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ti lliln
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ESCRITOS POSTUMOS
J.B.ALBERDI
ENSAYOS
SOBRE LA SOCIEDAD, LOS HOMBRES T LAS COSAS
DE SUD-AMÉRICA
VI
BUENOS AIRES
MP.ALBEBTO MONKES, CALLE LIMA 456
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JUAN MARIA GUTIERREZ
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V«\V* ( f ENSAYOS
SOBRE LA SOCIEDAD, LOS HOMBRES Y LAS COSAS
DE SUD-AMÉRICA
JUAN MARIA GUTIÉRREZ
i
No hacemos aquí sa biografía, sino un
estudio del significado y valor de su perso-
nalidad, en las letras, en la sociedad y en
la política de su país. Hacemos la aprecia-
ción de los méritos que le asignan un rango
distinguido en la historia y desarrollo de las
Repúblicas del Plata y de la América del
Sud en general.
En apoyo de nuestros juicios y opiniones,
fundados desde luego eu nuestro conocimien-
to directo del hombre, presentaremos docu-
mentos justificativos de ellos, públicos unos
y otros inéditos, pero todos veraces y au-
ténticos ; como cartas particulares, documen-
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tos oficiales, trabajos literarios, testimonios
valiosos en favor de su mérito.(l) —Completan
esta prueba sus libros y escritos publicados,
que todos conocen y que, sin reproducir, in-
vocamos también en apoyo de nuestro tes-
timonio.
§
El dia de la celebración del centenario de
un hombre célebre de Sud América, termi-
naba su existencia otra nueva celebridad de
ese mismo país, por las emociones causadas
por esa misma fiesta en el corazón patriota
de su víctima, según la explicación mas ino-
cente, y caritativa de esa catástrofe, acepta-
da por la voz común.
Cómo se explica el poder y efecto dé esa
simpatía? Por la mera impresionabilidad de
un car ácter entusiasta ó de un patriotismo
común? — Todo menos que eso.
Gutiérrez festejaba en San Martin, con el
fervor de su carácter generoso, no al hom-
bre, sino á la independencia de América,
de que ese guerrero es considerado símbolo
argentino, con justicia ó sin ella. — Que el
valor real del hombre corresponda ó no á
(1) — Nadfl de lo cxia\ irá en este estadio que, como lo echará de
ver el lector, quedó embrionario y en la forma en que lo reprodu-
cimos.
(El E.)
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la magnitud del símbolo, no es cuestión del
caso. Gutiérrez, como el país, veía en San
Martin la independencia argentina, y esto
basta para santificar el culto y causa del fa-
natismo por su personalidad simbólica. En
las apreciaciones humanas, és muy raro
que el símbolo corresponda á la realidad de
la entidad simbolizada.
La afinidad entre San Martin y Gutiérrez
viene de que los dos eran símbolos de la
misma cosa, — la independencia. Razón de-
bía ser esta mas bien de dividirlos ; pero el
uno la representaba como guerrero, el otro
como hombre de Estado. El uno como sím-
bolo aceptado y conocido, el otro como sím-
bolo ignorado y por conocerse.
Este es el objeto principal de este estu-
dio.
La América del Sud ha perdido en Juan
María Gutiérrez uno de sus primeros hom-
bres de Estado, en el alto y verdadero sen-
tido de este nombre.
En la acepción ordinaria, hombre de Esta-
do, quiere decir hombre capáz de brillantes
atentados contra la constitución del Estado;
hombre de golpes de Estado, es decir, capáz
de golpear al mismo Estado, invocado como
objetivo de un crimen patriótico; como si el
Estado pudiese deber jamás su salud á un
crimen. Un golpe de Estado, es una revo-
lución hecha por el gobierno. Contra quién?
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Contra el país, en la persona del* gobierno
destruido. Pero solo el país puede hacer una
revolución capáz de ser legitimada, y eso,
una vez cada siglo. En el Plata, por ejem-
plo, los años de 1810 y 1852 del siglo XIX.
No merece el título de hombre de Estado,
sino el politico capaz de dotar al Estado del
gobierno de sí mismo, es decir, de fundar el
gobierno libre de su país.
Por gobierno libre no se entiende el gobier-
no que todo lo puede, el poder sin límites.
