calles próximas al centro y trataron de
resistir la invasión armados con veinticiii-
X50 rifles que era todo el armamento exis-
tente en Ja ciudad.
Las mnjercs y los niños se habían rcfu-
jiado en la iglesia.
Los vecinos se defendieron hasta agotar
todas SUS municiones. Cuando se hubieron
quemado todas las csípsuía^, se retiraron a
la iglefiia, dejando la ciudad abandonada
a los vencedores.
Los indios llegaron hasta la puerta del
templo; pero no osaron entrar por ser mui
faxuiticos. Ante la profanación retrocediau
ya que no ante lc6 crímeues a que se en-
tregaron mni pronto.
Trae de loa indios venían sus mujeres
conduciendo con sus respectivos aparejos
stLS burros, muías j cal>aÍloa,
Al vei-se dueños de la ciudad, loa indios
dieron principio al saqueo mas prolijo,
comenzando por las tiendas y pulperías
donde uo dejaron botella eon gollete.
Reforzados con la ebriedad sus instintos
salvajes, se entregaron a la ejecocion de
actos horrorosos y repugnantes» Todos los
habitantes que no habian alc^inzado a re^
fujiarse eu la iglesia, hombres, mujeres,
niños y viejos, fueron bárbaramente aáesi-
nadüs y descuartizados, ííns troncos arraa-
tradoB por el suelo y sus cabezas ensartadas
en las puntas de las lanzas y paseadas por
las calles en medio de vociferaciones.
Mientras tanto las indias Ueval>an a
calKí el saqueo de las casas con una minu-
ciosidad exclusivamente femenil, no deja-
ban ni los alfileres. Todo lo L[ue podia ir
en el lomo de las bestias y en el de las in-
dias caminaba para la montaüa habitada
por los saqueadores.
Esto sucedió el 25 de setiembre, o más
bien comenzó ese dia y duró hasta el ¿7
que fué cuando entró la división chilena.
Durante esos dos dias los habitantes
permanecieron sitiados eu la iglesia; ahí
pretendiau los invasores hacerlos morir de
hambre y sed, y esperaban el trájico fin de
los huantinos en medio de la crápula más
desordenada.
Sabido es que por lo jcuei'al para los eal-
vapes que entran a saco a una ciudad la
hermosum femenil es el botin mas precio-
so: un indio que galopa llevando en la gru-
pa de su caballo una lirada joven desma-
yada, ha sido escena repetida mil vecea eu
mil épocas distintas.
Pero los indios que se apoderaron de
Huanta eran una excepción de la reglar a
pesar de su desenfreno, no ejecutaron actos
de viokciou. Mas, no podremos decir que
no lo hicieran por respeto a la>s mujeres,
puesto f^ne si no les usurpaljan sus gracias
y hechizos, cu cambio les quitaban la vida
sin piedad.
Aquellos indios eran poco galantes.
El dia 27 al saber que ¡a división chile
na se aproximaba, abíiudonaron la ciíidac
y corrieron hasta el puente del Huarpa
pretendiendo detener a los chilenos.
Ya hemos visto el resultado de sus pre-
tensiones: los que no íueron al otro mundo
— lai —
^a dar cuenta de sne crímenes, tn vieron tnie
"huir a refujiarae en los bosques j en las
moutañfu.
XLV.
Huania.
I5a división alojó en algunas casa» de la
ciudad, elijiendo hia pertenecientes a indi-
viduos que ftTidabau con los montoneros, y
es de advertir (jue en el calor del saqueo
los indio.s no reconocían propiedades de
amibos; todos los muebles^ todas lafi mer-
caderías, todos los objetos eran eousidera-
dos como fhi Ion osos y se les tomaba. Así
los que babinn' instigado el ataque tuvie-
ron su merecido castigo siendo robados por
laa mismas bordan a quienes azuzaban.
Los babitantes de la ciudad miraban a
los chilenos como sus salvadores, y sin em-
bargo los chilenos estaban eu guerra con
su ptria, Pero bs enemigos de su patria
no les bacian niut^un daño, y sus compa-
triotas se convcrtian para eUos en crueles
verdugos.
En las cercanías de sits respectivos cuar-
teles los oficíales se babían acomodado
como mejor habiaii podido.
El capitán Ortigo se había alojado en
una caGÍta de altos que estaba désbabi*
tada.
Los muebles destrozados y los pedazos
de trapos y papeles revueltos y esparcidos
por el suelo denunciaban el paso de los
indios,
Lostan y Boler se instalaron con BU com-
pañero. Los tres bicieron tender sus aimas
en la misma pieza.
Sus asistentes, buscando por aquí y por
allií, habían logrado encontrar nn par de
ollas escapadas a los indios y eu ellas se
pusieron a hacer la sencilla comida de cos-
tumbre í atiuqiio esta vez no estuvo tan
mala la cosa, pues no falfcci una Líallíua y
algunas verduras cíkjidas en el camino, de
lo cual venían careciendo desde algunos
dias.
Sentados al rededor de una mesa coja
tabian hecho los honores a una comida
ne parecía opípara comparada con his de
)s días prec¿ientes; pero que con todo no
paso de una cazuela y un troKO de asado
m un jarro, una taza o nn plato de caíc,
ígan el utensilio eu que era servido el
timulante liquido.
Estaban concluyendo su modesta comida
los tr^jH capitanea cnaudo entró en la habi-
tación el capitán Aliajo^a exclamando:
— ¡Buen pais! excelente país!..- qué lú-
cumas, qué chirimoyas, qué paltas y qué
gallinas 1
Una vela alumbniba la estancia, Lostan
la cojió con una mano miénti^s con la otra
alzaba el faldón de la chaqueta de Aliaga,
y alumbrando el cinturon ne é^te gritó:
— ¡Que panzada te has dado! has tenido
que alargar cuatro ptdgadas los tiros de
tn espada! Lúe u lo, líebogiíbalo, confiésa-
nos que has ti^ií^ado lo necesario para ha-
cer estirarse cuatro pulgadas la circnnfc-
reacia de tn btirriga,
— Déjate de bromas porque vengo de
duelo, líe subido hasta aquí para darle uii
pésauíe a Soler por la herida que boi ha
recibido lá Cenicienta. ¡Pobre Ceiiicieüta!
a mí también me hizo el favor de llevarme
a cuestas algunos trechos al pasar ¡a Cor-
dilíera, ¿T es grave la herida?
— Según la opinión del médico de ciibe-
ceni, soldado de mi compañía que tiene sus
puntas de vetenuario, sanará si se la cura,
■—contestó Soler.
^Merece que se la atienda r ha prestado
buenos semcíos,
— Y sobre todo. Soler, — agregó Orrego^
— debes tener en cuenta que la yegua ha
recibido la bala que te mandaban a ti, el
regalo del corso... Pero ese diautre debe
haber estado ahí más de una hora esperan-
do que pasaras para cumplir su anieuíiza,
— Si antes no se ejercita un poco eu el
tiro al blanco, dudo mucho que llegue a
cumplirla con la puntería de que boi ha
dado muestras errando nn tiro a cuatro
— No lo erró del todo puesto que hírio
a tn bestia, y en una marcha el jinete y
su cabidlo foi^mau, puede decirse, un solo
individuo,
- -También a mí, — dijo Lostan, — la Ce-
nicienta me ha prestado sus lomos, pero
recuerdo que me hizo pasar una ruda mbia
ilutes de líej^ar a Huanca vélica por haberse
echado al suelo cuando montado en ellar
subía yo a tomar unss alturas. Ese dia
también me hizo rabiar un individuo que
boi ha corrido una saerte mas triste qué la
yegna Cenicienta.
— ííQuicn fué él?
— El guia que llevaba.
— ¿Y qué le ha sucedido? — preguntA
Aliagtt.
— 182 _
— ¿No baei sabido? El y ese italiano que
Labift aUjuiludo algunas béEtías a la dívi*
síon, Be adelanüvron para Degar máñ pron-
to a H nauta, aburrido» de venir al paso de
la tropa y deseosos de descansar a su gua-
to. Pero cjontabfin sin la huéspeda. Aquí
se encontraron con loe indios, quienca sin
enti"ai" en pormonores Jes cortaron el pes-
cnezo, y tanto el guia como el italiuno han
tenido el honor postumo de aus cabezas
hayan sido ensartadas en las puntas de las
lanzas y paseadas por lag calles de la ciu-
dad,
— Bien había extrañado yo no ver al
italiano juntando sus bestias a la llegada.
— Si ahora el pobre pudiera juntar algo,
juntaría su cuerpo con su cubeza... Por lo
demás, lo t]|tie han hecho los indios con
esos dos individuos es mui lójico; venian
ambos al servicio do la división y los in-
dios los ban tratado como a enemigos: al
fin y al cabo nosotros somos sus enemigos
y es natuml que nos ha^^au todo el mal po-
sible, están eu su perfecto derecho, Pero
lo verdaderamente abominable es lo que
han hecho con los habitantes de esta ciu-
dad que son sus compatriotas; saquearlos
y asesinarlos jxírque no querían lia^er la
temeraria locura de oponene a nuestra en-
trada en la dudad eaiocicndo de los ele-
mentos necesarios para la resistencia; esto
es lo que me parece abominable, una obra
de biírbaros malvados. Y no son tanto de
culpar los indios como loa blancos qne los
han instigado a ejecutar la sangrienta de-
vastación. Desde los tiempos de Golon^ los
liombres blancos, loa civilizados, han sido
para los de piel cobriza, para los salvajes,
maestros de la maldad y del vicio ^ la liis-
toria nos cuenta mil ejemplos, y aquí se
presenta hoi uño: los indios vecinos esta-
ban tranquilos en la montaña cuidando sus
maizales y sus gauados, cuando he ahí que
se les aparecen algunos blancos habiéndo-
les de crápula y pillaje, y dándoles rifles y
municiones; avivan sus pasiones; con el
aliciente del saqueo que les muestran como
una cosa licita, santa y buen», los salvajes
no vacilan, sacuden au habitual pereza y
empuñando rifles y lanzas caen sobre loa
habitantes de Iluanta como una partida
de salteadores más bien que de guerreros.
Una vez ebrios de licor y de sangre, roban
y matan sín qne nadie pueda contenerlos,
6US mismos instigadoj-ea si pretenden en-
tonces anjctarlos, pueden quemarse en el
fuego que ellos mismos han encendido.
— Yes la verdad,— observó Orrego, —
es la verdad lo qite dice Loatan, pues lag'
casas de muchos cacer tatas incitadores de-
los Indiosi han ai do también sarjueadaa.
— Naturalmente; ahora los salvaje por
instinto hacen la guerra de razas: conside-
ran como enemigos a todos los blancoa^.
chilenos o peruanos, y adn a loe meztizoBr
los cholos.
— De todas maneras» a pesar de que baii
obrado por instigación ajeoo, los indioS'
merecen ser castigadas, — dijo Aliaga.
— Esto es clarísimo, — replicó Lostan; —
si un individno aauza sobre mi a una jau-
ría de perros, yo comienzo por dar de pa—
los a los perros, sin perjuicio de adminis-
trarle una paliza al dueño, reconociendo
que éste es mi verdadero enemigo.
Los cuatro comisan eros siguí erou dis*
curriendo un rato sobre cata materia.
Al cabo de algún tiempo. Aliaga dijo
sonriendo,
— ^Me estoi riendo de nna cosa,
—¿Y es ella?...
— [Estos üinoa son mui vivos!... no
pierden tiempo,,, í^upónganae que al ve-
nir para acá vi una puerta de calle abierta,
y creyendo que seria alguna casíi deshabi-
tada, entré con la intención de ver si me^^
con venia para alojarme en ella; a los pocos
pasos diviso a mi buen teniente Martel
mui sentado en nn sofá al lado de una
serranita y en grandes couvei'P-aciones con^
ella, y ella le ponia la oi-eja cerca de la
boca para escucnarle mejor.
— Y no hace má^ de dos horas qne he-
mos llegado; de veras que, como dices,
estos niños son mui vivos.
Los cuatro capitanes continuaron ha-
ciendo algimas bromas sobre el caso.
Como se recordará, el teniente MarteL
era de la misma compañía e íntimo amigo
de Alvar, y ya de él nos, hemos ocupado
a la lijera.
Luego que entró la división en Huanta-
y so hubo pasado lista, ol teniente salió a
andar por las calles distraídamente.
En una puerta divisó a una joven nada^
mal parecida, y habiéndola enc^íutrado
muí adecuada a sn gusto, se acerco a ell%
pregnutándole cortésmente si había teñid"
mucho que sufrir con el asalto de los in
dios: no faltaba materia de conversación
ésta se alargó, y la joven invitó a entrr
al oficial para moatrarle los destrozos hi
choB en la casa por loa saqneadoi-ea.
— 183 —
Ahí se Imlld el oñcial con nna eeñora
liermana mayor de la joven j dueña d(i
-casa, que estaba algo enferma con las pri-
vaciones sufridas en los dos dias que estu-
TO entre los eítifwlos ca la iglesia,
Líft conversación se animó. Martel de-
^mostró mucho ínteres por la enferma j
ofreció traerle algunos remedios del boti-
-quin de la ambulancia, para lo cual salió
j regresó mu i pronto.
Después de liacer durar bu visita nn par
-de horas, se retiro prometiendo volver al
di a siguiente para i uf orinarse de la salud
-de la enferma.
Supo qne la joven se llamaba María, y
aunque uo pudo saber qué impresión lo
Iiabrian causado ciertas palabras dulces
'COino las pinas de la montaña vecina, liai
-<;osas que se adivinan..- ahí están los ojos
que sabeu dar miradas.,- y la boca que
salje sonreír..*
El próximo día fué de descanso,
Como de costumbre, se pusieron avan-
zadas cliíleufls en las afueras de la ciudad.
Los montoneros desde las montañas y des-
43e los bosques hacían disparos sobre ellas.
Hasta durante ]a noche se habían oído
tiros.
También los indios habían cortado en
loB cerros el agua que corría por líis ace-
quiafl, que era la del consumo. Varías veces
tnvo que mandarse jente de caballería para
-destruirlos tacos. Los indios la recibían
-a balazos, había su tí roteo ^ muchos de ellos
pagaban muí caro bus hostilidades; pero
-el resultado era que se hacia correr el
La tropa que estaba desocupada, como
lo hacía siempre que habia nn día de des-
■ canso, con lo que compraba en el pueblo
a las cholas j con las verduras que había
«ojidoenel camino, se preparaba algún
' comistrajo. Los que al pasar por el bosque
"■ habían logrado poner la mano encima del
cogote de una gallina, se saboreaban co-
miendo su buena cazuela.
T mientras hacían la díje^tion se ocu-
paban en zurcir su ropa destrozada en !as
marchas^ y principalmente en hacerle ojo-
tas o sandalias del cuero de las reses cuar-
^teadas para el rancho, porque de las botas
solo quedaban las cañas... Esa primitiva
Bpecie de calzado era llamada chalala.
Aqne! soldado zumbón de quien antes
irnos hablado, soUa decir exhalando un
imico suspiro:
— ¡Cómo lloraría mí mamita si me viem
andar con rMlalas!^^^ elJa que desde chi-
quito rae cuidaba tanto los pi^...
No faltaba en la cíodad chicha de maía
y chicha de molle. Tanto la tropa como
los oñcii*lea bebían de ellas largos tragos,
en La Sierra se hablan acostumbrado a
beber de esos líquidos. Esto uo estaba pro-
hibido, porque aquellas chichas no produ-
cen embriaguez, son algo como aloja; si
loa indios y cholos se emborrachan con
ellas, es por la sencilla razón de que a ve-
ces les ponen aguardiente... con tal n^qui-
quito bien podrían embriagarse con el agua
cnstalina que corre por sus profundas que-
bradas.
Durante e! día la tropa franca y loa
oficíales daban algunas vueltas por las ca-
lles vieudo los destrozos hechos por loa
indios, y encontrando una multitud de
cholas ({tie no se cansaban de llorar con-
templando el desbarajuste hecho en sus
miserables bienes.
Como era de esperarlo, el teniente Mar-
tel no se olvidó de hacer la visita prome-
tida en la noche antecedente,
María tuvo una encantadoi'a sonrisa
para recibirlo, Coi^sn sombrero de pita 7
sa rebozo de lana, no carecía la joven de
cierta gracia.
Asi lo pensó Martel j no tardó en ma-
nifestárselo a ella con las mejores palabras
gue encontró en el diccionario de su ima-
ji nación.
Y como palabras saca¿i palabras y razo-
nes sacan razones, las frases del teniente
sacaban respuesta de la serrana y la cou-
versación se animaba.
Teniendo el oficial que regresar pronto
a su cnartel, por asuntos del servicio, su
visita quedó cortada; pero en cuanto se
vio desocupado, la añadió.
Esto se repitió en todo e! día, de manera
que sus compañeros decían a Martel en los
ratos que lo veían:
— Td te nos pierdes a cada instante.
En la noche se ordenó que el día siguien-
te por la mañana salieran cuatro compa-
ñías de infantería, cada una por distinta
lado, hacia los cuatro puntos cardinales»
Veinte o treinta hombres de caballería
debían acompañar a cada una de ellas.
Estas fuerzas habían de buscar a los in-
dios eu BUS mismos ranchos y castigarloa
— 184 —
Sor su ataque a h divisiou y por el saqueo
e la ciudad,
XLYI.
Castigo impuesto a los saquea-
dores.
A las seis de la maBana se encontrabau
formadas en la plaza de la ciudad las cua-
tro eompafiías autedicliaa. Eran dos de ca-
da batallón de ¡uf asteria.
Bien podría decirse tpie Hiianta cstd en
el centro de nn bosque, Pero éste uo es
una selva inculta, Hai en él YÍñaSj m ai 7.a'
lee, cañaverales, alfalfares y mucUos otros
plantíoB y sembrados cultivados por el
iombre,
Al oriente un alto cordón de njontanas
, limita la planicie.
Las faldas de esas montañas ofrecen un
aspecto de los más pintorescos; son habi-
tadas y cultivadas por los indios; cada tino
posee su peqtieña estancia en la cual planta
o siembra lo que conviene. Vistas desde
la ciudad, las faldas parecen un enorme
escudo de armas con mil escaques de di-
versos colores.
Las compañías se pusieron pronto en
marcha cada una con 11 rumbo que le fué
designado-
La del capitán Lostan debía subir a las
montatías.
Para ejecutar esto marcha Lostan hacia
el norte por el plan como una legua hasta
llegar a cierto pueblecito cuyo nombre no
recordamos. En su camino iba divisando
muchedumbre de indios en las montañas
que tiraban algunos fusilazos. Las balas
pasaban de rn bando las hojas de los árbo-
les; poro Lostan no contestaba esos tiros
por ser miii grande la distancia a que se
encontraban los enemigos; sus balas vi-
niendo de arriba reconian bien todo ese
trayecto; mas, de abajo para arriba, los
proyectiles de los chilenos no alcanzaban
a llegar; osto debían saberlo muí bien los
indios y por eso se dejaban ver en grandes
grupos.
Cuando hubo llegado la compañía al
pueblecito antedicho^ cambió de rumbo,
marchó al oriente para subir a las monta-
ñas por nna quebrada*
Era esta quebrada un paisaje lindísimo.
Bajaba por ella despenándose un torrente
de agua tan cristalina que los soldados la
bebian sin tener sed. Multitud de árboles
extendían sus frondosas ramas recibiendo
los rayos del sol naciente; ni la más leve
brisa sacndia sus hojas, y entre éstas se
dejaba oir un chirrido destemplado cada
vez que alguna bala las rompia abiicndoae
paso.
— ;Qdó hermosa mañana y qué bello pa-
raje !^di jo Lostan dirijiéndose a su te*
niente; — miífi propio stíría venir aquí con
un pincel y una paleta qce con nn rifie j
una canana.
La compañía comenzó la ascensión.
Los soldados iban uno en pos de otro y
conservando cierta distancia de manera de
uo presentar mucho blanco a loa ene-
migos,
A medida que los chilenos subían, loa
indios y montoneros también ascendían a
las partea más alUis de la montaña. Por fía
aparecieron en la cima de un gran promon-
torio que hacia el lado por donde venían
los chilenos parecía cortado a pique; era
imposible subir a el de frente.
Ahí se detuvieron los enemigos, y en
medio de un atmnador vocerío se pusieron
a echar galgas y a tirar balazos y honda-
zos.
La compañía seguía marchando en el
mejor orden. Ningún soldado disparaba
nn tiro mientras no se lo ordenaban.
Las mnniciones estaban escaseando mu-
cho en la división y por este motivo Los-
tan uo ordenaba hacer fuego sino cuando
babia probabilidad de no perder el plomo.
Viendo los indios que se les tiraba poco,
no vacilaban en mostrarse sobre la cumbre
lanzando grandes gritos, entre los cual^
se oía principalmente;
— iJílmui! jámuil
Esto sígnifíca, u venid, venid, j
De cuando en cuando Lostan mandaba
descargar sus rifles a cuatro o seis soldados.
Come si nn resorte los moviera, todos los
indios desapax^ecian echándose al suelo.
Pronto volvían a mostrarse con mayor^
glltüS.
De esta manera prosiguió avanzando la
tropa. Cuando estuvo a una cuadra de dis-
tancia del promontorio, marchó hacía la
derecha describiendo un cuarto de círeulo
hasta quedar a la izquierda de los enemi-
gos. Por este lado había una subida menos
difícil
jVI llegar a una estancia cercada de m -
rallas, Lostan hizo que su tropa se senta ,
a descansar guai'ecida por ellaa- Muí caí -
sada venia la jente, pues había subido f .
— 185 —
^ét8Tierfl«, porque toda la Gubídu esUba
-dominada por las galgas y los fuegos del
enemigo,
Miéutras tanto LoBtau se pnfw a exami-
nar el terreno.
Los indtoB estaban tan entusiasmado^
-con el alboroto y la bulla que tenían, que
-^eguiaa echando galgas, aunqoe ja no po-
dían ha(.*er daño con ellas.
Tres o cnatro de lo* mejores tiradores
-de la compañía sostenían el fuego de los
enemigos apuntando con toda caluia para
DO despej'diciar sus ciípsulas. Con el hecho
►de estar día a di a en esa clase de combates,
lo8 soldados ^ habían acostumbrado a elloí^,
-de tal modo que aj verlos ahí cualquiera
hnbiera pensado que estaban en un ejer-
cicio de tiro al blanco. Todos los eoMadoa
en el mayor orden* ningnuo se atrevía a
-descargar su rifle sin que previamente se
la ordenaran, ni tampoco, aunque con el
impulso natural del moldado chileno siutie^
ra deseos de atacar de f rente j osaba mover-
:se de su puesto sabiendo que por ello en
vez de ser aplaudido podía ser castigado,
pues que con su arrojo desbarataría quizás
«1 plan de su capitán*
Lfostan para no hacer un nutrido fuego
sobre los enemigos tenía dos poderosos mo*
íivos. Era uno la escasez de municiones
que se bacía sentir ya en la divieion; éstas
■con tan continuos tiroteos habían merma-
do mncho. El otro era. que los indios con
el estraendo de cien rifles disparando a !a
vez, podían amedrentarse y huir a otras
altarais mayores y más lejanas donde esca-
parían.
Mientras deíicansaba la tropa, el capitau
-legnia examinando con la vista el terreno.
Al cabo de diez mínatoa llamó al oficial
■qoe mandaba la fuerza de caballería, vein-
ticinco hombres de Carabineros, y^cñalán-
*dole eon la mano cierta prominencia, le
■dijo:
— Vayase usted con su jente por esa
loma para cortar la retirada o perstfguir al
^enemigo, según el caso. Voi a mandar
también a retaguardia de usted veinticinco
hombres de infantería. Yo atacaré por
nnestra izouierda.
La caballería desñló y la siguió la fuerza
-do infantería mencionada por el capitán,
''as galgas, hondazos y balazos aumen-
úi ju considerablemente y también la vo-
c a,
uando fué tiempo, Loatan con el grue-
¡A ,e k compañía te diríjió a trepar sobre
el promontorio ocupado por los enemigos.
La tropa marchaba díspei'sa en guerrilla.
Era de ver la pericia de aquella jcntc tan
habituada ya a esa especie de asaltos. Apro-
vechando las escabrosidades del terreno
para esquivar las galgas, uo descargando
su rifle sin tener blanco seguro, escurrién-
dose por aquí j deslizándose por allá, snbia
con gran lijereza-
Los indios envalentonados por su núme-
ro y su posición, se sostuvieron rancho
tiempo; dos de ellos apurados por echar
galgas ae despeñaron con ellas? galgas, ba-
lazos, hondazos y hasta tierra,,, lanzaban
sobi-e los asaltadores.
Sin embargo, a medida que loe chilenos
subían, muchos se iban dispersando, puea
conocían que no eran capaces de pelear
cuerpo a cuerpo con los soldados. Sola-
mente nuoB pocos de los más tenaces per-
manecí un ahí cuando llegaron a la cumbre
los primeros soldados, y éstos trae una
breve lucha tenían seguramente el éxito
favorable.
Desde la cima se veía una estensa ban-
dada de indios fujitivos perseguida por los
carabineros y los veinticinco infantes que
habían dado con antelación un rodeo para
coi-tarles la retirada. El indio que era al-
canzado, al ver el sable o el yatagán, ex-
clamaba con voz suplicante:
De ahí que los soldados llamaran taifcLcm
a aqnellos indíjenas.
En la cima del promontorio pudo ver
Lüstan que los indios no carecían de cs-
tratejia. Tenían sus parapetos mui bien
dispuestos con dos órdenes de trincheras;
grandes peñascos socavados y listos para
arrojarlos como galgas sobre los asaltado-
res; montones de piedras, cada una del
tamaño del puño, para arrojarlas con la
honda, y muchas otras medidas de guerra.
Esa especie de fortaleza debían tenerla
preparada deade dias antes temiendo un
ataque.
Varios cadáveres esparcidos por el suelo
y con heridas en la cabeza o en el pecho
demostraban qne habían sido certcraa la«
punterías de ios soldados.
En el centro de la meseta liabía un Hin-
cho que parecia servir de cuartel para
avanzadas; deiitro de él se hallaron algunos
cancos de chícba que vino muí bien a los
soldados para la sed.
La caballería persiguió a los derrotado»
22
_ 18fi —
hssta donde fué posible, hasta llegar a im
lugar tan escabroso que era intransitable
para los cabnllo»^
Después dti destruir las armas que m
habían tomado a loa enemigos, Lostan mar-
chó hacia arriba por Ja cima del promon-
torio para llegar hasta un sendero que por
aliase divisaba.
A su paso iba encoaitrando mus cadáve-
res d: mon tonel os. También tuvo ocasión
do com templar un luctuoso cuadro inespe-
rado,
En las faldas septentrionales del pío-
Bioutorío una mujer y algunos niños hor-
rosamenee despedazados yacían entre las
piedras y la tierra, Fíicilmeate se oom-
prepdía la causa de acjucl sangriento des-
^ trozo. En el lomo del cerro los indios ha-
bian querido precipitar un peñasco hacia
el sur por donde venían los chilenos, pero
t la pesada mole se inchiió hacia ei norte y
se despeñó aplastando a su paw a aquella
india que con sus hijos se había puesto al
lado contrario del ceiro para li binarse de las
balas. Eso debía haber sucedido algunas
horas antes a juzgar por el color negruzco
de la sanare.
No siendo ya posible perseguir más a
ios fiijiiivos que corriendo como gamos
habían tomado mucha distancia, Lostan
hizo tocar retirada a los que miis lejos an-
daban tras de los indios, y se dispuso a
descender.
Cincuenta o sesenta indios o montoneros
habían pagado con la vida los crímenes
cometidos en Hnanta y los ataques hecho^
a [a divisíom
Al bajar de la montaña Lostan según
las órdenes que tenía iba haciendo destruir
los ranchos donde se hallaban armas u ob-
jetos de los robados en Huanta- También
hacia arrear algunas bestias de carga para
reponer las que venia perdiendo la divi-
eion.
Por la mitad de la bajada Lostau se en-
contró con Soler que venia con ku compa-
ñía. Habiéndose visto desde la ciudad las
galgas y el gran niimcro de enemigos que
se defendía do Lostan, enviaron otra com-
pañía para reforzarle.
Todos los indios mnertos tenían colgado
al cuello un bolsón y dentro de ól, cancha,
maíz tostado; los soldados se aprovechaban
- de esto para distraer el apetito,
Al encontmr uno do esos teudido exáni-
me en e3 suelo, al^n sold^ido metiéndole
, k mano en el bolsón solía decir:
— Carifioso el tai taco; aquí me ed^b^
esperando con cancha,,.
Centena rea de gallinas había en la mon-
taña y turieroQ aquel dia su San Baitolo-
mc: buena fué la reoojida que hicieroD lo»
soldados.
El descenso no pudo ser muí rápido por
que veníau dos caballos de los carabineros
heridos que sólo podían andar mui lenta*
mente y cuyas heridas no eran bastante
g[ aves para matiirlos como se hacia en tales
casos con el objeto de que si samiban no^
sirvieran a log enemigos; eran caímllos chi-
lenos y en aquellas alturas teman un pre-
cio inestimable* Como a las tres y medía
de la tarde llegó la sompañía de Lostan y
la de Soler a laciudí^d.
Las otras tres compañías de infantería
qne hablan síilido en diversas direcciones
ya estaban en la ciudad después de haber
tenido sus tiroteo» y haber castigado a los
indios hostiles que encontraron.
En uua de catas compañías qne anda-
vieron por el bosque iba el teniente Mai'-
tel. Tan pronto como se hubo desocupado
y comido algo a la lijera, se lavó para sa-^
carse de la cara el polvo del camino y siu
perder tiempo se dirijió...
¿Adonde?
¿Adonde había de ser sino a casa de
María?
. Y María al verlo no demostró ninguna,
especie de pena; al contrario puso una cara^
de aleluya.
\ Dichoso el teniente Martel que al re-
gresar de ifna excursión tenia quien lepu-^
siera cara de aleluya I
XLVII
De Huantá á Pohgora, y de Pon-
gora a Ayacucho.
Gran sentimiento demostraban los huan-
tinos el dia siguiente por la mañana al ver:
partir la división chilena. Se velan expues-
tos a ser nuevamente atacados por los in*-
dios. Jluchos $er prepararon. a seguir a los
chilenos hasta Ayacucho qne. distaba ocha-
leguas.
. En las pri^I^^aé horas de la marcha i )S^
montoneros dispararon algunos tiros, p( ro-
luego se les alejó. ',,.,., ' , .
A poco an^ar terminó el bosque y < )-
, .\
187-
'latQíá el mal camino, pero por fortuna sin
grandes repechos,
Al medí odiar llegó la división al pueblo
^e Pacaicasft.
Loa habitantes de esto pueblecíto, indios
pacíficoB, salieron a recibirla con banderas
blancas y gran entnalasmo- Hubo repiques
de campanas j aclamaciones amistosas.
Rodeando los Tecinoe ^\ coronel Urriola
griíaban: ^
— ¡Vira el señor Cliíleí
Este era todo el castellano que saWan.
A! mismo tiempo invitaban cOn chicha
* de maÍ2 a los chilenos.
También demoatrabm su regocijo con
saltos, brincos y carreras que eran para la
riaa.
Aquellos remotos indios crcian de buena
fe que Chile era na caballero que después
de haber STidudo por muchas ¡>arbes les ha-
cia el honor de pasar por su pueblo.
A los fioldíidoH no Íes ^^ustaban mucho
esta& recepciones amistosas ; apenas veian
las banderas blancas en un pueblo decian:
— Hoi no tendremos gallinas-
Con efecto, en los lugares donde se re-
cibía pacíficamente a la división les estaba
prohibido tocar ni las plumas de un pollo;
así es que preferian algunos balazos a trne-
qii« de comer camela...
El sol estaba íjuemando con mucha fuer-
za, y siendo i>oco lo que faltaba para llegar
al alojamiento, la hacieüda de Pongora, se
' deacanso en el pueblo dos o tres horas,
A ka cinco de la tarde la división llega-
ba a la mencionada hacienda. Era Un pre-
- eioso lugar cruzado por nn rio^
Aunque no había Lecho para la tropa,
no se hacia sentir esta falta porque la tem-
peratura era benigna.
Como había árboles, algunos, mas bien
por placer qne por necesidad se fabricaban
una ramada para pasar la noche.
El cielo estaba des|jejado y por primera
-^rez se fijaron los que componian la divi-
sión en aquella luz rojiza que poresetiem-^
po apareció cu los ciclos y que tanto preo-
- cupo a loa astrónomos,
— ^Por fin estamos a las puertas de Aya-
— Por fin vamos a llegar,
— Sólo tres leí^uas nos faltan.
— Saldremos antes de las cnatro de la
anana y estallemos allá a melodía.
Todas estas fijases y otras semejantes se
oian aquella n,oche.
Poco después de las tres de la mañana
se puso en marcha la división.
Estaba oscuro y bastante trabajó costó"
trepar una cuesta infernal de piedra que
era: [a primera parte del camino.
Pasada ésta, la cosa no era tan mala, y
además vino la luz del día.
Cosa de las siete y media seria cuando
se divisó a la distancia, tendida muelle-
mente en una planicie, la ciudad de Aya-
cucho con sus veinticuatro o veintiocho
iglesias.
Un calor tropical se desprendía del sol
y esto hacia comprender cuan prudente
había sido partir tan de madrugada.
A la entrada de la ciudad se detuvo la
división un momento para qíie la tropa
arreglara sus rollos y se acomodara el traje
lo íaejor posible con el objeto de no pre-
sentar muí triste aspecto,
El capitán Lostan se había apeado de
su caballo y lavándose la cara con el agi|a
de unfe caramayola decía a Soler:
— Con tal que no mé esté acicalando de
balde, que la ponderada ciudad de Ayacu-
cho no sea una estampa de las demás de
La Sierra.
— No parece... ¿no ves tantas casas, tan-
tas iglesias?...
— En honor de ellas me estoi lavando...
El cuello de la camisa no me lo veo; pero
a juzgar por el de la tuya, adivino que ne-
cesita un pan de jabón.
— ^Con un pañuelo so arregla esto... ¿no
ves?... así...
— All rigJit... voi a hacer otro tanto...
Ahora una pasada de escobilla.. , tengo una
en mi morral... Eso es. i.
Y haciendo lo que decian, trataban de
darse un aspecto medianamente decente;
pero no era fácil conseguirlo: con las mar-
chas su ropa dejaba mucho que desear
respecto a limpieza y cohesión...
La división se unió, la tropa formó en
orden, los oficíales de infantería se apearon
y colocaron en sus compañías conforme a
la táctica, y luego se marchó en esta forma
para entrar a la ciudad como si la división
regresara de un ejercicio.
Oficiales y soldados miraban natural-
mente con curiosidad las calles y edificios
de aquélla ciudad, ya que yara llegar a ella
tantas penurias habían tenido que sufrir.
Una multitud de habitantes en las ace-
itas, en las boáacalles y en las ventanas y
i
— 188 -
balcoDea obserraba la entrada de la di vi-
si ou.
Lo qut; miÍB llamaba la atención de loe
cliilenos tira el gran número de clürigoíi j
frailes que se diviBaba entre lo^ paisanos,
y la shucvpa de laa ajaeiiehaii^s.
Es la íthiicupa un peíjueño rebozo de
baje ha, una Iwlita como dicen en Huaoca-
yo, de lo cual ya hemos hablado ; ka aya-
cuchanas doblan ese pedazo de bajete
dándole una forma triangular y se lo po-
nen sobre la cabeza, do eneas quet^ido, sino
tendido encima p Esto lo hacen las indias
j laa cholas.
Gaai la totalidad de la jente que se reia
era de la raza cobriza.
El teniente Alvar marchando en su com-
pañía lanzaba a todos lados escudriñadoras
miradas esperando ver una cara cjue le em
mui conocida; pero no lo consigmó.
En diversas casas j conventos fiio aljo-
jada la división; los vecinos, que dias an-
tea habían manifestado no hacer resisten-
cia^ tenían listo el alojamiento, y era éste
mejor sin comparación que los que hasta
entonces habla ve]iido teniendo en el tra-
yecto-
Tan pronto como se encontraron deso-
cupados, después de haber dejado instalada
la tropa en su cuartel, varios oficiales sa-
lieron en busca de algún hotel donde poder
almorzar, pnes ja era tiempo. Todo lo que
para el caso eucontrarou, por no haber
más en laciudad, fué una fonda de chinos-
Ahí comieron algo quedando dispuestos a
no regresar.
El capitán Lostan no se olvidaba del
encargo que tenia de entregar cierta carta
en Ajacucho. Después de almorzar pensó
que lo primero era tener alojamiento.
Frente a su cuartel se habia designado
una casa deshabitada para hospedaje de los
oficiales del batallón; las piezas no eran
muchas y por consiguiente varios debían
ocapar una misma habitación. Como lo ha-
bia hecho durante toda la marcha, Lostan
se acomodó en compañía de Orrego y So-
ler. Tan pronto como llegó su caballo y su
muía que habían quedado en poder de su
asistente afuera de la ciudad, pues las bes-
tias debían entrar después de la división,
hizo colocar su cama en un rincón de la
pieza, y tras de tan sencillo preparativo
<iuedó ya instalado.
La casa carecía de toda especie de mne-
blaje, de consiguiente^ pai» lavarse nueva-
mente, Lostan tuvo |que mandar buscar a
la pila un poco de agua en una caramayo-
la. Cuando la tuvo, a falta de palangana se
lavó "a pulso" y a falta de espejo se peía ó
"de memorLi."
En seguida se cepilló la ropa largo rato,
j aunque al fin de todp reconoció qae no
estaba mui galano, se resolvió a salir.
La plaza principal de Ayacucho está ro-
deada de portales y en estos hai tiendas.
Allíi se dirijió Lost^u, y preguntando pron-
to supo donde estaba la casa del aeñor X,.»
Ahí debía encontrarse alojada la señora
Melgar, según se lo habia indicado Gomes
al darle la carta en Huancavelica. '
Es de sospechar que si el capitán se apre-
suraba tanto por cumplir el encargo de en-
tregar aquella carta, parte en su prisa de-
bía tener el deseo de conocer a la sobrina,
a esa Lucía de quien Bosa le habia habla-
do.
En la casa del señor X..>, Lostan se ha-
lló con criados iudíjenas que hablaban so-
lamente fpiirhíta. Yaliéndose de un intér-
prete logró saber que el dueño de casa no
estaba en Ayacucho, sí no en otra ciudad
lijan a f j en cuanto a doña M^iuela Mel-
gar, no se laoonocia-
—¿Y dónde voi a encontrar esa señora?
— se preguntó el capitán*
Andando por el comercio y noticiítndofifr
de varias personas, todo lo que logró saber
fué que dos o tres meses antes habia veni-
do efectivamente de Lima esa señora con
una niña; pero que bolo de paso estti?o en ^
Ayacucho, pues pronto partió no se sabia
para dónde.
Por su parte el teniente Alvar había re-
corrido muchas calles con la espemnxa de^
divisar en alguna ventana o balcón a Lu-
cía. Todo fué inútil.
Habiendo divisado en los portales a Los-
tan, se resolvió a apersonarse le í era para él
el medio más corto de salir de dudas.
— Capitán, dispénseme que le híiga una
pregunta.
— Hágame, teniente, las que guste, con
tal de que no quiera preguntarme en qué^
se puede aquí matar el tiempo, pues no lo
sé^ hace unas pocas horas c^ue me encuen-
tro en Ayacucho, en la antigua Huaman-^
ga, y ya estoi aburrido por no saber qné=
hacer.
—Es otrfi cosa lo que deseo que ustt I
me diga, — replicó, Alvar sonriendo.
— ^Veamos, pues.
— 189 —
— Só qne usted trae nna cnrta para doña
Mantietíi Melgar, y qnísient saber si ha vis-
to usted d eaa señora y en qué casa vive.
Con DI u cha calma sacó LoatQn nn par
de ci garrí lloB y ofreciendo nno al teniente
]e dija jm usadamente con acento de chan-
ca:
— Este asunto liaí que tratarlo nnií des-
pacio. Usted debe conocer a esa señora y
qnizaa tanjbien a,*41gnieii qnc la acompa-
ña.
— En efecto: las conozco,
— I Hum í ya jxireció aqnello, . - pues yo
no Ifls cxjüozco, y sin embargo me intere-
saría saber alj^o de ellas porque he trabado
amistad con personas de su familia^ y no
está lejos íjue lle^^ne a tener relaciones con
ellas mi SI u as p
Ya que la casualidad u otro motivo ilm
a poner a Lostan en relacioiies coo la ti a
de Lucía, Alvar comprendió que por varias
causas convenia que el capítaa estuviera al
corriente de ans asuntos, y sin vacilar se
pufio a referirle la historia de sus amores.
Cuando hul>o concluido, ya Lostan sen-
tia mucho meiror deseo de apurarse pai-a
entregar la nirta de que em portador.
— Pues, teniente, — le dijo, — tal vea lo-
gre usted ser más afortunado que yo en sa-
ber el paradero de la ti a y la sobrina; a raí
no me hi\,sido posible averíí^uar más qtic
«ato: hace dos o tres meses ambas estuvie-
ron en esta ciudad, pero muí pronto par-
tieron no se sabe para donde.
XLYIII
En Ayacucho.
La ciudad de Ayacucho, o Hnamanga,
como persisten en llamarla los indíjenas a
pesar de que en 1825 en recuerdo de la vic-
toria obtenida el año precedente por loa pa-
triotas en un In^ar vecino llamado Ayacn-
clio [''rincón de muertos"] se le di ó este
nombre; aquella ciudad encierra unos vein-
te o veinticinco mil habitantes y es una de
las u)¿B grandes y poWadas de La Sierra.
Sus casas sou de piedra y es de notar el
gran número de iglesias que se elevan en
eu recinto, llegan ellas hasta veinticuatro o
"ids.
Su comercio tiene regular movimiento*
jos artículos extranjeros' son mni caros» pe-
3 en cambio loa del pais son baratos. La
sgada de la división chilena hizo uua do^
table alteración en el pi-ecío de eatoa últí—
mos, las indias, que son princi pálmente
quienes comercian con el los, se apresuraron
a duplicar bu valor como Bucedia siempre
en tales casos en La Sierra; para esto no
había di v^erjencía de opiniones, indios, cho-
los y blancos, nacionales y eíir^jeros, to^
dos ios comerciantes eíi taba n acordes en es-
trujar el bolsillo de los chilenos.
Ño faltan industriales en Ayacucho, A
la mayor parte de los soldados chilenos ac
les mandó hacer pantalones de cordellatCr
que aunqne no mni durübleSí buenos servi-
cios prestaron, pues los de paño que traian
ya no resistían míis aureidos. También se
surtió la tropa de zapatos que se compra-
ban poco a poco en los tendales de la pla-
za, porque a pesar de que alii se vendía cal-
zado en abundancia, Jas dimensiones no
siempre correspondian con los robustos pies
del soldado i
Por el feo aspecto que ofrtician, no ae le»
daba pnerta franca a los soldados de chaia^
las. En píirtidas dí^díez o doce los llevaban
los ofícíajps a la plaza a comprar zapatos;-
los que tenian el píe chico se calzaban pron-
tamente, pero los ctros.,. teoian que rene-
gar contra las pequeñas hormas usadas ei*
Ajacucho» y regresal>an de mal humor at
cuartel donde debían quedar en reclusión,
hasta que ae **encontrara la horma de su
zapato.''
Esto sucedía en las mañanas* A esas
horas la plaza se convertía en un mercado
o feria. Comestibles^ calzado, ropa, de todo»
se vendia ahí por las indias que no sabían
de castellano nicís que dos palabras, rmJ j
liudio. Los chilenos se eutendiau con ellas-
por señas para comprarles algo, y aquello
daba naturalmente lugar a mil cómicas es-
cenas.
— Ojta real, — decía una india a un sol-
dado.
T este debía entender *'sei& reales/' o st
no, designar con una mano el objeto qne-
quena comprar y con la otra ir agrnpando
real sobre real hasta qne la india se mes-
tizara satisfecha.
Todo eso en los primeros días era motivo-
de di\*crsion, pero después se iba haciendo
fastidioso.
No solamente la ropa y el calzado de los^
chilenos expedicionarios había llegado en
nn estado deplorable; el traje natural, el
pellejo propio, no había sido mejor tratado
por la intemperie en las marchas; bien cla-
ramente lo denunciaban las caras con el
— 190 —
cutis í[n obrado y sol 1ji ruado, los labios ras-
gadoa y las nances desollé judas»
Debajo de la piel la cosa no andaba mii-
cUo mejor. Comidas a destiempo y menu-
deados aynnos en medio de pesadas mar*
chas e i numerables fatigas, no es e) sistema
más propicio para engordar lu para t-ener
buena salnÜ. Si el c lí ti s sollamado impedía
notar la palidez de los semblantííi, no ocul-
taba las grandes ojeras, como tampoco las
cbaq netas ahora amplias escoudian la flacu-
ra de loíi cuerpos. No era raro por consi-
guiente ver en las ambulancias un gran nú-
mero de enfermos.
El ranclio de la ti'opa que en las marcliujs
no había pasado jeneralmente de ü^wn, car-
ne y ííal, pasó en a Ayacucho a recibir pre-
ciosas alteración es: en bs calderos, con la
carne herviaii ahora zapallos, papas, co-
les, repollos y otras vordui'as y adherentes
que elevaban la pitanza al rango de una
suculenta olla podrida; <^sto sucedía dos ve-
ces ñj día, en i a mañana y en la tarde, e
iba en compafjia de una ración de ]>an; ade-
más por la madrngada se repartía café.
Con todo, los soldados no se atenían ex-
clpsivamente a la olla oficial; se daban sus
hartazgos de frutas y otras golosinas que
compraban en la ciudad mostrando gran
preferencia por k^s pinas que en aquella
tierra se encontr alian al alcance de sus bol-
sillos: un real o real y medio costa Im cada
una, de modo que con poco gasto podían
goaar el placer de llenarse la tripa con tan
delicada fruta.
Cierto es que muclios de ellos bubíeran
querido apurar la dijestian con unos bue-
nos tragos de pisco de lea que bueno y ba>
rato se expendía en las tiendi^s y pulpe-
rías de Ayacucho; pero a los comerciantes
les fué absolutamente prohibido vender a
la tropa licores espirituosos, y los soldados
hubieron de contentarse con la chira [ra-
ción de pisco que se les daba por la maña-
na] y con la chicha o el vino, bebida que
se les toleraba sicmpi-e que no abusaran de
ella»
También los oficiales trataban de recu-
perar el tiempo perdido haciendo jugar el
diente, E^to lea servia para contentar el es-
tómago y para matar el tiempo a falta de
otras entretenciones.
Lostau solia decir:
—Me he puesto comedor de puro abu-
rrimiento; no hallo qué hacer y estoi siem-
pre deseando que llegue la hora de almor-
zar o de comer pam pasar el rato-
En efecto, la vida i}ara los chilenos, co-
mo en las otras ciudades de La Sierra don-
de habí a a est^ido, era monótona y fastidio-
sa. Las familias se retraían de tener rela-
ciones con ellos por temor a los moíitone-
ros, y no les faltaba razón, pues posterior-
mente las que hubieron abíertfj sus salones
a loi oficiales eipedicionaríos sufrieron te-
rribles jaques a ans personas y a sus bie-
nes.
Una de las pocas eutretencíones em ob-
servar las costumbres de los habitantes, al-
gunas de las euale<i llamaban la atcnoion
de los chilenos, principalmente las relati-
vas al fanatismo de los ayacuchanos. A las-
diez de la mañana se tocaban algunas cam^
panadas en la catedral, y al oirías, todos loa
transeúntes en las calles, en la plaaa y en
los portales caían de rodillas y rezaban; es-
to se repetía ctra vez a las cinco de la tar-
de* Cuando se llevaba el viítico a un en*
fermo, el sacerdote iba debajo de un palio
y tms de él marchaban al g irnos músicos,
uno con una flauta y otro con un flímtín,
otro con un víolin y otro más con uu vio-
1 vu ^ aquellos cuatro tocaba» y una muche-
dumbre de mujeres seguía en pos cantando í
pai'a el caso las devotas se sacabanja ^hu-
cíqm de la cabeza, y desenvolviéndola se la
ponían como mant:).
No continuaremos hablando de^ la^ cos-
tumbres ayacuchanas por¿jne seria tarea
muí Jarg^ para esta narración; solo mea-
cionürenios cuando sea preciso aquellas que
tengan alguna relación con nuestro relato.
Gruesos vohimenes se necesitanan Henar
para describir los nsj:^, trajes y lenguas de
los pueblos que hallaba en su trayecto la
división expediciouaria chilena; tenieudo
casi cada población diferente clima y di-
versas produceíopes, sus costumbres y ves-
tidos eran distintos, como lo eran sus dia-
lectos; todos caos pueblos podía decirse qae
eran pequeñas naciones distintas, aunque
la constitución poniana las reunía en una
sola, cosa que por lo demás sus habitantes
parecían ignorar por completo.
Aquellos indíjenas eran peruanos por la
lei; pero tenían tantas noticias de la exis-
tencia del Peni como de la salud del bei
de Tunes, Cada uno se consideraba nacio-
nal de su pueblo, y una prueba muí revé*
ladora de esto e^ que sü batían con bastan-
te valor para defender su cojuarca, y no es-
taban dispuestos a enrolarse en los batallo-
nes para marchar a Ja costa en defensa de
la república peruana- Ya hemos visto que
— 191 —
p^autacar la división chileiia cada mon-
tonera o indiada peleaba en bu comarca.
Los caballos y las l)estias de carga de la
dimisión faeron mandados a los potreros
vecinos.
Pero eran tantos los animales que mui
luego concinián.los alfalfales cercamos v se
hacia preciso llevarlos a otros más retira-
dos.
Esta circunstancia podia infundir a los
montoneros la idea de atacar la caballada,
y en previsión se dispuso que dos compa-
ñías de infantería fueran destacadas para
custodiarla.
Con este fin partiaf de la ciudad una com-
pañía de cada batallón y durante una se-
mana permanecia'dcBtacada, sin regresar
hasta que otra compañía iba a relevarla.
El teniente Alvar habia tratado en va-
no de inquirir noticias de Lucía; nada ha-
bia logrado saber de ella ni de su tia.
Poco a poco fué perdiendo la esperanza
que abrigara de encontrarla en la ciudad,
y concluyó por aguardar tranquilamente
que alguna casualidad imprevista lo sacara
de dudas.
Alvar era el teniente más antiguo de su
batallón; con este motivo al llegar a Aya-
oucho se le dio' accidentalmente el mando
de una compañía q\m no tenia capitán; es-
to era Ínterin llegaban de Chile sus despa-
chos, pues habia sido propuesto pira as-
cender a capitán.
Encontnüidoso en otra compañía, Alvar
se vio obligado a dejar a su asistente, pues-
to que todo oficial sólo podia tener por asis-
tente un soldado de la compañía en que él
mismo servia*
Peralta sintió mucho separarse de su te-
niente a quien tenia cariño; Alvar también
sintió esta separación tanto porque también
habia cobrado afecto al soldado, cuanto
porque ya éste con el lai^o tiempo que le
servia se habia :hecho mui conocedor de stts
gustos y sabia, como suele decirse, adivi**
narle el pensamiento, además era muí lits-^
to y también un excelente buscavidas, cua-
lidades de alto precio para un asistente en
campaña.
' —Guando lleguen mis despachos de ca-
pitán solicitaré que te pasen a mi compa-
ñía, lo cual estoi seguro de conseguir, y en^
tónces continuarás siendo mi asistente.
Con estaft piJabras de su teniente, Peral-
ta se puáo a esperar con paciencia que lle-
gara Bquel caso, pensando resarcirse del
disgusto pi*eáente con ser dentro de poco
asistente de un capitán, lo que al fin era
tnejor que serlo de un teniente, y conside-
raba que ól iba a éener su parte en el próxi-
mo ascenso de Alvar.
Pero esto debia demorar algún tiempo;
en Ayacucho la división chilena no recibía
ninguna especie de correspondencia; los
montoneros teniaii cortada las comunica-
ciones; ni una carta ni un diario se recibía;
podia decirse que al salir de Huaüdayo la
división se habia retirado del mundo; se
habia apartado del concierto de la jente ci-
vilizada porio menos.
Entre tanto Alvar h^bia tomado otro
asistente de la compañía que ahora man-
daba; sin embargo Fei*alta en las horas
francas acudía a la pieza del teniente y aun-
que mui pooo habia que hacer en su redu-
cido equipaje, lo observaba y examinaba
todo haciendo advertencias al nuevo asis-
tente con cierto aire majistral; este lo mi-
i-aba de reojo, pero lo, escuchaba como un
recluta a un veterano.
• Llegó un día en que Peralta no pudo
continuar desempeñando su puesto de viji-
lante censor; su compañía entraba de deí^
tacamente en la hacienda*donde se hallaba^
la caballada.
Como se recordará esa compañía era la
que mandaba el capitán Orrego.
XLIX
Una calaverada.
Hacia tres o cuatro semanas que la di vi'
sion chilena estaba en Ayacucho cuando le
llegó al capitán Orrego el turno de ser des-
tacado con su compañía a la hacienda de
San Martin.
— ^ dia fijado al amanecer partió de la
ciudad. Después de andar unas tres o cua-
tro leguas llegó a la hacienda mencionada
que estaba cerca dé Llamojtachi, entre Aya-
cucho y Huanta.
Una semana debia estar destacada, aun*^
que no en el mismo lugar, pues no tarda-
ban más de dos o tres días en agotarse los
pastos dentina de esas pequeñas haciendas,
y era preciso trasladar a otta la Caballada
y naturalmente la tropa que la custodiaba.
La hacienda estaba completamente des-
habitada.
— 193 —
Losodifícios de clU que ie reducían a una
casa que fué ocupada por \m oticiales j áoñ
o tres bodegaa en que alojó la tropa.
La vida que ahí llevaban los chilenos em
baatímte abuiridora. Los soldados de caba-
llería di semi nados por los potreros cuida-
ban de los caballos* Los de infantei^fa se
ocupaban en buscar horbatíza^ para prepa-
mise algún, comistrajo, cu examinar loe ar-
bolea por si descubrían alguna frata madu-
ra o que lo estuviera a medíaB, pues en es-
to lio ge mostraban mui meliud rosos, y los
que eu contraban harina oe poníait a ama-
sar para hacer sopaipas o tortas. Los oH-
dales pasaban la mayor parte del tiempo
^ü los corredores esperando que se desliza-
ra aquella semana.
En la noche gran parte de la infantería
*e repartía en pequeños piruetea rodeando
la hacienda para evitar las sorpresas de los
montoneros, <|uieiies favorecidos por la os-
curidad bien podían llegar haeta donde es-
taban los caballos y alborotarlos asustan*
4olos para que huyeran en todas direccio-
nes j se pei^áieran cu los montes causando
un tremendo perjuicio a la división.
^ El teniente Martel, como se recordara,
pertenecía a la compañía de Orre^o y por
^consiguiente era uno de los oficiales aloja-
dos en San Martin.
Al extremo de un corredor había una
pieza a la cual se entraba por una puerta
de una hoja. El mueblaje de esta habita-
ción se componía de un catre de fierro y
una ventana por la cual penetraba el aire
perfumado por las plantas y árboles de un
huerto colindante. Ahí se habia instalado
MartcL
Desde que llegó a la hacienda no podía
apartarse de su mente [la idea de que mío
tres o cuatro leguas de camino lo sepam-
,ban de Huanta. En aquella ciudaid estaba
MarÍJi, aquella scrranita que tan amable se
iiabia mostrado con él
— De un galope podría ponerme allá, —
solía decirse pensando en la dulce sonrisa
j el armonioso acento pecnliar de la niña
que tanto encanto le daba a su voa.
Sin embargo, la distancia era pequeña,
pero los peligros eran grandes para reco-
rrerla, todos loa alrededores estaban cuaja-
4os de enemigos y aventurarse solo entre
icUos era una temeridad; mas, no era esto
lo qne retenia a Martel, sino que llevaba a
cabo esa calaverada y lo sabia el capitán,
podia cmtarle un serio castigo.
Con todo, la idea segnia brincándole en
la cabeza.
Una mañana oyó que al pié de bu venta-
tana decia la voz de un soldado qne halla-
l^n con otro :
— Por ese camino se llega hasta Huanta;
la semana pasada fuimos unos cuantos a
buscar potreros y llegamos cerquita (leí
pueblo-
Martel Be asomó a la ventana y vio que
que el que hablaba era un carabinero; se
njó en sn cara.
Al gimas horas wáA tarde se echó a an*
dar por los alrededores de la casa y no tar-
dó en volver a divisar al carabinero ; le hi-
zo utia seña a la cual obedeció ese acu-
diendo al punto,
—¿ Usted conoce ese camino que va a
Huanta ! — le preguntó.
^Sí, mi teniente,
— ^¿ Podría andarlo en la noche sin per-
derse ?
—Como no, pues, mí teniente: cuando
yo he pasado por un camino no se me ol-
vida nunca; ¿no ve que ya estoi viejo en
esto?...
— Pues bien; yo quisiera ir esta noche a
Huanta ; pero como no he andado por estos
lugares, sino por el otro lado, por donde ae
vino la división, en ta noche me extravia-
da. V
— Pídele a mi alférez qne me mande a
mí de raqueano y lo llevo derechifco*
Martel miró al soldado aonriéndose de un
modo exprecifio y contestó:
— Es el caso que no quiero que ni él ni
nadie sepa nada de esto viajecito hasta des-
pués.,.
El carabinero no neceaitftba qne se le
dijera una palabra mita para comprender de
qué se trataba. Aquella calaverada que po-
dría calificarse de locura le entusiasmó de
golpe. Salir&e del campamento eu la noche
y galopar por los lugares ocupados por el
enemigo era una a ventum demasiado agra-
dable para rehusarla» sobre todo siendo a
escondidas de sus superiores.
— Se hace la arrancada, pues, mí tenien-
te, — contestó sin vacilar.
— Necesitamos dos caballos buenos.
— Eso déjelo a nñ cnidado; ¿a qué ho-
ras le parece que montemos?
— A eso de las nueve, que ya estará to-
do el mundo durmiendo.
— A esa hora estarán ensillados dos ani-
— 193 —
males de lo qué liai de bueno, . * ya lea ten-
^0 ecbado el ojo-
— Serií preciso íjiie oated lleve sn cara-
bina por lo que pndiera suceder..-
— Esa no nití abandoíia nunca.
El teniente 7 el carabinero siguieron
concertando sn plan liaata dejar U>do acor-
dado.
Martel al decir qoe nndic debia tener no-
ticia de la escapada quti iba a liEicer^ biso
sin duda excepción en favor de nno de ^m
compañcroí^, nn subteniente, Annqne no
ei"a probable, bíuii podía suceder qnc micn-
tras anduviera ausente el capitán lo nece-
sitara para algún asunto del servicio y le
con'^enia que alguien pudiera dar una dis-
CQJpa.
Él subteniente que no era m:ís cuerdo
que el teniente, ea vea de disuadirlo, le do-
cia con a tí uti miento;
— i Qué diantre I estar yo de semana !
siu esto, te liabrít^ acomimñado, aunque
fuera sólo por el gusto de liaoer una enca-
pada.-.
Estas palabras no eran por cierto para
desalentar al teniente.
Luego que se oscureció, k tropa se reti-
ró a sus cuadras y los oficialea después de
charlar un rato fueron yendo cu busca de
SQS camas.
Martel fué de loa primeros en irse a su
habitación.
Una vez ahí se puso un sombrero de pa-
ño que usaba en las marchas y un largo
poncho de lana. Con este traje tenia un
aspecto de paisano.
Encima de la mesa había un revólver de
seis tiros que había pedido prestado al sub-
teniente. Lo eojió y guarda en el bolsillo
de sus pantalones. En otro bolsillo se uehó
una cajíta con algunas c^ipsulas.
Al cinto llevaba también su espida, que
130 se veía, oculta por el amplio poncho.
Después de haecr estos preparatÍ\^os,
apagó i a vela que alumbraba la estancia y
al>rió la ^ entana< Luego de un salto salió
por ella,
Baliendo por la puerta habría sido visto
por vario,>i oficialeSj y entre ellos Orrego,
que estaban en el corredor.
La ventana, como hemoa dicho, daba a
un huerto.
Martel anduvo algunos pasos hasta salir
'de éb
Apoca distancia columbró unae som-
bras* Se acercó a ellas preguntando:
— jEs usted?
— Sí, mi teniente, — contestó una voz.
Luego reconoció Martel al carabinero,
qaien tenia de las riendas dos caballos*
— Son doíí liestias de lo me joreito... ca-
paces de ir a IT nauta y volver de un galope.
— Magnífico, para que alcancemos a es*
tar de vuelta iinties de que rompa el all>a.
Un. minuto después los dos caballos mar-
chaban con sus jinetes*
Luego se oyó el grito de la centinela de
una avanzada que daba el ''quién vive/*
Murtel se dio a reconocer y pudo conti-
nuar su camino, pues las avanzadas tenian
ói'dtíu de no dejar salir del campamento a
la tropa, pero aquello no rejia con los ofí-
dales.
Es verdad que si Orrego hubiera sospe-
chado la calaverada de su teniente, la or-
den se habiía hecho extensiva a todo el
mando.
La luz rojiza de ese fenómeno vesperti-
no de que ya hemos hablado, y después la
de las estrellas, alumbraban el camino lo
suíiciente para hacerlo transitable.
Aunque no era de presumir que los moa-
tí>ueros o los íudíos tms ñocha ran asechan-
do el camino, no dejaba de ser probable
que tuvieran sus avanzadas.
La vía por largo trecbo seguía a k orilla
de un rio poco caudaloso. A veces cruzaba
arboledas y a veces terrenas e^itóriies, hasta
que por fin se internaba en el bosque de
que áutes hemos hablado en cuyo centro
miLí5 o menos esta Iluanta, pero no por los
lados recorridos por la división chilena que
había pasado de norte a sur, sino por el
costado occidentíiL
Aunque la noche no estaba mui oscum,
Miu'tel y el carabinero no podían apurar
mucho a sus cabalgaduras porque el piso
no era mui parejo.
Muchos ranchos y casitas hallaban a su
paso; mas, debían estar deshabitados o
bien sus moradores dormían tramjuilamen-
te, pu6S a ningún ser humano se veia ni
oía.
81 n tropiezos llegaron hasta los afusilas
de la ciudad.
Ahí se detuvieron un instante.
— ¡^i entnimos a caballo eu la cíud.iíi
nossentirán quízilíí,— dijo Martel a su com-
pañero de escursion.
23
L
— 194 —
— jQaé nos han de &eTitír! todito el mun-
do a estttB horas estarcidiinoíendo.
— No tal; hai algnncs vecinos que hacen
guardia temiendo qne de nn rato a otro se
destcuelg^uen otra vez los indios, naí lo lie
Babido en Áyaccuho.
— Esos Tecinos no son jente enemiga j
nos recibirán bien.
— Tal vez í pero a minóme conviene
que me vean; ciial<]nÍGra de ellos podía co-
nocerme y de sepjuro contaría a ofcroa i|ne
me f labia visto aquí, j de boca en boca no
tardaría la noticia en llegar a oidos del co-
ronel, portjue constantemente est¡üi yendo
huantinoB para Ayacucho.
— Tambicn es cierto esto*
— Entrando a pié, se desliza uno por lae
paredes, j ai llegan a verlo así con sombre^
ro y ponebo^ creer¿tn qne es cualquier pai-
sano que va por la calle,
— Pero, ¿j los caballos donde los deja-
moB?
—Por aquí entre loa árboles, fuera del
camino*
— ^; Sol os?.., no tcndrian raáa que encon*
trai'los los indios así ensillad! tos j montar-
Be en ellos... j adiós mí plata...
— No, pnesí la cosa seria f|ue se queda-
ra usted con los caballos mientras yo voi
a la ciadad.
— Bueno, pues, mi teniente; entre a la
ciudad y yo lo esj^xjro aquí, a nn lado del
camino.
Ambos se apearon y tirando de las rien-
das a los animales se internaron nn poco
en la floresta.
Cambiaron algmms palabras múE j que-
dó convenido que M artel entraría en H nau-
ta, y a sn regreso, ai por la oscuridad no
podía llegar exactamente al sitio donde le
esperaba el canibinero, silbaría entonando
el toque de atención para anunciar su
vuelta»
Martel desanduvo algunos pasos y se en-
contró nuevamente en el camino caliendo
de la floresta que se veia envuelta en com-
pletas tinieblas.
Resueltamente y a paso largo se echó a
andar hacia la poblacioo.
Como cuatro o seis cuadras tenía que
recorrer para entrar en el recinto propia-
mente urbano, y desde luego el camino se
iba con virtiendo en ima calle de casas y
huertas,
Martel reconoció aquella parte de la vía
por baberla transitado anteriormente el día
en que salió con su compañía a bacer una
esciirsíon por las oercíinií^s de Huanta.
Esto le dio mayor segiuridad para cami-
nar.
Poco a poco laíí casas se vcian más agru-
padas, y al cabo de nn<^ pocos minutos
Marte] ee encontró en las cailef» de la ciu-
dad.
Ni una Inz se divisaba, y el agua al an-
aurrar deslizándose por los arroyos era lo
único que Ínt-errnmpia el silencio-
Ksta soledad agradó aí teniente que no^
deseaba encontrarse con nadie.
Avanzaba sin vacilación, cruzó la ^laza
y sin haber hallado a ningún ser viviente
llegó hasta una calle que ya debia conocer
muí bien hasta en ana detalles, puesto que
ni aun miraba a sus lados para orientarse.
Junto a una ventana se detuvo.
El ruido de unos golpecitos débilea y
acompasados se dejó oir alterando por nn
segundo el silencio profundo.
Se repitió dos o tres veces con algunoa
intervalos, y los ojos de Martel habituadoB
a la oscuridad de aquella noche, pudieron
ver íjne una hoja de la ventana se abría.
— ¿Es usted? — preguntó una voz que
trataba de abogar un expresión de sorpresa,
y esl^ voz tenia el dejo particular de María
que tanto agradaba a Slartel,
— Ya ve bien que soi el mismo,^con-
tcató el oficial.
—¿Y cómo está usted aquí? ¿Acaso han
regresado los chilenos? ¿Qué significa
esto?...
Estas y oti*as preguntas hacia la voz;, y
al mismo tíem|>o la otra hoja de la ventana
se abría.
No había reja ni rejillaj ni barrotes de
fierro ni de madera; parecía la boca de una
cueva aquella ventana abierta en la oscuri-
dad. Pero ai era cueva no había de haber
dentro de ella ningún monstruo, pues Mar-
tel entra sin demotrar el menor suato-
El teniente Martel en un trance
apurado.
Era de suponer que Martel queiia regre-
sar a sti campamento en la misma nof*hp
llegar allá antes que amaneciera, de
modo podía pasar desapercibida su es
padíi, y adcmiís, cu la noche era menos
ligroso transitar por un cainíno lleno
/
— 195 —
'enemigos, quienes no le verían en la oscu-
ridad, pero que a la luz del dia lo divisa-
rían i rre mi si ble méate .
No fcodas hñ liaras aon del mismo largo;
esta es una meutira que parece verdad. Pa-
rece verdad para el hombre que mide el
iiempo de su ^ída por hoi'as de placer y
por horas de pesar; acuellas son cortas j
éstSiE son largas, aunriiie el reloj a todas las
'halle iguales.
Algo de esto debií^ Bueeder a Marttíl
a.qnclla noeiieí tai ^ ez le pareció que las ho-
ras perdÍHU gran parte de siis minutos, así
-como el i.|ue hnye se despoja de en carga
para correr más líjero.
El cielo estaba perdiendo parte de su os-
curidad y las estiellas píirte de su brillo,
•cuando el teniente iba caminando a baen
paso por la plaza de Huimta-
— ííe me ha hecho tarde; está comen-
zando a amanecer, -^murmuraba; — con tal
que llegue aiitcis de que el capitán se haya
levantado-., ahora con la clan dad se puede
galopar por el camino, y en una hora n
hora j media,..
Un ruido confuso que llegó hasta sus
oidos le hÍK0 interrumpir gn monólogo.
Aquel ruido se sentía h?ieia retaguardíaj
-como diría él en términos militares.
Tornó rápidaineiiLe la cabeza, y a lo
lejos, cosa de dos o tres cuadra^^ divisó una
. masa sombría encajonada en la calle. La
luz naciente del dia no alcanztiha a ahim-
brar aquello. Pero el raído, anmentaudOj
-<lejó conocer qcie pi'ocedia de una gran vo-
cería.
—¿Qué es esto?— ^ preguntó.
Casi a ese mismo tíernpo, cual si fuera
una rcspuestfi a su pregunta, oyó el teniente
^Toces agndas f[ue gritaban con espanto;
— ;L€S indios! los indios!
Como ]>or instinto Jilr.rtel se llevó una
mano al bolsillo en que tenia un revólver y
,1a otra a la empuñadura de su espada.
Los gritos de terror cundían.
^Qnc diablos voi a hacer aquí yo solo,,,
no hai ni que pensarlo, buscar mi caballo
es lo primero... vamos andando.., vienen
lejos todavía*
Raciocinando de este modo siguió camí-
. Bando el oficial.
Algo como ocho cuadi-as le faltaban para
'' »ar al sitio en que debía estar eft|Tcrán-
el carabinero,
ja voz de alarma cundió con nna rapi-
s admirable entre los habitantes ya pre-
venidos; por todas partes pcrcibia el oficial
que gritaban;
— ;Los indios I los indios!
Las pueitas se abriau y bultos blancos
corrían hi^ia la pla^za : eran sin duda jeate
que eu camisa buscaba el refujio de la igle-
sia,
lilartel contíu\;aba avanzando en direc-
ción opuesta, hiicia la parte occidental. La
masa opaca con su vocería venia por el
oriente, seguramente de la montaña.
La cíaridiid de la aurora aumentaba con
esa prontitud ixicnliar de los crepúsculos
en la zona tórrida.
Ya habia salido el teniente del recinto
urbano y se encontraba en aquella parte
del camino en que, antes de entrar en el
bosque, se pasaba entre casas y huertos.
La gritería ae ilm haciendo menos sen.*
si ble.
— Los indios se han repartido por la ciu-
Aixá y se hau quedado en ella; si supieran
que por aquí anda uu chileno solo, como
perros se veudrian sobre mí con qué gus-
to.,. Ya se divisa el bosque; en cinco mi-
nutos msís estaré a caballo; el cai-abinero
no debe haber sentido nada de la bulla de
los indios,
EsLo ibii pensando el teniente cuando
sintió otra algi^zara hacia su frente ¿Seria
un eco de la grita que la caterva salvaje
tenia en la ciudad? íío era de creerlo; no
habia cerros ni quebradas por ese lado
donde pudieran reix^rcutir las voces ¿Seria
otra turba que veuía del bosque? Esto pa-
recía la verdad.
Con el oidü atento y mirando a todos
lados para reconocer el terreno. Marte I no
detuvo su marcha.
Los gritos se hacían cada vez más per-
ceptibles; ya no podía caljer duda de que
otra mncbedumbre venía por ese lado.
De pronto vio el teniente f[ue saliendo
del bosque nn enjambre de indios entraba
eu el camino como entmn las aga^is fluvia-
les en el lecho de un rio.
—¡Estol encerrado! — murmuró,
Pero no se turbó por esto ; comprendió
perfectamente bien su situación.
Con su revólver y su espada podría de-
fenderse nn momento; mas al fin lo abru-
maría el número de los enemigos, quienes
adtímáa de sus lanzas y hondas tenían al-
gunos rifles. Quedándose en el camino fá-
cilmente seria ultimado de nn balazo. Le
convenia colocarse en algún lugar donde al
menos pudiera hacerse pagar cara la vida.
— 196 -
Ko había tiempo qne pei-der.
Be un salto &e tfepó Kobre una tapia qiie
delineaba el camino; paaó al otro lado y se
encontró eu un huerto. A ].>ooos posos ac
veia una ctisa a la cual debía pertenecer el
huerto; era im edificio bajo de regulara
dimenaionea cuyaa puertas estaban cerra-
das; E\ tenia moradores, éstos debí a u dor-
mir y en su sueño nada hablan sentido de
la f^ritería que preaajiaba un saqueo.
Martel pensó en entrar a aquella casa;
en una casa hEii diver^'is habitaciooes,
puertas y mueblca y puede uno con un re-
vólver defcndL^rse por lar^o i^ato cotí ve ti'
taja* Pero si esa casa estaba habitada en-
contrada en ellas nuevos enemit?os, porque
al fin y al cabo loa dos bandos, loa i odios y
los blancos, eran enemigos do el como chi-
leno; y aunque estos últimoa se habían
BQOStrado amistosos con la división expedi-
cionaria, no era de esperar que se mostra-
ran tan afables con un chileno solo, aislado
y mucho menos que se eucoatrarau dis-
puestos a guarecerlo con peligro de sus pro-
pias vidas, pues si entraban atí loa indios*
¿qué mayor prueba de ser r7u7eíií)sos que
tener en una casa a un oficial chileno? con
esto Bi los iudiüs cataban ánteü dispuestos
a dejar ccn vida a los moradores, los asesi-
narian sin remisión, Ademiís la casa p>áia
estar habitada por caceristns o montoneros
y entrando en ella el teniente no habla ga-
nado sino encontrar nuevos eiiemif^os.
Todas estas reflexiones se hizo Martcl en
un segundo.
Quedarse en el huerto uo era prudente;
el primer indio que asomara por ahí lo
descubrirla y darla la voz de alarma tras
do la cual una horda de salvajes inundaría
aquel sitio.
Pascó una mirada en contorno buscando
nn lugar mus seguro
En La Sierra es costumbre que las casas
tengan nn Hobrado o desván el cual sirve
de granero; para subir a él hí\i por el es-
teríor una escalera de piedras o adobes*
Ya hemos hablado de uno de estos, que fué
aquel desde donde el capitán Los tan sos-
tuvo sabrosos dícílogos con Rosa eu Huan-
cayo.
Pegada a una de las paredes de la casa
que tenia a la vista^ Mar t el divisó una es-
calera de adobes que daba subida al desvau*
Be dirijió hilcia ella apresiu'ada rúente y
subió. Una puertecilla cerrada y sujeta por
por un pestillo era la entrada al sobrado.
El teniente corrió el pestillo y empujó la
puertecilla; ésta se abrió fácilmente y aquél
pudo entrar, lo que hizo cerrando nueva-
mente la entrada.
Todo esto fué Lecho en breves instan-
tes.
Dos ventanillas alumbraban el desván
que era bastante grande. 1 labia ahí trojes^
cancos y porongos llenos de maiz, cebada
o trigo, y habas y arvejas y otras legum-
bres secas; trastos viejos y otras cüaas por
el estilo.
El ámbito del desván tenia la forma de
un prisma tri angular y estaba dividido en
dos departamentos (píese comunicaban por
un hueco hecho como para colocar en él
una puerta,
Martcl examinando el sitio en que se en-
contraba se asomó por aquel hueco y vio
que el departamento contiguo era seme-
jante al primero que habia visto en la for-
ma y tíimbien en los objetos que lo ocu-
pabíin.
Miéntrivs tanto el ruido de la vocería se
acei"caba.
El tenientefué a asomarse cautelosamente
por una rendija de la puertecilla, y por ea-
cima de la tapia uue separaba el huerto del
camino pudo ver las puntas de algunas laa-
zas {jue se moviau avanzando hacia la ciu-
dad; era claro que los indio» se dirijian
para allá.
Wimndo ya por la rendija, ya por la
ventanilla, veía el desfile de aquellas armas
oyendo a la vez una gritería de palabraa
qtic no comprendía porque eran del qai-
chucu
A \'eGe8 en la pauta de alguna de las
lanzas se veia como pendón de guerra na
bulto que el teniente no alcanzaba a dis-
tiuguir; pero que fácilmente adivinaba en
el la cabeza o un alguu trozo humano,
pues ya contícia las costumbres de los sal-
vajes,
— Con tal que estos bárbíiros no hayan
encontrado al carabinero; pero nó, el cara-
binero no es niño que se deje poner la rnaao
encima como un cordero de corral; habría
hecho fuego con eu carabina y aquí se ha-
brían sentido los disparos... Con tal que ft
estos demonios no se les antoje venir para
acií...algnn trabajo les habia de costar,
pero al lin acabañan conmigo,^,
Y murmurando esto, el oficial sacaba |1
su bolsillo la cajita de cápsulas que traia
las contaba.
— Yeintiuna, y con las seis que tiene '
revólver son veintisiete cápsiilas..- aqi
— 197 —
tengo donde parapets^nne-, , pero estos dia-
blos ai me descubren son mni capaces de
prenderle fuego a la casa,...
De pronto ^ ió que an ser humano sal-
taba por la tapia: era un indio Sacó bu re-
TÓlver y estuvo a panto de disparar j mas
aquello solo serviría paní dar la alarma
a la turba salvaje, pues el indio se hallaba
fiíera del alcance del revólver.
Tras de aqiael saltó otro, y lucj^o otros
y otros; en un momento el huerto estuvo
ifeno de iudíjenas armados con lanzas, gu.-
Ttotes, hondas y arraas de fuego, No mé-
BOfl de «escuta rentan aproximtlndose a k
casa.
íío pretendemos hacer de Maiiel un lié-
roe épico ni siquiera uno de uno de roman-
ce, un Juan Sin- miedo, un hombre exen-
to de las debilidades humanas; nada de es-
to; estaraos escribiendo una novela en que
Be halian amalgamados una multitud de
hechos históricos j los personajes que fi-
guran en ella no son enteramente fabulo-
Boae i m ajina ríos; por eonsicjuiente, no le
daremos libre expansión a la fantasía, im-
ra encerrarnos en los estrechos límites de
la verdad. Con fiddidad y nencillamente
diremos que M artel al ver la turba salva-
je encaminándose a la casa donde él esta-
ba, tuvo miedo,
Pero no se crea que aquel miedo del co-
barde que se amilana y pierde el tino; no
tah Fué aquel miedo traminilo que quizils
es el valor del filósofo í en sus venas la san-
gre no se heíój sino que circuló por ellas
esa sangre fria que da prudencia y discre-
ción.
—Aquí la largamos,— nun-m^iró.
Y sin atolondrarse acumuló algunos cwt-
fü»y trastos cargando la puertecilla.
Mientras ejecutaba esto se agolpaban a
su mente las ideas que construían su ver-
dadero temor. Hacia tres o cuatro años que
llevaba la vida de campaña; en varias
grandes batallas y en muchas escara musías
se habían encontrado mirando de frente a
la muerte; :1a muerte ya no le espantaba;
quedar tendido en un campo de batalla
donde al dia siguiente sus compañeros re-
cojerian en cadáver y piadosamente le da-
rían sepultura con los honores prescritos
por la Ordenanza, era un fin natural y hon-
roso para un militaren campaña, y desde
el primer dia que se puso espada al cinto
estaba preparado a él; morir a manos del
enemigo era lójico. Pero que su cuerpo
fuera descuartizado y qne los trozos san-
grientos fueran revolcados en el suelo y
luego enclavados en las lanzas y es carnee i-
dos por una horda ebria y salvaje,., aque-
llo le horripilaba, h(.ria su amor propio, su
orgullo, cae sentimiento peculiar del mili-
tar pundonoroso que aun para después de
muerto se siente ávido de honores.
Cuando Martel hubo amontonado bas-
tantes objetos para impedirla aiKirtura de^
la püertceilla, se dírijió a! desván contiguo*
que también tenia una puertecilla, la cual
pensaba atrancar de la raiama manera*
Iba ya a penetrar en el seguudo desván»
cuando vio que la puertecilla de óste se-
abrift, Al punto echó mano a su espada y
se hizo a un lado sin pasar por la puerta
de comunicación.
Clavó la vista y divisó que entraban al
sobrado dos personas. Eran dos mujeres.
Una de estas parecía ser madre de la otra
a juzgar por la edad que representaban.
Por la prisa que traían y la tribulación
de que daban muestras se conocía que hu-
ían y trataban de escondei'se.
—Cerrar la puerta y asegurarla con mue-
bles,,, con cancos.*. con todo lo qne pue-
da... — ^decia la mayor tratando de conte-
ner la voz.
— ^Ayñdeme, ti a... este canco que es pe-
sado. ..eso es.. .este palo también...
Y diciendo esto las dos mujeres agrupa-
ban objetos cargíindo la puertecilla,
— Ahora la puerta del otix> sobrado...
— ^(iDíablos! vienen para acá,)— pensó'
el teniente,
y se ocultó con prontitud tras de unos
trojes.