En tal caso no habría gobierno mas libre,
que el gobierno mas despótico y tiránico.
Solo se entiende por gobierno libre, ei gobier-
no del país por el país, — es decir, el país in-
dependiente, ó la independecia del pais, no
solo de todo poder extrangero, sinó de todo
poder interno que no es el país mismo, ó el
fruto de su elección Ubre.
Tal es el sentido en que la independen-
cia significa libertad, y la libertad, indepen-
dencia.
Solo es libre el país independiente; pero
solo es independiente el país que no depen-
de de un gobierno extrangero, ni de un go-
bierno interno, extrangero á la elección del
país. Asi, la libertad tiene dos faces: una
exterior, que significa por antonomasia, inde-
pendencia: otra interior, que significa libertad
propiamente dicha.
Pocos son los hombres de Estado que ha-
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— 9 —
yan servido á la libertad de su país en sus
dos faces, externa é interna. Uno de los pocos
es Washington. El sirvió como guerrero á
la libertad exterior é independencia de su
país; y, como hombre de Estado, á la crea-
ción del gobierno interior, ó de la libertad,
propiamente dicha, de los Estados-Unidos.
Por eso no tiene parangón en el mundo
americano, y menos aun en el mundo eu-
ropeo.
En eso difiere San Martin de Washing-
ton: en que solo sirvió á la independencia
ó la libertad de la República Argentina. La
libertad interior, nada le debe.
Como hombre de Estado, Gutiérrez es mas
de la escuela de Washington que de la de
San Martin. —El ha servido á las dos faces
de la libertad de su país en su terreno de
hombre de Estado, y por eso es el primero
de los hombres de Estado de su país, sin
ser el único. Como ministro de Estado en
relaciones extrangeras, á él le pertenece el
honor de haber promovido el tratado de paz
que puso fin á la guerra de la independen-
cia y consagró la obra de San Martin con
el derecho tradicional que gobierna á las
naciones civilizadas.
Ademas, como publicista, orador y dipu-
tado, él colaboró en rango superior en la
obra y sanción de la Constitución nacional
que el Congreso constituyente de Santa Fó
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— 10 —
sancionó en 1853, y contribuyó á comple-
tar y afirmar esa grande institución, propó-
sito cardinal de la revolución de Mayo de
1810, por todos los trabajos de su política
exterior, en que sirvió á la integridad Ar-
gentina y la salvó, y creó, se puede decir,
la verdadera política exterior de la Nación
Argentina.
Salido del poder, pasó del terreno de la
organización política al de la organización
social de su país, sirviéndole con su celo y
sus trabajos como Rector de la primera Uni-
versidad de la República, en la instrucción
y educación de la juventud durante veinte
años, en que le han debido su cultura sana
y fecunda mas de dos generaciones.
Colaborador de Echeverría en los traba-
jos de la reforma social argentina, lo acom-
pañó también, por sus trabajos intelectua-
les, en el de formar el gusto de su país en
la literatura moderna llamada entonces ro-
mántica.
Antes de servir á la libertad de su país
como hombre de Estado, la sirvió como poe-
ta, como escritor elocuente por sus nume-
rosos y variados trabajos, por sus conversa-
ciones luminosas, elocuentes -y admirables,
que hubieran podido estenografiarse para
honor de la literatura argentina, con que
contribuyó, con Florencio Várela, con Rive-
ra Indarte y otros talentos de su época, á
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— 11 —
mantener encendido el fuego santo del amor
patrio.
Por la altura de su corazón y el lustre
de su bello espíritu, Gutiérrez era un poeta,
sin perjuicio de ser un matemático. De ahí
viene la sana y preciosa alianza, que bullía
en su inteligencia, de un superior buen gus-
to con un superior buen sentido práctico.
Antes de comenzar la peregrinación de
libertad, que absorbió los años mas bellos de
su vida, sirvió á su país en los trabajos de
su topografía, colaborando en el departa-
mento de ese ramo de la administración pú-
blica con el sábio coronel Arenales, con Sa-
las, con Outes y otros eminentes talentos
argentinos y extrangeros, á quienes Buenos
Aires y la Nación, debieron las cartas topo-
gráficas en que la ciencia geográfica tomó
sus mas preciosos datos auxiliares para sus
estudios y trabajos sobro los países del Plata.