Las dos mujeres entraron corriendo en
el primer desván.
— Esta puerta está con barricada, niña,
—¿Quién la habrá puesto?
—Seguramente está desde la otra vez
que pasaron los indios; las cholas de la casa
la pondrían*
—Así debe de ser.,, está firme,,.
— Pero no nos quedemos en este sobra-
do.. .los indios vienen por este lado y si
echan bala»s penetrarán hasta aquí . . .al otro,
al otro,,, ^di jo la mayor empujando a la
otra hacia el segundo desván.
— Acá estamos más seguras...
— ¿Seguras?...; ai nimíl.,,qué seguras
hemos de estar si no nos ampara la Vírjen
Santísima! . . . I Válganos Nuestra Señora de
los Milagros!.,, con tal que estos bárbaros
no echen candela a la casa y nos quemen
vivas,.*! iDJOB nos asista!...
— 198 —
Y la señora que esto dccia segaia lamen-
táudose ü invocando a toda la corte celes-
tial al mismo tiempo que se enjugaba al-
gunas lágrimas.
La otra, qne era una ni ñu, auüfjue con
menores aspavientos, no dejaba de mostrar
un grau temor.
—¡Ai, niña, con la carrera se me olvi-
dó traer la estampa de Nneati'a Scñom del
Carmen que nos hubiera favorecido.
— PerOj tia, tiene usted el escapulario-
—Sí.. -^contestó !a señora extrayéndo-
se áel seno la piadoE?a insignia que h\i^ú re-
petidas veces con unción.
A pemr de lo aerio de las circunstancias,
Martil que oia todo eeta se sonrió dicién-
dose:
— EstiLs tienen máa miedo que yo*
La gritería y bnlla de los indios se sen-
tía cada vez más próxima; ya se les oia al
pié del desván.
Luego hirieron los oidoa los detonacio-
nes de algunos fusilazos.
La tribulación de las dos mujeres crecía
natural mente.
Por instantes Martel sentía deseos de
preseutaráe a ellas tratando de calmarlas e
infundirles algún ánimo, pero se decia:
— Kste par de lloronas.*, al verme son
capaces de asustarse aún más y dar gritos
que llamen la atención délos indios.. .Ade-
máñf ¿qnién me aaegura que no digan:
"^^Entregando a este nos salvamos noso-
tras*\..y luego rjuieran con voees llamara
los indios para qne se desfoguen conmigo?..
Loque conviene es esperare! curso de los
«oonteeimientos, a ver si logro salir de es-
la ratonera en que estoi metido.
Tratando de no ser visto por las dos mu-
jeres^ Slartel se acerco a una de las venta-
nillas del granero y miró con cautela por
Loa indios en el mayor desorden y con-
fusión entraban a la casa unos, y otros sa-
han sacando objetos o rompiendo muebles
^n medio de una batahola infernal y exha-
lando vociferaciones en qulrkua^ Algunos
disparaban balazos al acaso. No eran me-
nos de cien o ciento cincuenta loa qae se
veían entregados al sarjueo.
La señora cual si adivinara lo qne esta-
ba eucedieudo, deciar
— ¡Que lo lleven todo, que lo roben todo,
pero que nos dejen con la vida; esto no
más te pido Dios mió!
— No grite j tia... no sea que la oigan..*
— Síj nifia..* no grito-, cato es horri-
ble-, en este pais uo se puede vivir... esto
no es vida,.,
Y la señora segnia clamando»
De proDto lanzó un grito de espanto j
se abrazó de la niña.
Acalmba de sentir que daban golpes a la
puertecilla del desván.
— (¡DiantresI ahom la co.m es seria-..)
— pensó el teniente sintiendo que loa gol-
pes redoblaban y que se trataba de derri-
bar la puertecilía.
Ya iba a lanzarse para comenzar desde
luego la defensa dasesperada qne e?ítaba
dispuesto a emprender, cuando la puerta
cedió y aparecieron dos indios.
Uno tmía una lanza y el otix> na rifle.
— Si no fueran mtis f^ue e.stos dos, no se
i ri an riendo, *^ pe usó Ma rtel .
Un drama en \xx\ desván.
Las dos mujeres cayeron al suelo alzan*
do las manos en actitud de implorar.
Martsl habia desenvainado su sable y lo
tenia empuñado con una mano; con la otra
estrechaba la culata de su revólver.
El indio de la lanza levantó su arma coa
ademan umenazante j dírijió a las mujeres
algunas palabras en quirhni.
La soñoni temblando de aüsto contestó
eu el mismo idioma*
Uno de lo.^ indios cerró entonces la puer-
tecilla. Parecía que quisieran qutidarse ahí
los dos salvajes sin que sus comí)añeros lo
supierau: tal vea deseaban repartirse solos
el botín que encontraran.
Tornó el de lanza a liablar a la señora j
ésta le respondió con voz trémula.
Después, de un breve diálogo durante el
cual los dos salteadores no cesaban de ha-
cer amenazas con siH armas, la señora se
sacó de los dedos algunos anillos que lle-
vaba y se los díó diciendo al mismo tiempo
a la niña.
— Dales tus anillos..* tus pendientes...
todo... nos dejarán con %nda.
— (Parece que la tia sabe ptichiia y la
niña nó; con tal que esos badulaques se
contenten con las alhajas y se manden mn-
dar, la escapada seríí buena).
Esto pensó Martel viendo que la niña se
apresuraba a sacarse sus anillos y sus peí
dientes.
Los i odios recibieron estas prendas, per
no parecieron contentos.
<
— 199 —
TJn nuevo di ¿logo se entabló.
La aflicción de la señora crecia,
— (i Qué tjuiereu?^ — preguntaba la joven
tembloroBa.
— Que les deraoa mú8.
—Pero Bi no tenemos.
— Dicen que debemos tener.
Beguramente loa indios tenían poca fé
en las palabrns de la señora, pues sin nui-
chos miramicQtoa ee pusieron a rebuscar
entre sus ropag. No hacia ella niuguna re-
BiBtencia a esto; pero la niña caando se vio
víctima fie igual pesquisa quiso pudorosa-
mente opouerse; ni sus débiles fnerzas ni
su conmovedor llanto pudo nada contra la
codicia brutal de los salvajes.
Poco satisfechos debieron quedar éstos,
poiT)ue no hallaron en aí] aellas ninguna
alhaja eu que pudieran ejercer su rapiña.
Hasta entonces con dificultad había po-
dido contenerse ei teniente^ esperando qae
nna vez sacíiida sn codicia los salteadores
(nombre íjac bitn mcrecian aquellos sal-
vajes) se irían.
Una üscona mucho mus btlrbara que las
anteriores comenzó.
Los indios apoyaban sus armas eu el pe-
cbo de las iufehces mnjcrcs y.i mnertas de
terror y continuaban nrjiéndolas con pala-
bras y amenazas. *
— ^¿Qué quieren ahora? — clamaba la
niña.
--Que les domos plata... y si no que nos
matarán, dicen... — contestaba la sonora
en el colmo de la dése s]3e ración,
— ¡ Pero, por Dios, sino tenemos nada,
Y la niña al decir esto se dírijia a loa
indios, como si pudieran entender su idio-
ma, alzando las manos con angustiü; su pá-
lido y hermcBo semblante, sus lágrimas, sn
acento suplicante, ernn incapaces de con-
mover a esos jaguai'es escapados de la mon-
taña o del bosque.
La señora apartaba con sus manos la
punta de la lanza que nn indio le apoyaba
en el pecho. Enfurecido con esa débil re*
sistencía natural, el salvaje la cojió ruda-
mente con nna mano de las muñecas y con
la otra debió cargar con fuerza la lanza so-
bre el pecho de su víctima, porque ésta
eilialó nn alarido de dolor.
La jüvcn quiso abalanzarse a rechazar el
arma fatal, pero el otro indio la cojió bru-
imento del cuello.
— ¡Que nie mata I... í piedad, por Dios!
-eaclamrj la señora yéndose do espaldas.
Martel no pudo contenerse más. Con el
sable levantado cayó como un rayo sobre
el indio, y de «n terrible golpe que lo dio
cu la cabeza lo derribó al sucio.
Al ver esto el otro indio brincó hacia
atrás j apuntó con su rifle.
Pero Marte I que seguramente había pre-
visto esto, no le dio tiempo de disparar,
BUndió con ímpetu el revólver que tenía
en la mano izquierda y cíju la culata de
éste rompió la frente del salvaje que cayó'
de bruces al recibir tan rudo ataque*
El techo del desván siendo mni bajo im-
pedía al oñcíal descargar sablazos sobre loa
cuerpos de aquellos miserables. Podía dar-
leíi de estocadas; |)ero le repugnó herirá
seres que ae hallaban examines. Oojieudo
un palo que divisó entre Iüíí trastos que
ahí hablan, descargó un garrotazo en la ca-
beza del indio caído el segundo que haeiEt
algunos movimientos en el rucIo.
Todo esto fué obra de dos aegnndos.
Ambas mujeres habían quedado extáti-
cas, atóuitas, 8in comprender casi lo que
sucedía, sin saber ai el joven era nn salva-
dor o un nuevo enemigo oue se presentaba
a disputar el botíu a los dos indios.
Por fin la señora hizo ademtin de hablar;
pero Martel le impuso silencio dícíéndole
con voz seca:
— Cállese nsted, señora, o hable en voz
Tembló ella y murmuró sin poderse con-
tener paia dÍBÍpar una duda:
^-Pero usted habla en castellano... no
es indio...
—Ya ve usted qno nó... silencio y no
moverse de ahí... no tengan miedo que-
ningnn daño pretendo hacerles...
Las dos mujeres se miraron sin com-
pren<lei*se, pero un poco respuestas con esas
palabras. Sin atreverse a hablar ni a mo-
vei'se veían que el recientemente apareci-
do amalgamaba objetos para asegurar la
puerta.
Guando pareció satisfecho de la firmeza
de aquella barricada, se acercó a ellas y Íes-
dijo r
—Hace un largo rato que estoí aquí; yo
fui quien puso obstáculos en la otra puerta
de este granero; yo las vi a ustedes enti-ar
aquí y he sido testigo de todas las Císüenas
ocurridíis en este recinto- Creyendo que los
indios se contentaran con llevarse las alha-
jan que ustedes les dieron no qiieiia mo-
verme del otro desván desde donde lo ob-
servaba todo. Guando vi que uno de ellos
2Ü0 —
-fttentaba conbra la vida de usted, señora,
de uu salto mtí puse rvquí, .,
La señora 4110 aaano podía diirae caeutft
de dónde tenia ru tilma, pi"e^tmt6:
— ¿Y cüu que objeto?
— Mü guata la pregunta.
— Segui'aiJieuU;,— ¿i jo la jiiña que pare-
cía catar más eu sus sentidos qtie su cona-
poñei'a de suato, — jon el de sal vara 03 la
vida.
— La señorita lo ha adivinado mu i bien,
— replict* Marte 1
Muí léjo3 de encontrarse tranquila es-
taba todavía la aejlora ; miiühdS dudas se lo
ocnrríaUj pero no sabia cómo expresarlas, al
fin dijo, ávida de saber qué debia espei-ar:
— ¿Es HHted un amigo?... ¿o viene us-
ted con loa indios?.-»
— Veo scííüi'a que aun no se le pasa el
susto f estí creyendo que jo vengo en com-
pañía de losindio3-..
—Yo no se nada... no sé dónde tengo ]a
cabeza... Usted parece clii leño por el acen-
to*. .
— Lo aoi...
— ¡ Entonces los oliilenos andan con los
indios I ^^cxcl amó la aflijida mujer alar-
mándose nae^'amente,
—Señora, no diga tal di smrate, ^con-
testó el teuíeote con desagrado; — tensiva un
poco de calma j cseúcbemc, pues será pre-
ciso que le dé una osplicacion para que se
tranquilice. Yo me eticontiaba solo en
Huanta al amanecer cuando entraron los
indios de la montaíla; me vine hacia acá
para irme donde está mi alojamiento y me
encontré con los indios del bosque. Yo solo
no podía batirme con una caterva, 7 apar-
tándome del camino llegué hasta este des-
ván y me oeuk¿ en él esperando que los
indios pasáis n; pero estos salvajes en vez
de seguir andando hasta Huanta» han en-
trado a saquear esta casa.
— Ahora lo comprendo todo,— dijo la
señora respirando con desahogo; — ustedes
un compañero en el peligro que aquí corre-
mos nosotras,
— Algo parecido; eon diferencia que a
ustedes podrían tal vez los indios perdo-
narles la vida, líHéntras que a mí como chi-
leno jamas consistirían en dejarme vivo;
eso sí que no les seiia tan fácil matarme a
mí como matarlas a ustedes que son dos
personas débiles por su sexo; pero al fin
logra rian vencerme pneato que son muchí-
simos contra uno.
— Es verdad; ellos son tantos...
— Por ese motivo me conviene estarme
aquí en lilencio y lea he pedido a ustedes
que no hagan ruido; cualqaier grito podría
llamar la atención de los indios que suhi-
riaa haata aquí, y no es prudente esperar
qíie siempre fuera yo tan afortunado coma
con estos dos miserables que yacen ahí.
La señora tembló nuevamente de soato
tartamudeando :
— Sí..* es preciso no hacer baUa... estar
quietas,,,
— Es lo esencial , . . Ahrjra voi yo a ob-
servar por ks ventaniliaa qué hacen loa in-
dios.
Martel iba a pasar al desván contiguo, y
la señoi'a lo detuvo dicíéndole a la ves que
designaba los cuerpos inertes de loa saltea-
dores:
— ¿N'o estarán vivos estos? ¿íío irán a
venirse otra vez sobre nosotras?
El teniente se agachó pFira examinarlos,
^No dan señales de vida, de lo que me
alegro, pues si algunos de ellos estuviera
resollando siquiera, me vería obligado a
ultimarlo para evitar que dando un grito
llamara a sus compañeros.
El teniente Martel se puso a atísbar coa
síjíio por las ventanillas.
Loa indios continuftban entregados al
saqueo de la casa con gran alboroto; pero
ya algunos comenzaban a diri jíasü hacia el
camino.
Mténti'as el oficial asechaba, las dos rau-
jeres estaban pendientes de uu hilo; ya les
parecía oír que trataban de derribar la
puertecilla del sobrado. La señora se cneo-
inendaba a todos los santos del calendario,
pero no conseguía rezar oración alguna,
pues hasta el Padre Nuestro se le había ol-
vidado de goli>e cou el pavor.
De cuando en cuando el teniente se acer-
caba a ellas y con algunas palabras les co-
municaba nn poco de su calma. Pero al
retirarse aqael o al sentir que los indios
alzaban el di afosen de su biitahola torna-
ban a aTigustíarse*
Por fin empezó a aumentar el número de
les salvajes que salían de la casa y mar-
chaban hacia la ciudad. • .
Poco a poco fue disminuyendo la alga-
zara y alejándose.
Un instante de?;pueT M -ir tal se acerca a
las acongojadas mujeres diciendo:
—Parece que se han uiarcliado ya todos
no se divisa ninguno.
— Wi se oye ru^do,— respondió la nim
— 201 —
— Ooíi tal q^ue no regfesen, agregó k se-
ñora jimieiidí).
No cf* de presumirlo ; han sacjn^do la
caaa, se han llevado c na tito han podido, así
es que no tienen más {¡x\t hacer aquí,
— ^Que se lo 11 eren todo dejándonos la
vida!
— 1^0 seni todo eutar amenté — replicó
Marttl m n ñ e n d o ; — s i t| u i era se han 1 i bra-
do las alhajas qne este par de pillos habían
arrebatado a nsLedes-
Y rejistrando el holson qne cada lUJo de
los indios llcvabíi al cuello, encontró las
prendas mencionadas,
— Áí^uí tstan SUR anillos j pendí untes de
ustedes: ¿suu estos todos?
— Si, — coDti'SUiron ambas recibiendo
aqnellos objetos de mano del teniente.
Y la mayor afíadió;
^¡Qne escapada hemos hecho í,.. A mí
ja este hombre me estaba asesi nando ; nae
clavaba la pnnta de la lanza en el pecho y
la estaba cargando... me ha dejado una
gran magulladura.-. Si no es por cl ausilio
de usted me mata, nos matan... usted nos
ha salvado; con la tribulación nos hemos
puesto sosas y no hemos sido capaces de
mostrar a ustt'd nuestro agradecimiento.
Como f>ara i'eparar este olvido con ^^en-
taja, la señora enhebró un discurso de elo-
jios que Martel trataba de cortar contes-
tando:
—Todo esto era mui natural; habría
6Ído una ruindad dejar asesinar a dos mu-
jeres indefensas.
Luego aquella, dando otro jiro a sus ala-
banzas decia:
^¡Qué buenos golpes dio usted a estos
pfcarosl,.. cayó ustod aquí como una bom-
ba y ¡pif ! ¡pafl. - no alcanzaron ni a de-
cir Jesús...
— A decir verdad respondió el oficial
soniitiudü,— al primera le pegué a la mñhi
esto es, a tmieiou; pero ellos eran dos y te-
nia yo qne comenzar por anulara uoo;
ademas con nn par de salteadores como esos
no hai necesidad de gastar ranchas corte-
sías.
— Claro está...¿iria a proponérseles un
desafío caballeresco a dos salvajes asesinos
que están matando a la jente Indefensa?-..
iQué susto hemos pasado ! .. . en este paia
no se pnede vivir,.- Nosotras no somos de
aquí, sino de Lima; aunque yo nací en
Ayacucho, desde pefjnefia he vivido en la
capital; pera esta niña, sobrina mÍEj ea li-
me&a. Hace doü meses qne vinimos de allá.
Si yo hubiera podido imajinarme lo qne
teníamos que euf lir, no habría habido po-
der humano capaz de sacarme de Lima-
— No vale la pena dejar a Lima porve-
nir a La 8íerra.
—Ya lo creo. Ustedes, los chilenoSj es-
tarcí n ya aburridos.
— ^TenemoB de La Sierra hasta k frente,
— (í Desde cuándo andan por aquí?
— ^Yo o mas bien dicho, mi batallón^
desde el mes de junio.
— ¿Desde junio?— preguntó la niña con
ínteres; — ¿cuál es su batallón?
— El Setiembre.
Las doB mujerce se miraron y la jó ven
bajó tímidamente la vista.
—Pero nsted anda vestido de paisano,
— obííervó la tie flora.
— Naturalmente; pai*a venir a Hitan ta
me puse este traje.
Y echándose sobre el hombro un costa-
do de su pouíího, dejó el teniente ver sn
chaqueta militar.
— Es usttHl oficial, — dijo la niña,
— Sí, señorita; teniente.
La tía y la sobrina volvieron a mirarse*
— ^Mi batallón^ — continuó diciendo
Maitel, — está en Ayticucho; pero mi com-
pañía se encuentra destacada más cerca de
Hnauta. Anoche hice una travesura vinién*
domo para acá y debo regresar lo más pron-
to posible; solamente espero que se alejen
un poco mm los indios ijara partir.
^\ Y vamos a qnedar solas nosotras! —
exclamó la señora paHdeciendo.
—No ea probable que vuelvan pam acá
otra vez los indios; ademíta mi compañía
de muí poco pnede servirles.
—¡Qué dice nst(jd! si ya nos ha salvado
ana vez,
— Eííto fné nna gran casualidad que
mni difícilmente volvería a repetirse. Sí
los indios regresaran tendrían que veucer-
uie por el número; yo no podría hacer na-
da cu favor de ustedes, y al conti'ario, mi
presencia las perjudicaría: hallando aquí
a nn chileno, ya los indios no querrían te-
ner piedad de nstedcs.
^¡Qué terrible situación! — exclamóla
señora estremeciéndose.
Martel trató de serenarla asegurándole
que loa indios no pensarían en regresar tv
una casa saqueada ya, donde no encontra--
rian el botin qne buscaban*
24
— 202 —
Al cabo de uu rato la niña dirijiéndose
ala señora» dijo:
— Óigame nsted, tia, uua palabrita.
E hizo iudicacíou de que pasara al des-
Tan CODtigUO,
El teniente ae apresuró a replicar:
—Si usted deaea hablar con la señora,
TOi a dejarlas solas en este departamento.
— No se moleste usted, — balbució la
niña.
Pero con discreción j el teniente salió
para el sobrado vecino.
Desde ahí oyó que tas dos a quienes aca-
baba de dejar hablaban en voz baja j pa-
recían discutir, o más bien que una trata-
ba de impetrar algo de la otra. El acento
de la más joven era suplicante.
—Parece qae la niña implora algo, y
hasta creo que está sollozando. *. Es nna
lioda chica a pesar de la palidez qne le pro-
ducía el susto, y a pesar del pelo y del tra-
je descompuesto se veia bonita... y mfis que
María».,
Esto pensaba Marte! mirando por una
ventanilla y ¡viendo que ^el huerto estaba
despejado de indios.
Al cabo de algunas minutos sintió unos
pasos lijeros detras de él y volvió la cara.
Muí próxima divisó a la niña que bajan-
do la vista y estrujando uu paíiuelo que
tenia en las manos parecía querer decir algo
fiin saber como hncerlo
Al fin murmuró:
— Biapénseme usted que le haga una
pregunta.
— Cuantas guste.
— ^Conoce usted a un teniente de su ba-
tallón?..,
— Los conozco a todos^ — contestó el ofi-
cial sonriendo disimuladamente al ver que
la joven se interrumpía como vacilando
para pronunciar un nombre ;^ — dígame cómo
BC llama aquel a quien usted se refiere.
— Víctor... Alvar,— balbució la niña,
— ^A ese lo conozco más que a ning-ano;
es de mi compañía e íntimo amigo mió,
— ¿Estd él en Ayacucho?
-Sí.
— Ommdo usted lo vea seguramente le
contará todo lo qne ha sucedido esta ma-
ñaua.
--Sin duda; tendremos con ello motivo
de lartra charla.]
— Y también le contará qne una de las
personas a quien ha salvado la vida usted
hoi, há prog tintado por él.
— ^Ea natural.
—Pues hágame usted el servicio de agre-
gar que esa persona se llama...
—Lucía,— -dijo apresuradamente el ofi-
cial, en quien el corto diálogo habia inspi-
rado ciertas sospechas.
— ;Cómo sabe usted mi nombre I — escla-
mó con sorpresa la niña-
—Lo he adivinado.
Y viendo tiue ella se ponía encendida^
añadió Martel:
—Tal vez ha sido una indiscreción mia
pronunciar su nombre: pero Atvar escomo
uu hermano mió y no tiene stKiretoa para mí.
—¿Le ha hablado de mí?
— Bí; mucho. Ya a tener uu gran placer
cuando yo le dé noticins de usted, pues
nada sabe; lo üníco que ha logrado averi-
guar es que usted habia partido de Lima
con su familia, por lo cual presumía que
usted habría regresado a casa de su papá,
— Asi fué; todo eso sucedió; pero antea ^
tuve y he tenido qne Bufrír muchísimo.
— Así lo adivinaba Alvar, y lo que más
le aflijia era el temor de que usted pensara
mal de él.
— Yo no lo he culpado de nada; todos^
mis pesares los he atribuido a la fatalidad,,
a mi desgracia,
—^Nuestra salida de Lima fué impen-
sada; nada sabíamos ni sospechábamos bí-
quíera hastti la noche anterior, o sea hasta
poeas horas antes de partir,
— ^Así lo he ereido siempre.
—La vida del militar en campaña tiene -
de esas alternativas. Así también el soldado
que debía haber prestado algunas atencio-
nes a usted^ se vio compelido a marchar
con el batallón sin poder regresar a vei"se
cou usted.
—Aquel día fué terrible para mí, — dijo
la niña exhalando uu trémulo suspiro ante
su recuerdo ;-^esde entonces todo ha sido
pesares y sufrimientos, y todos han tenido
la misma causa; mi partida de Lima, mi
venida para acá, los sobresaltos y loa peli-
gros, incluso el de ahora mismo del eual
me ha salvado usted, todos tienen el mismo
orijen.
— Lo comprendo.
— Si algún dia logro hablar con Víctor,,
se lo contaré todo y él no podrá menos que
conmoverse.
— Esto téngalo usted segura* Permite"^"
que le pregunte por qué cuando hace d
eatunmos en Huanta no trató usted
hablar con él; ¿no sabia usted que estt
él ahí?
^1^
— 203 —
— Lo presumía; pues supe que el Se-
tierabre andaba eu la expedición. Quise
mandarlo llamar, quise escribirle; pero mi
ti a se opuso.
— ¿No quiere que Be vea usted con Al-
var?
- -Kó, pues; dice que jo no debo hablar
-con él, y menos aquí en La Sierra Biendo
'él militar cMleno, porque noB acarrearía-
mos el odio de esta jente y nos espondn'a-
Tuos a mayores peligros: ella tiene muclio
miedo a loa indios y a los montoneros,
—Pero siquiera podia usted haberle ea-
— Lo lie hecho; pero no he hallado con.
quien en darle una carta que tengo desde
hace días,
y eacaudo del bolsillo de ¡su vestido nna
carta un poco ajada par el roce que debia
liaber ten i do, Lncia añadió:
— ¿ La ve usted ? Los dos días que per-
maneció la expedición chilena en Hnanta,
nos estuvimos aquí a puertas cerradas, a
pesar de que esta casa se halla retirada de
la ciudad. Solamente habría ix>dido man-
dar la carta con alguna de las cholas que
nos sirven, pero ninguna quería acercat^e
a los chilenoB: les tienen tanto miedo--,
— Y sin embargo (ningún dañóles hemos
■techo.
— Ks la verdad,
—En la ciudad no nos han mirado mah
— Así lo hemos sabido después, pero las
^cholas de esta casa como están fíiera de la
cindad son más desconfiadas, y aunque han
Tisto que los chilenos han protejído a los
habitantes, los miran siempre con recelo.
Un dia corrieron a esconderse porque pasó
por el camino una fuerza de chilenos.
— Precisamente era mi compañía que
iba a hacer una excursión por el bosque.
— Yo me subí a este granero para verla
pasar; también mi tía vino conrüigo. Si
iubiera estado sola habría llegado hasta la
muralla del huerto; desde aquí con la pol-
vareda do se distinguía la cara de los que
iDarchaban,
—Alvar iba entre ellos,
— ¡Sí lo hubiera sabido jo!.,, lo habría
llamado a gritos eí no me dejaban correr
hasta allá.
— Y de un salto él se hubiera puesto
aauí sin que nadie pudiera contenerlo. Así
lo dirá fíl cuando jo le cuente que ha
sado tan cerca de usted ein sospecharlo,
— ¿Y le dará usted mí carta en cnanto
vea?
— Sin perder un minuto
Y añadió el joven sonríe ndose;
— Si es que lle^^^o a verlo, pues para jua-
tarme con raí batallón tengo todavía que
pasar por alj^unas pruebas. En primer la-
gar necesito encontrar mi caballo qne dejé
anoche en el bosque a unas dos cuadras de
aquí y fortuna será que lo consiga,
<— ¿Quedó solo?
— TJu soldado lo cuidaba y la pasada de
los indios tal vez lo habríi obligado a cam-
biar de lugar
— ¿Si lo habrán encontrado ar^u ellos?
— Me parece que nó-
^¿Por nuc?
— El soklado se hubiem resistido a ba-
lazos y yo hubiera oído aquí las detonacio-
nes-
—Sí se han sentido muchos tiros,
^Eu efecto; pero han sido de fusil o de
rifle y mi soldado tenía carabina; loa estam-
pidos de estas armas son diferentes j noso-
tros los reconocemos mni bien,
— Paia mayor seguridad seria prudente
que no partiera ust^ hasta la noche; pue-
den los indios s crio en el camino-
— Es cierto; pero me es forzoso regresar
Inego j correr el albur. , . Es de suponer
que los salvajes se hallarán entretenidos
saqueaudo^la ciudad, y el camino estará de-
sierto, de manera que podré llegar hasta
mi campamento I y aunque Alvar está en
Ajacncbo, le lemitiré su carta de usted cou
otra mía contándole lo ocmrido,
— Que mí tía no sepa que le he dado a
usted una carta para él, pues me ha cos-
tado muchas súplicas conseguir que me de-
jara preguntarle a usted por Víctor,
— Así me ]>arecia oír ruegos de usted
desde aquí.--
La aparición de la tia de Lucia, o sea
dofia Manuela Melgar, interrumpió aquel
diálogo,
Yeuia la señora despavorida y apenas
pudo balbucir;
— Se oyen paos,., suben. -
Y deeignaba la puertecilla del próximo
desván.
Lucia palideció.
El teniente andando de puntillas se acer-
có a la pequeña trinchera improvisada em-
puñando su revólver y prestando oido
atento.
Sintió que empujaban sin mucha fuerza
la puertecilla, j luego daban nnos lijeroa
golpes en ella diciendo al míemo tiempa
una TÜ2;
— 204 —
— ¿ Mauonga ? - . . Lvic ía ? . . - están ahí ? . . -
— Bou elloa- - . — dijo la Benom cual si
sintiera fv la Tez desvanecerse sus temores.
Y abrió la boca como para contestar eu
Toz alta, pero Martel le impuso silencio
con un jesto y le preguntó;
— ¿Quiénes son ellos?
— UnoB parientes nuestros que sin doda
Tienen a socorrernos,
— Eso3 pueden ser amigos de ustedes,
pero quizás no Ío acau mioa; usted sabe qne
no todos los blanuosque hai en Huanta son
partidarios de la pa^.
—Pero nuestros parientes bou jente pa-
cíñca.
— Está bien, ábrales; nias^ antes oculta-
remos los cadáveres de los indios por sí
SiCaso no vienen solos...
^— Es prudente hacerlo así- - .
Y contestando esto la señora se puso a
ayudar a Martel que cubria con unas este-
ras los cuerpos de los salvajes.
Los de afuera repetian sus golpea y lla-
mados:
— Si están aM, abian la puerta,., somos
nosotros dos solos. . . no tengan temor. . .
— iVamo3 allál esperen un iustant**.,,
estamos quitando unos trastos ^ con que Ra-
biamos atrancado la puerta, — respondió la
sefLora eu voz alta.
Martel dijo a ésta;
— To voi a meterme en el otro granero
porque no me conviene que llegue a saber
el jefe déla división qne be venido de es-
caldada hasta Huanta y a UBtedes les pido
que me guarden el secreto,
— Haremos cuanto usted nos pida; nada
diremos».*
Tras de esta promesa pasó el tenieute al
sobrado vecino.
La tia y la sobrina se pusieron a desha-
cer la bíui'icada.
Un minuto después dos hombres de som-
brero de pita y de manta entraban en el
desván.
LII.
Una buena escapada.
— Tremendo susto habrán pnsndo uste-
deSt—dijo uno de los recien llegados.
—¡Horrible!
— ¿Nada han sufrido personalmente?
— Nada, — ^coutesti) la señora^ que aun-
que ardía en deseos de relatar su aventura
Ja calló por la promesa hecha a MartcL
— ^Los indios lian saqueado la casa por
completo.
—De aquí los hemos sentido,
' — Pero no hai que temer vuelvan otra
vez aeá; están en la ciudad eu el mayor
desfreno, » , Parece que han encontrado tm
soldado chileno eu el bosque y lo han des-
cuartizado,
Martel qne oÍa esto desde su escondite,
sintió que toda la sangra se le agolpaba al
pecho; aquel sería indudablemente ¿1 cara'
bínero.
—Han anustrado los trozos por el suelo, -
—prosiguió diciendo el que hablaba, — ^lofl
han paseado eu las lanzas... la chaqueta
del soldado era llevada en triunfo. Pero el
f^rupo que conduma esa prenda entró a nn
tambo donde habla un poco de hcor y se
olvidó por un momento de ella. Aproveché
yo el caso para cojcrla y esconderla debajo
de mi poncho: aquí la traigo.
Y mostró una pieza de uniforme militar
llena de ¡íolvo y sangre.
— Conviene esconder esta chaqueta pa-
ra que los chilenos no lleguen a saber que
con uno de sus soldados han hecho tal atro-
cidad y quiemn tomar alguna venganza.
Las dos mujeres hacian un jesto de ho-
rror contemplando aquel traje ensangren-
tado,
— ¿Y cómo es que nstedes dos no los han
asesinado también?— preguntó la señora.
— Saben r|Ue ncsotros no somos de la
ciudad, y a demiU nos acompañaba uu jo-
ven Narboua amigo nuestro que andaba
con ellos y al cual le pedimos íiue nos escol-
tara para venir eu busca de ustedes a í|uie-
nes suponíamos eu peligro.
Martel oia todo esto dominado por la
emoción más violenta.
^(illan muerto al carabinero!) — pen-
saba.
De pronto oyó que uno de los recien ve*
nidos decia examinando la chaqueta en-
contrada:
—Parece de caballería.
No pudo contenerse más, y se abalanzó
hasta el desván donde esto se decia.
Los dos hombres que ahí estaban hicie-
ron un movimiento de sorpresa, ]iero doña
Manuela, aunque algo admirada de que el
joven se descubriera voluntariamente, los
calmó cíí clamando:
— No tengan cuidado: es un amig'
nuestro.
Esta frase los serenó.
— Permítame usted, atjñor, üxaininür use
uniforme, — ^diju el teniente al último que
había kablado, quien le alargó d €bjeto
pedido*
Lue^o añadi ó m nrm u van do ;
— Eíí de carabineros... no puede haber
sido otro í.pe él...
Loa pLiiieutea de dona Manuela miraban
atónitos a esta señora inteiTOgándola con
la vista.
— ¿Qíii¿n es eBtc señor? — preguntó por
fin uno de ellos.
Doña Manuela sin atreverse aún a ha-
Llar miró a Marte 1.
—Ya []Uc estos señores me han visto, no
haí ÍH con veniente para íjue lo sepan todo;
puede usted, señora, si g^iista, referirle lo
oeurrido. Pero antea, señores, háganme us-
tedes el servicio de decirme si no lie varían
loa indios también dos caballos chilenos,
— Xd: caballos no deben hab^r eneon-
trado, puea se habrian aprej^nrado a mon*
tar en ellos para Inciree por la eiíidadí san
fanfarrones y lc¡3 i^uatala farsa... ademáis
nada oímos decir de caballos...
Mientras la señora con grandes aspa-
vientos contaba las escenas de la mañana
a BUS parientes, él pensaba:
— (El carabinero debió dejar escondidos
en el bosque los animales y salió tal vez a
buscarme... — ahilo soiprenderiaii los in-
dios... ¡pobre carabinero !,,,[ ha sido una
locura mui grande la mia! . . . )
Y Martel sesi nía atormentado por todos
estos peiisamieiitoa.
Cuando la señora mostró a sus oyentes
los cuerpos exánimea de los dos indios,
aquellos no pudieron dndaí- de su i ciato y
dirijieron algnuos extremados cumplidos
al olícial poj' los buenos golpes que habia
dado a lo^ sal ni jes.
Y luego dijeron a doña Manuela y a
Lucía;
-^Pero ustedes han Lecho una gmu
chambonada metiéndose eu este granero.
— ¿Dónde eBCondcmos mejor?
— Se conoce que las limeñas no están al
cabo de las costnmbres de los indios, debe-
rían haberse encerrado eo el oratorio que
hai en esta casa,
— Ahí nos habrían encontrado facil-
ítente.
— Pero no se habrían atrevido a entrar:
os indios son muí fanáticos y a una ígle-
ia o capilla u oratorio no son capaces de
itrar en son de combate»
— 205 —
— Había oido deeir esto, pei'o no lo
creia,
— Las cholas criadas de la casa están
ahí, acabamos de verlas y nada les ha su*
cedido; los ludios uo han osado penetrar al
sitio sagrado.
— Pues entonces vamos allá por si regre-
san esos bárbaros.
Todos se dispusieron a bajar para diri-
jirse al lugar menciouado, menos Martel,
quien por miís que ambas mujeres le dije-
ron insistió en que puesto qne los indios so
hallaban en la ciudad, el iba a emprendet
BU partida para su campamento,
Cojió el ritie y las cápsulas pertenecien-
tes a uno de loa indios, pues ea^i arma po-
día aervirle mucho en el camino, y despueSr
de recibir nuevas demostraciones de agra-
decimiento de doña Manuela y Lucía y
también de los dos parientes, todos los coa-
lea, esas y éstos, les? comunicaron sus nom-
bres, Martel se dirijió al hnerto.
Un momento después saltaba la muralla
que seguia a hilo del camino y se encon-
traba en éste mirando a todos lados sin di-
visar a nadie.
Se puso a caminar a toda prisa.
Iba ansioso de saber si estarían aún los
caballos donde habían quedado la noche
anterior. Miñ poca esperanza tenia de ha-
llarlos.
—¡Qué locara tan grande ha sido la
mia!... pero ya no tiene remedio.., todo
habría sido nada sin la muerte del carabi-
nero-., ¡qué raaon ^^oi a dar de esto!... si
hubiera muertí^ éu alguu asunto del servi-
cio, seria la cosa mas natural, eso sucede
todos los dias* . . pero ixsi por una calave-
rada. , . ]qué diablos!. , - este negocio me
va a costar caro . . -
Y pensando en el justo enojo que ten*
drian sus jefes, Martel olvidaba el peligra
que aun corría de ser descubieito por al-
guna partida de indios o montoneros.
Luego reconoció el lugar donde 3a noche
precedente se había separado del soldado;
estaba frente a él
Se internó en la ñore&sta y recordó la se-
ñal con que debia anunciar su llegada al
carabi ne ro , ~l O ómo pod rá o i rme el pobre
muchacho hecho pedamos por los salvajes !
--pensó.
Y a\Tinzó por entre los árboles y matas
echando a todos lados miradas es endrina-
doras.
— 206 —
El suelo eatalm tapizado de ho|aa eecas y
*ra imposible distinguir las huellas de los
caballos-
Largo rato anduvo vagímdo presa de
mortal ansiedad, y temia ya perderse eu el
bosque si más se internaba*
Quiso acercarse un poco al camino deses-
perando ya de hallar los animales y creyen-
do que habrían sido cojidoa por los indioSt
pero no le fué fácil hacerlo.
Por la posición del sol lograba orientar*
eeí mas, luego daudo vueltas y revueltas
volvía a extraviarse.
Deseoso estaba de tropezar son un del-
gado arroyo que venia del camino según lo
habia observ^o nn momento antes.
' Por fin logró divisar aciuclla eegnra
guia.
Andando por las orillas del arroyuelo y
metiendo a veces los pies en loa charcos
que fonuabao sus derrames, se puso a ca-
minar háycia arriba.
Como era natural el agua corriente ha-
cia muchas curvas,
T)e repente se detuvo.
Entre unas matas babia percibido nn
bulto que le pareció ser un hombre.
Yaciló entre poner tina cápsnla al rifle
que llevaba en las manos o desenvainar su
espada, Obtó por lo último. El acero ofre-
cía 'sobre el plomo la ventaja de no Imcer
ruido que cansara alarma.
Con la espada desnada avanzó de punt!-
IIe^ y cautelosamente.
Luego se convenció de que lo que lla-
maba sn atención era nn hombre en cncli-
llas. Estaba inclinado sobre el arroyo y p-
recia lavar nn objeto casi esférico que bien
podria ser una pina de las qne se producen
en las montanas vecinas por la fignra, ann-
que era demasiado grande.
Se acercó con si jilo hasta tener al alcance
jde su sable a ese individuo cuyas espaldas
veía y que vcstia un poncho de indio y nn
.sombrero plomo de paño de forma cónica.
— Es nn indio, — pensó el teniente»
Y al mismo tiempo notó con repulsión
que lo que lavaba en el agua era una ca-
beza humana horrorosamente desíigui-ada.
Martcl levantó su fiable en actitud ame-
nazante, pero no para descargar un golpe
sobre aquel snjeto que bien podía ser un
cholo pacífico, sino con el objeto de tenerlo
dominado desde luego dado caso que fuera
un enemigo y evitar que diera voces Ua-
imando ^ otros.
Un lijero ruido que el oficial produjo
expresamente con el ]!Íé, en el suelo, hizo
volver col prontitud la cara al descono-
cido.
Dos gritos de sorpresa se oyeron a nu
tiempo:
— i Es ustc*d, carabinero!
— ¡Es usted, mi teniente!
— ¡Yole creía mueilrOl — exclamó Mar-
tel
— i Y yo, mi teniente, creía que esta ca-
beza que esLoi lavando ora la suya í
Estas últimas palabras del carabinero
revelaban una escena en que había una
mezcla de lo horrible con lo gi'otesco ; esce-
na que parecerá inverosímil. Sin embargo,
entre afiuellos desbordes de una horda sal-
vaje que descuartizaba a sus enemigos o a
los que tenia por tales, las esceiKia mafi hor-
rorosas habían llegado a ser vulgares:
cnántíVB veces después de las orjias san-
grientas que presenció por esos tiempos la
ciudad de Huanta, muchos se dedicaban
piadosamente a recojer del suelo, entre el
polvo y el barro, trozos de cadáveres hu-
manos, y limpiándoles la sangre y el lodo
trataban de reconocer los restos de algún
amigo o a-lgun deudo I
Así, pnesj la escena qne acabamos da
describir no debe considerarse como nn
parto grotesco do la imajinacion del que
esto escribe, sino como la estampa fiel de
nn cuadro que en aquellos selváticos para-
jes se observó por esa época con deplorable
frecuencia.
— Pero, hombre, ¿como ha escapado us-
ted?,. .yo he oído contar su muerte.. -hasta
he visto prnebas^.ri Entonces, los indios no
le han encontrado a usted?
— Si me han encontrado.-,
— ¿Y cómo ha logrado librarse ?-.-
— Eso es, mi teniente^ lo que tengo que
contarle- Anoche cnando me quedé aquí
con los caballos, tendí mi poncho en el sue-
lo sobre el pastito y me puse a pitar un ci-
garro, y así seguí dejando correr la noche
de cigarro en cigarro hasta que me pilló el
sueño, ..Cuando vine a despertar ya tama-
ña na estaba a medías luces. « Amanecí ^ti-
do ya y mi teniente no aparece todavi
me decía para entre mí, cuando en esto
sentido un bochiaclie de gritos.
— 207 —
— * 'Estos no pneden ser sino loa taita-
eos, — pensé.
"Por la bulla que ti-aían aaqué la cuenta
que era una nube de indios, de mncíiíai-
moiL
**¿Qué Iiacer? Lo primero era mirar por
loH caballos. Los llevé tirando hasta una es-
pesura tan escondí da, que habría que po-
nerles la mano encima a los animiiles para
enconti-arlos, y ahí me quedé con ellos.
''Loa indios pasaron para el pueblo,
"Mi susto eni por usted, mi teniente,
— ''Se lo yan a zorz alear a mi teniente,
— pensaba jo.
**Cnando estuvo esto en silencio, salí d«
la espesura liaííta cerca del camino dejando
siempre escondidas a ks vestías. Me daban
ganas de montar a caballo j hacer una en-
trada a galope al pueblo, pero mo sujetaba
el pensar cjue usted podría venir para acií
y no encontrar a nadie. ¿Que hacer?
'*En esto estaba cuando kc me han apa-
recido de no sé donde como seis para ocho
taitacoH con lanza, Yerlos jo 7 pelar el sa-
ble fné todo nno: al que tenia más cerca
del primer hachado lo tmje al suelo, . -los
otros que vieron esto apretaron a correr a
perderse, se hicieron hnmo---dealo lejos
lea sentía yo los gritos que llevaban..,
— "A mí no Qie la pegan; van a juntar-
se más para dejarse caer aquí,
'*Y así no más fué; lueguito se sintió la
gritadera.! Me tenían rodeado como un zor-
ro. Los caballos era lo que me daba cui-
dado de ]:ierderlos, y yo qué sacaba cou
montar, si aquí los árboles cuando estuvie-
ra montado no me dejarían dar un sabla-
zo ai se ofrecía.., no había ni que pensar,,.
*'Aqní te quiero ver escopeta mal carga-
da''... Cuando de repente se me vino una
idea.. -El taitaco que había botado yo esta-
ba ahí tendido.-, me le fiií encima; le qui-
té el sombrertí y el poncho, y me saque el
dolman, j en dos por tras se lo puse al in-
dio; después le saqué a tirones los calzones
y las chalalas, y con barro le revolqué la
cara y todo el cuerpo. . .
— "Tu, taitaco, habís de aguantar por
mi,-Hlecia yo.
"Lo que lo dejé listo, prendí una carre-
m y me trepé en ese molle que está ahí,
coposo. Sí rjo me salía bien la treta,
ie arriba del árbol con mí carabina es-
ja seguro de botar mut.hos indios antes
me agarraran a mí.
-''Habís sentado plaza de carabinero
después de muerto, — decía yo mirando al
taitaco dasde el molle,
**La bnlla de los indios venia creciendo.
Poco tuve que esperar, cuando se ha apa-
recido un piño de indios, unos con lanaaa
y otros con fusiles. ¡La hervlcion de esoa
diablos gritando en su lengua ! .,.yo no lea
entendía miís que **¡ chileño! [chileño!"
''Ganas me daban de empezar a jugarles
bala y cazarlos como pichones, pero eso era
denunciarme, y eran tantos, más de dos-
cientos todos ellos,
^'Olfateando andaban en busca miaj
cuando unos pocos han divisado al taitaco
teüdído, T han plantado un grito, y lo han
oído los demás, y todos se le Iiati ido enci-
ma como moscas. . -iQué fué aqnelloI.,,ie
10 peleaban.. -uno le metía la lanza, otro
un cuchi lio... En menos de lo que canta un
gallo lo habían hecho tiritas... El que lo-
graba quedarse con una presa del tívítaco-
1 1 cga ba a zapatear de g usto . . . ; Ave María
cou la jente 1 . . .Como quien ensarta un po-
llo para asai'lo e asaltaban loa pedazos del
cuerpo^^en las lanzas. . ,el que le echó mano
al dolman fullereaba levantándolo en un
chuzo...
**A1 cabo de un rato aquellos condena-
dos cortaron para el pueblo dejando esto
solo.
''Yo me quedé en el molle haciéndome-
chiquitito y acordándome de usted, mi te-
niente. ¿Qué habría sido de usted? Sí lo
habrían pillado los indios?
'* Guando ya habían pasado como dos ho-
ras y todo estaba en silencio, me daban
ganas de montar a caballo para irme al
campamento, pero me sujetaba el pensar
que usted podía llegar, podía haberse es-
capado así como yo de ios indios. ¿Qué ha-
cer?
** Yo habia visto que cuando llegaron lo»
indios uno traía en la punta de su lanza
nna cosa como la cabeza de un cristiano,
y después en la pelotera se le caería por-
que no la vi más.
"Me bajé del árbol y me acerqué por
donde habiau andado los indios. Buscando
buscando, logré fiar con esLo, con esta ca-
beza; pero estaba tan llena de sangre y ba-
rro que casi ni se conocía cual era la cara
ni cual era la nuca.
— ''¿Sí será que han pillado a mí tenien-
te y lo han degollado? No seria mucho que
fuera así.. .cuando él no ha llegado hasta
ahora... Por sí o por no voi a reconocer es-
ta cabeza.
L
— 208 —
"Arí pensé, j hi agarré y la traje paiii
:Wd, y en eatC! hilo de a^iia me piiae ti ía^
varia... Pero esta tan hocíia püdazosqiie ni
señales de minees uí ojos le quedan, j al
pelo no sti le ve el color con la sangre y el
Wro,*.
^-Dudando estaba cuando se me ha apa-
recído osted, mi teniente.
— Lo que es de ahora j^ dijo Maitd des-
pués de haber oído la narracioTí qtie a su
manera le habla hecho el caL-abiuuro,— no
le puede caber duda de rjue no es eaa mi
cabeza, sino esta otra que tengo encima
del pescuezo.
— ¿Y cómo es, mi teniente^ tj^ue no han
dado con usted los indios ?
— Ya le contaré lo que me ha pasado;
pero antea díj^amc dónde están los caballos.
— Ahí, a veinte pasos,
— Pues montemos ahora que está todo
en silencio,
— Vüt por los animales.
Un momento después ambos estaban a
caballo y se diri jian al camino.
- — ^¿ Y ese ride qut trae usted, mí teniente?
— Este rifle estaba esta mañana en otras
manos.
^¿ Y quizás su dueño estará a estas ho-
ras dándola cuenta a Dios de sus pecados ?
—Así me parece. Salgamos al camino y
Bobre la marcha le contare todo lo que me
lia pasado,
— ^Ya vamos a salir a él. No tenemos
más t[ue andar con et ojo vivo para que no
nos düu un malón los tai tactos. Ahora me
esUi ardiendo un poco el muslo izqniei-do,
porque el indio me alí^anzó a picar con la
lanza.
— Entonces está usted herido,
—No es nada; un rasgufíito: ío que más
siento es la pérdida de mi dolman, porque
no sé que cuenta voi a dar de él y por su
falta me van a pillar,
—'No será por eso, — contesté Martel sa-
cando de bajo de su poncho un objeto que
tiró sobre el arzón de la silla del carabi-
nero.
— ¡ Es mi dolman I— exclamó el soldado
atónito al reconocer aquella prenda que ya
se adivinará de donde habia traido el te-
niente.
Lili-
Justo enfado del capitán Orrego,
Aquella mañana tan pronto como se to-
có diana en la hacienda de San Martin, el
subteniente a quien ^fartel la noche ante*
rior había f íomunicado la calaverada q ue
iba El hacer, se d/rijíó a la pieza habitadii
por el teniente esperando hallarJo ahí y de-
seoso de saber cómo le habia ido eu sn co-
rrería,
— Se ha demorado por allá,^ — ^pensó el
ofícial habiendo halUdo intticta la cama
del dueño de la pieza.
En seguida fue a verse con un alférez de
Carabineros que era el oficial de caballada
a cuyo cargo estaban la jente y los caba-
líos de su rej i miento que se encontraban
en San Martin.
En el corredor ae topó con el alférez que
parecía muí alarmado.
Este, antes que aquel le dijera nada, le
hablo en estos téiTüinos;
— Puesliombre, ¿sabe lo que me pafla?
me falta un soldado y dos ciballos^-.iqué
diantrcs se habrán hecho!,,, Voi adarle
parte al capitán, a ver sí se manda jente
por todos lados para busc;arlos.
El subteniente vio que era preciso tran-
quilizar al alférez rev^elándole lo que él sa-
bia para evitar que el asunto llegara a co-
nocimiento del capitán Orrego.
— I Grande la colé jí alada de Martel! —
dijo eí alférea cuando estuvo acabo de lo
ocurrido; — pero ya podia haber llegado-
— Puede ser que haya esperado el a)ba
para volverse, por ser tan malos los cami-
nos. Luego ha de estar aquí.
— Es[>eraremos, pues.
Los dos oficiales continuaron conversan-
do un rato sobre el asunto y haciendo con-
jeLuraa y desüando que Martel regresara
ííntefí de que el capitán Orrego se hubiera
levantado y pudiera notar la ausencia del
teniente.
Cuando dieron las ocho de la mañana j
loa dos oñeialcs antes mencionados vieron
que aun no llegaba Martel, comenzaron a
alarmarse,
^Esto se va poniendo sospechoso,
— De veras. Ya es tiempo de que estu-
vieran de vuelta.
— Si les habrán salido los indios al ata-
jo; aunque andan bien montados y con
dar uu galope se pondiianen salvo,..
—A no ser que los hubieran cortado..*
Así discurrieron ambos durante nu m^^*
mentó, y al fin dijo el alférez;
—Puede sei' que estén aftijidos por al
ya es tiempo de ir pausando euir a bu
Carlos*
— 209 —
— Pero la cosa había de ser de modo que ,
aio no lo supiera el capitán.
— Esa es la cuestión.
— El capitán O ruego no entiende dü bu-
fonadas; de seguro pasaba nn parte al eo-
lonel y Mailel ealia embromado-
— -Ya lo creo. Pero ai por librarlo de las
llamas lo cohanioa £nlas brasas; si porque
la cosa quede oculta dejamos al teniente
tal vea en alí^un apuro, eu algnn peligro,
poco saldría ganando.
—Es cierto; pero, ¿cómo mandar jen te
fnera del campamento sin qnc lo ordene el
capitán?
~Alií esta la cosa.
El alférez quedó un rato pensativo, j
al fin dijo:
— Lo primero ca lo primero: ka i {[uc ir
en busca de ellos que qiiizils están por aiií
acormladosporlos indios. Yoi a hacer mon-
tar diez hoinbí^es y yo mismo iré con estos,
— Es poca jente,
— Pero no puedo llevar más, pues Yoi a
ir con el disfraz de salir en bnsca de otroa
potreros porqne ya en estos lados los pastos
se están acabando.
— De veras que está buena la disculpa.
— Y no hai que perder tiempo-
— Cuánto siento estar de semana y no
poder ir yo también.
El alférez fué a dar las órdenes necesa-
riaíi para llevar a cabo su excursión.
El capitán Orrego a quien varias veces
hemos oido llamar ¿/uaiio por sus compa-
ñeros, era mni afecto a las partidas o pa-
seos campestres,
Eecor dando la vida de campo que en
otros tiempos liabia llevado en Chile, aho-
ra que se cticoiiti-aba destacado en uiia lux-
cienda, gustábale montar a cabiillo y dar
nna vuelta por los contornos como un ha-
cendado que visita sus tierras.
Aquella mañana líutes de que se tocara
diana había ordenado a su asistente que
ensillara su caballo, y saltando de ia cama,
apenas se vistió, halló la bestia Hsta y mon-
tó en ella.
Sin alejarse del campamento, anduvo
dando sus paseos, ya cruzando los potreros,
ya subiendo a los collados vecinos.
Más de dos horas llevaba de aquella dis-
Lccion, cuando divisó a poca distancia
i grupo de diez o doce jinetes en quienes
Gilmente recouocíó tropa de caballería.
Picó espuelas y en un instante estuvo
nto a ellos.
Era el alféiez de Cai-abi ñeros quien iba
al mando de aquella jen te, j al ver al ca-
pitán le salió al encuentro diciéndok:
— Creí que todavía estada en cam.a, ca-
pitán ; por eso sin pedirle permiso sali con
esta jeute para ir a buscar por ahí, otros
potreros : los pastos ya van mui a menos
por aquí.
— Está bicn,^ — contestó Orrego porqne
aquello era cosa que se rcpetia cada dos o
tres di as y no tenia novedad.
Luei^o agregó :
— Yoi a ir yo también; a mí me servini
do pasco, me divierte recorrer estos campos.
Con esto no se esperaba el al f ó res, a pe-
sar de íjue era la cosa más nataraU Si el
capitán iba coa él, no podría llevar a caW
su excursión, que no era^ como se sabe^
buscar pastos, sino llegar hii-^ta H nauta.
Para hacer desistir a Orrego de su deseo
solo se le ocurrió decirle:
— Tal vez se nos x^ a hacer tarde, y ya
se acerca la hora del al mué izo.
—No importa; una hora más o menos
no quiba ni pone reí.
El alférez conoció que era imposible ir
eu busca de los ausentes, siendo rjue qui-
zás estos se hallarían eu peligro. Dejarlos
abandonados era una barbaridad y mucho
peor que revelar sencillamente al capitán
lo que sucedía, para que él toman^ las pro-
videncias del caso. Así lo pensó el oficial y
cu consecuencia comunicó a Orrego el ver-
dadero objeto de su expedición.
Grande fué el juramento que echó el ca-
pitán Orrego, y no le faltaba razón, pues al
fin y al cabo cf como jefe del destacameuto
era el responsable de todo lo que ahí a con-
tecicra, tuviera o no la culpa: e.^to era co-
sa lar^a de averiguar.
— ; Usted, alférez, debía haberme dado
antes parte de todo esto!... ¡cómo se en-
tiende que aquí sucedan ccíSas tiin gravea
sin que yo tenga couocimieuto de el las I..,
i es intolerable!. . -
Después de exclamar lo anterior con ira
reconcentrada, el capitán añadió:
— Por de pronto lo primero es que siga
usted hasta lluanta y averigüe lo que pue-
da. . -sí en cnentra al teniente y al soldado
los trae para acá en calidad de presos.-. ¿me
entiende?
— Sí^ capitán,
- — Es poca la jente lleva; voi de nn ga-
lope hasta el campamento para mandarle
quince hombres más... Siga marchando al
paso mientras se le juntan estos.
25
— 210 —
En cinco minutos llegó Orrcs^o al cam-
pamento j a toda prisa hizo salir los quince
nombres de tpe había hablado.
Mientras toda aqnclla tropa andaba en
excursión, el capitán se paseaba por el co-
rredor de la casa de la liacieüda con nn hu-
mor que le tenia la sangre birvieudo.
Lian: ó al subteniente que ya conocemos
j después de echarle un sermón de a folio,
le mandó arrestado por haberse hecho cóm-
plice ocultando la escapada de MarteL
¿ Qnó lial>ri a gu ced í do ? ¿ H a b ri a n salí do
los indios al encuentro del teniente ? ¿ La
fuerza que acababa de mandar tendría que
sostener tiroteos con loe indios? ¿Resulta-
ri a n b aj as ? - . - Y tod o cll o si n n ecesi dad ni
beneficio alguno. Podría haber pérdidas de
jente, de caballos, de municiones, y todo
sin má^ motivo que por habérsele ocurrido
al teniente hacer una calaverada.
Así pensaba Ori^go, y preciso es recono-
cer que le sobraba razón para rabiar.
Poseyéndole por completo bu justo eno-
jo, ni aun tuvo ganas de almorzar. Gritan-
do a unos y sermoneando a otros, tedo lo
encontraba malo, todo le parecía mal he-
cho, en todo % cía motivos de reprensión.
En un cuartel o cualquier recinto ocupa-
do exclusivamente por militares, el hmnor
del jefe principal es ua accidenta de mucha
importancia,
8i el Jefe está enfadado, todas las fiso-
nomías toman un aire seco j cada cual se
apresura a concluir con lo que tiene qíie
hacer y trata sobre todo de no ponerse a la
Tísta de él, escabul leudóse cual si huyei'a de
un tigre de Bengala, pues esta seguro de
que cnando un superior quiere sermonear
a un indivipo de su dependencia, nunca
áeja de encontrar moti\'os, y sean estos
fundados o no, siempre tendrá que escuchar
el sermón sin chistar. - -como si estuviera
en la iglesia.*.
Esto era lo que sucedía aquella mañana
en la hacienda de Han Martin,
— Como un toro está mi capí tan,— de-
cían los soldados en voa baja,
Y trataban de hacer poco ruido y mover-
se poco, y principalmente de huir el bulto,
ü bien se entregaban con mucho tesón y
silencio a algmia tarea propia de m profe-
fiion.
Por lo que el subteniente contara a otros
oficiales y por lo que oyeran los asistentes,
poco a poco se había difundido en el cam-
pamento ia noticia del día, y todos se con-
fesaban {[ue ei"a mu i justo el enfado dei
capitán.
Ortego había hecho poner un «loro*^ na
soldado, en una colina cercana para que mi-
rando el camino pudiera annuciar el re-
greso de ía fuerza de cabal lena.
Era múE de las diez de la mañana cuan-
do el «loro* llegó jadeando y dijoaOrregor
— Ya vienen, mi capitán,
—Vamos a ver el resultado, — murrauró^
éste, cuya ansiedad no mermaba,' — ¿ víenea
mui iéjos?
—Por el otro lado del río*
— ^Hai más de m,edia legua. Monte usted
en mi caballo que está ahí y de un galope
vaya a encontrarlos y pre^runte al alférez
si hai alguna novedad. Tráigame la contes-
tación de carrera.
El soldado partió.
"•**'"""'*"'* í" ■ ■'- . *-*»*, *í-*----
A los pocos minutos recesó diciendo:
— No ha habido novedad, mi capitam
encontraron en el camino a mi teniente y
al carabinero; vienen con ellos,
Orrego respiró.
Su ausíedad^habia concluido; pero no bu
fundado enojo.
Kntró a su pieza y ahí esperó la llegada
de Isi fuerza de caballería.
No tardó en ver que el alférez acompa-
ñado del teniente Martel se apeaban de sus
caballos en el patio.
El alférez se adelantó a dar parte al ca-
pitán del resultado de m corta correría.
Entrando en la pieza le dijo;
— Encontré en la mitad del camino al
teniente y al soldado; se habían demorado-
porque ,
— EstU bien, no quiero saber mas,— re-
plicó Orrego pensando que el oficial enhc*
braba una disculpa j—fj se ha perdido alga
del armamento o de las monturas?
^Nada,
— Estií bien; tenga la bondad de llamar- -
me al teniente MarteL
El alférez salió.
Un instante después entró Martel,
Aparentando una calma que estaba mni
distante de sentir, Orrego lo interrogó de
esta manera;
— ¿ Con qné objeto, teniente, salió usted,
anoche del campamento?
— Fué por andar un rato por los alrede-
dores, contestó el teniente con poca se^
ridad,
— ¿Y por qué no me advirtió antes
hacerlo?
— 211 —
— Creí volver müi pronto: pero...
— ¿Pero no sabe usted í^ue nadie se delic
Toovcr del cíimpamento sia mi permiso r—
replicó Orrego inUjrmmpiendo y dando po-
co a poco rienda suelta a au mal contenido
enfado. ^ — ¿QtiG sígfnifica esto! ¿soi yo aquí
acaso un cero a ía i;!qnierda para que se
hagan tales cosas sin mí conocimiento? Se
va usted llevándose a escondidas uu solda-
^do que ni si t quiera es do su compañía y se
aparece al día aiguient*, y mientras tanto
estáuiio aqui síq saber que pensíir, expues-
to a cargar con graves responsabilidacles por
faltas ajenas.,, Si por allá le hubieran sali-
do enemigos, si lo hubieran muerto a usted
o al soldado, yo habría tenido que respon-
der aunque no tuviera culpa en el 1 o. -.ust^^d
sabe como se entienden las cosas militar-
jaén te, Vistea snbc lo estricto que es el coro-
nel jefe de la división; a mí me habría ta-
chado de descuido, quizás me habría hecho
sumariar . * - y esto no es nada, dejo aun
lado lo mi o.., ¿Qué derecho tiene usted, na-
da más que por dai^e el gusto de hacer una
calaverada 1 para arriesgar la sida de un
soldado, cuando ni aun tíeue dereclio para
amesgíir la eiiya propia miénti^as sea mili-
tar, y mucho méiios en campaña, pues per-
tenece por complcttya la nación a cuyo ser-
T icio se encuentra?*..
Orrego continuó su arenga en estos tér-
minoa eucolerizándose progresivamente, y
por fin concluyó exclamando:
—Esto no puede quedar así; yo no pue-
do convertirme en disimulador de las fal-
tas de ios qne están bajo mis órdenes... Re-
tírese usted a su pieza y prinanezca alií
arrestado hasta segunda orden.
Maitel viendo el grado de exaltación en
que estaba el capitán conoció que lo mitó
prudente era callar.
AfiL lo hizo y salió.
Ün momento d^pues Martel estaba en
su pieza rodeado de los oficíales del campa-
mento a quienes había contado su aventu-
ra con todos los detalles de que yVk hemos
hablado.
^;Qué hnda aventura! — exclamaba un
subteniente, y agregaha con envidia: — no
haber sido a mí a quien le ocurriera.
Entre aquellos oyentes más impetuosos
e cantos, menos difícil era encontrar
.lansoa que vituperio para el lance en
^tion.
—Todo habría salido a pedir de boca si
la cosa no hubiera llegado a oidos del capi-
tán, — 4eeia MarteL
— Así no más es*
— W capitán está furioso como un qui-
que y de seguro va a pasar parte al coronel;
ahí voi a salir embromado.*.
—De veras; el coronel es más de temer
qne todos los iudios juntos.
— Recibiendo ú parte me va a tener en
el rhioir/w quién sabe hasta cuando; oso ea
si no pide mi separación.*.
— De temerlo es; la tolejmlada ha sido
tan grande... la cosa era ver modo de que
el capitán no pase parte.
— ¿X cómo impedirlo?
— El capitán Orrego no es reucorc^o:
quitándosele la rabia se olvida de todo,
— Pero es que ya está escribiendo el
parte,
— Así debe ser, --dijo otro oficial; — aca-
bo de pasar por frente de su pieza y lo he
visto .stjntado a la mesa con la pluma en la
mano. Voí a ir a hublarlo con cualquier
pretexto y ^'eré si es el parte lo í[ue liace.
El oficial que esto habla dicho salió y
ItiDgo regresó dicíeudo:
— Es el parte; me ha pedido que le envíe
na soldado para mandarlo a Ayacucho.
— i Diantres í
^Si pudiéramos demorar el envío del
parte por algunashoras, quizás todo podría
arreglarse, pues ya se le habría pasado el
mal humor.
Había en la habitación además de los ofi-
ciales nn soldado a quien ya conocemos;
era el Peralta. Como anteriormente io he*
mos dicho. Peralta era un factótum, uno
de esos soldados de inapreciable valor en lü
vida de campaña, que entienden de todo un
poco; él tenia algo de cocinero, sus puntas
de sastre, su barniK de mecánico,Ínn recor-
te de cigíirrcro, un poquillode talabartero >
en. fin, de todo oficio entendía algOj o según
la expresión de éí mismo: ítatf>flo le metía.*
Aqnel día había sido llamado por Martel
para que le liieiera algunos cigarnllos, y
con ese motivo estaba en la habitación de
este sentado en un banco y teniendo en sus
faldas nna caja con tabaco y papel. Ahí es-
cuchaba la conversación deba oficiales.
Cuando oyó de bocii del último oficial
que había hablado que sí se lograba re-
tardar el envío del parte Martel podría es-
capar, dejó a un lado la caja del tabaco y
acercándose a aquél, le dijo:
— Mi subteniente, si ha de mandarlo na
saldado a mi capitau, mándeme a nal*
— 312 —
— ¿Para qué íiiiíere ir usted?
— Eb que llevando jo el parte puede ser
que no llegue a las man oe de mi coronel.
Martel interviú o diciendo cou seriíjdad:
—Si el capitán lo manda a usted espre-
ciso que obedezca; lo primero es la obe-
diencia,
— Por cierto* mí teniente í pero ya Babe
que a Fe ral ti nunca le faltan industi-ias
para dejarlos a todoa conten tos.
TjOs oficiales sabian uiui bien que Peral-
ta era hombre de mnclioa recm-sos y mu-
chas tretas que Re le oonrríau a bu despier-
ta imajinacion. Se miraron unos con otros^
y despuca de sonrei rse, el snbttnicnte que
ya babia hablado, dijo al soldado ;
— Está bien; venga contnií!;o*
Un cuarto de hom después. Peralta, ar-
mado con su rifle, montaba a caballo y sa-
lía de las casas de la bacicuda llevando el
parte que babia cserito Orrego,
Como a dos cuadras de distancia tenia
que pasar \m rio; era éste el mismo que
habia atra^H^sado M artel la noche anterior.
Desde las ca^as se divisaba perfecta-
mente el rio.
Cuando Orrego vio partir al soldado sin-
tió esa especie de calma que sobreviene a un
individuo cuando ba terminado la obra que
hacia de mal humor. Ya no le quedaba sino
esperar el resaltado^ es decir, esperar la re-
solución que tomaría el jefe de la expedi-
ción.
El sTibLciiieiite que ¡e había llevado a
Peralta, se quedó disimuladamente cerca
del capitán cuando partió el soldado.
Con la calma le vinieron a O r regó deseos
de comentar con alguien el Buoeso deí dia
después de haber rabiado a solas- Aprove-
chó la presencia del subteniente para d<í-
cir;
— Los oficiales me hacen rabiar mu-
chas veces miis que toda la tropa de la com*
pañia.
— Cierto, capitán, que alioi^ ha tenido
nsted mucha rajion para d i sgurtarse,— con-
testó el oficial con diplomacia.
— t-;Le parece que teugopoco motivo?
—Por eso no le digo lo contrario; aunque
86 trate do im compañero, no puedo negar
que ba sido mui grande la loema de
Martel ; exponerse él y esponer a un soldado
inútilmente a tantos peligros de los que ha
escapado en una tabla, porque contra esa
caterva de indios que le salió qué podían
hacer dos hombrea solos.
— ¿Acaso vienen contando que ka han-
salido los indica?
— Si, pues; les salieron,
— 8erán bromaSj— replico Orrego, que,
aunrjne más tranquilo, uo eistaba repuesto-
det todo*
— Xo, capitanía? la verdad; traen prue-
bas de ello í Martel quitó un rifle, y ya
sabe usted que lo indios no dejan sus rifles
donde s^ los puedau quitar sin pelear áutes
con ellos,
— ¿Conque trae un rifle? — dijo el capi-
tán prestando ínteres a este hecho.
— ^Sí, y con muchas cápsulas.
— ¿Y cómo j dónde se hizo de el?
El subteniente se paso a referirle lo (¡ae
un moment^j antes habia oído a Martel, laa
diversas peripecias que le habían ocurrida
en línanta.
Orrego le escuchaba con atención cre-
ciente. Encontrándose en campaña, siendo
él mismo militar y tratándose de Tin oficial
de su comida nía, aquella aventura le inte-
resaba vivamente.
Cou SíUisíaccion notaba el oficial qtic el
semblante del caí>itan perdia i>oco a poco
su aire colérico. Parecía indudable que a
juicio de Orrego los peligros corridos por
Martel eran cansa .atenuante para su falta.
Aquellos lances apurados, aquel riesgo gra-
vísimo» eran bocados exquisitos para sa
paladar; escuchando la relación de ellos
puede decirse que bs saboréala, y es de
asegurar tjue Martel le paieeia mucho me-
nos culpable habiéndose visto en trances
angustiosos que sí hubiera llevado a ei*bo
su calaverada sin inconveniente alguno.
Deseosísimo estaba de oír la narración
de boca de! mismo teniente; pero des[>ues
del disgusto qne había tenido coa el no
quería hablarle, al menos tan pronto-
El subteniente adivinaba lo que sucedía
en la mente de Orrego, y se deciai
--TjO malo es que ya el parte va cu ca-
mino y no hai remedio; ahora quizás el ca-
pitán estaría dispuesto a no mandarlo;
pero hacerlo regresar es otra cosa mui dis-
tinta.
íío le faltaba razón al oficial para pensar
pe este modo. Es una cesa mui conocida
entre mí Atares que un superior puede
vacilar entre hacer o no hacer algo; pei'o
una vez que ha dado el primer paso» no
vuelve atrás, seria ''sentar un mal p:
ceden te." Era un disparate pensar q
Orrego mandara alcanzar a Peralta y a }
cerlo volver con el p^rte; solamente alg
213 —
caio inesperado píxlííi iinpedir que éste lle-
gara a su destino,
Xü pudo resistir Orrego a 8U3 deseos de
tener luús detalles de lo ocurrido aquella
mañana, y f>ara oirlo;^ de la voz de uno de
Jos mismos actores, mandó llamar al cara-
binero.
El di;tlotro anterior había tenido lugar
en !a piiei tíi de la pieza de Orrego, o sea en
el corredor de lii casa, que era donde se en-
contraban el espitan y el subteniente.
Esperando ef^t^ban la llegada del carabi-
nero cuando se notó un movimiento en el
patio que tenían al fi'íinte. Yarios soldados
acudínn a cierta } arte de ese patio desde
donde se divisaba ú rio y mirando hacia
hIU decian;
— ^El fjae iba para Ayacucho se ha caído
al agua.
— El caballo lia de haber tropezado.
—El rio es mui pedregoso.
— Siempre tropiezan las bestias.
Ánnque el rio no era mui c audaloso, bien
podia haijei" peligro para un soldado que
cayera en él llevando a la cintura el peso
de la canana UcTia de cápsulas. Orrego se
apre^iró a mandar unos cuatro hombres
que corL'iendo íueran a ver si era preciso
prestar algnn auxilio.
Mientras corrían estos, desde el corre-
dor se rió íjue algunos carabineros que al
cuidado de loa caballos estaban en un po-
trero próximo íil rio, se acercaban de ca-
rrera y ayudaban a salir del agua al sol-
dado, el euül como se supondrá, era Pe-
ralta.
Pocos minutos raiis tarde Peralta se en-
cotitmba frente al capitán. De pies a ca-
beza CBtJiba completamente calado de agua.
— ¡Cómo di a n tres fué usted a caerse al
rio! — le preguntó Orrego.
— 'Haí tantaa piedras, mi capitán, el ca-
ballo resbaló y se fné de punta: ahí caí
yo... Así mojado y todo iba a seguir para
Ajaciieho, pero nomo llevaba el parte que
usted me dio en la canana...
— Se lo llevó el lio.
—No, mi capitán; lo tenia bien seguro
*.* pero estií erajiapado y me dio no se qué
lleva rseío así a mí coronel... podía pare-
cerle mal... Aquí está.
Y diciendo esto Peralta sacó de su ca-
nana cí i>aite hecho una sopa y con la tinta
reveuida.
~j Dübia usted haberlo llevado así como
3»tál — exclamó Orrego.
— Como estaba yo aquí tan cerca, me
pareció que debía venir a tomar su parecer
antes de llevárselo en ese estado a mi coro-
nel... pero ya que así la dispone usted, mi
capitán, monto otra vez a caballo y sobre
la marcha voi con el parte.
Si Peralta saliendo del agua hubiera con
tinuado su camino hasfc a entregar el oficio
mojado y borrado como estaba, nada podia
decir el jefe contra Orrego que ignoraba
aquel caso fortuito; pero ya que el capitán
tenia conocimiento del hecho, cometía una
grave falta de respeto enviando a un su-
perior un parte ajado y lleno de borrones.
Es de advertir que militarmente tal falta
es considerada como punible.
Tuvo Orrego ganas de echar un buen
sermón a Peralta; pero al verlo ahí empa-
pado y considerando que la caída enel río-
era una cosa mui natural y hasta un caso
que frecuentemente sucedía, se contentó
con decirle:
— Usted debía haber continuado su ca-
mino sin venir a consultarme nada... Va-
yase a su cudara a secarse la ropa.
Y volviendo las espaldas se entró a su
pieza.
Tiró el malogrado parte sobre la mesa y
haciaando entrar al carabinero que ya ha-
bía acudido al llamado, le pidió hacer una
relación de lo que le había ocurrido.
Entre tanto en la habitación del te-
niente Martel los oficiales reían comentan-
do la travesura de Peralta, o la «industrial),
como él decía.
Luego apareció el subteniente de quien,
hemos estado hablando.
— Al capí tan, -di jo, — ^se le ha compuesto
el humor; está oyéndole contarla historia
al carabinero, y cuando no se ha puesto a
escribir otro parte sobre la marcha, es seña
de que ya se le ha pasado la idea.
En efecto el enfado de Orrego se había
calmado, y después de oír al carabinero
pensaba que bastante castigada estaría
quizás la calaverada del teniente con los
apuros porque había tenido que pasar.
Un par de horas después del mediodía
hizo llamar a Martel, y cuando le hubo he-
cho referir en detalle sus aventuras, cuya
relación le encantaba porque los lances lle-
nos de riesgos y peligros tenían gran he-
chizo para Orrego, concluyó por decirle
con severidad, pero sin enojo :
— Ya ve usted, teniente, a todo lo que
se ha expuesto con su locura; ha escapado-
— 2U -
por 13 na ptiripa; y por otra chiripa ee ha
Jibrado de quu el hecho estuviera ya en co-
nocimieuto de! coronel; íjuíeii si no pedía
su separación le pasíiba raspando,.. Vayase
a su pie?.a y ahí permanecerá arrcBtadíj
hasta que vuelva la corapafíia a Ayacncho
para que no le vendan nuevas tentaciones
de ir otra vez a Huanta,
Mas tarde sus coo pane roa dccian a Mar-
tel:
— Te Ims librado de buena, gracias a la
industria de Peraltjt,
LIV.
Salida de Ayacucho<
El grueso de la diviíiion expedicionaria
continuaba en Ayacncho sin que le hubiera
ocurrido nada de interesante para la narra-
ción qne estamos haciendo.
Poco a poco la permanencia en la ciudad
se iba haciendo difícil a causa, principal-
mente, de que el pasto para los anímales
iba mermando en las cercanías y ya, corno
hemos visto^ era preciso tener las caballa-
das a cuatro o cinco leguas de la división.
Tampoco el estado simitario de la tropa
era mui halagüeño : las ambulancias esta-
ban llenas de enfermos.
Cual lo dejamos dicho en otro capítidOj
no se tenían comunicaciones con la costa,
pues los indios y Itjs montoneros las inter-
rumpian. Sin embargo, por algunos paisa-
nos so habia sabido la capitulación de Are-
quipa, y por consiguiente con esta circuns-
tancia la permanencia de la división en
Ayacucho no era ya tan necesaria.
Muí a tiempo se tuvo aquella noticia,
pues ya se estaba haciendo mui trabajoso
conseguir los víveres necesarios para el
mantenimiento de la jente. Siendo hostiles
a los chilenos todos los indios de los alre-
dedores, arreaban sns ganados para escon-
derlos por las montañas a ¡Tesar de que la
división los pagaba a buen precio j era pre-
ciso estar haciendo continuas excursiones
para obtener algunas reses, lo cual no siem-
pre se lograba, llegando a veces a escasear
la carne hasta para la dieta de los soldados
enfermos y heridos.
Por estos y otros motivos que no es del
4^so entrar a detallar en esta narración, so
resolvió el regreso de la dívisio-n*
^ *»*,,«,-*,**,,*É,»É», *,,,,■♦»•*• ******
lío entraremos en pormenores sobre los
preparativos para la marcha, pues seria hñ-
oer una repetición de lo que en otros pni-
rrafoB anteriores hemos referido.
Ei 1 2 de novlemtíre al amanecer estaba
formada la división en la plaza de Ayacn-
cho j esperando loi toques de las cometas
para emprender la marcha.
Iba a comenzar nuevamente la lucha con-
tra los malos caminos, los desfiladeros, el
cansancio, las fatigas, ei soroche, las pri-
vaciones; contra los ríos, la lluvia, la nieve,
el hielo, y en fin, contra las mil penurias
qne ya hemos enumerado y contra otras
nuevas que no dejarían de presentarle,
A las seis de la mañana salió la división
de la "piadosa ciudad ayacuchana,"' como
con iL'tras de resalte estií escrito en el fron-
tispicio de una de las principales iglesias
de Ayacucho; salió ]k^v el íuismo camino
que le sirviera para hacer su entrada seis
semanas antes.
La jornada fue hasta Pacaicasa, aquel
pucblccito de que ya heme a hablado*
Ahí alojó la expedición.
En la hacienda de Llamojtauhi se halla-
ban dos compañías de infantería cuidando
las caballadas. Aunque los caballos fueron
remitidos a Ayacucho para que partieran
con la división, las dos compañías se que-
daron CTL k hacienda^ pues desde ahi sólo
tenían tina corta jornada que hacer para
llegar a Huanta, donde so resolvió qne se
juntara con el grueso de la expedicíoiu
El camino que tenían que seguir aque-
llas coniijañías era ni mismo qne habia to-
mado el teniente Martel cierta noche; en
nnas pocas horas podian llegar a Huautn.
Desde el instante en que la división salió
de Ayacucho, los indios vecinos se alboro-
taron como los niños de una escuela cuan-
se ausenta el maestro. Sin emlmrga, el pri-
mer di a uo molestaron a la división y se
contentaron muchos de ellos con atacar a
dos oñciales y dos soldados a quienes ha-
llaron aislados.
Al dia sig^nientc i>or la mañana se levan-
tó el campamento de Llamo] tachi ; poco
después de las ocho ya iban en marcha laa
dos compañías,
A poco andar se ofreció el caso de vadear
el rio de que ya hemos hablado. Esto para
la tropa no presentaba más dificulta/l<^B
que el fastidio de tener que descalzan
sacárselos pantalones.
Así lo hicieron los soldados^ y comí
cede naturalmente en tales circinstar^
— 215 —
tan pronto como se hallaban en la vil" era
opuesta, se sentalian en el suelo pam cal-
zarse nncvamente y vestirse. En aquella
tarea estaban, y formaban un grneso gru-
po, cuando por encinaa de sus cabezas oye-
ron los agudos silbidos de algunas balas.
Proato se pudo conocer que los proyec-
tiles veiiian de retaguardia y disparados
desdes unos eerros.
Esto no extrañó a ninguno de loa chile-
nos, pues ya snponian fjue ios enemigos no
los dejariau pasaj' sin molestarlos.
FA fuego de inontonenis recibido por re-
taguardia es mui fastidioso. Desandar ca-
mino para ir a sofocarlo es triplicar inútil-
mente la fati^^i de la marcha : regresando
la tropa 1 retroceden los montoneros í vuel-
ve aquella a caminar a vniiguardía, y tor-
nan los montoneros a repetir la fiesta : aqne-
11o seria uu cuento sin hn.
Lo mas cuerdo era seguir camino ade-
lante tomando a la vez ciertas precauciones.
Asi se hizo.
Las compañias continuaron avanzando a
la deshilada evitando formar grupos pai'a
no presentar un blanco seguro al enemigo.
Algunos paisanos venían con la tropa;
eran habitantes pacíficos que huían de la
ciudad por temor a ataques de las indiadas.
Entre ellos andaba un comerciante extran-
jero quien al oir el silbido délas balas pre-
guntó tranquilamente:
— ¿Y esto?
— Son balas,— contestó uno de sus com-
pañeros.
No debió ser mui graudc el gusto que le
causó la respuesta, a juzgar por el aspecto
que tomó sii semblante.
Prontamente se apercibieron de todo esto
algunos soldados que iban cerca de él, y les
pareció uua excelente coyuntura para reírse
de nn prójimo acongojado,
— Ko tenga cnidado; agáchese no mÚÁ
cuando sienta venir uua. — No mire para
atrás, — Póngase las alforjas cu la espalda*
Todo esto le decian los soldados, y el po-
bre comerciante, que iba a caballo, ejecu-
taba lo indicado: se doblaba, se encorvaba,
sacaba las alforjas de la silla y se las ponía
a la espalda bhndándose con ellas^ en fin,
hacia cuanto le recomendaban sin tomarse
el tra]>ftjo de calcular que era burla y preo-
""'^ado solamente de cuidar que su pellejo
'ñera agujereado por alguno de aLiUellos
idores proyectiles,
uanto más ang-nstiado lo veían mayo-
üromas le hacian los soldados, y hasta
había algunos que deti'as de él ímitabanp
con la boca el silbido de lasbal;is; tan bue-
nas enin las imitaciones que el infeliz co-
merciante temblaba al oirías. Uno más tra-
vieso que sus compañeros llegó al extremo
de lanzar un si Ibo i mi tatí vo y al mismo tiem-
po punzó con un palo la espalda del pai-
sano,
—[Ai! me han muerto I ^^gritó éste atíí-
rror izado.
— Póngase la mano en la herida, —
Apriétese para que no se vaya de sangie,
— No se suelte hasta que lleguemos a un
descanso para vendarlo.
El desgraciado obedecía y con la mejor'
fe del mundo creía que sí se quitaba la
maíio de donde se la había puesto, por la
presunta herida se le saldría no solamente
la sangre» síuo hasta los huesos,*.
Las compañías con ti uñando su marcha-
se habían puesto fuera del alcance de lo^
disparos que Íes hacian por retaguardia
desde un cerro.
Pero DuevoB enemigos habían aparecido
por el costado derecho y también píjr van-
guardia en algunas eminencias.
Al llegar a cierta ensenada donde podía
descansar quedando resguardada, la tropa
hizo alto por orden del que la mandaba^
quien envió un piquete para que fuera
mientras tanto por las alturas limpiándolas-
de individuos bostiles.
El comerciante extranjero aprovectió
aquel descanso para aproximarse a un ca-
pitán, y con la cara compunjida y tapán-
dose siempre con la mano la boca de la su-
puesta herida, le pidió jimiendo que le
hiciera vendar.
Ya se comprenderá cuanta no sería lar
risa de los soldados a quienes el capitán,
que no sospechaba la verdad, ordenó pres-
tar algún auxilio al comerciante. Por úl-
timo, éste no quería creer que su cuero se
encontraba intacto.
Al cabo de unos quince minutos, cuando*
el piquete hubo tomado la altura latei-al^
prosiguió su marcha la tropa,
A medida qne ésta avaumba, los monto-
neros de vanguardia se iban retirando, pero
sin cesar de hacer fuego, fuego que los ^sol-
dados contestaban con parsimonia por no
desperdiciar sus escasas cápsulas.
Varios de los enemigos perdieron la vida
en ei tiroteo por haber osado descender de-
masiado sin tomar en cuenta o ignorando
_ 216 —
que un piquete iba ¡xu' las alta ras, con lo
caal f^uedarou el loa encerrados.
El capitán que mandaba las dos oompa-
fdas teuui orden de hallarse a las tres j me-
dia a la eii tralla de H na tita por d puniente
y esperar allí que el groeso de la división
eatrara en la ■:;iudad por el camino de Pa-
cüicasa o sea por el sur.
Cuado llegó con su tropa al bosque los
indios y moiitoueros habían cesado de mo-
lestarlos.
Desde ahí se oia un estruendo de deto-
DacioneSj j aun sedivisal>au nubéculas de
humo por e! lado del sur. No podía caber
duda de qne la división era atacada j qae
los enemii^os debían ser na me rosos puesto
que les había sobrado jen te para ataear la
tropa que venia de Llamojtaclií.
LV.
Sangrientas escenas en el bosque.
liemos diího en el capítulo anterior que
el grueso de la división pemoeto ea Paca i -
casa.
A las eíneo de la madrugada emprendió
la marcha para lluanta.
Se sabia que los indios estaban mni en-
tusiasmados para estorbar la pasada a los
chilenos^ dísti aguí endose entre ello^ los
"hbres iaquichanos'' o sea los ciudadanos
de la repiiblica de iKquicha, una tribu que
se da los aires de nación independiente j
que ha conquistado fama de bravura.
En las prirnems horas no se tropezó con
inconvenientes extraordinarios; pero como
al mediodía se notó que la descubierta j la
oompañía de vani^uardía se detenían.
Pronto se averiguó la causa de au pa-
rada.
El camino iba por una ladera y estaba
recientemente cortado por los enemigos,
quienes como era nata ral liabian escojido
para cortarlo un lugar donde el i-epara-
miento fuera trabajoso,
Sin perder un momento el jefe de la ex-
pedición ordenó componer la senda valién-
dose de los pocos recursos de que ahí po-
día disponerse. Teniendo por herramientas
los yataganes y por material ramas de ár-
boles y cascajo, dos compañi as se dedica-
ron con asombrosa actividad a ejecatar
aquella obra.
Entre tanto otras dos compañías toma-
ron nna colocación conveniente para evífcar
que los eneraijofos molt^taran cojí ans foe-
gos a loa que trabajaban.
Al cabo de dos horas quedó repuesto el
camino j se pudo proseguir la marcha-
FA capitán Soler iba a la cabeza de su
compañía, pero no a caballo en la yegua
Cenicienta. La infeliz bestia era ahora in»
capaz de llevar encima el peso de su amo-
De i a herida que recibiera mes y medio
tintes de atjuel dia habia sanado merced a
los solícitos cuidados de su dueño, pero
qjuedando en tal estado de debilidad y fla*
cura que apenas podía condaci r un costal
con la batería de cocina del capitán, lo qae
no era mucba c^rí^a, pues aq tí el la batería
salo tenia dos..- cañones: una olla y nna
sartén..-
Soler montaba el caballo colorado f[iie ja
le conocíamos, y al paso de él seguía la
marcha, cuando se comenzaron a oír por
adelante muchos tiros disparados sin dada
sobre la compañía de vanguardia.
Luego se divisaron por diversos lados
numerosos grupos de iudios armados y coa
banderas, quienes se movían en son de g\i^
rra atronando los ámbitos de lae qaebradas
con sus bombas y pitos alternados j con-
fundidos con la irriteria bélica que les es
peculiar.
demando avanzar otra coaipañíaj para
que se inclinase a la ízqnierda mientras la
de vaní^nardia se carga ki a ]a derecha.
El grueso de la división continuó mar-
chando,
Oada vez iba arreciando más el fuego,
principal mente por la derecha. Se hacia
conveniente reforzar ese costado, y hacia
allá fuó enviada la compañía de Soler,
Doblando el paso avanzó éste.
La compañía de vaugaardía mandada
por Orrego sostenía un vivo f aego con los
índica y estaba desplegada cu gucrrilla-
Los enemigos eran muchos, y envalentona-
dos por su superioridad numérica dejaban
acercarse bastante a la tropa» Siendo el te-
rreno muí accidentado y habiendo tapias y
árboles que impedían a los soldados obser-
varse unos con o tros ^ había el peligro de
que alguno cayera en manos de un grupo
de indios y aislado tuviera que sucumbir
peleando eíi combate desiy^uah Esto tenia
que s acede t*j y con efecto se vieron aquc
dia varios casos de soldados que corrieron
tal suerte por su noble afán de cargar so-
bre el enemigo sin contar su número, y
después de muertos fueron bárbaramente
I
— 217 —
:mutilados por \m salvajes; pero no se crea i
que sG dejaron degolinr con la mansedum-
bre dt un cordero, pnea más tarde pudimos
obHervar que al lado dü cada cadáver des*
-cuar tizado habia uno o do6 indios muertos
a bala o yatagán, lo cual era una prueba
de qne la victimase habia kecho pagar an-
ticipadamente el precio de su vida.
La coínpañía de Soler prestó una eficaz
ayuda a la de vanguardia*
Al verla aproximarse los enemigos dobla-
ron sus fuegos; pero Inego se declararon eu
'derrota huyendo por el bosque hiíycia la
montaña.
Soler sin detenerse emprendió la pci-se-
cucion de elloíí atendiendo a que su trnpa
no se dispersara mucho,
Sin apearse de su caballo el capitán ^e
interné en el bosque tomando por un an-
gosto sendero.
Los derrotados en su retirada hacían bas-
tantes disparos prevaliéndose de las venta-
jas que con sus árboles les presentaba la
selva.
A su paso liabia ^isto Soler el cadáver
destnmcado de un soldado; ese acto de
barbarie encendió sn indignaron y con f a-
ror se entregó a la persecución de los sal*
vajea para que el mayor numero posible de
de éstos recibiera su merecido castigo.
A pesar del cansancio i^ue les cxírtaba el
aliento, los chilenos corrían en pos de los
fujitivos haciéndoles tremendas bajas.
De pronto oyó el capitán que \m soldado
con la voz entrecortada por los jadeos le
gritaba^
— jPor ahí va... el del anillo... el del
retrato!.-.
Volvió la cara y vio a Peralta qne corria
por entre los árboles-
—Correr a ver si se los quitamos,— con-
testó Soíer apurando a su caballo.
El sendero lleno de recodos impedía apre-
Burarsc mucho, j también eran un gran es-
torbo las ramas que azotaban la cara del
' capitán.
lío obstante, avanzaban-
Al cabo de recon-er como una cuadra,
llegaron a nn sitio en qne la senda se en-
sanchaba y era recta por algún trecho,
A unos cuarenta pasos dekntc de ellos
dÍTisaron un jinete y unos cuatro indios a
'^ié huyendo velozmente.
— ¡Ése es!— e^Eckmó Peralta,
Al mismo tiempo %\ jinete tornó la ca-
\2Á y Soler pudo reconocer en él al que
abia herido a ¡a Cenicienta.
Desenvainó el capitán su sable j danda
un fuerte cintarazo a su caballo en las au-
cas para apurarlo, ^ritó:
— No te escapareis ahora.
El jinete o montonero echó atrás la ma-
no izüuierda en la cual tenia un revólver y
soltó dos tiros sin cesar do correr y gritan-
do en quechua algunas palalífas a los in-
dios cual si los exhortara a detenci'Se.
A su ve7> Peralta descargó su rifle logran-
do derribar a uno de los salvajes.
Todo esto pasó en nu breve instante*
Los fujitivóa volvieron a perderse de vista
cubiertos por los árboles.
No amainaron sin embargo los persegui-
dores ; continuaron con mayor afán su tarea.
— I Que se nos pierden! — ilamó el solda-
do saltando por encima del ludio derribado.
—Van mm cerca,., loa alcanzaremos,,-
— replicó Soler*
Un momento después volvieron a encon-
tráis ensanchado y recto el sendero.
En medio de ¿ste estalmn los persegui-
dos: ya no corrían: dos de los indios apun-
taban cou sus ritles y el jinete con su re-
vólver*
Al aparecer el cíipitau y el soldado, aque-
llos tres a la vez hicieron f uego>
Peralta avanzó aún unos seis pasos y ca-
yó de bruces lanzando cou su arma un ba-
lazo que uno de los indica recibió en el
pecho,
Roler, sin ver nada de esto, clavó su ca-
ballo a toda fuerza con las espuelas, y como
un rayo cayó sobre el jinete enarbolando el
sable*
Tenia éste su revólver en la mano iz-
rjuierda y un espada en la derecha. Dispa-
ró cou la primer arma y quiso defenderse
con la segunda.
Pero ni su bala consiguió herir a Soler,
ni su espada logró quitar un terrible sablazo
que ül capitán le asestó en el hombro iz-
(juierdo haciéndole soltar el revólver qu&
cayó a algunos pasos de distancia.
El montonero con tenacidad se defendía
un instante, y aun de una estocada i'asgu-
ñó hi piel de su adversario; pero éste de un
imevo sablazo le hendió la cabeza j lo hizo
desplomarse resbalando por las ancas de su
caballo hasta caer al suelo.
Los dos indios que quedaban en pié ha-
blan retrocedido kasta ponerse entr^
nnos troncos de árboles y ^cargaban sus
awnas-
Dando una rápida mirada vio el capitán.
— 218 —
a Pemlta tendido eu tierra y a loa dos sal-
vajes en su actitud hostil-
Hasta estos no podia llegar a caballo.
Dü un salto ati apeó j se abalanzó sobre
ellos.
Uno tenia ja preparado sn riñe y guare*
cido tras de un tronco le apuntó. Soler al-
canzó con su mano izquierda adesriar la
punta del cañen a tiempo que pailia la ba-
la, y ésta fué a traspasar el cuerix) del jine-
te herido o muerto ya.
El otro indio teniendo ya liiita bu arma
se alejaba pausadamente a reculones diri-
jiendo sn puntería al capitán, quien sin sol-
tar el cañón del rifle que tenia cojído j que
8ü dueño habia abandonado por temor al
sal)Ie, se escudaba con el tronco mencio-
nado.
Esto duraba un instante, cuando el in*
dio desarmado empuñó una lanza de su
compañero muerto que tenia a la mano y
diciendo una palabra en quichua a su pai-
sano, ambos se echaron sobre el capitán.
AI verlos venir, Soler abandonó resuel-
tamente d sitio guarecido en tjue estaba,
pava sal irles al encuentro esgrimiendo su
sable.
La lucha iba a ser desi^al; para el ca-
pitán solamente habia la esperanza de que
el indio del rifle errara su tíro; cosa difícil
por ser tan reducida la distancia que los se-
párala.
-Tugando el todo por el todo se abalanzó
sobre éL ICI indio apuntó, mientras sn pai-
sano bajando la lanza se echaba sobre el
el costado izquierdo del capitán.
El instante era decisivo, de vida o muer-
te para los contendores. Si el del rifle erra-
ba, caería fnlminante sobre su cabeza el
Bable del oficial; pero el indio dejaba acer-
carse a su adversario para no luarvar.
Ya iba a disparar casi a quema ropa,
cuando un ruido violento, una detonad on
inesperada y un golpe recibido en nn bra-
zo le hizo temblar el pulso y variar la pun-
tena a tiempo que partía el tiror el fogo-
nazo alcanzó a sollamar la cara de iSoíer,
pero la bala no lo tocó.
El sable hendiendo el aire cayó como una
centella sobre el cráneo del salvaje.
Tornóse Soler rápidamente para defen-
derse del indio de la lanza, y vio que éste
tirando al suelo su arma huía despavorido.
— j Que a tiempo! — gritó una voz.
Era la de Peralta, quien herido de una
pierna, sin poder levantai'se, se Imbia arras-
irado hasta alcanzar el revólver que botara
el derribado Jinete, y asestando un balazo
al indio que sin duda iba a ultimar a Soler,
le hizo perder la pnntería.
De una mirada el capitán lo adivinó to-
do: Peralta en tierra, tenía extendida una
mano y en ella el revólver todavía hume-
ante-
Viéndose ya libre de enemigos, se acercó^
al soldado pí-egnn tan dolé:
— ^Estu herido usted?
^Si, mi capitán... pero no í^ cosa.-, ea-
en una pierna.
— ; Podrá sostenerse a cabaUo?
— -Tal vez*
— Ojalá, porque no conviene que esté en
el suelo*.* no sea que vengan nuevos eae-
miiJ^os,,.
Y diciendo esto Soler levantaba suave-
mente en peso al soldado herido. MíéntraSr-
lo conducía hacía su caballo, añadía:
— De buena me ha salvado usted.
—También sin usted, mi capitán, loa in-
dios me pillan aquí tendido j me hacen
charquican.**
En ese momento se oyó un estrépito de
gritos y bulla de jente que se acercaba.
-^¿Qué es eso?— murmuró el ofieíaL
—Jente que viene corriendo..- son mu-
chos. . . — respondió Peralta j— antes que lie*
guennovaa alcanzar a ponerme encima
del caballo... mejor es que me deje junto a
ese árbol y me pase el revólver... aquí nos
defenderemes...
Con efecto; era larga la tarea de colocar
en la silla al herido, y no habia tiempo que
perder. Hizo Soler lo que aquel leÍJidicaba
y se puso a su lado sable en mano*
Todo esto, como las escenas anteriores
ocurría en menos tiempo que el necesario
para leer el relato de ello.
Trascurrieron breves segundos y el ca-
pitán y el soldado aimíjue eran de probada
enerjia, sintieron cierto frío en la sangre
al ver venir hacia ellos una caterva de in-
dios que corrian precipitándose.
Soler alzó su sable; Pei^alta preparó su
revólver. Pero aquellos salvajes pareció que
ni aún los divisaban : con el cuerpo hacia
adelante y los codos hacia atrás, en vcrtiji-
nosa caircra, no miraban nada, no veían
nada^ poseídos del mayor espanto, do tenían
ojos y sólo tenían piernas para escapar coa
la velocidad de los derrotados.
Al¡,ninos tropezaban en los cadáveres í
jinete y del indio que yacían en el sende
caían, rodaban, eran pisados y tropel lai
por otros; ninguno se dolía de los suj
— 219 —
mientus ajenos; ningUTio auxilíaha ni com-
padero, al hermano ijuiícás ; cada uno eólo
atendía a fsí mismo ; cada niio miraba por
sn propia salvación^ que era lü i^uga.
Y así lo era, puea los soldadoa ve ni a n
persi poniéndolos de mui cerca, y justamente
irritados por los bárbaros descuartizamien-
tos de alanos de los snyos, daban furibuD-
doa golpes.
Los dos cada, ve res y los dos ci*ballos sir-
viendo de tropiezo, hicieron f[ue en ese si-
tio se formara un agolpamientorde fujitivos
qne fueron alci^nzados por la tropa.
Y allí el brazo venerador del soldado, ya
esgrimiendo el yatagán, ya blandiendo la
culata del rifle, cobró a doblado precio las
sangrientas mutilaciones de sus com pio-
neros.
Los indios CTí sn desesperación al verse
atrapados trataban de defenderse; pero pa-
ra esto carecían de vigor y no conseguían
ni aun dilatar su fin.
Ninguno de los enemigos que en ese sitio
^estaban hubieran escapado con ^ida, a no
ser por la voz del capitán &>oler que ordenó
suspender la sangrienta escena haciendo
que los que aun queda baü vivos fueran
hechos prisioneros para cargar liis camillas
de loa eafermos y heridos.
Diez o doce cadáveres yacían ahí sobre
el suelo, y solamente uno era de chileno.
Este c^rupo de indios pertenecía a los que
antes dijimos estaban batiéndose por el la-
do izquierdo de la división, o sea al occi-
dente, AI ser derrotados buian hacia la
montaña, y por tal tu o tí v o se encontraron
en el Instar donde hacia un minuto que el
capitán Soler y Peralta habían sido actores
en una escena propia de aquellos parajes y
aquellos tiempos.
Cuatro o seis soldados quedaban ahí; los
otros de los que habian venido seguían en
persecución de ios fujitivos que lograran
p^ar adelante.
Cuando hubo nn poco de calma, 8oler
hizo examinar la herida de Peralta. Era
esta en el muslo izquierdo y parecía no ser
de gravedad.
Levantándolo en el ].xíso, sus compañe-
ros pusieron al herido en la silla del caba-
llo del montonero muerto.
Xo por su herida olvidaba Peralta algo
" "■ tenia muí presente en la memoria des-
neses atras: era el anillo *^con que se le
iaido el montoneros*' según él decía.
ijícndose a uno de sus compañeros le
íó que viera si el montonero muerto con-
servaba la alhaja que le preocupaba.
El compañero accedió, y examinando las
manos del cadáver, eontestci:
— ^Sí; tiene un anillo.
—Pásalo para verlo, — ^le dijo Peralta,
—No se puede sacar.
Hizo aproximarse su caballo Peralta y
viendo de cerca la alhaja exclamó:
— \No me había engañado, mi capitán!
es el mismo individuo.-- todavía tiene la
sortija de mi teniente Alvar,.,
— Yo también lo he reconocido, con-
testó el capitán.
— ]}ü seguro debe andar trayendo el re*
trato do usted-
— Eso vamos a ver-
— En el bolsillo de la chaqueta lo ha de
tener.
Oyendo esto, el soldado que examinaba
el cathlver sacó un fajo de píspeles d(^l bíjl-
sillo indicado, y mirándolos exclamó con
sorpresa;
■ — ¡ Aqui liai un retrato de mi capitán !
Al momento se levantó para dar los pa*
peles a Soler*
Miró éste su efijie y con velocidad acudió
a su memoria el recuerdo de los trastornos
que habia ocasionado aquella estampa foto-
gráfica: el la había regalado como una prue-
ba de canño; pero la i majen cambiando de
posesor le habia proporcionado un odio a
muerte que sólo acababa de terminar ha-
cia un instante con el ultimo aliento del
pecho que lo abrigara.
Repasando a la lijera los pa[>eles que es-
taban en ul mismo fajo, halló varías cartas
abiertas dirí jidas a ''Evaristo Narbona", y
entre ellas una en que al punto reconoció
la escritura de Luisa,
Fácilmente comprendió el capitán que
esa carta le revelaría algo de lo que para él
era nn misterio; pero el momento no era
oportuno^ ante todo tenia que atender a su
tropa.
Guardó los papeles en el bolsillo y mon-
tó a caballo.
— Recojan las armas de los muertos y
sigamos marchando, — ^dijo a los soldados»
El que había estado examinando el cuer-
po del montonero, hacia esfuerzos para sa-
carle la sortija quePeraitLi, le pedia con ins-
ta nei a repitiendo:
^Yo quiero llevarle el anillo a mi te-
niente para que vea que no lo había enga-
ñado... yo sé que él me ha creído todo; pe-
ro más seguro estará cuando vea la prue-
ba; lo mismo otros que podían haber peii-
— 220 —
sado qnc yo me liabfa achatado con k
Por fio coüsiguíó el aoldñdo ej[ traer la
sortija,
— Al cíibo te tengo en mis jimnos des-
pués dtí haberte deseado tanto, — exclamó
Peralta red bien do el anillo.
8e liabian recojido las armas de ba muer-
tos j era tiempo de seguir andando-
Abí se hizo.
Al andar, Soler echó nna últiraa mirada
sin rencor sobre el cncTpo exánime de aquel
individuo que tanto odio le habia de moa*
trado, que tanto habia hecho por quitarle
la vida, y con quien jamase habia tenido
nua eiplicacion ni cambiado siquíeía una
palabra, llegando hasta Íp"norar la verdade-
ra causa de ese aborrecimiento tan pro-
fundo.
Mientras acontecía lo que acabamos de
narrar, escenas semejantes, al menos ea el
resultado, tcnian lugar en las cercanías.
Los enemigos habiau sido completamen-
te derrotados y perseguidos de una manera
dura por algunas compafiías de infantería
y una partida de caWlcria.
Poco a poco el fue;^o fué cesando hasta
concluir.
Entre las cinco y las seis de la tarde la
división entró en la ciudad de Huanta,
siendo pre- cedida por las compañías qiie
se habían desprendido para atacar a los
indios y montoneros. También a esa hora
entró por el occidente la tropa qne venia
de Llamojtachi.
Con esta jeiite venía el comerciante ex-
tranjero que todavía se palpaba no hallán-
dose aún bien sef^iiro de no estar iierido.
La tropa se alojó en los mismos edificioa
que lo hiciera mes y medio antes cuando a
la ida pasó por esa ciudad.
Una de las primeras atenciones de los
soldados fué tratar de secar su ropa qne se
habia mojado bíistaute con una lluvia que
cayó a la hora del combate, pero i^ue por
fortnna pasó pronto.
Esto lo hacían aquellos que no fueron
enviados en busca de los compañeros muer-
tos, cuyos cadáveres trajeron para darles
sepultura ocultamente de manera qne no
fuesen fácilmente hallados Dor los indios
cuando liubiera partido la división, y evi-
tar así que los despojos mortales fueran
^rofanadiifi-
LVI.
El capitán Soler descubre un
secreto.
El capitán Soler se había hospedado eiv
la niisuia casita de altos y con los mismos
compañeros que darán te su anterior per-
manencia en Huanta.
La noche del día de su llegada estaba él
sentado junto a uua mesa, y a la modesta
luK de una vela leia por tercera o cuarta
vez una de la^ cartas encontradas cu poder
de su pertinaz enemigo.
Fácilmente ee adivinará qm af^neJla era
la escrita [H>r Luisa.
Decía así;
írSeñor Narbona:
«La acción que usted ha cometido con-
tm mí no es sino una gran maldad. Si yo
alguna vez le hubiera dado siquiera espe-
ranzas de corresponder el afecto í[ue usted
me decía sentir por mi, le habría encontra-
do una disculpa a su atentado; pero nunca
ka sucedido esto; siempre le he repetido
que de mí parte solo tendrá usted la esti-
maciou natural de nuestras relaciones de
amistad y de parentesco, nada uiás.
í^Sin embargo, se ha tomado el derecha
de tener celos hasta el extremo de atentar
contra mi vida. Eso ha sido simplemente
un crímeiu Y sí no he puesto el hecho ea
conocimiento de la justicia para que usted
fuera justamente castigado, se lo debea^rra-
decer a la circunstancia de hallarse enton-
ces usted ocultamente en Lima como por-
tador de ciertas comunicaciones secretaSí
que el ser usted aprehendido habrían caído
en poder de los chilenos con perjuicio de
nuestros amigos.
íLe escribo esta carta para prevenirle
que sí flc repitiera semejante atentado, nin-
guna cousideracion me detendría para de-
nunciar a usted; además mi madre y otras
personas están al cabo de lo ocurrido y si
me sucediera algún accidente íuesperado,
ya sabrían ^uíeu ei'a el culpable y no vaci-
larían en pedir justicia.
«En íin, espero que nada de esto aconte-
cej'á, pups supongo que usted habrá refie:cir
nado y estará arrepentido de lo qne deí
considerar en adelante como un extrav:
momentáneo.
— 221 —
Esta carta rebelaba a Soler claramente
la verdad de lo ocurrido; la leía con satis-
facción y eentia cierto pesar por hLibtiVsc
mostrado duro j receloso con Luisa en la
última entrevista que con ella tuvo en
Ijima.
Pen&andü estaba el capitán cti todo tsto,
cuando entraron en la habitadon sus dos
compañeros, Lostan y Orrego.
Este último se adelantó hacía el di-
ciendo;
— He coimefínido tener noticias del Oor-
BO o sea de Evaristo Narbona.
— Qnc mas noticias que la de que se en-
cuentra desean Bando por los siglos de los
si 0^1 03,^ con tostó Soler.
—Digo noticias anteriores... Con pre-
guntar por él nombrándolo, varios habitan-
tes de la ciudad me han contado haberlo
conocido: era uno de los cabecillas que en-
tn si asneaba a los indios para dar asaltos a
la ciudad, y para salir a molestarnos a no-
Botros; desde que salimos de H nanea) o ha
venido levantando los puel^^;3 por donde
liemos pasado... me han babiado mucho de
él, era militar desde el principio de la guer-
ra y después de la toma do Lima se hizo
montonero; tenia ^an partido entre los in-
dios y los entusiasmaba prometiéndoles que
ninguno de los chilenos de la división sal-
dría vivode estos mundos.
— ^Trazag quiere la gTierra^^ — ^respondió
Lostan; — razón le encuentro al naontonero
Karbona en ser largo pan; jirometer la vic-
toria: sí un prójimo busca soldados para
combatir y empieza por decirles que es para
ser derrotado, no le será mui fácil ha-
llarlos.
Soler Labia contado a sua dos compañe-
ros lo ocurrido en el dia y también les ha-
bía dado a leer la carta de Luisa, Aludien-
do a todo esto, Lostan continuó diciendo;
— ^Por fin, Soler T has salido de azarosas
dudas? hi lectura de esa carta ha sido como
descorrer el velo que ocultaba el misterio,
—Nunca habría yo logrado adivinar la
verdad de este asunto»
— íío era nmi sencillo.
—Fundamento tenia Luisa para decirme
que había de por medio un seci eto ajeno.
— Y tu no le ereiste, coti lo cual te mos-
traste mni canto i bastante tarea tiene uno
^on creei' en lo que ve, para que todavía
a recargue la conciencia creyendo en lo
ue íe cuentan.
—Sin embargo, ja ves que pomo creer
je engañé.
— Para que una vez te engañes por in—
crédulo, doscientas te engafianís por cré-
dulo. En fin, ja puedes estar contento y
saborear desde luego el placer de hacer las
paces con Luisa cuando la vuelvas a ver*
— í^o estoi del todo contento porque
pienso que ella biun podia haber tenido-
confianza en mí y no ocultarme nada.
— Paea, hombre, uo estancos actn'des ea
estoí precisamente lo que más aplaudo a
tu Luisa es bu discreción. Por su carta se-
comprende con claridad ([ue lo que ella ha
querido ocultar ea la existencia de comuni-
caciones entre jente de Lima j los monto-
neros; en ellas sin duda se trwtaba del en-
vió de recursos a éstos \ aijncllo era una
especie de complot indudablemente para
perjudicarnos a nosotros los chilenos. Si
Luisa por probarte su fidelidad contigo te
hubiera le velado todo eso, te habria metido'
en un gran berenjenal : por hidalguía te
hubierps visto obligado a guardar silencio
sobre ello, y como militar era tn deber dar
parte a tne jefes de lo que hablas sabi-
do.-.
— Cierto, — exclamó O r regó interrum-
piendo j*^ porque todos los recursos que de
Lima presten a lo.s montoneros, sea dinero,
armas, municiones o dinamita, aon para
embi'obaraos a nosotros, y tú Soler, como
militar, tendrins que considerar qne vale
más la vida de un soldado que el amor de
todas las Luisas de Lima por miis bonitas
que sean,., más vale que no hayas sabido
nada, pues entre el amor de la níua y el
deber hacia tus compañeros te hubieras
visto como un burro entre dos atados de
pasto,.,
—Muí bien, hombre, — replicó í^oler
riéndose í — te he coinpi^endído, o mus bien
diré que te habia comprendido sin necesi-
dad de que al ultimo salieras comparán-
dome 3 mí con un burro,., j a Luisa con
un atado de pasto,..
I^ofttan que también reia agregó:
— ^Tampocü a mí por lo que me toca, me
ha gustado que compares a tus compañeros
con el otro atado-.-
O r regó se apresuró a contestar:
—¿No están ustedes siempre di cien dome
que soi guaso? pues jo bago mis compara-
ciones a lo í^uaso.
Los tres compañeros siguieron charlando
y comentando los sucesos del dia.
— 222 —
LVII.
Los sufrimientos da Lucía.
El téDientíi Alvar estando eo AyacucLo
Tiatiia rodbido una carta de m iiniigo Mar*
tel, quien lo refería en detal su arriesgada
aventura por las cercanías de lluauta y a!
mismo tiempo le incluía la cartíta de cuya
T^miaiüu lo babia encargado Lucía.
Grande fué el placer de Alvar que ya ba-
bia desesperado de eneoutrar a su amada
por atiucllos apartados lugares.
No olistaiLtc, con aquella noticia aola-
meute lü^^^aba saber el paradero de la níñ;i,
quedando atormentado por el sentimiento
de no píxlcrla ver a pesar de encontrai'se
tan próxima y ni poder sifpiiera eüurl birle,
pues como ae sal>e, laa comnnÍcacicne& tes-
taban interrumpidas.
For/osole fue resolverse a esporar lo que
dispusiera la anorte. En medio de mil ilu-
gionea que forjaba en su i m pac i e ote imia-
jinacion, la única qne aparecía en lonta-
nanza como lina cosa real y no como un
miraje, era la posibilidad de que la divi-
sión regresara pasando nuevamente por
Hnanta; en tal caso no le seria difícil verse
con Lucía, o por lo menos él sabria vencer
toda^ kí? dificultades que se presentasen
hasta lograr verla y lialjUrla.
Cuando M artel regresó con su compañía
de h hacienda donde estaba destacado, Al-
var que lo acosó a pregunta?!, cincuenta ve-
ces le hiüo repetir las escemiss del desván
que ya conocemos pidiéndole los uiíís mí-
nimos detalles en todo referente a Lucía.
—Ya sabes tanto como yo.^solia con-
testarle Martel sonriendo,
Pero siempre Alvar tíucoutraba algún
nuevo pormenor qne hacerle referir sobre
el (semblante, las Ugrimas, la desespera-
ción o la actitud de la niña en tal o cual
instante de las peripecias de af^uella terri-
ble mañana.
La caita de Lucía era nna relación tier-
na y sencilla de sus desventuras desde el
momento en que sn amante se separara de
ella en Lima. Contaba sus pesares y sufri-
mientos con tan delicada naturalidad, con
ínjennidad tan candorosa, que sn narración
se hacia doblemente triste y Alvar se en-
teruücia leyéndola; pero lo que más le con-
moTia era que la sincera niña no le dirijia
el menor reproche en medio de sus penase
^1 contrario, le repetía que nunca había
dudado, que siempre había tenido y tenia,
fe en él.
La \n:ielta de la división expedicionaria
pasando por Huanta otra vez, fué Tootívo
de profunda alegría para el teniente que
veía acercarse el momento en que tomara
a encontrarse con su amante.
Apenas se encontró cu la rííoien saquea-
da ciudad y estuvo desocupado de sus obli-
gaciones, Alvar fue en busca de AlarteL
Ambos, como la vez precedente qae ahí
estuvieron, se habían hospedado ea una
misma habitación, o mas bien dicho, ha-
bían ordenado a stis asistentes dejar en ella
sus monturas y equipos, pues ellos aún es-
taban oeupados en atender sus compañías»
í^da uno en la snya, pues ya sabemos que
Alvar estal>a al mando de otra.
Por el cuartel y en la Iribitacion, qae
estaba al frente, busí^^ó el teniente Alvar a
su amiízo; pero no logró encontrarlo. Pre-
gan tando por el, ya a algunos soldados, ya
a al gnu es oíi cíales, supo que liabia echada
u andar por una calle.
8e resignó a esperar, y al cabo de un
cuarto de hom, estando en la puerta de six
pieza, vio aparecer a Martel
—Te me escurriste,— le dijo al tenerío
cerca.
—Que quieres, pues, hombre, — contestó
el recién llegado, — yo también tengo mis
intereses en este pueblo y fui a echarles uq
vistazo.
—Ya comprendo; fuistcs a ver a María.
— Fui a verla, y encontré a mi cholita
dudando de que yo fuera yo, pues aquí to-
davía están creyendo que aquella memora-
ble mañana fué efectivamente el cuerpo del
carabinero el que pastea rcm descuartizado,
y además han corrido í]ue no fué ese el
único chileno que pillaron los indios, sino
también varios otros, y entre éstos me con-
taba María.
—Pero ya la habrás dejado convencida
de que tú eres tú.
'—Sí, y de qUG vengo de Ayacucho y uo
del otro mundo. Me apresure en ir a verla
para quedar pronto libre y poder dedicarnae
contigo a tus apuntos.
— Entonces ya podemos ponernos en
marcha.
— ¿Para dónde?
— ¡Qué pregunta! ¿Para dónde hades
sino para la casa de ella?
— i Hombre, qué de prisa vas! eaoh
que tratarlo con calmil*
/
— 223 —
— ¿No habíamos convenido que llegando
me lie vari as allá?
Martd sin contristar de pronto, fiacó un
cígaurillo, lo encendió con tninquilídaíl, y
luego dijo 1
— YamoB andando hacia la plaza y en el
camino conversaremos.
Asi lo hicieronj j entre tanto ése aña-
dió:
— En efecto, habíamos convenido en ir
ala casa de Lucía; pero concibamos sin la
gran batahola de indios que Loi ha ha-
bido.
— ¿Y esto qnc tiene qne ver con lo
otro?
—La casa estii como a ocho cuadras de
la población y p^ira llegar hasta alJá teu-
dríamos que pasar por encima de loa in-
dios.
\ — No lo creas; con Ja refriega han de es-
tar lé}oe;|han de ir corriendo todavía.
— ¡ Hum! ja sabes qne esf s diablos Bon
como lasmcseas: se espantan, hnjen, pero
Tuelven al momento. Para ir alhí será pre-
ciso que llevemos nna caiabina cada uno
de nosotros.
— Podemos ir a pedir presta<las esas ar-
naas a algún amigo de cabal 1er ia o de arti-
llería
—Bien; pero tñ sabes que nos está pro-
hibido salir del campamento; ahom qne
aunes de dia llamaría la atención vernos
salir de la ciudad con carabinas; cualquier
jefe podria sorprendernos, o si no, cual-
quier huantino podria ir a soplarle el cuen-
to al coronel
— ^Entonces qué varaos a hacer?
—Esperar la noche, j a lo somorgujo
nos largamos para alUu
— Pero míLs tarde puede sobrevenir cual-
quier inconveniente, como ser qnc te nom-
bren pam algún servicio; bai tantas avan-
zadas j guardias.
— Además ten presente otra cosa: yendo
a casa de doña Manuela y su sobrina de
dia, les hacemos un flaco servicio; los que
nos vean enerar all:i las tomarán por rhilf-
nomü y esto las puede per jutbear, sobre
todo viviendo lejos de la ciudad j en medio
de ios indios.
Esta razón produjo m:Í3 efecto en Alvar
que las anteriores y convino en esperar la
he, la que jxir otra parte no tardarla más
ina hora en llef^ar.
iéntraa tanto hablan llegado a la
pronto Martcl diviscj venir a corta
distancia íin paisano en quien se fijó di-
ciendo:
—Ese es uno de los individuos qne lle-
garon al desván aquella mañaua: por él
podemos tener noticias de ellas.
— ^Sal a hablarlo,— con t<¿stá vivamente
Alvar.
Este al i^conocer a Martel lo saludó con
afectuosas demostnveiones.
— De su cuartel vengo, — le dijo, — estuve
a buscarlo por encargo de Manuela f[ue está
ansiosa de saber si le ocurrió a usted alguna
desgracia en su regreso a la hacienda aquel
dia*
El teniente contestó agradeciendo la
atención y refiriendo que habia ejecutado
el regreso sin novedad* En seguida pre*'
guntó, como era natural, por la salud de la
señora.
— Manuela está bien, — ^can testó el pai-
sano, — aquel mismo día tan pronto como
se retiraron los indios se vino para la ciu-
dad; vive en mi casa,
— ¿Y la señorita sobrina de ella?
--También está aquí; la niña se encuen-
tra algo enferam; todos estos trastornos
han alterado su salud.
Alvar con sobresalto hizo ademan de ha-
blar; pero Martel lo contuvo con una mi'
rada, pues indudablemente no couveuia
(jne mostrara interés por una persona a
qnien era preciso aparentar qne no co-
nocía.
— ¿Y esgmve su enfermedad? — se apre-
Buró a preguntar MarteL
-Ko es cosa... unas li jeras fiebres que
la obligan a guardar cama por algunos
días, pero sin peligro.
Con esta contestación Alvar se repuso ^
algo.
El paisano a su ves interrogó a los ofi-
cíales sobre los sucesos del dia, Despnes de
un rato de conversacíoü, Martel dijo a ése
en ini momento oportuno:
— Muchos deseos traigo de pasar a salu-
dar a doña Manuela^
— También ella tendrá un gran placer
en ver a usted; pues continuamente está
baciüudo recuerdos del inmenso senicio
que usted le biso.
Y como si do antemano tuviera pensado
lo que iba a decirle, agregó el huantino:
^8í usted gusta, esta noche le buscaré
a usted en su cuartel para que vamos a
casa.
Aceptó el teniente y qnedó convenido
L
— 224 -
que a Ifis ocho de la uoclie le esperaría, no
^n el cuartel T sino ahí rnísmo, tu la plaza,
para aliüntirle la molestia de llegar hasta
allá.
llespiiea de cambiar algunas palabras
más, se despidieron.
Era Rolamíínte las siete j media cnando
ya Alvar instaba a Martel para que se di-
rijieran a la plaza*
— En estos puebloa, — dccia aquel para
disculpar su apuramientOt — la jeute no se
rije por uin^jun crouómetro, asi es tjue bien
puede aquel individao ocurrir a la cita an-
tes de la hora y marcharse si no te encucu-
tra, creyendo qu6 tú no habrás querido
asistir.
^ir- — Vamos andando; al fin j al cabo lo
mismo EOS da estar en esta pieza que estar
en la plaza.
Ambos compañeros se dirijieron al men-
►Clonado lugar.
Eu el centro de la plaza había un pila de
piedni í en sus bordes se sentaron ambos
vueltos hacia el oriente para contemplar la
lua de la luna llena que se elevaba sobre la
montaña.
— Ha sido buena mí idea de preferir en-
contrarme aquí en la plaza con el paisano,
— decía Martel a su amigo í^ sí me hubie-
ra ido a buscar a mi pieza, habría sido im-
propio que yo te iüvitara a tí a venir con-
migo, mientras que halldndonos en la plaza
es la cosa más natural que por no dejarte
aqní plantado te convide a que me acom-
pañes enliv visita,
— Es cierto.
— Tu sabes que aquí la jente ge recela de
tener relaciones con los chilenos; que a mí
me recibí! doña Manuela es muil ójico pues-
to que al tin y al cabo le he hecho un buen
servicio; pero tú para ella eres tin extraño
y es preciso usar de todas esas tretas para
llevarle allá.
—Tienes razón; pero estoi pensando en
una cosa: Lucía está enferma en cama y
por esto tal vez no lograremos verla.
— La veremos; te garantizo qne yo me
daré trazas para que la veamos; pero lo que
no puedo asegurarte es que logres hablar con
^ sin testigos; esto tendremos qne arre-
glarlo una vez allá, sobre el terreno. Pase-
mos a otra cc^a: la señora te conoce de
nombre.
— 8i ; Lucía en su carta me dice que to-
do ae lo reveló a su tia.
— ^Y la tía no quiere vuelvas a verte con
la sobrina; de consiguiente con\^e^e que te
presente con otro nombre; te llamaré el te-
niente llamirez; este es tu apellido mater-
no y así la mentira no será tan grande,
— -Será medía mentira^ puea quee^e es la
mitad de m i apcl! í do, ^contestó Alvar son-
rieodo.
— Hí comenzara por decir tu verdadero
nombre es seguro que la señora te pondría
mala cara y no nos dejaria ver a la niña.
Por lo demás no será extraño que barrunte
algo; pero yo tomaré mis medidas paradis-
cipar sus sospeclins; eso coitc a mi cargo.
Siguieron conversando los dos oficíales
un momento y admirando la belleza de la
luna en un cielo completamente despejado
después de la lluvia caida pocas boras antes.
A poco rato divisaron venir el buantino
a quien esperaban.
Como a dos cuadras de la plaxa kabia
una casa semejante a mucbaji5 de la ciudad-
Tenía una gran puerta de calle y por ella
se entraba cu un ancho zaguán \ la desem-
bocadura de éste daba a un patio bastante
extenso y rodeado de liabitaciones.
Una de estas habitaciones estaba débil-
mente alumbriMia por una vela cuya luz de-
jaba ver algunos escasos muebles de forma
sencilla y estropeados, pero que en sus que-
braduras mostraban limpias astillas, por lo
cual se conocía fácilmente (jue sw destrozo
era reciente y no por efecto del uso*
Como ákz minutos después de haberse
encontrado en la plaza, entraron en aquella
sala los dos tenientes conducidos por ei
huautinOj el dueño de casa,
El huantino con cortesía ofreció asiento
a los jóvenes oficiala y dirijiéndose en se-
guida a una pieza vecina por nna putalia
de comunicación, volvió pronto acompaña-
do de una señora que era doña Manuela
Melgar*
La señora se acercó prestamente a Mar-
tel y le estrechó con efusión las manos di-
ciéndole:
— Caánto gnsto tengo de volver a verlo;
no he estado tranquila desde aquel di a has-
ta hace una hora que Mariano me dijo: «Lo
he visto; he hablado con él*J> No pedia creer
que no le hubiera sucedido alguna desgra-
cia al regresar a su campamento,
— Ya ve usted que fui y estoi de vuelt^
Eeparaudo la señora en Al varíe hizo ■
lijero saludo^ y la expansión que se pin
ba en su semblante pareció contraerse i
tanto.
^^
— 225 —
—Es un üompafiero mió, el teniente Ea-
^mirez, a f|uien tengo el honor de presentar
■a usted,
E&to dijo Martel, y añadió mientras Iíl
señora y el joven se saludaban :
— Ahora cuando me encontró don Ma-
riano; cataba yo charlando coa Ramírez,
j aiinrjiíü éste quena irse ya a la cama, fa-
tigado con la marchíi de hoi, no pudo re-
husar la a-nable invitación de don Mariano
y vino con nosotros.
Esta explicación pareció tranquilizar a
la señora (jnc con amabiHdad invitó a los
dos oficiales a tomar asíitiuto,
líuego comentó a hacerles una serie de
preguntas relativas a ios encuentros y tiro-
teos de a^uel día, con lo cual había baatin-
te tela paia vestir la conversación.
En media de é.^ta, doña Manuela dijo
respondiendo a ana interrogación de Mar-
^tel:
— ^ Aquel misma dia, en cuanto los indios
se fueron nos trajo Mariano para acit, para
su casa; allá no podíamos segiiir viviendo,
era como estar perennemente con la soga
al cuello, ; Jesús I.., además todo lo habían
eafjueado, todo lo habian hecho pedazos
siempre que no habian podido alzar con
eUo. En esta casa también estuvieron? pero
aquí siquiera han dejado algunas sillas en
que sentarse, eso sí que en el estado que
nstedes las ven, truncas, cojas, dadas a la
trampa... ¡Qué días tan amargos!... sin
poder ni doimir con sosiego, hemos llegado
a enfermar, sobretodo Lucia; tengo a la
pobre niña en cama...
— Según me lo notició don Mariano,^
dijo Martel interrumpiendo; — no es grave
su enfermedad.
- — No parece grave; pero tema que em-
peore, pnes aquí no se encuentran auxihos;
la botica ha sido también saqneada y no se
halla de dónde sacar nu remedio.
—Azarosa situación; cuánto lo siento
por la señorita; hubiera deseado saludarla
antes de partir.
^Ella también tiene muchos deseos de
ver a usted; estamos tan agradecidas por el
socorro que usted nos prestó, sin el cual ha-
bríamos sido atrozmente asesinadas; apenas
snpa que nsted iba a venir, me pidió que
le hiciera entrar un (tomento a su alcoba,
— Tendré tm gran ¡placer.
-Está en la habitación contigua; si gus-
tsted pasar allá...
)iciendo esto la señora se levantó de au
mto y Martel la imitó.
Nada tenia de disonante que Martel fue-
ra invitado a entrar en el dormitorio de Íb,
niña enferma, pues entre él y ella esistia
uno de esos la^og que acercan a dos perso-
nas lo snficieute para poder pasar por enci-
ma de ciertos miramientos sociales: Maitel
Labia salvado la vida a esa niña, y ademáa
estaba en la ciudad solamente de paso: era
par cansiguiente muí natural que fueni í^
saludarla antes de partir. Pero no aucedia lo
mismo respecto a Alvar, quien para daña
Manuela era un extraño; en conseeuencia
la señora invitó particularmente a Martel,
Este comprendió fáe i luiente la cosa; pe-
ro para él lo principal era que se viera con
Lucía sti amigo, quien le dirijía una expre-
siva miradíi.
Tratando do dar a su voz el maj'or acen-
to de naturalidad, dijo a Alvar:
— Tas a conacer a mi otra compiíñera de
pelip'os,
K"o esperó Alvar que le repitiei^ el con-
vite para levantarse también de su silla.
Seguramente a la señora no le pareció
correcta la libertad que se tomaba Martel;
pem disimuló porque estaba dispuesta a dis-
culpar al que consideraba como su salva-
dor, y se adelantó hacia la puerta por don-
de babia venido, seguida de los dos ofi-
ciales.
Lucía estaba sentada en su lecho ; tenia
1 a espald a r ecl i nada so bre un al ui obadon ,
Vuv^pijh^'t cubria su enerpo hasta el talle,
quedando el resto bajo las coberturas de sn
cama. Par el lijera arreglo que babia hecho
en BUS cabellos a pesar de hallarse enfer-
ma , se conocía qne esperaba alguna visita.
Sn fisonomía estaba piilida, pera no dea-
mejorada por la enfermedad; a! contrano,
su palidez le prestaba cierto aire melancó-
lico que la hacia más interesante.
Al lado del lecho babia una mesita y en
ella nua vela que alumbraba escasamente
la alcoba.
Una chola sentada en el suelo a algunos
pasos de distancia parecía hacer compañía
a la enferma.
La habitación era bastante espaciosa^ de
modo que giiin parte de ella quedaba ea
una especie de penumbra o de sombra par-
cial.
Jlartel al entrar se adelantó con viveza
hasta acercarse ala niña diciéndola:
— Señorita, cuiínto he sentido saber que
nsted esta enferma;— y añadió en voz ba-
m
I
i
— 226 —
ja:— Ko demuestre Borpresa porque su tia
no silbe qiñén es el que me acompaña.
Por el acento con que el teniente pro-
nunció GBtiía últimas paíabi'aa adivino ella
al pnnto la presencia de su amante. Hizo
lili movimiento de hombros como para aho-
gar uiia exclamación ; pero no pudo conté*
ner asi mismo sna ojos qne con rapidez eléc-
trica buscai'on en la aombra a aquel cuya
venida se le anunciaba.
Alumbrado débilmente por la escaria luz,
divisó el semblante de Alntr quien ñjaba
en ella una mirada con la cual le decia lo
que sus labias se vcian obligados a callar,
Lucía se estremeció y dos hlgrimafi bri-
llaron sobre sus negras pupi las í sintiéndose
obligada a niostrai'se impasible cuando en
flu pecho retozaban mil emocionea, tuvo
que dejar caer la cabeza hacia atrás pai-a
sacar la respiración que la ahogaba.
Notando M artel la ajitacion de la niña,
se apresuró a colocorse entre elk y la vela
para dejar su rostro a la sombra, y querien-
do al mismo tiempo disimular el gilencio
que podia hacerse embarazoso, se pn&o a
hablar eon soltura,
— Felizmente su enfermedad no debe ser
grave porque tiene usted mui buen sem-
blante; pero yo hubiera querido encontrar-
la enteramente bien para reimos un poco
recordando la aventura del desván. Justa-
mente ahora habia venido yo con un com-
pañero mío y nos habríamos entretenido
contándole los detalles de aquellas peripe-
cias, es el teniente Eamirez, a quien toí
a tener el honor de presentar a usted.
Alvar avan7.ó algunos pasos para salu-
dar a Lucia. Era un verdadero suplicio pa-
ra los dos amantes estar compelidos a sahi-
darse con helada cortesía cuando apenas
podían contener los impulsos de sus cora*
zones.
El conoció que le era forzoso pronunciar
algunas palabras porque su silencio podía
causar extrañeza, y dominando su emociODj
dijo con voz pausada.
—Por mi compañero he sabido las tri-
bulaciones que han tenido que sufrir usted
y su tia, . . aunque no tenia el honor de co-
nocer a ustedes j oir la relación me ha can-
ftadü un vivo pesar,
—Sí, hemos sufrido mucho... desde que
salimos de Lima todo ha sido contrarie-
dades,.,
Lucía tuvo que hacer un gran esfuerzo
para decir estas palabras sin íjue su acento
revelara su ajitacion*
Afortunadamente doña Manuela tomó al
hdo de la conversación añadiendo:
— En efecto, ha sido todo penalidades;
d viaje, la cordillera, los indios, y ahora
enfermarse esta niña en circunstancias qne
no bai módico ni botica en la cindad.
— De manera (jue no habrá podido ser
debidamente atendida, — pregüutó Alv^
sintiendo un amargo dolor por h incuria
en que estaba la amada niña,
—Aquí le hemos suministrado algunos
remedios caseros.,, no ac ha podido ma-s.-.
— Si usted lo permite, señora, — 4ijí^ el
teniente con entonación casi suplicante, —
puedo solicitar de alguno de los médicos de
la división que vengíi a visitarla*
—Seria un gran servicio que nos haría,
— contestó la señora sin vacilar,
— Voi al momento ..
Y diciendo esto Alvar hizo ademan de
salir.
Lucía aceptaba con vivo placer la solici-
tud del joven oficial, no tanto porque iba
en busca de socorros para su salud, cuanto
por ver en ella una prueba del interés que
le inspiraba í sin embargo, balbució:
— Mi enfermedades lijcra.., los m Micos
estarán ocupados con los heridos...
— A esta hora habnin concluido ya sus
tareas^ — se apresuró a decir Martel,
Alvar se despidió de la enferma con ana
tierna mirada, y salió.
Doña Manuela le acompañó hasta la sala
contigua en la cual estaba Don Mariano,
Apenas hubieron salido de la alcoba aque-
llos. Lucia dijo con viveza a Martel:
—¿Le dio uated mi carta? Hable sin
cuidado; — y añadió designando a la mujer
que permanecía sentada en el sucio:— la
choU no entiende nada de castellano.
^Sí le di la carta. Ahoi'a para traerlo a
esta casa me he visto obligado a cambiar
su nombre t-emiendo que su tía de usted sfi
negara a recibirlo.
— Ha hecho mui bien; mi ti a no quiere
que yo me vea con él; y es necesario, es
preciso que yo le hable...
La vuelta de doña üflanuela hizo callar
a la niña.
En dos trancos se puso Alvar en la am-
bulancia.
El joven doctor X era un intelijentc y
aplicado médico que habiendo interrumpi-
do momentáneamente sus estudios escolares
para tomar parte en la guerra, después de
la toma de Lima habia vuelto a las aulas;
— 227 —
j al calió de im par de años regresaba tra-
yendo BU diploma profesional y continuaba
prestando nueva mente sus servicios en la
ruda y larga campaña. Su carácter afable
y su amistoso trato lo hacían ser un amigo
querido de los oficíales.
Aé\ se dirijió Alvar.
Lo encontró diapcDÍéndose a echarse a
la cama cansado de las fatigas del dia que
para él concluiíin en ese momento, pues re*
cientemente había termÍDado de pasar su
visita a los numerosos enfermos y a los he-
ridos de la división,
— A tiempo he llegado, doctor : vengo a
molestarlo y no se me enoje hasta que me
haya hecho el se i- vi ció que vengo a pedirle.
— ¿ De que se trata?
— De <|ne vaya a ver un enfermo,
— ¿Algim herido?..* he esUado siatiendo
tiroteos en las avanzadas.
— No; es un enfermo, o mejor dicho, una
enferma, una mujer, una niñaj qne reclama
sus servicios.
— Pero, ¿QS caso de gravedad?
'—No lo sé.
— Mire, teniente, que estoí muerto de
cansancio y si no es cosa que apure lo po-
demos dejar para mañana.
— No, doctor,— replicó Alvar chancean-
do; — me he comprometido a llevarlo esta
misma jiochcjsi no lo consii^o voÍ a quedar
como un negro y me enfermo de bochorno j
de manera que tendrá usted que irme aten-
diendo en todo el camino; miis le conviene
hacer el sacrificio de andar un par de cua-
dras y robarle un cuarto de hora al sueño...
Aquí está su poncho; póngaselo y andemos.
Aunque el doctor no tenia obligación da
atender a otros enfermos que a los de ladi-
TÍsion, escucho los ruegas del oficial y obe-
deciendo a su propio impulso, se decidió a
acceder, como ya lo bíibia hecho anterior-
mente en la ciudad de 11 u anta visitando a
enfermos y lieridos de Icm habitantes.
A pesar de k fatiga que lo rendía, se puso
su poncho de paco y su sombrero de Ti-
cuna, y echó a andar guiado por el te-
niente.
Un momento más tarde ambos se encon-
traban en la alcoba de Lucia.
Despees de cambiar algunos saludos y
ilgunas palabras con las personas que ahí
^staban, el doctor se puso a examinar a la
nferma, tomándole el pulso.
— ^Es una lijera fiebre que no ofrece ^-
gro, — dijo al cabo de un instante, — sin
embargo, será preciso que ^arde cama un
par de di as y tome algunos medicamento»
que le haré preparar en el botiquín nues-
tro.
Este dictamen tranrinilijsó a todos.
Hizo el doctor algunas preguntas a la
niña relativas a su enfermedad, y en se-
guida señaló el réjimen quedcbia observar
é indicó la forma en que había de tomar
las medicinas qnc le enviaría aquella misma
noche para que desde luego comenzara a
usarlas.
Después de esto, cansado como estaba, el
médico se dispuso a retirarse prometiendo
volver al dia si^^uiente a Tisitar otra vüz a
la enferma.
— ^Yo iré con usted, doctor, para ti*aer
los remedios, — 4lijo Alvar*
—Está bien, — contestó el médico.
Y luego que hubo respondido cortes-
mente a los agradecimientos que le mani-
festaba doña Manuela, se ídirijió al ena-
morado oficial, diciéüdole;
— Entonces, vamos au dando, teniente
Alvar.
Este nombre pronunciado en voz natu-
ral, hizo volver rápidamente la cabeza a la
señora,
Lucía y los dos oficiales quedaron mu-
dos.
El joven doctor aín haber reparado en
todo esto salió de la habitación.
Alvar aprovechó esta circnutancia para
seguir tras de él sin mirar el rostro de la
señora.
r>oúa Manuela permaneció un instante
en silencio; luego hizo una seña a Martcl y
pasó a la sala contigua,
Don Mariano no estaba ahí; tan pronto
como cononoció la opinión del médico res-
pecto a la salud de Lucía habia salido de
la casa para ir a encontrarse con un anñgo
con quien le urjia verse.
Una VCK eii la sala la señora y el oficial»
aquélla dijo a éste sin enfado pero con se-
riedad:
— El compañero de usted se llama Alvar
y no Eamirez.
Martel esperaba estas n otras palabras
semejantes; no se atrevió a negar; pero
para no hacer un papel tan desairado des-
pués de haber sido descubierto, contesto:
— Se llama Alvar Eamirez; ambos son
apellidos suyos.
—Si usted no me lo hubiera presentado
solamente con el ultimo de estos, lo habría
— 228 -
recibido aqtii por deferencia hiícia iiBted;
pero de iiíngnii modo habría pcrruitido qwe
entrara a esn alcoba.
Y la señora designó eon la mano la ha-
bitad oü de donde acababan de salir. Sus
palabras emolvian una delicada reconven-
ción por el engaño qne se le babia hecho.
Martel se sintió abochornado, pero to*
mando nna resolución propia de su carác-
ter, replicó decididamente :
— Yoj señora, no sé disimnlar; si qxá-
siera hacerlo me enredaría todo; permítame
nsted que le hable cou franqueza: be dado
a mi amigo eoio su segundo aj^ehido jus-
tamente para que usted no lo reconociera
y no le impidiera la entrada a esíj alcoba
como acaba usted de decirlo. Alvar ea ín-
timo amigo mío, es para mí casi un her-
mano, y yo estoi al eorríentc de sus secre-
tos. Ya usted comprenderá lo demás.
— Asimismo comprenderá usted que no
puedo consentir en que ese joven se vea
con Lucia; su padre no lo quiere. Debe us-
ted saber que he hecho todo lo posible para
evitar que se comunique con él; ya cuando
hace uno o dos meses estuvo la división aquí,
ya cuando se encontraba en Ayucucho, man-
tuve la mayor vijilancia para impedirlo;
mmea accedí a los ruegos de mi sobrina»
Aquel terrible di a en que fuimofi amena-
zadas por los indios en el desván que us-
ted conoce, no sé yo dónde tenia la cabeza,
era yo entonces una débil mujer muerta de
terror ante el tremendo peligro que corría-
moa y no tenia enerjía para nada; no pude
resistir a las súplicas y Ugrimas de Lucía,
consentí en que le pidiera a usted noticiaa
de ese joven. Posteriormente me he arre-
pentido de mi debilidad, y ahora mucho
mile, pues sin eso no habria sucedido lo de
esta noche.
— Yo creo, señora, qne a lo ocurrido
esta noche usted le da nn alcance que no
tiene. ¿Qué es lo que ha habido? Mi ami-
go ha acudido a ver una pei-sona a quien
ama y que está enferma, que sufre,
^Después de todos los acontecimientos
que usted no ignora, su amigo no debe
volver a vei^sc con Lucía ; él ha sido cansa
de la desdicha de esa desgraciada criatura,
y lo menos que puede Eacei'se es cortar
toda eapecie de i^elaciones entre ellos y
echarlo todo al olvido. Y asi es que voi a
solicitar de usted un gran servicio que no
será el primero que le deba: su amigo ha de
regresar luego a esta casa; dígale que es
necesario se retire y no vuelva a pretender
hablar ni verse con Lucía; yo no puedo
penui Lirio*
Un jemido ahogado qne se oyó hizo vol-
ver la cabeza a doña Manuela.
De pié, afiíTüada cu nna jamba de la
puerta de comunicación y envuelta con el
cobertor de su cama, divisó a Lucía, qmen
sospechando de qué se trataba en la pieza
vecina no había ti tu lujado en saltar del le-
cho para ir a escueliar.
La señora corrió hacia ella exclamando:
— ¡Qué has hecho, niña, por Díosl...
así, descalza, en el suelo.,, vas a enfer-
marte más...
Y cojiéndola de un hombro la empajó
hasta el lecho,
Martel por discreción se habia quedado
en la sída.
Lucía se dejó arrastrar sin oponer resis-
tencia, y lanzando comprimidos sollozos se
echo a la cama quedando como estaba un
momento antes.
Entre severa y quejosa, añadió la ti a;
^Pero, bija, qué locura la tuya... le-
vantarte desabrigada, con los pies desnu-
dos... ¿noves que puedes empeorarte?...
La niña haciendo esfuerzos por conte-
ner el llanto, contestó con voz entrecor-
tada:
—Me he levantado para oír lo que usted
hablaba, y lo he oido todo,,, nsted no quie-
re que Víctor me vea más..- eso es com-
pletar mi desgracia... si él no me vé rae ol-
vidará,,, y yo deberé perder toda esperanza
de que algún dia cesen mis sufrimientos...
Su amor es para mí más que la vida misma^
pues solo el en el mundo me puede devol-
ver la dicha perdida... y si eso también lo
pierdo, ¿qué me quedará ya.,*
La infehz niña cojia aml>as manos a la
señora y sacando de su angiístiado pecho
el acento más tierno y suplicante, anadia:
—^ Yo se que usted me quiere, queme
considera como nna hija suya.-- le he can-
sado muchos pesares, la he hecho sufrir
mucho... jjero usted molo perdona tedo
porque es muí buena... es mui buena con-
migo y no querrá que yo pierda la única
esperanza que me queda.. Usted creía que
Víctor me habia abandonado para siempre,
que no hacia juicio de mí. , , pero ya ha
visto cómo se ha apresurado a venir Mcia
mi.,, cómo se ha entristecido al verme*
ferma. . . cómo ha corrido a buscarme
medios... todo eso no se hace cuando
hai amor.,, él me ama todavía, me a
siempre,.. Déjeme usted hablar un ^
— 229 —
mentó con él, áéjeinc referirle todo lo rjue
he sufrido por él... yo sabré enteruecerio.-.
él lio es malo, tendní piedad de mí, , . y
yo soí mía desdichada que necesito implo-
rar piedad,., se la pediré a é!,-, como se
la pido ahora a usted . . -
Y Lucía no logrando conseguir con sus
razones una palabra de asenso de la señora,
la colmaba de caricias y le daba mil nom-
bre tiernos meaclíiudo con ellos sus súplicas-
Los inauditos extremos de la niña le par-
tiau el alma a la buena señora que ante tati
profundo dolor se sentía vacÜar j apenas
podía balbucir:
— Niña, por Dios, esta ajitacíon aumen-
ta tu fiebre-,- te mata.., ten calma,., ya
hemos sufrido bastante, y ai tu enfermedad
se agrava, ¿riué vamos a hacer? iYírjen
BantLsimal.,.
Pero la emoción de la desventurada niña
crecía hasta asemejarse al delirio.
El teniente Martel pasean di >se en la sala
alcanzaba a percibir sus palabras converti-
das en j émidos,
Alvar no se había separado del doctor
hasta que éste le hubo dado las recetas, con
las cuales se dirijió adonde estaba el boti-
quín de la división.
Algunos minutos miis tarde entraba en
Ja casa de don Mariano llevando dos fras-
cos con las medicinas prescritas.
Martel que estaba solo en la sala lo reci-
bió diciéndole;
—La señora lo ha adivinado todo.
— Ya lo suponía yo desíle que mi nom-
bre fué pronunciado en su presencia.,. ¿Y
qné ha dicho?— preguntó Alvar anhelante.
En breves palabras su compañero le con-
tó io ocurrido y concluyó di eiendo:
— ¿No oyes como Lncía continiia abo-
gando?
Ambos oficiales alcanzaban a percibir
como un munnullola voz llorosa de la níña.
— ^¿Qué haremos? — balbució Alvar.
—Me parece lo mas acertado que entre-
mos a la alcohi: tá harás como que ignoras
lo que ha pasado,., ya sabes que bai que
obrar con mucha cautela, pero también con
cierta resolución y pnidencía a la ve¿;...
Los dos áulicos se dirijieron decidida*
ment€ a la habitación contigua.
artel para nó sorprender en medio de
ijitacion a la señora y sobrina y darles
ipo de que se repusieran un tarto, dijo
ie la puerta en voz alta y natural;
-Ya están aquí los remedios.
Y tras de esto entro seguido de Alvar,
La señora se había desprendido pronta-
mente dela.s manos de Lucía, y esta mira-
ha liácia la puerta con ansiedad enjugán-
dose los ojos con el dorso de sus manos por
que las lágrimas le impedían ver, Al divi-
sar a m amante su angustiada fisonomia
se iluminó í pero su boca no pudo articular
ni una voz.
lilartel se acercó a doña Manuela y co-
jiéndole una manóla tiró hacia la sala di-
ciéndole con acento rogativo:
— Hágame nsied el favor de oírme una
palabra.
La conturbada señora se dejó conducir <
Vna vez en la otra pieza, Martel añadió'
en el mismo tono :
— Señora, si no por otra cosa, hágalo us-
ted por compasión de la salud de su sobri-
na,., vea que la pobi'e níña está enferma j
contrariarla es agi'avar su mal, es provocar
uü accidente que puede arrastrar fatal es^
consecuencias,., ¿Ño se conmueve usted?.,.
Le aseguro que yo siendo un extraño en to-
do esto me siento alterado.,, estoí arrepen-
tido de hal>erme mezclado en ello^ porque
estas tristes escenas me desazonan en ex-
tierno... pero ya está hecho-.. Déjelos ha-
blar un momento ; mayor mal liaí en impe-^
dírlo-.^ además está usted aquí a un paso,
y ellos no están solos; se encuentra también
en la alcoba esa chola que atiende a la en-
ferma: ya ve usted que no se falta a las
conveniencias,..
La señora abatida por tantas conmocio-
nes, de dejó caer sobre una silla y rompió-
a llorar.
Lncía al ver que su tía y Martel saliaa
dejando ahí a Alvar, teadieudo hacia él sus
brazos solo pudo exhalar una palabra, un.
nombre:
—i Tíctor !
Era tan impresionado el acento de la ni-
ña, que AJvar con sobresalto se abalanzó
hacia ella y tomándola una mano le suplicó;
^Lueía, ten calma, por Dios, no te al-
teres tanto,,, tu salud está delicada,..
La joven respiró con fuerza y logró ex-
clamar:
— [ Al fin puedo hablarte ! . . . yo creía ya
que esto no sucederia nunca... i^ero estás
aquí, te tengo a mi lado.,, siéntate en esa
silla junto a mi cabecera, bien junto... eso
es.,, habíame ahora; no temas que la chola
entienda tus palabras, pues no sabe caste-
llano.,, díraelo todo, díme si me has olvida--
\
— 230 -
do, díme si rvnu me umae, pero díme la ver-
dad, no tengas temor de matarme, porque
si no mi^ amas para qué quiero yo vivir,..
Era tal h emoción de la uiila que Alvar
se vio obligado a dedrle:
— Tu ajitacion me desespem..* ¿norcB
que te estiÍB matando ?. . . eeriinate un poco- . .
Bin eso no podré decirte una palabra..- sólo
podré sufrir de verte así, , .
Lucía 3e pasó las manos por la cara y
tratando de sonreí i", dijo sin exalüíeion:
— ¿Lo ves?.*, ya estoi calmada,,, no
tenias por mi salud, porque me siento me-
jor con verte aquí... He peneado mií ve-
ces en este momento y mil cosas tenia pre-
paradas pitTi^ decirte la primera vez que te
viene; pero abora que ha llegado el caso no
s6 lo que me pasa; todo lo bcclvidado... no
sé cómo comenzar, no sé qué decirte... solo
nna cosa no más; ¿me has olvidEido? ¿me
amas todavía?
— Siempre, y ahora mucho mis por lo
que te lie hecho sufrir . , .
—No, Yíctor; tú no me has hecho sufrir;
todo ha sido obra de la casualidad, de mi
desgraciada suerte que lo ha querido,,,
— ¡Qué jenerosa eres I , , , — murmuró Al-
var a qiñeu la magnanimidad de su amada
eonmo^'ia más que lo que pudiemn haberlo
hecho sus recriminaciones.
—Es la verdad lo que ]e digo,., yo lo
comprendo todo... tú no quisiste abando-
narme ^ tu deber, tu honor te obligó a par-
tir; tii no podías quedarte allá cuando tu
batallón iba a correr peligros, a entrar en
combates; habrían dicho qne eras un co-
barde; para disculparte nadie habría teni-
do en cuenta el dolor de una pobre niña..,
toílo eso lo he adivinado, . , hai algunos pun-
tos qne no he podido comprender: ese sol-
dado que debía diríjíriae y que no regresó;
esa señora en cuya casa dcbia ir a esperarte
y a quien no encontré*- en fin, tú me ex-
pheanís todo eso; yo esfcoi segura de qtie en
nada hai culpa tuya...
^Ejíc soldado no pudo volver al hotel
porque fué obligado a marchar con noso-
tros; sucedió eso a tiempo de partir el tren,
cuando me era imposible comunicártelo.,.
^Ya ves como tenia yo razón en no cul-
parte; ese hombre parecía mui bueno, yo
tenía confianza en él, me consoló mucho;
me dijo que era tu asistente,
—Sí; es \m buen muchacho que me ha
servido muchísimo con sus atenciones; por
desgracia hoi ha tenido mala suerte, ha sí-
do herido.
— ¿Sí?... ¡pobre!.., ; cuánto lo siento!..*
¿y está de gravedad?
—No; es una herida en una pierna; sa-
nará enteramente,
— Míis vale así..* Aquel díase mostró
muí bueno conmigo: yo lo esperaba con an-
siaíí, * , ¡qué recuerdo ! ¡qué día tan amar-
go?.,, después he sufrido muchísimo; pero
creo qne no tanto como entonces: aquella
soledad, aquella íncertidumbre, aquel de-
samparo, me mataban: es cierto que todavía
no estaba acostumbrada a los padecimien-
tos: auu me parece ver esa habitación, la
puerta por donde saliste, la mesa en qae es-
taban tus cartaSj el sofá en que me echaba
a llorar desesperada, y luego el ruido de las
pisadas de los que andaban por el pasadizo
que me cortaban la respiración creyendo
fueran del soldado, pero pasaban sin dete-
nerse y quedaba todo en silencio; sin em-
bargo, lo más tremendo para mí fué aquel
sueño horrible , , . te lo he contado en mi
carta . , , ¿lo recuerdas ? , , ,
— Sí; ¡lo he leido tantns veces!.,,
--Constantemente se me representaba
en la imajiuacion: esas flores sin olor, esos
frutos sin sabor, esos arroyos cuyas aguas
saltaban sin producir ningún sonido, todo
eso es una copia de mí viaa desfle aquel dia
acá, desde entonces no ha habido panimí
ni perfumea, ni s^ustos, ni armonías; como
aquella naturaleza muerta, así ha sido mí
existencia; solo he vivido dentro de mí mis-
ma qne es donde están mis pesares. Y des-
pués aquella desconocida tan indifei-ente
que encontré al ñu de mi camino y que ni
aun se fijó en mí, me paivcc que es el mun-
do, la sociedad, que para mi no tiene ni
una palabra, ni una mirada; donde no bai
nadie que vuelva hacia jni los ojos.,-
— ÍTo digas tal cosa, Lucía; ¿no me tie-
nes a mí , qne te amo ? i no tienes a tu tía ?. -
— Sí; ahora los tengo; pero fija te ^ Víc-
tor ; el jardín de mi sueño se me figura qne
es mi vida, y fué en los fines de ese jardín
donde hallé a la indiferente mujer. íío
quiero hablar nnls de esto que es muí triste
para mi ; con la desgracia me he puesto su-
pe rti ci osa : la desdi c ha en se ñ a m uch o ; yo
antes no hablaba como ahora, ¿ no es cier-
to, Víctor? ¿no lo has reparado?,,,
^Es verdad, y tienes razón para hablar
así; has sufrido tanto.
—Me compadeces; esto cá el mayor al
vio para mí. Si tú me hubieras visto aqn
día; si más tarde, en la noche, bubier
visto a tu pobre Lucía vagando sola por h
— 231 —
■calles sni tener nii asilo seguro, ajKgada en
llanto, muerta de pena y batata de miedo,
entonces te hubiera causado mayor lástima
-,. ¡Cuáuto padecer!. , * Y luego encontrar
a mi padre donde méüos lo esperaba ; me
pareció una co^a sobre natural, perdí la ca-
beza j apenas se cómo me a rastró hasta
la caaa; bu ira^ eus palabras^ sus amenazas,
son cosas que no logro recordar bieu, sólo
tengo memoria de que él, siempre amable
aunque inflexible coíiniíf^Oj me parecía
aquella noche un hombre terrible cuyo as-
pecto me sobrecojio . Únicamente cuando
mi tía me cctidnjo a su alcoba pude reco-
brar la razón que tenia perdida, Al día si -
gnientc amanecí con una fuerte fiebre; pero
cuando mi tía fue a hablarme do la dije ni
una palabra; yo comprendía que en ade-
lante 8 ó lo tenia el derecho de padecer en
silencio y sin iniportnnar a nadie con mis
quejas j me ^\h6 (|ue íbamos a salir de Li-
ma, y yo incliué la cabeza sin atreverme a
prono nciar una réplica ni aun a pregunliir
adóude nos dirij i riamos i habí a yo caído tan
abajo qne no osaba ni levautar la vista,
mucho méuos la voz. Llegó el momento de
partir y me dejé conducir como unapeí'so-
iia muerta ya; ¡qné resistencia podía opo-
ner 1 Mi padre no me dirij ia ni una mirada
y yo no chista bi siendo todo mi anhelo pa-
sar desapercibida,
Alvar escuchaba enternecido aquella ar-
jcEtína voz qne tan alegre había oído otras
veces y que ahora estaba impregnada de la
lüós profunda melancolía. La infeliz niña
sabia dar a su acento tal entonación y tal
expresión a su fisonomía recordando la his*
toría de s^is pesares, que el más indiferente
se habria conmovido oyéndola,
—Cuando estuvimos en el Callao, — con-
tí nnó diciendo,— y entramos en un bote,
yo tuve susto, se me imajinó que me iban
a mandara tierras muí lejanas, no sé qne
locura pensé, creí que me íLian a dejar aban-
donada; temblando me atreví a inclinarme
hacia el oído de mí tia para preguntarle : —
*'¿ Dónde vamns? ¿No me dejanín sola?"
Mí tia me miró y al verme tan aflíjida me
tuvo compasión y respondió:— íí¿Nq ves
qne voi contiguo ?íj Esto me tranquilizó al-
go. Subimos a un vapor y mí padre nos
llevó hasta un camarote donde nos instaló;
enseguida salió con mí tia dejándome a
'ai sola; al cabo de un rato re^'esó ella úni-
amente : mi padre ee había ido a tierra sin
espedirse de mí.,. En mi carta te he con-
vido todo eso: lejos de tí y rechazada por
raí padre; tú comprenderás la amargura de
mí situación. Durante la navegación mí tia
se mareó y esto fué una fortuna para mí
porque me esmeré tanto en atenderla que
logré qne me mirara con mejores ojos y qne
me dijera cual era el fin de nuestro viaje.
Desde entonces he hecho cuanto me ha sí-
do posible por captarme su voluntad, sin
replicarle jamas, obedeciéndole con pronti-
tud en todo, adivinándole el deseo hasta en
lo máíj mínimo; ella me quiere y me trata
bien ; pero yo angustiada, llena de recelos,
temiendo que algún día por cualquier dis-
gusto que involuntariamente le cause lle-
gue a echarme en cara mi falta: ese díame
moría yo de vergüenza.
Lucía se detuvo para exhalar un comprí-
do suspiro, y luego prosiguió:
— En Pisco desembarcamos y pronto hi-
cimos ese viaje terrible a través de las cor-
dilleras: el frió, las tempestades, la nieve,
los precipicios, los peligros; pero yo casi no
atendía a mí misma, lo único que me preo-
cupaba eran las quejas de mi tía, temerosa
de qne atormentada por sus penalidades
llegara a decirme: — "Tú tienes }a culpa de
todo." Pero se ha portado mui noblemen-
te y jamas me ha dirijido un reproche;
pero no por eso dejo de estar atormentada,
porqne lo que no me dice lo sentirá, y en
los trances difíciles no me atrevo a mirarle
la cara por miedo de ver la reconvención en
sus ojos- Y cuánta justicia tendría para
ello cuando ha estado a punto de ser ase-
sinada por los indios, como tú lo sabes, y
todo a consecuencia de mi falta; sín eso
viviría ella tranquilamente en Lima.
—Lo que tú dices de tu tia lo puedo yo
decir de tí; soi yo la causa de todos tus pa-
decimientos; pero créeme que si yo hnhiem
sabido que el dia siguiente iba a salir de
Lima, no te habria heoho abandonar tu
casa; habría sido una infamia de mí par-
te...
—Te lo creo, te juro que lo creo^ — ^re-
plicó la niña con viveza; — no pienses que
yo intento hacerte recriminaciones; si te
cuento las penas de mi corazón es poi'm;e
quiero desahogarme refiriéndotehis,.* En
fin ya he logrado esto y me he aliviado al
contártelo pasado...
Y haciendo una pausa para respirar en
m^io de sollozos, agregó:
— Solo me falta lo futuro.
— Pero, Lucía, tú misma te apesadum-
bras aún más forjándote penas para lo por-
venir; ya has apurado lo más amargo del
— 232 —
-cáliz í he oído repetir a tu tm íjiiü pronto
regresará a Lima &ín que nadie la rettíiig^a.
—Eñ verdad; tiene esa lir me resolución:
ya no pnede íioportar más su permanencia
aquí.
— Ya vea que tus temores son infunda-
dos.
—No, Yíctüt; mis temoreB tienen otra
causa.*, que será la de mis mayores sufrí-
míeutos... de eso nada eabc mí tia ui ua-
die... solamente yo lo w^.<. 7 tú lo puedes
adivinar,..
Cubrióse Lucía el rostro con ambas ma-
nos, y dando t re srua por un instante a su
llanto, acercó la boca al oído de Alvar y
murmuró eíi voz baja y temblorosa í
— ¡Víctor, pronto tendré un lujo tuyo í
Alvar sintió un hielo mortal en su aan-
^e.
Aquello que on cualquiera circunstancia
era una gran desventura para la desdicha-
da niña, se conveitia ahora en una terrible
desg^racía.
El joven quedó anonadado. Lo que mas
le abrumaba era considerar que él no po-
día prestarle socorro alg-niio, ni hacer nada
por ella; al contrario^ pronto se veri a obli-
gado a partir j a dejarla sola con su do Ion
¡Qnó iba a ser de ella I Rechazada por bu
padi'e, separada de su amante. Y él ¿qué
podía hacer en su favor? Nada^ absoluta-
mente nada; tenia por la fuerza que dejar
correr los acontecimientos ent reinados al
acaso. Todas est<)s pensamientos la vinie-
ron de golpe en la mente y murmuró;
— I Qué desdicha tan grande Lucía.