En el campo de la instrucción y de las le-
tras, cuyo centro estaba en Buenos Aires,
se hizo Gutiérrez de esa multitud de relacio-
nes y amistades, con los jóvenes de todas
las provincias, que hacían allí sus estudios.
Como no habia Provincia Argentina que
no tuviese jóvenes en Buenos Aires, ya co-
mo estudiantes en su Universidad, única y
gratuita en cierto modo, ya como emplea-
dos en el comercio, por razón de ser la pla-
za principal de la República, Gutiérrez te-
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rda amigos y conocidos personales en todas
las Provincias. De cada una de ellas tenia co-
nocimientos y detalles como si la hubiese ha-
bitado, y en cada una de ellas se tenia noticias
personales de él. Era un provincial en este
sentido; pero en el verdadero sentido, era un
nacional mas bien, desde antes que la Nación
estuviera constituida por escrito.
Ese precedente de su juventud, seguido
de su peregrinación de apostolado liberal en
todos los países circunvecinos de la Repúbli-
ca Argentina, dispuso su espíritu á conside-
derar en grande y ver en conjunto á la na-
ción de su origen, que fué y quedó, en su
modo de verla y amarla, el Estado ó Nación
Argentina.
Así se formó en él naturalmente el nacio-
nalismo argentino, que mas tarde fué su
principio y regla de conducta como ciuda-
dano argentino. Gutiérrez fué un argentino,
antes que un porteño, sin dejar de amar por
eso á su provincia nativa, cuyo nombre no
se separaba de sus labios en la ausencia, por-
que su memoria no s 3 separaba de su corazón.
Pero él no veia en Buenos Aires sinó la mas
bella parte de su país, que era todo el país
argentino; no en teoría, como sucedió á Ri-
vada^ia y á los mas de su partido unitario,
sínó por la educación y sentimientos forma-
dos en él, como hemos dicho, por el giro y
carácter de toda su vida.
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— 13 —
Con ese modo de ser de su espíritu, ve-
nido del modo de ser de su vida entera, es
claro que Gutiérrez no podia tener otro
campo que el de la Nación, el dia que rea-
pareciese entre ella y su Provincia nativa el
conflicto que debilitó á la República Argen-
tina desde el principio de su revolución con-
tra España, dando lugar á los dos partidos
geográfico- políticos, y político - económicos,
conocidos y vistos vulgarmente como partido
unitario y partido federal. Es lo que sucedió
después de caido Rosas.
Abrazando la causa nacional argentina,
como tantos porteños ilustres, Gutiérrez no
fué un mal hijo de Buenos Aires. Mostró,
al contrario, amarlo de un modo mas inte-
ligente y digno de él que los que á fuerza
de amor local quieren verlo aislado, achica-
do, disminuido, es decir, separado de la Na-
ción, que le dá toda 3^ la verdadera impor-
tancia por la cual es un país mas considerable
que el Estado Oriental del Uruguay. Espíritu
culto y elevado, abrazando en sus miras el
conjunto y la unidad entera de su pais ar-
gentino, Gutiérrez no conoció jamás ese pa-
triotismo de campanario y de aldea, que solo
es propio de niños, de viejos y de enfermos,
(de espíritu, cuando menos) de la parte flaca
y sedimental de toda sociedad. Es la que re-
presentó en Buenos Aires el federalismo de
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— 14 —
nuestros primeros caudillos y demagogos sin
patrotismo.
Esa razón de verdadera y culta política
nacional explica la actitud que tuvo en las
discusiones tumultuosas de Junio de 1852, en
la legislatura de Buenos Aires.
Eso explica también toda su política de
verdadero hombre de Estado en el tiempo
en que fué Ministro de Relaciones extran-
geras del gobierno mas nacional y mas ar-
gentino, que haya tenido la República des-
de su formación en 1810.
§
En Buenos Aires, es decir, en su provin-
cia nativa, Gutiérrez es apreciado mas por
su nombre y fama, que por la obra que es
razón de esa fama. Por qué? Porque no se
comprende su obra principal, que es la de
hombre de Estado. Si en Buenos Aires oyen
decir que Gutiérrez era un hombre de Es-
tado, se reirán como de una extravagancia.