— Ya ves cuál es mi situación» Cuando
mí tía lo sepa voi a morirme de vergüen-
za... ¿Y que va a hacer ella conmigo?
¿dónde me va a llevar?. , , aquí no querrá
ella sufrir una afrenta ante sus parien-
tes.^-
— Pero ustedes van a regresar pronto a
liima; yo también voi para allá; allá me
encontraré contigo y no nos separaremos
más.
— Bien conoces el estado en que se en-
cuentran estos países; con las montoneras
y revueltas están interceptados los caminos
y quien sabe cuándo podremos ma reliar-
nos... y ^luizás entonces... ya no será
tiempo.
AJvar no halló qué responder,
Lucía le cojió una mano y la estrechó
con vehemencia a la vez que mirándolo
tiernamente le dijo:
— Bi tú deseas, como dices, no separarte
^ más de mí, puedo yo hacer una cosa*.-
irmc de aquí contigo cuando tu te mar-
ches...
El joven oficial la dirijío una mirada de
compasión, y ahogando un suspiro con-
testó:
— ¡Pobm mi Lucía!, . , venirte conmigo,
marchar tú con la división. .. eso eí^ impo-
sible... A ninguna mujer se le permite,,.
Tú habrás visto u oído dí.eir que en al-
gunos batallones ha habido cantineras y
gran número de mujeres que andaban con
ellos; eso ha tí do en la costa: aquí en Ija
Sierra íns marchas son terribles; muchos
soldados, hombi'es fornidos, no pueden re-
sistirlas y mueren en elbs; la débil com-
plexión de la mujer es incapaz de tolerar
sus penalidades^ con nosotros no %an per-
sonas de tu sexo. Ahora a tí tan dcücada y
en el estado en que estás, i>ermitirte tallo-
cura sería para que mu li eras desampara-
damente en la mitad del camino.
— Prefiero correr toda clase de peligros
y estar a tu lado.
—Tío me desespereSj Lucía, pidiéndome
lo q;ie no puedo coucederte. Auüquc lo qui-
siera Imeer, los jefes lo impedirían.
— Pero* * . yendo ocultamente. . ,
— En una división que marcha como la
nuestra hai muchos ojos para que algo pue-
da existir oculto. Adeuuis con una pahibra
que doña Manuela dijese al coronel se im-
jxídiria tu marcha y solo se habría logrado
darun>scándalo* Xo hai ni que pensaren
eso; no es posible ejecutarlo; no lo seria
aun si estuvieras en pej'fecto estado de sa-
lud; ahora, enferma..* ¡qué podre de-
cirte !
E] acento y las razonen de Alvar coa*
vencieron a Lucía que contestó bajando la
cabezal
— Es jiLsto loque me dices; tendremos
que separamos nuevamente,
—Pero también nuevamcnta nos encon-
traremos, y en círcuntancias miLs felices,
TJn mes nos demoraremos en llegar a Lima
allá te encontrare yo, puesto que tú yéu-,
dote por lea llegaríLs más pronto. Por
ahora la separación imestra es forzosa r tú
no puedes venir conmigo, y yo puedo que-
darme aquí...
— ¡Tú quedarte aquí^ — exclamó Lucía
con espanto; — [ eso nunca ! te matíu'íau. . -
¡que harías tú solo entre tantos enemiga
me haces temblar cou decir tal cosa, . .
— Xo niego que esa es la verdad, y a
mas, ¿qué favor podría yo prosU^rte qucd
— 333 —
«dome?.*. ninf^uBO; al contrario j te expon-
'CUia inútilmente a sufrir mi misma suerte,
— Kü me hables de ta! cosa: me causa
terror; es preciso íiue tú te ^'ayas con tu
l:>atal]on . . , yo te he visto, te he hablado,
te he contado mis penas y con cato tendré
paciencia, y contando laa horas esperará el
di a en que vuelva a encontrarte.* . Yo no
quiero ser contigo una persona exi jentc que
"te fastidie; mi deseo es agradarte y por ello
^diera la vída^ mi único anhelo, mi único
afaii es que me qnicras; mientras tú me ames
tendré la esperanza de que algún día con-
*<!luyan mia desdichas... Si ahom te he
abrumado i-efi riéndote mis desventuras ha
gido porfjue ellas me ahogaban ocalt;Índo-
Ibs en mi pecbo... tú al oirías has mostra-
ndo la compasión en tu semblante; esto me
Im aliviado**, ya note hablaré mas de
^ellas.,. Quisiera estar buena para presen-
tarme risueña j alegre ante ti; pero esta
fiebre no rae deja, siento pesada la cabe-
za.., Quidera que me hubieras encontra-
-do eis pié V bien puesta; el aspecto de una
-enferma, pahda y desaliñarla produce mala
impresión,,. Tn has conocido a otra La-
cía que la que abora ves.
Y dejándose arrastrar por a^inel sentí -
roiento iimatoeu una niña de su edad, que
BÍempre aspira a aparecer bien, sentimiento
que se trasluce aun en las circunstancias
mas apremiante de la vida, Lucía se son-
rió dulcemente y pasiindose una mano por
la cabeza para alisar sus cabellos, preguntó
a su amante:
— Ko es verdad que estoi horrorosa?
— EatiSs encantadora,— contestó Alvar
con pasión.
Lucía trató de sonreír con esa gracia que
tanto hechizo le daba a su lindo rostro;
más sus labios ac contrajeron sna ve mente
y en su semblante no lució la gracia que
Alvar le había conocido; pero sí una dulce
melancolía que bíen merecia el epíteto de
encantadora pronunciado por su amante.
La aparición del teniente Martel vino a
interrumpir el diálogo.
La chola, que permanecía en la habita-
ción, lo miró con esa indiferencia c inmo-
yilidad propias de las de su raza. Ahí
había estado sentada, quieta^ indolente,
masticando algunas hojas de coca y sin
ííniTiprender lo mm pasaba a su alrededor
ratar tal vez^de comprenderlo,
■'artel so aproximó al lecho dicieudo;
Aun no ha tomado la señorita sus re-
lÍOB.
Mírrt Lucía híícia la mesa donde estaban
loe medicamentos, y contato:
— No ; pero hai tiempo para eso.
— Sin embargo seguramente le conven-
dria tomarlos luego, y en seguida entregarse
al reposo; ¿no te parece Alvaí'?
—Es verdad, — respondió el teniente que
aunque hubiera querido prolongar el colo-
quio, conoció que era necesario cortarlo
mirando por la salud de su amada.
Y se levantó de su asiento.
— ^¿ Ya?— exclamó la niña.
Martel contestó por su amigo ;
— La conversación puede aumentarle la
fiebre; es menester suspenderla. Mañana le
haremos otra visita.
Doña Manuela acababa de entrar y oyó
estas palabras. Lucía la miró y vio que sa
semblante no demostraba asentimiento;
pero tampoco reprobación: permaneció im-
pasible,
Dcspties de cambiarse algunas palabras
entre todos, durante las cuales la señora es-
quivó dirijirse al teniente Alvar, éste se
despidió de Lnda dándole la mano.
— Hasta mañana^^díjo ella.
— Hasta mañana, — balbució él temero-
so de que la señora le impídiei'a repetir sa
visita,
Loí^ dos oficiales salieron de la alcoba
seguidos de doña Manuela.
Alvar estaba demasiado conmovido coa
lo que acababa de oír a Lucía para que le
cansara temor tener una explicación con la
señora.
Cuando estuvieron en la sala, doña Ma-
nuela se áirijió a él y sin eitaltacion, pero
con seca serenidad, le dijo:
— Señor, usted ha Jieeho mni mal en
vem'r a esta ca.^a; Lucía estaba ya tran-
quila? poco a poco había yo ido logrando
que olvidara lo pasado, y su presencia ha
venido a trastornarla nuevamente. Gomo
usted lo ve, ahora se encuentra enferma,
se encuentra en un triste estado, y yo por
evitar un accidente me he \isto obligada a
consentir en que usted la vea y la hablo
después de ser ésto lo í|UC con miis cuidado
lie tratado yo de evitar. Si ust-ed hubiera
tenido siquiera compasión de esa pobre
niña, no íiabria venido por acá a remover
sus pesares.
-^Tíene usted razon, señora, para mi-
rar con desagrado la manera algo irregular
como be venido yo aquíí pero bai en mi
favor una gran disculj^: yo necesitaba ver
2%
— §34 —
a Lucia, me era preciso hablar con ella,
me era menester darle niÍ8 explicacionea de
viva voz para couveucerla de que yo no
iftbia tenido k intención de abandonarla,
que Labia estado mui lejos de pensar en
í^ infamia y que todo liiibia sido la obra
de nna fatal caBualldad. 8i estando yo
aqni, en Ifuanta, donde ella eatá, no lin-
biera tratado de verla, Lucía habría creído
indudablemente de mí todo !o rniía malo
posible ; <^ue jo era un miserable ; que la
había arrancado de su hogar pai"» abando-
narla al di a siguiente; que con la mayor
vileza la había dejado ahí en medio de la
calle sin socorro, sin asilo y entre^da a la
ventura: todo eso habría creído ella pare-
ciéndole una prueba el hecho de que yo no
pusiera empeño en verla. Yo avaláo mui
alto el aprecio de Lucía para que quÍBÍera
perderlo sin tentar nada en tni favor. Este
es el caso, señora,
— Con disculparse usted ante ella cree
haber enmendado su falta; pues yo pienso
de otra manera. Lo que ha hecho usted es
solamente avivar el fuego de su tor-
mento,
— Pues yo creo por el contrarío que mi
pr^eEcia le ba traído algun alivio, algún
consuelo,
—Esto es momentáneo; lo esencial es lo
Eorvenlr. Yo tengo órdenes de su padre y
(5 querido y debo impedir¿étíto.
— Al oir el modo como usted dice
**esto/* cualquiera podria pensar que se
trataba de alguna aeeion ruin; ¿j qvté es lo
que hai ? que yo he venido a ver a una eii-
ferma y a decirle alguuas palabras de
abe uto,
-^ Es lo que no quiero consentir y me
asiste derecho para ello.
Alvar replicó cou calma, pero con fir-
meza,
— Yo también me creo con derecho y
hasta con obligación de ver a esa niña y
atenderla como me sea posible.
La señora tuvo un arranque y eielamó
con ira mal contenida :
— lAl íin de todo yo no soi su madre I
isi usted se cree cou derecho sobre ella,
sáq líela al instante de esta casa, llévesela
usted!,,.
El amante de Lucía enmudeció.
Su amigo contesto por él
— Señora usted se enalta demasiado, di-
C6 lo que no piensa; propone hacer lo que
está más dispuesta a impedir,,. Tenga un
poco de sosiego.
Doña Manuela se dejó caer desplomada
sobre una silla y pasándose la mano por k
frente murmtiró:
-*Es verdad ; no sé lo que digo,
Marfcel prosiguió;
— Estos asuntos tao delicados y de loe
cuales puede depender Ja díeha de una
persona querida, es necesario tratarlos coa
toda serenidad. Mañana estará Dsted más
sosegada y podrá hablar con mayor tran-
quilidaí!. Oreo que por ahora lo más acer-
tado será suspender esta entrevista,
La voz de Martel ejercía gran influencia
en la señora que Ir miraba como su salva-
dor- Nada contestó, y tomaudo el teniente
su silencio por aquiescencia, la dijo dáti-
dolé la mauo:
^ Hasta mañana,
Alvar hizo un saludo con Ja cabeza y
ambos o'fíciales salieron de la sala.
Cuando estuvieron en la calle Alvar res-
piró cou fuerza diciendo:
— Yeugo que no sé donde piso, con la
cabeza atolondrada,
— De veras que la señora se ha mostra*
do muí pertinaz.
— No es eso lo que me preocupa; es ella,
es Lucía; su desdicha, y su angustiada si-
tuación me ti cu en abrumado,
— En verdad esa pobre niña es mui des-
graciada, ba sufrido mucho.
— Y tú no lo sabes todo. Lo más duro
para míes no poder hacer nada por ella;
esto me mortifica,,. Por cod cede ríe la paz^
si posible fíxera, ahora mismo me casaría
cou ella*
Martel ¡mgé que debía hallarse muí
conturbado su comptrnero para cj^ue tal de-
seo expresara. Le pareció una cosa tan es-
tiam botica, tan esorbitaute, hablar de
matrimonio en aquellas circnosUmcias, en
medio de la campaña activa, de las mar-
chas, de los continuos combates, que miró
a su amigo con sorpresa, y dijo:
— Hombre, para tal cosa, sin contar con
los otros mil inconvenientes que se pre-
sentan, hai tino que lo impide de hecho, y
es que no existe aquí ningún sacer-
dote.
— Ya lo se, y aunque lo hubiera, falta-
rían muchos requisitos que llenar,,, seña
imposible.
Tras de esto Alvar quedó silencioso ;
ambos compañeros siguieron andando há
cia au cnarteb
*f
m^
— 385 —
LYin,
El capitán Lostan cumple su
encarE^c.
El día sigDiente la división permaneció
^n Hnanta; pera aquel dia no fué de des-
* can 90 para toda la tropa, pues alonas
csompafiias de infantería y fuerzas de ca*
ballena salierou a dar una corrida a los
indi US. Como ya en otro capítulo hemos
hablado de otra excui-síon semejante por
awjuellos miamos parajes, el bosque y la
montaña, nos contentaremos con decir cata
Tez fjue muchos enemigos fue roi^ruda men-
te castigados.
Alvar y Marte! no tuvieron que tomar
parte en la correría, y hallándose desocu-
pados, en la mañana se dirljieroQ a la am-
bulancia a ver a Peralta
Era natural que Alvar fuera a ver al
herido que tan buenos servicios le había
prestado siendo s¿ asistente. Maitel lo
acompañó con [(iiato, pues recordaba que
gracias a su "indaUría" se había eecíipado
de un t^ ^uce pesíido.
Estab:t el soldado tendido de espalda.^ cu
su camílln, posición que le obligaba a guar-
dar su pierna herida. Aunque después de
recibido el balazo había con.servado entera
sn razón por alguuas horas, en la noche
tn%^o una fuerte fiebre y delirio; sin em-
bargOj no babia amanecido mui mal j
tenia la cabeza req;ularmente despejada,
Alvar le hizo alguüaá preguntas, y vien-
do ijue la herida no ofracia gravedad, le
dijo sonriendo:
^Pero, hombre, a tí que nunca te fal-
tan imhístrias no se Le ocurrió ninguna
p&fa aacarle el cuerpo a la bala.
— Se lo saqué, pues, mi teniente, y le
puse la pierna: así siquiera lo más que me
pnede pasar es quedar como los loros cuan-
do tienen frió, parado ea uua pata,-.
En eae momento apareció el capitán So-
ler que también venia a ver al berido con
quien el dia anterior se Labia visto en tan
críticos lances. Lostan lo acompaOaba,
Pespaes de cambiaralganas palabras con
Peralta, loa dos capitanes se retiraron, y
retan pasando por entre las camillas de
f euf erraos y heridos que ahí estaban alí-
idas, decía:
—Cómo vamos a vernos para marchar
i tantas camillas, siu contar con que
ii'iln aumentando en el camino, , • Annqna
tambieu es cierto que muchos de eatoá in-
felices irán encontrando en las viaa y en
las punas la gran cama, la tierra, donde ycb
no tendrán que pasar penurias ni que ha-
cérselas pasar a los otros infelices que tie-
nen que cargarlos en sus hombros,
Los dos tenientes alcanzaron en la puer-
ta de la ambulancia a los capitanes,
Alvar ae acercó a Lostau diciéndole a na
lador
— Ta se dónde está !a persona para quien
tiene usted una carta.
El capitán se sonrió contestando ;
— ^Lo que usted sabe^ teniente, es dónde
está la otra persona, la otra personita.
Le pidió en seguida que le diera las se-
ñas de la casa y concluyó diciéndole;
— Yo iré solo a ver a esa señora y entre-
garle ! a carta de que soi portador; no lo in-
vito a venir conmigo porque aquellas per-
sonas podían creer que yo me valia del
pretexto de la carta para introducirlo a us-
ted allá, y con franqueza le diré que a mí
no me gusta meterme en los asuntos aje-
nos, tiiueho menos tratándose de amoríos.*,
aunque ]x>r otra parte presnmo que ya us-
ted se habrá dado sus trazas . * . como su
cara me lo está diciendo.,. En fin, de to-
da3 maneras preñero ir solo,
' Queriendo cumplir su encargo, Lostan se
dirí jió a casa de doña Manuela.
La señora lo recibió con cierta reserva;
pero cuaudo supo el objeto de su visita j
hubo leido la carta, cambió de ñsonomía,
Le dio las gracias por su atención y le hizo
algnuLig preguntas a propósito de la salud
de su hermano, y luego anadió cuan conve-
niente habria sido para ella que éste hubie-
ra alcanzado hasta Huanta,
En seguida la señora hizo rotlar la con-
vei-sacioQ sobre las penurias que había te-
nido í[ue sufrir en esos tiempos, sin olvidar
la apurada aventura del desvalí y los in-
dios.
— Ya ve usted, — concluyó diciendo, —
como sin ese oíxeial Iiabriamos sido asesi-
nadas. Lo estamos mui agradecidas.
Lostun se sonrió contestando:
— Me parece <jue el mejor modo de moB-
trar su gratitud sería silenciando el hecho,
pue.1 ¡íuede llegar a o idos de los jefes j ten-
dria malas consecuencias para el teniente,
— De vóms que así me lo había reco-
mendf^do él; pero yo por hablar eu su ala-
banza.,.
wr
5!36
, — Comprendo, señora.
. *— Espeio que usted no lo dívulgai-á.
"No tema ust^d. Yo conocía ya el tran-
ce aquel, j aunque le aplaudía el castigo
que dio al par de iodioa, le vituperaba el
acto de aalír fuera de su campamento. De
todas maneras, celebro iufiíiito que haya
prestado a ustedes tm buen servicio. Si sabe
el teniente que están ustides en la ciudad
Tendrá seg^uramente a liacerles una visita.
Doña Manuela miró con fijeza a Lostan
j contestó;
—Anoche estuvo aqui,
— ¿ Sí ? — dijo el capitán, que en realidad
ignoraba esa eiiTiunstancia»
— Estuvo con otro oficial.
Tornó la señora a mirar a su interlocu-
tor; pero éste auuque supuso quien era el
otro oficial, permaneció impasible, pues
como lo í labia expresado no qutíria mez-
clai'se en asuntos ajenos-
— Mucho nos Birvieron^ — coutímió doña
Manuelr, — pues trajerou médico j medi-
cinas para mi sobrina que está enferma,
Y tras de esto eontó las escenas de la
noche anterior que ya conocemos, pero ca*
liando por supuesto lo relativo a los amores
de Alvar j Lucía.
Desde el lugar donde estaba sentado
Lostau alcanzaba a dÍ8tisfcing;uir nna parte
del lecho de la niña enferma en la habita-
ción contigua.
Lucía que había sentido entrar a nn cs-
traño y también conocido que era militar
por el ruido que Imcia su sable, no pudo
resistir a su natural curiosidad y se inclinó
en su cama lo suficiente para divisar a hi
visita.
Yió Lostau la cara de la niña j cou se-
renidad preguntó a doña Manuela:
— ^Eb esa señorita su sobrina? .
— ^éi, — contesü) aquella volví ende la cara
y agregó en voz alta dtrijiéndosea la niña:
^Es una carta de ta tic; y viene también,
adentro una cartita de tu pnma para tí^ voi
a llevártelas para que las leas,
Y así lo hizo levantándose de su asiento.
Lostau tornó a mirar a la niña murmn-
tando en su interior:
— ^lío tiene mal gusto el teniente Alvar.
La señora regresó al punto. Después de
conversar un momento más Lostau se ofre-
ció para ser portador de las contestaciones
y la señora aceptó
Se despedía ya el espitan, cuando llegó
otra persona* Era el doctor X., quien como
lo había prometido venia a visitar la en-
ferma.
Saludó el doctor, y viendo que Lostaa
cojia su kepis pora irse, le dijo:
^Espéreme un instante, capí tan » y nos
iremos juntos.
— Corríeiitej--eon testó el oficial
El médico y la señora entraron a la al-
coba.
Lostau se puso a pasearse por la sala
acercándose disimuladamente a la puerta
de comunicación, deseoso de oir la voz de
Lucía, pues la niña le inspiraba interés^
tanto por sus aventuras cuanto por ser pri-
ma de Rosa.
El doctor encontró en mejor estado la
salud de la enferma. Hizo algunas indica-
ciones sobre el réjimeu que debia seguir y
después de cambiar las palabras del caso
salió de la alcoba con la señora:
Lostau se adelantó hasta ellos para dea-
[.Kídirse nuevamente de la señora.
Oyóse entonces la armoniosa voz de Lu-
cia diciendo un poco alto;
^Tia, de usted las graciasi a ese señor
que nos ha traído las cartas, y pídale que
si ve a mi prima le diga que estoi enferma
y por tanto solo le he contestado con unas
cuatro letras que es lo que pienso hacer.
Sin esperar que respondiera doria Ma-
nuela, Lostan replico eu voz alta:
— Lo haré, señorita^ si logro ver a sa
prima o a su tio; aunque con el sentimiento
de darles una mala noticia; mas, espero
que ya en ese dia estará usted bieu de
salud*
— Gracias, Siento Jiaber estado enferma
porque hubíei-a deseado hacerle alírnoas
preguntas a propósito de mi prima Rosa,
pues yo no la conozco.
— Poco habría yo podido decirle, puesto
que apenas la he visto un piír de veces a la
1 i jera, sin eml>argo ha sido lo suficiente
para que me pai^ezca una amable y hermo-
sa joven.
Lostan oia a su interlocutora sin verla;
pero era él demasiado veterano para no
satisfacer el deseo que tenia de cambiar
algunas palabras cíira a cara con la niña;
y del modo más natural, haciendo como
que no cscuchalia bien su voa, fué acercán-
dose a la puerta hastu que desde el umbral
pudo ver su dulce y mt^lancólico ros tro -
El diálogo continuó durante tres o ce
tro minutos versando sobre el mismo asu
to mÚE o menos.
\
— 237 —
Eae corto coloquio bastó para que Lob-
tan, ademils de bella, encoutram dulce j
discreta a la nifm, y para que fiintíevit sim-
patía por ella.
Despidióse cu seguida y salió de la casa
con el doctor.
— ¡Pobre niña! — pensaba Loataní — tan
jÓTen, tan linda, tan aguda, y sufriendo
tantas desagracias, sufriendo tanto cuando
la vida debía presentarse para ella como
nn jardin de flores para una mariposa.
Desde temprano Airar habia estado ins-
tando a su compañero Martel para que
fueran a casa de Lucía, Trabajo le babia
<¡ostadc a éste hacerle Ter que era faltar a
\m conveniencias y llamar la atención apa-
recerse allá mui de mañana.
Poco después del mediodía se pusieron
en camÍDO-
— ^To creía, —iba dicieudo ilartel, — cjue
las cholas sólo servían j^ara vender comes-
ti bles y tejer ponchos ; pero veo que tam-
bién pueden ser útiles para otras cosas.
Áhi tienes qre si no hubiera sido por usa
chola que acompañaba a Lucia, tú no ha-
brías podido hablar tranquilamente con la
niña. No era posible ni propio que te de-
jaran solo con ella; doña it aúnela habría
estado escuchando el diálogo y ustedes no
habrían podido hablar a ftua anclias. Esa
chola estando allí de estafermo te ha veni-
do a las mil maravillas, ella con su !|ui-
chua que tú no hablas, y tú con tu caste-
llano que tila no en ti ende j la cosa ha mar-
chado divinamente,
— De veras qne ha sido suelte.
—Y grande.
Los dos amigos llegaron a la casa y en-
traron,
LIX,
Despedida.
Doña Manuela bahía reflexionado mu-
cho sobre la situación.
Más que los ruegos de su sobrina y más
que las razones de MarLel, la había obli*
gado a conceder la noche presente nn rato
de expansión a los dos amantes el temor
de que Lucía sintiéndose contrariada se
^^■^'íeorara de salud, lo en al &e hacia tanto
5 temible cuanto que allí se carecía de
irsos para atender una enfermedad.
lO qne la señora había deseado ante-
Ti^ente era impedir qne ellos se habla-
ran, esperando qne con la ausencia vendría
la calma j la tranquilidad para Lucia. Así
es pue cuando ambos amanttií se hnbíerou
visto, cuando se hubieron comunicado, ya
no consideraba tan importante seguir lu-
chando por oponerse a ello y mucho más
cuando Alvar se vería pronto obligado a
l>artir y la separación se efüctuaria natu-
ralmente.
En ^-ista de todo esto se resolvió a con-
sentir de que el joven volviera a la casa.
Por otra parte pensó nue tener una ex-
plicación con Alvar a nada conduciría. Lo
único que pedia imponer al joven era una
promesíi de reparar su falta lejitiniando
sos amores, Pero esa prouie-ía la obl libaría
a hacer ciertas concesioneíi tales como la
de permitir mayor expansión a las relacio-
nes entre los düs jóvenes, consentir en qne
mantuvieran correspondencia por escrito
y comprometerse a regresar ella a Li ma
llevando a \a niña para dar un tranquilo
desenlance a aquel drama. La señora no se
atm^ia a tomar bajo su cargo tamaña rea-
ponsabilidad- ella no era madre do Lncía
y no podía tomar tan grave determinación
sin consultar antes la voluntad de sn pa-
dre.
Además consideraba que Alvar, instado
por el deseo de verse con su amante, otor-
garía fácilmente la promesa, p^ro sin pen-
sar en cumplirla, y se aprovecharía mién-
tms tanto de las concegiones que por ella
se le hicieran, las cuales ^ aunque en nin-
gún caso traspasarían los limites del deco-
ro, vendrían a ennegrecer el borrón que
manchaba la vida de Lucia,
En consecuencia, doña Manuela decidió
no tener una entrevista con Alvar y diri-
j irle a lo sumo unas pocas ]>aiabras para
explicar su conducta*
Tal era la dis]]osicion cu íjue se hallalm
cuando llegaran lus dos jóvenes oficiales.
La señora los recibió en la sala y diri-
jiéndose a Alvar le dijo con serenidad:
—En vista del estado di; la salud de
Lncia, y bajo el temor de qne contrariando
su voluntad pueda agravarse su enfciTne-
dad, me he resuelto a consentir en qne us-
ted hable con ella unos cortos momentos^
Puede usted pasar a verla. De paso me veo
tambieu precisada a decirle que esta situa-
ción es en esti'cmo desagradable para mí;
tan pronto como me sea posible regresaré
a Lima pai-a dejar a la nina en poder de
sn padre; yo no quiero cargar ]:or más
tiempo con tremendas responsabilidades-
— 338 —
tratándose de una persona eobre quien no
tengo di;recho para tomar nna reeolucion
definitiva.
Álvíir encontró a Lncía como la noche
anterior, sentada en sn lecho-
La luz del día entraba por una ventana:
mas una cortina dejaba a la alcoba entre-
clara.
El joven teniente hubitira querida de-
jarse arnistrar por sus ímpetus c imprimir
un tierno beso en la piílida frente de la
niña; pero la presencia de la inmóvil chola
lo contuvo.
La conversación de los dos amantes fué
parecida a la de la noche antecedente.
La niña hacia alg^unas ahisiones a sus
desgracias, pero con delicado tino para que
sus quejas no se convirtieran en cargos y
acusaciones contra Alvar.
Lo que más preocupaba al teniente era
aquel secreto que Lucia le habia revelado.
Aunque todavía faltaba mucho tiempo para
que se reahzura lo temido, era preciso que
la nina partiera para la costa lo más pron-
to posiblej pues cuanto miis tarde fuera,
uiajores peligros le ofrecería en sn estado
el paso de las cordilleras. Su deseo princi-
pal era que para entóneos la niña se eu-
contraííe en Lima y en sn ]x>der, de mane-
ra que él pndicse prestarle los auxilios ne-
cesarios.
Para teto convinieron ambos en que por
medio de cartas ella noticiaria a su amante
del lugar de su residencia en la capital , Sí
ella lle^^aba antes, fácilmente tendría cono-
cimiento del üuihi} del batallón, lo cual
seria un hecho miii publico, y si llegaba
después, la cosa se hacia aun más sen-
cilla,
— ¿Y si tú te ves obligado a permane-
cer en la Sierra? — preguntó Lucía teme-
rosa.
— Eso no sucederá; aunque el batallón
sí quedara por acá algún tiempo, después
de la expedición qnc concluirá con nnestra
llegada a lluancayo^ no rne seria difícil
obtener permiso para ir a Lima.
^¿Y si aci yo quien se queda acá?
— Ese no sucederá j por muchos motivos
fcn tia está ansiosa de partir, ja lo sabes.
Luego que nosotros nos hayamos ido cesa-
rán lüs revueltas eu estas comarcas y no
habrá incon\^cnientes para el viaje.
La niña se ti-aníjuilizaba algo con las
palabras de Alvar; pero siempre cu sn pe-
cliose abrigaban punzantes dudas, pues
con las advcrsídadea los corazones se ponen.
tan recelosos,
Dcspuea de muchas frases tiernas, j de
momentos en que dando tregua a las tris-
tes ideas hacían dulces recuerdos de otrofl
días, con lo que templaban la amargura de
los BucesGS presentes, los dos amantes se
sepamron, prometiendo Alvar volver antea
de BU partida.
La división iba a partir al di a eigQÍente,
Se sabía que los iarííos esUvbau dispues-
tos a bíicer cuanto estuviera en au poder
para molestar d únante lamarch:!.
Esto se iba haciendo cada vea mas fas-
f idioso porque con los continuos tiroteos j
pequeños combates las municiones habían
meimado rancho j era preciso economizar-
\m con gran parsimonia,
Pam una ¿¡visión rodeada de numerosos
enemigos y sin poder recibir ninguna es-
pecie de recursos, ni tener esperanzas de
recibirlos» puesto que se hallaba a tanta
distancia y separada por enormes cordille-
ras del Cuartel Jeneral con el cual era im-
posible comunicarse con seguridad, el ago-
to miento completo délas municiones ha-
bría sido uu caso terrible^ si no desespe-
rado.
Para que esto no fuera sospechado por
el enemigo, se habia usado la treta de no
destruir los cajones vacíos en que a la ve-
nida se habían traído las cápsulas, y car-
g-ar con ellos una recua de muías, ponien-
do cuatro sobre loa lomos de cada bestia,
como si estuvieran llenos y pesador. Tanto
en Ayacucho como en TI u tinta los paisanos
habían visto con silencioso respeto desfilar
aquella ciífila de cajones dentro de cada
cual sn ponían la existencia de quinientos
tiros a bala. Los miiltiples espías délos
montoneros contaban dos mil por muía,
docenas de miles en toda la recua y corrían
a dar los datos a sus amigos.
Los oficíales se reían cuando al cargar
las bestias delante de los mirones cada sol-
dado para levantar uqo de los exhaustos
cajones hacia mni formalmeute el aparato
de poder apenas cou su peso.
Las muías eran las ganauciosas con este
juego, pues que se las iiacia marchar con
solo cuatro tablas acuestas.
También se tomaba la precaución de no
auuneiar el día de la partida; pero esto no
producía tan buen resultado como lo otro,
porque los enemigos estaban alerta y siem-
pre listos para haoer sus ataques.
— 230 —
Sólo en la noche, deapuea de la retreta,
supo Alvar que áiites del alba ee continua*
ria la marcha el próximo dift<
Con esto resolvió hacer a Lacia su últi-
ma vitjitiu
También M artel tenía de quien despe-
dirse; sin embargo, por acompañar a su
amigo postergó su despedida para segunda
hora, como dicen en el congreeo-
Alvar halló a Lucía un ptsf:o más alivia-
da con lüs medicamentos qiiu hahia toma-
do. El doctor X. le había mandado otros
más qne le duraran por algunos dias.
Aunque la esperaba por momentos, la
noticia de la partida la eoüsterDÓ, y sola*
mente por las súplicas del joven trataba de
aparentar firme aa.
— Cuentan j — deeia,^qne bai milee de
indios listos para atacarlos a ustcdts; ¡si te
tocará ser muertoo herid ííÍ..- tengomiL'do,
— No seas loca ; ese es un caso tan re-
moto,
— No tanto; dicen que lian muerto a mu-
chísimos de UÉStedes, pero que ustedes es-
conden o entierran ocultamente a sus
muertos para disimular sus pérdidas.
— No creas ni en la centésima parte de
lo que oigas; esas son voces que tiacen co-
rrer los caceristas para alentar a sus prosé-
litos.
— Tú también puedes hablanne así para
tranqnilizarme* Ya ves como Peralta está
herido*-*
— [Qué quieres I habiendo balas de por
medio algunos han de caer; pero de ahí a
lo que dicen nuestros enemigos hai mucha
distancia. A propósito de Peralta te con-
taré una historia-
Y aacintamLnte Alvar para distraerla le
contó lo relativo al anillo.
-^Esta es la sortija, — ^lijo al concluir,
extendiendo una mano y designando la al-
haja que au asistente le había devuelto j
ahora llevaba de nuevo en el dedo meñi-
que, — voi a obsequiártela como un recuer-
do de los momentos que hemos logrado ha-
hlarnos en estas retiradas tierras,
— Dámelo, — dijo Lucía sonriendo con
dnlzuj'a;— dámelo que lo guardaré como
una reliquia; porque así como "este anillo
después de tantas peripecias ha vuelto a tu
poder, espero yo también, después de tan-
s contrariedades, volverá tu lado,
Cojiü la sortija y se !a ensayó en varios
sdoa: pero como le quedara mui ancha no
le soatenia en ninguno; al fin la dejó en
dedo del corazón, diciendo:
— Creo qne este anillo tiene la virtad de
buscarte y juntarse contigo; por eso no me
separaré de él para que rae lleve hacia tí^ y
con el íiu de que no vaya él solo, ¿ves lo
que Lago..-?
Y Lucía llevándose el dedo a la boca,
con sus albos y sólidos dienti2s de limeña
apretó el anillo hasta darle una forma lije-
ra mente oblonga,
— ¿Yes, Víctor? ya está segaro; no se
me puede salir del dedo aunque baga fuer-
zas.
Alvar se sonrcia con placer porque en
ese instante veiaa su amada tal coraoíiütes
la hubia conocido i aguda y graciosa*
Lucía se puso sería de repente, y luego
dijo con voa pausada :
— Aquel individuo también tenia esta
sortija sujeta en un dedo, y tú no la reco-
braste hasta después que él murió...
Alvar sintió una penosa seui^acion al oir
los lúgubres pensamientos de la niña. Sin
embnrgo se esforzó por sonreír, repli-
cando í
— ¡No seas loca y supertíciosa!... ¿aqué^
vienes comparándote con aquel individuo
que se hallaba en unas circunstaucins cute-
ramente opuestas a las tuyas?.,. A aquel in-
dividuo se le buscaba para quitarle la vida
a la ves que el anillo; mientras que a tí au
dueño te buscará, no para (mítártekí sino
para darte su propia vida... Ya ves que no
hai parauf^on posible.
Y luego acentuando m¿is su sonrisa y
chanceando, añadió:
— Si como tú lo supones ese anillo pose&
la propensión de venir a mis niaiios, en él
tendré uii potleroso ájente que te acercará
a mi. pues si no viniera contigo yo no lo
redbiria por ningt-iu motivo,
— Esta explicación me gusta ma^,— dijo
ella soriendo también, y añadió dando mioa
tirones a ia sortija:— Está firme no se irá
sola.
El teniente para variar de conversación,
pues notaba que en el cerebro de la afie-
brada niña hacian impresión aquellas tris-
tes ideas, dijo:
— Tengo que pedirte una cosa, y es que
miéutras estemos ausentes tengas entereza
de ánimo, que no te aflijas, porque tu me-
lancolía influirá de una manera lamentable
en tu salud- Ahora cuando me despida de
tí quiero ver tu ojos hmpios, sin una lágri-
ma que los empañcí el llanto darla pábulo
a tu fiebre y yo me iria desconsolado te-
miendo que empeoraras.
240 —
Ellfl prometió Imccr lo que su amante la
peftia, aunque f]{ihÁs con taba píira cumplir
flu promesa con fuerzas que uo tenía.
Durante un momento mtU Oüutmuamn
hablando» y auiií^ue se repetían lo que ya se
babian dicbo, no faltaba en recuerdos délo
pasado o en tos proyectos para lo porvenir
algún lijero detalle que les parecía haber
olvidado*
Por ftn la voz dü Mattel se dejó oir deade
la puerta:
— Ya ea tarde, Alvar; na olvides que el
repaso es ana nccüsidíid para la enferma*
El jóvon se levantó de la silla en que es-
taba sentado,
— ¿Ya? ^balbució Lucía-
— Bien ves qne es preciso.
— ¡Un müraouto miia!
^Lucía..- tu salud lo impide; debia
haber permanecido aquí a tu lado mucho
menos tiempo; no me obligues a hacer en
contra tnya más de lo que he hecho,,,
Y cojiendo una mano a su amada, agre-
gó Alvar haciendo poderíos por disimular
su emociona
— Ya sabes que es solamente por un
mes.., por algunos días no más,
Y llevó a sus labios la mano que tenia
entre las suyas- Al mismo tiempo la diríjió
una mirada y vio que ella para cumplir su
promesa clavaba en ól con fijeza sus ne-
gras pupilas, eiii "que una lágrima las em-
pañara, pero das í^aUís cristalinas como las
del rocío al resbalar por las liajaa de árbol,
Be deslizaban miidas y elocuentes por las
piÜidas y aterciopeladas mejillas de Lucia.
Yol vi ó la cara Alvar y salió de la alcoba
sin poder murmurar una palabra.
LX.
Una ruda jornada- Vadear un rio
invadeable.
Ya anteriormente hemos hablado del ca-
mino (|ue hai entre Hnanta y el puente del
rio Haurpa; por consiga i ente, para recor-
dar esa via sólo diremos ahora que saliendo
de Tluanta se entraba a un basque jr que-
dalm un cordón de montañas al oriente;
terminado el bosque comenzaba una serie
de cuestas y hondonadas hasta llegar al
puente.
En la pasada del puente podian los ene-
migoa causar muchos perjuicios a la divi-
sión.
El coronel jefe de ella, veterano cauto y
reflexivo, siempre avaro con la sangre de
sus soldados y conocedor de aquella claee
de guerra en que mils provechosa era la as-
tucia que la fuerza, mandó con algunas ho-
ras de anticipacíoQ cien hombres de ca-
ballería y una compafiía de infantería a
tomar el puente, y otra compañía a enci -
mar un morro dominante del puente y del
vado del Huarpa<
Todas estas precauciones ahorraban mu-
chas i>értiidas a la división.
Dos o tres horas antes de que amane-
ciera ya la jente se ponía en pié y ae alis-
taba.
Los enemigos no se dormían: por la
montaña se divisaban luces en movimien-
to ; era claro que ellos también se prepa-
raban.
La luna cerca de un ocaso y velada por
jirones de niíbes alambraba apenas la plaza
de Huanta, cuando ya la división se en-
contraba formada ahí.
Las fuerzas que debían tomar el puente
y el morro vecino de éste habían partido
ya, y también la compuüía de vanguardia.
Los enemigos en la montaña eaUíban
sin duda listos para disparar sobre la divi^
sion de arriba a abajo cuando ésta pasara
por el bosque; pero sus esperanzas fueron
frustradas.
Luego que amaneció, la división empren-
dió la marcha, y para caminar retinada de
la montaña^ tomó una via que se hallaba
mils al poniente de aquella por doudp ha-
bía pasado en el viaje de ida. Las balas de
los indios no alcanzaban hasta ella.
Con la tenacidad de que hablan dado
constantes pruebas loa indios huantínoa,
unos por la cima de la montana, o más
bien del cordón de montañas, currian a to-
mar posiciones desde donde teudrian a la
división bajo sus fuegos, ya fuera porque
el bosque antíostaba frente a ellos o por
existir algunos claros exhautos de vejeta*
cion; otros indios bajaban de las alturas
hacia el bosfiue para atacarla düade entre
los iírbolcs.
Estos últimos se encontraron con nn tro-
piezo para ejecutar su intento, y fué que la
compañía que se dínjia tomar el morro «"-
terror mente mencionado, marchaba po
senda del viaje de ida, es decir, entr<
grueso de la división y las montañas.
Fueron por consiguiente detenidos
— 241 —
vT^^-^i^;
-cata fuerza j tuvieron con ella bu tiroteo de
«mboacada.
El te ni e ote Alvar que mandaba eaa
^jompañía, de baena gana les hubiera dado
una corrida a los indios par el bcsaque basta
la misma montaña; pero en eso perderla
tiempo, j tenia otra mis'on más importante
3ue cumplir, cual era la de ejecutar lo or-
enado: tomar el morro a hora oportuna,
Sara no obstruir las combinaciones del jefe
e la expedición, y sobretodo para satisfa-
cer militarmente lo mandado. Se contentó
con ir batiéndose sin interrumpir la mar-
cha.
Siendo la compañía muchísimo más corta
que el grueso de la fuerza expedicionaria,
ocupaba naturalmente menor extensión, y
asimismo no podía cubrir todo su flanco ; en
consecuencia los indios que eran mui nume-
rosos y conocedores del terreno, tan pronto
<íomo pasaba la compañía se escurrían por
^ntre los árboles y alcanzaban a atacar la
retaguardia de la división, y aun corriendo
emboscados por el espacio comprendido en-
tre las dos fuerzas chilenas llegaban hasta
h^cer fuego sobre el centro y la cabeza de
■aquélla.
En su mayor parte las balas enemigas
perdieron su efecto chocándose con las ra-
mas de los árboles, y los soldados contesta-
ban con uno que otro tiro cuando veían
algún indio y tenían seguridad de no per-
der su cápsula.
Bueno era el servicio que la compañía de
Alvar prestaba a la división, pues si bien
no lograba evitar por completo que algu-
nos enemigos llegaran hasta ella, eran estos
pocos comparativamente con los que ha-
brían llegado si no se hubieran encontrado
K?on aquella respetable valla, ,
Fácil les hubiera sido a los chilenos que
marchaban con el grueso de la división
internarse en el bosque y estrechar a los
más adelantados de los indios contra la
<K)mpafiía de Alvar; pero eran demasiado
veteranos para caer en esa tentación: no
•decimos esto por el peligro que pudieran
■correr, pues nuestros soldados con la prác-
tica constante se habían hecho mui dies-
la^os guerrilleros y en el bosijue podían ba-
tirse con grandísima ventaja sobre los in-
dios; sino porque la división tenia una
larga jornada que hacer y no podía perder
d upo en escaramuzas que le impidieran
J ar con la luz del día a su alojamiento.
:)S indios que no cargaban más que su
^ ^«^ y su bolsón con cancha y coca, les
era indiferente pernoctar en cnalqaier par-
te, mientras que la di\^sion llevando ca-
ballería y bagaje tenia imprescindible ne-
cesidad de dormir en un lugar donde hu-
biera foiTajc imra las bestias*
Por encima de todas estas consideracio-
nes se hubiera pasado, como otras veces
había sucedido, si el ataque hubiera ofre-
cido provecho; por ejemplo, si todos los
enemigos hubieran estado ahí, pero por
unos pocos no valia la pena retardar la
marcha.
Gran trabajo tenían los soldados que
venían arreando los burros, pues los dicho-
sos animales con más hambre que ganas
de seguir marchando con los rollos, a toda
costa querían entrar en el bosque donde
veían algo que ramonear. Cada uno lleva-
ba su conductor, quien para dominar el
importuno apetito tenía que usar las razo-
nes convincentes del látigo.
No era mui divertida tarea por cierto
para aquellos soldados convertidos en bur-
reros que cansados con la marcha tenían
además que lidiar con la proverbial testar-
ronería de sus pupilos.
A veces uno de esos soldados divisaba a
un enemigo; soltaba al burro para dispa-
rar un balazo, y luego tenia que correr
tras del animal que al verse libre había
aprovechado al trote de su manumisión.
También solía suceder que algún borri-
co errante por el bosque, al ver tantos de
sus semejantes en recua, venia hacia ellos
saludándolos con rebuznos de contento.
— ¡Aquí viene un voluntario! — gritaban
los soldados riéndose.
En un minuto el amistoso jumento era
aparejado convenientemente y recibía el
peso de algunos rollos pensando de seguro
allá en el fondo de su cabeza de asno que
el cariñoso arranque de confraternidad le
había acarreado fatales consecuencias.
Mediante las precauciones de marchar
lejos de la montaña, de llevar una compa-
ñía suelta por el flanco, y algunas otras, se
cruzó el bosque en una extensión de dos o
tres leguas sin mayores inconvenientes.
Se entró en seguida a la serie de cuestas
y hondonadas de que hemos tratado an-
tes.
Los indios corriendo por la cima de las
montañas habían venido a ocupar las cum-
bres de una multitud de cerros que domi-
naban las cuestas por donde iban a pasar
29
— 242 —
los cTiíkiioa. Ahi se les veía en pequeños
grupos.
Aquellos cerros estaban scpai'íiclos unos
de otroa por grandes quebradas y en tal
condición que pam aliuyentar a los enemi-
gos que los coronaban habría sido preciso
enviar diferentes piquetes de tropa. No
valia la pena bacer esto porque pronto pa-
saba el camino tras de una colina quedan-
do a cubierto del peligro. Lo úuico que
se hizo fué contestar con algunas disparos,
y tuvieron éstos a pesar de la gran distan-
cia tan buena dirección, enviados por el
iimie pulso de nuestros aguerridos solda-
dos ^ que varios de los grupos deaaparecie-
TOn,
Pasada la colina se llegó a una hondo-
nada donde se descansó un momento para
dar tiempo que una compañía subiera unas
altnras anieu asantes y por encima de ellas
marcbam protejiendo a la división.
Hecho esto se siguió andando.
Cual fli no fueran bastante las moles-
tias que se habían pairado y bis mayores
que tenían cpie sufrirse aí^ucl memorable
dia, sucedió nn hecho casual que anotare-
mos por lo extravagante y como una mues-
tra de las infinitas miserias pequeñas que
ac soportaban por esos m nudos.
En cierta parte de la vi a, por donde
irremisiblemente habia que pasar, un
chwgue babia hecho...... nna grarla derra-
mando ahí su pestilente líi]UÍdo... aquello
era tan fétido que ni con el olor de la pól-
Tor a se disimulaba.,. Pasar corriendo va-
lia más que taparse las narices ; el tal olor
penetraba hasta por las orejas» Muchos es-
tómagos bailaron...
En fiu; no oliscaremos mita este asunto
entrando en detalles ni refiriendo las bro-
mas de los soldados, , .
Merced a que la compañía que iba por
las alturas contenia la aproximación de
los indios, se siguió marchando con más
facilidad. Aquella jent^ se encontró de
pronto inteiTumpida por una grao quebra-
da j cosa fpie era nmi frecuente en tales
casos: se mandó otra compañía y se conti-
nuó caminando Iiasta el puente colgante
del Huarpa que ja conoc*emos.
Mientras tanto la compañía de retaguar-
dia y los granaderos que ve ni a n con ella,
tenían que estar en continuo tiroteo con
los indios que seguían tras de la expedi-
ción.
El puente y el morro vecino estaban ya
tomados como se había dispuesto, cuando
llegó la división.
í ^a compañía qne había tomado el puen-
te habia pasado por el y estaba ya en el
lado opuesto; también los carabineros que
la a compaña lian habían atravesado el riO|
por el vado.
Tan pronto como hubo llegado, empezó
el grueso de la fuerza espedicíonnria a pa-
sar por el puente colgante. Esta operación
era la rifa y no había tiempo que perder.
De en airo en cuatro iban los soldados cím-
bnlndüse por el combado puente tal como
lo babian hecho la vez anterior. No entra-
remos en detalles mhrt la demora, el fas^
tí dio y demás inconvenientes porque esto
fué la repetición de lo que ya describimos
a] hablar del viaje de ida.
Los burros y las otras bestias pasaron
por el vado y varios de estos servicíales
cuadniíxídos fueron también envueltos y
arrastrados por la corriente vertijinosa de
las aguas como la vez precedente.
El morro a cuyo pié se haUalja el puen-
te estaba ocupado por la compañía de Al-
V ar . Esa poíií ci on e ra i ra portan t ísi mu , pues
habiendo abi enemigos podría ejecutar ter-
ribles pei^juieios durante la travesía del
rio* Estos que conocían mui bien el valor
de aquella altura se dirijian a ella por las
cumbres vecinas; pero se encontraron con
que Alvar les habia ganado la dL4an-
tera.
tíuccde JLmeml mente cu La SÉen-a que
los cerros colindantes con kts ríos tienen
tras de ellos otros y otros cjuc van en pro-
gresión ascendente; esto sucedía al morro
donde estaba Alvar. Los enemigos venían
húcía él por alturas mayores. Hizo que m
compañía se atriuclieraKc del mejor modo
posible y los mantuvo a raya tiroteándose
con ellos, que estando en numero mui su-
perior se accrcabau» pero sin llegar a !a3
manos. Muchas balas pasalmn por encima
de la cabeza de los soldados e iban a caer
al rio donde podían hacer daño a los que
•lo cruzaban.
Notando esto, el teniente hizo avanzar
un poco a su tropa y rechazó a los monto-
neros e indios^ lo suBciente para dejar el
rio a salvo.
La división debia llegar ese dia a MÜ-
Uoco, y para eso había que atravesar t )
río y otro puente
Apenas se principió el paso del Hnai ,
se ordenó que los carabineros y la com -
— 248 —
.nía qnc venia con ellos sfi adelantara a to-
mar posesión del puente ele Málloco sobre
el rio Groja.
Al mííiJio tiempo el ^^►itaia Lostan fué
mandado al morro con su compañía a rele-
var a Alvar.
Bajo éííte con an jen te y allá quedó Los-
tan esperando que toda lu división pasara
el rio Huarpa.,
Eütre tanto que esto se llevaba a cabo
Be empezaron a oír muchos tiros por van-
guardia donde iban los carabineros j una
compañía de infantería marchando hacia
Mal loco.
Al moLuento Alvar y Griego cou sus res-
pectivas compañías fueron enviados a re-
forzar a aquella jente*
Al mismo tiempo los granaderos y la
compañía de rcta^mardia tenian que venir
sosteniendo a los indios huaiiLiuos que se-
guían los í 1^1 sos de loa chilenos.
Los míirquinos (de llárcas), que ya co-
nocemos, tambicn habían tocado jenerala
para obrar en combinación cou los huímti-
nos, y estaban apareciendo por las monta-
ñas del occidente, ai^uende d rio. Fué asi-
mismo necesario ahuyentarlos y se les
mandó otra compañía» la del capitán Soler,
que era la que a la salida de Huauta llama-
mos de vanguardia.
Como se vé había que atender a cuatro
puntos distintos a la vez: la retaguardia,
el morro, a vanguardia j hikña Mal loco.
Si el lector sabe jugar al ajedrez le dire-
mos que el reí eia el grueso de la división
(con la artillería, el bagaje, los enfermos y
heridos); los enemigos jaqueaban sin cesar
y era preciso estar; que avance nua torre,
que salte un caballo, que adelante mi alñl;
teniendo siempre vijÜante cuidando en no
rrder ninguna piezaj y esta vijilaiicía era
qne estaba a cargo del juj^ador de la par-
tida, o sea el coronel, quien no movía un
peón sin dejarlo convenientemente defen-
dido.
Por fin al cabo de dos o tres horas toda
la división pasó el lluarpa.
Los enemigos de retaguardia no podían
llegar hasta el puente porcjue estaba Lostan
en el morro y además otra compañía se ha-
llaba del lado de acá del rio para protejer
el descenso de la del morro.
Llegó el momento en qne Lostan debia
lajar.
Llamó el capitán a un teniente de su
ompañia y le dijo:
—Se quedará usted aquí con treinta
hombres mientras yo con la compañía des-
ciendo; cuando haya pasado yo e! pnentít,
bajará usted con su tropa.
Así se efectuó.
Lostan con su jen te y la compañía men-
cionada en la ribera de acá del rio estaban
listos para protejer la bajada del teniente
y su piquete.
El tiroteo en el mori-o no cesaba.
Cuando el teniente se movió para des-
cender, los indios \1endo que sólo iba con
un puñado de hojnbrea* ae fueron so-
bre él.
El piquete bajaba haciendo fuego a re-
taguardia.
Los enemigos en gran número lo seguí aa
tenaz y ciegamente; pero no contaban con
lo que los esperaba en el descenso-
La tropa que estíd^a con Lostan les hizo
tan terrible fuego que muchos bajaron más
lijero que lo (pie presumían rodaudo atra-
vesados por el certero plomo.
Sin embargo, ello.'5 no se arredraban con-
testando con sus armas; y hubo soldado
que al cruzar el rio herido o nmeito fué
arrebatado por la impetuosa coniente de
las aguas.
Cuando hubo pasado el piquete de loa
treinta hombres, la compañía de Lostan y
la otra siguieron en pos? de la división con-
teniendo a balazos los iudios que con su no
desmentida pertinacia pasaban el puente y
continuaban su obra de molestar la rata-
guardia.
Cerno se recordará, al ir, la división dea-
de Marcas se habia dirijido a Huanta. Poro
en su regreso no iba a seguir el mismo ca-
mino; desde el puente del Fluarpa se iba
cambiar de dirección; en vez de volver a
pasar por Marcas se continuai^ia la marcha
por Málloco, pueblo que está en el fondo
de una quebrada por donde pasa el Oroya*
Ya sabemos que Marcas se encontraba
en la cima de aquellas elevadiaimas monta-
ñas que nuestra tropa habia demorado
cinco o seis horas en descender casi vertr-
calmente. Si en la bajada había demorado
ese tiempo, en la subida debía por lo me-
nos emplear el triple. Los marq niños sa-
bían esto y con gran contento y reunidoa
por millares, esperaban hacer destrozos ea
la división dominándolas por las alturas^
desde donde con balaa y galgas la ataca-
ría a mansalva.
Acongojados debieron quedar loa mar-
quinos cuando vieron que la división na
— 144 —
flubia la enorme cuesta, stno que por el pié
de ella ^n íjiternulm en la quebrada que
conducía a Míilloco-
Sin embargo, lo« que mis habían descen-
dido para estar más prósimoa a los índíoB,
Be corrían por las faldas y laderas a medi-
da que éstos avanzaban y hacían diaparoB.
Ya hemos dicho que la compañía de van-
guardia había salido a alejar a loa señores
marqninos, quienes al ver a loa soldados
que se aproximaban, se iban subiendo más
arriba de donde estaban sin dejar bu acti-
tud amenazante. Ahí se les iba manteaien-
do a una díataucia conveniente para que no
pudieran cansar mucho daño a la divi^
BÍon.
El grueso de la división se hallaba a ve-
ces reducido a muí poca cosa comparativa-
mente, puea de los dos batallones de infan-
tería, o sea doce compañías en todo» hasta
seis o BÍete de éstas, como lo hemos visto
en alamos momentos, eran enviadas a
cumphr diversas comisiones con el objeto
de rechazar a los enemigos que por tiiios
lados aparecían.
Habiéndose internado por la quebrada
que conduce a Málloco, el camino que
ahora seguía era un laberinto inexplicable
de desfiladeros, angosturas, colinas y hon-
donadas que por lo malo de su piso oblíga-
bau a hacer desagradables paradillas, du-
rante las cuales desde las alturas de Marcas
los enemigos marquínos lanzaban balas.
Por íin se llegó a la orilla del Oroya frente
a nn lugar llamado Chulpa.
Ahí se descansó aprovechando la cir-
cimstaucia de que en ese instante la posi-
ción era favorable.
Faltaba como una legua para llegar al
puente de Málloco.
Pocas cuadras miás abajo del puente del
Huarpa se junta este río con el Oroya y
forman el caudaloso Mantaro.
Desde esta confluencia remoutando un
fiar de leguas el curso del Oroya se llega al
ugar llamado Chulpa que era donde esta-
ba descansando la división.
Este rio, como se recordará, es el mismo
que pasa encajonado por Izcuchaca ; pero
en su carrera de muchas leguas ha recibi-
do numerosos afluentes que han engrosa-
do mocho más sus aguas.
Mientras se descansaba, nn ayudante de
estado mayor fué mandado a averiguar sí
ja estaba tomado el puente de JMálloco,
A poco andar se encontró con que unos
carabineros venían a avisar que el puente
había sido cortado anticipadamente por el
enemigo.
Esto era gravísimo,
I Qué hacer !
Volver atrás pañi seguir la marcha por
Marcas era un caso extremo. Desandar el
camino hecho deadelas mar j enes del Hnar-
pa y subir la enorme y conocida cuesta era
obra de dos días durante Iob cuales no ha-
bría pa^to para las bestÍEks. Además era
casi seguro que los marqninos habrían cor-
tado en varias partea los desñ laderos, se-
gún se tenían vagas noticias* Y Jue^
quedaba todavía que en el trascurso de
las quince o veinte hoi'as que debia durar
la asccusion era preciso estar recibiendo
las galgas que los marquínos harían rodar
impunemente.
Para mandar tomar la cuesta por ud»
guerrilla habría que perder nn día más y
faltando el forraje aquello era inaceptable.
Por otra parte se hacía preciso tomar
pronto una determi nación, pues ya eran
las cuatro y media o cinco de la tarde y la
noche se acercaba.
Vadear el rio parecía una cosa imposi-
ble: los guias y algunos paisanos de loa
que iban con los chilenos decían que no
había vado j que no se tenia noticia de
que se hubierajpasado por otra parte que
por el puente.
Frente a Chulpa la caja del rio se en-
sanchaba y sus aguas se dividiau en tres
braKos.
El primero de estos era el mas dilatado
y rápido; tenia como treinta o cuarenta
metros de ribera a ribera. Aquella inmen-
sa mole de agua que se precipitaba for*
mando un pavoroso estrépito era pura in-
fundir espanto a cualquiera.
La tropa rendida de cansancio y fatiga
con la ruda jornada de siete leguas recor-
ridas ya y sin má^ alimento que la carne
fiambre conducida en el morral, miraba
con temor tener que desandar camino.
Todos loa ojos deslizaban sus miradas
sobre las aguas contemplando aquella tre-
menda valla que oponía la naturaleza.
Nuestros soldados qne en medio de los
mayores contratiempos y penalidades en-
contraban siempre alguna broma o chusca-
da que decir, permaneciau ahora mudor ^
hoscos. Eso de desandar camino en u
penosa marcha es algo que irrita; ejei
aún mus influencia en lo moral que en
físico.
— 245 —
Antea de retroceder, el jefe de la divi-
sión deseaba estar completamente conven-
cido de que vadear é rio era una empresa
de todo punto imposible, para lo cual era
preciso hacer irn eximen. A\ capitán Or-
r^o fué encomendada esta atrevida obra.
Orrego, a quien sus compañeros solian
en chanza llamar gtcasa, era hombre ave-
zado a las tareas campestres que sabia
mantenerse firme en la silla de su caballo
sin que le arredraran los escollos de la na-
turaleza bravia.
Picó espuelas y se dirijió a la orilla del
rio.
Anduvo un rato a lo largo; luego con
8U ojo de perito escojió un punto adecuado
Y entró osadamente hendiendo las podero-
sas^' aguas con el pecho de su caballo.
Todas las miradas se fijaban en él.
A veces se veia que la cabalgadura era
arrastrada por uno o dos metros, pero el
eiBpeñoso animal lograba afirmar sus her-
radas uñas en el lecho del rio y continuaba
luchando por avanzar. En otros instantes
echando atrás la cabeza como si fuera a
hacer ima corveta, se lanzí>íba a nado.
Todos los pechos estaban pendientes de
un hilo ante el peligro que corria el com-
pañero y sin poder contener algunas ex-
clamaciones cada vez que el corcel cedia
un paso. Pero el jinete firme en la silla
con su sombrero negi'o y su manta de vi-
cuña, seguia avanzando.
Por fin al cabo de algunos minutos de
atrevida lucha, se le vio llegar a la orilla
opuesta y pisar las piedras secas sacudién-
dose la manta cuyas puntas se habian mo-
jado.
Orrego anduvo un par de cuadras obli-
cuamente hacia arriba y se halló en la
mar jen del segundo brazo: este era menor
que el precedente y lo pasó sin tanta difi-
cultad.
Luego se dirijió al tercero que arrastra-
ba menos agua que los otros y también lo
atravesó.
Tornó en seguida a deshacer lo hecho,
pues era necesario que volviera a dar de-
talles para según eso ver si podría pasar la
división, porque no era la misma cosa el
acto de pasar un individuo solo que el de
hacerlo un ejército con enfermos, heridos,
^-iiería, bagaje, burros, etcétera.
El primer brazo es trabajoso, pero
que a caballo la tropa podrá pasarlo;
sí que con algún riesgo. El segundo es
tejante al rio Junin, que ya vadeamos
antes de llegar a La Oroya. El tercero es
poca cosa, algo como el Pongora:
Esta fué la opinión emitida por Or-
rego.
Y el coronel jefe áü la división al expe-
dir la orden se internó en el torrente para
dar un ejemplo que i uh pirara aliento.
En otra parte hemos hablado del acto
de vadear el Junin y de los poliedros que
aquello ofreció. Esta ve^ los riesgos eran
incomparablemente mayores: lan atinas te-
nían aquí más volumen y más velocidad.
Como en el Junin, se tendieron lazos
añadidos desde una a otra orilla, Pero loa
soldados no iban ahora a pasar par sus
pies: ninguno habría resistido al ímpetu de
la corriente.
Los caballos eran quienes iban a repre-
sentar en ese drama el papel más impor-
tante; el jinete debia eucoraeadarse a la
solidez de sus piernas j al mismo tiempo
asegurarse en la silla.
Y ¡ai! del que se desprendiera. ¡Ai! del
que fuera arrebatado por el bravio ele-
mento.
La caballería comenzó la pasada llevan-
do infantes a la grupa. Dejaba a Tinos en
el lado opuesto y volvía por otros; pero al
volver cada soldado de caballería traía de
las riendas un caballo sin jinete para no
cansar aún más a las bestias. Los arrieros
del bagaje también hacían una operación
semejante con bus mnlas trasportando in-
fantes. Este fué el mecanismo empleado.
Era un espect¿cu!o imponente el que se
ofrecía a la vista.
Los caballos, atiafcidos bajo el peso de sus
jinetes, luchando por abrirse paso entre
las furiosas aguas, ya hundiéndose al dar
una mala pisada en las resbaladizas pie-
dras del fondOj ya dando un envión para
echarse a nado; las ondas del rio pasando
sobre sus ancas» y haciendo ellos esfuerzos
hercúleos por ganar la ribera opuesta.
Los jinetes aferrándose de las sillas pa-
ra no ser derribados con los movimientos
del caballo o con la fuerza del agua que en
algunos casos les llegaba a la cintura ; su-
jetándose con afán seguros de íjtie su vida
pendía de su resistencia para afirmarse.
Pero con todo, no siempre era posible re-
sistir: ora por un tropezón de lü cabalga-
dura, ora porque el infeliz bruto estaba ya
agotado y no pudiendo sostenerse mas se
dejaba arrastrar, el jinete era arrebatado
por la corriente-
— 246 —
Lograba cojerse del lazo extendido, y
bHí se le \'eid aguantándose algunos segun-
dos, un minuto, esperando un socorro que
nadie poditularle» Luego sus manos no po-
dian mits contra la violencia del agua, se
sol til Im una, al instante la otra, y el desdi-
chado era envuelto, arrebatado, perdido a
la vista de suií compañeros que nada po-
dían liEicer por él. Era llevado con tan ver-
tí jinosa rapidez, que los soldados puestos a
lo largo de ambas riberas con lazos para
tirar uo logi-aban sino rara vez enlazar y
salvar a alguuo,
Aquííl era un cuadro de desolación.
Aunque uo queremos alargar este relato
entrando en detalles, no dejaremos de refe-
rir cierto episodio.
Venia un soldado joven en un regular
caballo cortando las aguas y estaba ya a
cuatro tneti os de la orilla, pero sea por al-
gún tropezón o por falta de fuerzas, el
animal se sumerjió. El muchacho fué arras-
trado, j extendiendo las manos logró pes-
carle del líiKO extendido.
Las ondas en su violencia le pasaban por
encima de la cabeza, pero sus manos con
las ansias del que se ahoga apretaban firme
y no soltaban.
Era imposible lacearlo.
Ábí a cuatro metros de la ribera se le
veía morir,
¡ Qué hacer ! ¡ Qué auxilio prestarle !
¿ Habría alguno tan osado que fuera a
tenderle uua maoo, o mas bien a morir con
¿1? Quien tal hiciese cometeria una teme-
raria locura; locura que no se le permitiría
para evitar que hubieran dos muertes en
vez de una.
Pero ilutes de que nadie pudiera estor-
bárselo ^ con la rapidez propia de los arran-
ques jenerosos del corazón, hubo un sol-
dado que de un salto se tiró al agua y
cojido del látigo tenso avanzó hasta el jo-
ven compañero. Este ya se había soltado de
Tina mano y en pocos segundos más se sol-
taría de la otra perdiendo toda esperanza.
El instante era supremo.
Loa que observaban esa escena vieron
desprenderse al joven y ser arrebatado por
la corriente ; pero al mismo tiempo la mano
de] intrépido soldado, como si fuera un re-
sorte de acero, c2íj6 empuñando un brazo
del infeliz.
La escena había cambiado de aspecto.
El soldaio cojido del látigo con la dies-
tra, sostenía con la izquierda al compañero
cuyo cuerpo inerte ln fuerza del agna man-
tenia horizontal.
Sobrehumauoíi eran los esfuerzos que ha-
cia por regresar a la orilla- CSanar un paso
era la obra de un titán. iSalvarse él solo ya
era difícil; sin embargo, no soltaba su pre-
sa; tal vez iba a perecer con elía*
En tan crítico momento, un lazo tíi'ado
de la orilla cayo sobre el robusto brazo del
soldado; pescóse de él y pudo con esta ayu-
da llegar a la márjen sin dejar a sn compa*
ñero hasta que lo vio en Síilvo,
Aquel magnánima soldado era un hom-
bre de edad míidura, sus cabellos y sa bi-
gote estaban ya grises; quizás era el solda-
do más viejo de la división.
El joven salvado aturdido aún miraba a
todos lados sin darse cuenta de lo que ha-
bía sucedido y mu. comprender a algu-
nos soldados que sonriendo conmovidos le
decían:
— ¡ Buena cosa^ hombre! los viejos sal-
vando a los jóvenes,..
Aunque, como antes lo hemos dicho, te-
nemos el propósito de contar en esta narra-
ción los hechos sin mencionar por sus ver-
daderos nombres a los que los ejecutaron,
haremos esta vez una excepción, ya que
éste puede decirse [(ue no es un acto de
guerra sino una obm humanitaria de las
más nobles y jenerosas: arriesgar la vida
por salvar la de un semejante. Aquel sol-
dado pertenecía a la 1 .* compañía del ba-
tallón MirqfloTfs y figuraba en las listaa
con el nombre de Segundo García,
Es de advertir que este buen hombre
antes de ser militar había tenido el oficio
de pescador que ejercía cerca de Valpa-
raíso, en Concern, ya cu la mar, ya en el río
que ahí desemboca. Sin duda por esta cir-
cunstancia conBiguió llevar a cabo su ab-
negada empresa í cualquier otro sin práctica
y costumbre de luchar con el agua habría
seguramente perecido en ella.
Aquella noble acción pasí» casi desaper-
cibida porque ese dia hablan ocurrido tan-
tos sucesos notables que todo lo extraordi-
nario llegaba a parecer natural y pagaba
envuelto en la vorájine de loa aconteci-
mientos.
Mientras esto sucedía en una orilla, on
el pasaje del río se lepetianloa hechos des-
graciados. Venciendo las trcinendatí dificul-
tades continuaba la pasada de la división,
y para hacerla más fastidiosa, algunos ene
migos desde una Icjuna altura lanzaba
■t*"^»
247 —
Eatas eran pocíis porque algnnas compa-
ñías colocadas coiivünientüincute mante-
nga a raja a los indios.
La noche m aproximaba.
A medida ijue hahian cruzado d primer
braso del rio, Iub soldadoÉs se din jian al se-
cundo.
Aunque muchísíaio uaeuor no dejaba
éí^ta de ofrecer peli^os.
También se Labííin puesto ahí lazos
de ribera a rilx?ra, y la jentc pasaba a itíé
desnudándose casi completamente eomo lo
Labia hecho varíes meses antes al pasar el
rio píonín.
ITabicndíí hecho una relación detallada
cnaiido referimos aquello, no entraremos
en la descripeion de é?to.
La junte con el a^^ua hasta el pecho atra*
vesaba sujetándose en los lawís. Llevaba la
ropa heclia un atado a la cab.v^a j avanzaba
pmusadíi mente.
El tt-Tcer brazo no prcatmtaba peligro,
sino molestia simplemente*
La noche se aproximaba, deciamoa. La
oscuridad iba naturalmente a suspender
toda minella tarca.
Aunque se apuraba lo más que era po-
sible, el pasaje de la tropa tenia que ser
demoroso.
Estaban ya de míe lado la artillería, el
baí^ajc y los enfermos y heridos que habían
tenido que ser sacados de las camillají y
atasajados sohre alí^nna bestia*
Muchos fueron los animales que eon síUa
o carga se llevó ei rio. Esa cantidad de ja-
cos y rocines o sea pingo^i y ^nfmcfí,^, cual
deciau los soldados, esas malaventuradas
bestias fiaeas, hambrientas, extenuadas y
llenas de mataduras, no eran capaces di; re-
sistir tan tremenda prueba: igual cosa su-
cpdia c::in los burros í y fueron más de cíen
los infelices cnadnipedos que desde allí
emprendieron una velocísima viajata al
océano Atlántico, donde después de correr
seiscientas o siL-tedcnitas legiias llegarían
sin que nada detuviera sus examines e hin-
chados cuerpos.*, a no ser la tarascada de
algún cocodrilo del caudaloso Auiaaonas..-
Quedaba todavía por pasar la mitad de
la infantería, cuando con la entrada de la
noche se cortó la pasada.
La tropa que se hallaba aquende el rio
tenia aún que andar algunas cuadras para
llegar al punto elejido por alojamiento.
En éste no babia techo ni recursos; pe*
ro fué elejido por estar un poco alto y te-
ner el terreno seco.
Los soldados tenían sus ropas mojadas^
y no encontraban leña con que hacer fo-
gatas para secarlas. Eran moneda corrien-
te en aquella tremenda marcha los con-
trastes: en la mañana se había cstitdo en
un espeso y grande bosque, y en la noelie
no se hallaba una rama que encender.
Raros eran los que tenían sus equipos;
pues muchos se habían perdido en el rio,
otros con las bestias que los trinan no ha-
bían alcanzado a pasar o se habían que-
dado entre el primero y el segimdo brazo
del rio.
Por fortuna no hacia frío.
En el lugar designado como can^pamen-
to, los soldados rendidos de cansancio se
ccliaban al suelo, a cielo descubierto. Tal
era el hospedaje que encontrabim después
de un dia de terribles penurias: quince o
veinte horas de marcha, tiroteos y paso de
ríos; sin más alimento que un pedazo de
carne fiambre, y al último, sin uilIs abrigo
qoe su ropa empapada.
Mencionamos a los soldados por ser lo«
más numerosos; pero debe de entenderse
que los oficiales se hallaban en iguales oir-
eunstancias, como sucedía siempre en esos
casos.
Sin embargo, no todos podiau lograr
siquiera ese miserable reposo: varios pí-
(|nctes tenian que salir de avanzada y tam-
bién varios soldados tenian (pie dedicarse
a preparar el rancho.
Unos tres o cuatro ranchitos tlt.'sh a bita-
dos de indios pastores había por ahí.
En uno de ellos entró el capitim Lostan
y esperó que aparecieran sus cckmpañeros
Orrego y Soler para que se instalaran
en él.
Así sucedió.
Se acomodaron como pudieron para pa-
sar la noche.
—Buena escapada, — decía Soler,— hizo
la Cenicienta; viene que no pm:de más co-
mo ustedes saben; yo la estaba njlrando
cuando pasaba la pobre el rio; ya me pare-
cía verla arrastrada; pero ella sí^^oia avan-
zando. Estaba ya cerca de la orí Ha, cuando
la corriente la venció.
— ¿Y se la llevó? — preguntó íh regó.
— Nó; por fortuna un carabinero alcan-
zó ar echarle el lazo y la sacamos como
quien pesca un pez. Se libró ella y se li-
_,. 248 —
brd mi equipo, pero todo mojado, de ma-
nera cjUtó esfcoi con lo puesto... y no muí
seco.
— Yo no estol mcjoi' parado,— coatcst ó
Loataa, — la muía que trae mi equipo quiéu
sabe qué ac ha hecho; si se ha quedado en
el otro lado o ú va navegando rio ahajo.
— ¿Y qué diré yo?— agi'egó Orrego que
estaba envuelto eu una manta y bajo de
ella completamente desnudo; — yo queme
caí al agua y tuve que salir aferrado de la
cola del caballo.
—Y diLte por contento coo que la cosa
fué cerca de la orilla y pudiste eacapar.
También hai que tener en cuenta que tú
atravesaste tres ^"eces el rio, y tanto va el
cántaro al agua que al ñn se rompe.
—En fin, — exclamó Lostan bostezando,
— ya podemos tendernos a dormir, que
aunque es cu el suelo, con el cansancio me
parece que estoi en un colchón de plumas
-- jQuédia este I... tratemos de dormir
para dejar correr las pocas horas que le
quedan...
Diálogos Cuino el do los tres capitanes,
ti otros parecidos j se pudieron haber oido
muchos aquella noche*
LXI-
Subir y bajar*
Tan pronto como amaneció^ la parte de
la infantería que aun no habia vadeado «1
rio, comenzó la penosa tarea, que fue una
copia de lo referido anteriortneut^j como
debia de ser.
Ya se ha dicho que con el fia de inipe-
dir a los enemigos tirar balas sobre la jante
que cruzaba ha aguas se habia mandado
tropa a diversas alturas vecinas»
Loa indios estaban en gran número y
ocultos en los accidenten de las serranías,
desde donde cambiaban algunos tiros con
los nuestros.
Pero debía llegar el momento en que la
tropa tendria que abandonar las alturas
Íiara pasar a su vez a la ribera opuesta,
üsto habia de suceder tan luego como to-
dos los de abajo estuvieran allá*
Ese intante era sin dada esperado por
los indios, pues ya se les conocía sos tretas.
Llegarían ellos a las alturai recien abando-
náíks y harian un mortífero fuego sobre
los ultimoa de los soldados de la división.
Pero este negocio se tr^tó de cierto
modo.
Montáronse cuatro piezas de artillería, j
varios piquetes de tropa que ja estaban
aqueude el rio se colocaron en puntos con-
venientes.
Cuando llegó la hora oportuna, a uo
tiempo bajaron de las alturas al trote Ic^
chilenos que ahí se encontraban.
Pocos minutos tardaron en aparecer oett-
tenares de iuáioa sobre aquellas mismas
cumbres disparando fusilazos.
Pero la artillería y los piquetes citados
que c&taljan listos loa recibieron con utüa
salva tan inesperada para ellos, que retro-
cedieron al instante.
Con esta previsora medida se pudo ter-
minar menos difícilmente el paso del rio a
eso de las once de la mañana.
Los indios o montoneros de Mal loco de-
bían tener la completa seguridad de que la
división no podría pasar una ves cortado
el puente, pues sí se hubieran íniajinado
que el río podía ser vadeado, no habrían
hecho el sacrificio de destruir bu puente,
que para ellos era valiosíaimo.
Así los indios huantinos no coitarou el
puente del Huarpa sabiendo cjue este rio
era vadeable.
Los paisanos que venían con la división
huyendo de loa indios, decían en voz baja;
— Esto no es vado... por aquí uo se pue-
de pasar..* nunca se ha pasado...
Sin embargo, so pena de caer en l^is ma-
nos de los indios, hubieron de aventurauBe
ellos mismos; eso si que perdiendo a dos de
los suyos que fueron arrastrados por las in-
clementes ondas.
Sensibles pérdidas de jeate, animales y
cquíj:>os costó la atrevida empresa; pero se
llevo a cabo*
Además de las i"a?:ones que ¿ntes hemos
expuesto, convenia ejecutarla para demos-
trar a aquellos pueblos que ni con sus tretaa
podían interrumpir el tránsito de la expe-
dición ni tampoco desviarla del camino que
se habia propuesto seguir.
MuL bien habría venido un día de des-
canso deapuea de la pesada jornada ante-
rior; pero no era posible permanecer en ese
lugar falto de recursos y donde ni techo se
tenia para guarecerse de un sol abrasad,
como que era tropical, ni de la lluvia qi
podía caer de un momento a otro a pes
de no divisarse una sola nube, pues p
— 249 —
aquellos parajes sin andarse con muclioa
preámbulos cambia en nu instante la tí?m-
peratura.
Poco después de las once de la mañana
comenzó a moverse lt\ divisioo.
Marchaba hacia Chur pampa, lA pue-
blo trepado eti una altui'a poco menor que
la de MarcfiS.
Había mucho que repechar.
Luego comenzó a hucer sa efecto el te-
rrible soroche qua aumentaba cuanto más
se subía.
Cuestas fera"? cuestas, laderas, desfilade-
roSj cerros y montañas: todo eso luibia que
ir ti^smotitando con el rifle sobre el hom-
bro y jadeando de cansancio y por el soro-
che: era i.ntrar de nuevo en la clase de ca-
minos que ya hemos mencionado-
Las horas pasaban; pero las subidas no
conclnian.
Mirando bácia abajo se divisaban desde
algunas algunas alturas tres fajas brillan-
tes que emn loa tres bracos del Oroya.
En la . mar jen derecha, que era la del
lado de Marcas, se' veia una multitud de
pequeños puntos en movimiento, algo como
un hormiguero* Eran lo 3 indios y monto-
neros huantínos y marquinos que ahí se
habían quedado con un palmo de narices.
Algímos entraban al agua, pero a poco
andar regresaban. Solamente unos pocos,
diez o veinte, alentados efn duda por el
ejemplo de la divisjon, llegaron a la ribera
izquierda.
Estaban tan diatantes que se hallaban
fuera del alcance de los rifles.
Los buantinoa y marquinos habian que-
dado, pues, en sus lares. Pero sus comarca-
nos, ios de Málloco, Cburpampa y otros
pueblos vecinos se hallaban de este lado y
ya demostraban su entusiasmo con algunos
tiros. Era preciso ir mandando compañías
Sueltas por las alturas dominantes para co-
rrerlos o espantarlos. Con el soroche esto
se hacia mni pesado.
Llegó la tarde y el aire refrescó, esto era
un desahogo porque ú calor se bacía inso-
portable. Pero pronto entró la noche y el
frió hizo echar de Eiénos el fuego solar del
día.
Cuando se hizo oscura la división iba
T>rir una tremenda cuesta cuyo íi» no se di-
taba aiín al huir loa últimos reaplando-
del crcpúfjculo vespertino.
Qué largas se hicieron aquellas boras de
^UTÍdad repechando por un desfiladero
I í tenia a un lado una enorme monta&a, y
al otro uu profandísímo precipicio; y había
que marchar por ahí luchando con el can-
sancio y el soroche.
Las guardias de prcTencíon y la compa-
ñía de retaguardia tenían que venir empe-
ñando la abrumadora lid de hacer avau7^r
a loa soldados rezagados. ¡ Ta sabemos lo
que era eso !
Por ññ, sería coaa de las diez de la ñocha
cuando se llegó, o mejor dicho, se empezd
a llegar a una cima donde estaba el pueblo
de Churpampa.
Las fosfatas encendidas por los primeros
en arri bar y las de los ranchos de la tropa
daban con sus rojizas luces aliento a los
soldados para avanzar hasta allá.
El pueblo estaba deshabitado; pero aun-
que no otros recursos, ofi'ecia siquiera el de
tener ranchos bajo cuyos techos se alojó la
tropa.
También en los ranchos se encontró un
poco de cebada y maiz para los animales
fjue venían tal vez en más triste estado qne
la jente.
Se supo que el di a siguiente seria de des-
canso y en consecuencia los que no estaban
de servicio en guardias o avanzadas ¡jodian
desr[iiitarae cxiu un buen sueño después de
esperar hasta la una de la mañana, hora ea
que estuvo listo el rancho.