La razcn de ello es que en Buenos Aires
no se comprende generalmente lo que es
Estado. Se conoce allá el Estado de Buenos
Aires, es decir la Provincia de Buenos Ai-
res, pero pocos tienen idea del Estado Argen-
tino. Qué idea de tal puede tenerse donde
la Nación, ó una República Argentina, co-
mo Estado regular, es considerada sediciosa
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— 15 —
y atentatoria de los derechos de Buenos Ai-
res, como la han considerado Rosas y sus su-
cesores? Gutiérrez es hombre de Estado en
el verdadero sentido de la palabra, porque
como político, sirvió á la Nación, y solo sir-
vió á Buenos Aires en sus intereses sociales,
como la instrucción, la educación, las letras,
el arte, la ciencia etc.
De ahí, es que con ocasión de la pérdida
que con él hacia el país, ha sido visto y la-
mentado en Buenos Aires solamente por su
obra social, es decir provincial, como sucede
con la obra de Rivadavia, que es apreciado
en su provincia nativa, por su obra social, no
por su obra política de nacionalista unitario.
Los mismos que saludan su estatua y se enor-
gullecen de su fama, perseguirían hoy como
traidor ai Estado de Buenos Aires, al que
pidiese las instituciones que Rivadavia que-
ría dar á la Nación, es decir la división de
la Provincia de Buenos Aires, la capitaliza-
ción de la ciudad de su nombre y la nacio-
nalización de todos los establecimientos pú-
blicos en ella situados.
§
En todas las grandes medidas que señalan
el gobierno memorable de la Presidencia de
Urquiza, Gutiérrez tuvo su parte importan-
te como miembro principal de él. Desde lúe-
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— 16 —
go en la elaboración y sanción de la Consti-
tución de 1853, que fué el verdadero origen
de la prosperidad asombrosa del país en los
años ulteriores; como su reforma reacciona-
ria, que no le impide hacer todavia mucho
bien, fué la verdadera causa de la reapari-
ción de la pobreza ó decadencia del país, que
precedió por años á su sanción.
Luego ha sido colaborador y cooperador
eminente de esa grande prosperidad que se
produjo en el país antes que la presente cri-
sis hubiese sido causada por la política reac-
cionaria, que esterilizó la obra nacional.
Como en la evolución ó desarrollo de to-
da sociedad política las leyes buenas y ma-
las no producen sus resultados en el instante
de su sanción, sinó años después; la prospe-
ridad que fué resultado de la administración
del vencedor de Rosas, á que perteneció Gu-
tiérrez, coincidió con el tiempo de las admi-
nistraciones reaccionarias que le sucedieron,
y la crisis de empobrecimiento y decadencia,
que fué la obra de esas administraciones reac-
cionarias, apareció ser agena de ellos, por
que su explosión tardía coincidió, como de-
bía suceder, con la administración presente,
agena en cierto grado de las causas principa-
les del malestar del país.
Así, si Gutiérrez, por sus trabajos de pu-
blicista y de hombre de Estado, tiene gran
parte en la organización y constitución de
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— 17 —
un gobierno progresista para la Nación; en
la consolidación y estabilidad de los trata-
dos inmortales de libertad fluvial, que así se
llamaron con razón los qne consagraron el
principio del nuevo orden de cosas que abrió
los afluentes deí Plata, es decir, todos los
puertos fluviales interiores al tráfico directo
del mundo entero; en la preservación de la
integridad nacional argentina, amenazada
por la resistencia reaccionaria del localismo,
que no sabia comprender y elevarse á la al-
tura de la política nacional en que Gutiérrez
colaboraba como factor superior; en la nego-
ciación del reconocimiento de la independen-
cia argentina por España, que los célebres
gobiernos de Posadas, Pueyrredon, Las He-
ras, Rivadavia no pudieron obtener á cesta
de grandes sacrificios ofrecidos, y que obtu-
vo del modo mas barato y mas glorioso, el
gobierno de que Gutiérrez fué ministro de
Relaciones Exteriores: — si Gutiérrez, tligo,
tuvo parte en todos esos hechos y otros de
su magnitud y carácter, también es cierto
que no tuvo la menor participación, ni en la
reforma reaccionaria de la Constitución de
1853; ni en las guerras del Paraguay y de
Entre Ríos; ni en los empréstitos originados
por esas guerras, que han empobrecido y ca-
si arruinado al país; ni en las obras públi-
cas, que han perjudicado al país tanto como
las guerras ó los empréstitos, comprometidos
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— 18 —
por desaciertos colosales en la realización de
esas pretendidas mejoras.
Cuando todo eso sucedía en el mundo de
la política, Gutiérrez estaba absorto en
Buenos Aires en la obra de reparación social,
como Rector de la Universidad y cabeza di-
rijente de la educación de la juventud, lla-
mada á completar la obra empezada por sus
ilustres predecesores.
Así, por la dirección ó corriente de su vi-
da, y por la naturaleza de sus trabajos, ól
se ha encontrado de colaborador de Rivada-
via, trabajando en su misma obra de la reor-
ganización del gobierno nacional interior, de
la formación de sus relaciones extrangeras,
de la educación é instrucción de las nuevas
generaciones; con esta diferencia que es jus-
to no olvidar: que Gutiérrez ha sido mas fe-
liz que su modelo, porque ha visto el coro-
namiento de lo que Rivadavia empezó, pro-
yecté deseó, pero no le fué dado ver con-
cluido.
De ahí viene la predilección y simpatía
que Gutiérrez acreditó siempre á Rivadavia,
á su memoria, á su carácter, á su obra de
patriotismo nacional. — Después de San Mar-
tin, es decir, de la independencia ó libertad
exterior de la patria, fué Rivadavia el obje-
to de su veneración, como representante de
la causa del progreso interior; de la civili-
zación y cultura del país; de su arreglo y me-
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— 19 —
joramiento general interno, — lo que quiere
decir, de su nacionalismo.
Su nacionalismo fué del tipo del de Riva-
davia, no del otro tipo conocido mas tarde,
el cual ha consistido en poner á la Nación
bajo la tutela de su mejor Provincia y man-
tenerla en un pupilage incompatible con el
rango de la Nación libre, independiente y so-
berana de sí misma. — No difería muy sustan-
cialmente de este modo de entender el naciona-
lismo, el que profesó el general Rosas, cuando
tuvo á su cargo ó estuvo encargado de repre-
sentar á la Nación en lo exterior y ejercer
ó entretener sus relaciones extrangeras, en
virtud y en su carácter de gobernador de la
Provincia de Buenos Aires.
Si se quita la violencia y tiranía cruel con
que ejerció su doble gobierno interior y ex-
rior, en sí mismo ese sistema no carecería de
partidarios entre los liberales que represen-
taron después el nacionalismo argentino de ese
tipo.
Pues bien: no puede hacerse á la nación
una burla mas insultante, que la de tomar
su causa y servirla de ese modo, que no es
sinó servirse de la Nación para hacer el po-
der de una Provincia, y dañar naturalmente
á la Nación y á la Provincia, debilitándola
por esa división en dos países, convertidos
el uno en tutor, el otro en pupilo, y de este
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modo: la Provincia, el tutor; la Nación, el
pupilo.
Gutiérrez no tomó nunca de ese modo la
ciencia del hombre de Estado de su país. El
fué un verdadero hombre de Estado, en el
sentido de hacer de todo el país argentino un
solo país, una sola Nación, un solo Estado in-
dependiente, libre y soberano.
§
Con esas ideas y con ese modo de enten-
der el nacionalismo argentino, no era de ex-
trañar que en su provincia nativa tuviese, co-
mo político un poco del destino que cupo
á Rivadavia, de ser digno de indulgencia
por sus pecadillos y veleidades contra el pa-
triotismo local de Buenos Aires. Se diría
que ha sido en eso mas feliz que Rivadavia,
desde que ha podido morir en su provincia,
mientras que este ilustre porteño, no pudien-
do tener esa suerte, murió en Cádiz. Pero
en realidad es menor la diferencia de su des-
tino final, en cuanto han muerto en el lu-
gar que habian tenido que contrariar desde
lo alto de los grandes principios de la inde-
pendencia americana, y de la soberanía del
pueblo argentino.
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— 21 —
De ahí es que Buenos Aires ha visto á
Gutiérrez, con ocasión de su muerte, por to-
dos sus bellos lados, menos por su gran la-
do, que era el de estadista argentino. Ha
tomado á Gutiérrez como un mero fanático
de San Martin; y no fué en realidad sinó
su colaborador mas eminente, en la grande
empresa de hacer de su país nativo un Es-
tado ó Nación argentina: el uno de hecho,
por la espada; el otro de derecho, por un tra-
tado de paz y de reconocimiento.