El próximo dia mucho madrugaron los
churpampinos o churpampanos para ensa-
yar sus punterías desde unos cerros veci-
nos: pero no lograron interrumpir el sueño
de la tropa que no estaba de servicio, pues
se les mandó un poco de la caballería e in-
fantería que estaban de turno, y fueron
rechazados.
Algunos rezagantes que se habian extra-
viado en la oscuridad tuvieron que andar a
tiros; pero por fortuna para ellos al ama-
necer que fué cuando los enemigos los vie-
ron, estaban ya cerca del campamento y no
corrieron gran riesgo.
Fuera de estos accidentes el día no fuá
malo. Se durmió largo... hastiiquelos hue-
sos se aburrieron de estar en contacto con
el suelo, y se comió bastante,., eso sí qne
del mismo guiso r agua, carne, grasa v sal
con su poco de ají; aquello, con los ayunos
del día anterior, estaba de chuparse Jos
dedos»
Los soldados aprovecharon el tiempo en
hacerse chalalas u ojotas, pues a muchos dfr
ellos las que traian puestas se les habian^
— 250 —
quedado en troxoa por los roqueños desfila-
deros.
Eu el ranclvo donde alojaron los tres ca-
pitanes de que hemos venido hablando en-
contraron,,, un violiu. Pero no se crea que
un Stradivarins, de estos no es de suponer
que algunos se haya elevado a la altnra de
doce mil pies sobre ol nivel del mar pRra
meterse en uu rancho de Churpampa; era
un violin de madera blaacaj sin barnizar^
liecho ahi mismo desde la caja hasta las
cuerdas, obra de los indios que aou moi
aficionados a este instrumento. Algunos
oficiales que entendían algo de ello lo toca-
ban, y salla la solfa muL acorde-.- con la
categoría del violin.
Para !os enfermos y heridos el de3canfio
fué nna suerte, pues loa udos pudieron to-
mar remedios y los otros recibir curacio-
nes, cosa que como se comprenderá, en los
dias de marcha no se podian ejecutar a no
ser una vez, en la noche a! alojar.
La jornada que habiaen perapectiva era
r^petable: ocho leguas de La Sierra, que
es como decir de goma elMicü, porque
como esta sustancia, tienen aquellas la
propiedad de estirarí^ej ocho leguas de cues-
tas, desfiladeros, etc. Y era preciso andar-
las de un tirón, pues en todo ese trecho no
habia alojamiento posible para la divi-
eíoru
Á la nna de la mañana los chilenos aban-
donaban sus pocos mullidos lechos y se pre-
paraban para marchar.
Estos preparativos, como de costumbre,
consistian principalmente en cargar loa
asendereados borricos.
Dos horas mits tarde, a las tres, se ponía
en marcha merced a la lúa de la luna men-
guante que a esa hora alnmí)raba; sin eaa
débil claridad babria sido im.posiblc avan-
zar uu paso por aquellos abominables sen-
deros.
Necesario se hacia caminar desde tan
temprano para que se alcanzara a llegar
antes de la noche a Paucarbamba, fin de la
jornada.
Luego empezó a hacer su' efecto el soro-
che? sin embargo, la tropa avanzaba a muí
bnen paso.
Cuando salió el sol ya se habían vencido
dos leguas: era un buen principio.
A veces las cuestas conclaian y se entra-
l)a en gi-andes hondonadas donde habia que
descender, pero para subir nuevamente.
Durante las bajadas el que marcha se
alivia mucho; siu embargo, los soldados
no deseaban encontrarlas, y al presentarae
una en vez de alegrarse, murmuraban;
—Todo lo que bajemos tenemos qne su-
birlo después.
Y tenian razón; así debia suceder y su*
cedía.
Ese bajar y subir es lo que hace más
penosos los caminos de La Sierra. Por esb
motivo si uno mira el mapa de aquellos
paraje, ve qtie un pueblo qbUÍ a un paso de
otro; pero en la obra es otra cosa: una le-
gua se convierte en cinco o seis a fuerza de
ascender, descender y dar rodeos.
A lai nueve y media de la mañana la di*
visión iubía andado la mitad del camino
al decinde los guías. Los soldados sabían
que la jornada era ruda y habian hecho ue
esfuerzo supremo. Es cierto que aquella tro-
pa estaba avczaíla a eüa clase *de marchas^
sin lo cual en todo un día no habría hecho
tal avance luchando con el soroche.
No habian faltado pat tidas de montone-
ros que salieran por los flancos, vanguardia
y rctíiguardia; pero seles habia di apenado
con compañíaB enviadas por las alturas.
Después de un buen descanso para que
la tropa se uniera bien, se empezó a comer-
le trechos a la segunda mitad de !a joraa*
da, que era de suponer fuera mas trabajosa
puesto que ya la jente llevaba seis o siete
horas de fatigas.
Pidiendo a la voluntad las fuerzas de
que los cuerpos iban careciendo, se conti-
nuó con las subidas y bajadas, hallando
despeñaderos en las alturas j arroyos y pan-
tanos en las liondonadas.
Sabido es que en algunos días el homhra
se encuentra stn conocer la causa, en mejor
disposición que cu otros para hacer tai o
cual cosíi. Así un jugador de billar suele
decin «Hoi estoi mui bueno para hacer
carambolas. D Aquel día se podia haber di-
cho de la tropa que estaba muí buena para
marchar.
A pesar de los ntimcroaos tropiezos y de
la loiijitud de la tirada, éntrelas seis y las
siete de la tarde la división llegó a Paucar-
bamba.
La jente habia marchado con la mayor
unión y rapidez que podia pedirse en aque-
llos infernales caminos; a pesar del cansan-
cio los semblantes mostraban esa expresión
del que está satisfecho de su obra. Se oia
díálagos tranquilos en vez de las mil rabi(
tas y reniegos que ei-an compañeros iosepa
.1
r
261 —
viables de las marchas difíciles j de los tro-
piezos.
Paticarliamba es una poblacioa eítaada a
menor (elevación que Chnrpampa. Se ven en
ella alguüos arbolea.
En La Sierra a falta de barómetro se
pnede calcular la altura por la vejetacion
que se encuentra. Desde el coirón y \b, cham-
pa en las punas hasta los árboles en el fon-
do de las quebradas hai una escala cono-
cida.
La población estaba sin bahitautes; es-
tos habían huido temiendo niiis a la ira de
loa montoneros qne si se quedaban en sus
hogares podiau tomarlos ^r chümmos, que
a ios chilenos miamos, cmienes ningún da-
ño hacían a la jente pacifica como &e vio en
mnchos pueblos,
Paucarbamba con bu plasa, sn iglesia,
(edificio qne nunca falta ni en el menor ca-
serío de iiquellas provincias) con su ran-
chos, V dentro de éstos sus mmoSy botijas
Ír parongo& , llenos de arvejas, habas u otras
egnmbres secas, aiis trojes con maií, ceba-
da o trigo; era una población vaciada en el
mismo molde que la mayor parte de las qne
hallaba la división en su camino.
Los anímales veniart en nn estado lamen-
table. Desde que salieron de Hnantalos in-
felices habiau tenido poco para el est^Jmago
y mucho para las patas^ peco qne comer y
mucho que caniinar.
La snerte de los enfermos y heridos que
Tenían en camillas so era por cierto envi-
diable; pero aun lo era menos las de los que
tenían que cargarlos sobre sns hombros en
drcnnstancias que para nno cargar con sus
propios huesos era una hazaña,,.
La notrable jornada de ar|uel día habla
sido una espléndida victoria ganada al so-
roche 7 a laa í^ücbradüs peñas de las serra-
nías. Aquella era una jornada de chasqui,
de carreo, de un indio nacido en esos para-
jes y cuyos pulmones se han formado res-
pirando el aire enrarecido de las alturas, y
quien además no lleva el peso del rifle y las
municiones, sino nn lí jero atado compara-
ble con el morral qne cargaba el soldado.
Balas y galgas; frió y soroche.
AI clarear del próximo dia se continuó
* marcha.
Era igual la clase de camino, pero la lou-
jitud de la tirada fué la mitad de la aa-
terior.
Muchos eran los animales que habían ve*
nido muriendo en los senderos por las fati-
gas y escaso alimento, y muchos tambiea
los que había sido preciso abandonar por-
que su extenuación los haciíi ¡nntileSp Ca-
minar todo el día, y dia sobre dia, toman-
do solamente en la noche un reducido
pienso... cuando lo había, era una penuria
que no todas las bestias podían resistir.
Aquellos pobres brutos iban tan abatí -
dos, que por aM andaban los servicios qne
ofrecían con las molestias qne daban a sus
conductores. Hacerlos avau^ar costaba nn
triunfo; más se movia el brazo del conduc-
tor enarbokndo el Mtigo, que las pierna»
de las malaventuradas bestias ganando te-
rreno.
Si en esas elevadas cumbres se ímbíese
hallado algún miembro correspondiente de
la Sociedad Protectora de Animales, se ha-
bría ido de espaldas viendo aquello. Pero
¿qué habría podido exijir? Entre un hom-
bre y un animal, ambos igualmente exte-
nuados y rendidos, ¿ se pediría al hombre
tomar solare sus doblegados hombros la car-
ga de la bestia ? Esto no podía ser, tanto
más cuanto tjue ann habiéndolo querido ha-
cer su abatimiento físico no se lo habría
permitido. Era, pnes, preciso que el animal
soportara su ruda suerte y caminara hasta
llegar o hasta dejar su pellejo y sus huesos
en las escabrosas sendas.
Poco lugar quedaba en los pechos para
tener compasión de los irracionales cuan-
do se veía a seres humanos que enfermos o
heridos tenían qne continuar en aquella pe-
nosa marcha careciendo de los cuidados ne-
cesarios y hasta del alimento, no pudieudo
dijerir la carne fría, única cosa que podía
proporcionárseles, j se les veía consumirse
en tantas [venalidades hasta que la muerte
les ponia termino antes que la salud, y a
sus cuerpos aun tibios, ser sepultados en al-
guna ladera a un lado do la vía.
Poco después del mediodía se llegó a
Huancho, pueblo situado en una meseta.
Muí «.tiempo se arribó, pues en aquel
momento se desprendió de las nubes una
copiosa lluvia acompañada de nieve i gra-
nizo. La tempestad se desencadenaba ahí
mismo, encima y a un paso del pueblo a
juzgar porque el brillo del relámpago y el
estampido del trueno se percibían simultá-
neamente.
252 —
Hubo ropas y efjuipos mojados; pero co-
mo se encontró techo en que gua recelase, la
cosa no fué tan j^t'iive.
También estaba diisbabitaílo Hnancho,
cooio asimismo otros pueblos que se ha-
bían hallado al paso j qne no bema*; men-
cionado por reducimos a nombra^i' sol amen*
te acjuelios qne servían de alojamiento a la
división.
Es admirable lamultitnd íle pnebledtos
y TÍliorrios que bai en La Sierra; por eso
no es de estrfiñar que entre Berranos e in-
dios se cuenten millones,
f^i todas tsas poblaciones formaran en
realidad una sola nación como aparece en
la constitución del Pcrá, y unidoá hubieran
levan lado un solo ejército en vez de limi*
feírae a [>elear cada nua por separado en su
propio terreno, la división thilena com-
puesta de mil qainiejitos hombres no habría
podido tal voz llevar a cabo la expedición
y transitar por el centro de un pais donde
todo le era hostil: los hombres y la natura-
leza, A miles de indi] cuas tuvo que recha-
zar en detalle; si todos ellos se hubieran
presentado juntos y ej^cojiendo posiciones
estratéjieas, lo que en aquellas serraniaa
abunda, la división se habría \isto en un
duro lance; por mucho que fuera el empu*
je de sus soldados, batiéndose coutra un
número de onemi^^os veinte o treinta veces
mayor o más quizás, al flu habt*Ía tenido que
sucumbir. De esa abundancia de habitantes
proviene sin duda la facilidad con que el
jeneral Cáoeres levantaba ejércitos en cual-
quiera parte.
hoB haijítantes al abandonar un pueblo
se llevaban todo lo que era portátil, y loque
no, siempre que valiera algo, b enterraban.
Cuando al hospedaiae en un pueblo se
hallaban los trojes vacíos, era precisíO echar-
se en busca de los entierros para dar pienso
a los animales.
Por mas que hacían los serranos por es-
conder sus guacas, no siempre lo conse-
gniau. Los soldados eran muí ladinos para
descubrirlas. Un poco de tierra eí^paroida
cuidadosamente en alg^uua ladera o cíícou-
didacü Ixflsas dentro de un granero, indi-
caba la proximidad de un entierro, y aun-
que éste se ballaj'a lejos, la punta del yata-
gán hundiéndose en el suelo lo descubría.
Donde el yatagán se introducía con poca
dificultad, haí estaba la bolada.
Ante la idea aparecen como hermanos
jemelos un entierro y un tesoro. Pero no se
crea que los soldados en los hoyos sijíloea-
mente encubiertos hallaban onzas de oro,.
ni pat'ticones de plata con la cara del reí, ni
siquiera corbatones con una mitad d« plato
y otnide cobre; nada de eso, sino simple-
mente sacos o trojes de maiz, trigo o ceba-
da» y áltennos trebejos y cachivaches del uso
de aquella pobre jente. 8e sacaba el grano
para los animales, y se dejaban las otras
menudeueias que oo pasaban de ser ona
bazofia.
Sí no hubiera sido por la tormenta, qae
dnró como cinco horaá mojando a muchos^
puea aunque se babia alojado en los ran-
chos, eran bastantes loa soldados qne tenían
andar a cielo descubierto para atender a los
animales, al rancho, a las avanzadas, etcé-
tera; ú no hubiera sido por la tormenta,
decíamos, se habría pasado regularmente el
resto del di a.
Pero en fin, hubo siquiera combustible
para hacer faego y secar la ropa: aquello
no estaba tan malo para las cireunstancias.
Antes de que se vienv la luz del nuevo
dia, ya los maltratados talones de los solda-
dos iban midiendo iinevamente las peñas-
cosas sendas de La Sierra.
A ppeo andar babia que pasar por \m
faldas de unas altas montañas donde habia
gran peligro de galgas. Se mandó a una
compañía subir a la cumbre para evitar i^
nesgo.
Una densa neblina impedía ver ano a
corta distancia.
Tan espesa era que algunos enemigos
trepados en la cumijre no alca nzii ron a di-
visar la compañía que ascendía.
La división iba pasando por la senda ci-
tada^ cuando se sintió el estrépito de gran-
des galgas que venían despefiáudose.
Fué preciso hacer alto porque las piedras
arrojadas en partes olistruían el paso. La
jento se allegó al lado de la moiitaüa, que
cayendo vertí cal mente venia a ser como una
muntlia/del mismo modo que se allega a la
pared en una calle algún individuo para no
mojarse en las horas de lluvia. A ^lesar de
todo esto hnbo jente herida y caballoi
muertos.
Los enemigos aunque con la neblina no
veiau a los chilenos» debían presumir oue
iban pisando u oír el ruido que inevital
mente hace una división al marchar y q
ahí era repercutido por el eco de una gi ■^.
quebi-ada.
— 253 —
Lft misma uebÜaa. favorecía a la corapa-
Cía que estaba subiendo por otro lado*
De repente los lanzadores de giügaa die-
ron un grito de alarma al verse sorprendi-
dos y huyeron en todas direcciones.
Aquellas cumbres ei"au altísimas y esta-
ban completamente nevadas. Los soldados
llegaban a la cima rendidos por el soroche.
Sin embarrjo^ al ver a los enemigos enoon-
trarou aliento para irse sobre ellos que co-
man en todíis direcciones y se perdían en
la neblina.
Merced a ésta mnchos pudieron escapar;
pero también una docena pagó con su vida
el afán do precipitar peñascos*
Casualmente luego se disipó la neblina,
y entonces pudo verse qtie algunos de loa
fujitivoji se hallaban en las faldas de la
montaña, entre la cumbre 7 la diviiion. La
blancura de la nieve no les peroaitía ocul-
tarse. Fácil es adivinar el gusto que les da-
ría al verse cortados,
¿No ha visto el lector quo jiara destruir
las hormigas se les suele tirar na pedazo de
melón? So van a él, y cuando hai algunas
juntas se tira el trozo al agua; y es enton-
ces el apuro de las hormigas qne van y vie-
nen corriendo por aquella i^la flotante, sin
hallar el camino de su cueva.
Así cüiTian los fujitivoa espantados, yen-
do y viniendo, subiendo y bajando, encon-
trando siempre soldados y nunca escapa-
toria.
Hacian señas implorando misericordia;
pero no mui seguros de conseguirla, pues
elloH mismos habían declarado la goerrasin
cuartel ejercitando bu saña liaata con los
cadáveres,
Pero les favoreció una circunstancia que
ya conocemos: la necesidad de jeute que
ayudara a conducir las camillas.
A fuerza de señales se les hizo bajar.
Traian no a cara tan compunjída que ha-
cia reir a Ioh soldados.
Fueron agregados a los otros prisioneros
que veiiian ejecutando la Lará^de cargar a
I0.H imposibilitados para marchar a pié o a
caballo.
Se echaron a rodar las galgas rjue inter-
ceptaban el paso, y se continuo andando de
anhida.
íío dejaron los indios de seguir moles-
do desde otras alturas, y habia que es-
mandando piquetes para despejar esos
itos.
T/as fatijL^as de la marcha duraron hasta
ias cinco de la tarde; móü de doce horas;
esto basta para indicar cuáu penosas serian
puesto qiíe se iba por la íiutíma clase de ca-
minos peñascosos que ya conocemos.
Además eu aquella elevación el frió se
hacia ínsoportahleí y con la íran cantidad
de rollos que se habiaa perdido en los nos,
muchos soldridos carecían de ese abrigo al
cruzar por aquellas montañas que eran una
cordillera nevada sin uiuguu pueblo ni ha-
bitación.
A la hora indicada se llegó a la hacienda
de Tocas.
Ya hemos visto lo ípie eran esas hacien*
das de cordillífra: unas cuantas casas, un
pocij de pasto, arroyos, pantanos y todo eso
circundado por cumbres cubiertas de nieve,
cuyo aspecto acababa de helar los entume-
oidos cuerpos.
El techo no alcanzó para toda la división
y la mitad de la jente tuvo que dormir al
descubierto.
Esa noche fué parecida a la que dos me-
ses antes se habia pasado en PachacUa,
Con decir esto nos ahorramos de entrar
en detalles de las penurias sufridas a la in-
temperie con el frió y una llovizna qiie
empapaba el escaso abrigo de la jente.
La siguiente jomada principiaba con el
día.
Saliendo de Tocas .se entraba en una
gran quebrada formada por altos cerros,
Habia de consiguiente peligro de galgas y
balas tii-adas a mansalva.
Se mandaron dos compañías de infante-
ría a los cerros de la izquierda j una a los
de la derecha.
Pronto empezaron a cruzar el ámbito de
la qaebrada algunas balas.
Las compañías segnian ascendiendo a
pesitr de las galgas y los dis^mros con que
pretendían detenerlas, Al mismo tiempo los
enemigos retrocedían alejándose hacia ma*
y[>res alturas, como de costumbre, y hacien-
do fuego en retirada.
También la compañía de vanguardia
tuvo que subir a desalojar a un grupo que
tenia una dominante posición cu una ele-
vada punta.
Mientras tanto la división marchaba
pausadamente para dar tiempo a las com-
pañías adelantadas que librai'an de enemi-
gos la pasada.
— 254 -
Con eate motivo la marcha no se hacia
mui peuosa. Pero es de advertir que la ti-
rada de aquel dia era coita compai-ada con
lus iiüttriores, y de consiguiente se pedia
aranaar poco a poco sin grave perjuicio;
cosa quíí otras veces, el dia anterior por
ejemplo, no fué posible efectuar por no
perder tiempo hiendo, al contrario, preciso
apura i'se para llegar al hospedaje con el dia,
aún a riesgo de los dafíos que desde las al-
ttints pudiera hacer el enemigo.
También esta vez algunos indios se en-
contraron c-ercados, y quisieron ponerse a
salvo con un acto de audacia.
La cabeza dü la división iba por el pié
del cerro ocupado por la compañía de van-
guardia, que como dijimos habia subido a
él. Era un pequeño y fértil valle poblado
de árboles j cruzado por un torrente de
agua cristalina que corría precipitándose.
Aquellos anda ees indios al ver chilenos
arriba de ellos, habían bajado ocultándose
«n gi'ietas y hendeduras del cerro, hasta
llegar al valle. Ahí se encontraron con la
división qne marchaba yendo la jente
en dos filas. Sin vacilar tomaron una
atrevida resolución: emprendieron una de-
senfrenada carrera atravesando por entre
los soldados; uno de ellos pasó rozando la
cabeza áv] calillo que montaba el jefe de
la expedición. Pasaron como una exhala-
ción y se perdieron por entre los árboles;
fué ésto cosa de segundos.
Pero los soldados más próximos y un
oficial montado corrieron tras de ellos, que
eran tres.
l>oí^ de los atrevidos indíjenas fueron
tomados; el tercero sin vacilar, al ser al-
canzado, se tiró de cabeza al torrente y no
ee le volvió a ver más...
Los dos prisioneros fueron agregados al
servicio de las camillas. Pero mostrándose
ahora tan tercos como acababan de mos-
trarse osados, no querían poner el hombro
para recibir el peso de los enfermos. Sin
embargOj sus compañeros tomados antes les
hablaron en quichua y concluyeron por ha-
cer lo rj^ue se les pedia.
Y en esto anduvieron acertados, pues
como se comprenderá aquel servicio no se
les pedia por favor, sino en cambio de la
pena de muerte que se les perdonaba,
y si no se sometían a prestarlo, concluía el
trato... Lómenos que se les podía exijir
era que lleva^sen a cuestas a los que ellos
miamos habían herido.
Como a las dos de la tarde se entró en
el pueblo de Colcabamba,
Las compañías que estallan en los cerroa
habían estado tiroteándose con los enemj-
gos y loa habían obligado a retirarse a ma-
yores eminencias.
Desde el pueblo se les mandó orden de
bajar.
Colcabamba está rodeado de altas mon-
tañas. Desde la pla^ de la población se
veía en ellas gran multitud de jente hostiL
Apenas estaba la troja dejando las ar-
mas en sus alojamieutos, cuando aquella
multitud comenzó a aproximarse disparan-
do balazos.
Sus balas no llegaban hasta el pueblo r
pero no con venia dejarlos tranquilos en
esa tarea.
Se mandó montar en la plaza un par de
cañones y se hizo fuego. Las granadas fue-
ron a estillar en medio de! grupo que ofre-
cía un magnífico blanco por estar las moa-
tañas cubiertas de ni ere.
Ante aquel saludo tan estrepitoso, los
enemigos se despidieron a tcMia prisa per-
diéndose de vista.
Después de esto pudo la jente dedicarBe
a las tareas de costumbre en las primeras
horas de la llegada a ud alojamiento: bus-
car forraje para las bestia y preparar el
rancho.
Más tarde fué necesario hacer avanzar
algunas compañías para tener la posesión
de algunas alturas, de mauera que al día
siguiente no hubiera demora para conti-
nuar la marcha.
Con el fíu de evitar pasaje peligrosos y
desfiladeros de dond(ü los encmií^os pudie-
ran a mansalva arrojar balas y galgas so-
bre la división, el jefe resolvió marchar por
las alturas tomando el cumino qnc en si-
glos pasados hicieron construir los incas*
LXin.
El camino del Inca.
En la historia del Perú y aun en la de
América, fis^ura como una de las obras más
notables que los europeos encontraron en el
mundo descubieito por Colon, los caminos
o calzadas hechos por los incas. Hiimboldt
ha dicho qne pueden compararse con lo»
mejores caminos de los romanos.
Aquellas célebres vias solad^is de piedras
sillares, recien comstruídas bien pudieron .
265 —
ser cómodas y hasta snaves para el calloso
talón de los chasquis; jtóro las lluvias y el
abandono ha hecho en el I as durante siglos
el más desrviorable efecto.
El ag:ua del tiempo movieíido la tierra
ha liecho Cjue las piedras se inclinen dejando
hacía ñrriba bus í\nguloa en vez de sus
superficies planas, o bien las ha obligado a
rodar, de maocva que los adoquines sirven
más hien de tropiezo que de seguro piso al
viajero.
Además esos caminos fueron hechos pa-
ra jeute de a pié, y en consecuencia ofre-
cen mil inconvenientea a las caballerías.
Por aquella via llamada el camino del
Inca iba a marchar la división ; por aque-
lla vía que quizás no había sido transitada
por jente armada desde los tiempos en que
el inca Pachacutec fué a conquistar a
Jauja.
Colcabamba está situado 'en un valle
que tiene eu euE contornos montanas mui
altas, principalmente al sur, y es justamen-
te por este lado y por la cima de las más
empinadas eminencias por donde pasa el
canjííiodd Inca. Para llegar a él saliendo
de esta población ha i que subir por una in-
terminable quebrada-
Como era de suponer que los enemigos
aprovechar] an esta posición para mulestar
en la marcha, a la una o dos de la mañana
m mandó a\ anzar un par de compañías a
tomar las eminencias de la izquierda y otra
a las de la derecha, débi luientes alumbra-
das por la luna menguante y velada por
nubes.
Coaa de las cuatro y media seria cuando
k división se puso en marcha.
La jornada de aíjuel dia no tenia térmi-
no fijo. Faltaban catorce o diez y seis le-
guas para llegar a Pampas y en el ititerme-
dío no habia ningún pueblo ni lugar abri-
gado; de consiguiente el primer día se an-
daría todo lo posible hastn la proximidad
de la noche, y a esta hora se alojaría al ra-
so dondequiera que se estuviese,
Lnego que comenzó a amanecer loa ene-
migos trepados! en las mayores alturas de
hi izquierda se dieron a lanzar balas y
galgas.
La tropa que se habia mandado tomar
«sos puestos dominant<i3 iba subiendo; a
posar del soroche y los precipicios por don-
de los soldados tenian que ir cojiéndüse de
'as rocas, ya estaban cerca de loa empina-
os indios, Pero estos con gran tenacidad
no retrocedían ni cesaban de tirar balazos
y arrojar galgas.
Sin embargo, al fin tuvieron que ceder
la posición a los chilenos y se retiraron a
alguna distancia.
Mientras tanto otra cantidad de indios
con gran temeridad habia aparecido en ac-
titud amenazante por otras eminencias si-
tuadas entre las cumbres coronadas ya por
las compañías antedichas y el fondo de la
quebrada que pasaba la división. Desde ahí
atacaban con balas y galgas.
Se les mandaron unos cincuentas carabi-
neros para ponerlos en sosiego. A poco an-
dar estos tuvieron que echar pié a tierra
por no permitir el terreno el paso de caba-
llerías, y a pié continuaron avanzando en
unión de alguna tropa de infantería que
también luego se envió por ese lado. Esta
jente en combinación con la que estaba en
las cumbres, tomó a los temerarios indios
entre dos fuegos, y luego atacándolos a sa-
ble y yatagán les hizo tremendas bajas. A
la vez les tomó armas y prisioneros para la
conducción de las camillas, y también bom-
bos y cuernos a cuyo bélico son se alenta-
ban aquellos para la contienda.
Con esto la división pudo seguir mar-
chando libre de ataques.
Entró a la larguísima quebrada que con-
ducía al camino de Inca. El fondo de ésta
era de roca viva, y corría por él un arroyo
de agua cenagosa; no habla mas sendero
que el trazado por el agua.
Las montañas que formaban los lados de
la quebrada, empinadas como dos enormes
murallas, se elevaban tanto que apenas per-
mitían entrar la luz del dia.
El agua vertiendo por todas partes, nin-
gún vestijio de vida ni de vejetacion, un
frío glacial, y todo en medio de sombras:
aquella colosal hendidura hecha en las os-
curas rocas de inmensas montañas tenia un
aspecto tétrico.
El roqueño fondo era transitable sólo
para el agua que por él se despeñaba; sin
embargo por ahí debía pasar subiendo la
división.
Los hombres venciendo el cansancio y el
soroche podían ascender ayudándose de las
manos; pero para las bestias aquello era
una cosa terrible: resbalaban, caían, se ma-
gullaban, y solamente a fuerza de sacrifi-
cios podían avanzar con lentitud. El ruid o
de las herraduras al escurrirse rozando las
peñas formaba un estrépito constante.
Los conductores tenían que mantener
— 256 —
ruda y cruel lucha para lograr que los ani-
males adelantaran por aquel infernal des-
peñadero.
Seis mortales horas duró aquello.
Al fin se llegó al nacimiento de la horri-
ble quebrada; desde ahí comenzaban las
punas o sea las ciñas de las montañas.
Pero para subir allá faltaba todavía un
trecho de unos cincuenta metros ante el
cual lo anterior habia sido un juguete.
Era un espacio de piedras planas como
graudes baldosas, inclinadas y haciendo es-
calones.
¿Cómo pasar por ahí las caballerías?
Y sin embargo era preciso hacerlo so pe-
na de desandar el terrible camino ya hecho
para llegar hasta ahí, y perder tantos sacri-
ficios cuando a sesenta pasos se veian las
cimas en las cuales ya estaban muchos sol-
dados, pues para el pasaje de la jente no
habia mucha dificultad.
No habia que vacilar.
Antes que retroceder era necesario por
lo menos probar la imposibilidad material
de seguir adelante.
Se ensayó primeramente con algunos ca-
ballos sin jinete. Los cascos de los brutos
se escurrían por las resbaladizas piedras;
caían estos y se magullaban haciendo es-
fuerzos por levantarse, y uno o dos soldados
ayudaban a cada uno sosteniéndolo con un
lazo que le habían anudado al pescuezo. De
esta manera podia llevarse a cabo aquella
empresa.
Las muías de la artillería fueron descar-
gadas; cañones, armones, ruedas y cajas se
pasaron a pulso.
Libres de su carga, las bestias tenían
mayor facilidad de movimiento.,
Ruda era la tarea para los pobres brutos
que al ver el precipicio que tenían hacia
abajo y al sentirse resbalar, querían clavar
sus cascos en la roca con tal fuerza que sus
herraduras le arrancaban aristas de piedra.
A pesar de las precauciones tomadas, no
faltaron bestias que se despeñaran, y mu-
chas fueron las que sufrieron grandes con-
tusiones.
Las más extenuadas no pudiendo poner
fuerzas de su parte, hubieron de ser aban-
donadas e inutilizadas para que no pudieran
servir a los enemigos.
Poco después de aquel tremendo paso,
la división se hallaba en el famoso camino
del Inca.
Mientras tanto las compañías que ha-
bían subido a Ims cumbres nevadas Cünü-
nuaban tiroteándose con los indím quelia-
bian desalojado, pero para detenerse a
corta distancia.
También se ka fué a buscar allá, y nue-
vamente ellos se retiraron para volver apa-
rarse otra vez con gran pertiDacía*
No era conveniente continuar persi-
guiéndolos y cansar con ello inátilmenfce a
la tropa. Como la división hubiera posado
ya la parte peligrosa, ae ordenó replegarse
a las dos compaíiías que ahora veniau que-
dando a retaguardia.
Apenas las vieron moverse, siguieron
tras de ellas los tenaces colcabambi nos; pero
con mala inerte, pues el capitán que man-
daba la tropa chilena, dejó traa de un mo-
rro un piquete de veinte o treinta hombres
con el cual se encontraron cuíindo menos
lo pensaban.
Esta sorpresa en que perdieron muchos
de los suyos, los puso recelosos y no qui-
sieron pro¿3cguir tras de la dlviaioa.
Algunos soldados de esas dos compañí as
con el reflejo de la nieve Imbian cegado»
¡Terrible emerjencia, y más aún en aque-
llas circuustanciai!
Se marchaba por el camino del Inoa.
Ahí no habia peligro de galgas puesto
que era la cima de la cordillera; pero había
un frió tei'L'ibk y un soroche abrumador.
Ya hemos dicho el estado en que se ha-
llaba la célebre calzada de los h\Ím del soL
Lo mejor que se podia hacer era no cami-
nar por ella sino a su lado» siempre que lo
permitiera el ten-eno, ¡mra no ir tropezan-
do en sus piedras remüvidas por la lluvias.
A veces era preciso andar sobre ellas,
en las angosturas o bien cuando se daba
con un pantanos entonces no habia mes
recurso que ir cayendo y levantando por el
inolvidable camino del tnca.
Muchos años debía hacer que no m vía-
jaba por ahí, pues no se veían vestijíos de
que algún ser humano hubiera andado por
aquellas remotas punas en todo el siglo, y
mucho menos caballerías^ si es que alguna
vez habia recorrido la notable calzada
desde que fué abanduiiada de todo cuidado-
Aquellas estísüsas punas &in vejetacion
eran mi desierto helado; su filíelo entera-
mente húmedo y aún vertiendo agua, atia
laderas escabrosas, sus mantícaloa motea
dos de nieve y sus atolladeros, if^do ea
cercado por nieblas que i minian ver su
confines, era un cuadro de desolación.
— 257 —
Los soldados almtidos por las fatigas,
'^ntumeciilos por el frío y angustiados por
ei soroche, manchaban ]?eiiosameute cu-
vweltos en sus ponchos o frazadas j encor-
Tadoíi bajo a\ peiso de tantas penalidades.
Las be¿;tiañ, aún las más robustas, iban
con las orejas caídas y respirando con fuer-
za para t^ue no las sofocara el soroclie.
De esta manera se anduvo intermina-
bles lloras hasta que comenzó a oscurecer.
Como ya lo hemos iudic^adOj era lo que
se esperaba pj^ra hacer alto.
Cuando reloj se para, todas las ruedas de
BU niáqntna quedan en el mismo sitio con
la diferencia que ahora se liallan sin movi-
miento. Del mismo modo al hacer alto la.
división til el cfnnino del Inca los soldados
quedaron donde mismo se hablan detoni-
áo, sin !nrr verse.
Cuando se llegaba a unalojamknto^ nnos
entraban en las chozas donde se iban a
hospedar, otros iban en busca de leña,
aqndbs a traer forrajea, los de mas alia a
preparar el i'ancho. Pero ahora nada de
esto había que hacer, pues no habia ni
choza donde alojí^rse, in lefia que buscar,
ni forraje (juc traer, ni rancho que prepa-
rar; no habia nada, nada más que suelo y
cielo suelo húmedo y barroso, cielo opaco
j nnbludo.
El frió ei'a horribJe y no habiíi- una as-
tilla qnc encender para entibiarse siqniera
los dedos entumecidos e inertes.
Lo único que se podía hacer era echarse
al suelo y esperar la luz del nuevo día.
Se descargaron las bestias y se les dejó
ahí sueltas.
En seguida cada uno se envolvió lo me-
jor qne pudo en sn frazada y se tiró al
suelo,
No habia techo ni lumbre para nadie:
desde el último corneta bnsta el mismo jefe
de la división, todo el mundo se hallaba en
iguales circunstancias.
Sin embargo, habia algunos cuya suerte
era aún más triste: aquellos cuyos equipos
se habían perdido en los ríos.
Los soldados se atracaban unos a otros
y se encojian para que sus pies descalzos
no salieran fuera de las no mui largas fra-
En un instante todos estaban acostados
n el extenso y helado lecho que les ofre-
ian las fríjidas y desiertas punas.
De pronto la jente comenzó a sentir
lOB li jeros golpes en la cara, y luego estos
ü fueron haciendo más repetidos. Era una
gmnisada; parecía uua lluvia de cuentas
de vidrio í el granizo saltaba al caer sobre
las personas y rodaba por el suelo.
Todos esperaban con temor que aquello
se trocara en lluvia liquida que los empa-
pase; pero por fortuna la naturaleza se
mostró piadosa: hubo sus truenos y relám-
pagos; mas, la tormenta pasó pronto, a
tiempo que entraba la noche.
¡Que no elle aquella para esos hombres
que después de nn día de insuperables fa-
tigas, solo encontraban un pedazo de tierra
húmeda donde reposar I * . . y esto ala in-
temperie en las punas, sin techo para gua-
recerse de las lluvias, sin fuego para tem-
plar el fvio, sin tener siquiera el frugal
rancho de otras noches para confortar el
estómago-
Tras las fatigas del día, las penalidades
de la noche, y tras de éstas las penurias de
un nuevo día de marcha era lo qne se es-
peraba, con m:i^ frío, msis cansancio y m:is
hambre, puesto que seria maa prolougado
el ayuno.
Los capitanea Lostan y Soler tendidos
uno al lado del otro, tapados con sus fraza-
das y teniendo por almohiidas las sillas de
sus eaballos, hacían mneta^ ennio llamaban
los soldados el acto de juntarse dos compa-
ñeros para compartir su abrigo.
Orrego no estaba con ellos porque se
hallaba de avanzada con su compañía, la
cual con otras tres miU formaba un gran
círculo en rededor del improvisado campa-
mento, tanto para evitar alguna sorpresa
de los enemigos como para impedir que los
animales so alejaran en busca de alimento.
— ¡Que noche tan graciosa la que va-
mos a pasar I — deoia Lostan, encasquetán-
dose un pañuelo que a modo de bonete se
había puesto en la cabeza.
^— Por fortuna el granizo ha pasado sin
trocarse en lluvia, ^contestó Soler,
—Suerte ha sído^ pero quién nos ase-
gura que más tarde no se nos venga enci-
ma el cíelo convertido en agua: aqui el
tiempo es una coqueta con más veleidades
que aquellas Oítrmen y Eiise- cuyos trapí-
á\eos descubristes en tu último viaje a
Lima. Con todo, aunque no llueva no nos
faltan moliendas, ;Qué oscuridad ! es de no
verse las manos, como dice el refrán.
— Y con el frío están de no sentí rbs.
— Este otro refrán si que no viene ^
pelo; pues yo las tengo heladas y me due-
len y me punzan con el mismo frió.
SI
— 258
— No es lo peor el frío, sino el hambre,
*-dijo una voz a pocos pasos de distancia.
— ¿Eres tú, Aliaga?
—Sí; aquí estol alojad/) con Galvez.
— Aunque no te hubiera conocido por la
voz, te habría conocido por las ideas. Si se
Sudiera te ofrecerla hacer un cambalache:
arte mi ración de frió por tu ración de
hambre.
— Lo aceptaría.
— Yo que te conozco te comprendo: tú
querrías encontrarte al frente de una hu-
meante cazuela, y luego una gran taza de
espumajoso chocolate, tal como saben pre-
pararlo las negras en los mercados de
Lima.
—¡Qué diantres! no me estes abriendo
el apetito más de lo que está.
— O bien un pocilio de aquel bebistrajo
con leche caliente, huevos y canela, que sa-
bia aderazarte Carmencita y al cual lla-
maba caspiroleta', ¿qué tal te vendría
ahora?... Pero es el caso que a estas horas
Carmencita le estará haciendo caspiroletas
a algún otro prójimo...
— Déjate de bromas, que no tengo alien-
tos para contestarte... ni reírme puedo, con
los labios rasgados como los tengo...
— Así estamos todos. Pero lo que tú to-
mas por chanzas es una seria reflexión que
te hago; es una comparación entre la vida
de allá abajo, al nivel del mar, y la de aquí
a diez y seis mil pies de altura, hasta donde
ni los buitres suben, ni subirán siquiera a
comerse las entrañas de las bestias que hoi
se nos han muerto en el camino.
— Creo que ésta ha sido la madre de to-
das las malas noches que hemos pasado en
La Sierra,— dijo Soler.
—¿Y la de Pacheuchaca?
— Allá siquiera hubo rancho que comer.
— ¿Y la de Acobanlba para los que no
alcanzaron a entrar en la población?
— Ahí llovía a cántaros; pero el frió no
era tan terrible.
— ^Y luego había el consuelo de estar
cerca de una población; mientras que aquí
tenemos en perspectiva para mañana otra
jornada como la de hoi.
— De veras que ahora se nos ha juntado
todo.
— En fin, vamos viendo modo de dor-
mir, que la noche ésta no vale la pena de
amanecerse para gozar de ella... ¡ Dichoso
camino del Inca, no te olvidaremos fácil-
mente!...
Tms exclamar estas palabras, Lostau
lanz6 uu grito diciendo :
— ¡Quórdiablo anda arjuíl...casi me han
quebrado una piema de ULia pisada.
Con dificultad pudieron sus áeám at€ri-
dos raspar un fósforo.
A 6U luz pudo ver la figura de un bo-
rrico qufi por ahí vagaba en busca del pien*
so que no podia encontrar.
No todos tuvieron la suerte de poder es-
perar Bumerjidos en el euüño que ti'ascn-
rrieran aquellas horas de oscund^d y frió.
llucliüs sti hallaban asorochado^ aintieu-
do un punzante dolor de cabem que les-
impedia dormí rsti a pesar del canean cío que
los tenia al a ti dos.
LXIV.
Por las alturas.
A las tres de la maüana las espesas uu~
bes dejaban pasar una débil claridad que
nacía de l¡\lutia menguante, la cual por esos
días Bal i a deapnea de media noche.
Goñ esta tenue \wt ie cargaron las bes-
tias a costa de mucho trabajo, pues la ¡ente
tenia las manos envaradas por el frió.
La marcha comenzó de unevo siguiéu-
doae el miaino iíiol vi dable camino de!
Inca,
Con la prolouf^acioü de las fatigas v pri-
vaciouea, las penurias eran natnralínente
mayores que las del día antürior.
Pero lo que más mortificaba a la jente
era el terrible frío de la mañana que hacía
doler loa pies, las pieriiae y las manos,
liOñ enfermos y loa heridos \euiau en uu
estado lainenLablc, sin remedios ni curacic-
ne& deade hacia dos días, y lo que era peor,
sin tomar alimenta desde entonces ^ su si-
tuación era de lo mjís triste.
La mayor paite de ellos teniau enfera:ie-
dades del vientre, y por coiisít(uieiite la
carne fiambre, luiíca comida que |>odia ha-
llarse, era un veneno para ellos. Se veían,
pués^ obli piados a comer solamente una vez
cada veinticuatro horas, cuando se llegaba
a uu alojamiento y se hacia caldo. Ya sa-
bemos ((ue en la noche anterior no liabia
habido fuego ; ¡ cómo tístarian aquellos * -
felices con un ayuno de dos días caandí i
debilidad requería las mayores atencio: I
Para esa clase de enfermedades la c. ■
cía y basta simplemente la mzon, acouj \
— 259 —
<!oiner varias vects al dia en pequeñas por-
ciones; echarle de un golpe mucho ali-
mento al BEtómago, es fatal. Los soldados
■enfermos so veían obligados a comer una
vez al dia ; fácil es adivinar las consecuen-
cias de tal sistema.
Urjidü por el hambre, muchas veces un
enfermo pedia a bus compañeros un pedazo
de carne fria j la comia.
Si algún oficial lo sorprendía solia de-
cirle :
—Hombre, r:no ve usted que eso le hace
mal? ¿no ha vi ato cuántos han muerto en
el camino pttr comer lo que no les con-
viene?
— Pero, mi teniente, — contestaba el sol-
dado co!i voK puisiada, — peor es morirse de
hambre.
Y no le faltaba razón; si no se moría
matcrialment-e de hambre, la falta de nu-
trición lo iba consumiendo hasta concluir
con él.
Loa heridos qn« eran conducidos en ca-
millaB sufrían nii martirio constante. El
movimiento y los tropezones que daban
sus conductoLüs, nenian a ser para ellos do-
lorosos golpes qne recibían en sus heridas.
No una yeg, sino muchas, habiendo resba-
lado los que lo cargaban, cayeron al suelo
y allí quedaron exánimes de dolor.
Los eolcabaml)ínos se hablan vuelto se-
guramente a sn pneblo; pero los pampinos
(de Pampas) habían trasnochado para salir
al encuentro de los chilenos.
Poco después de haber amanecido, la di-
visión, pisando la nieve, llegó cerca de un
collado partido por una hendedura por la
en al había que paliar.
Vn grueso ^rupo de enemigos habia en
las cnmbres. Apenas estos divisaron a la
co rapa nía de vanguardia, con gran alboro-
to hiciüron fnc^^o sobre ella. No obstante el
cansancio y el soroche, los soldados al tro-
te avanzaron y a balazos les hicieron soltar
sn haena posición.
Por oti'o lado otro grupo subiendo a una
-altura separada por una gran quebrada em-
pezó a tirar sobre la división que cruzaba
un boquete. La artillería fué encargada de
ahuyentarlo, cosa que consiguió pronto con
algunos diííparos?.
Como llalli a sucedido los[dias anteriores,
le loH promontorios vecinos a la via que
levaba la expedición, se le hacia fuego; pe-
•0 poco daño podían los enemigos producir
thoraj pues si bien el camino del Inca era
pródigo en fatigas para la marcha, en cam-
bio carecía de alturas dominantes desde
donde agazapados enemigos pudieran per-^
judicar a mansalva con balas y galgas.
Varios pampinos cayeron en esos tiro-
teos, y otros fueron hechos prisioneros.
Cosa del mediodía seria cuando la divi-
sión llegó a una parte del camino que esta-
ba puede decirae encima de la ciudad de
Pampas, que era el fín de la jornada.
Se comenzó a descender.
A poco andar se entró en quebradas, y
de consiguiente habían pasos peligrosos- con
cerros a ambos lados.
Se hizo un descanso y'mandóse una com-
pañía por las alturas de la derecha y otra
por la de la izquierda.
Las dos tuvieron que subir a balazos,
pues encontraban enemigos que pretendían
detenerlas.
No entraremos en detalles, de estos tiro-
teos por haber ya referidos otros con inci-
dentes semejantes.
Cuando estuvieron tomadas ambas altu-
ras, la división continuó descendiendo a
buen paso. Se divisaba al pié el extenso y
pintoresco valle de Pampas; esto daba vi-
gor a la jente y los animales que endereza-
ban las caídas orejas viendo verdeguear el
pasto.
Los indios que estaban en las punas, que
eran los que hasta entonces habían estado
molestando, a medida que pasaba la divi-
sión se juntaban y venían a retaguardia;
pero a gran distancia.
Cuando la cabeza de la división estaba
llegando al valle, el capitán que mandaba
la compañía de retaguardia resolvió jugar
una travesura a los tenaces enemigos que
venían tras de la tropa. Con este objeto, al
doblar una punta de cerro hizo alto y es-
per<j.
Los indios pampinos seguían las huellas
de los chilenos y diseminados por la que-
brada y por distantes senderos hacían al-
gunos disparos con mucho entusiasmo.
El capitán Soler era el que con su com-
pañía estaba en la cima de los cerros de la
izouierda. Desde ahí observaba lo que su-
ceaia abajo.
La compañía de retaguardia oculta tras
de la punta estaba lista. Cuando había pa-
sado una cantidad de enemigos e iba segu-
ramente a ser descubierta por ellos, hizo
un nutrido fuego y se fué a la carga.
— 260 —
La sorpresa aterrorizó a los indios: Unos
corrieron hacia atrás y otros se treparon
como cabras por los cerros de la izquierda;
miicliú!» marieron 7 los mas adelantados
fueron lieehoa prisioneros «para las cami-
llas, x> como se decia.
gtí persiguió un poco a los que retroce-
diaD y se lanzó algunos tiros a los que su-
bían por la izquierda, con el objeto de ha-
cerlos avanzar hacia artiba, cosa que ellos
hacían con toda la lijereza de sus piernas
sin scjsp echar que por huir de las llamas
iban n caur en las brasas.
Así fue. Soler andando por la cima de
los cerros se habia colocado en un lugar
conveniente. Los fujitivos que por la con-
figunicion del terreno nada veian de esto,
m Acercaban a él, e iban ya tomando brios
al verse eltvados y disparaban algunos fu-
BÍlazos para abajo.
De pronto el capitán Soler hizo una se-
ñal, y uQa descarga atronó. Muchos monto-
neros atravesados por las balas cayeron ro-
dando haeta el fondo de la quebrada.
Desde ese momento los demás se declara-
i'Oii en completa derrota huyendo hacia re-
ta^nardííi por las laderas.
La multitud de quebradas y hendeduras
impidió perseguirlos.
Es de notar que jeneralmente los indios
no contabün con que los chilenos subieran
a ka grandes alturas, pues sabían cuan de-
ficnltüso es para la jente de la costa lidiar
con el soroche. Pero con esa creencia se lle-
vaban a voces, como aquel dia, solemnes
chascos^ pues nuestros soldados, aun-
que cou mil fatigas y jadeos, sabían obli-
gar a sus pulmones a satisfacerse con el aire
enrarecido de esas elevadísimas re j iones.
La compañía de vanguardia también ha-
bia tenido que ir batiéndose con algunos
enemÍE^os (¡ue le salieron al frente. Con el
concurso de unos pocos granaderos los arro-
lló. Hasta en el puente que da entrada a la
ciudad se vieron sus cadáveres.
La ciudad de Pampas estaba desierta.
En muchas casas se veian banderas blan-
cas; pero jáus habitantes las habían abando-
nado. Las banderas blancas significaban
paK; pííro el hecho de salir de la ciudad
qaería decir hostilidad, pues se entendía
que el que salía lo hacia para subirse a las
montañas j molestar a la división como lo
hemos estado viendo.
En fin, se habia llegiido a una población
donde habia techo.
Los habitantes se habían ido; niaa, no
habia tenido el cuidado de llevarse todas
sus gallinas, y habían tantas de estas tími-
das aves, que hasta por laa calles salían al
paso de la tropa.
¡Habráse visto osadía igual! ¡salir al en-
cuentro de jente que traía cuarenta y ocho
horas de abstinencia ! Foco les faltaba para
decir en castellano claror
— ¡Queremos que nos echen a la cazuela!
Si gallinas no faltaban, la abundancia de
huevos era aún mus notable: había mi-
llares.
En un santiamén los soldadoa prepara-
ron fritadas de docenas, y los eng^nlleron
en tal cantidad, que L-uando estuvo iisto el
i*ancho, raro fué el que quiso comerlo.
También encontruron chancaca y hari-
na, de manera que las sopaipillas con miel
fueron a juntarse con los ^huevos tu aque^
líos estómagos que durante dos días halaan
estado haciendo vacío... como una máqui-
na neumática...
LXY.
En Pampas.
Es Pampas una ciudad un poco menor
que Huanta y con menos comercio; pero
en ella no faltaba donde alojarse, y había
techo para un número de jt^nte diez veces
mayor que el de la división chilena.
El teniente Alvar y su amigo il artel ha-
bían sentado los reales en una casita dentro
de la cual hallaron una pieza con estera:
esto significaba un ^ran lujo ]}am indivi-
duos que venían teniendo por piso y ann
por cama en sus alojamientos el suelo des-
nudo.
Y todavía lo de encontrarlo desnudo era
una suerte, pues los indios acostumbran te-
ner dentro de sus reducidos ranchos galli-
nas, cuyes y chivatos o corderitos pequeños
que a la intemperie podrían morir de frío.
Decir que hospedaban a todos eeoa anima-
les y agregar que sus dueños ignoran el uso
y hasta la existencia, quizás, de las esco-
bas, es suficiente para que se comprenda..-
lo que preferimos callar. En laa alturas los
chilenos acosados por el frío se veian obV
gados a hacer la vista gorda-., al fin y í
cabo peor era acostarse al raso y amanece
helados.
261 —
Alvar y Martel ístabau^piiüSj id ni satis-
fechos de ver una estera debajo de sns ca-
mas j habían pasado la iioclie como dos
príncipes í [ínn cierto es í[ue los bienes de
la tierra se aprecian por con^paracion!
ÁqnellíH pieaia blanqueada sobre \m ladrillo,
de Cüvo piso se extendia la dichosa esteras
les parecí ti un palacio (comparada con los
alojamientos prccedentca.
Luego que se levantaron fueron hacer
una visita al soldado Peralta,
Encontraron al pobre herido de espaldas
en su c^^ mi lia, flaca, pálido, demacrado;
aunque su herida no era de gravedad, la
falta de ateuciones y reposo que no había
podido Leuev durante la marchít, le habían
reducido a un triste estado.
—Aquí me tiene, pues, mi teniente, —
decia rentltaj contíUKlo sus penas;— el que
antes no se cansaba trepando cerros por
ahí, ahora está que no pnedo ni eudere-
zarse. . . Lo que más me mo, tífica es que
cada tropezón que dau los que llevan la
camilla lo síeuto vo en la pierna.,. He per-
dido la cuenta de las veces qne me he ido
camilla abajo,,. Tantos dolores me tienen
ya tonto,,, MtíB valiera tjue me hubiesen
apuntado en la i'^tl^e^a, así habría 8Ído más
descanso para uií j tambicu para los que
me traen en pcíio, que cada vez que dejan
la camilla cu el suelo para remudarse, me
mirau con unos ojos,,, como diciendo:
'V]Cu¿íikIo se moriríL este diablo ¡xira no
tener que andar con él al hombro?'"...
Los dos oficiales trataron de alentarlo,
liaciéndole ver que solo faltaban dos Jorna-
das para llegar a H nanea jo, y qne allá
cambiarian las cosas de aspecto.
Ambos regresaron a su habitacicu y allá
tuvieron un almuerzo opíparo: Cíizatíla de
gallina, huevos cocidos, cmpauaditas fritas
y café enduijíado con chancaca; aquello so-
brepujaba, íi los festines de Lúcido después
de los hambres pasados. En cnanto a la ca-
rencia del pan poco so notaba, pues ja las
bocas se habían acostumbrado a comer
sin 61,
— íloi tenemos uíi día de completo des-
canso,— decia Martel cuando terminaban
el almuerzo; — ni tú ni yo tenemos servicio
qne hacer,
— Ko deja de ser ventaja pam aprove-
char a nuestras anchas de este día de re-
poso,
—¿Cuándo continuaremos la marcha?
— Aun nft se sabe sí mañana o el día
Bubsíguieute.
— En fin, con dos jorj jadas mil^ estare-
mos en Huancayo.
— ^Pero desde ahí aun nos quedarán siete
ocho o nueve más para llegar a Lima. En
ningún caso nos haharejiios allá antes de
dos semanas.
— ^Te comprendor^'J*> Martel son rién-
dose; — allá está el punto interesante para
tí; mientras no estés en la ca]jítal difícil
será que tengas alguna noticia de Lncfa,
— Es claro. ¿Qué habrá sido de ella? ^isi
habrá partido de Huanta? ¿sí habrá podi-
do llegar a la costa? ¡Pobre niüal |tanta^
sufrir.
— De veras que es de compadecerla.
— En todos estos días ccni las marchas^
los tiroteos, los ríos y las mi I bromas, no he
tenido tiempo de pensar en nada,
— Es cierto que al tener un dia de so-
siego se pone uno a hacer uu resumen de
lo que le ha pasado,
— A propósito; aun no me ha.4 contado
en qué quedaron tus asuntos.
—¿Cuáles?
— Aquellos con la serranita María.
— ^Hombre... poco tengo que contarte...
Nos despedimos coq gran ternura; elía se
aflijió algo... pero no mucho; luego yo me
vine dejándola donde misino la había ha-
bía hallado. Ella no píensii en salir nunca
de Huanta, y yo no pienso en regresar ja-
mas allá. Ese fué el fin de la historia; tuvo
el desenlace común y cortiente entre noso-
tros; ya sabes lo que díco la copla.
£1 amor dM aoldAda
Dura media liorai
En tocanílo li; caja,
Adiós, señora- . . .
Ese día el jefe de Estado lilayor hizo con
algunos oficiales una excursión para reco-
nocer el camino que se debía seguir. Andu-
vieron bastante por el vallo y llegaron a
un punto donde éste angostaba hasta con-
cluir en la boca de una quebrada.
Algunos fusilazos que les tiraron desde
los cerros les hicieron conipreuder que los
enemigos estaban nlertii y que la división
tendría molestias p:ira la marcha,
Pero no fué infrnctuuga su excumon,
pues vieron los puntos co uve in entes paia
ser ocupados por fuerKas chilenas 7 domi-
nar el pasaje.
Ya hemos dicho qne ios habitantes ha-
bian abandonado la ciudad 1 pero uo faltó
_ 262 —
un individuo que ménoa recelosa que sus
paisanos, se quedarík ahi
Por aquel sujetóse tu vieron algunas no-
ticias.
PoCTS días há una moatonem había lle-
gado a Pampas perornudo a los vecinos
para que se resistieran a la pasada de la
expedición. Abandonar hs Logares ^ empu-
ñar el fusil, subir í\ la montaüa y pelear,
esa era la obra del patriotismo.
Algunos vecinos opinaban quc la jen te
de armas bien podía salir a batirse, sin per-
juicio de que las familias quedaran en sus
casaa.
Pero no; los montoneros decian que
quienes permanecieran en la cíudsid pres-
tarían recnrsos a Ioí chilenos, y para evi-
tarlo era preciso que todos se fueran» so
pena de ser considerados como chi leñosos j
tener que vc^reelas can ellos mismas.
Fácil es adivinar el sacrificio que impo-
nían a aquella desgraciada jente, la cual ,
entre otros motivos, no q noria dejar sus la-
res porque ja anteriormente dos veces había
cundido la alarma de que los clií leños iban
para allá y en ambaa oaislones todo el
mundo se habia subido a las montañas, y
después de pasar amargos días había re-
gresado sin que loa chilenos hubieran apa-
recido.
Por tercera vea hul)ieroti de ceder los
pampinos a los deseos da los montoneros^
raiís por temor a estos mismos que a la ex-
pedición chilena.
Obligar a las familias a sufrir la intem-
perie y las pri\'aciones de la*? desoladas
alturas era., a la vez que cruel inútil, pues
ya muí bien sabían que en las poblaciones
cercanas de Zapayanga, La PuntEv, Huan-
cayo, ete*, los chilenos jamas habían hecho
daño a los habitantes pacíñcos.
Af^ncl di a de descanso fué nn gran ali-
vio para la tropaj y quizás el dia siguiente
también se hubiera dedicado al reposo a no
ser porque estaban escapeando las reses
para el consumo de la di visión.
Se resolvió, pues, que en la mañana
próxima se continuaría oaminando.
LXYI,
Últimos tiroteos.
Las tres de la mañana era cuando sa-
lian de Pampas tres compañías de i rifante -
ría para tomar alturas desde donde pudie-
ran protejer el paso de la división tal como
se habia dispuesto en el reconocimiento he-
cho el di a anterior. Dos de ellas ee dirijie-
ron al cordón de eerrofi de la izijuierda y
la otm al de la derecha*
Grande fue el trabajo que costó la ascen-
ción en medio do la oscuridad por laderas
roqueñas y escabrosas; pero se llevó a cabo
con las dificultadea de que en otras ocasio-
nes hemos hablado. Al venir día va se te-
nian tomadas las posiciones eminentes.
Al mismo tiempo que salían de k ciudad
aquelhis fuerzas, el grueso de la división se
prcpai'aba para marchar*
tTacer los rollos, cargar las bestias, ce-
ñirse la fornitura y la canana, cojer el riñe
y foiinar cada uno en su compañía; ya sa-
bemos que esto era la príncipal parte y casi
el total de los preparativos, a lo cual no
faltaba el inseparable acompañamiento de
rabietas y reniegos, porque en medio de las
tinieblas, ya era que nn borrico se extra-
viaba» ya que algún soldado no podía en-
contrar alguna pieza de su e<|uipo, ora a
otro se le cortaba una correa y no veía
como componerla, tira el de más allá daba
un tropezón y concluía de brnces el renie-
go que empezara de piés: a pesar JLjue eso
era la obra de todos los dias, nunca deja-
ban de sobrevenir pequeños inconvenientes
imposibles de evitar, Pero con todo, en
menos de una hora ya no híibia nada que
hacer y la división podía marchar- seís-
cieutos animales, unos con su carga y otros
con BU sil la, estaban listos; diestros con la
práctica, en una hora los soldados hacían
lo que sin ella habría demorado medie
dia.
Antes de la cinco de la mañana la divi-
sión salía de Pampas y cruzaba el vnlle.
En los primeros momentos, >1 camino
llano y la ttyegna madrina* del bagaje ha-
ciendo sonar su cencerro, traía a la memo-
ria los cumpos de Chile; pero en los contor-
nos no se divisaban árboles, ni en el cami-
no se voia rcTolotear a las madrugadoras
diucas, y si el recuerdo de la patria ausente
hacia lanzar uu suspiro a los soldados, el
aire enrarecido de La Sien-a entrando en
sus pulmones disipaba por completo !a íin-
sion: aquel aire pobre^ débil, exhausto, no
era el que habían respirado al venir
mundo.
A este propósito recordamos haber oi<.
decir a un 3o]d?.do por aquellos parajes:
— 2tí3 —
—"Yo no sé por qué encuentro que efite
aire no es Laa macizo como el de Cliile o el
de la costa.
Ese soldado no tenia de la física los co-
nocimientos E0C€Bario3 para esprefsai^ae de
una manera cientiíicn ; pero no por eso 6U
expresión dejal>a de ser exacta. Eso de la
macicez explicaba perfectameiite bien el
caso.
La dinsioií avanzaba por el valle que
iba ang:oítaudo cual jñ antes lo dijimos.
En las alturas tanto de la derecha como
de la izquierda, las compañíaB allí coloca-
das divisaban enemigos y oian los bombos
y pitos con que se alentíiban a la pelea.
Luego se trabaron combates semejantes
a aquellos de que ya hemos Lecho men-
ción. Los niotoiieros eran numerosos y te-
nían cabnlkría; tocaban cornetas y se da-
ban aires de ei^prendor una lucha formal.
La división había llegado a los confines
del valle y cnti'aba en la quebrada oyendo
silbar las balas de los enemigos que llega-
Iban baista ella.
Las compañías corriendo |^or las cum-
bres de aml>oslados y man ti ando piqaetos
ya por aquí, va por allá, ejecutaban la obra
de protejer la pasada de la división.
Por momentos la división hacia descan-
sos jjara dar tiempo a los de arriba que to-
maran laíi posiciones convenientes, o bien
se ordenaba que la compañía de languar-
día y algunos grana de i'os se es tendieran
Mcia las eminencias.
Por tin la división ascendiendo por la
quebrada llegó a las punas, a la parte alta,
lo que pudo hacer sin gran peligro merced
íi la protección prestada por la^ compañías
mandadas previamente por loe cordones de
los cerros. Estas habían tenido que soste-
ner rudos tiroteos, en cuyo detalle no en-
traremos por ser una repetición de otras
empresas análogas yii referidas con algunos
pormenores. Hubo piquetes hábilmente
ocultados para dar sorpresas a los monto-
neros r|ne seguían tras de la fuerzas expe-
dicionarias; se tomaron armas y se hicie-
ron prisioneros.
La compañía de retaguardia no habií*
salido de la ciudad sino medía bora des
pues que la división, y como gran cantidad
de enemigos hubiera estado esperando que
.1 grueso de las fuerzas se moviera para
mtrar en la ciudad, aquella compañía se
había visto obligada a venir tiroteándose
;on los que desde atrás venian haciendo
.liego sobre la di\ ision*
Algunos soldíidos conductores de bestias
que por algún desarreglo en laa cargas se
quedaban un instante atrnsadoa, al punto
eran hostilizados [lor enemigos. Se hacia
necesano a la compañía de retaguardia de-
jar piquetes para prole jerlos. Esto fué en
las primeras horas, pUí^^s el que mandaba
lu componía tomo prouLi^ laíi providencias
necesarias para que ningún soldado que-
dara ti-as de ella.
Pasando por todas aquellas peripecias la
división llegó a Páaos.
Pazos es un caserío, o más bien dicho,
una ranchería mu i pequeña y abandonada,
de manera que los ranchos, con excepción
de cuatro o cinco, carecen de techos, pues
los viajeros se han servido de ellos como
del único combustible Jque podían eucon'
trar.
Aquel lugar está en laa punas y por coa-
si guie ute hai eu él frío, soroche y carencia
de recursos.
Estaba ya anocheciendo cuando la divi-
sión arribó a aquel desolado paraje, donde
hubo de alojar a la intempei'ie como en el
camino del Inca, pero aqui el frió no era
tan excesivo ni tampoco el soroche tan
abrumador; además se pudo tener lumbre
para preparar el rancho destruyendo el te-
cho de alguna choza y haciendo fnego con
los palos que en ella servían para sujetar
la pija.
Lo que hizo más píisajeras las penurias
de esa noche fué la esperanza de llegar a
Huancayo el dia sií^micnte.
El trayecto era largo para recorrerlo en
un solo dia; pero valia más hacer un esfuer-
zo que tener aun otra noche de penalidades*
Lxvri-
Llegada a Huancayo-
T oda vía no estaba bien claro cuando la
división salia de Pazos.
Al fin j al cabo poco perdía con dejar
aquel alojamiento donde al raso liabia so-
portado el frío de las punas, como poco ha-
bía perdido dejando tantos otros anterio-
res entre los cuales descollaba el memorable
del camino del inca.
Los senderos eran de la misma ralea que
la jeneralidad en arjnellas alturas; pero ato-
ra se venia de bajada, lo cual proporciona-
ba alguu alivio.
-- S64 —
Sin embargo, ío ^jiie máñ [ilií^ubí> daliti a
la ti'opa am el deseo de Iiegar ese dia u
Huanoayo, Conoeida es la ínflnenda liue
1q mural ejerce en las fuerzas físicas; aque»
líos soldados alentados por la espera Jjza de
arribar a una ciudad que ya couocian y
donde hallarían uini^os puesto que estaba
ocupada por tropa chi lena, encontraban en
sus agotados miembros vigor para avanzar
a bucQ paso.
Cosa de las nueve o diez de h mafíana
sería caaudo se llegó a un trivio que ya co-
nocitm los soldador. Alii se bifurcaba en
dos brazo e el cíuuino que iba de Pucará;
al de la derecha se dirijia a Acostambo, por
donde a la ida habia seguido la expedíciou;
el otro era el de Pazos.
— Por ahí fué por donde nos fuimos, —
decían los soldados*
Y en BUS roBtroa dem clorados se dibujaba
una plácida sonrisa como si aquel trivio
fuera un amigo a quien volvían a encontrar
después de larga ausencia.
Es necesario darse una cuenta cabal de
las circunstancias en que se hallaban esos
hombrea pam ooiuprcíider sti alegría.
Marchar por caminoa desconocidos con
mil fatigas y tro pitazos, sin saber con segu-
ridad dónde esta el alojamiento ní las difi-
cultades que habiáu de vénceme para lle-
gar a él, es algo que Lace doblemente peno
sa la vía.
— Una o dos Icgnas faltan y el camino
es llano, — habían solido decir ios guias en
muchas ocasionas.
Y se habia marchado horas de horas sin
que esc par de leguas türniinara, y el cami-
no anunciado como llano era una continua-
ción de horribles desfiladeros.
Por esto la jen te estaba recelosa j no
creia, tratándose del camino^ sino en lo
que veia.
Así es qne al llegar al punto antedicho
sentía un gran placer ^ pcies ya sabia positi-
vamente cuanto tenia que andar y cuales
eran los inconvenientes que le quedaban
por superar.
Salir de lo desconocido era un gran con-
suelo j tal lo manifestábanlos semblautes
con su contento.
íío eran los enfermos los menos satisfe-
chos. Estos venían ei^ su mayor parte a ea-
ballOj pues como anteriormente lo hemos
dicho, sólo aquellos del todo imposibilita-
dos y que no tenían fuerza para mantenerse
en el lomo de una tiestia eran quienes ve-
nían en camillas, Si estar doce o catorce
horas diarias cabalgando es fatigosa para
un individuo sano, ^qiie seríi pai"» uu en-
fermo ? I A cuántos sorprendió la muerte
montados en sus erctennadas cabalgad aras I
Conociendo ya el terreno qoe pisaba, la
tropa sentía bríos para caminar y avanza-
ba a paso largo.
Cuesta trascuesta se bajaba por donde
mismo se habia subido dos meses y medio
antes.
Por fin comenzaron a di\'imtr9e verde-
guear los alfalfares y maizales do Pucará-
Las beíitias que llevaban dos días de abs-
tinencia, pues demle Pampas sólo se habían
alimentado con el recuerdo de lo que allá
comieran, adelantaban sus gastadas uñas
con la mayor lij treza de que eran capaces,
lo en al formaba contraste con lo sucedido
en las primeras horas de la mañana cuan-
do sus conductores para hacerlas andar
tenían que apelar a la dureza del látigo...
menos cuL'tído que el pelk jo de aquellas
infelices.
Entre ellas venia la yegua tordilla de Bo-
ler, la Cenicienta; la marcha, su herida y
BUS aynnos, la habían reducido al más mi-
sero estado de congoja y amargura: Ro-
ñante, el de don Quijote, delante de ella
habi'ia parecido un cofdo cebado, ¡ Pobre
Ceuideutal las carnes se le habían ido; no
se sabe por donde, pero lo cierto es que
dentro del cuero sólo le qnedaban los huesos.
LHa a día durante la marchase le liabía
ido disnií un vendo la í^arga para aU vi arla,
j ella día a dia también Iialmi id» merman-
do en fuerzas y en cuerpo* Guando estaba
a la vista de Pucará, hacia ademan de que -
j'er apurar el paso, y al tropezar en las bre-
ñas, miraba los lejanos potreros y bajando
la umstíu cabem parecía decir: ^No alcan-
zare hasta allá.» 8us enjutas piernas se do-
blaban como ngobiadaspor un enorme peso,
y sin embargo, toda la carga que conducía
la Cenicienta era... un víolin, aquel tosco
y ]icqueño instrumento fabricado por los
indioEi qtie ya mencionamos anteriormente:
los asistentes se lo hablan colocado e]icima
por travesura.
Ya sabemos cjue Pucará ñc encuentra si-
tuado en las faldas de uuíí cohna y que
hasta el pié de ésta llega el extenso valle en
que se encuentra Huancayo.
La divÍRÍon atravesó el pueblo sin dete-
nerse hasta líegar al plan; ahí tuvo un lar-
265
.go defícanso para esperar que se juntara y
uniera toda !a tropa.
Desde pIií se iba a marchar en otras con-
diciones. Y& no Labia subidas ni bajadas
ni desfiladeros, por consiguiente la tropa
caminüna en correcta formación de dos
filas.
Ademáis nobabria necesidad de estar con-
tinuamente distrayeudo jente para tomar
alturas, pues ya el peligro de encontrar ene-
migos tuiboscados había concluido, puesto
que en esos terrenos no habia puntos do-
minantes que pudieran ocupar.
Los combates j tiroteos habían cesado.
Quizás los cuatro o cinco soldados que pe-
recieron el dia anterior entre Pampas y Pá-
^OB fueron los últimos chilenos muertos por
las armas de los enemigos en la luctuosa y
larga ^aerra de cinco años.
Con antieipixcion se mandó jente de a
caballo que adelantándose fuera a Huan-
cftjo para anunciar el arribo de la división
con el objeto de que se tuviera listo el alo-
jamiento que detiia ser el mismo que se
tenia al tiempo de la partida.
En buena formación y a buen paso avan-
zaba la tropa por la ancha y llana via que
cruzaba el valle, i Qué comparación con los
ííftminoB que habia venido recorriendo los
dias precedentes!
ün regular trecho después de haber pa-
sado el pneblo de La Punta, Lostan recono-
ció el sitio donde se habia encontrado con
Rosa y su padre hacia tres meses. Dulces
recuerdos conmovieron el pecho del capitán
y naturalmente le acudió a la imajinacion
la pregunta de si la volvería a encontrar en
Huancayo.
Faltaba todavía mas de una hora de ca-
mino cuando en dirección opuesta a la que
traía la división se vio venir algunos ji-
netes.
Eran oficiales de la guarnición chilena
que habia cu lí nanea jo, quienes venian a
recibir a sus compañeros. Cada uno de ellos
traia una botella de cerveza o de vermouth
para agasajar con una copa a los que lle-
gaban.
Los afectuosos saludos, y tras de estos
las prega utas y respuestas que se cruzaban
I on fáciles de adivinar.
Pero lo que tal vez más satisfacción cau-
I -tba a los de la fuerza expedicionaria era
^ ue les traían la correspondencia de Chile
que se les habia estado acumulando en todo
el tiempo transcurrido.
Desde principio de setiembre, o mas
bien desde agosto, hasta ese dia que era el
26 de noviembre, toda esa jente no habia re-
cibido la menor noticia de sus familias. Ya
se comprenderá con cuanta ansiedad se
abrian las cartas y se devoralían sus paji-
nas.
Los oficiales iban con manojos de ellas
repartiéndolas a sus dueños en las compa-
ñías. Tenian constantemente que echar
algunas a un lado porque en el sobre se
leia el nombre de algún soldado que habia
perdido la vida durante la expedición.
Hacia las dos o tres de la tarde entraba
la división en Huancayo con su je je a la
cabeza. Hacia un quemante sol; pero el
coronel no habia querido adelantarse con
sus ayudantes, deseando sin duda compar-
tir con sus soldados hasta las últimas pe-
nurias de la marcha, como las habia com-
partido en los espesos bosques, en los cau-
dalosos rios, en los peligrosos desfiladeros y
en las elevadas punas. Los riesgos y pena-
lidades habian sido para todos: las balas y
las galgas, los torrentes y los desfiladeros,
las privaciones, el soroche, el frío, la lluvia
y las tormen&as, los habian igualado a to-
dos, como la nieve por las cordilleras ca-
yendo sobre sus cabezas habian dejado
igualmente blancos todos los kepis, ya tu-
viera el cordoncillo de lana del soldado o
la trencilla de oro del jefe u oficial.
Triste era el aspecto que presentaba la
tropa entrando en la ciudad, con las chála-
las que solo cubrían la planta del pié, con
la ropa poluta y hecha jirones, el rostro
pálido y demacrado, las narices desolladas,
los labios partidos, la barba y el pelo in-
tonsos; con el cuerpo encorvado y enflaque-
cido por las fatigas y privaciones, y reve-
lando a primera vista los sufrimientos que
habia tenido que sobrellevar en aquella
expedición, una de las más penosas de toda
la guerra
Como estaba 'dispuesto, la jente se dis-
tribuyó en los mismos cuarteles que tenia
antes de su partida.
El batallón Maule que estaba de guar-
nición en Huancayo fué enviado a Jauja y
con esto hubo más espacio para los reciea
llegados.
32
— 266 —
I
La expedición a Ay tucucho habia termí-
uadí).
Una división dü mil quinientos hombres
babia Uugado bajita €sa apartada ciudad y
liabia regitísado. Venciendo toda clase de
ÍDCOveni cutes, superando toda clase de obs-
táciüoa, habia llegado hasta el centro de la
naoíon contraria sin que nada pudiera con-
teoecrla en bu propósito, atravesando co-
maivns pobladas por miles de enemigos
donde todo le era hostil ; los hombres y la
naturaleza: at]udlos con kus armas, sus gal-
gas y sus emboscadas; esta con todos sus
elementos desencadenados y bravios: el
agua con sus lluvias y sus rios; el sol con
su abrasadores rayos en las hondonadas; la
tierra con siis punas, desfiladeros y preci-
picios; el aire con sus toímentas y soroche:
todos loe elementos la íiabian combatido y
habían ttnido asechanzas para con ella: el
agua que unas veces faltaba para humede-
cer los labios, otras se precipitaba en to-
rrentes arrebatando preciosas vidas; el
fuego que en uims ocasiones faltó para en-
tibiar los entumecidos cuerpos y hasta para
cocer la dieta de los enfermos, en otras ca-
yendo en rayos del sol quemaba las encor-
vadas espaldas de la tropa; la tierra que
je aer al 0:1 en te ofrecia al pié la dura roca,
otras veces disimulaba t)érfidos pantanos o
cascajo mal prendido al borde de los preci-
picios; el aij'e C|ue era pesado durante las
tempestades, ae enrarecia en las punas y re-
pechos hasta negar ia respiración a los
angustiados pulmones. A la división, lo re-
petimos, en aqut^llas comarcas, todo le ha-
bia sido hüstih los pueblos y la naturaleza;
con todo habia combatido, con todo habia
luchado, dia a dia, hora a hora, sin reposo,
íiin descanso, y i^gresaka tranquila por ha-
ber cumplido con su misión sin haber en-
contrado una valh que no consiguiera
salvar.
Los sacrificios hablan sido grandes pero
Ja obra se habia consumado.
Desde el principio de la guerra la nación
vencida habia visto que no podia resistir
el avance de las huestes enemigas, ni con
SUR cañones en el mar^ ni con sus rifles en
la costa. Le quedaba La Sierra, defendida
por el baluarte de granito más poderoso
Sue existe en la faz de la tierra: ¡la Cordi-
era de los Andes!
— «Aqní no vendrán, í) — se dijo; — sólo
el shurtti del serrano encuentra seguro pi-
so en los despeñaderos de La Sierra; sólo
fius pulmones pueden resistir el soroche.»
Ante este desafío, el soldado chileno em-
puñó su rifle, subió montañas tras monta-
ñas aquellas iiue son laa gradas de esa colr^sal
escala cuyo último tramo es la blanca cima
de la Cordillera, y angustiado por el can*
sancio, destrozado por la breñas y oyendo
a la vez el zumbido de las balas y el silbo
de su pecho urjido por el soroche, en su pa-
triotismo encontró fuerzas para llegar a la
meta; y tiñemlo la nieve con la sangre de
sus desgarrados, pléa en la cumbre más alta
de los Andes clavó el asta con la 1 «indura
tricolor.
Roja la sanare vertida, blanca la nii.ve
acopiada en las montañas, azul el cíelo con
que éstas confinaban: he ahí simbolizado el
tricolor en el fastrjio, dominando hacía el
poniente los arenales de la costa y háeía el
levante las punas y Ion bosrjues.
Era preciso convencer al enemigo de su
impotencia, eiB menester probarle que ai
con los favores de la imturalcza, ni con las
balas de sus rifles, ni con las galgas des*
prendidas de los despeñaderos, podrian po-
ner un óbice a la hueste chilena.
Esta íüé la obra emprendida por la ex-
pedición que marchó sobre Ajacncho: ya
hemos visto cómo la cumplió.
En los es Ilesos bosques y en las dnaiertas
punas, en las profundas quebradas y en las
elevadas CLimbi-es, siempre fueron arrolla*
dos los enemigos.
Y estos con desesperación contemplaban
que así como los vencía a ellos, superaba
igualmente los obstiiculos que le ofrecia la
naturaleza.
LXYIII.
El capitán Lostan reconoce
que ya habia tenido lugar la
despedida.
Cual ya lo dejamos dicho, la tropa recien
llegada había ocupado en Huancayo los
mismos cuarteles que tenia al tiempo de
partir.
Los oficiales, saho pocas excepciones, se
instalaron también en las misniíis piezas
que antes tenían,
Lostan, Soler y Orrego se Ijosixidaron en
lahabiLaeiou que ya conocemos.
Luego que dejaron instaladas sus c< -
pañías en'sus respecti vas cuadras acudie 1
a su alojamiento* Su prímcr cuidado &
hacer atender sus caballos; que los dése *
— 267 —
Haranj qne loa llevaran a bc4>er y que les
Í3iiscaraii pasto. Cuidar pLÚmcro de las ca-
balgaduras que de sí mismos era la costum-
bre adquirida en las raarchfis; en ellas bien
ee puííde decir que los caballos son las pier-
ims de kis jinetes, y para caminar lo esen-
cial es que las piernas estén firmes.
DespucH de tomar las disposícioues con-
Teni cutes para la bienandanza de sus bea^
tías, se sacaron los ponchos y maletines que
echaron a un lado, y se hicieron cepillar un
poco la ropa, que no necesitaba ¿into del
oepillo como del l>atan, y aun del telar. Con
<slla puesta sus dueños babian dormido, se
habian echado mil veces en el sucio a des-
cansar^ habían hendido enmarañados hos-
queá, y luc^o el sol» la lluvia y el polvo; to-
dos esos vaivenes no eran píira conservarle
^1 color y el pelo a la ropa.
Lostan viendo que su chuqueta blanque-
aba por aleninas partes, e:ctendia sus manos
qnemadas por la intemperie, y decía;
— Yo me miro la ropa y me miro la piel;
las eiamino y pienso que o el blanco de mi
enero se ha pasado al paño, o el ncjc^ro del
paño se ha pusado a mi cuero; sea una o
otra cosa, reniego del cíimbalache.
Concluido el somero aseo del cepillo, ae
hicieron e€har un poco de agua en las ma-
nos, y después de lavárselas ahuecándolaB,
convirtiéronlas en lavatorios mammles para
mojarse la cara*
Tras de esta operación salieron ala calle,
Se dírijieron al hotel; pero allá se encon-
traron con que a consecuencia de la parali-
zación del comercio y escalo movimiento
de viajeros, no se habia echado lefia al fo-
gón de la cecina desde dias há.
No quedaba otro recurso qiie irse a nn
café chinesco donde algunos hijos del gran
imperio hacían chirriar las sartenes.
Asi lo ejecutaron, ]>ues el hambre apu-
raba demasiado para esperar qne los asisten-
tea hicieran de comer; además eia justo
dejar a éstos descansar.
Hen tildes junto a nna mesa de no muí
limpio mantel aguardaron que los vompiiks
fueran trayendo sus manjares.
Los estómaf^roe hambrícntos son poco me-
lindrosos; asínuestros tres capitanes que
desde el día anterior sólo habían comido
algún pedazo de carne fiambre, se saborea-
ban con lo que les servían.
— En fin, — decía Lostan,— sea bueno o
ica malo lo que hai en los platos, lo cóme-
nos con cuchara, cuchillo y tenedor, y sen-
dos a la mesa; este es un paso que damos
híicia la civilización, nn paso de regreso há--
cía nuestras antiguan costumbres que deja-
moa allende ífw Andes. Del mismo moda
qne habiendo llegado hasta acá nos eocon-
tramos en uu término medio, entre la vida
salvaje de las mou tañas y la que ac lleva en
las ciudades de hi jonte blanca.
— De veras, — observó Orrego,— que aqoí,
\n ni en do de m^ts a lo interior, nos encon-
tramos en el purgatorio, entre el infierno y
el cíelo, éste esttt en la costa y ése en las
montanas.
— Mientras tanto, — añadió Soler, — noa
estamos alegrando de hallarnos en Huan-
cayo sin acordar ntjs de que aún nos faltan
nueve jorníidaa para llegar a la costa j en*
tre ellas las de atravesar los Andes.
— Que no es la mits lisonjera perspectiva-
Pero llcííando aquí le heraos dada fin y re-
mate a la expedición a Ayacucho.
— ^Sólo no.í falta dar otro empellón para
llegar a Lima.
— Di a sus cercanías.
— Es cierto que aqni nos hemos hallado
con la noticia de que el ejército chileno ae
ha retirado de Lima.
—Lo siento por 8olcr, — dijo Orrego son-
riendo, — que ya no podrá verse con aque-
lla dama llamada Luisa a quien le debe una
explicación, y por Lostan que no podi"á
continuar la aven tu m que dejó comenzada
con Blanca.
— ^Hombre, aquello no fué más que nii
conato de aventura, una canción que so
c^rtó en las primeras notas del preludio, y
ya comprenderás que habiendo transcurrida
cinco o seis meses^ no era cosa de ir a con-
tinuar la misma solfa.
^-Entre tanto, — i'eplícó Orrego con sor-
na, — ya Blanca liabril estado cantando otras
canciones,., a diio,,,
— Lo ci'co, y sobretodo cuando sé qne
tiene a la vista el tentador ejemplo de su
amiga Elisa, quien hace tres meses ya se
tntealm con otro prójimo., -
Eüte recuerdo no debió agradar macho a
Orrcflfo,
Líkstan se interrumpió para lanzar ona
exclamación:
— ¡Estos endemoniados chinos le han
echado a destajo el ají a su comida!... es
como ponerse un sinapismo en la boca..-
bendito el provecho que le hace a los labios,
rasgados como los traemos--
Los tres amigos siguieron conversando
durantó la coinidií, y cuando ésta concluy<^
— 268 -
Balierüii a la calle, donde encontraron otros
cíHiipttiieros con qnienes charlar.
Lost'ni traia una carta de Contestación
que doña Manuela Melgar le habia dado
pttíiv el pudre de Rosa.
El canutan conocía muí bien la casa
donde el señor Gómez se habia alojado con
m hija tres meses antes en la ciudad y te-
nia la intención de ir allá; pero no habia
querido hacerlo en el dia con el fin de evi-
tar que algunos de sus compañeros lo vie-
ran y le hicieran preguntas indiscretas.
Esperó la noche.
Después de la retreta las calles estaban
débilmente alumbradas por escasos faroles
que cdlgados frente a alg'unas puertas os-
tentaban la luz de raquíticas velas.
Jjosfcan salió de su habitación en la cual
dejó acostándose a sus compañeros rendi-
dos de sueño, y se hecho a andar.
Mientras caminaba mil dudas se le ocu-
rrian; ¿estaña Rosa en Huancayo? no es-
tiiria aún en Huancavelica? ¿iría a verse
con ella esa misma noche? ¿habría pasado
yapara Tarma? ¿iria en viaje para Aya-
cucho?
Pensaudo en todo esto llegó a la casa
consabida y llamó a la puerta sin vacilar.
Una chola vino a abrir.
— KsLá aquí el señor Gómez, — preguntó
Lostau.
— Gómez, no conoceré, — contestó la
chola con la entonación peculiar de la
jentc de su raza y mirando con recelo al
oficial.
Este comprendió que difícil seria obte-
ner de ella las noticias que deseaba inqui-
lir, y replicó:
—Deseo hablar con la señora dueña de
esta casa.
La voz de una persona que seguramente
debía c^tar tras de la chola, se dejó oir
en la oscuridad, diciendo:
— Aquí rae tiene usted.
La que habia hablado era una señora
que asomó la nariz por el angosto hueco que
dejaba la puerta medio abierta. Para ahu-
jr-entai la desconfianza de aquella jente, el
capitán contestó:
^Traigo de Huanta una carta para el
fleñor Gómez; se la envia su hermana; sa-
biendo que ese caballero ha estado otras
veces alojado en esta casa, he venido a
buscarle aquí.
—Ha hecho usted mui bien; pero ahora
Gómez no está en casa, ni tampoco ea
Huancayo.
— ¿No habrá vuelto aún de Huancare-
lica?
— Sí regresó hace mas de una semana;
estuvo aquí dos días y eigiiiú para Tarma,
Por tener alguna noticia de Rosa, Los-
tan añadió:
— Si estuviera la señorita hija de él po-
dría entregar a ella la carta: seria la misma
cosa.
— Pero es el caso ijue la niñíi está coii
él; vino y se fué con 3>i j^adre.
Lostan habia echiido a andar rcü^resiin-
do a su habitación después de oir aLjuellas
noticias, y de despedirse de la señora.
— Cuando volvamos a In costa, — ^^pensaba
mientras seguia su camino pausadamente^
— pasaremos por Tívrma y allá entregaré la
carta y tendré ocasión de vera Rosa; como
es probable que en esa ciudad descanse-
mos un dia, habrá lugar de despedirse con
calma.
El encuentro de un compañero que ve-
nia en dirección opuesta cortó el hilo de sns^
pensamientos. Era el capitán Gahez.
Este se detuvo diciemlo:
—¿Sabes que nos vamos pasado ma-
ñana?
— ¿ Es cosa resuelta,
—Sí.
— Es decir que dentro de uua semana
estaremos en Tarma,— replicó Lostaa d&
cuya imajinacion aun no se habían desva-
necido ciertas ideas,
—No tal.
—¿Cómo?
— Llevaremos otra ruta; nos vamos por
Cachicachi ahorrando nna jornada; Tarma
quedará lejos.
Lostan no contestó nada, y Gal vez aña*
dio:
— En fin, mañana conversaremos.-- roí
a acostarme porque estoi rendido de sneno.
Hasta mañana.
Tras de esto se marchó.
El capitán Lostan se quedó un momento
pensativo y al cabo miirnuiró:
—Nos vamos por Gaüíiicaclti ahorrando
una jornada... justamente la jornada quG
no hubiera querido ahorrar.. . j Mui bien ! ..,
esto quiere decir que mi definitiva des-
pedida de Kosa no tendrá lugar, sino que
ya lo tuvo; no será en Tarma, sino que j:
lo fué en Huancavelica,
i
269 —
LXIX.
El campamento de ChorrilloSi
Al desocupar h Lima el ejército chileno
ge había retimdo a Chorrillos.
Esta ciiiditd tstnbu casi totalmente des-
truida y ]os Uitñ] Iones para tener aloja-
miento se luibiuii xhto en la necesidad de
i m pro vi sa r c u a rteles.
En los pctieros vecinos se habian cons-
truido gran des ramadas que servian de
cuadras j'ara la tropa y habitaciones para
loa ofícíales.
Los piiés derechos y las vigas eran de
madera labrada; pero las pan: des y el techo
estaban formadas por caña^, paja o totora.
Ei^tos materiales se colocaban a medida
que PC les traían de los campos veclnoaí
mientras estaban verdes ofrecían un bonito
aspecto; pero tan pronto como se secaban
cambiaba por completo la apariencia,
Y no hubiera sido nada ejüto, sino ijuc al
mismo tiempo de perder el color pcrdian una
parte de sus dimensiones, de manera r^ne
dejaban unmcrosas rendijas por donde se
colara el polvo fino y seco que en espesas
nubes venia de^^de lofi cumiiios próximos.
Además de la jen te, también había en-
contrado hospedaje en las ramadas una
pasmoi^a cantidad de insectos: habíamos-
(juitos, ;íítiicudos, titiras, pulgas y otras es-
pecits de bebedores de sanare humana, en
tal abuíidüiicia que es difícil imajinársela
siqídera. Los soldados por librarse de ellos
fialíau a doimir Juera de aquellos techos,
al rasoj pero haeta allá los pe rst guian los
pertinaces bichos, unos con sus lancetas y
otros con sus trompetillas; aquellos pi-
cando en silencio, y éstos celebrando el fes-
tín con !a aguda y tremebunda música de
sus ^-unibídos.
Baettada la piel por los aguijones y he-
rido el tímpano del oído por el monétomo
concierto, muchos no logra Um dormir, j
a veces algún soldado afiebrado por todo
aquello, solía exclamar en medio do su in-
somnio:
— [Píquenme pero no me canten!
Era de ver durante el dia a los soldados
espulgándose como nnos macacos y desean-
do ser cuadrumanos como éstos para dai'sc
abasto.
Hacia lít tarde solían venir de los caña-
verales enormes bandadas de zancudos ha-
ciendo sonar sus infansLaa trompetillas en
so n de gue i'ra ; f or ma hvi iva) íes, eran ver-
daderas invaciones. Los si.rldados corrían á
cojersus frazadas y blaudíéudolas tras de
ellos, los derrotaban en medio de ]fts risas
a que se prestaba aquel combate
Todo este negocio de los bichos punaa-
dores no habría pasadlo de producir algu-
nos lances í|ne tenían de lo molesto y de lo
cómico a la vez, a no ser porque entre
aquellos había unos a!<^o ponzoñosos, puea
sus picaduras ocasionaban a veces irrita-
ción y muchos soldadoíí a consecuencia de
ellas tenían que ir a parar al hospital.
Enera de los insectos de batalla, habia
muchos inofensivos, pero de no mni agra-
dable compañía, tales como arañas, bara-
tas, grillóte, cucarachas y otros pelagatos
por el estilo, que ni nombre tenían.
En aquellos rústicos cdiíicioscl calor era
sofocante. Para ir de una cuadra de com-
pañía a otm, había c[«ie cruzar trechos de
potreros bajo los rayos de nu sol tropical.
8alir del ca[npameuto y díiijirse a la po-
blación era tomar un tremendo solazo c
irse derritiendo en el camino, de manera
([ue la jen te en las horas francas prefería
(luedarse l>ajo sus techos de totora.
Por otra ¡)arte la población ofrecía pocos
a t r ac t i \'o s : ra ras era n las casas q u o < pi ed a-
ban en pié. La numerosa cantidad de per-
sonas que había acompañado al ejército
en su traslación a ChorrilloF?, vivía en los
edificios a medio destrnir; los liabia arre-
glado provisionalmente, ya pxmiéndoles te-
chumbre, ja acomodándoles paredes, puer-
tas o ventanas.
El ¡.vríncipal polaz de los chilenos consis-
tía en ir a los baños j mientras estaban sa-
inerjidos en el agua del mar cesaba el calor
y las picaduras de los insectos, io que no
em poco conseguir. En tos baños se veiau
algunas personas que diariamente venían
de Lima por el ferrocarril para regresarse
tac pronto c<?mo se liubioran refrescado CQ
las aguas de las playas chorrillanas.
Fuera del establecí míenlo btilneario,
donde ye notaba alguna eoncurrtncía de
jenteera en la estación del ferrocarril; allá
acudían algunos oficiales a la llegada y
partida de los trenes.
Esto y los baños podían considerarse
como los únicos paseos públicos; aunque
también algunas tardes se tocaban frente
a la casa del Estado Mayor Jeneral uetre-
tas donde los militares qne estaban francos
podían ocurrir a escuchar las mismas píe-
270 —
zas que hablan estado oyendo estudiar en
sus campamentos a las bandas.
Las ramadas con su insectos, los cami-
nos con su polvo, la población con sus rui-
nas, y todo eso bajo un sol ardiente que
mantepía a las personas en transpiración
constante, no era por cieito para hacer muí
agradable la vida que ahí se llevaba.
Conseguir permiso para ir a Lima era
asunto difícil para los oficiales, y si llega-
ban a impetrarlo era solamente por reau-
cido tiempo: ir y regresar el mismo dia, o
a lo sumo el dia siguiente.
Largo se podría hablar sobre el nuevo
rumbo que tomó la vida de campaña para
el ejército chileno durante los nueve meses
que. permaneció en Chorrillos, los cuales
fueron el epílogo de la guerra terrestre,
como al principio otros nueves meses pasa-
dos en Antofagasta, habían sido el prólogo.
Largo,'decíamos, se podría hablar de aque-
lla vida que quizás no era de campaña, pero
tampoco era de guarnición; mas, solo lo
haremos someramente tocando apenas los
puntos necesarios para terminar esta na-
rración.
El batallón Setiembre era uno de los que
se hallaban acampados en los alrededores
de Chorrillos.
Habia regresado de Huancayo.
Si bien libre de montoneros que moles-
taran durante el camino, en nueve jorna-
das habia tenido que superar nuevamente
las fatigas y privaciones de la marcha. En-
tre aquellas se contaban las empleadas en
la ardua empresa de trasmontar los Andes
por los mismos desfiladeros y precipicios
recorridos seis meses antes cuando partió
de Lima para La Sierra, y cuya relación
no hacemos por no repetir lo referido ya:
las terribles escenas producidas por el hielo,
el cansancio y el soroche, sobre la nieve
eterna de los Andes que los soldados yol-
vieron hollar con la planta de sus pies.
Al acamparse en Chorrillos el Setiembre
tropezó con más dificultades que otros ba-
tallones por no haberse encontrado en Lima
en el acto de la desocupación. Ya sabemos
que los del Setiembre habían partido para
La Sierra con lo encapillado, como fami-
liarmente se dice, dejando en Lima todos
sus equipajes y reducidos ajuares. A la sa-
lida del ejército encontrándose aquellos
objetos sin dueños que velaran por ellos,
fácilmente se comprenderá que algún me-
noscabo les pudo ocurrir, ce Al ojo del amo I
engorda el asno,» dice el refi-an, lo cual
deja entender el am mente que sí u aquel ojo
vijilante el asno eIlflaqu^J(;^e: alt^o seme-
jante bieu pudo acó n te ce r a los antedichos
equipajes y ajuares...
Cierto dia poco después de las doce Be
hallaba listo el tren que según su itinera-
rio debia partir a las doce y medía para
Lima.
Varias personas Pe díríjian a tomar eq
asiento en los vagones y otras ae paseaban
por el andén cuyo piso ae veía salpicado
por pequeños puntos luminosos; eran éstos
producidos por rayos de sol que pasaban
al tra\'es de una multitud de agujeros he-
chos en la techumbre de zíuc: las delgadas
planchas de metal no habí a u podido con-
tener la lluvia de balas que en un dia no
lejano cayera sobre ellas desde el vecino
Morro Solar.
Entre los que se paseaban por el andén
se dívÍKaba tm Joven que lanzaba a cada
vuelta rápidas miradas al reloj de la bole-
tería y parecia disgustado de que no an-
duviera tan lijero como él lo descatm.
Cuando en sus paseos no tenia a la vista la
muestra del reloj, se echaba miradas a su
propio ti aje mostrándose como receloso de
que su chaqué no le viniera bien.
Do pronto entró en la estación nn ofi-
cial, a quien conocemos, era el capitán
Lostan, Volvió la cara a ambos lados y
distinguiendo al citado joven, se dirijid
hacía él a paso largo.
Al aproximarse di jóle sonriendo:
— Tienes el aspecto de un verdadero cu-
calón.
El Joven contestó;
— Ando todo empachado con este chaqné;
me parees que por alií van a conocer que
no es mío, qnc me lo han prestado.
— Eso no es nada; peor seria que cre-
yeran que te lo habías robado. Pero no
tengas cuidado; te queda perfectamente
bien.
— Mucho lo dudo, pues su dueSo, Orre-
go, es más grueso de cuerpo que yo^
— Es corta la diferencia para que se note
en la ropa. Sí tú te pusieras el cuero de él
tal vez te quedaría suelto y arrugado como
el de una vieja; pero en el traje no alcanza
a percibirse la discrepancia.
— No dejará de notarse pues tu venii
riéndote de veruie.
— Me reia porque me extrañaba divisa
tu persona vestida de paisano, de lo cui
— 271 —
no teu^o costumbre. En fiUj lie ahí que tin-
tes de iiua Lora te hallarás en la Ciudad de
loa Rey £8, querido Büler,
El iuterloentor de Lostaii era efectiva-
mente KU compañero >Soler míe habiendo
conae^üido permiso para ir a Lima se ha-
bía vestido de paisa no , puea desde la deso-
cupación de la capital, solamente con este
traje podían ir alU los militares chilenos.
Como era natural nt» todos los oficíales te-
niuü ropa civil í Soler era uuo de los que
careda de ella, j por tal motivo ae habia
visto oblif^ido a pedir prestadlo el chagüen
Orrüj[^o j el sombrero a otro de sus com-
pañerrjs,
— Tu primei'a dilijenciaj^ — será tratar de
verte con Luisa.
— Le mandai'é una caita que llevo escri-
ta tan pronto como lle^^ne.
— Eu ella sin dnáa le dices que los pape-
les que hallaste eii poder del difunto Cor-
so, o sea Xarbüua, como parece que se lla-
maba, te han hecho descubrir la verdad.
— ^Nat u ra I n) e n te.
— Y que deseas verla y hablarla para ha-
certe perdonar a fuerKa de cxpheaciont's
verbales, hálateos, etcétera.
— Claro está; Ir^ pido una cita para esta
noche* . . como antes . . ,
— Como ánte?^ de la tormenta, de la tem-
pestad,., muí bien; y tras de eso comenza-
Tú una nueva era que f^reeerá más bella
que la anterior ptirque viene deapucs de la
intcrruixíiou hecha por la {juerella, como
parece mils hermoso el sol después de uti
dia de Ihivía, Con tal que ella nohaj^a tra-
tado de cmisolarse j.,.
^ Lostan no concluyó la frase y miró son-
riéndose a su compañero.
Boler también se sonrió para responder,
—Ya te veo venir; siempre escéptico tm-
tándose de la fidelidad de las mujeres en el
amor, tu sospechas que Liiíj^ despnes de
nuestra ruptura habrá dicho: a A reí muer-
to re i puesto- D
— Hombre... al fin y al cabo til fuiste
quien provocó la querella y te marcLaste
lójos,., ¿quién pcKlria culpar a Luisa si con
las dulzuras de un nuevo amorcito hubiera
querido disipar las amarguras del otro?
— lío creas que yo he dejado de pensar
:ii todo eso, — rei>iícó Soler tratarído de
hancear;— por tal motivo no be querido
scribiríe desde aquí y he preferido esperar
asta hoi que tengo permiso para ir a Lima,
[e manera que ella me de la contestación
de mi carta a viva y<m: estas cosas se ^-
tan mejor de palabraí* qne por escrito»
— Ya lo creo.
— Sí ha sucedido lo qíie tú sospechas, no
acudirá ella a la cita.
— Es de suponerlo, pueato que el único
lazo que la ligaba contigo era el amor* Si
habías con ella le dír¿a de pirte mia que
aún no se me pasa el susto que tuve cuan-
do se desmayó en el coche, temiendo que
me achacaran a mi el crimen.
—A otra persona mita bien r¡ue a Luisa
querrías tú mandarle algún recuerdo.
— I Rah! ¿Lo dices por Blancíi?
—Tal vez».
— Ya te he dicho que eso fue un conato
de aventura y nada más 8i yo fuera a re-
cordarle que hace seis o siete meses nos di-
jimofi als^unas palabras el único dia que he-
mos visto en la vida, so me reiría en la ca-
ra pre^untííndome si me había convertido
en profesor de íiíatoria antigria, y yo mis-
mo mecncontraria pcrfectaraenteridículo.
— Pero es que aquel asunto quedó pen-
diente,
—También quedan |)endí entes los ahor-
ca do 3 T no resti cí ta n n ti i ica .
— Es decir que ai i a vieras no la ha-
blarías,
—¡ Oh! esa es otra cosa; si lle^o a en-
contrarla alguna vez, fjpor qué no habré de
fiablarlay conversar alet^ix^mente con ella?
Pero de ahí a que vo pretenda hacerle creer
que durante los siete meses corndos lo he
pasado suspirñudo por su im^íjen, Imi rau*
cha distancia. Si consigo ira T-iirna no pien-
ses que voi a beberme los vientos por bus-
carla. Por quien únicamente baria tal cosa
seria por aqoella more ni ta de qnicn te he
hablado,
— ^Áquellaa quieu veias cuando íbamos a
misa con el batallón-
—Justamente; arinella linda morenita
desconocida que sabia sonreír con tanta
gracia detms de su libro de devociones, y
de quien nunca logre saljcr el nombre ni el
domicilio siquiera.
—Eso es romántico,— dijo Soler con
acento burlesco,
— No tal ; no te imajines que yo me ha-
bia vuelto un Petrarca; la verdad del caso
es que viéndome obligado a divisarla
una vesía la semana y a dejarla tan pronto
como la corncLi tocalia el funesto paso re-
doblado, ton)é a porfía, a capricho, llegar
a verla fuera de la igleaia^ aimque fuera en
— 272 —
f
nn balcón. "Rra ima lueha sorda entre mi
deseo y la tiranía o el rigor de la corneta.
— En fin, liütul>re, si vas uno de estos
dias a Lima, pütliás diríjirte a oír una mi-
sa en Santo íí^jniingo, y si ella esta ahí, ya
no habrá üoi-netti i^ue te haga marchar y po-
drás esperarla hfista qne salga y descubrir
lo (|uu anhelas.
Ei silbo de la locomotora anunció a So-
ler qne era tiempo de que subiese al tren.
Así lo hizo.
Tomó su a=iiento en un vagón, y asomán-
dose por una de laa \'Qntanillas de éste, con-
tinuó dialogando con Lostan que se habia
acercado a la orí lía de andén,
— Espero que Lruerás de Lima muchas
noticias, oomo aquella vez que viniste de
La Siena y nos llevaste allá un buen cau-
dal de novedades,
—Ahora la distancia es más corta y hora
a hora estamos aquí sabiendo lo que allá
pasa,
— También es cierto. Puesto que tienes
permiso hasta mañana, supongo que no te
apresurarás para regresar hoi mismo a san-
cocharte en las ramadas del campamento.
—Mañana en el tren de las. doce estoi
aquí.
— Tendré a recibirte si no carga mucho
el soL.. Ya parte la máquina... Que te so-
ple buen viento por esos mundos...
— Hasta mañana, — contestó Soler despi-
diéndose de su compañero.
El tren se movió aumentando progresi-
vamente BU andar,
LXX.
Encuentro inesperado del capitán
Soler.
Embebecido en mil pensamientos iba So-
ler en su vagón; repasaba en su mente las
diversas soluciones que podían tener sus
asuntos amorosos.
Sin embargo, a pesar de lo preocupado
que iba su espirito, el capitán dio tregua a
sus ideas poco dntes de llegar a la estación
de Miraflorea, y otra ciase de pensamien-
tos, o míS^ bien recuerdos, acudieron a su
imajiuacion.
El tren cruzaba en ese momento al cam-
po donde tres años antes se habia dado la
gi'an batalla qne abrió las puertas de Lima,
la batalla de Miraflores.
Aquel terreno pedregoso próximo a la lí-
nea férrea j limitado por el camino carre-
tero; más allá los potreros, cañaverales y
maizales vecinos, las bajíis murallas que los
dividían donde aún se notaban vestí j ios de
las aspilleras; todo eso contemplaba Soler
y a su memoria de golpe se presentaban las
épicas escenas de que habia sido él testigo
en esos campos. Aun le parecía ver por
aquel suelo la muchedumbre de soldados
que corrían jadeando al asalto; unos cayen-
do al ser encontrados por el plomo enemi-
go, y los más felices avanzando siempre, y
siempre tendiendo sus rifles para hacer fue-
go sobre su atrincherados contendores. Aun
le parecía oir el constante estrépito de la
pólvora al estallaren el ánima de los caño-
nes, semejante a un trueno que se prolon-
gara indefinidamente.
Soler, conmovido por sus recuerdos, res-
piraba con fuerza, y aun creía sentir pene-
trar hasta sus pulmones el humo sulfúreo
déla pólvora como un memorable día, no
mui lejano, en aquellos mismos parajes.
De una mirada reconocía a menudo el
sitio donde algún querido compañero habia
espirado legando a los suyos su ensangren-
tado cadáver mientras su nombre penetra-
ba en las inmortales rejíones de la gloria.
Todo el panorama que se ofrecía a su
vista se hallaba para Soler revestido de un
tinte de grandeza: solemne, por la gran ac-
ción consumada ahí; sagrado, por ser la
tumba de tantos compatriotas.
Su ánimo quedó suspenso y abismado en
grandiosos recuerdos mientras el tren sur-
caba velozmente aquel espacio.
A la una de la tarde descendía Soler del
carro y caminaba por el andén de la esta-
ción de la Encarnación Se hallaba a seis
cuadras de la plaza principal de Lima.
Varios encargos le habían hecho algunos
de sus compañeros, cosa que sucedía siem-
pre al oficial que iba a la Ciudad de los Re-
yes, y para poder dedicarse con sosiego a
sus propios asuntos, empezó por desocupar-
se de los ajenos. No eran estos mui largos
ni difíciles: comprar algunas cosillas; apu-
rar al sastre y urjir al zapatero, quienes si-
guiendo la inveterada costumbre de los de
su estirpe no concluían en el tiempo con-
venido las obras que les habían sido en-
comendadas; cambiar billetes chilenos poi
los billetes peruanos que los judíos de los
portales tenían en manojos de a cíen soles
mui prendidos con un alfiler o atados con
— 273 —
i
tma hebra de pitaj a éitos y otros parecidoa
se reducían bs encargos que llevaba Soler
Al cabo de una hora de andar para acd
y para al Id, había cumplido con todoíi,
— Ya eatoi libre; ahora a mis ne^'ociOíí
perBüiiaks, — dijoae el oíipitan saliendo dül
tugurio de un cambista eu el ]>ortal de Es-
cribanos donde había ejecutado la última
<K)inision ajena.
Por sus negocios personales entendía So-
ler en primer lugar remitir a Luisa la car-
ta que llevaba escrita, y en segundo ver de
pasar el día del mejor modo posible, mien-
tras llegaba la hora de la cita, pues para
él aquel día era como de paseo, y de consi-
guiente era preciso entretenerse en algo.
Anduvo hasta el extremo del portal (fue
forma esquina con la calle de las Mantas, y
ahí se quedó mirando a los transeúntes y
esperando que pasara alguna persona a
quien encargar de ir a casa de Luisa llevan-
do la carta que la tenia escrita.
Pronto divisó transitar por ahí un mu-
chacho aparente para aquel mandado.
Llamólo y entabló con él este diálago:
— ¿Estás desocupado? ¿puedes llevar una
xjarta a una casa no mui distante?
—Sí, señor.
—¿Sabes leer?
— Sí, señor.
— Pues bien ; aquí tienes la carta con las
señas de la casa escritas en el sobre.
— Ya las veo.
— Preguntarás por la señora a quien va
•dirijida y se la entregarás en sus manos.
— ¿Tendré que esperar contestación?
— Precisamente,
— ¿Y si la señora no está en la casa?
— Eegresarás trayéndorae la carta; yo
te aguardo aquí de todas maneras, y si me
aburro plantado en esta esquina, te espera-
ré en la heladería de Capella; ¿sabes dón-
de es?
— Cómo no, señor.
— Anda, pues, caminando y no tardes
mucho. Toma este par de solea para que
vayas con gusto; al regreso tendrás otros.
El manee bete emprendió a buen paso la
marcha por la calle de las Mantas condu-
ciendo la citada carta.
Soler sacó un cigarrillo y lo encendió
con calma echando cuentas sobre lo que
podría demorar su mensajero en ir y vol-
ver, y pensando a la vez en la respuesta
que le traería.
Unos pocos minutos llevaba de plantón
cuando sintió un golpecito en un brazo.
Volvió la cam y vi(^ a síi lado la gra-
ciosa fisonomía de una niña que ¡o salu-
daba sonriendo*
— Casi no lo había reconocido así^ ves-
tido de paisano,
— ¡Es usted Zoila I^respondió el capi-
tán contestando afectuosamente el saludo
de la niña.
— Ya lo ve. Yo sabía que había regre-
sado su batallón del interior y que estaba
en Chorrillos; pero no esperaba verlo por
aquí.
— Acabo de llegar de Chorrillos.
—¿Ha venido par algunos días?
— No; para volverme mañana mismo>
— ¡ Tan pronto !
— Así lo manda el impcriü de la leí.
— Yo esperaba que fuera a permanecer
aquí algún tiempo \ tenia deseos de oírle
contar lo que le habnl pasado por allí4,
—Muí grato habría sido para mí; pero
ya que no es posible^ celebro mucho más
la feliz casualidíid que me ha hecho encoa-
trarme con usted.
La interlocutora de Soler era aquella
joven que se hallaba disfrazada de indi a en
esa especie de mascarada donde se hal>ia
encontrado el capitán con cuatro de sua
compañeros la noche precedente al día en
que partieron de Lima para La Sierra. Era
Zoila; la misrau Zoila con quien Soler m
había visto después de aquella vez en la
misma casa de la calle de Jbarola, cuando
notó que un prójimo se tutciiba con Elisa
y otro se quejaba de que Carmencita le
había mordido los labios.
Zoila con sn manta prendida a la espal-
da, sus ojos pai^doB y an gracioso semblan-
te, no carecía de atractivos.
Soler conversaba con ella aín el menor
desagrado.
A continuación del tliálogo ([ue hemos
anotado, siguier(m hablando eu terminoa
semejantes un momento.
Por fin dijo ella interrumpiendo el co-
loquio:
— Le veo mirar mucho híícñi las Man-
tas; quizás está esperando a áí guíen o tiene
algo que hacer y vo estoi deteniéndolo.
— No tal; es cierto que estoi esperando
a un individuo: pero la compañía de usted
me hace pasar dulcemente el tiempo de k
espera. Al contrario, soí yo quien la de-
tiene a usted, cjue tal vez irá de prisa.
— Nada de vmi había venido a las tien-
das y me regresaba a casa.
— Pues entonces, para no estar arjuí pa-
33
— 274 —
rados, lleguemos hasta la heladería ; hace
mucho calor y ahí podremos tomar algún
refresco.
— Pero si usted está aquí aguardando a
alguien....
— El individuo a quien espero me bus-
cará allá; así lo hemos convenido.
Aceptó Zoila a la segunda insinuación,
y ambos se dirijieron al lugar designado.
Algunos meses antes Soler por ningún
motivo se hubiera atrevido a entrar en un
lugar tan público y concurrido acompa-
ñado de una niña; pero ahora habían cam-
biado mucho las circunstancias: se encon-
tmba vestido de paisano, que era para él
como estar disfrazado, y en una ciudad
donde con ese traje era completamente des-
conocido. Además, que un joven y una niña
entraran a un café a tomar una copa de
helados no era cosa para llamar la atención
de nadie.
Dos razones habían impulsado a Soler
para hacer esa invitación. Era una que de-
seaba saber por Zoila noticias de sus ami-
gas para comunicárselas a sus compañeros
y tener motivo de charla en el campamen-
to. Y la otra que él había venido con áni-
mo de distraerse del aburrimiento produ-
cido por la vida monótona de Chorrillos;
¿Y qué mejor modo de distraerse que es-
tando en compañía de una buena moza?
No esperaba verse con Luisa hasta las ocho
de la noche y, ¿qué iba a hacer durante las
horas que faltaban para ese momento? no
había fiestas ni paseos en que matar el
tiempo.
Soler y Zoila entraron a la heladería y
en la primera sala tomaron asiento junto a
una mesa.
Pidió el capitán al mozo helados y dul-
ces, los cuales pronto fueron traídos.
Al sentarse habia tomado él la precau-
ción de quedar a la vista de un espejo en
cuya luna se veia reflejar la puerta de
calle. De esa manera veri a cuando llegara
el muchacho con la contestación de la
carta y podría salirle al encuentro, porque,
dígase lo que se quiera, es poco galante
recibir recados de una dama en presencia
de otra, y nadie negará que Soler obraba
con finura. . .
El muchacho mensajero habia llegado a
la calle de Calonje y habia dado la carta
a la misma persona a quien iba dirijida.
Luisa habia reconocido la letra de Soler
y rompió rápidamente el sobre, extrayendo
el pliego que se puso a leer con el sem-
blante alterado por la emoción*
A medida que recorriii con los ojos la»
líneas escritas, su sembla u ti;! se Hoiirojaba
y dejaba lucir una plácida sonrisa.
—Lo sabe todo. . . se ha cou vencido de
que eran infundadas bus sospechas-,-
vuelve hacia mí... quiere verme para dar-
me mil excusas de palí\bras..< dudada
que yo quiera perdonarle sus ofensas- - *
Hace mal en dudar... las doi todas al ol-
vido ... él tenia razón para abrigar sospe-
chas ante mi silencio. . .
Todo esto murmuraba Luisa al concluir
su lectura.
Y sin disimular-la alejaría que inunda-
ba su corazón, se dirijió al muchaclio pre-
guntándole:
— ¿ Dónde viste al señor que fce dio esta
carta?
—En la esquina de las Í^Iantas; ahí que-
dó esperando la contestaciiou.
— Pues la contestación se la voi a llevar
yo misma.
— Iré a decírselo así.
—No; vas a ir tú conmigo. Vé a la ca-
lle a buscar un coche que tenga cortinillas
en él iremos. .
El niño salió, y mientras volvia, Luisa
entró a su alcoba y con lijereza se puso a
cambiar de traje y arreglar el peinado-
Un momento después la joven subía en
un coche que habia sido buscado por el
muchacho.
Hizo que éste subiera tras de ella y
luego que fueran corridas las cortinas de
las ventanillas, de manera qtie ningún
viandante podía ver quienes iban dentro
del carruaje.
Luisa no pudo resolverse a tener pacien-
cia de esperar la noche para verse con su
amante y, lo que nunca Imbia hecho ante-
riormente, se decidió a híiccrlo ahora* Es
cierto que las cosas habían cambiado de
aspecto: ya no se trataba de ir a encon-
trarse a la luz del día con uu oficial chi-
leno, cuyo uniforme habria llamado la
atención y hecho que muchos ojos se fija-
ran en ella; sino de andar con un individuo
vestido civilmente que no tenia por qué
atraer las miradas de los curiosos* Sin esta
circunstancia, por mucha que fuera so im-
paciencia no se habría resuelto a dar c"^
A indicación de Luisa, el coche se hab
puesto en movimiento para entrar a la p]
za por la calle de las Mantas.
— 275
Mientras tanto Luisa hacia al niño al-
:^nafi preguntas sobre el color del traje que
llevaba el que le habia dado la carta, y al
oír las respuestas de él, alzaba un tantico
lina de las cortinas esperando reoouocer de
léjoa a gti amante por las señas de su ropa.
El trj^yecto era corto y pronto el coclie
corria por la calle citada.
El muchacho también miraba hacia afue-
ra alzando un poco otra de las cortinas.
Llegó un instante en que dijo:
— jCatai! ahí está; ese señor es.
Al inismo tiempo Luisa habia reconoci-
do a Soler; pero su fisonomía que hasta ese
momento habia brillado de alegría, en vez
de mostrar mayor júbilo a la vista de su
amante, se contrajo de súbito.
Luisa habia visto que Soler no estaba
solo, sino que departia amablemente con
una joven y, caso aun más serio, aquella
jóveu era tína buena moza.
El coche pasó a dos metros del capitán.
— tí Hago parar? — preguntó el niño.
— No ; más allá... — replicó vivamente la
hermosa viuda.
T luego, alzando la voz, ella misma gritó
al cochero que detuviera el vehículo y es-
pemra.
Quedó éste frente al portal de Botoneros
T como a veinte metros de la esquina de las
Mantas.
Mirando por una especie de tragaluz con
Tidrio que tenia el coche sobre la testera;
podia Luisa divisar perfectamente a Soler
y su compañera.
Ambos parecian conversar mui amiga-
blemente y a veces sonreían y hasta reían.
Esto mortificaba a la joven viuda; pero
trataba de tranquilizarse diciéndose que
bien podía ser aquella alguna amiga de So-
ler que casualmente habria encontrado en
el portal, pues el muchacho le habia dicho
que Soler se habia quedado solo; siendo así,
luego la niña seguiría su camino.
Pero los minutos pasaban y Luisa se
alarmaba notando que la conversación de
aquellos a quienes espiaba parecía animar-
se cada vez miís.
Clavaba con tesón la vista en ambos; ya
en sus ojos, como si quisiera adivinar sus
pensamientos; ya en sus labios, cual si por
sus movimientos pudiera inferir sus pala-
bras: pero siempre quedaba atormentada
por las mismas dudas.
Sin embargo, Luisa no em una niña
inexperta y supo armarse de cierta calma
para esperar alguna circunstancia que o
bien disipara sus sospechas o bien las arrai-
gara^ antes de formar un juicio de lo que
veía.
Pronto ocurrió un incidente que la hizo
contener el resuello: Soler y su compañera
echaron a andar por el portal.
Luisa los siguió con la vista y pudo rer
aue luego ambos entraban a la heladería
e Capella.
—En ese establecimiento habia quedado
de esperar mi contestación; luego, ya él su-
ponia que debía ir allá porque estaba espe-
rando a la vez a esa otra persona.
Esto peasó la joven.
Con todo, como un consuelo le acudió a
la mente el raciocinio de que bien puede
un individuo invitar a una amiga a tomar
una copa de helados en la mitad del día y
en un lagar publico y decente sin que el
amor ande mezclado en el asunto.
Aguardó un momento largo con la mi-
rada fija en la puerta por donde entrara su
amante y al fin, no viéndolo salir aún, hizo
un movimiento de impaciencia y tomó una
resolución que veremos ejecutar.
— ^Vas a ir a la heladería, — dijo al mu-
chacho, — ^y dirás al señor que te envió que
me diste la carta y que mi contestación es
que haré lo que me pide.
—Está bien.
— Pero te guardarás de decirle que yo
salí de casa ni que estoi en este coche: ¿me
comprendes?
—Perfectamente; le diré que usted que-
dó en la casa.
— Eso es; si lo haces así te daré estas
monedas.
— El muchacho se sonrió viendo un par
de relucientes pesetas que le mostraba la
joven y partió mui dispuesto a ejecutar lo
mandado.
Se dirijió al establecimiento de Capella,
y entró.
Soler salió a su encuentro: ya sabemos
que mirando el cristal de un espejo aguar-
daba su llegada.
— ¿La viste? — preguntó el capitán sia.
esperar que el mancebete abriei'a la boca.
— Sí, señor.
— Traes contestación.
— De palabra.
— ¿Qué te dijo?
—Que haria lo que usted le pedia.
Este era jeneralmente el modo como
Luisa acostumbraba contestarle cuando él
por medio de una misiva le pedia cita.
Contento con esta respuesta que le hacia.
— 276
entrever las dulzuras de una reconciliación,
replicó:
— Bien, chico.
Y SfOcando de bu bolsillo un billete de
cinco Bules, se lo dio diciéndole:
—lías cumplido cou tu misión; toma pa-
ra que ^'aJa3 a pasearte eu las tranvías.
Tras de esto Soler le volvió las espaldas
j regresó a la sala donde Zoila le esperaba.
LXXI-
El capitán Sol^r pierda mas que lo
que encuentra.
— [Era ese mucliaclio el individuo ar
quien aguardaba usted?
— plnstamente; ¿lo vio usted?
— SI ; por el misino espejo que usted mi-
raba con tanto ahinco^ — replicó Xoila que
era quien habia hecbo la primera pregun-
ta; — -lo be estado observando desde que en-
tramos aquí.
— Ese niño debía traerme una noticia,
— respondió Soler aentíindoae nuevamente
en^sü silla; — y lo esperaba para quedar com-
pletamente desocupado.
Y cambiando de conversación añadió:
—Ha sido una feliz casualidad que me
haya encontrado con usted en el portal; sin
eao no habria podido verla,
— ¡Vaya!... con ir otra vez a la calle de
Ibarola, rí hubiese querido verme fácil le
hubiera sido.
— ^¡A ]a casa de Carmencita?
— Pues.
— Yo no puedo volver allá ni vestido de
fraile, — contestó Soler riendo .
— De veras que usted fué causa de que
cortaran Carmen y Elisa sus amistades con
Aliaga y Or regó,— replicó Zoila riendo
también.
—Ya lo ve usted,
— Peix>, ¿para que fué usted tan habla-
dor?
—Me pareció chistoso el coento y no lo
pude callar; sobretodo aquello de ese su-
jeto que se quejaba de que Carmencita le
habia mordido los labios.
Zoila eihaló una explosión de risa que
la hizo toser, y llevándose el pañuelo a la
boca, exclamó:
— Es tan loca.
— Estos helados están muí helados; la
liacen toser; será preciso templarlos con un
pioco de pisco, así como lo he hecho con lo»
mios.
Unió Soler la acción a la palabra y va*
ció un poco de licor eu la copa de ia niña.
Ella no se hizo rogar para tomar aquella
combinación.
—Ya ve usted, — ^añadió Soler, reatando
la conversación; — no puedo pues volver a
esa casa; me recibirían con la tranca en la
mano.
—Al principio estuvieron ellas nn poo»
enojadas; pero ya se les ha de haber pa-
sado.
— De véi'as que en esas niñas parece que
los sentimientos no echan profundas mi-
ces.
— ^No sea usted mordaz.
— No es mordacidad, es una observar-
cion. A propósito de ellas, recuerdo que esa
noche del famoso baile de máHearas esta-
ban con ustedes otras dos jóvenes.
— ¿Blanca y Olimpia?
— Precisamente; ¿qné es de ellas?
— Están bien; las veo frecuentemente y
a menudo nos reimoa acordándonos de
aquella pasada que lea jugaron a los capi-
tanes Lostan y Galvez.
— ¿'Aun se acuerdan de eso?
— Como no; ¿cree usted que tenemoa
tan mala memoria? Ellos sí que debon ha-
berse olvidado de todo eso, paes ni siquie-
ra han dado noticias de su regreso después
de tanto... ¡así son los hombres I
— ¡ Cuidado I mire usted que con esa pe-
drada mata muchos pájaros.
— ¡Qué!... ¡ buenas alhajas son todos!
— Pero, — dijo Soler riendo,— déjeme a
mí a un ladj, aunque sea solo para estar
presente.
— ¡Qué puede importarle a usted mi
opinión!
— Es justamente la más importante de
todas para mí.
— ¡Guá!... me hace usted reír,,.
—Qué suerte la mía. . . la hago reir cuan-
do le hablo con formalidad*
— Es cabalmente de esa formalidad con
que me lo dice de lo qtie me rio. ¿Se ima-
jina usted que aun estamos de máscaras
como aquella noche que me dijo tantaa
cosas?... Allá en medio de la función,
pase... pero aquí qi;e estamos conversando
tranquilamente...
Y Zoila cortó su frase haciendo un jesto
expresivo y decidor.
— Pues ahora que se encuentra usted sin
— 277 —
careta tengo más motivo para repetirle
esas «Untas cosas. jp
— ¡Qué es eso!-*, ¿galanterias teñe-
moa ?
— Sotí razones que le doi,
— ¡Cuidado !,.- vea quo usted tal Tez ni
m acuerda de todo lo que me decia en-
tonces,
— Lo tengo muí presente, j tampoco se
ha borrado de mí memoria lo que usted
me conteataba.
— ¿ Sí ? — replicó Zoila con graciosa
sorna.
— Entonces creo que ao ae moF^traba us-
ted tan recelosa conmigo como ahora.
— Le he diclio ja que en medio de la
jarana todo pa^sabaí pero aquí estamos con
toda tmnquilidad, — contestó la niña con
un acento j una sonrisa que no eran pai'a
desalentar a Soler,
— Usted estarii tranquila; pero yo no,»
— ^jCómo-.. ¿estíl usted con tercianas?
— Estoi al lado de usted.
— ^¿y eso lo tiene intranquilo? ¿me tic*
oé usted miedo P
Soler Ja miró fijamente y respondió son-
ríéndose :
— Otra cosa es lo que le tengo-..
— ;Qué talí... óiganlo!,., croo que se me
va a declarar enamorado... — esclamó
Zoila prorrumpiendo en risa,
—¿Tan chistoso le parece el caso que se
ríe usted con tautaa ganas ?
— Naturalmente; usted ni aun se habiia
acordado de mí, si no es por la casualidad
de haberlo encontrado en el portal; ni aun
se habría preocupado de dar un paso para
verme.
— ¿Por íjué se imajina tal cosa?
— A la vista está*
— Acababa de llegar cuando me hallé
íx>n usted, y ¿qué podría haber hecho an-
tes para verla ?
— Buscarme.
— Pero anduve tan feliz que antes de
que pudiera hacerlo la encontré. -
—Sin haberlo pensado»
— No píidiendo ir a cosa de Carmencita,
estaba jo discurriendo algún modo de po-
der verme con usted.
— No me cuente ese cuento.
— No es cuento, es historia. Aunque su-
ponía que después de tanto tiempo usted
dTVá olvidado to<lo, tenia deseos de verla
hablarla aun cuando fuera solamente
ira recordaí^ lo pasado.
Soler continuo tratando de convencer a
Zoila de cuan veraces ei'í^n sus palabi'as, y
ella sí, no se iba convenciendo, por lo me-
nos le escuchaba cada vea con mejor vo-
luntad, y con sonrisas y miradas picares-
cas lo alentaba en su tarca.
Después de recibir el roteado de Luisa,
el capiUm se encontraba sin saber cómo
matar el tiempo hasta la hora do la cita, j
no le parecía absolutamente nada demigra-
dable gastar el cuarto de día que faltaba
para esa hora en sabrosa plática con una
agradable niña, quien de un modo mui
gachón le i^cordaba que ya otra vez le ha-
bia dicho trtantas cosas j»...
Pero no em posible permanecer mucho
tiempo en la helmima porque no era pro-
pio. Así lo notó Zoila diciendo:
—Ya hemos estado aquí mucho tiempo*
— ¿Tanto le pitrece?
— He oido dar las dos en la Municipa-
lidad, y entramos a la una.
— Aun podemos tomar otra copa de he-
lados.
—Ya hemos tomado dos; yo no puedo
mú^..* me dolerán los dientes.
— Yeo que ya quiere irse.
— Nos vamos a hacer notar quedilndo-
nos aquí más tiempo.
— De vóras que este establecimiento no
es para permanecer largo rato.*. Pero po-
demos hacer una cosa.
-¿Y es?
—Ir al Cercado.
'-¿Qué vamos a hacer allá?
— Tomar una copa de cerveza y hacer
laá oncej no es posible que después de ver-
nos al cabo de tanto tiempo nos separemos
tan pronto.
Preciso es decir que Zoila em persona
de mui buen humor y todo b que era
fiesta o paseo tenia para ella tanto atrac-
tivo como loa jardines para las mariposas.
Oyó sonrióndose la propuesta de Soler j
tardó mui poco en aceptarla.
Un momento después ambos subían a
un ooehe y al correr de los caballos partían
para el Cercado.
Si el espitan hubiera tenido durante el
trayecto la curiosidad de sacar la cabeza
por la ventanilla y mirar hiícia atraSj ha-
bría visto que otro coche a media cuadra
de distancia venia con la misma dirección
que el suyo. Pero Soler no se divertía en
mirar para afuera puesto que adentro del
carruaje tenia bastante entretención*
La amistosa pareja llegó a un huerto
— 278 —
que ya el capitán conocía y entraron en él.
Se instalaron en una glorieta y se hicie-
ron servir cerveza, y luego, mientras les
preparaban unas lijeras once, salieron a
aar algunos paseos bajo el emparrado que
ahí habia.
En aquel huerto se veían árboles, flores,
angostas avenidas formadas por plantas,
un estanque o baño de ladrillo en el cual
se vaciaba un caño de agua, y se respiraba
un ambiente suave impregnado de gratos
perfumes.
Hacia un fuerte sol; pero las hojas de
la vid y las ramas de los árboles ofrecían
una sombra protectora a nuestros jóvenes
paseantes.
Todo aquello unido a algunas copas de
cerveza que se tomaban para dominar el
calor, hacia que los corazones se pusieran
más expansivos.
Zoila hablaba con mayor verbosidad y
se reía con la mejor voluntad del mundo.
Cuando llegó el momento de tomar las
once entraron a sentarse en la glorieta.
Aquel refrijerio compuesto de jamón,
camarones, aceitunas y otras cosilías por
estilo, todo ello remojado con algunos tra-
gos de cerveza y vino, coronó la obra co-
menzada por el aspecto de la vejetacion y
el perfume de las flores.
Zoila se habia sacado el manto para co-
mer y su gracioso semblante brillaba de
contento; Soler la miraba sin el más mí-
nimo disgusto y cada vez se sentía menos
dispuesto a arrepentirse de tenerla en su
compañía.
Ya ella no trataba de mostrarse incré-
dula hacia las galanterías de Soler y sabia
contestar divinamente.
— ^Yo creía que usted ni se habia acor-
dado más de mí.
— Ya ve que estaba equivocada.
— Si yo lo hubiera sabido...
— ¿Qué habría hecho? dígamelo.
— Le habría escrito a Chorrillos cuando
supe su llegada.
— Hubiera sido para mí un placer in-
menso.
— Pero, ¿por qué no me escribió usted?
— Esperaba venir acá de un momento a
otro,
■—Sin embargo, usted me había prome-
tido escribirme en cuanto pudiera ¿No re-
cuerda?
Esto sin duda entraba entre las «tantas
cosas» que le habia dicho Soler
— Lo recuerdo y siempre lo he recor-
dado; pero de La Sierra no se pí>dia escri-
bir para acá. Desde que llegué a Chorri-
llos no he tenido otro deseo que venir a
Lima para ver a usted.
— Y yo todos estos días me he llevado
pensando en ir a Chorrillos con el protes-
to de los baños; pero nada más que por
verlo a usted.
Soler no decía la verdad; esto lo aabe-
mos perfectamente bien; pero tampoco nos
atrevemos a salir garantes de la veracidad
que pudiera contener la respue^ita de
Zoila. . .
El diálogo continuó, y cada vea iba
animándose más.
Hubo nuevos paseos por el emparra-
do y por entre los árboles.
El sol estaba declinando y ya se hacía
agradable sentarse en algunas bancas dis-
tribuidas por el huerto.
La niña se tomaba del braao del joven
y se apoyaba con fuerza; pero él no pare-
cía encontrar pesada esa carga, y conti-
nuaban los paseos, deteniéndose cada vez
que pasaban frente a la glorieta para entrar
en ella y hacerle un li jero saludo a los
vasos de espumosa cerveza,
Largo rato duró esto; aunque ellos no
debieron encontrarlo tan largo, pues en
un momento que Soler vio su reloj, ambos
lanzaron una exclamación de sorpresa al
ver que ya marcaba las seis,
— ¡Tan tarde! — dijo Zoila; — en caaame
estará esperando la chola para comer.
— ¿Quién es ella?
—Una sirvienta que tengo; vivo yo sola
con ella.
— Déjela esperando para qtie ae acos-
tumbre a tener paciencia y vamonos n co-
mer nosotros a otra parte. '
Zoila era condescendiente , , . sobretodo
tratándose de convites.
Un momento después el coche que ha-
bía estado esperándolos frente a la paetta
de calle partía con ellos y no paró su car-
rera hasta llegar al hotel de París,
Ahí en un gabinete separado bizo Soler
que les sirvieran la comida.
El buen humor llama al apetito, y como
la joven pareja traía aquel, fáGÍlmení>e vi-
no este otro, y el dueño del liotel no pudo
quejarse de que le desairaran sus maii ja-
res.
Muerto el apetito, quedii reinando i
buen humor, y tras de él viene la alegría
279
la alegría trae la expansión, la expansión
^ el ensanche de los corazones.
Por todas estas alternativas debieron
pasar Soler y Zoila; pero con todo, el ca-
pitán no olvidaba la cita que tenia para
esa noche.
El cochero permanecia en la puerta del
hotel con su vehículo. De orden del que lo
ocupaba habia recibido comida y algunas
copas, de modo que no debió parecerle mui
fastidiosa la espera.
Alanos minutos antes de las ocho saltó
del pescante para abrir la puertecilla del
carruaje al ver que salia del hotel la pare-
ja esperada.
El auriga como ladino y veterano en
esos lances, de una mirada conoció que el
vino no habia escaseado en la comida. No
sacó tal consecuencia tanto por Soler cuan-
to por Zoila.
El capitán le dio las señas de una casa
de la calle de Ibarola; pero que no era la
que ya conocemos, sino otra vecina donde
vivía au compañera de aquella jornada.
El coche rodó.
Al cabo de un momento después de ha-
ber recorrido varias calles; se detuvo, y el
cochero quizás alcanzó a percibir este diá-
logo:
— Pero ¿es posible que se vaya sin en-
trar un instante a mi casa?
— Ya le he dicho que tengo un encargo
impreíMíindible que cumplir.
— Bien; pero vuelva a prometerme que
en cuanto se desocupe viene para acá.
— ííi puedo hacerlo; pues ya sabe que
tal vez tenga que irme para el Callao esta
misma noche.
— Dé alguna disculpa y véngase para
acá... voi a ver a Blanca y Olimpia para
que vengan y pasemos un rato. . . nos va-
mos a reir mucho . . .
—No vaya a buscarlas, pues quizás no
logi'e regresar esta noche. ..
— ^Bieti; pero yo de todas maneras lo es-
pei-o... y si no pudiera venir ahora, maña-
na por la mañana antes irse a Chorrillos,
sin falta...
—Eso sí que le aseguro.
8¡ el cochero alcanzó a escuchar lo ante-
rior, no logró percibir algunas pocas pa-
labras confusas que siguieron tras las otras,
pero vio que luego la m'ña descendía del
vehículo, y entonces sí que oyó esta frase
dicha con expresivo acento:
—Acuérdese, cholito, que lo espero.
— ¡ A la plaza I — gritó la voz de Soler.
El auriga quiso hacerjirara su vehícu-
lo; pero un coche que habia al lado y cuyo
cochero se habia bajado del pescante a aco-
modar tranquilamente h"^ velas de sus fa-
roles, se lo impidió, y tuvo (|U3 avanzar
algunos pasos para poder dar la vuelta.
— ¡Apúrate! — exclamó el capitán.
El auriga hizo chasquear su chicote y
los caballos estimulados de la manera más
prosaica, tomaron el galope.
Frente al portal de Botoneros hizo So-
ler detenerse el coche, y después de pagar
a su conductor, se encaminó a paso lijero
hacia las gradas de la Catedral.
— No me conviene quedarme con el mis-
mo carruaje, — murmuraba; — y ya no es
tiempo de tomar otro; pero no es eso lo
que falta aquí en la plaza.
Llegó frente a la iglesia metropolitana
y se puso a pasearse después de encender
un cigarrillo.
Estaba en el lugar de la cita qu^ diera a
Luisa; en el mismo sitio donde la habia
esperado cierta noche hacia ya algunos
meses, como lo vimos. Pero entonces él
tenia graves quejas contra ella, mientras
que ahora, al contrario, ocurria él para dar
satisfacci^es y quizás con la conciencia
no mui tranquila... por lo del dia, .
Poco tuvo que esperar; al cabo de cor-
tos minutos vio venir hacia él una persona
en quien creyó reconocer a Luisa.
Era ella; en efecto.
Luisa traia casi todo el rostro tapado
con su manto, y las facciones de él que
quedaban descubiertas apenas se distin-
guían a la débil claridad que proporcionaba
una lejana luz de gas.
— Luisa, — dijo Soler acercándose a ella,
—cuánta ha sido su bondad en acudir a es-
ta cita.
— No es bondad, sino el deseo natural
de oir sincerar mi conducta por la misma
boca que hace algún tiempo demostró sos-
pecha, — contestó Luisa con acento tran-
quilo y sin denotar la menor alteración de
ánimo.
— Usted ha leido mi carta; ya sabe que
se ha rasgado el velo que me hacia verlo
todo con tan sombríos colores. Una pajina
escrita por usted que yo encontré en poder
de Narbona me lo reveló todo. Ahora sé el
significado de aquel silencio de usted que
280 —
me partía d aloia j me liacia perder el jui-
cio; era qiiG osfccd se sacrificaba por sus
amigas, y aun por mi mismo, no queriendo
comprometerme en nii asunto delicado.
; Tanta jenerosídad en usted y tanta des-
conñanza en mi ! eato es lo que más me con-
funde al darlt! mis satisfacciones. Sólo una
excusa teago para atunuar mi proceder: el
amor es receloso- esta es mi única defensa.
¿Conseguiré disipar su justo rencor? díga-
melo, Luisa.
— Dcidc que leí sn carta lo olvidé todo.
— No esperaba otra cosa de la hidalguía
siempre manífesLacb por nsted, —-exclamó
Soler con expansión, y quiso estrechar una
mano a la joven viuda; pero ella la retiró
suave mentL\
— Las dudas de usted me mortificaron
mucho; asi QA que sits explicaciones me cau-
san un verdadero placer.
— Y son tantos las que le debo, — contestó
el capitán algo cortado porque el tono de
Luisa aunque político, era frió.
Atríbayó esto a que la joven en el primer
momento querria mostrar alguna reserva,
consecuencia natural de la ruptura que am-
bos habían tenido. Coa taba poder a fuerza
de halagos^ y prototas disipar esa nube;
pero en aquel luirar donde continuamente
eatakui pasando transeúntes no era posi-
ble motíbrarse mui expansivo. ^*
— Tengo tanto que decirle, tanto que ro-
garle,— añadió BoJer;— pero eñ este sitio no
se puede hablar con libertad; voi a llamar
un coche para que vamos a alguna parte
donde podamos estar tranquilos...
Luíf^a lo d^^tuvo dicióndole:
~ÍÍ0i no llame; esta entrevista debe ser
mui corta, uo tenemos necesidad de mover-
nos de aqui.
—Pero.-. Luisa, — balbució el capitán
vacilante; — con esto me demuestra usted
que aun me conserva rencor.
— No tal, y la prueba es que estoi aquí,
qufihc reñido }iai'a asegurarle personalmen-
te que he olvidado todas sus ofensas al leer
su carta, y para que luego podamos separar-
nos conservando siempre un mutuo aprecio.
-^¿Aprecio?,,, pero, ¿que significa esa
pala b ra en tre nos otros ?
— ^Sigoifica lo que uie parece que usted
desea- usted mebabia hecho una ofensa;
a] conocer que era injustíi, ha venido a dar-
me una satisfacción, lo cual es de su parte
tma delicadeza que le agradezco: con esto,
si antes había algana desestimación entre
nosotros, ahora |)odemos separarnos apre-
ciándonos mutuamente-
— ^Pero, Luisa, para Dosotros hai un sen-
timiento superior al aprecio*
• — Lo hubo.
Soler quedó mudo, y luego conteniéndo-
se respondió:
— Le comprendo..- ha olvidado usted
mis ofensas; pero también me ha olvidado
a mí mismo*
— Seria aplicar la pena del talion.
— ¡Cómo puede usted decirme eso cuan-
do yo siempre la,..
— No concluya uited esa frase,— 4i jo
Luisa interniínpiendo divamente; — quiero
conservar de usted para siempre un grato
recuerdo: quiero creer que me ha olvidado
usted en la ausencia o por nim fatal so»*
pecha; pero no que conmigo se haya mos-
trado falso . . .
—¿Seré falso si le digo que siempre la
amo?
— ün dia dudó nsted de mí por una sim-
ple sospech'a í ahora bien puedo yo dudar
de usted teniendo pruebas de las cuales he
sido testigo.
— ¿ A qué se refiere usted ?— -pregnntó te-
meroso el joven.
— Sé en qué compaSía esperaba nated
mi contestación*
De súbito asaltó a Soler un pensamien-
to, y lo expresó diciendo:
— El muchacho que le entregó mí carta
le dijo que yo estaba con una persona.
— ^No, lo vi yo uiisrna qne me apresura-
ba a traerle penionalmente la contesta-
ción.
— Aquella persona eni ana amiga con
quien estuve un momento. -,
— ün momento que ha darado hasta es-
te instante; corto le Ixabrá parecido a us-
ted porque debía estar mui entretenido,
tanto que ni aun reparó en nn coche rpe
le seguía por todas partes. Yo no quería
imitarle a usted que por una vaga sospe-
cha armó un juicio í quise tener una certi-
dumbre, y ahora que la tengo bien com-
prenderá usted que solamente me queda
que desearle felicidad y decirle adiós. .,
Y Luisa echó a andar vilmente hacia
la calle de Bodegones por donde habia
venido.
Soler siguió tras de ella algunos pasop
diciendo con voz supHeaitte:
— Le da usted a eso una importandi
que no tiene.
— 281 —
— Onaato me diga es inútil, — contestó
1h joven deteniéndose un instante; — todo
€sto ha concluido para siempre, j así co-
mo f ai <;onstante en mi afecto lo seré en
mi palabra* - -
Había t^n ú acento de Luisa tal sereni-
dad, quti Sokr conoció que aquella reso-
lución era inciuebrantable y sólo pudo mur-
murar;
— Pero . . .
La joven continuó andando, y volvien-
do la earaj d t jo r
— ^No me siga í acuérdese que lo espe-
jan,
Lxxn.
Se continúa algo que habia sido
interrunnpido.
Soler quedóse un instante inmóvil vien-
do alejarse a la qne habia sido su amante.
<?onocia el caraefcr de ella y sabia mui bien
qae coa cualíjiiicra tentativa que hiciese
nada conseguitia.
—¿y qué podría yo decirle, — murmura-
ba,— cuando ella lu sabe todo? hasta ha oido
las últiioria palabras de Zoila; de ahí que
me dijera: íí Acuérdese que lo esperan.»
Quedóse un momento pensativo, y luego
i'espirandü con fuerza exclamó:
■ — Se acabó todo.
T como queriendo desechar sus ideas, se
f)U80 a andar atravesando la plaza ha,sta
legar al portal de Escribanos.
Largo rato eati^vo ahí dando paseos de
uno a otro extremo y embebecido en sus
pea^amieutcs.
De pronto oyó una voz que le decia:
—Aquí eita d coche, señor.
Tonió la vista y reconoció al cochero
que una gran parte del dia habia tenido a
fiu servíciü.
Una idea súbita le vino, y como si qui-
siera ponerla en ejecución antes de que pu-
diera reflexionar, contestó:
^Bien; subü al pescante y vamos.
El coche estaba a un paso y Soler mon-
tó en él
Un euat'tü de hora más tarde se detenia
tin carruaje en la calle de Ibarola frente a
lu casado Zoila.
Esta m~M debió sentir la llegada del ve-
iiículo, pues viniendo a todo correrse aba-
lanzó ala puevtecilla, la abrió y de un sal-
to subió a él.
— Lo ha hecho divinamente; me habría
muerto de cólera si no hubiera regresado.
Esto decia Zoila al capitán Soler qne es^
taba dentro del coche, y riendo añadió:
— Vea quienes están ahí.
Miró Soler hacia la puerta de la casa y
vio a dos personas a quienes al punto reoo*
noció: eran Blanca y Olimpia.
— A pesar de lo que usted me dijo kíi
mandé llamar porque el corazón me avisaba
que pronto iba usted a regresar.
Y Zoila saltó fuera del carruaje arras-
trando de un brazo a Soler.
Durante aquella noche algunos viandan-
tes que pasaban por la calle de Ibarola
oian un alegre ruido producido por ins mar-
tinetes de un piano y aumentado esti-e pito-
samen te, por voces humanas y palmol/jos,
sin que faltara en medio de toda esa sala-
garda unos sonidos enteramente i, tí nales a
los que hacen los vasos al chocarle nnoa
con otros.
Si el que pasaba era por casualidad algún
adivino y ponia en ejercicio su don sobre-
natural, adivinaría que ahí habia jetóte qae
se divertía; pero si no lo era... también lo-
graría adivinar la misma cosa, a no ser que
fuera un bendito...
Así como el que tuerce la llave de nii ca-
ño y deja correr el agua hasta que le con-
viene, y en aquel instante volviendo a mo-
ver la llave corta la corriente, así lo hare-
mos nosotros con las horas de aquella noche
y aún algunas del dia que le siguió; las de-
jaremos correr una en pos de otra hasta
que veamos el sol en el cénit.
A esa hora entraba en la estación de Cho-
rrillos un tren compuesto de tres o cuatro
carros.
Yarias personas, como siempre sucedía,
esperaban su llegada, y entre ellas habia
muchas que por pertenecer al ejército reco-
nocieron la fisonomía del capitán i^oler en
un joven que tan pronto como el íma se
detuvo brincó sobre el andén.
Era Soler que regresaba de Lima.
Miró a todos lados, sin duda esperando
ver a su compañero Lostan que el dia an-
terior habia quedado en venir a esa hora a
la estación dado caso que no lo-ai^redrara
el sol.
No lo divisó; pero esto lejos de disgus-
tarle pareció producirle cierta satisíaecíoii^
pues murmuró sonriéndose:
— Me alegro de que no haya venido.
04
— 282 —
Y en seguida se dírijíó a la calle a paso
largo.
De ahí tomó el camÍDO de su campa-
mento.
Tan pronto como estuvo en él entró a sn
habitación y se puso a cambiar de ropa, a
ponerse su uniforme militar.
Hecho esto escribió unas cuatro letras en
un papel que dio a su asistente diciéndole:
— ^Llévaselo al capitán Lostan.
Y abrochjíndose los tiros de la espada sa-
lió nuevamente del campamento.
Lostan con una blusa de brin puesta so-
bre la camisa, estaba reclinado sobre unos
baúles en su ramada.
Tenia en una mano un palo en un ex-
tremo del cual se veia un gran manojo de
tiras de papel atadas como las plumas en
un plumero. Aquel instrumento le servia
para estar batallando con la cantidad enor-
me de moscas y mosquitos que se le iban
encima.
En esa posición y en esa tarea lo encon-
tró el asistente de Soler que le llevaba el
papel recien escrito.
El capitán leyó:
«Lostan:
«Estoi en un fuerte compromiso; me ha-
rás el favor de venir inmediatamente con
Galvez al hotel de la plaza.
Soler.»
Aunque disgustado por tener que salir
con el terrible calor que hacia, Lostan se
resolvió a vestirse y fué en busca del capi-
tán Galvez.
— ¡Hombre ! tienes cara de haber pasado
una noche mui tempestuosa... — exclamó
Lostan viendo a Soler que en el corredor
del hotel salia a su encuentro y al de Gal-
vez que venia con él.
— I Qué diantre! — añadió Galvez; — nos
has hecho venir con este sol que nos derri-
te: ¿qué es lo que hai?...
— ^Hai que yo estoi solo y no puedo en-
tenderme con tres personas, — contestó So-
ler con un acento mui serio como si se tra-
tara de dlgun pleito; — viniendo ustedes en
mi ayuda, ya será otra cosa.
— Yo creo que has tomado algunas co-
yas en Lima y te has metido en un beren-
jenal.
— Así no más es; pero estando ustedes
la cosa cambiará; vengan para acá.
Y Soler los condujo a una pieza del hoteL
Entró él primero, y sus dos amigos lo
siguieron*
Un estrepitoao coro de voces humanas es-
talló en risaa, gritos y exclamaciones.
En aquella pieza habta tres personaa^
sin nada en su a^^pecto qne juatificara eí
temor afjarentado por Soler,
Emn treís jóvenes. . . pero tres Jóvenes
del otro sexo...
Zoila, Blanca y Olimpia eran reapecti-
vaniente sua nombroB.
Difícil fué oír entre las risas las prime-
ras palabras y saludoa que ahí m cambia-
ron; pero fiíycilmtínte los adivinará el lector,
Por fia después de aquellos padieron
oirse estas frases:
— [ Preciosa sorpresa !
— Soler, te has portado como an héroe.
— Como un Hércules; te has traído las
manzanas de oro del jardín de las Hespé*
rides.
— ¿ Qué cosa? [ gua ! .. . nosotras no so-
mos ni manzanas, ni de oro, ní no^ han
traído, sino que hemos venido a bañar-
nos...
— Calle usted, B I auca; vea queme siento
inspirado al verla y hablo en el lenguaje
de los dioses; déjeme figuranne siquiera
que son ustedes las tres Gracias, compañe-
ras de Venus, que han descendido del
Olimpo para visitar a estos tres asenderea-
dos émulos de Marte,
— Tlé aquí el néctar, — exclamó Soler lie*
na 1 ido algnnos ^'asos de cerveza.
— llagamos las libaciones; pero no como
los paséanos que solo probaban el conteni-
do de ana vasos 7 derramaban el resto, sino
como buenos cristianos, diciendo]: <íHasta
verte Cristo mÍo.í>
El cristal tocó los labios, y la cerveza se
escurrió por las gargantas.
La confianza gauaba terreno a pasos ji*
ganfcescos. Se conversaba, se chancea t>a y
se reía conforme al código del más expan-
sivo buen humor.
Ruda tarea seria estampar los dÍLÜogos
que en aquella t)ieza se oían, pues tres bo-
cas hablaban a la vezj pero no se formaba
confusión, pues cada boca tenía un par de
orejas qne las escuchara. Esto vale tanto
como decir que se habían organizado tre«
parejas y cada cual dialogaba por su
cuenta.
Lostan interpelaba a Blanca; Galv
disentía con Olimpia^ y Soler se entend
con Zoila di\ÍDamente.
— 2é3 —
Para üscnbir todo lo qne ellas y elba
'decifln. Be habtia necesitado tres tiiqnígm-
foa, de consiguiente nos contentaremos eon
-trasladar al papel una que Dti*a fi'ase suelta
pillada al vuelo,
— No me diga mÚ3, cuando ha sido tan
ingrato que uí siquiera rae ha escrito,
— Pero Olimpia, ja se lo he dicho: de
sllá del interior no había cómo mandar
una carta.
—¿Y desde que llegó a Chorrillos?
— £spí.*i*aba qtie llegase el momento un
que pudiera ver a usted para pedirle per-
fíonalmeute el cumplimiento de su promesa,
— ¡Promesal ¿qué promesa?
— La de corresponder me.
— ¡ Qué talL , , yo no me comprometí a
tanto,— contestó Olimpia riendo; — le dije
solamente que a su regreso lo seriamos,
— Pues bien, veámoslo,
—No, Blanca; eso no puede ser; usted
pretende retroceder en el camino de nues-
•tros amores-
— ¡ GuiU . - . ¿qné amores son esos? . . -
no los conozco*
— Son loa que dejamos pendientes al
partir JO para La Sierra,
— Nada.
— En ia novela de noestros amores ha-
.biamos lleudo al capítulo donde el galán
y la dama ae juran amor eterno. - •
— No td-.. solo íbamos en la priaíera
pajina, donde él y día m hablan por la
primera vez.,,
— ¡ Áli memoria de pajarito ! . . , acuér-
dese que ya habíamos posado todo el pró-
logo y quedábamos en la mitad del cupi-
tuTo citado: desde alii del>emos continuar
la lectura.
— ;0h! si usted se ha saltado muchas
pajinas,
— Ninpíuua, nin^aua; continúo la lec-
tura y digo: aHa hecho usted de mi el
hombre más feliz díciéndome que me ama;
al darme su amor me ha dado el cíelo en
%ída*-.
— ¡ Párese ! párese ! que se ha saltado un
-manojo de fojas.
—Ni una.
— Estamos en el párrafo en que usted
me decia cosas y yo no las creia* , -
^Xo me este releyendo las hojas dobla-
das ya.,- Prosigo: Repítame, Blanca, mil
veces esas dulces palabras; continúe dicien-
dome que me quiere» que me ama. . .
^Cuánto te eatoi queriendo, choUto;
pero a veces me parece que te poues triste,
— No seas loca, Zoila; ¿no ves í|ue eatoi
contento»
— Sí» ahora lo estás; así me gusta. Acer-
ca una copa; vamos a tomar los dos ea
ella.
Todos est^ft diálogos se oian.
Como por encanto los vasos se veían jar
llenos y ya vacíos, y la conversación coa
ti nimba y avanzaba.
Gah\jE había conseguido que Olimpia
resolviese que vieran aquello de la corres-
pondencia.
T Lostan habia logrado que Blanca se
decidiera a continuar la lectnra de la no-
vela desde el punto que ¿1 señalaba.
En cuanto a Soler y Zoila seguían be-
biendo en un solo vaso con uoa unidad
envidiable.
En estas circunstancias se oyeron la^
tres de la tarde.
Ei'a la hom de la llamada*
—Mientras vamos al campamento,- dijo
Solera las ni ñas ;^ — ustedes, como está coü-
venido, pueden ir a los baños; a las cíoco
nos eu contraremos at^uí mismo,
— Apurémonos, — -decia Gal vez a sus doB
compañeros, saliendo del hotel ;— vamos a
llegar atrasados.
—No temas, — contesto Soler; — para que
no nos sorpreudiera ¡a hora tuve la precau-
ción de adelantar diez minutos el reloj del
hotel.
El plan pmpuesto se cumplió.
Ellas se dinjieron a los baños j ellos a
su campamento,
Al cabo de dos horas volvían a enoon-
trai-se en alegre compañía.
Se acercaba la hora de comer, y luego
las tres pai-ejas se sentaron a la mesa,
Blí^nca y Olimpia pretendían regresar
a Lima en un treu que partía a las seis y
media de la tarde, Zoila habia dt^larado
positivamente que el aire de ChoiTÍllos le
sentaba muí bien, y que pennancceria ahí
dos o tres días respiraudo las brisas ma-
riñas,
Pero durante la comida en medio do
una loca alegría, hubo tantas risas y voc^
en tono alto, que no se oyó sonar el reloj
y ni aun se percibió el silbido con que lík
locomütora desde la estación anunciaba su
partida*
— 284 —
A las siete los oficiales tuvieron que le-
vantarse de la mesa para asistir a la retre-
ta. Sólo entonces Blanca y Olimpia vinie-
ron a darse cuenta de que el tren debia
haber partido...
Pero no se crea que este contratiempo
las aflijió mucho, pues cuando al cabo de
media hora regresaron del campamento los
tres oficiales después de haber pasado lista
de retreta, las encontraron mui resignadas
a esperar el próximo tren, que no saldría
de Chorrillos hasta la mañana siguiente.
LXXIII.
Pasa el tiempo.
El teniente Víctor Alvar, como es de
suponerlo, se encontraba también en Cho-
rrillos puesto que ahí estaba acampado su
batallón.
Ya hemos visto que durante las marchas
las penalidades y fatigas por una parte, y
las continuas atenciones y preocupaciones
que le proporcionaban sus deberes milita-
res, por la otra, habian mantenido domi-
nados o a lo menos apaciguados sus pensa-
mientos.
Cuando se encontró en Chorrillos lle-
vando una vida más tranquila y libre de
tan crudas alternativas, naturalmente el
reposo permitió que se representaran a su
imaginación con todo su triste colorido las
escenas de Huanta en que habia figurado
la tierna y desgraciada Lucía.
Tenia la esperanza de que la niña estu-
viera ya en Lima, puesto que ella debia
haber hecho su viaje por una via -.miís cor-
ta y sobretodo mucho más Hjero, ya que
los viajeros yendo a caballo por aquellos
pasajes no tropiezan con las dificultades
de una división que marcha a pié, y sin
gran fatiga pueden llevar una velocidad
tripla o cuadrupla.
Desde el primer momento de su llegada
al puerto de Chorrillos esperó con ansias
recibir alguna carta de Lucía que le anun-
ciara el lugar de su domicilio en Lima y
las novedades que le hubieran ocurrido
desde el instante en que se separó de ella.
Pero pasaron varios dias sin que la carta
aguardada llegara.
A menudo hablaba de sus asuntos con
BU amigo y compañero Martel.
— Tal vez han tenido algunos inconve-
nientes y no han podido regrcaír todavía^
— ^solia decirle éste; — estando Lucía eu
Lima le será sumamente fácil saber que el
batallón está aquí, y te cBcribirá como te
lo prometió; si no lo ha hecho, e.s prueba
de que aun no ha llegado a la ca)iítíií.
Alvar le encontraba mzon y se resolvía
a seguir esperando.
ün dia dijo a su amigo;
— Se me ha ocunido una coaa para Balír
de dudas,
— ¿Y es?* --^e preguntó Martel.
Que me hagas el favor de escribir una
carta a doña Mí^nuela y dirijiria a Lima,
— -¿Diciéndole qué?
— Saludándola simplemente j tú tiene a
motivo para hacerlo puesto que existen re-
laciones amistoRivi entre esa señora y tú,
Ella te estima demasiado para no contes-
tarte si recibe la curta, líe e^a nninera sa-
bremos si está tn Lima, pites bien podría
ser que vi jihiraíi a Lucía para que no me
escriba.
— Fácil es hacer lo qne qiu eres, -^ coa*
testó Martel.
La carta fué escrita y conducida por el
correo sin llevar señas de domicilio, oomo
es de suponerlo.
Nuevos dias de espera trascurrieron sin
que la respuesta llegara.
—No están eu Lima,^ — ^repetía constan-
temente MarteL
— ¡Quiénsabe!— murmuraba Alvar du-
dando.
— Es seguro ; doña Manuela me habna
contestado,
— Puede ser que quiera ocultarte tu lle-
gada para que yo no la sepa.
Martel no hallaba nada que contestar a
esto.
Grande era ol deseo que tenia Alvar de
ir a Lima para hacer persaualmcuLe algu-
nas dili jencias con el tin de averiguar algo
de lo que tanto le interesaba.
Por fin se decidió un día a inventar cual-
quier pretexto ? solicitar permiso para d¡-
rijirse a la ciudad del Eimac.
Lo consiguió.
Vistióse de paisano y tomó un asiento en
el tren que lo condujo a Lima.
Luego que se encontró eu la capital, su
primer acto fué investigar si en la casa de
la calle de Zamudio donde antes vivía Lu-
cía sabrían al^^o de ella. Con este objeto
buscó un muchacho despierto, cosa que no
le fué difíci], y lo envió a preguntar si aun
viviría ahí la señora Melgar, pues aven-
— 285
guar dírecbameobi algo de Lticín habría
dado hi^^T n hablillas de los vecinoa.
El niensajero regresó diciendo fjUtí desde
que aquella señora babia partido de Lima
nada Be sabia de ella ni de su familia y ffup
el departa mentó qne antes ocnpam se ha-
llaba ahora habitado por otras personas.
Después de esto Alvar se di riji ó a visitar
a aquella señora extranjera en cuja casa
habia visto por primera vez a Lucía. De ella
espei'oba ccnseguir qnizás algunas noticias.
Con discreción en medio de difereníeís co-
BftB de qtie trataron, pregnDtóla el oficial
por la niña j su familia, tratando de ocul-
tar su emccion.
—Hace mucho tiempo que salieron de
Lima ; creo que se fueron para A yac ocho y
«upoijgo que no deben haber rc;í;rcsado,
pues arnqne habían cH>rtado sns relaciones
conmigo, como usted lo sabe, yo habría te-
nido conocimiento de su regreso por algu-
nas amigas.
Esta filé la conteetacton d * la señora.
Alvar aaiió de aquella caj^a casi conven-
cido de que Lucia ann estaba lejos.
Ya no le quedaba lugar donde hacer uue-
yas investi^cione.-J!.
8e echó a andar por laacalks sin nimbo
fijo esperando qne la casnnlidad le hiciera
encontrarse con el padre o la tia de sn andan-
te o con eba misma, si os que estaban en la
ciudad»
Todo el dia lo empleó en mirar a los bal-
cones y fijante cu [as fisonomía de los tran-
seúntes, Pero este medio no era por cierto
el miis seguro; casualidad muí grande seria
qne íograra hallarse con algunas de aque-
llas peleonas en la calle durante las pocas
horas qne iba a permanecer en la ciudad.