Buenos Aires ha visto á Gutiérrez de per-
fil, porque siempre vió de perfil á la Repú-
blica Argentina, que la figura de Gutiérrez
reproducía solo de frente. Vista de frente,
la Nación Argentina es la Nación soberana
de la Provincia de Buenos Aires; y Gutiér-
rez, por su nacionalismo eminente, el primer
hombre de Estado de Buenos Aires, porque
lo fué de todo el país argentino, no después
sinó á la par de Rivadavia.
Su figura política, para ser bien compren-
dida, ha de necesitar, como ciertas pinturas
cuyo mérito y sentido se hace perceptible á
medida que uno se aleja del cuadro; ha de
necesitar que pase el tiempo que falta, para
que la Provincia de Buenos Aires, compren-
da, en su conjunto y sentido, la grande y
bella figura de esa entidad que se llama Na-
ción Argentina; y será feliz entonces en aper-
cibirse Buenos Aires de que ella forma la
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— 22 —
hermosa frente de esa hermosa Nación: una
facción bella de un bello rostro, no un rostro
sobrepuesto á otro rostro, formando el mons-
truo político que desearan ver los émulos
de esos realistas que la República Argentina
echó del Rio de la Plata en 1810.
§
1 Gutiérrez, como Chateaubriand, como La-
martine, como Martínez de la Rosa, no ha-
bia nacido para hombre político, pero le to-
có serlo y ejerció tanto influjo en la política
como en las letras de su país: ambos influ-
jos sanos y buenos por su índole y efectos.
Entre las letras y la política hay esta cone-
xión material, y es que las letras, al servicio
de un talento real, conducen á la fama y á
la popularidad y por el ruido á la política,
sobre todo en tiempos y países de gobiernos
populares y democráticos. Sin embargo, Gu-
tiérrez no era extraño al derecho. Era, le-
jos de eso, doctor en derecho, es decir, podia
enseñarlo porque lo habia aprendido. Pero
él llegó á la política, no como abogado fa-
moso, sinó como literato renombrado. Por
uno ú otro camino, él se encontró en su ter- ,
reno el dia que pasó de la república de las
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— 23 —
letras á la república de los derechos políti-
cos.
Y como las letras forman una república
universal ó internacional de todos los pue-
blos dotados del amor del arte y de lo be-
llo, un talento literario de grande especta-
bilidad hace del que le posee una especie de
hombre internacional, un ciudadano de todas
partes, y en especial de todos los países
que hablan un mismo idioma.
Esta circunstancia, unida á la peregrina-
ción política por causa de la libertad de su
pais, hizo de Gutiérrez un amigo natural del
extrangero, — del de Europa, por afinidades
literarias y sociales; del de América, por re-
laciones de lenguaje, de gobierno, de reli-
gión, de costumbres, de origen y destinos.
Peregrinando en América por la libertad
de su país (pues no emigró de él por causa
literaria, sinó política, como toda la juven-
tud de su tiempo), y habitando en varios de
sus Estados, acabó por ser un patriota ame-
ricano, por un camino análogo al que lo for-
mó un nacionalista argentino.
Bien entendido que el americanismo de Gu-
tiérrez no era el americanismo de Rosas. Le-
jos de ser incompatible con el amor á la
Europa y al europeo, era ese americanismo
que busca en la Europa y en su civilización
la palanca y apoyo, para elevar la civiliza-
ción, la riqueza y el poder de la moderna
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— 24 —
América, al nivel del progreso europeo en
todos los ramos y elementos sociales.