Alvar regí eso a su campamento sin ha-
U^r sabido más ]iotÍcias que las indicndas.
Ellas le daban casi una seguridad completa
de que Liieía ann no liabia vuelto; mas sin
embargo, conservaba siempre li jeras dudas.
íío le quedaba sino resignarse a cspemr.
Días tras ditvs y semanas tras semanas
transcurrían sin que llegara la esperada
carta.
Con avidez leia en los diarios limeños
las noticias de La Sierra qne solían pubH-
car y temblaba cuando referían alííunos he-
chos sanguinarios ocurridos en las cerca -
lias de donde dejara a Lucía.
Mientras tanto, habían llegado de Chile
los despachos que convirtieron al teniente
Alvar en capitán.
El liombi'e en la vida va insensiblemen-
te haciéndose niño, púber, adolescente etcé-
tera, sin que ningún accidente instantáneo
revele el tránsito de una edad a otra; pero
en la milicia va a enviones y los tránsitos
están perfectamente biei> demarcados.
En la vida se desliza; en la milicia se va
a saltos.
Alvar no habia sabido el instante preciso
en que de adolescente pasó a joven, ningún
incidente se lo hizo conocer; pero si supo
el momento justo en que de teniente paisó
a capitán: fué cabalmente en el rápido mi-
nuto que S. E. el presidente de la república
trazó en nn pliego de papel una plumada
con tinta de alquimisto.
¿Por que de alquimista?
Porque aquel rasgo de negra tinta se
convirtió en una trencilla de oro que cir-
cundó el kepis de Alvar, paralelamente a las
otras dos que ya tenia.
Es de advertir que antes de que el alto
majistrado estampara la consabida pluma-
da, Alvar habia oido zumbar muchas balas,
trepado muchas montañas, sufrido muchos
ayunos y cambiado ranchas veces el color
de la epidermis al sol de los campamento»
y la epidermis ella misma ea la cima de las
cordilleras.
Pura un militar el cambio de grado trae
cambios en su vida, en su traje y hasta en
su nombre: el teniente Alvar habia pasado
de un golpe a llamarse el capitán Alvar.
Desde su nuevo ascenso habia entrado
en intimidad con los demás cíipitanes de su
batallón. Estos lo habian recibido mui bien,^
y él se juntaba con ellos, ya para charlar^
ya para salir a dar un paseo por las calles^
de la población o pam ir a los baños, o pa-
ra alguna otra entretención que buscaban
a la medida de las circunstancias.
Aliaga y Orrego habian roto completa^
mente con Carmen y Elisa.
Parece que ellas no se aflijieron mucho
por esto; ni tampoco ellos.
— Me alegro, — solia decir Aliaga, — de
haber cortado esas amistades; el dia menos
pensado aquella locuela podia haberme
mordido la lengua y haberme dejado tres o
cuatro dias sin poder comer.
Cuando Lostan oyó contar a Soler sus
aventuras de aquel dia en que fué a Lima,
la manera como se habia encontrado con
Luisa y las palabras de ella, le dijo :
— Hombre, has perdido un tesoro; una
— S86 —
dama como esa vale nn Potosí. Una mn-
jer vulgar, a ^nitos t^ habría llamado em-
bustero, pérfido, picaro, traidor, apostata,
y habría (jnerido pasarte las «fia:i por el
rostro. Luijsa hn tenido k enerjia de domi-
nar so ira j de conservar su dignidad para
despedirte oon delicada cortesía. ¡Esa mu-
jer vale uia mundo!
— Bien conozco lo que he perdido,,, y
para siempre...
— Así Uie i.mrece que ea pam séctiia sin
fin. 8i te humera llenado de improperios,
si te hubiera arañado, si te hubiera dado
nn insulto, ixídíaa ciperar que se pasam la
ventolina; pero cuando con tanta sereui-
dad te ha expresado' su reBolncion, es de
temer qtie sea irrevocable.
— Yo crmüzco su carúeter y también
creo lo mismo que tá*
— ^Te compadezco por lo que has perdi-
do; pero al mismo tiempo te felicito por-
que ha& sabido portarte como un filósofo
en tu desventura: la vida tis mui coita pa-
ra gastarla en suspiros rechazados: por
Luisa, de rebote caiste en brazos de Zoila;
te aplaudo.
— ¡Qué quieres, hombre! estaba fasti-
diado con iiqnú asunto 7 quise distraer-
me.
— Wo te pido discalpae, pues <]ue por el
contrario te apruebo; además Zoila ea una
agmdable personita con cuyos halagos bien
se puede mutar una pena. "
Aquel dia cu que Soler dio tan grata
sorpresa a Lostan j Calvez, Zoila habia
anunciado quti permaneceria dos o tres
dias en Chorrillos porque el aire del mar
le hacia mnoho provecho; pero callaudito
le habia dicho a Soler en confidencia que
no se iba porque lo veia entristecei-se de
cuando en cuando y estaba resuelta a no
moverse de ahí hasta vtrlo bien cansolado
de la pesadumbre qiie parecía aflijirlo.
Ya sabtímns que ese mismo dia a Blan-
ca y Olimpia las habia dejado el tren de
la tarde; i^ero el dia siguiente... ; fué peor!
las dejaron todos los trenes. . . y eso t|ue
eran cuatro o cinco los que pattian dia-
riamente para Lima: el primero de la ma-
ñana, porque aun no se levantaban ; el se-
gando, porque concluido el almuerzo se
habian quedado de sobremesa en un dia-
logo tan intei^esaute con Lostan y Gal vez,
que se lea ptisó la hora sin sentir? el terce-
ro, porque la coíivei-saciou no se cortaba
todavía; el cuarto, por los baños, y el últi-
mo, porque la dichosa coüvers&cíou habia
vuelto a anudarle.
Por Jin en la mañana próxima ambas,
acompañadas de Zoila que ya habia visto
consolado a Soler, tomaron asiento en un
vago o del tren.
Loa tres consabidos capitanes egtaban
haciendo ejercicio con su batallón en nn
potrero próximo a la linea férr^ cuando
las vieron pasar conducidas con la veloci-
dad de la locojüotora.
Se iban.,, pt^-o como ka golondrina»,
para volver.
Así lo demostró la eiperiencia.
Volvían de cuando en cuando, ya las
tres juntas, como las tres brillantes estre-
llas de Orion en las tardes de la primave-
ra ; ya solamente dos, como la aurora y el
sol al despertar el dia¡ ya únasela, cual el
lucero del alba.
El capitán Orrego notaba a veces que
Lostan, Soler y Gal vez, desaparecían del
campa Diento y y solia decirles:
— ^Ajer no aportaron ustedes por aquí
sino a las horas de Usta... entretenciott
tendrían por allá...
Asi continuaron las eosaa por algún
tiempo.
LXXIV.
El capitán Lostan en Lima.
Habia llegado el mes de marzo, cuando
cierto dia el capitán Lostan tuvo permiau
pam ir a Lima.
Blanca debia teuer conocimiento do esta
viajata, pues apenas Lostan descendió del
tren eu la estación de la Encarnaeion y sa-
lió hasta la calle, la divisó que asomada eu
la ventanilla de nn ceehe le hacia sefias-
Lostan subió en él, y el carruaje partió.
Blanca son riéndose le dijo;
^Tiemblo cada vez que vienes a Lima,
porque tú et-efí tan... Si veí4 una carita.-,
corres tras de ella y no hai quien te al-
cance. . .
— Veo que te sublevas contra mis ins-
tintos naturales, — replicó LosLan riendo*
— i Y te atreves a contestarme esoí
— ¡Qué quieres! es el sentimiento
nato de mi corazón que me gusten te
las muchachas bonitas; por eso es que
quiero a ti-
— 287 —
— Sí; pero teñólo que ^star con cuatro
ojoa: si me descuido te me vneías*..
Continuando el coloquio en términos
Beme jantes, liegfirou basta la casa dtí
Blanca,
Bajarou amlxis del coche y entraron.
Algunas boraa mita tarde^ eería cosa de
las tres, iba Lostau por la calle de Lesea-
no dirijiéndoae a la plaza. Escudriñado ras
miradas fijaba eu el rostro de los tran-
seúntes,., siempre que estos vistieran traje
femenil, pues patí^ce que el capitán tenia
poco ínteres en eiaminar caras de bombre?
ea verdad que en el campameuto estaba dia
& dia viendo por centenares fisonomías
barbuda», y ya que venia a la ciudad, era
mui natural que por cambiar de perspecti-
va quisiera clavar bus ojos en caritas bien
mondadas, sin ning^im pelito fuera de las
eleg^autea cejas y de las crespas pestafiae»
Además del sentimiento innato que él
decía tener, babía otra circunstt\ncia que
le hacia ñ jarse atentamente en las lipUaa
vi amia n tes que bailaba a su paso: Lo^ítan
abrigaba la esperanza de divisar en 1 1*6 ellas
el lindo semblante de aquella morenita a
quien yarioa domingos viera el aüo ante-
rior en la iglesia de Bauto Domingo, y nuu*
ca fuera de ahi
De pronto el capitán pareció sufrir una
alteración a jnzgar por un jesto expresivo
que hizo: había divisado venir eu direc-
ción opuesta a una dama de hennoso as-
pecto, y la miró con insistencia. No debia
ella ser la morenita de Santo Domingo,
porque eu cutis era blanca*
Coiitmuó avanzando imas pasos, y al
encontrarse con ella, La detuvo di cien dolé
cortésmcnte:
— Dispénseme tisted, sefioritaj que la
importune un instante, pero no puedo re-
sistir al deseo de saludarla.
La daraa se paró y contestó con ima íu*
clinaciou de cabeza y nua mirada interro-
gativa qae decían claramente : aíí o sé quién
es usted,»
— Veo que no rao reconoce,— anadió
Loatan; — y es natural, pue* la única vez
que usted me ha visto estaba mui pretKíu-
pada con un desgraciado «iiceso para que
se fijara mucho en mí.
Mirándolo con mayor atención, replicó
a joven;
— Usted parece chileno por el acento,
— Parezco lo que soi.
— ;Ahí ya le recuet^o; ea usted el capi-
tán Lostan.
— Así me llaman en mi batallón*
— El mismo que cierta noche me prestó
atentos servicios, — ^contestó ella sonriendo
con amabilidad.
— [ n siguí ficantca,
^No diga usted eso; le estoi mui agrá»
decida por sus atenciones; merced a nated
tuve auxilios oportunos...
— ¿Y fueron eficaces? ¿saüó usted com-
pletamente?
— Fue todo cosa de uuus quince dias-
Ya se habrá adivinado que la i uter loen-
tora de Lostan era Luisa.
Después de las anteriores palabras COB-
tiuuó la joven viuda haciendo un lijero
relato de la curación de su herida.
Cuando concluyó, Lostan con mucha a«-
riedad le hizo esta pregunta:
— ¿ Y no ha logrado usted saber qniéa
seria el asesino?
Luisa lo oairó con cierta sorpresa, se
sonrojó y contestó vacilando:
— Nó.
Una fina sonrisa que dilató \m labios
del capitán aumento el sonrojo de la
joven.
— Yo, — añadió él,— como no vi en aquel
hecho ningún secreto, conté la historia y.--
prestimia qtie con loa pocos datos que pude
dar bien podía haberse llegado.,, casual-
mente..* a descubrir al agresor*.. Tal vez
fué una grave indiscreción de mi parte.-*
Luisa eiB mui per-spicaz para no conocer
que Lostan estaba afeabo de todo lo ocu-
rrido, tanto más cuaufco qiit; Soler le ha-
bía comunicado una vez que por él había
tenido conocimiento de su herida.
— ¿Indiscreción? ¿por qué?— dijo eíla,
serenándose con alguna dificultad;— ora
mui natural que usted refiriera aquella
aventara.
— Sin embargo, me arrejíentí de haberla
hecho, porque a consecuencia de haber
oído mi historia, un compañero mío tuvo
mucho que sufrir por dudas y penas.
Luisa bajó la vista y disimulando con
una sonrisa un nuevo sonrojo, dijo:
— Creo que usted sabe de todas estas
cosas... raíis que yo misma. , ,
— ^Pudlera ser que la casualidad por una
parte y por otra la íntima amistad me hu-
bieran hecho conocer el argumento de cier-
tos sucesos.,.
Quedó la dama un instante pensativa, j
^
— 288 —
al fín bülbació como tomando una re^la-
cioa:
— Tengo desloa de pedir a usted un ser-
vicio.
— Mu lionríiiií tisted con ello.
— Pero soi'iív prccíao qae 8ü molestara
usted vinii^íid'j un momento a mi casa, j
quizás cstú ocupado--.
— Xü tal ; ando por Jas calles en com-
pleta vagancia,
—Mi va^ istá cerca; a doa cuadras;
tívo en CaloDJG,
— Keciierdo esa calle, — couLeptó Los tan
cülocáricl(íse al lado de Luisa j caminando
a la par con ella,
EntaEs pLil abras hicieron rodar la conver-
^cion a obre íos hech{j3 que en ese sitio tu-
vieron lng(sr cierta noche conocida del
lector.
Llegando a su ca.^ Luisa introílujo a
Lostan en una f>alita adornada sin lujo,
pero con íjiücia y buen gusto.
Invit.indoío a turnar adeiito, le dijo:
— ^Antüí? de que lo exprea^ el servicio
que voí a ptídirk^ perinítiime le niegue í.jne
cuente la innuera como su compañero llego
a salir ile las dudas que según usted le
ato rm e nt^i 1 >a n . . . las m u j e res so raos c iiri o-
J lístame Lite era It^ tjue Lostan desealja,
entrar en una conversación si f^e quiere
confideneÍLtl C!"tü a^piella joven de quien
tanto bahía hablado con Soler, y hacia k
cuali sentía sirapatÍEis por su caríicter je-
neroso.
Contóla cuanto sabía: las vacilaciones
de Soler y sus temores; las correrías del
Corso, sus asechanzas y sn muerte, las con-
versacioues habidas cutre los eompafieroa;
en fin todo lo que ya sabemos.
Luisa por la carta de su amante ya tenia
conocimíeiíto do aquellos sucesos, pero sin
los detalles que Lostan le dio-
— Yt^o que su amit^o ha tenido míicha
confianza cu usted,— dijo la joven cuando
fil capitán condujo*
—Es naUíral; estábamos viviendo en la
mayor iiitimidad y siempre es grato reve-
lar a un amigo sus sentimientos,
— Le ha contado todo; pero quizás ha
callado lo último,., lo relativo a !a última
vez que me vio.
Lostaii no hahia í[uerído expresamente
hacer mención de lo ocurndo en la pos-
trera entrevista que Soler había tenido con
BU ainada, a pesar de que no lo ignoraba;
pero ya que el Ja lo interrogaba directa-
mentas re8].H>ndÍó:
— También me Jo ha contado, Tavo us-
ted un diíít^usto por ciertas soipechag,,,
—[Nada de sospeclias! — exclamó vi%^a-
mente Luisa;— f aero n hechos de qne íaí
testigo.
— Pero quizás les dio nsted noa impor-
tancia que no tenían.
— Hace tisted bien en defender a sn
compañero^ mas, usted debe saber que en
cierta circuntancias los ojos de una mujer
no Bc engauau ; yo lo vi varias veces a^jiiel
dia con esa señorita en cuya compañía es-
tuvo paseándose y a quien dejó solamente
uu instaute. para ira verse conmigo.., eu
fin, no hablemos mas de eso; usted lo sabe
lo mismo o mejor que yo.. » ademiis ya todo
conelayó.
— Pero si aquello hubiera sido una apa-
riencia ení^Liñosa.,.
--No diga usted tal; si yo hubiaae po-
dido abrigLir siquiera una débil duda» otro
habría sido ini proceder. Ya entonces tuve
la cei^tiduiubre, y ahom mucho mú.^. Hu
compañero estaba en su derecho para hacer
lo f[ne mejor le pareciera; pero lo que me
ha causado un verdadero sentimiento ha
sido que él le haya hablado de mi a esa se-
ñorita...
— No ei*eü usted tal cosa; — eí^clamó
L o sLa a i nte rrum pi e odo la \^ i vame nte ; — So-
ler no puede haber hecho eso; lo conozco
mucho para creerlo capaz de tal,,- mi-
seria.
—Sin embargo; voí a mostrar a usted
una prueba.
La hermosa viuda pasó a nna pieza con-
tigua y re^fresó trayendo unos papeles en
las roanos.
—Esa señorita rae ha escrito esto ; \m
usted.
Los tan leyó :
*t Señorita:
iiíUi:game usted el servicio de entregar
n sn dueño la carta que va dentro de ésta;
mees imposible escribirle directamente a
él y por eso le pido a usted esto favor que
es inmenso para mí.»
— Pues bien, añaili ó L u c ia — vea usted
para quien es la carta que viene adentro.
Y mostró a TjOKtan un sobio cu el cual
se leia:
fíí^eñor Síiler, capitán del Batallón Se-
tiembre.»
— No comprendo todo esto, — murmura
Lostan.
— 289
— ^Pues yo, — replicó Luisa con una risa
forzada, — lo comprendo perfectamente
t)ien; aquella señorita ha querido hacer
una travesura que le parecerá chistosa pi-
diéndome que yo le sirva de mensajera
para tener correspondencia con su amante.
— ^No puede ser eso, — balbució el ca-
pitán.
— Está a la vista que ella ha querido
jugarme una pasada mui chusca imajinán-
5[ose que yo, naturalmente, por curiosidad
u otra cosa, abriría la carta incluida y me
impondría de lo que liai escrito en ella,
que será un calendario de palabras dulces
y halagos; esa lectura, al parecer de la se-
ííorita en cuestión, me baria rabiar, y habrá
estado ella gozándose al pensar en Id cólera
que debo haber pasado.
Lostan no hallaba que pensar.
— ^Pero le han salido fallidas sus espe-
ranzas; pues, como usted lo ve, no he
abierto esa carta.
El capitán. Lostan pensaba que Zoila era
mui capaz de haber hecho esa broma; pero
para llevarla a efecto debia haber estado
al cabo de los amores de Soler y Luisa.
^Cómo podia haber sabido algo de esto?
Solamente si Soler se lo hubiese revelado;
pero bien sabia él que Soler era demasiado
galante para cometer tal villanía.
Después de cavilar un instante, dijo:
— No le puedo asegurar que esté usted
equivocada; pero le puedo garantir que So-
ler jamás ha hablado de usted con ninguna
mujer.
— ¿Y entonces?... ¿será alguna adivina
la persona que escribió esta carta?
— Tan seguro estoi de lo que le digo,
que voi a proponerle una cosa: advertiré a
Soler de lo que ocurrre; él vendrá aquí; en
presencia de usted abrirá este pliego, y co-
nocerá usted la verdad . . .
. — ¡Eso nó! — exclamó Luisa con pron-
titud; — yo no volveré jamas a verme con
su amigo.
— ¿Por qué? él lograría disipar estas
sospechas... y quizás también las otras...
j. . . la reconciliación es tan dulce. . .
— Esto... nunca; hai muchas cosas de
por medio.
— Sospechas ...
— Y ciertas visitas recibidas en Chorri-
llos... todo suele saberse, y mucho más
aquello para lo cual no se toma siquiera la
precaución de hacerlo en secreto.
Por el tono con que la joven pronunció
3Stas palabras, conoció Lostan que la causa
de su amigo estaba del todo perdida. Le
quedaba únicamente defenderlo de la falta
de hidalguía de que se le acusaba.
— Convengo en cuanto usted quiera,
pero vuelvo a asegurarle que Soler jama»
h^ pronunciado su nombre en presencia de
mujer alguna; habría sido una ruindad
mui ajena a su proceder. "Esa señorita''
debe ignorar todo lo concerniente a él y a
usted, pues yo la conozco mucho y puedo
aseverar lo que digo. Si ella, o sea Zoila,
tal es su nombre; si Zoila algo hubiese sa-
bido de eso, ya se lo habría oído yo repetir
muchas veces. Además Soler conserva de
usted un recuerdo que puede llamarse res-
petuoso y creería ajar su. memoria hablan-
do con esa niña de usted.
—¿Y cómo se explica, pues, todo esto?
— Raciocinemos con calma: ¿cuando re-
cibió usted esta carta?
—Hace tres o cuatro días.
— ¿ Por qué conducto ?
— Por el correo.
■^Tiene usted la cubierta exterior?
— Aquí está.
— Veamos el timbre. Viene del Callao*
— En efecto; habrá hecho un paseo para
allá y la dejó en el correo.
— Para saber si es Zoila quien la ha es-
crito, me seria fácil diríjirle unas cuatroa
letras con cualquier pretexto y por la con-
testación que me diera se podría hacer una
comparación de la forma de letra...
— ¡Oh! no haga usted tal cosa; parece-
ría que yo me preocupaba de este asunta
más de lo conveniente. El servicio que le
anuncié iba a pedirle y para lo cual rogué
a usted que viniese a casa, era que usted
llevara estos papeles a su dueño.
— Lo haré como usoed me lo pide.
— Sí alguna vez viene usted a Lima y
me honra con una visita, saldré yo de la
curiosidad, que, por lo demás, no es muí
grande.
Lostan permaneció un momento más en
casa de la joven viuda, y luego se despidid
llevando en su bolsillo las cartas.
Algunas horas más tarde estaba el capi-
tán en casa de Blanca.
— Nos vamos esta noche a Chorrillos.
— Nada.
— Sí; tengo miedo de que estés en Lima;
hai tantas tentaciones para tí.
— Continúa teniendo miedo hasta ma-
ñana»
35
— 200 —
Y así hubíj de ser.
Eu la mañana HÍguieute poco düspuea de
laa üclifi Lostause ponia su sombrero,
— ¿Donde ras?— le decía Blanca.
— A cierta parte.
— Si no me dices dónile, tevoí asegmr,
Blanca dijo eatü sonnéndose; pero aun-
que vio partir al capitán no lo sí^^uíó. Tal
vez recordó que éste varias veces le había
dicbü que el día que lo siguiera a escondi-
ám seria t-l mismo eo que tronaran.
A paso largo i'^corrió L oslan varías ca-
lUís liasta llegar a i a igíesia de Bauto Do-
mingo.
Entró en el templo.
Un sacerdote eatíiba celebrando la misa.
Lostan avanzo por la nave de la derecha
hasta colocarse 6n un lugar desde donde
pudiera fácilmente ver las caras de un re-
gular mimero de devotas ahí reunidas.
Muchos lindos rostros divisó; pero entre
ellos no ae eneontraba el de cierta morenita
que él t€uía s^rabido en la ¡maj i nación,
Itespues de terminada la misa, retiróse
hacía la puerta y saliendo fuera de la verja
que hai frente a la iglesia, murmuró;
— ¿ Estará escrito que no la haya de en-
contrar ?
Lxxy,
La carta.
Poco después de las doce de aquel día
Lostitn entraba en la ramada di:; Soler.
Esta en ei tiempo trascurrido desde que
la habitaba el capitán habla Bufiido nota-
bles alteracionüs. Distrayendo algunos een-
tenares de soles de su propio bolsillo, el
capitán le habia hecho poner papeles en las
paredes, ladrillos y estera en el píao y lien-
zo en el techo; de manera que ya no tenia
el aspecto pastoril que le conocimos, sino
otro ménoií poético, pero más limpio y de-
cente.
En pocas palabras Lostan puso a Soler
al cünierite de lo hablado éu su entrevista
con Luisa»
— De modo que tienes ahí las cartas, —
dijo éstcí después de oír a aquel.
— Helas aquí-^
Boler eon precipitación hj6 la primera
carta que le dio su compañero.
"No es letra de Zoila, — dijo apenas la
miró; — ya lo presumía pues Zoila no sabe
ni una palabra de eso; ya su pondrías que
jamas he hablado de tal cosa con elk. vea-
mos la otra.
Lostan le pasó la carta que había veni*
do incluida en la primera y cuyo sobres*
crito decía como se sabe: "BeOor Soler,
capitán del batallón Setiembie.^*
Soler rompió la cubierta.
Dentro de ella, cu vez de un plieo^o, en-
contró un nuevo sobre cerrado* En él se
leían estas palabras:
'^Beñor Don
Víctor Alvar,
Teniente <t«Lljatftlloii Seticmbí e.*''
— ; Hol a ! — csel am ó Losta u ; — esta otra
carta también estaba en cinta,
8oler quedó un instante perplejo, y dijo
de pronto :
— Ya lo adivino todo; esta carta debe
ser de esa jo\ encita a iiuieu Alvar sacó de
su casa,
—¿De esa linda niña que conocí en
Ha anta; quien si mal no me acuerdo se
llaiua Lucía?
— De esa misma; ella sabia el nombre
de Luisa y también que era amiga mía.
— ^¿ Y por qué se habrá dirijido a Luisa
y no a tí o al mismo Alvar directatuente?
—El DOS lo podm decir; vamos a verlo
a su pieaa.
El capitán Alvar se hallaba solo eo sa
habitación hojeando los libros de su com*
pañía, cuando entraron sus doa compa-
ñeros,
Al saber el objeto de su visita sintió una
violenta emoción,
llecibió la carta de manos de Soler y
mirando el sobrescrito murmuró al punto:
— Es de ella,
Al fin tenia cu su poder aquella carta
que tanto había esperado.
Ftasgó la c:ibierta sin poder dominar un
líjeio temblor nervioso y sacó de ella nn
pliego de papeh Lo desdobló, y leyó pa-
ra sí:
■'Querido Víctor:
"Te escribo sin saber sí estas líneas lle-
garán al poder tuyo, pues no sé cómo en-
viarte mi carta; pero quiero tenerla escrí
por si se me presenta alguna oportunid
de remitírtela. Aquí no hai correos ni te
go yo de quiéti valerme para que esta I
gue a su destino. Ya otra vez te había
I
— 2ÍÍ1 —
CTÍfco en iguales circunstancias y üua feliz
casualidad hizo que me encontram con tu
compañero MavteU Puede ser que ahora la
enerte quiera favorecerme nnevamcntü y
fie me presente alguna oportunidad que no
diviso,
"Después que tú partiste de ITuanta
continué algunos di as enfenna, pero me-
jorando, j al cabo de una semana estaba
ja bien,
'^Mi tía desde que ni o tío repuesta tiiao
el mayor empeño por emjjrcBder el viaje
de regreso a la costa; mas, no se podían
hallar arrieros T^i caballos para llevarlo a
afecto. Todo era dificultades porque aque-
llos pueblos segnian llenas de montoneros,
de indios y de toda esia confusión que co-
noces.
*Tor fin al calío de un mes se vencieron
los inconvenientes y nos pusimos en ca-
mino,
"[Penoso vi aje 1 al través de esas mon-
tanas de nieve donde una se biela y de
aquellas quebradas en que mirando hiíeia
abajo se desvaneció la cabeza: tii sabes lo
que es eso- Yo sufría infinito, pero guar-
daba silencio porque todo mi anhelo era
llegar a la costa,
'*Nada sabia mi tía del secreto que te
comunique; mas, durante el viaje llegó el
momento que Jo sospechó y yo no pude
ocultárselo m^is tiempo.
í>Triste día fué aquel para mí. Tañía de-
bió ser mi afiíccion y mi vergüenza, que la
buena señora me tuvo Utstíma i no me r i fió.
Solamente me dijo con calma: <i Debías ha-
berme revelado esto antes y nos habríamos
quedado de todas maneras en ITuanta; aho-
ra hemos pasíulo ya la Cordillera y seria
una locura peligrosa pai^a tí regresar allá
pasando otra vez los Andes, Tampoco en
tn estado puedes llegara Lima ni afina
lea donde pueden haber personas que nos
conozcan. Será preciso que nos quedemos
por aquí*
«¿Que podría contestarle cuando no me
atrevía ni a levantar la vista^ y cuando vcia
que ella tenia razón y se sacrificaba por
mí?
«Estábamos en el pueblo de XX, y cnól
nos quedamos y estamos aún. iíra preciso
esperar aquí más de tres meses para que yo
pudiera llegar a Lima n otra ciudad sin ser
objeto de vergüenza para mí familia. Y to*
davía después de este plazo habría que re-
solver lo que se hada de mí,..
**XX, es un pueblo de cholos como mu-
chos que tú habréis ^ isto en Las Sierras,
casi sin comunicación con el resto delpais»
Aquí nadie nos conoce, j mi ti a tomó ade-
más la precaución de cambiar de nombre-
Está a veinte leguas de P'sco,
'Kiuóvida tan trístehemosl I evado aquí;
no quiero refenrtelacon sus pormenores por
que no creas ([ue qmero hacer llegar quejas
a tus oídos. Todo lo he soportado lesí gua-
da Miónos dos cosas que bou las que uiílsmc
hacen sufrir: es una no hallar cójno ni por
qué conducto escribirte, y la otra ver cnan-
to se sacrifica mi tía por mí vivic^ndo cu
este destierro,
"Por fiu hace algunos días llegó el mo-
mento esperado. . . Síi buena tía me atendió
con el cariño de tnia madre, puedo llamar-
lo así ahora que yo mííímasé lo que es ese
carino, ahora que b siento con todas laa
fuerzas de mi alma,
**íSi lo vieras, como lo quisieras! lüs nn
niño lindísimo. Mí tía quería hacerlo criar
por una chola; pero este ha sido el único
caso en que me he atrevido a oponerme a se
vohíutad; no he consentido en que se sepa-
re de mis brazos,
'*JMi padre lo híi sabido todo porque mi
tía se lo escribió, teniendo que enviar ex-
presamente un cholo para que llevara la
carta a Pisco, Yo no se <iué determinación
habrá tomado el; mi tía recibió contesta-
don, pero nada me ha dicho-
'\SÍn embargo, yo he sospechado algo:
por ciertas palabras indecisas y ciertas pe-
queñas demosti-acíones cuyo sígniñcado me
desvelo por comprender, me parece rjue tie-
nen la intención de separarme de mí niño,
de mi lujo. De ir yo a Lima querrían que
fuera sola dejjlnrlolo a él abandonado a ma-
nm extrañas; mi padre preferí ria que no
regresara yo a\\i\ y ^lermaneeíera oculta en
estos remotos lugares; f>cro mí tía desea
volver cuanto antes a Lima, pues en esta
población casi salvaje sufre mil pr i vacionea
y fastidios Esto es lo que sospecho.
^'Ya veSj amado Víctor, cual es la situa-
ción de tu pobre Lucía. Las expectatívaa
(|ue se me prescutau son a cuál más triste-
8i voi a Lima me acerco a tí; pero tengo
que separarme de mi chiquito- si me quedo
aquí estoi con él, pero no podré verte, ni
siquiera escribirte nunca quíziís. Cualquie-
ra de estas dos resoluciones que tomen rcB-
l>ecto de mi será para destrojsarme el co-
razón,
* ^Constantemente me asalta el deseo de
tomar en brazos a mi niño^ huir con él
— 292
para la costa y correr escondida en busca tu-
ya; ya lo habría hecho si supiera dónde es-
tás tú; maa, aquí todo se ignora. Apenas
como un rumor lia llegado la noticia de que
ya no están los cljileuos en Lima, que unos
ee han ido a Chorrillos y otros a Arequipa,
y ni nna palabra he oido decir de tu bata-
llón, ni a quien preguntárselo he tenido. No
me he atreyido, pnes, a dar ese paso; sepa-
rándome ílel lado de mi tia, ¿qué iria yo a
hacer sola coa mi anjelito vagando por to-
das partes sin saber donde encontrarte?
*'¿HaB sufrido macho en tu regreso de
Ayacíicho? ¿Te has acordado de mí?
¿Híis deseado tener noticias mias? ¿Me
has biiseudo si has estado en Lima? To-
das estas preguutaa me hago y las escribo
sin saber si podrán llegar hasta tí; a pesar
de todo, escribiéndote hallo un consuelo,
me parece que estoi hablando contigo.
Para hacerlo me escondo de mi tia, y de
temor qnti me sorprenda siento palpitar el
ooi'azon como en otros tiempos mas felices
cuando ocultamente iba un instante a ha-
blar contigo.
*'¿Me amas aun? ¡Ai! Víctor, no dejes
de amar nunca a tu pobre Lucía que te
quiere tanto.
"Yo i a esperar que alguna feliz casuali-
dad me proporcione la dicha de poder re-
mitirte esta carta; lo espero sólo de la suer-
te... y ésta se ha mostrado tan dura para
mí desde hace tiempo.
"Si llep:^xs a recibir estas líneas y pue-
d^ escribirme, hazlo diciéndome lo que
debo hacer. Cualquiera cosa que me indi-
ques, sea lo que sea, la ejecutaré sin va-
cilar.
''Antes de concluir déjame decirte una
palabra de mi hijito: en este instante está
n mi lado, lo tengo en una cunita de caña
hecha en este pueblo; está calladito como
si adivinan! que eetoi escribiéndote y no
quisiera interrumpirme; me mira con sus
bellos ojos verdes: son tus ojos, Víctor.
'*Te ama como siempre tu pobre
Lucía."
"Di as há tenia cerrada esta carta; ahora
la abro para decirte que hoi se halla aquí
de paso un viajero, es un señor que va pa-
ra Paita. Le lie pedido (jue al pasar por el
Callao dejo una carta mia en el correo, y
h2k accedido con amabilidad. Pero si ve
que esa n>isiva va dirijida a un oficial chi-
leno, se negará indudablemente; además
yo no sé dónde estás tú y no podría dar
una dirección acertada a mi carta. En tal
emerjencia se me ha acorrida cernir ésta
y ponerla dentro de un sobre dirijido al
capitán Soler de tu baU\llon, y como aé
que este caballero, se^n unas hneas qnc
cierto dia escribió él, es amigo de la seño-
ra doña Luisa L. v. de Montemar, manda-
ré mi carta bajo una cubierta dirijida a
ella pidiéndole que me haga el servicio de
entregársela al señor Soler, quien al ha-
llarse con un sobre en que verá tu nombre,
te la dará a tí. OjaU no salgan crradoa
mis cálculos."
Mientras el capitán Alvar leia, ocultan-
do su emoción ante sus dos compañeros,
éstos se habían sentado en un baúl a espe-
rar, fumando sendos cigaiTilloa.
Viéndolo concluir su lectura, Lostan l&
preguntó:
— ¿Qué hai? ¿esplica con qué fio se di-
rijió a Luisa?
Por contestación, Alvar leyó en voz alta
la posdata de Lucía.
— ^Ya me lo imajinaba yo, — dijo Sol en
—No han salido errados los cálculos de
la niña, — añadió Lostan. — ^Yo la conocí
en Huanta, y aunque estaba enferma en
cama y poco pude hablar con ella, me
pareció intelijente; a propósito, ¿le dice sí
mejoró ?
— Sí; está completamente bien,— con-
testó Alvar.
— Fuera de esto no debe darle mui bue*
ñas noticias, pues que quedado usted ca-
riacontecido con la lectura de esa carta, de
esa contenciosa carta que ha preocupado
gravemente a dos mujeres hermosas y a
tres hombres... que no llamaré hermosos
por ser yo uno de ellos y no faltar a la mo-
destia...
Cual antes lo hemos dicho, desde au as-
censo a capitán Alvar había entrado ea
intimidad con los que tenían su nuevo
grado, como es uso corriente entro mili-
tares. Además tanto Soler como Lostan
estaban ya en conocimiento de sus amores
con Lucía. Todo esto y el deseo de que
alguien le ayudara a discurrir sobre el
partido que debiera tomar le indujo a
confiar a estos dos la parte de aquella his-
toria que aun lignoraban.
Así lo hizo y les di ó a leer la carta que
acababa de recibir.
Largo rato estuvieron los tres tratando
sobre la resolución a que se podía arribar^
-* 2^d —
pero siempre se tropezaljü cou la di 11 en I -
tari de coMunicavfíe con la uifia.
Por fin Los tan dijo a Alvar Cütuo rean-
miendo!
— A lo qnc veo» su deseo principal es
que Lucía este aquí, a su lado,
— Natuml mente, así todo so allanaría,
—Sobre la conveniencia de esito híu
mticlio que hablar; mas, dejéuioíílo para
después y sismos adelante. Para llevarlo
B cabo lo primero ea ponerse en comuuí-
<»cíou con ella,
^8in eso no se puede hacer nada*
— Para conseguirlo el único medio es
mandar uu propio a XX. llevando niia
carta,
—En efecto, aení eso lo qiie haga,
— ¿Y qué le di ni usted?
—Le diré que estol en Cliorrillos y que
se veu^a con el niño a jnutaí'se conmigo,
— I ] > i V í nam en te I — excl amó Lostan cou
cierta sorna, — Lucia es una liúda chica
en ciiya compañía se puede pasar delicio-
Boa ratos; usted piensa en esto, pero no
piensa en los peligros que cure una linda
niña de díezi siete afíos viajuudo sola por
íugarea medio e^üvaje.^ y con un niño en
brazos, sin tener quien vele por ella.
— Puede venirse con el mismo propio.
— [Ponf^rla en poder de uu g:ñüdul!.*.
no ái^ii tal cosa.,.
— Puedo buscar una persona fórmala
quien mandar allá.
— ¡ Hombre ¡...no sea usted níñu... ¿có-
mo se imajiua que una p^rsouíir formal
quiera encargarse de sacar a una nina clan-
destinamente del poder de en tía que hace
las veeeí^ de madre?
—Cierto, — dijo 8oler.
Alvar fmlló.
Pasado un instante Losfcan anadió:
— E¿a m*fía ha tenido tanto que sufrir,
ha pasado por pruebas tan dnms, que es
de interesar a cualquiera, yo aunque sólo
k he visto una vez, le tengo cariño al
mismo tiempo que compasión. vSi Lucía
continúa al lado de au familia, llegará un
di a en que se hayan borrado de la memo-
ria los sucesos y su padre la mirará con
mejoren ojos; entonces, ai no en completa
dicha, podm ella al menos vivir honesta y
tranquilamente. Este es un caso; vamos
al otro, Si Lucíase viene con nsied, o en
i rminosmas claros, si usted hace de ella
I blicamente su querida^ ¿qué ganará esa
I sgraciada? no somos niños para no com-
] ¿nderlo: en los primeros tiempos el amor
lo acomoda todo; pero cuando este se en-
frie, cnarido Lucía caiga del poder de us-
ted en otras manos y luego en otras j
otnis, como el fruto que eí^tá en la copa
del árbol y al caer va tropeaaudo de rama
en rama hasta lleí^^ar al suelo y confundir-
se con otros que habian caído antes, así
ella para entóneos lleguivi hasta confun-
dirse con aquellíts condescendientes pei'so-
nitas que en Lima se llaman erde Ja cuer-
da, kj caerá hasta el último í^i-ado de abyec-
ción y miseria- Estas son las dos perspec-
tivas que la suerte ofrece a Lucía para !o
porvenir: por una parte, una vida, amar-
gada por un pesar, eso sí, pero tranquila;
por la oti-a, el envilecimiento.
— Pero esto, — dijo Alvar con expansión,
— sucedería sí teniéndola en mi |>oíler yo la
abandonara, j tal cosa no la ha^é nunca.
^Eso se dice fácihnente.
— Mi prouíisito es firme.
— Pues, hombre, — replicó Lostan con
calma y sacando un nuevo cigarrillo que
encendió, — ^pues, hombre, yo estoi conven-
cido de que el que pasa toda su existencia
con una querida concluye por casarse con
ella, por casarse cou una mujer que duran-
te largos años ha estado sufriendo el des-
precio de la sociedad*., más cuerdo y con-
veniente hubiese sido haberío Lecho al prin-
cipio; así habría tenido por esposa una
mujer más joven y menos humillada,
Alvar guardó silencio.
Soler que poca parte bahía tomado en
el di alago, murmuró con voz pausada:
— Eso de casarse,,, es asunto serio...
El sileucio se prolongó un instante más.
Lostan se levantó de su asiento como
para «ahr de la habitación y dijo:
—Si en el mundo hubiera algún ser so-
brenatural encargado de distribuir por
iguales partea los pesares a las personas,
creo que le diría a Lucia i *Ta usted ha re-
cibido completa la ración de toda an vida;
sea usted fchz, y abur.i
Haciendo una pausa ^ añadió en se-
guida.
— En fin, lo dejaremos cavilando en sus
asuntos. Todo lo que le he dicho no lo tome
como con se jos I sino como simples aprecia-
ciones mi as, como emisiones de mi parecer
en un sentido jeneral; lo único que me atre-
vo a aconsejarle es que iiutes de tomar cual-
quiera determinación, la reflexione con
calma.
Después doestOj Lostan y Soler salieroni
— 294
Mientras cruzaban el gran patio, o más
bien potrero, del campamento para dirijirse
a la habitación de Lostan, éste dijo a su
compañero:
— Tú diriis que yo soi el diablo predi-
cador.
—Yo no digo nada,-— contestó Soler son-
riendo.
— Pero lo pensarás, que viene a ser lo
mismo. Es verdad que a mi me gustan gran-
demente las diversiones y sobretodo ha-
biendo amores de por medio, sin lo cual
todas me parecen flores sin olor; pero no
me gusta mortificar a nadie y mucho me-
nos a una niña bonita; en consecuencia
con mis ideas, siempre a mis queridas más
las he hecho reir que llorar.
Y luego agregó:
— Pasando a otra cosa, siento haberte
traido de Lima la confirmación de que tu
ruptura con Luisa es... como una ruptura
de la espina dorsal, que no sana nunca.
Pero en cambio para consolarte te diré que
me traje a Blanca y Zoila; esta viene con
un sombrerete de paja que la hace verse
mui mona. Están en el hotel; voi a poner-
me mi espada e iremos allá en seguida.
LXXYI.
Vacilaciones y dudas.
Yarios dias permaneció Alvar irresoluto.
No hallaba por qué partido decidirse.
Por fin se derminó a escribir una carta
a Lucía y buscar una persona que hiciera
un viaje expresamente para el caso.
— Si no le escribo creerá que la he olvi-
dado, — se decia.
Ahora le faltaba resc>er qué le diría en
su misiva. Pedirle que hujera del lado de
su tia y que sola emprendiera rn peligroso
viaje, le pareció una locura tal cerno lo ha-
bla expresado Lostan.
Después de pensarlo detenidamante se
decidió a escribirle noticiándole que se ha-
llaba en Chorrillos y que ahí habia recibido
su carta, y pidiéndole al mismo tiempo que
no se arriesgara a venirse sola sino eu caso
que lo considerara indispensable, ya fuera
porque quisieran separarla del niño o ya
porque se propusieran dejarla allá desterra-
da indefinidamente. En este sentido escribió
largas pajinas llenándolas de palabras cari-
ñosa? ^ de tiernos consuelos.
Luego era preciso buscar un individuo
aparente para haceilo su lutnsajerp.
Esto tenia algunas dificultades, y prove-
nían ellas de que Ah'av no quería compro-
meter a Lucía diríjiéndole una tarta por
medio del primer venido; era nect:sario ha-
llar una persona en cuya discreción se pu-
diera confiar. El conocia mui pocas perso-
nas que parecieran convenir para i4 cííso j
no quería ponerse al babla con unn y eou
otra hasta encontrar al^^una que aceptara:
eso seria llamar la ateTicion. AmaiTado es-
taba con esto, cuando se acordó de alguien
que ya conocemos, de Peralfca.
Peralta se encontraba en Chorrillos ; p-
sando mil penurias en su camilla había lle-
gado hasta Chicla, y desde ñhU con menos
trabajo se le habia traído por el ferrocarril
hasta el mencionado puerto.
Después de dos meses d^ hospital ya po-
día ir con un par de muletas liasta el cam-
pamento a distraerse hablando cviu sus
compañeros. No por e^to lial^ia perdido su
buen humor, pues solía decíi:
— Si me quedo cojo, ijué Liicerlc; apren-
deré a bailar en un pié. lo m.ismo qne los
trompos.
Otras veces raciocinaba expresándose
así:
— Si para siempre quedo de estíi .suerte,
¡buen dar!... antes, cuando t^uiíx mis doa
pies, si se me pasaba la mano en la copa,
apenas me podía tener ]>arado ; ahora que-
dando con uno solo, ¡ cómo sería la cosa!-..
Un mes más tarde Pemlta había ya tira-
do las muletas y salia únicamente con la
ayuda de un bastón.
Se encontraba ya de alta cu el campa-
mento, aunque con dcscfiiiso por no poder
todavía hacer su servicio, cuando fué man-
dado llamar por Alvar.
Llevaba ya en el bra^sr) üii jineta amari-
lla; era cabo, y como tal habia ingresado
en la compañía de este capitán.
Alvar en pocas pal abráis lo impuso de lo
que necesitaba: un individuo, im paisano
seguro a quien poder enviar al pueblo de
XX. y al mismo tiempo le comunicó el ob-
jeto de su viaje.
— He pensado en tí para salir de este
apuro, — le dijo Alvar coriolDyendn; no te
pares en ofrecer unu bnena gratificación
además de los gastos del viiíje.
— Déjeme a mino más, mi capitán, —
pondió el cabo Peralta con ese tono (
sabia emplear siempre que se le confi)
alguna comisión cuyo cumplimiento p'
— 295 —
cia compulsado;— ^ cojeando, cojeando, iró a
buscar por fihí^ j no ha de pasar de hoi o
mañana qne la carta vaya caminando con
algüüíi persona que ni se figure a lo fiuf
va, de mcxlo que no pueda andar con ma-
los pensamientüs*
Peralta cumplió su promesa.
Al camp mentó ocurría una multitud de
cholas, ní'gn^s, mubitas, zambas, zambas-
clima ís, cu artero na ft, quinferonas, etcétera,
que vendian frescos, fruta, chocolate, tama-
les, batífarra.<i, etcétera. Entre aquellas el
cabo Peralta encontró una chola iqueña que
conocía el pueblo de XX.; le propuso el ne-
gocio consabido de cierta manera y ella lo
aceptó.
Después de darle cuenta de esto a su ca-
pitán, se expresó eu estos términos:
— Le Le contado un cuento largo a la
chola; le he dicho que traigo de Ayacucho
tina carta para esa señorita y que es preciso
que lleve la carta y se la entiegue mui por
lo bajo de modo que nadie la vea y que cu
todo hai que guarda i" mucho secreto por-
que se trata de un entierro mui grande :
dos petacas, una de plata sellada y otra de
plata labrada, . , le be ofrecido que si sale
bien la cosa la convidaré con un zahuma-
dor de platH, el mm macizo que salga en
la petaca, y que de todos modos tendrá
ciento cincuenta aoles trayendo contesta-
ción de la carta... La chola está que salta
ÍDor ir y volver.,. Para los gastos si que
labrá que darle; ella lia estado ya por alU
cerca otras vece* y dice que los gastos se-
nin cuatrocientos soles porque hai que pa-
gar el vapor...
—Pues bien,' se los darás, — contestó Al-
var.
Y entregó al cabo el dinero y la carta.
La chola partió después que Peralta le
hubo eJí pilcado detenidamente lo que de-
bia hacer, dándole a la vez el nombre de
Lucía y de doña Manuela, y también ha-
ciéndole verbal mente el retrato de ambas.
Alvar quedó mientras tanto contando
los días y refloxionandc! en las palabras con
que Lostan habia expresado sus ideas res-
pecto al asauto que le preocupaba.
Alvar era joven y emprendedor. Sus
oom pañeros le conocian muchas aventuras
tmo rosas; él las había llevado a cabo, pero
in ninguna de ellas se habia encontrado en
ma circunstancia semejante a la que lo
abían conducido siia amores con Lucía.
Aquella dulce y bella niu:i que tanbo ha-
bia sufiido por haberlo amarlo, la colocaba
6\ en una cíifera mucho mis alta qne otraa
a quiene.s habia conocida t ánt'is.
Las ideas euiíLídas p >r Lostíui lo preo-
cupaban profuiidauíeute. Umi de ellas {xí-
di a resumirse así: «Lucía ha sufrido ya lo
bastante para tener derecho a ser feliz. & X
era él quien habia labrado su desgracia^ y
era él Lambieu qnien podía devolverle el
bien perdido,
Eííto pensaba Alvar, y se decia que es-
tando ella siempre a su lado, siempre se
oreena feliz.
Pero entonces le venia a la imajinacion
otra de las ideas de LoBran: «El que tiene
largo tiempo una (luerída acaba pur ca-
fi^wse con ella; más cuerdo serisi hacerlo
desde luego, i»
Era esto lo que má^ desazón le caiisaba.
Casarse, dejar la vida de soltero, la liber-
tad, la alegría, y todo eso en medio de la
vida de campaña, en r medio de esc bullicio,
de ese vaivén, de esa efervescencia, que no
dejan reposar los sentidos y mucho menos
el corazón; casarse es una cosa enteramente
civil que se hace en el bo^íar, en medio de
la familia, en la trauquilidad, y no en la
instabilidad de los campamentos, entre las
marchas y las expediciones-
Hacia cuatro años que lleviiba esa vida
de campana, esa vida que esuilta listo para
entregar a la primera bala que le saliera al
encuentro í sin tener por su persona máa
preocupaciones que cuidar su liviano equi-
po, sin pensar jaurías en lo que sncederia
rüañana: esa vida de indiferencia cambiarla
repentinamente por la del hombre casado
que debe pensar constantemente en su ho-
gar y en su familia, era una cosa fuera del
sentido común,
Y luego, quedaba aún otra considera-
ción mils grave; cj\9ar3e con la que podía
decir que habia sido su puerida: ¡cuántas
veces al tratarse de casos semejantes se lia-
bian reído sus compañeros, y él mismo ha-
bia hecho burlas ! Casarse con su querida
era cosa de un necio, de un infeliz, de un
bienaventurado; era cosa para la risa; así
lo habia él oido expresar y asi lo habia ex-
presado él mismo.
Todos estos pensamientos l)nllian en la
mente de Alvar y h dominaban.
Una vez en Huanta él habia dicho a su
compañero ^lajtel que sí hubiera sido po-
sible en ese mismo instante se habría ca-
Éñdo con Lucia; pero aquella vez veía ame-
\
— 29G —
nazada la vida de su amante y optaba
por aqnel medio como un caso extremo,
como por el único que pudiera salvarla en
un morneuto preciso.
Ea uiedio do todos sus pensamientos,
Alvar entreveía la triste faz de Lucía
tal como ja luibia visto la última vez en
Huanta^ apenada y sumisa, sin que le pi-
diera nada más que un poco de amor.
Esto b cüuf imdia.
Se pasaba la mano por la frente como
deseando disipar sus ideas y murmuraba:
— Dejemos rodar los acontecimientos.
Con ansiediid estuvo Alvar esperando el
regreso de la mensajera; la contestación
que trajese de Lucia podía aclarar mucho
el estado de las cosas.
Al cabo de dos semanas vio frustrada la
esperauíía de 'recibir tal contestación. La
chola volvió RÍn haber encontrado a las
personas i]Ue i ba a buscar.
Estuvo en XX., y siendo éste un pueblo
pequeño, mtii fiicilmente supo que habían
residido en él algunos meses las dos muje-
res cuyas señas le habiadado Peralta; pero
pocos "diaií ¡inteshabian partido sin que se
supiera íí jámente para dónde.
Volvió otra ;\'ez Alvar a quedar sumer-
jido en la iuLcitidumbre, tal como se en-
contrara antes de haber recibido la carta
de Lucía.
liXXVII.
Noticias.
Había pasado el verano con sus dias ar-
dientes pero alegres. Ya no se veía en Chor-
rillos pergtinas !|ue, ora en la mañana, ora
en la tarde, cruzaran sus derruidas calles
para bajar a los baños; éstos se hallaban
casi desiertos, no eran ahora el punto de re-
unión, el más concurrido, como en meses
pasados í sólo Be divisaba ahí alguna con-
currencia cuando se embarcaba algún bata-
llón de regreso a Chile.
El cielo permanecía constantemente en-
capotado 1 raro era el dia en que se columbra-
ba tin rayo desoí Las mañanas, si no frías,
eran destempladas y húmedas; una neblina
espesa o ui)a íinisima llovizna lo humede-
cía todo.
Los fnosquitoe, zancudos y demás menu-
da ralea volátil de aguijón o trompetilla,
habían desaparecido casi por completo de
los campamentos: pero en cambio de elle»
se presentó otra visita mucho menos dése*
able: fué la terciana*
Violentamente se dilato el mal por loa
improvisados cuai teles. Centeaarea de sol-
dados fueron ataca doí? por él.
El extenso hospital que teoía el ejército
fué incapaz para cod tener a todos los en-
fermos. Las enfermerías de ios batallones se
convirtieron en hospitales y las cuadras en
enfermerías.
Sin duda el poco abrigo que ofrecían las
ramadas daba mayor inci*einento u la epi-
demia entre la tropa.
Durante dos o tres meses fue mueho ma-
yor el número de los soldados enfermoa que
el de los aptos paia el servicio, y as tos úf ti-
mos eran convaleciente a hi vez que d^-
tinados a sufrir nuevamente aquel malqoe
sólo dejaba a un individuo pt^r alguiiOí^ diaa
para cojerlo nue\ amenté.
Earo, rarísimo fué el rjue ?e escapó, des-
de los primeros jefes hasta los últimos cor-
netas.
Los médicos de los batallones demora-
ban largas horas en pasar sus visitas, cuan-
do ellos mismos no eran también atacado»
y tenían que guardar cama encomendando
su tarea a otro colega*
Triste era el aspecto que ofrecía Chorri-
llos; poca jente se divisaba en las cídles,
en losxíafées y en la estación, y entre ella
lo más común era ver loa rostros de lo»
militares pálidos y deruacrados por la ter-
ciana.
Las diversiones que hubieran habido en
meses anteriores, decayeron como era na-
tural. El batallón Esmeralda en aquella
estación había construido un elegante y
espacioso pabellón que bien merecía el
nombre de teatro, en él se daban funcio-
nes dramáticas y uítqs. También en un
café se había arre^^dado una sala no muí
espaciosa con igual ñn, pnro étít^i era una
empresa particular: m dueño le daba pom-
posamente el título de Teatro de Chorri-
llos. Ambos lugares habían proporcionado
ratos de solaz al ejéix^itOj princí pálmente
el primero por ser mas extenso y tener es-
pacio para la tropa. Con la t^írciana la
concurrencia a esos ííspectáciilos hubo na-
turalmente de disminuir: el teatro de Cho-
rrillos cerró sus puertas y el del Eameral*
da fué menos frecuentado.
Las retretas de que antes hablamos, tu-
vieron asimismo que sufrir alteraciones,
pues las bandas de música tenían la ma-
— 297 —
yor parte de su personal en la enfer-
También la epidemia había prodncido
alteraciones en las \nsitas de aquellas **tres
gracias*' qne ya conocemofi j.,, tal vea dtí
otras que no figuran en esta narración.,,
Hai unos amores que viven entre los
finspiroB j las penas, j otros que sólo se
alientan entre laa risas j la alegría. No
corresix>ridían por cierto a la primera de
estas ca tejí orlas aquellas jucjuetonas pasio-
nes en que tau a solaz tomaran parte Zoila
y sus dos amigas, Soler y sus dos eom pa-
ñeros.
Esos amores para estar en su elemento
necesiiabaD un poco de risa, un poco í?e
canto, tiu poco de baile y una regular ra-
ción de cerrería o cosa parecida que azuza-
ra el ánimo í en íin, necesitaban de todo
eso que anda en consorcio con la alegría.
Pero la alügría huye de la mala salud
como las manposas del humo.
Los tres capitanes habían sido y seguían
siendo atacados por la terciana periódica-
mente, de manera que se hallaban mui
poco dispuestos para el júhilo,
Olimpia había dicho a Gal vez:
— La terciana te pone rrfsondron; mo da
pena verte así.
Y por [10 pasar esa pena esperaba que
Galvez le anunciara estar ya bueno para
venir ella a Chorrillos. Pero él, cuando ía
terciana lo dejaba por algunos dias, no se
apresuraba a noticiárselo. El resultado fué
<jueera muí rara la vez que Olimpia toma-
ba asiento en el tren de Chorrillos.
En el verano Zoila había encontrado que
€lairc chorrillano le probaba muí bien;
pero Soler le hacia explicado que en el in-
vierno ese aire era mui tercianario y de
consiguiente no le convenia respirarlo mui
a menudo. Ella parece que se convenció
dócilmente de esto, pues sus visitas dismi-
nuyeron de un modo notable.
El capitán Lostan era uno de los que
más fuertes ataques habia sufrido de la
terciana.
Hallándose mui mal, solicitó permiso
para ir a medicinarse a Lima, cuyo tem-
peramento era propicio para los enfermos
^^ ese mal. Lo consiguió por quince días
partió para aquella ciudad.
Tampoco Alvar se habia librado; se
ia obligado a pasar un dia en cama y
otro en pié siguiendo los caprichos de la
infernal enfermedad que ?a y vuelve coiDo
loa sombríos inviernos en que medra.
Cada vez qne era atacado, el cabo Pe-
ralta acudía a atenderlo eon la mayor so-
licitud preparándole alguno de los mil
remedios que se usaban para el caso. Esto
sucedía siempre que Peralta éH mismo no
se encontraba tiritando en una camilla de
la enfermería, pues la impertinente visita
no dejaba a ninguno sin saludar.
El cabo estaba ya completamente sano
de su herida y podía correr en busca del
módico cada vez que veía muí mal a su
capitán^
Mientras tanto Alvar ninguna noticia
habia tenido de Lucía,
Cuando lo encontraba pensativo, Peral-
ta adíviuaba el motivo de su preoenpacion
y solía decirle:
— Así como pudo mandarle una carta,
el dia menos pensado le podrá mandar otra*
Pero los días pasaban sin que sucediera
tal cosa,
Alvar tenía un soldado que le servia de
asistente, pero Peralta no dejaba de dar
sus vueltas por la habitación de su capitán
aunque ¿éste no estuviera enfermo. De
motn propio se convertía en una especie
de mayordomo, y a pesar de que en la re-
ducida vivienda no había muchos qtieha-
cereSí no le faltaba a él en qué mayordo-
mear, y como el maestro que pule la obra
de su anrendiz, estiraba un poco la colcha
de la cama recien hecha o revisaba esco-
billa en mano la ropa recien escobillada
de su capitán.
Siempre que el oficial encargado de la
correspondencia del batallón repartia laa
cartas,^ acudía él en busca de las que per-
tenecieran a su capitán; miraba el sobres-
crito y fácilmente conocía que eran escri-
tas por algún amigo de Alvar o por algua
miembro de su familia.
Cierto dia el oficial antes citado le entre-
gó una carta diciéndole:
— Para el capitán Alvar.
Cojióla Peralta, y se puso en camina
mirando el sobre.
Una circunstancia le llamó desde luego
la atención: aquel sobre tenia una estam-
pilla de franqueo, cosa rara porque las
cartas dirijidas a los militares eran librea
de porte.
Apresuró el paso y llegó a la habitación
de Alvar.
36
— 298 —
Elate ee hallaba reclinado en sn cama.
El dift precedente habia tenido un inerte
ataqne de terciana y se sentia aún fati-
gado,
— ÍTo B¿ qué le estoi encontrando a es-
ta cartita, ^murmuró Peralta entrando; —
este sello q^e ti«ne da mucho que pen-
sar...
—A ver,— dijo Alvar enderezándose.
Le bastó dar una mirada al sobrescrito
para adi\Hnar que habia sido trazado por
1^ mano de Lucia.
^De ella La de ser cuando se apura tan-
to nú capitán en abrirla, — pensó el cabo.
Alvar entí-G tanto recorria con la vista
1ú& íinoB i'enf^lones de la misiva que decia
esto:
^Querido Víctor:
ftHace algunos días que me encuentro
en Lima.
aMi ti a me tmjo porque estaba 70 algo
enferma j por allá no habia recursos co-
mo atenderme. El viaje se hizo t)or volun-
tad de mi padre.
tf No te habia escrito áates potque esta-
ba en cama j no tenia a quien confiar el
envío dii mí carta. Ahora que Jra puedo
levantarme no mo será difícil hacerla lle-
gar al conreo.
«Desde XX, te mandé una larg;a carta,
pero como oo sé sí habrás recibido, voi a
repetirte brevemente lo que «n ella te de-
cía,*
En efecto, Lucía, aunque algo menos
extenRamcute, referia lo que sabemos por
haberlo leido en bu anterior misiva. Des-
pués concluía de este modo:
«A los pocos dias, mi tía se trasladó
conmigo a un pu«blo vecino, porque XX.
era un lugar por donde traficaban viajeros
y tema ella que pasara algún conocido que
descubriera parte de mi historia.
«Ese liifrar era semejante a XX. j su
temperatura fria me hizo daño, luego en-
ferme; tal vez contribuyó a esto las aten-
ciones que me ocasionaba el niño.
«Como empeorara, mi tia escribió a mi
padre, y el resolvió que viniéramos a Lima
porque allii no se encontraba, como te he
dicbü, niñísima clase de auxihos, ni médi-
ec^ ni medicinas. Pero el viaje debíamos
hacerlo noaotiaa dos solas, sin traer al ni-
ño í ésta era una orden terminante de él.
cYo reconocía que mi padre tenia razón;
pero dejar a mi niño en brazos extraños
era para mí un mal mucho mayor que
cuanto pudiera decir el mundo de mí y que
cuanto pudiera yo sufrir en mi enferme-
dad. Me resistí a venir alegando que me
sentia má^ bicUf que iba mejorando.
«Pero esto no era cierto y mi tía pronto
lo conoció. Enternecida sin dada por el
cariño que mostnilm yo a mí híjito, me
prometió que regresaríamos tan pronta
como yo sanara y me hizo comprender que
Sor no (jucrer separarme un corto tiempo
e él quiz¿U tendría que abandonarlo para
siempre, pues mi salud iba cada día a me-
nos.
«Al fin hube do acceder y partimos de-
jando al niño en poder de una chola que
lo estaba criando a mi vista desde que
caí enferma.
«Lo que me consolaba mil% de separar-
me de él era que me acercaba a tí.
«En Lima pronto fni mejoitindo y aho-
ra me encuentro bien después de haber
pasado muchos dias eu cama.
«Por algunas amigas que han venido a
verme he logrado Haber que tu batallón
está en Chorrillos ; pero hasta ahora, coma
te lo he expresado» no me ha sido }>osib]e
escribirte*
«Vivo en la calle de Argnndoña numera
5 con mi padre y mí tía» pero es impoii-
ble que nos veamos en casa como tá lo
comprenderás.
«Mi tia va todos los dias a misa por la
mañana y mi padre no bc levanta tempra-
no; de modo que podré salir un momento
sin que me vean. El miércoles a las ocho
de la mañana llegaré basta la esquí ua del
Espíritu Santo esperando que tú hayas re-
cibido éstpi y puedas venir a Lima para que
nos vemos un momento. j>
Lucía terminaba su carta con algunas
frases cariñosas y haciendo algunos tier-
nos recuerdos de su niño.
— ¿Es de ella, de U señorita, mi capi-
tán? — preguntó PeralUí viendo que éste
levantaba !a vista de la lectura.
—Sí
— ¿Dónde estii?
— En Lima.
— ¡Ya ganamos la partida ¡ — exclamó
alegremente Peralta y empleando el plural
como acostumbraba hacerlo cuando se tra-
taba de algo concerní en te a Ah^r; — de un
tranco se va a Lima y otro se vuelve.
— Pero ese ti-anco no lo puedo dar yo, —
replicó Alvar con deaconfianza,
— ¿Por que no, mi capitán?
— Ya sabes que no podemos ir allá muí
fácilmente.
A
— 299 —
— Se pide permiso, pues: ya ve como
mí capitán Los tan esLá allá desde buce
tiempo.
— Esta como enfermo.
— Usted tainbíeti so encncntra enfermo,
pues,
Alvar reflexionó un instantes, y luego
dijo al cabor
— Anda a buscar al capitán Soler y di le
que me haga el favor de venir un mo-
mento.
Peralta obedeció*
Poco tardó en aparecer Soler.
-^¿ Cómo va de terciana ? — dijo al en-
trar.
— Hoi no me toca, — respondió Alvar;—
pero la de ayer me ha dejado a mal
traer,
— En cambio yo descansé ayer y me
toca hoi; esto va por turno como las guar-
dias ; y ya la es^toí sintiendo venir. Aquí
me tiene; ¿me necesita para algo?
La contestación de Alvar fué alargarle
la carta que acababa de de recibir!
Boler se puao a leerla.
Cuando la terminó dejóla sobre la mesa
diciendo:
— Aliora lo esencial para usted ea ir a
Lima,
— ¿Consegmré permiso, pues?— replicó
Alvar con aire de dada.
— De veras que eso no es segnro; sin
embargo usted tiene una buena razón que
alegar,
—¿Cuál?
— La de estar enfermo.
— Ea que todos, coal más cimi menos, lo
estamos.
— Con todo; usted es de loe que se ba-
ilan en peor estado.
—Es verdad que alegando esto no
miento.
— Pues bien; ya que se encuentra en
este apuro, para asegurar que le den lienn-
ciapor n¡i dia, preséotese pidiendo una se-
mana; pedir mucho aunque se necesite poco
ea cosa de hombre cauto: al que pide una
semana no se le puede ne^ar un día,
— tíerá lo que haga. Entonces voi a ir
aíiora mismo al Editado Mayor.
— Sí, puesi hoi es martes y la cosa 'es
para mañana. Si no le conceden la semana
pida como per tmnsaccion el dia para con-
sultar a un uiédieo de por allá, y ptira no
mentir hágalo en realidad; vea al doctor
X. pues eetii usted mui mak
—Lo haré.
— Pero he notado.., — dijo Soler, y se
intermmpíó para restregarse his manos j
dar unas patadas eu el snelo con eí objeto
de calentarse el cuerpo.— Me e^^toi helando
desde los pies hasta la cabera; en un cimrtf*
de hora más voi a estar saltando en la ca-
ma.,. Pero he notado que Lucía le habla
de verse un momento con usted.
—En efecto; lo había rejarado yo taja-
bien,
— t Q^^^ puede significar eso ?
— ^No compreudo*
—En fin, ¿ cuáles son las intenciones de
usted?
— Precisamente sobre ello quería hablar
con usted y con tíil fin lo liabia llauíado-
— Adivino que usted querrá, tenerla a sa
lado, a pesar de lo qne le ha dicho Lostan,
— Ya ve usted que se hace necesario; la
obligan a separarse de su niíio y eso la
martiriza como ]o demuestra.
—Y si está usted resuelto a sacarla de
su casa, ¿qué es lo que desea raciocinar?
— Si la traeré a Chorrillos o la dejaré
oculta en Lima.
Soler moviendo pausadamente la cabeza
mormuró:
—La cosa requiere pensarse; si la trae a
Chorrillos y su padre viene a buscarla lo
puede poner a usted en nn aprieto arman-
do una cuestión.
—Eso es lo que temo, tanto por mi como
por Lucía; en tal caso todo se desbara,-
taria,
— Katuralmeute. Pero también el otro
partido, el de dejarla escondida en Lima
tiene sns inconvenientes. Tendría usted
que dejarla sola alhl, puesto que le es for-
zoso vivir en Chorrillos.
— Esta consideración es justamente lo
que me tiene indeciso; pero ea preciso re-
solverse por una u otra cosa, ¿qtié hacer?
¿por cuiíl de ambas decidirse?... ^
^Hombre, me pai-ece lo más acertado
que no se caliente la cabeza en discurrir
hasta que liaya hablado con Lucía y ella le
explique lo que significa eso de salir para
verse con usted ifn mommfo.
— Creo que ha de haber escrito tal cosa
siu fijarse; pues ya estamos convenidos ea
que tan pronto como nos eucontremos se
vendrá ella conmigo.
— i H um T — m u i^mu ró Soler c orno du-
da ndo; — Lucía demijestra mucha discre-
ción en toda su carta para que haya puesta
esa palabra iuarvertidamente. Quién sabe
«•
— 300 —
si con la desgracia lia reflexíonndo cu sn si-
tuación y adivioa la suerte que la capera
abandonando a au familia por venirse con
usted, tal como lo ha pre\isto Loetan, Y al
fin y al cabo mejor seria así, tanto para
usted como pura ella; usted bc librarla de
cai'^OB y Gompromiaoa, y ella al lado de bu
padre contmmma una existencia que si
bien es amarga aliora, puede dulcifi caíase
con el tiempo. Bastante ha sufrido ella y
¿ para qué hacerle perder este último bien
que le tjueda ya que usted no puede pro-
porcionarle otro superior; en uua palabra,
ya que uatcd no se ha de casar con ella?-,,
Ko se me oculta que sobre todas a^tas con-
sideraciones hai para usted otra que las su-
pera: el amor; y ese Diño no entiende de
laciocinios ni prudencia.
Un acceso de escalofrío que le acometió,
interrumpió a Soler.
— ¿Ya llegó estol — exclamó, castañe-
teando con los dientes y tintando; — me voi
a zapatear a mi cama. . .
Y agregó dírijíéndose a la pueita;
— Si consigue permiso... alUi se verá íx>n
Los tan..* hable con él de sus asuntos-.-
Tras de esto salió sin que el ataque de
terciana de que presa llamase la atención
de Airar, pues en aquel tiempo era cosa
que se veia a cada instante.
Cuando el amante de Lucía quedó solo
en su habitación, kUbució i-epi tiendo una
frase de Soler:
— ^<iYa que usted no se ha de casar con
ella...^
La entonación y la naturalidad con que
Soler habia pronunciado í^tas palabras, ha-
cia que Alvar \b^ interpretara así: «Yaque
üstcd no ha de cometer tal disparate;» <íya
que lo creo a usted suficientemente cuerdo
para no hacer tallocurai.,. «Casarse estan-
do en campaña; es uua enormidad; casarse
con una persona cuya familia apenas se co-
noce, es uua insensatez; casanse con la que
ha sido su querida, es una tontería. <i
Todas estas ideas entreveía Alvar en las
palabras de Soler, y luego le acudían los
pensamientos de que en otro capítulo he-
mos hablado.
Lxxyin.
El capitán Lostan conoce a una
amiga de su amiga.
Desde que llegó a Lima con licencia,
Lostan vivia en una casa de ia calle de B..*
donde m arrendaban piezas y departa-
mentos amueblados.
Los arrendatarios eran en su mayor parte-
hombres solos; pero también habia entr&
ellos algunas señoras con reducida familia.
Lostan ocupaba una pieza. Cuando la
terciana se lo permítia iba a comer a ua
hotel o café» y cuando no.., entonces no
tenía necesidad de comer, pues uno de los
efectos de ar|uella enfermedad es cortar
el apetito. Sin embargo» bien podia enviar
por un poc^ de caldo u otra cosa al mozo
Cjuc le servia, pues habia cafées a un paso
de distancia.
Una tarde estaba en su habitación pre-
pre parándose para salir, cuando sintió'
abrir la puerta que sólo estaba entornada.
Alzó la vista y divisó a ñu. compañero el
capitán Alvar.
— I Hola, usted por aquí! — exclamó yon-
do a su encuentro.
— Ya lo ve usted,- — contestó Alvar, es-
trechando la mano de su compañero.
—Trae usted uua maleta; ¿viene enton-
ces por algunos días?
— Por dos semauaa,
— Me alegro? porque aquí, solo, me aba-
rría. Asiento, pues; ;y cómo va de ma-
les?
— ^Así..- cayendo y levantando,-, —con-
testó Alvar sentándose en una silla que le
ofrecía su interlocutor.
— Esa es la condición de la terciana; un
dia blanco y otro negro, como los escaque»
de un tablero de ajedrez.,. Supongo que no
tendrá aún alojamiento,
— No lo tengo; pero pienso venirme a
esta casa.
— Magnífico. . . casualmente la pieza con-
tigua, que como ve usted se comunica con
ésta, fué desocupada hoi por un ingles que
la habitaba. El tal era uu insigne borracho;
a media noche llegaba con una mona estre-
pitosa llevándose los muebles por delante y
con má£^ ruido qae una carga de caballería;
con su estruendo me despertaba y aun dt^-
pues de echarse al lecho y dorn^iirse no me
dejaba a mi hacer otro tatito, pues aquel
bárbaro era bebedor de wiskey y este licor
le secaba de tal modo la campanilla que
daba unos ronquidos como terremotos.-^
¿Ve usted ese frascrito con aceite y ese
pincel que estiLn sobre la cómoda? Pues
bien, muchas noches he tenido que levan-
tanne, cojer esos bártulos, entrar a la pieza
de mí hombre, abrirle la boca y untarle
— 301
aceite en e] gallillo para que no roncara
tanto . . .
— Espero,— replicó AIv^t liéndosü que
si yo ronco no liará nsted la misma opera^
don conmigo.
— No tai cnídado; voi a llamar al mozo
para qne le aliste esa pieza antes de que
otro la tome.
Y Jlet^ndo haata lapnerta, Lostan llamó
al fámulo.
Acudió éste y pronto quedó dispuesto
que la pieza contigua &cria dedicada al re-
cién llegado.
— Ahora puedes llevarte ese pomo y eie
pincel, ^-di jo Lostan ai mozo en seguí da.
Ejecutada esta orden, volvió el capitán
al lado de Alvar, añadiendo :
— Ya puede usted estar sin temor res-
pecto a la unción de aceite ¿ Y cómo han
quedado por allá los compañeros ?
— Cual miís, cual meaos; embromados
todos con la dichosa terciaüa.
Esto contestó Alvar y siguió dándole
alguooH pormenores de cada uno en parti-
cular.
Por ñn llegó el momento de referir el
verdadero objeto de su viaje, que como sa-
bemos no era solamente sn enfermedad.
Como lo habia hecho con Soler, díó a leer
a Lostan la carta de Lucía.
— No me ha estrañado su llegada, — dijo
Lostan después de leer la misiva, — ponqué
la esperaba.
— ^¿La llegada de Lucía?
—No; la de nsted; la de ella la sabia ya.
— ;Cómol
—Se lo diré; yo, por ciertos aaunti-
Uos personales que más tarde le revelaré,
acostumbro ir de cuando en cuando a
la iglesia de Santo Domingo por la ma-
iiana; ahí he visto a doña Manuela varias
veces, aunque no la he hablado; ella no
debe haberme reconocido a consecuencia
del traje de paisano que llevo ahora.
— ¡La había visto usted L..
— Sí; y sin duda usted se i-esentirá por
no habérselo comunicado yo; pero ya co-
noce rai opinicn respecto a sus relaciones
con Lucía y no dei)c extrañar ([ue no haya
querido mezclarme eu nada de todo eso. - -
A mi entender es una desgracia para esa
niña que vnelva a encontrarse con usted,
' habria obrado contra mis ideas dando
ma noticia que apresurarla el instante de
ra encuentro.
_ — Pero ya ve nsted, — dijo Alvar elu-
Iteado en parte una respuesta;— ella me ha
dado una cita y yo debo acudir; si no lo
hiciera Lucía pensaría que yo quena
abandonarla.
— Hombre I los enamorados tienen siem-
pre razón, porque la buscan en las leyes del
amor; pero los que los íuirnn tienen otros
códigos y juzgan las cosas de otra muñera.
En este caso osted es el enamorado y jo
soi el mirón. Discutiendo con distintas le-
yes difícil será que lleguemos a entender-
nos; por lo demás ya conoce usted mi pa-
recer.
Y cambiando de tema de conversación,
agregó 5
—Vamos a estar aquí perfectamente
bien, pues esta pieza se comunica con la
suya y cuando alguno de nosotros este con
la terciana el otro podrá atenderlo. ¿Pase-
mos a ver su habitación?
— Tamos j — contestó Alvar, levantán-
dose.
Ambos se dirijieron a ver la pieza con-
tigua que ya estaba lista.
La puerta de comunicación fue abierta y
ambos cuartos quedaron unidos.
— Ya estil usted instalado; ¿qué tal le
parece la pieza?
— Excelente.
—Pues, entonces, creo qne podremos ir
a comer- ya es hora.
— Pocas ganas tengo,
— Pues yo me siento con un apetito dig-
no de nuestro colega Aliaga. Hace dos dia3
que no me da la terciana, y me sucede que
cuando esa señora me deja por algún tiempo,
me vienen ansias de comer de un golpe
como para resarcirme de los ayunos hechos
mientras he estado con ella.
—A mi me sucede algo parecido tam-
bién; pero como solamente ayer me dio el
ultimo ataque, aun no vuelve el apetito.
—De todas maneras; vamos andando;
tomará aunque sea un poco de caldo. En
marcha; iremos a l^ Maiso/i Dorée y du-
rante la comida seguiremos conversando,
Alvar aceptó y ambos salieron.
Un momento después estaban sentados
junto a una mesa del establecimiento indi-
cado y se hacían servir.
— Tea usted con qué furia ataco los pla-
tos, — decia Lostan a su amigo mientras
comía;— esto me hace recordar aquellos
memorables meses que pasadnos en La
Sierra, cuando en una asentada nos tenía-
mos que tragar toda la ración de un dia
7 a veces de dos: allá ayunos por falta de
— 802
ooniídít, acá ayunos por falta de apetitx);
todo ha sido cuaresma. Llega el instante
en que los eatótnagos claman por las pi-
tanzas atrasadas, es preciso dárselas de
golpí, lo qne equivale a forzar la marcha
como decimos nosotros, 7 forzar la marcha
quiere decir gaatarst; las piernas: algo pa-
parecído Lea ha de suceder a nuestros estó-
magos ; lo que es el mió, bien reconozco
que no tiene ya aquella fuerza dijestiva
que ostentaba antea de partir de Chile... No
han salido mejor librados nuestros cueros:
en cada paso de cordillera, en cada puna,
hemos mudado uno, y el que ha salido a
reemplazarlo, el cuero nuevo, ha resultado
más ajado, mÚA sobajado, más ultrajado y
mfls resquebrajado <[ue el otro, que el cuero
viejo. Yo tengo para mí que el hombre
nace con todas sus pieles una sobre otra
como las hojas de un cuaderno: la de más
encima oí! la mas tei'sa y lozana, es la de
la infancia í la de más abajo, las más ruin
y floja» es la de la decrepitud: de ahí que
tras de cada cutis que hemos perdido haya
salido a luz otro peor. Esto no me halaga
un ápice por cuanto nuestros prójimos
del otro sexo se pagan mucho de la apa-
riencia, de lo que ven; a uno no le divisan
más que la epidermis y si la encuentran
estropeada, se imajiuan que todo uno está
de igual suerte.. .;Mal negocio!.
Loetan hizo una pausa, y luego añadió:
—Pasando a otra cosa; ¿qué piensa ha-
cer usted esta noche?
— Acostarme temprano, — contestó Al-
var, — me siento al^^o mal.
— Comprendo; además no querrá usted
andar mucho por la calle, donde podría
tropezar con doña Manuela, ¿ah?... y que
se frustrara la cita de mañana.. .¿no es
eso?.,.
— Pudiera ser, — respondió el amante de
Lucía sonnendo,
— Pero como yo no me encuentro en
iguales circunstancias lo dejaré a usted
cuando teriuinemos la comida, pues tengo
oierfco asuntillo entre mano?... es una his
toríeta que le voí a contar mientras toma-
mos el café. Usted conoce a mi amiga
Blanca.
—Sí.
—Efectivamente, pues dos o tres veces
ha estado usted con nosotros bebiendo una
copa de cerveza allá en Chorrillos.
—Lo recuerdo.
—Corriente. Aquí en Lima me veo a
menudo con ella cu su casa. Sucedía que
Blanca tenia una amignita, linda cliics
que la visita a menudo, y como se dice
que los amigos de nuestr<^ amigos son
amigos nuestros, he ahí que fácilmente la
amiguita de Blanca lo fué mía; teníamos
nuestros párrafos de conversación y uoa
agradable confianza se habia declarado en-
tre nosotros dos. Croo que Blanca no mi-
raba con muí buenos ojos esUi amistad;
pero nada decia; eso si quQ había dado en
varias tretas, como la de dejarnos solos cm
instante pasando a una pieza contigua, y
luego regresar repentinamente mirándonos
con tamaños ojos cual si pretendiera des-
cubrir algo. Catita, así se lIanL'\ la amí*
guita en cuestión, Catíta j yo nos roíamos
de esa táctica. Por fin, hace tres o cuatro
di as, me presento en casa de Blanca y no
la encuentro; me siento a esperarla, y
pronto veo entrar a Catíta: viendo que no
está la dueña de cosa quiere ii'se, pero yo
la detengo haciéndole ver que podremos
esperarla juntos charlando un i'ato para
matar el tiempo.
— Y ella accedería...