Gutiérrez era lo que entre nosotros, ame-
ricanos, se llama un europeista, es decir, un
amante de la Europa moderna y de su es-
píritu como mejor instrumento para poblar,
enriquecer, educar, civilizar á la América
independiente y democrática. Era europeis-
ta en el sentido en que lo fueron Rivadavia
y Florencio Várela, y tal vez en mas alto
sentido que ellos. No para someter la Amé-
rica del Sud al pupilaje de Europa con la
mira de completar su educación de mundo
autónomo y libre, como han querido tantos
reformadores monarquistas, sinó para afian-
zar, vigorizar y robustecer su democracia in-
dependiente y soberana. Gutiérrez era un
republicano de corazón, de educación, de
instinto. Modesto, laborioso, sóbrio, sin as-
piraciones al poder, no hizo jamás del patrio-
tismo un medio de ganar empleos para vi-
vir de sus salarios. Se ocupó, en casos de
necesidad para ganar el sustento, de sus tra-
tajos de agrimensor é ingeniero civil. No
frecuentó el gran mundo, no conoció el lujo,
no amó los placeres bulliciosos y dispendio-
sos. Tal vez por eso las fiestas del centena-
rio, que duraron tres dias, lo hallaron mal
preparado para resistirlas.
§
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— 25 —
Gutiérrez, en Buenos Aires, vivia cien años
adelante de la sociedad de su país. Sus es-
critos, y sobre todo, sus publicaciones no dan
idea de su valor real, no eran la expresión
genuina de su pensamiento. El valia mas
que sus obras, porque él era la obra de las
muchas sociedades que habia frecuentado, que
habitó, mientras que sus escritos eran la obra
de la sociedad con que tenia que vivir en
paz. No es que él fuese capáz de escribir
lo contrario de lo que pensaba. No sabia
mentir, pero sí reservar, callar, disimular la
parte de su, pensamiento que, según él, po-
día chocar ó lastimar el de los otros. Esto
dependía de su carácter condescendiente, sua-
ve, amable, esencialmente cortés y urbano.
De ahí es que su conversación confidencial,
valía mas que sus escritos, como expresión
de su verdadero saber y talento incisivo y
picante.
Esto es lo que hacia la desesperación de
Echeverría, cuando empezábamos nuestras
luchas con la vieja sociedad en cuyos hábi-
tos y preocupaciones basaba Rosas la máqui-
na de su Dictadura. — Aunque educado en la
sociedad culta de París, y tal vez por esa razón
cabalmente, Echeverría habia contraído los
hábitos de franqueza brusca que prevalecía en
la Francia revolucionaria de 1830, en que
él se formó. Gutiérrez concebía y expresa-
ba mejor que nosotros nuestro pensamiento,
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— 26 —
pero al hacerlo público, cedía á los arran-
ques de su carácter condescendiente y blan-
do, aunque siempre desinteresado y siempre
probo.
Si no hizo libros, al menos hizo autores.
Estimuló, inspiró, puso en camino á los ta-
lentos con la generosidad del talento real,
que no conoce la envidia. Buena ó mala,
yo soy una de sus obras. Hemos podido in-
fluirnos mútuamente, pero él ha ejercido en
mí diez veces mas influencia que yo en
él. Desde luego, yo fui su órgano y agen-
te en su obra diplomática, que solo en este
sentido me pertenece en parte subalterna.
Yo creo que su modestia no le dejó cono-
cer todo el esfuerzo de que era capaz. Te-
niendo el poder de producir, se limitó mu-
chas veces á compilar, al revés de otros que,
en vez de limitarse á compilar lo que eran
incapaces de producir, se hicieron autores de
obras que otros les escribieron.
Como Diderot, Gutiérrez valia mucho mas
que sus obras. Hizo escribir á otros, mas
bien que escribir él mismo, pero no para
apropiarse lo ageno, sinó para dar lo suyo.
Formó talentos, si no compuso libros.
El encanto que daba tanto poder á su pa-
labra, residía en la amenidad de su tono, en
la gracia y facultad prodigiosa de la expre-
sión, llena de chispa y buen humor jocoso,
en la ligereza que le hacia incapáz de can-
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— 27 —
sar la atención. No era enfático, ni magis-
tral, ni pedante. Discípulo de Voltaire, en
buen gusto literario, era simple, fácil, sin fra-
se ni énfasis. Tolerante y condescendiente,
como hombre bien educado, no amaba, por
sistema ó temperamento, la disputa ni la
contradicción, como es tan común en hom-
bres de su saber.
Su buena educación, era el secreto princi-
pal de su buen gusto. No en vano se ha
dicho, que el estilo es el hombre; y esto se
aplica á la palabra, mas que al estilo. No
es perito en el decir, sinó el que es probo y
bien criado. Solo el es orador elocuente.