— ¡Cómo no! si es tan amable, tan con-
descendiente. Nos sentamos a charlar; pero
poco tiempo duró esto, por que de súbito
se nos apareció Blanca y nos interrumpió
la conversación en el punto más interesan-
te. Venia con un humor diabólico; se 8ac6
el manto y lo tiró por allá; en seguida ee
Suso a refunfuñar sobre esto j estotro sin
ecir claramente la cansa de su regafio,
Me estaba fastidiando aquello, y por evi-
tar un mal rato, tomé el pfirtido de cojer
mi sombrero y marcharme.
— Era lo mas acertado.
— Ya lo creo; aquello estaba por esta-
llar, pues tampoco yo, desde que ando con
terciana tengo un humor de aauto. En la
noche regresé allá,
— ¿La encontró calmada?
— Sí. A poco hablar me coutíi que había
tenido una ruda discusión con Catita a
propósito de unos ti'ajes, de una vecina,
de unjchisme y de no aé cuantas eosas más;
que se hablan dicho «una fuerza de lisu-
ras», y que habían concluido por reñir j
cortar las amistades.
— Era de esperarlo.
— Mientras tanto nü conversación coa
Catita habia quedado interrumpida, y era
una convereacion suiíiainente interesante^
como lo he dicho, para no querer reatarla;
así se lo manifesté a ella por míidio de una
esquela. Me contestó, yj convinimos en
— 303 —
continuarla; pero la tercina me ha tenido
amarrado eatos dmsy no he podido mover-
me.
— De manera que estando ahora mejor,
irá UBtüd allá.
" Justo.
Prosiguieron ambos capitanes dialogan-
do uu momento m;iaj y luego se levanta-
ron de la mesa.
Era ya de noche.
Alvar se dirijió a su habitación, j Los*
tan caminando en dirección opuesta segu-
ramente iría a termioar la conversación
que habla dejado pendiente.
LXXIX.
La cita.
Al día siguí eu te áutes de las siete y me-
dia de la mañana ya se encontraba Alvar
en la eBrjuiua del Espinta Banto.
El cielo estaba entoldado íIü espesas nu-
bes y el aii'e destemplado y hiimedo.
No habia aún mnclio tráfico de jente.
Algunas devotas ostentando por delante de
la sencilla falda la correa de San Agustín
u otra so diríjiau a alguna iglesia vecina
y algunas negras vohian del mercado de la
Aurora fumando su cigarro puro y con un
cesto al bi-azo*
Alvar fijaba la vista en la calle de Gre-
mios y contaba los minutos; ese ei'a el ca-
mino que a su ]jarecer debía traer Lucía.
Sin embargo» también edmba miradas ha-
cía las otras calles, Teíiia a au izquierda la
de la Manita que era poco traficada y se
{)restíiba miis que las otras para dos inter-
ocnlrores que no necesitaban de testigos.
A cadií instante consultaba la muestra
de sp reloj. Formaban las dos mauccílla^
de éste un ángulo recto señalando las ocho
menos cinco minutos, cuando Alvar divisó
venir por la cíille de Grremíos una persona
vestida de manto y traje negro. Aunque
no alcanzaba a distinguir su rostro, sintió
tal impresión al aspecto de esa persona,
que adivinó era su amante.
La estatura, el modo de andar con pasos
breves y airosos, eran los de ella.
Con la mirada ñja la contemplíj acercar-
se í poco a poco fué reconociendo las finas
j pulidas facciones de Lucía. Una franja
de crespón que pendía del borde superior
de su manto le cubría la frente y los ojos;
pero al través de aquel tejido vio él brillar
las negras pupilas de la niña. Estaba ya a
pocos pasos.
Una sonrisa dulce y uielaucóltca le
aimncíó a Alvar que había sido recono-
cido.
Se íutcrno unos seis u oeho metros en
la calle de la Manita, y L¿;^uró,
Viendo aproximarse a su amante sentía
íjue toda la sangro se le agolpaba al cora-
zón; hubiera querido abrir loa braaos para
recibirla eu elfos; pero eso no era posible
en aquel sitio.
deprimiendo sus Ímpetus, tendió una
mano y sintió posarse en ella la manecita
de Lucía, suave, tibia y cariñosa.
La niña tenia la cara un poco más llena
qne eu H nauta ; pero siempre piüida. Sin
embargo, eu aquel instante nu Itjero son-
roseo la teñía débi luiente.
Sin murmurar una palabra contempló
Alvar el amado rostro, y al cabo de tinos
breves segundos balbució con c! acento
miis tierno de su vozi
^¡ Pobre mí Lucía, cuánto has sufrido;
pero estás siempre lindísima!
Lucía contesto con una dulce sonrisa y
murmuró con voz entrecortada por la emo-
ción:
— ¿Y tu, Víctor... habnls sufrido tam*
bien en esos lugares... te noto descolori-
do...? Ni una palabra he sabido de tí des-
de qu« nos separamos en Iluanta. .
— Yo sí que había sabido de ti; había
recibo tu carta escrita en XX.
^ La recibíate?
— Síí y la contesté; pero la persona con
quien envié la contestación llegó a XX.
después de qne tu habíaa partido*
—Cuánto consuelo habría sido para mi
recibir nua letra tuya. Sin tener ninguna
noticia, en todo encontraba dudas; ahora
mismo venia sin esperanza de hallarte.
^-¿Porque desconfiar? ¿Xo sabias que
a tu llamado debía yo de acudir presuroso?
— Pero temía í|ue no estuvieras on Chor-
rillos, qne no recibieras mi carta, que no
pudieras venir a Lima...
— Mas, — replicó ¡Alvar apasionadamen-
te, — no temerías que yo te hubiera olvida-
do, ¿no es cierto?
Lucía respondió sin vacilar ;
— No, Víctor, no; yo creo en tu amor y
es eso lo único que me ha hecho vivir has-
ta ahora.
— En fin, Lucia, ya nos hemos vuelto a
cnconti-ar, y me parece que esta es la pri-
mera vez después de 'habernos separado
— 304 —
aquí etj Lima, porque nnístras entrevistas
en Huanta se me n^íuran un sueño triste
que quisiera borrar de mi memoria: haber-
te encontrado en esa remota ciudad enfer-
ma, rodeada peligros, sin poder liacer nada
por tí, j teniendo que dejarte ahí nueva-
mente, fue para mf la más aguda desespe-
ración*-* En]^fin nos hemos vuelto a reunir
y será parii no separarnos nunca, ¿no es
verdad Lucía?
La niña pareció vacilar antes de respon-
der.
8in esperar su contestación, Alvar aña-
dió^
—Estando aquí parados podemos lla-
mar la atención de los que j pasan j ¿ande-
mos un poco?
— Yamoí?, — contestó la nífia.
Y ambos ecl jaron a andar pausadamen-
te por la calle de la Manita,
Alvar conoció que aun no había hecho
a Lucía cierta pregunta y este olvido po-
día herir el intenso amor maternal que ella
Labia mostrado en sus cartas. Reparando
esto se apuró a decir;
— Antes de seguir hablando de nosotros,
hablemos de cierta personita a quien quere-
mos ambos.
— ¿ Lo quieres tú ? dijo la joven volvien-
do- rápidamente la cabeza j sonriendo ca-
riñosamente al adivinar de quien se trata-
ba; — si lo conocieras lo querrías aún más?
¡es tan bonito I
— Desde luego lo quiero como todo lo
que es tuyo.
— Y el pobi^cito se encuentra ahora en
brazos extraños í me liabT'á echado menos y
quizás se habrá enfermado.
— Pero pronto lo tendremos a nuestro
lado para no separarnos mis de él.
— ^Eso no podrá ser, — murmuró Lucía
con una entonación trémula e impregnada
de dolor.
Sohi'esaltado tornó Alvar la cara y vio
dos lágrimas que rodaban por las mejillas
de su amante. Lleno de zozobra la pre-
gunto:
— ¿Qué tieneSs Lucía? ¿por qué dudas?
¿por qué dices eso?
— Porque tú no verás nunca al niño.
— No te comprendo, puesto que hacerlo
venir será nuestro primer cuidado tan lue-
go como estemos juntos tú y yo ; nos pon-
dremos a ello hoi mismo.
— Eso no podrá ser, — ^replicó la niña
con el mismo acento dolorido,
—¿Qué ea lo que no te parece posible?
— Qué tú V yo permanezcamos jautos.
Alvar quedó suspenso. Recordó de sú-
bito u n a ci rcu nstai i c i a q ue le habí a hecha
notar Soler, y pregimtó balbuciente:
— ¿ Ea por eso que en tu carta me dioes
que nos veremos ofun momento»?
— ^Por eso, precisamente-
Atóaito quedó Alvar al oir esta respues-
ta. No esperaba éí que níngnoa dificultad
viniera a impedirle desde luego llevarse
consigo a BU amante.
Tan pronto como la había visto hacía
nnos pocos minutos venir hacia él, tan
pronto como habia divisado su cuerpo
flexible y su hermoso rostro, tan pronta
como Kabia oído su dulcG voz, Imbia senti-
do conmovérsele el coiuzon con todos Jos
ímpetus de su combatido amor. Para el
joven capitán, las desgracias y loa sufri-
mientos habían formado una aureola en
torno de Lucía que la hacían adorable; y
el verla siempre bella, y esta belleza dulci-
ñcada por la melaucolíai sintióse aún más
enamorado de eila que cuando un ano an-
tes la hiciera abandonar la casa paterna.
^Es deci r, — -mu rm uro , — q ueíah ora^sola-
mente nos veremos iiu momento y volvere-
mos a separarnos,..
Y afiadió exaltándose:
— Pero Lucia, yo he venido a buscarte
para cjue nos reunamos, no por un mo-
mentOi sino para siempre... ¿no lo había-
mos convenido así? ¿no era esto lo que ha*
bíamos dispuesto en Huanta? ¿no es lo
mismo que escribiste desde XX? ¿Que sig-
nifica lo que dices? ¿acaso no quieres ve-
nirte conmigo porque ya no me amas?
— íío es tal cosa^ Víctor; yo te amo
siempre; — rephcó la joven con pasión,
— ¿Y entonces?,., no te comprendo™
^Para que me comprendas es preciso
que oigas lo que tengo que contarte j oo-
noz^;as lo terrible de mi situación.,, td me
hallarás justicia...
Revelaba tal desesperación el acento de
Lucía, que Alvar la miró temeroso. ¿Qué
otra desgracia habría sobrevenido ? No se
atrevió a interrogarla precipitadamente.
Habían llegado caminando con lentitud
hasta la esquiua de la calle del Santaario.
Para evitar que los transeúntes lijaran la
atención en ellos se veían obligados a do-
minar sus emociones* Alvar miró a todos
lados y se acordó que a un paso de ahí es-
taba &nta Rosa de los Padres. Había al lado
nn sitio en el cual se construía una iglesia;
el trabajo estaba paralizado y el sitio solí
r
— 305 —
tiaño bÍu más ha.bitfi.ntcs qne el encargado
*de cuidarlo,
Desiiiimndo aquel recinto, el capitán di]o
a la niíiíi:
^Ijk^ucmos hnFta allá; en ese rccioto
podremos hablar con más libertad.
Accedió Lncía y ae encaminaron al lugar
señalado.
El guardián citado no se negó a permi-
tirles entrar en aquel sitio donde a menudo
ocurrían dcTotos y curiosos por ver los re-
cuerdos de Santa Rosa de T/ima conserva-
floB nlii, y mucho menos después de recibir
alguuíjs solea que Alvar le dio para tenerlo
máñ solicito.
Aquel Ritió podia considerarse como un
gran patío.
Los jóvenes amantes se dirijieron bacía
un banco rá-stico de madera que divisEiron.
Allí Bo hallariuu libres díi miradas cnrioBas.
Alvar hizo sentarse a Lucía sobrecojido
de verla trémula y llorosa.
— ¿Qué nueva dcsdiclia ocurre?— la dijo;
— ¿qué es lo qoe tienes que contarme?
La niña respiró con fuerza como si qui*
síera tomar aliento para hablar, y con-
testó:
— Tá sabes la cansa de mi venida a Lima,
la sabes por mi carta
—Se que te trajeron acá por que estabas
enferma.
—Llegando a Lima tuye que permane-
cer en cama.
— También lo be sabido por tu carta.
— Estaba en casa de mi padre. Los pri-
meros dias él entraba un momento a mi
alcoba y sin duda compadecido de verme
sufrir, me dirijia al^T^una palabra pregun-
tándome por mi salud. Cuando estuve me-
jor se acercó una mañana a mi lado, y ha-
blándome con vok grave, pero sin enojo,
me dijo; — <Sé que para traerte a Lima,
Manuela te ba prometido regresar otra vez
contigo cuando estés sana, al lugar donde
ha quedado tu liijo. Esto se efectuará? irás
allá, porque él no puede venir para aci; ese
niño no puede entrar a mí cíisa: antes de
que partas se esperará 4ne tu salud esté
completamente repuesta. Ahora tengo que
advertirte una cosa: si tii vuelves a huir de
aqní con tu amante» si me haces sufrir tal
afrenta, te aseguro que jamas volverás a
ver a tu hijo." Al conchnr estas palabras
je retiró dejándome muda de espanto,
Alvar adivinó los sentimientos que do-
nina ban a Lucía ; nn frió que le atormen-
taba recorrió bus vcnaSr
— Pero ese niño es nuestro, — exclamó»
— y él no puede impedir qne esté con no-
sotros.
— Sí puede, y lo baria; yo conozco su
inflexible carácter.
—No lo creas; nosotros traei"emos el niña
a nuestro lado.
—Sería imposible; tú eres chileno y no
puedes llegfir hasta esas montañas donde él
está, bien lo sabes; yo sola nada podría
kacer.
— Slaudaremofi alguna persona a bus-
carlo.
—Nada lograríamos; no se lo entrega*
rian; sé por ti a que han tomado ciertas
precauciones. Ya ves, Víctor, cuál es mí
situación» 8i cediendo a los impulsos de mi
coraKon te sigo a tí, tengo que abandonar a
mi niño.
Y sin poder contener siis lágrimas, Lu-
cía prosiguió diciendo entre sollozos:
— Abandonar a esa infeliz criatura a
quien quiero tanto ; dejarla cjue ahí quede
sin amparo ninguno.,, moriría sin duda
por falta de cuidado; y si vivía, crecería
como un huérfano, despreciado por todo el
mundo, aun por aquella jen te casi salvaje
entre la cual está. , . sin conocer a sus pa-
dresv.. pobrecito jqué sería de éll.-.
— Tti Lucía, ves las cosas con los colores
miis tristes, te esfuerzas por verlas asi. Tn
papa te ha hecho ena amenaza para impedir
que te vengas conmigo; pero una vea que
estes a mi lado ya ningún interés puede te-
ner en separarnos de nuestro liijo, y con-
sentirá en que lo traigamos con nosotros.
—^0 lo consentirá nunca.
—Pero, ¿por qué?
— Porque Labra encontrado mi castigo
en mi misma falta; me castigará privándo-
me de mi niíio,
Alvar estaba horriblemente mortificíida
por todos estos escollos que eaumeraba Lu-
cía; deseando conocer la resolución de sa
amada la prcí^nntór
— En fin, Lucía, ¿qué piensas hacer en
esta emerjcucia?
— ^Ir donde me llama mi deber de Tna-
dre*
— Eso qnierc decir qne estás dispuesta a
separarte de mí nuevamente..* Pero, ¿no
ves, Lacia, que yo te amo, que necesito te*
nerte a mi lado? ¿acaso no sabes lo que es
amor? ¿acaso lo has olvidado ya?
—Cómo puedes decirme tal cosa, — ex-
clamó Lucía con amargura j— ¿no compren-
des mi dolor? ¿no ves cnanto sufro? j por
37
— 306 —
^ué será sino porque me veo obligada a se-
pararme de tí cuando te amo aún más que
antes.-, Pero ¡qué puedo hacer!... si te
BÍgü pierdo a mi hijo, a nuestro hijo, lo
pierdo para siempre ¡Entre él y tú!... ¡te-
rrible lucha para mi pobre corazón !... Con
todo, no debo vacilar: él es el más débil y
el qnc más necesita de mí. . .
Alvar guardó silencio. Comprendía los
eentímientos de su amante, comprendía que
ella ante su hijo hacia el sacrificio de su
amor, veía sus lágrimas y adivinaba su do-
lor; pero al mismo tiempo sentía acrecen-
tai^se lu pasión; la jenerosidad y belleza de
de Lucía, y los obstáculos mismos que se
Íjreseubaba eran un poderoso incentivo,
ja píLHÍon lo ofuscaba; sin embargo, no al-
canzaba a cegarlo de modo que no pudiera
avaluar la tortura de la joven.
—Entonces, — mufmuró con un tono que
su amor contrariado hacia algo seco, — ¿es
€Síi tu resolución?
Lucía alzó la cabeza, y mirándolo con
indecible ternura, exclamó:
— Te pones serio... ¿por qué me hablas
Bfií?^..
Y cojiéndole una mano añadió con ma-
yor expresión.
— Yo adivino tu pena por la misma que
yo siento al separarme de tí... pero ¡qué
quieres! ¡cómo abandonar a mi niño !... Ni
las aves que tienen la libertad del aire aban-
donan a sus hijitos... Si yo lo tuviera en
mis brazos, no vacilaría en seguirte donde
tú quimeras... nada me impoitaria lo que
dijera el mundo; para mí en toda la tierra
no hai nada más que tú y él... Yo iré al
lugar en que él está, y si tú siempre me
amas, esperaré un momento oportuno, hui-
ré con él en brazos y volaré a buscarte don-
deqniera que estés... ¿Qué te parece?...
Alvar moviendo pausadamente la cabeza
contestó:
—Eso está expuesto a muchas contijen-
cias y dificultades; ya sabes cuanto nos ha
costado encontramos después de un año de
separación.
— Pero ahora más que nunca es necesario
arriesgar algo; de ella pende la suerte de
nuestro hijo.
Durante .un momento Alvar movido por
los impulsos de su pecho estuvo pintando
con los colores más vivos su amor, la deses-
peración que le causaría la ausencia y el te-
mor de no volver jamas a encontrarse con
BU amante. Lucía le contestaba con ternu-
ra; pero permanecía inquebrantable en su
propósito.
Por fin el joven, cediendo a un movi-
miento involuntario, bc levantó de su asien-
to diciendo:
— Si en tu caita me hubieras explicado
tu resolución, me habrías ahorrado la pena
de verte para dejarte en sej^ida.
Lucía 10 miró un instante como si qui-
siera leer en su fisonomía sus pensamientos
y luego tirándolo de un brazo lo hizo sen-
tarse nuevamente en el banco,
— Es decir que no liabí ¡as venido a ver-
me, — murmuró con un acento en que ape-
nas se percibía la reconvención entre la
dulzura; — ^pues bien, piensa tuque has he-
cho ese sacrificio por mí, verte aunque sea
un instante es una felicidad» Desde hace un
año sólo he tenido unos cortos momentos
de dicha: cuando te vi en HuanUí y ahora
que estoi junto a tí. Este placer me es tan
grato, que no vacilé eo pt^dirte vinieras a
verme.
Alvar sintió una conmoción profnnda,y
en un arranque murmuró cojiendo las ma-
nos de la joven y llevándolas a sus labios,
— Yo no sé lo que dígo, Lucía, el dolor
me ofusca; de todas manei-aa habría yo ve-
nido aunque sólo fuera para divisarte un
segundo. Y la prueba es que vendré cuan-
tas veces quieras, y soi yo quien te pide que
nos veamos todos los días como ahora.
— Así me gusta que me hables. Yo tra-
taré de salir mañana otra vez y lo conseguiré
como hoi, espero; mientras mi tia nnáa en
misa, vendré para acá.
— Yo he obtenido licencia para estar dos
semanas en Lima. Te diré donde vivo por
si se ofreciera que me escribieses : estoi alo-
jado en la calle de B- número 21. Mañana
te esperaré otra vez.
— Bien; pero seria conveniente que nos
viéramos en otra partea paes viniendo dos
días seguidos a este recinto se fijaría en no-
sotros el portero.
—Es verdad; pero en la calle no pode-
mos hablar tranquilamente. Se me ocnrre
una cosa: mañana a esta misma hora pue-
des pasar por la calle de B. que no está le-
jos; yo te esperaré en la puerta de la casa
donde vivo; esa casa es habitada por mu-
chas personas y entre el las algunas señoras,
de modo que nadie reparará en ti si en-
tras allá,
Lucía convino en que aquel seria el £
de la próxima cita.
— S07 —
Siguieron hablando un momento mes,
gfepi tiendo los diálagos anteriores; peroLu-
x^a, annqiie dulce y tierna, se mostró siem-
pre inflexible en aa decisión.
Por fin ella dijo:
— ^Ya mi ti a debe regresar pronto a casa
T es necesario que me encuentre allá. ¿Qué
hora ea?
Miró Alvar su reloj, j respondió:
— Las ntieve y cinco minutos.
— ¡ Ai ] qne tarde es ya: no demoraní mi
tia en estar en casa.
Diciendo esto Lncía se levantó. Su amante
no hizo ademan de retenerla porque oom-
prendia que una tardanza podia impedir
las futui'a!^ citas.
Salieron ambos a la calle y llegaron Iias-
ia la esquina del Santuario? ahí era preciso
Bepararse,
—No te olvides de las senas, calle de B.
número 21.
—No tengas cuidado.
— Desde las siete de la mañana estaré en
la puerta de calle.
— Luego que salga mi tia saldré yo
también.
Y Alvar mirándola con intenso amor
la dijo:
— Reflexiona en todo lo que hemos ha-
blado; piensa en ello...
— Lo he pensado tanto... — ^muimuró
Lucía, y tendiendo su pulida manecita, es-
trechó la diestra de Alvar diciendo: — Has-
ta mañana.
— Hasta mañana, — respondió el joven.
Y de pies en la esquina, permaneció in-
móvil viendo alejarse a la hennosa niña que
de cuando en cuando volvia la cara hacia
Atrás mientras caminaba.
LXXX.
A reí muerto rei puesto.
Algunas horas después de lo que acaba-
mos de referir, el capitán Lostan se encon-
traba en su pieza.
Tenia ésta una ventana que daba a la
calle. El capitán habia puesto una silla jun-
to a ella y sentado estaba mirando hacia
afuera.
En esa posición lo encontró su compa-
Alvar entrando en la habitación.
-¡Hola! es usted, — esclamó Lostan, y
dio:— 'Acerque una silla y siéntese aquí
a que conversemos un rato distrayendo
al mismo tiempo loa ojos con lo que
por la calle,
Alvar ejecuto lo indicado.
— Lo veo mui cariacontecido, — conti-
nuó diciendo su amigo, — ¿que ha sucedido?
¿no acudió ella a la cita?
^Sí acudió.
—Entonces ya la tendrá usted bien es-
condida.
— No, — dijo Alvar con mi movimiento
de (Sibeza negativo,
— Lo celebro infinito, y le doi por ello a
usted un voto de aplauso.
— No lo mereKco,— replicó el enamora-
do joven tratando de sonreír;— ella no ha
qnerído venirle conmigo.
^¡llola! pues entonces para ella es mí
Toto de aplauso. Pero cuénteme usted eso^
que debe ser interesante.
Alvar hizo ima relación circunstanciada
de su entrevista con Lucía.
Lostan le escuchó con atención, y cuan-
do hubo concluido aquel, dijo tranquila-
mente:
— Todo eso es mui claro y sencillo: una
madre que quiere a su hijo má« que sa
padre.
— Pero, hombre,— replicó Alvar; — lo
dice usted de cierto modo... que parece un
vitupjerio... Yo también me intereso por
ese niño.
— Está bien; pero esto no desbarata mí
opinión, y si le parece vamos a cuentas:
¿Qué hace Lucía por el chico? Sacríñcan-
do el amor de su corazón, su ju\'entnd, sa
belleza y cuanto hai de halagüeño en la
vida para una niña como ella; sacnficiín-
dolo todo, se va voluntariamente desterra^
da a un pueblo remoto, a vivir entre polu-
tos e intonsos cholos. ¿Y ufited qué hace
por el mismo chico? Desde aquí, , de todo
corazón le desea felicidad. .
— Pero, ¿qué puedo hacer yo por ól?
— Eso no lo sé . . No crea usted que yo
pretendo indicarle tal o cual rombo, que
pretendo convertirme en guia; no tal. Cier-
ta vez entre Huando y Hiianca vélica na
malogrado guia me hizo meterme en unos
pantanos por las punas: no sea que fuese
yo a hacer algo semejante con usted... Mis
palabras se reducen meramente a una ob-
servación; nacen ellas de la manía de filo-
sofar que adquirí en el aburrimiento de
La Sierra. De todas maneras, lo felicito por
el desenlace que han tenido sus enredados
amores.
— ao8 -
La voz de LoBtan tenia algo de sarcj^ti-
€0 que desazüuaba i\ su interlocutor. No
halló éste qué cautcístar sin mostrar disgus-
to j replicó cual bí repitiera un pensa-
miento:
— Pues yo no rae felicito por ello.
— ^Yo lo comprendo: usted hubiera que-
rido que ella olvidándolo todo se hubiera
echado nuevamente en sus brazos para
volai" no importíí. adonde: usted esperaba
dulcía horüs de placer ; el amor, las caricias,
los halagos; con todo eso hai para pasar
mili buenos ratos; y luego la satisfacción
de tener un aquerida joven y bella y des-
conocida de todos, que lo haga a uno en-
vidiable a lo 3 ojos del prójimo: en la pér-
dida de todo esto no ve usted motivo
alguno de felicitación; está mui bien. Pero
yo que en este asunto soi un simple mirón,
observo las cosas con más sangre fria: veo
venir el momento en que, pasados los pri-
meros tiempos durante los cuales el amor
todo lo dulcífíca, llegararian los dias de
hastío y Eibtirrimiento, cuando parecería
vulgar lo ^uc antes se apreció como una
delicia; y entonces usted se encontrarla
amarrado con una querida de quien no po-
día desprenderse, a quien sin cometer una
ruindad no podia usted dejar en la calle,
puesto íjue no la habia encontrado en la
calle sino en su casa. Ahora lo veo libre de
todo esto con el desenlace que han tenido
BUS amores, y por ello lo felicito; éste es el
caso.
Alvar inclinó la cabeza sin contestar
una palabra.
Después de una pansa prosiguió dicien-
do Lostan ;
—Con mucho mayor entusiasmo que a
usted daría yo mis parabienes a Lucía: se
ba sacrificado, pero se ha salvado de la
abyección; su amor de madre la ha guiado,
la La desviado de la senda de que otra
vez Ic he hablado a usted.
— Usted hablaba en el sentido de que
con el tienapo yo me cansaría y la abando-
naría; pero tal cosa no habría sucedido
nunca.
— Estos Hon sus propósitos de ahora, así
lo piensa y así lo dice; mas, andando el
tiempo, on esta vida ansiosa de noveda-
des... ¡quién puede estar seguro de sus
sentimientos para el porvenir cuando ape-
nas podría responder de lo presente.
—Alvar tnvo un arranque de expansión
jezclamú:
— Veo que tiene usted razón en todo
cuanto dice; pero hai... que yo la fjuiero^
que yo la amo, que quiero tenerla a mi
lado...
— ¡ Hola ! — repli có Lo stan ri e ndo ; — *
¡qué noticia me da usted í Ya lo estaba
viendo... ahora la quiere usted más que
antes; los obstáculos, la jenerosidad de Lu-
cía, su noble conducta, se han convertido
en combustible para avivar su llama amo-
rosa; ¡es natural! Aplaudo a su conuciti
porque se dilata ante algo que me pareoa
mui hermoso.
— Ya ve usted,— añadió Alvar dcícnten-
tiéndose de la exclamación de su compa-
ñero, — ^si Lucía se va de Lima la perderé
para siempre.
— Ya lo veo; usted quiere que haya
amor con caricias y todos sos acceso ríos;
fuera de esto lo demiis es pamplina; el
porvenir de Lucía y la suerte del niño, es
un embeleco.
Esto dijo Lostan con cierta ironía, y lue-
go agregó:
— Pero, hombre, resuélvase por fin a de*
jar a esa pobre jente en paz. Ya bastante
desgraciada ha hecho a la niña con su amor
y al chico con darle el ser.
—Todo eso ha sido por un cúmulo
de circunstancias fatales.
— ¿Y cree usted enmendar la obm ha-
ciendo de ella páblicaraente su querida, y
dejándolo a él abandonado?
— Yo no quiero tal cosa, — se apreanró a
decir Alvar.
— ¿Y que es loque quiere, entonces?
— Hallar alguna sol a cien de manera de
tener conmigo a Lucía y al niño.
— Pero esto no es posible, puesto que el
padre de Lucía ha tomado sus precauciones
para evitarlo. Parece íjue aquel caballero
rehusa el honor de tener por hija a hx que-
rida de otro; tal vez durante los diez y
siete años que tiene Lucía habrá el estada
soñando con entregársela a un yerno ver*
dadero, y como usted no ha de serlo...
Alvar miró fijamente a su interlocator
y le preguntó.
— ¿ Por qué dice usted que yo no he de
serlo ?
— ^Por lo que estoi viendo, — respondió
Lostan riéndose; — no es extraño que lo
diga cuando a la vista está que usted Tif>
hace ni amago de querer casarse t i
Lucía.
—Ya Soler ayer me habia dicho a ►
«.. 809 —
Bemejante; f aeran sus palabras: «Ya que
natcd no híi de coniütur tal locurai».
— No&é ciiiil Btíriii la inteacion de Soler;
pei"o en cuüüto a mía palabras provienen
únicamente de £{iie le veo a usted con muí
poco ánimo de entrar a la hermandad de
los casados.
Alvar íjuedó un instante pensativo y al
eabo murmuró como hablando consigo
mismo:
—Seria en efecto una tremenda locura.
— No seré yo (juien se lo contradiga ni
quien se lo afirme,
— ¿Porqué?
— Yo soi un célibe empedernido que mira
el matiimonio como una calamidad, que
aconsejaria a todo el mundo seguir mi
ejemplo, y siu embirgo, en el caso 4® us-
ted temeria cambiar,.,
— ¿ De modo que si yo le preguntara su
opinión?.*.
— No le contestfiria ni una palabra.
— Pero, — tlijü Alvar insistiendo, — si us-
ted se encontrara en mí caso, ¿qué haria?
— Hombre, no se enfade si le hablo con
Iranqueza; para qqy yo me encontrara en
las circnnstítucifis de usted, habria sido pre-
ciso que hubiera tenido otras ideas, sin lo
cual no habría hecho a nua niña abandonar
su hogar líntes de tener un asilo seguro don-
de colocarla: habiendo tenido pues yo otras
ideas respecto al modo de conducirme en el
amor, no sería extraño que también hubiera
tenido otras opínmues respecto al matrimo-
nio. Ya ve «pie sólo podría contestarle en
hipótesi s^ lo que viene a dar el mismo re-
flultado que no decir nada.
Alvar gualdo EÍlyncio conociendo que
no le seria posible obtener una respuesta
categórica de sii compañero.
Este, durante e! diálogo, no habia dejado
de mínir a menndo hacía afuera por la ven-
tana. Estaba haciendo esto después de ha-
ber dicho lo anterior^ cuando soltó una
carcajada de risa.
— (JÜe qué se ríe?— le preguntó Alvar.
— Para explicárselo necesito contarle an-
tee lo que toe aconteció anoche.
— ¿Qué fué ellü?
— Ya salle uí^ted i]ne fui a casa de esa
Oatíta ami^a de Blanca con quien habia
dejado interrumpida una interesante con-
vei^acioiu
—Así me lo contó usted anoche.
— ^Pues bieu; fui allá* Me recibió ella con
una gracia cucan tadom, contándome con
todos sus pelos y señales la disputa que ha-
bia tenido con Blanca. Estábamos blanda-
mente sentados en un sofá y habíamos rea-
tado la plácida 'conversación cortada: todo
eso en dulce calma. De pronto, así como
esas tormentas repentinas que estallan en
La Sierra, se abre de s ibito estrepitosa-
naente una puerta y aparee j....
— ¿Blanca?
— Ella misma convertida en una verda-
dera tempestad, lanzando rayos con los ojos
y truenos con la boca. Usted creerá que
Oatita se arredró; pero no; al contrario, se
enderezó, se empinó y se apercibió a la con-
tienda. Primero hubo gritos en un diapasón
ensordecedor, y luego... aquellas dos nin-
fas se convirtieron en dos amazonas, se em-
bistieron como dos toros bravios. Yo estaba
listo y me puse en medio de ambas; recibí
puñetes por la derecha y puñetes por la iz-
quierda y vi trastornarse la mesa, rodar un
florero, quebrarse dos vidrios y observé
también otros varios despropósitos. Que-
riendo poner fin a ese desconcierto, tomé el
partido de cojer a mi buena Blanca de la
cintura y salir con ella en peso hasta la
calle. Catita tuvo siquiera el buen sentido
de cerrar la puerta tras de nosotros. Una
vez en la calle quiso continuar la cuestión
conmigo; pero yo le corté la palabra recor-
dándole cierta advertencia que antes le ha-
bia hecho, de que el día (jue me siguiera
seria el último que nos viéramos, y eché a
caminar de prisa, que aun [uo ella quiso al-
canzarme, no se lo permitieron los tacones
de sus zapatos «ala Luis XV.»
Alvar se reia de la aventura de su com-
pañero, y este prosiguió diciendo:
— Como usted lo comprenderá, era ne-
cesario que yo diese un desagravio a Catita.
Para esto hoi en la mañana la mandé in-
vitar a que fuéramos a almorzar a cierto
café. Aceptó ella, fuimos a aquel estableci-
miento y nos hicimos servir en un gabinete
especial. En la mitad del almuerzo senti-
mos venir de la pieza contigua una voz que
hablaba recio como para hacerse oir a tra-
vés de la pared; esa voz era de mujer y
mui conocida nuestra.
— ¿Era la de Blanca?
— JiLsto. Alternaba con otra voz de otro
tono que anunciaba la larinje de un hom-
bre. Catita y yo nos reimos alegremente
del caso. Terminado el almuerzo, isalimos
del café. Un coche nos esperaba en la
puerta. Al subir a él, sentimos de nuevo
la voz de Blanca; pero expresamente ni
Catita ni yo la miramos, y el coche partió
— ÍSIO —
mientras Blanca esforzaba cada vez ruiís la
Toz. Sin i m barga, Catita Be di 6 trazan pañi
aguaitar coíi disimulo por entre las cor t i ni -
Ilaa del carruaje j me dijo que su amiga
estaba ahí can un Bcñor cambista del
porta],
— Blauca habr¡i dicLo; «A rei muerto,
rei puesto,]» — dijo Alvar riendo de la aven-
tura de su amigo.
— 01 aro; <cEl rei ha muerto, viva el rei.>
Pero ella quiere a toda costa que el rei
muerto vea la cara del rei vivo. Luego que
me separé de Catita me vine para acá, y he
estado entretenido viendo pasar por la calle
un coche con ía que fué mi Blanca y el di-
choso cambista al lado. Ya me he fijado ea
el cochero, y cada vez fjue pasa me pongo
a mirar al techo de la casa del frente.
— Y mientras usted hC divierte en <^to,
las horas de coche corren para el bolsillo
del cambista.
— Véalo usted, — dijo Lostan, señalando
a su compafiero un carruaje que venia como
a media cuadra de distancia; — ese es. Pero
ahora voi a mostraime galante con Blanca,
Toí a darle el gusto do que sepa que he
visto al mequetrefe de mí sucesor.
Con efecto ; luego pasó el coche desig*
nado fi^ente a la Yent£ina< En su testera
venia sentada Blanca con un sujeto a gu
lado.
Lofitan sonriéndose la hizo un amable
saludo que [ella contestó con un borneo de
cabeza*
— j Pobre cambista!— exclamó Lostan
con soma;— Blanca tiene au magnílico es-
tómago capaz de di jcrir todos tus raugríen-
toa billetes.
Kn esjos mismos momentos^ más o menos,
un caballero a quien ya conectamos iba por
la calle de Árgandoña. Era el señor Mel-
gar, c] padre de Lucia*
Llegó hasta una casa cuya puerta de
calle tenia el número 5, y entró en ella.
Un instante después se hallaba en una
de las habitaciones de la casa en la cual ha-
bla también otra persomu Esta persona era
doña JManuela, su hermana.
El caballero dejó su sombrero sobre una
meaaj y en seguida sacando un papel do-
blado del bolsillo de su levita, dijo a la se-
ñora:
— Lee esto.
Ella cojió el papel y leyóí
€ Chorrillos, Junio..* do 1884*
^ Señor Melgar;
^Cumpliendo coi?, el encargo de comuni-
carle a usted cuando vea o sepa que el ca-
pitán Alvar va a Lima, le escribo para
anunciarle que ayer en la tarde este oficial
partió para esa, Segan be sabido ha obte-
nido permiso por algunos díaü para ir a me-
dicinarse allá porf^ue está enfei-mo de ter-
ciana.
»Sti atento y seguro servidor
P.,. V...1
—¿Quién te escribe esto ? preguntó doña
Manuela.
— Ese empleado de la estación de Chorri-
llos de quien te habia hablado. Es pen-
sionista de un cafó donde comen tambiea
algunos oficiales del Setiembre, y fácil le e»
saber cuando alguno de estos consigue li-
cencia para venir a Lima. Por tal motivo
me había fijado yo en él pía hacerle el en-
cargo que hoi ha cumplido*
— líe manera que ese oficial está ahora
aquí en la ciudad-
— Sí, pues; ya sé dónde vive; no me ha
sido difícil averiguarlo porque son conoci-
dos los lugares donde alojan los mihtarea
chilenos que suelen venir de Chorrillos por
enfermos. Hace un momento lo he visto en
nca ventana de la casa donde está hospe-
dado.
— ¿A qué habi-á venido? ¿será que efec-
tivamente e&tá enfei'mo, o vendrá en busca
de Lucía?
— Xo es sencillo adivinarlo. He visto sa
semblante y a la primera mirada he cono-
cido que en verdad se halla enfermo.
— Entonces no ha venido por Lucia,
— Eso no podemos saberlo; puede ser que
su viaje haya tenido descansas...
— Pero él debe ignorar que Lucia está
aquí.
— Quién sabe. Así como yo he tenido en
Chorrillos una persona encargada de avi-
sarme si él venia para acá, tal vez él tam-
bién ha comisioníido a alguien en Lima de
participarle la llegada de ustedes*
—fia niña creo que no sabrá nada del
arribo del oficial.
— Así lo creo yo también.
— Sin embargo, — dijo la seíiora, — preci-
so será tener mucha vijílancia.
—No basta eso, — contestó el caballero
moviendo negativamente la cabeza; —
— 311 —
mientras estén ambos en nria misma ciu-
dad no podré yo tener tranquilidad. Sí Lu-
cía llegara a nablarse con eaa persona tal
vez se lía capaz de olvidar la amenaza que
le he hecho de no volver a ver a eu hijo y
ternaria a huir de casa: tendiía yo que su-
frir h ignominia de verla convertida en la
querida de un individuo, y de un oficial
chileno, cuando ni avm por esposa hubiera
consentido en dárstílaa uno de ellos.
— ^Bs verdad; no obstante, lo qTie en otros
tiempos no hubieras consentido seria ahora
ima felicidad para nosotros.
— Seria... 6í, seria por lo menos una gran
satisf acción j — murmnró Melgar con amar-
gura; — pero es una necedad pensar en tal
cosa ; para eso sujeto ha sido todo caestion
de nn pasatiempo, de una calaverada ; ja-
mas ha tenido el la intención de hacer su
espo.^a de Lacia; si tal hubiera pensado,
tiempo de sobra lia habido para qne lo hu-
biese demos ti'ado.
—Tal vez hablándole ►. .— balbució la se-
ñora como sin atreverse a explicarse iná«
claramente.
—No seas sencilla, Marsnela; conoces
muí poco a los hombrea: un iudivídno no se
casa con la que ha sido su amante porque
el padre de ella va ja a supliaírselo.., lo-
graría yo solamente alguna burla, algún
sarcasmo í mayor vergüenza, mayor afren-
ta
—Yo podria ira verlo.,, — replicó ía
señora siempre temerosa,
— Igual seria el resultado..* no hablemos
más de esto,.. El único partido posible es
qué Lucía salga nuevamente de Limaí ya
se encnentra ella completamente sana y
puede partir mañana mismo para SanM,,.^
el pueblo donde estií su niño. Querida her-
mana, este es un nuevo sacrificio que te pi-
do; mucho te has mortificado ya sufriendo
mil penalidades en los viajes lieehos ix)r es-
ta misma causa; pero ésta será la última
vez. Los batallones chilenos están ya reti-
rándose de Chorrillos, regresan a Chile;
pronto íio quedará ninguno: entonces po-
dvúJA volverá Lima y sólo entonces tendre-
mos algún sosiego,
— Se hará como tú lo quieras, — respon-
dió ella con resignación;— partiremos ma-
ñana. Espero que Lucía no pondrá obstá-
culos, y al contrarío, se alegrará, pues cons-
tantemente está pensando en iu hijo,,- lo
quiere tanto, -, eso es lo que me hace tenerle
mayor lástima.
Después de cambiar los dos hermanos al-
gunas palabras rclativits a las disposiciones
concernientes al viaje, la señora dijo:
— Yoi a advertir a Lucía para qne pre-
pare su ropa.
Y salió de la habitación,
LXXXI.
¡Al finí
El di a siguiente am^meció también nu-
blado, sombrío y húmedo, Eu aijiiel mes
todas las mañanas se pareeeu en Lima.
A. las siete ya el capitán Alvar se encon-
traba de pies cu la puerta de la casa donde
estaba hosix;dado.
El aire d^tcmplado de aqíiella temprana
hora no podía hacer bien a su salad que-
brantada; pero ahí le tenia una causa que
ál consideraba miis importante que el cui-
dado de su salud.
La mayor parte de la noche haHa estado
desvelado y su me rj ido en profundas medi-
taciones, y ahora nuevamente en el umbral
de la puerta, continuaba entregado a sus
pensamientos.
Perder a Lucía ahora que la amaba más
que nunca, cuando la \'eLa uiiis bella que
antes j cuando conocía el precit)so valor de
su corazón: era para desesperarse,
Y sin eml^rgo era forzoso qne esto su-
cediese: ella no abandonaiia a su hijo; ya
le habiademostradti'su voluntad inquebran-
table.
Su amor, alejándole de su amante; su
juventnd, dasterrándose a un lugar remoto;
todo, todo lo sacriñcaba ella por su hijo? y
aquel hijo también lo era de él, y él no ha-
cia nada por aquella criatura a quien habla
dado el ser; al contrario, ciego por su amor,
pretendia que su madre también lo aban-
donara.
Esto pensaba Alvar y sentía cierto ru-
bor, cierto bochorno que le quemaba la cara.
El único medio de salvar todas las difi-
cultades consistía en casarsti con ella: daria
un nombre a su hijo y seria dueño de Lu-
cía; la triste y desventurada niña vendría
a sus brazos contenta y feliz, engraudecída
por sus desgracias, y por la jenei'osidad de
su corazón. La veri a como un año bá en
una mañana semejante a esa cuando se se-
paro de ella creyendo poder volver a su lado
al cabo de pocas horas; ¡estaba entonces
tan alegre y risueña, tan amante y cariñosa;
habia tanto donaire en sus movimientos,
tanta gracia en su expresión ! tornaría a ver
— 312 —
en fiíi Sümblanto lüs placen Uiras sonrisa;
JE lio contíMiiplavía en sna ojos Ugrimas de
pesar, sino miradas de amor y dicha; vol-
vería el! íi a ser la niña jen ti 1 7 vivaraclia
qne tanto lo encanta bii con sn ligudem.
Todo cato se representaba a la ítnají na-
ción de Alvar y le producía fiebre. Dejaba
yagar por bu mente aquella mezcla de re-
cuerdos e iinsionesí perol negó se disipaban
éstos í eran bíjrrados por otras ideas ijne lo
acometían.
j Casarse! Perder lalibei^tad, la alegí^
indiferencia, la vida descuidada; todo lo
que hacia encantadora su existencia do sol-
tero, sin cargos, sin compromisos, sin aten-
ciones, siempre dispuesta a cualquier aven-
tura, siempre libre para disponer de sí
mismo. CasLirse era perder todo eso ; era
perder lo que hasta entonces había consi-
derado como sn mayor felicidad.
Y perder todo eso en la vida de campa-
ña; allí donde nada hai firme, donde todo
es vacilante j movible; ahí donde más que
en ninguna otra parte necesitaba de du
completa libertad de cuidados,
T luego perderlo porcasarse con unaper-
sona que le había pertenecido enteramen-
te * .. . i qué dirían sus compañeros I se rei-
rían de éi como el mismo lo habría hecho
tratándose de otro.,.
Pensando así, Alvar se pasaba la mano
por su acalorada frente j respiraba con
faerza.
Separarse de Lucía o casarse con ella.
Terrilíle disyuntiva era para él atendiendo
a loa encontrados sentimientos que lo em-
bargaban.
Queriendo distraer sus pensamientos
lanzaba continuas miradas hacia ambos ex-
tremos de la calle.
Medía hora hacía que estaba ahí, cuando
i-econociü de lejos a una persona que con
meuíidos pasos se aproximaba al sitio don-
de se encontraba él-
Era Lucía que acudía a la cita.
De súbito desechó Alvar todos los pejisa-
mientos íjue lo acosaban para dedicarse con
el alma entera a contemplar a la bella Jo-
ven que venia acercándose.
Cuando estuvo junto a él, le tendió una
mano que ella estrechó con su delicada ma-
necita sacándola por debajo de su manto.
— Ven ; subamos,— la dijo Alvar condu-
ciéndola Líicía la escalera.
Ella se dejó llevar.
Subieron hasta los altos y andando algu-
nos pasos por no pasi^dJKO llegaron hasta
la habitación de Alvar.
Esta era una piesa como de hotel, cuyo
maeblaje consistía en una mesa, una cómo*
da, un velador, un par de sillas y un catre.
El joven hizo entrar a Lucia y adelantó
una silla para que se sentara.
— A(j[UÍ tienes mi reducido alojamiento,
— ^la dijo.
AI mismo tiempo la miró y la notó más
suspirosa y acon^íojada que eldia anterior.
— ^Te veo mam triste que ayer, — mur-
muró Alvar con sentimiento.
— Sí; lo esto í,-^ contostó ella suspirando.
— ¿Qué tienes?
Haciendo un esfuerzo [)ara contener sus
lágrimas, Lucía contestó balbuciente;
— Esta será quizás la última vez que nos
veamos.
— No hagas, Lucía, queme alarme; ¿poF
qué me dices tal cosa?
— Ayer en la tarde me díjo mí tia qne
hoi partiríamos regresando a San M..,;
dentro de pocas horas máa nos pondremoe
en camino. •
Alvar se quedó mudo y repitiendo den-
tro de sí mismo las palabras que acababa
de oir como si no pudiera comprenderlas-
De jóse caer en una silla al lado de su ama-
da, exclamando con voz apagada;
— ¡Lucía, eso no puede serl
— Sin embargo, — replicó ella sin poder
ya contener sus sollozos; — loes.,, mi tía
me dijo que estando yo repuesta ya parti-
ríamos hoi... que preparara mi ropa para
el viaje. . .
— Pero tú le habrás dicho que aun no
puedes partir... que todavía no estás bien.-.,
habrás dado cualquier discnlpa...
— Tú sabes que há tiempo no me atrevo
a poner el menor obst^ículo a su voluntad^
a pronunciar ni una palabra..*
— Pues bien ahora que estás conmigo no
tienes que esforzaite ni ruborizarte para
oponer ningún obstáculo, para pronunciar
ninguna palabra ; te basta solamente que-
darte a mi lado; con quedarte aquí... no
aquí precisamente, sino que iremos a buscar
un lugar más oculto y seguro.,. Ahora no
será como la otra ve/,: iremos ambos juntos
y yo no me separará ni un momento de
tí... Ya ves que podemos ser felices: basta
únicamente una palabra tuya...
Alvar rodeando coji uu brazo el cuello
de la niña la hacía apoyar la cabeza sobre
su pecho y colmándola de caricias repetía
con acento suplicante.
— 513 —
— Dime CKi palabra Lucía, y harás mi
dicha, iiiieetra dicha* • - di rae que desde
este insUiDte no te separarás nunca mú^ de
mí.
— ^Nd, Ticfcor,^ — decia k desgraciada jo-
ven dando ubre curso a su 11 auto; — bien
sabes que no es posible ... liai nna ino-
cente criatura que no puedo abandonar..*
de mí depende bu euerte, bu vida qnizii...
lío me hagaa sufrir pidiéüdome lo que ten-
go que rehusarte,., sí fuera jo sola como
antes no podria negarte nada; pero ahora
no me pertenezco; tengo nn hijo par quien
debo sacrifícarlo todo.T, ;Qtió mayor dicha
podría haber para mí en el mtindo que es-
tar a ta lad<^ que gozarme en tu¿i cariños,
eu tu amor ! . . ♦ ¿crees que no se me parte
el corazón al se[>ararme de tí?... Yoi a ir
donde esti mi bijífco a quien quiero tanto,
y sin embargo, lloro; porque para obtener
esa ventura pierdo la de verte a tí... Si no
voi donde está él lo perderé para siempre...
y si voi alláí a tí.-, a tí tal vez te rol veré a
encontrar... Ya te lo dije ayer; espiaré el
momento oportuno, huiré con él en mis
brazos y correré a buscarte...
— ^Eso será difícil» si no imposible, — re-
plicó Alvar con voz sorda.
— ¿Por qué? — preguntó !a niña sobre-
saltada.
— Porque de un momento a otro se irá
mi batallón de Chorrillos; iré yo quien sabe
adonde, estaré a centenares de leguas dis-
tante de tí*-.
Lucía se írguió vivamente y exclamó pa-
lideciendo:
-^ i Es decir que te vas !
— Y yo mismo no sé a qué parte; igno-
rando dónde estuvieía yo para entonces, no
podrías tu sola echarte a buscai'rae por una
nación que no conoces y sin saber dónde
encontrarme,
»Sacando un pañuelo de su bolsillo, Lucía
se enjugó las Ugrimae que le bañaban el
rostro j quedando como aturdida, murmuró
con una voz seca y ronca que hizo estreme-
cerse a Alvar;
— ^He perdido mi última esperanza.
Había tanta desesperación en esa voz,
que Alvar se sintió sobrecojido.
— ¡No digas eso Lucia! — esclamó; — ¡no
uses ese tono, que me desgarras el al mal...
£ Ja ciusa de tu desesperación es separarte
< mí, eu tu voluntad está evitarlo. . .
— Noj Víctor, no lo osíú; yo carezco de
^ untad desde que tengo un hijo a quien
debo consagrar mi vida aunque sienta p»r^
tíi'seme el corazón.
— PerOj Lucía. . . ya vea que ha llegada
el momento en que ee preciso tomar una re-
solución. . .
— Ta la he tomado, bien lo sabes * * . TÚ
te irá-s donde te lleva tu obligación y yo
voi donde me llama mi deber; tendremos
que separarnos y éste será el último dia que
nos veamos,..
Ante esta decisión expresada con dolor,
pero a la vez con una serenidad que hacia
conocer cuan irrevocable era, Alvar quedó
mudo y abatido*
—Si, Víctor, aera g1 último día en que
nos veamos, — continuó diciendo Lucia con
desconsolado acento;— este dia de hoi, esta
fecha, es fatal para mí: Imce hoi, dia por
dia, hornL por hora, un año cabal que nos
separábamos... esta fecha la llevo gi'abada
en mi juemoría, de ella no se borrará nun-
ca,., ¿Recuerdas Víctor?.., era una mafia-'
na semejante a esta, estííbamos juntos tú y
yo, y también la habitación en que nos en-
contrábamos era parecida a ésta en que ^
ahora nos hallamos; pero entonces... ¡qué
contenta! ¡qué alegre estaba yo! ¡cuan felis
me creía ! estaba a tu lado y poseía tu
amor que era para mí todo el bien del mun-
do, ¿Te acuerdas, Victor? tu tenias qtie
irte a tu cuartel y mirabas tu reloj con- '
tando los minutos que aun podías perma-
necer coumio;o y hacer palpitar mi corazón
con tus caricias; y esos minutos que tú
contabas eran los últimos de mi felicidad;
pero yo no adivinaba ^to y me sentía con-
tenta; mientras llegábala Lora, te sentabas
junto a loí y me hablabas de lo dichosos
que íbamos a ser, de nna casita donde esta-
ríamos ocultos viviendo únicamente el uno
para el otro..* ¡cuántos risueños planes for-
mábamos sin sospechar lo que iba a suce-
der!... o bien, ¡cuánto nos entreteníamos
hablando de cualquier cosa! . - * todo nos
hacia sonreír, todo nos alegraba porque la
alegría estaba en nuestros corazones. Asi
corrieron aquellos últimos minutos de mi
felicidad.*, Lue^^o llegó el momento en
que tú te dirijiste hacia la puerta y yo te
acompañé hasta ella; ahí me díate el últi-
mo abrazo que habia de poner fin al corto ■
término feliz de toda mi vida; tú saliste y
yo quedé sola, y entregada ya a una nueva
existencia, a esta existencia de dolor j
amargura que para mí no concluirá nun-
ca, Hoi mismo hace un año justamente dts
todo eso, y parece que todos aquellos suce-
38
/■
814 —
sos quisieran repetirse. . . ¡ este dia es fatal
para mi!...
—Lucía, desecha esas ideas supersticio-
sas, te martirizas con ellas...
— Déjame, Víctor, decirte lo que pienso:
así como cada año tiene una estación fija
para secar las hojas de los árboles, creo que
también ha de tener un dia fijo para hacer
desgraciada a cada persona: ese día para mí
es hoi, es esta fecha. Y mucho más lo creo
ahora que estoi viendo repetirse casi exacta-
mente lo de un año há. Como aquella vez,
también estamos aquí juntos, solos, y asi-
mismo, a pesar de todo, en este instante yo
me siento feliz porque estoi a tu lado. Y, co-
mo entonces, luego llegará el momento en
que uno de nosotros dos se dirija hacia esa
puerta... Esta vez seré yo quien salga y tú
quien se quede, yo quien parta y tú quien
permanezca aquí: habrá esta diferencia, co-
mo también habrá la de que la otra vez nos
separamos para volver a encontrarnos y
ahora nos separaremos para siempre...
Alvar se levantó de un modo brusco de
su asiento exclamando :
— ¡Esto no puede ser!
Y luego paseándose con viveza por la ha-
bitación, añadió con exaltación creciente y
Toz entrecortada:
— ^Yo no puedo consentir en que vayas
de aquí. . . yo te amo. . . necesito tenerte a mi
lado... no podría vivir sin tí... No sé si es
porque haya aumentado tu hermosura o por
tus desgracias o por tu jenerosidad, yo aho-
ra te amo más que antes, ahora te adoro...
lejos de tí me desesperaría... no puedo con-
sentir, no consentiré en que te vayas...
— ^Víctor, considera que yo también su-
fro lo mismo que tú; pero que hago sacri-
ficio de mi amor ante mi hijo; él asimismo
€S hijo tuyo... haz lo mismo que hago yo...
sacrifícate por él...
— A él también lo quiero, es hijo mió...
pero más te amo a tí. . . No hai considera-
ción para mí que valga más que mi amor...
esto me domina, es superior a mí. . .
Y accionando con desesperación, repetía:
— ^Yo no podré vivir sin tí... necesito
tenerte siempre a mi lado, verte, hablar-
te, oirte, estrecharte entre mis brazos... tú
ya me has dado tu amor y no tienes dere-
cho para quitármelo ... ¡No permitiré que
me dejes! no lo permitiré!
— ¡Víctor! — exclamó Lucía tendiendo
Mciaél sus brazos en ademan su plicante, —
serénate; no hables así que me das pena,
me martirizas... ¡serénate!...
Alvar se detuvo frente a ella y le dijo-
casi con rudeza:
—Si quieres que me tranquilice di me-
que no partirás.
— La vida que me pidieras te la daría,,
porque es mia; pero abandonar a mi hijo,,
a esa inocente criatura... no puedo, no lo
haré nunca.
— ¿Es ésta tu última palabra? — pregun-
tó Alvar con tono aún raiU seco.
— Para tí nunca he tenido sino una sola.
El joven capitán demostró dd súbito una
serenidad que estaba mu i distante de sea—
tir y dijo con el mismo tono:
— Pues bien ; ae hani como tú lo deseasr
todo concluirá í y si ha de ser luego, menos
amargo lo encontraré siendo de una vez,
Lucía lo miró con indecible ternura y
sintiendo que ardientes lágrimas corrían
por sus mejilla'?, murmuró:
— Quieres decirme que parta ya.
Alvar quedé impasible*
La niña inclinó la cabeza, y levantando—
se de su asiento dio tres o cuatro pasos ha-
cia la puerta.
El joven de un salto se echó sobre ella y
cojiéndola con ambos brazos la llevó casi
en peso hasta dejarla nuevamente en la si-
lla. Dejóse caer al lado de ella y exclamó
con una voz que sólo mostraba el acento-
del más intenso amor:
— Yo no sé lo que dt^o* • * sólo sé que
te amo... a cuantas palabras me oigB^ no
le des otro significado sino d de que te ado-
ro... ¡Cómo pudiste pensar que yo qui-
siera de veras que te fueses ya!... ¿no ves
que estar contigo es para mí la vida! no
ves que yo quisiera prolongar este instante
como un moribundo desea prolongar an
existencia?... Y tú te ibas, y tú creías-^
que yo te iba dejar iiliC así.., llorando... y
sin decirte una palabra, sin hacerte una ca-
ricia, sin estrecharte antea en mis brazos,...
Te he hecho sufrir con mis palabras; pero*
tú lo disimularás porque eres jenerosa eín—
teli jente. . . tú me comprendes. . . tú sabe»
que es el amor quien me hace hablar...
Y diciendo todo esto Alvar colmaba de-
carícias a su amada.
De pronto so oyó un lijero ruido.
Alvar se enderezó de un salto notando-
que abrían la puerta,
S« abalanzó a retenerla; pero de subí te
quedó como clavado en medio de la habi-
tación.
La puerta se habia abierto.
— 315 —
Lucía lanzó un grito de terror y Airar
'tjnedó inmóvil.
Una persona acababa de entrar; era Mel-
gar, el padre de Lucía,
Avan2Ó éste pausadamente hasta el cen-
tro de la pieza, y abí se detuvo; cruzóse de
brazos y miró fijamente a la niña, que se
liabia cubierto el rostro con ambas manos.
Eabo un momento de Bileocio.
Melgar lo rompió dtrijiéndose a su hija,
■<5on una voz en que se notaba el enojo com-
primido y la amargura.
— Ya sabia donde encontrarte. Me íma-
' jiné que el amor natural de madre seria un
freno para tí; pero me equivoqué: ya en tí
no queda ningún sentimiento digno. Has
sido mala hija y eres mala madre... ¡todo
por seguir al hombre que te ha hecho des-
preciable a los ojos de todo el mundo y aun
.-a los mios!... ya nada se puede esperar de
tí... Un día abandonaste a tu padre y hoi
: abandonas a tu hijo...
Lucía escuchaba temblando la voz del
autor de su ser; no se atrevía ni a descu-
brir el rostro; pero al oir la última acusa-
ción encontró fuerzas para exclamar:
— ¡No, padre, no!..
—Yo no soi ya tu padre, no quiero
«erlo...
—¡No, señor, no!... yo no he querido
abandonar a mi hijo; a mi hijo... ¡nunca!
... estoi dispuesta a partir para donde é!
está... hoi mismo partiré...
— ¡Y te atreves a decirme eso ahora! —
gritó Melgar no pudiendo ya contener su
ira; — ¡ahora que te encuentro aquí! ahora
qne tus hechos están desmintiendo tus pa-
labras... ¡desgraciada criatura, no provoques
;^aiin más mi cólera!...
Lucía al ver que se dudaba de las pala-
l:)ra8 que nacían de su alma, sintió que el
/llanto la ahogaba y no pudo articular ni un
vocablo más.
Alvar permanecía mudo; aqnella escena
lo había sorprendido en medio de una exci-
ítacion que apenas le permitía darse cuenta
de lo que ocurría. Maquinalmente, quizás
temiendo que algnuo de los vecinos pasase
por ahí, empujó la puerta que había que-
-dado abierta.
Melgar, que hasta entonces no le había
«^irijido ni una palabra, le dijo:
— ^Por qué cierra usted la puerta?...
T 3me que yo forme un escándalo aquí?. . .
I )h! — exclamó con amargura. — ^no tema
-% 'ted tal cosa... durante un año he estado
1 'jhando por no armarlo y no perderé mi
obra por un arrebato de cólera. .. sabré con-
tenerme; y aunque siento arder en mi pe-
cho el deseo de vengar el agravio, el desea
de que caiga sobre ust^ el peso de la jus-
ticia que castiga su delito, me callaré; por-
que pedir justicia seria castigarme a mí
mismo, seria publicar mi deshonra us-
ted quedará impune- - .
Y como si quisiera poner término de un
golpe a aquella escena que debia atormen-
tarlo atrozmeate, avanzó hasta Lucía, co-
jióla con rudeza de un brazo y haciéndola
levantarse de un tiron^ exclamo amena-
zante:
— ¡Y tú, hija abyecta, irás para siempre
allá, lejos de aquí, donde está el fruto de
tu culpa! allá no te alcanzará tu amante;
allá desterrada con ese hijo espurio devora-
rás tu vergüenza: ¡ni tú ni él pisarán ja-
mas los umbrales de mi casa, donde traerían
el oprobio y la ignominia!... ¡Anda!...
Alvar escuchaba todas aquellas palabras
comprendiéndolas apenas; pero bien claro
veía que aquel hombre venia a arrebatarle
a su amada, a llevársela para siempre, a en-
viarla donde él jamas la encontraría. El co-
razón con todas sus fuerzas le mandaba
impedir aquel atentado contra su amor,
contra su dicha, contra su felicidad; y él
deseaba hablar, deseaba hacer algo; mas,
no habia qué. . . Indeciso, inmóvil, atóni-
to, vio que Melgar asía a su hija de un
brazo y que gritándole «ándaD la obligaba
a moverse, vio que la arrastraba hacia la
puerta, vio que salía con ella y que Lucía
volviendo la cabeza le dirijia una mirada
al través de sus lágrimas: era un "¡adiós!'*
mudo, triste, desesperado... Alvar no pudo
contenerse más: de un salto llegó hasta ella; .
tendió los brazos, la rodeó con ellos el ta-
lle y levantándola en peso, la condujo has-
ta el fondo de la habitación, sin que la mano
ya débil de Melgar pudiera estorbarlo.
El ofendido padre lanzó un rujido de
furor.
— ¡ Oh ! — gritó trémulo y enrojecido por
la ira;— ¡ahora usa usted la violencia con-
tra un hombre anciano ya !... ¡ nada logra-
rá!. . . ¡quiere que haya escándalo! quiere
que haya afrenta! quiere que venga aquí la
fuerza pública a hacer valer mi derecho!...
—No, — replicó Alvar con calma y dig-
nidad; — sólo quiero que esta niña sea mi
Melgar dejó caer los brazos que el furor
le habia hecho alzar, y dominando algo 1&.
acritud de su tono dijo:
— 316 —
— íío tenp:o obliVaaiotí de creer en la pa-
labra dü uii hombi'ii que tauto me La ofea-
dido.
— Sin embargo, está cu au voluntad CO'
nocer íjud ea vt^rdudera; si la acepta, desíg*
neme Uííted minino un día para cumplirla, y
ojalá e,sc día fu^ra lioi mismo.
Ilabiaea el acento del joven tal sinceri-
dad, que Melgar uü pudú ja dudar.
Lucía cáUba como aklada sin atreverse
a creer cu lo que oi^ij Alvar la sacó de su
estupor diciendo te can voz firme y apa-
fiionaila:
—Abrázame, Lucía; tu pudre no impe-
dirá que abraces al que luego ha de ser tu
eaposo... Ya no nos separaremos m¿s y
cddaremos jtmtoHEi nuestro hijo.
La niña lauzó un grito que pai^ecia expe-
lido por BU oprimido comzon al dilatarse
mstantám^ameute, j ciñó con sus lánguidos
brazos el cuello del joven capitán.
Scntia Melgar en ese instante nna satis-
facción demasiado profunda para oponerse
a aquella expansión de la felicidad.
Lxxxn.
Donde Lostan encuentra lo que
tanto habla buscado.
Lostan no cesaba de hacer sua visitas
matinales a la iglesia de Santo Domingo.
Pero en balde pajeaba ru penetrante vis-
ta por los rostros de laa devotas, nunca lo-
graba divisar entre ellos esa carita morena
j gracioí=a adornada con ese par de ojos ne-
gros cuyas brillan Les miradas conservaba
el capitán indok^bles en la memoria o retra-
tadas en la imajiíiaoíon.
Salia del templo con paso lento al ver
giempre frustradas ifus esperanzas; pero al
llegar al atrio... ene paio lento solia cam-
biarse en redoblado, y a este compás llega-
ba el capitán hasta la casa de Catita...
A Catita, ]ft enérjica amiga de Blanca,
nunca le fultaba alguna pdabra o dicho ale-
gi^ para distaaer al capitán del sombrío
pensamiento que llevara de la iglesia...
dado que no lo hnbíem ahuyentado en el
camino.
Una semana después del dia en que tenia
por vecino a su compañero Alvar, el capi-
tán Lostan saliendo de Santo Domingo se
dirijió rectamente a su casa.
Allá encontró a xilvar y palmeándole un
Jiombro le dijo con buen humor:
— Oüu que hoí es el gran díti.
— líoi, — coa testo el interrogado son-
riendo.
Alvar debia indndableoiente ,sabar a qué
ee referia Lostan, puesto que le correspon-
dió sin vacilar.
Lostan daba el título de grande al día en
que su compañero iba a unir con indisolu-
ble lazo su vida a la de Lucía.
Todíjs los trámites y preparativos para
llevar a caúk> el matrimonio estaban ya he-
chos* FiíYO todo hiibia aido ejecutado con
cierto 'si jilo por varios motivos.
Alvar no habia querido solicitar el per-
miso necesario como militar, porque eso
habría dado lugar a ciertas informaciones,
con las cuales tal vez se llegara a vislum-
brar algo de sus combatidos amores, co.sa
que híibría dado lugar a habí i Uaa que a to-
da costa quería evitiir; además en tal caso
se hubiera visto obligado también a esperar
largo tiempo, en circunstancias do íjue de
un iuiatante a otro pedia regresar a Chile
su batalloQ. Haciendo estas consideracio-
nes y azuzado por su amor, habia resuelto
Datarse siu sohfcar la licencia requerida.
Para evitar los inconvenientes que de
esta omisión ]}odían resultar, se arregló to-
do de manera que el casamiento se hiciese,
si no en secreto, al menos sin ostentación.
Esta disposición, por otra parte, agradó ei
Melgar, quien a causa de ser Alvar oficial
chileno VL^ia con satisfacción que el enlace
se llevara a cabo del modo mas sencillo po*
sí ble para evitar murmuraciones.
Solamente algunos miembros de la fami-
lia de Lucía y dos compañeros de Alvar
debían ser los testigos de aquel acto.
Ya se adivinará que uno de esos dos com*
pañeros debia ser Lostan. El otro fué So-
ler,
Alvar escribió a éste una carta coranni-
cíindole el suceso y rogándole que pidiera
permiso para venir a Lima. La contesta-
ción de su amigo fué que babia conseguido
licencia y que acudiría a su llamado*
Esa mañana debía llegar.
Lostan y Alvar se habían dado cita para
ir a la estación a recibir al compañero.
Ya hemos visto que aquel saludó a éste
diciéndüle que se hallaban en el gran dia-
— Ya es hora de que vamos a la esta-
ción, — dijo L^Btan enseguida,
— Vamos andando,— contestó Alvar-
Ambos salieron continuando sn convi
sacion a la vez que caminaban por la cal.
— Pues bieUj en la estación nos juntar
— 317 —
moa con Soler, y loa Lrea nos iremos a an
hotel donde tendrá ostiíd au ultimo almuer-
zo de soltero: se charlará. Be reirá uu poco
y se harán li jeras libaciones, a los diose^s
penaLOH de au nueva mansión para que los
reciban propiciamente... aia embargo, ex-
trañaremoa ou la mesa ia compañía de al-
gunas amiguitas que podian liabernoá he-
cho más agradable el rato.,. Después del
almuerzo iremos a terminar esas dilij encías
de curia etcétera, que son la parte prosaica
de una hfjda. En seguida nos iremos a la
caaa, donde yo me entretendré, como todcs
estos días pasados ^ conversando con doña
Manuela d^ los austosqtie pasó en Kuanta,
mientras nsted se en t ruga adulces coloquios:
esta vez Soler me ayudará a escuchar a la
buena señora y a su hermano. Por último,
llegará la gran hora del gran dia; Soler y
yo iremos a escuchar como un compañero
da el eterna si..- nos servíni de eiperíencia
por si nos llega el caao.*.
— Lo que es a usted^ — -replicó Alvar
sonriendoj — difícilmente oreo que le lle-
gue.
— Pienso del mismo modo.. . Después íjue
lo hayamos dejado a usted ebrio de felicí-
dadj nos dirijiremoa. Soler j el que habla, a
cierta parte donde concluiíxímos la fiesta
celebrándola a naestra manera, como sol-
teros.,. Habrá ahí un respetable canco en
el cual Catita ha vaciado diversos líquidos,
en proporciones que ella conoce, haata for-
mar un famoso ponche de que se dice auto-
ra, mientras usted se encanta en las deUoiaa
de an dicha, noaotroa al son de piano y vi-
huela, y en compañía dü Catita y unaf> esti-
mables amigas de ella, le daremos fiero ata-
que a lo que eiicien-a el cancoí aquello será
mi despedida de Lim^, pues mañana ter-
mina mi licencia.
El programa antenor hecho por Losc^n
se cumplió en todas sus partes, desde el al-
muerzo de la mañana hasta el ponderado
ponche de la noche.
La boda se llevó a efecto sin ruido ni
ostentación y sin ínás testigos que los qnc
dejamos enunciados.
No por esto se sentían menos dichosos
ios novios.
Al regresar de la iglesia hubo nua co-
mida en que no por ser pocos lí^ invitados
fué menor la alegría.
Melgar se mostraba contento.
Doña Manuela gozaba viéndose ya libre
de tener qne acercarse a La Sierra donde
tantos sustos habia pasado.
Una grata sorpresa esperaba a los novios
junto al tálamo nupciah Cuando se hubie-
ron despedido los parientes j amigos, y
aquellos entraron a la alc[iba que les estaba
preparada, divisaron nn objeto cuyo aspecto
hizo estremecer a Lucía: era una cuna-
Corrió hacia ella, y pudo ver iin niño
que dormia con el sueño de la inocencia.
— [Eñ él, Víctor! — eiclamó con toda la
alegria de su corazón; — [es nuestro hijo!
Yen a conocerlo, ven a besarlo. Papá y mi
ti a nos han dado esta feliz sorpresa j | qué
buenos soní
En efecto^ Melgar en e^osdias habia he-
cho venir al niño; pero tal vez, desconfian-
do hFiBta el último instante, había ocultado
sn llegada.
Alvar se inchnó para estampar en la
frente del inocente dormido el primer beáo
que daba a su hijo,
— ; Bésalo otra vez ! — le dijo Lucía que
habia vuelto a ser la nina alegre, jentil y
graciosa de antes.
Y viendo que después de obedecerle se
enderezaba, de un salto se colgó del cuello
de su esposo, añadiendo:
— Y ahora, a mí. Así como en otro tiem-
po las desgracias, hoi todas las felicidades
vienen juntas para mi.
El dia siguiente, seria cosa de las nueve
y media de la mañana, cuando un joven
que habia estado largo rato a pocos pasos
del altar mayor de la iglesia de Santo Do-
mingo emprendía a paso mesurado la mar-
cha nü^ia la puerta del templo.
Ese joven era Lostan.
Alguna beata de las que ahi habia hu-
biera podido creer o tal vez creyó que iba
recitando una oración; pero si hubiese
puesto el oido junto a su boca, habría oido
estas palabras, que no es de aupner se en-
cuentren en ningún devocionario:
— Tampoco la he encontrado hoi ; mi mo-
renita se ha disipado como el humo del in-
cienso que aquí queman ; ya no podré en-
contrarla jamas, puesto que este el último
dia que estoi en Lima...
Tan embebecido iba en bus pensamientos,
que sin verla, tropezó con una devota la
cual tenia un dedo metido en cierto agujero
hecho en ona de las pilastras del templo j
en esa posición rezaba, porque según la tra-
dición, todo lo que reza un creyente mien-
tras tiene un dedo encajado ahí, le vale por
— 318 —
mil, como lo sabe todo el mundo en Lima*
Bailó el capitán j diríjió Bua paaoB a au
habitación.
Soler estaba ahí,
— ¿Qué hubo?— le preguntó ésteal tqüIo.
— Nada, absolutamente nada, cual siem-
pre,
— Son cosas como tuyas, — replicó Soler
riéndose; — creer que habiaa de enoootrar
ullá mismo a tn morenita,
— ¿Y dónde st no ahí? El negro del
cuento decía: a Aquí la perdí y aquí la he de
hallar. 3> Yo como soi blaaco, alteraba algo
la frase diciendo; trAquí la encontré 7 aquí
la he de hallFir, í> En fin, ya no volveré mjls
a Lima; perderé toda esperanza, yaaí como
cambié la frase del negro, trocaré el verso
del Dante al tiempo de salir diciendo: —
«Lasciate ogni sperauaa voi Qh'mcite. »
— Ya es hora de irooa a la estación.
— Pues en marcha,
Lostan llamó al mozo que lo servia en su
alojamiento y envió a buscar un coche por-
que tenia qne llevar consigo una maleta
con algo de ropa.
Algunos minutos después los dos compa-
ñeros llegaban a Ja estación de la Encarna-
ción, compraban sus boletos y se colocaban
en im vagón del tren que debía llevarlís a
Chorrillos.
A la hora prefijada el tren comentó a
rodar lentamente.
Los dos compañeros iban sentados el uno
frente al otro y asomados por las ventani-
llas que tenían a su ladoj que eran las de la
derecha.
Entró la locomotora en la calle de los
Arrieros y luego, sin acelerar la marcha,
continaó por la de Hormeno.
Allí venia desfilando en dirección opues-
ta un cordón de cuatro o cinco coches.
—¡ Es un casamiento! — dijo uno de loe
pasajeros.
y todos los que le oyeron se abalanmron
hacia las ventanillas de la derecha.
— Todos se precipitan a ver los novioa,
*-HÍijo Loa tan alegremente ; lo mi«mo hariaii
si llevaran por aqui un individuo a quiea
fueran a fusilar.
—Parece qne vienen en el último coche;
diviso una pnnta de vestido blanco, — ana-
dió Soler
La locomotora seguía andando y también
los vehículos tirados por sus caballos.
Luego llegaría el instante en que los no-
vios pasarían frente a la vista de loa dos
capi tañes «
Y llegó luego en efecto porqae el tren iba
apurando su andar: los vieron*
En el novio apónaa se fijaron: era un jo-
ven de buen aspecto puesto de frac y guan-
tes blancos. La novia como era natural fué
quien llamó su atención.
Era ésta una hermosa niña vestida com-
pletamente blanco; bajo una corona de aza-
hares ostentaba un hermoso rostro algo mo-
reno en medio del cual brillaban dos lu-
cientes ojos negros,
Lostan cojiendo un brazo de su compa-
üero, eiclamó sacudiéndolo:
—i Es ella I
—¿Quién? — ^pregautó Soler sorprendido-
— ^La novia; es hi morenita de Santo Do-
mingo.
ET coche pasó, y Loafcan que en La Sierra
se habia hecho filósofo, murmuró con sere-
nidad y ailn sonriéndose:
— ¡Mientras hoi yo la buscaba en una
iglesia, ella estaba en otra I
Y el tren acelerando cada vez más so
marchas continuó rodando hacia Ohorrillos-
FIN.
índice
Capa.
t
\
I,
II-
ITÍ.
rv
y.—
yi.
VIL
VIII.
IX.
X.
XL
XII,
xm.
ziv.— :
XV,
XVI.
xyii,
iVIIL
XIX,-
XX.-
XXL-
XXII,-
xxriL
xxiy.-
xxv.-
XXVI.-
XXVIL-
XXVIII-
XXIX,.
XXX,'
Fija.
. — El ngor de la corneta* * , 5
— Dos estrellas que se con-
funden con otras.,, ♦ - , 8
, — Charla interrumpida*-,.,* 10
— Aventura que marcha al
trote ,^ 12
Una frase a través de una
rejilla 16
-Una comida enel cuarteh 19
-Un paso hacia las tinieblae 23
Orden inesperada 27
'Herida misterioBa.,,-. 31
Los cocheros 36
Baile, cena y despedida... 38
-Listo para marchar 50
-Delicia primero; desespe-
ración despnes, 63
Peralta recurre a la elo-
cuencia - .,.. 60
-En marcha 6S
*La quebrada del Oroya.-,, 67
^En Chicla.. 73
-Buscarse cabalgaduras- —
Se sapone quien fué la da-
ma herida •** 76
■En Casapalca..., , 82
-El paso de los Andes 87
-Agua y nieve 97
-Prontitud de Peralta para
tirar el lazo IOS
-Lucía , lüD
ia causa del silencio de
Luisa 114
-Dolor de padre 115
-Una conversación íntima. 118
Dadafl y recelos 119
-Noticiasde Lima en Huan-
cayo 125
Estadíaen Huancajo..p».<. 128
-El capitán Lostan encuen-
tra algo que ic gusta..., 130
Caps. Pái&
XXXI,— Un amorío interrumpido
por una óixlen 1S6
XXXIL — Una excursión inútil, ,..,-. liO
XXXIII— En marcha hacia Áyacu-
eho.,. ua
XXXIV, — Tiroteo de Acostambo,,, 1^4
XXXV.^ — Toma del puente j del
pueblo de Izcuchaea,.,, 14S
XXX VL— Subir hasta Hnando 154
XXXVIL--Un Dieziocho de Setiem-
bre mui poco divertido 166.
XXXVIIL— El capitán Loatan en-
cuentra nna rosa en
Huanca vélica ., 160
XXXIX. — ^Por huir de una patru-
lla 164
XL, — Todavía en Huancave-
üca • 167
XLL— Una noche terrible 168
XLII.— En Acobamba 172
XLIIL — De Acobambaa Cajas, y
de Cajas a Marcas 174
XLIV,— El bosque de Huanta 178
XLX.— Hnanta 181
XLVL — Castigo impuesto a los
saqueadores. 184
XLVIL — De Euanta a Pongora, y
de Pougora a Ayacu-
cho,,.. 18&
XLYIIL— EnAyacucho 189
XLIX,— Una calaverada 191
L, — El teniente Marfcel en un
trance apurado 194
LI, — Un drama en un desván. 198
LII. — Una buena escapada - 204
LIL— Justo enfado del capitán
Orrego - 208
LIV,— Sahda de Ayacucho 214
LV,^ — Sangrientas escenas en el
bosque 21&
Vf
— 820 —
LVI
LYIL
LVIII.
LIX.
LX.
Lxr.
LXII
Lxni.
LXIV.
LXV.
Lxvr
LXVII
LXVIII
LXIX
Pájs.
, — El capitán Soler descubre
un secreto* ,. 220
— troa sufrimientofl de Lucía 222
. — El capitán LosLau cumple
su encargo 235
—Despedida 287
, — Una rada jornada, — Va-
dear un rio invadeable. 250
, — Subir y bajar 248
BalaB y galgas? frío y so-
roche* 251
.■ — El camino del Inca 264
. — Por las altura>s 258
— Enl^ampas, 260
~ Últimos tiroteos 262
— Llegada a Huancayo 263
. — E] capitán Lostan conoce
que ya habia tenido lu-
gar la despedida 266
.^-El campamento de Chorri-
Uos 269
Capa. P4j8.
LXX. — Encuentro ineaperado del
capitán Soler 272
LXXL — El capitán Soler pierde
más que lo qae encuen-
tra 276
LXXII. — Se continúa algo que habia
sido interrumpido 281
LXXIIL— Pasa el tiempo 284
LXXIV. — El capitán Lostan en Lima 286
LXXV.— La carta 290
LXXVI. — ^Vacilaciones y dudas 294
LXXVIL-Noticias 296
LXXVIII-El capitán Lostan conoce a
una amiga de su amiga. 300
LXXIX..-La cita 30^
LXXX. — ^A rei muerto, rei puesto... 808
KXXXL— ¡Al fin! 811
LXXXII-Donde Lostan encuentra lo 816
que tanto había buscado.
^
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291
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