Gutiérrez era sóbrio en el estilo, como lo
era en su conducta de vida. Evitaba los flo-
ripondios y ornamentos exagerados y extra-
vagantes, como cosas de mal gusto gaucho.
Indicio, á menudo, de la ignorancia ó de la
mentira, la frase retumbante y pretenciosa
no era su defecto, porque en realidad no le
hacia falta.
§
Cuando Gutiérrez no influía por el encanto
de sus escritos, edificaba por la elocuencia de
su palabra en sus conversaciones mas simples.
Tenía el talento de hablar, y ese talento, al
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— 28 —
servicio de una cabeza rica de instrucción
y de un corazón siempre abierto y lleno de
buenos sentimientos. El que escribe estas'
líneas debió á sus conversaciones continuas la
inoculación gradual del americanismo, que ha
distinguido sus escritos y la conducta de su
vida. Gutiérrez le comunicó su amor á la
Europa y á los encantos de la civilización
europea. El fué, en mas de un sentido, el
autor indirecto de las Bases de organización
americana.
Después de nuestros padres, nadie tiene
mayor parte en nuestra educación, que nues-
tros amigos íntimos y familiares. Son nues-
tros monitores natos. Nos educan sin saber-
lo, y, según es su educación, así resulta la
nuestra.
Gutiérrez era un educacionista, porque te-
nía educación él mismo, al revés de otros
que son educacionistas por razón de no ha-
ber recibido educación. Entre los amigos
que nos educan figuran los libros predilec-
tos que leemos habitualmente, y, según son
ellos, naturalmente así es la educación que
les debemos.
El mismo Gutiérrez completó su educa-
ción europeista y liberal en ese origen, es de-
cir, en su trato con europeos distinguidos y
en su familiaridad con la literatura france-
sa, nodriza natural de nuestra sociedad ame-
ricana moderna. Enemistados con España,
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— So-
por causa de su independencia, que nosotros
queríamos y que ella nos negaba, no nos
era simpática su literatura, que por otra
parte nada tenía que enseñarnos en punto
á libertad.
La prolongación de la guerra de la inde-
pendencia por quince años, y del entredicho
que la siguió por otros quince, tuvo un in-
flujo decisivo en la suerte del idioma espa-
ñol en Sud América. Durante ese tiempo,
penetraron y tomaron su lugar, con el co-
mercio de libros y con el comercio de cosas,
las lenguas y las literaturas de Francia, de
Inglaterra, de Italia, de Alemania. Los hom-
bres mismos de esas naciones, que, al favor
del nuevo régimen, inmigraban en nuestro
suelo, nos traian sus ideas, sus gustos, sus
costumbres y nos daban esa educación sin
cátedra que nos dá la sociedad en que vi-
vimos.
Pero, como la enemistad y entredicho con
España no quitaba que fuera nuestra ma-
' dre y su idioma nuestro idioma, era preciso
cultivarlo en mayor grado que los idiomas
extrangeros. Gutiérrez satisfizo esta nece-
sidad de toda buena educación literaria pa-
ra Sud América. Hizo de la literatura
española un estudio especial. Hijo de padre
español, hombre instruido y bien educado,
se puede decir que de sus labios recibió su
idioma con sus primeros cariños. Familia-
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— 30 —
rizado mas tarde con sus clásicos, llegó á
escribir como un español al decir de Martínez
de la Rosa, Donoso Cortés, Ochoa y otros
maestros del idioma castellano que lo leyeron
en París y lo apreciaron en los términos mas
lisonjeros, en reuniones literarias á que asis-
tía nuestro compatriota el señor D. Manuel
F. de Guerrico. — La Academia Española no
hizo jamás una elección mas digna para ser
uno de sus miembros correspondientes de
ella, en Sud América, que la que ofreció á
Gutiérrez, y que éste declinó, por razones
ajenas de este escrito, que no excluian en
Gutiérrez ni el respeto á la Academia ni mu-
cho menos al idioma castellano tal como
la Academia lo representa (?) pero en reali-
dad él era de hecho un académico. En eso,
como en política, dos impulsos gobernaron
su conducta, — la conciencia y el desinterés.
§
Entre las amistades que influyeron en la
educación de Gutiérrez, conviene no olvidar
la de la señora de Thompson de Mendeville,
la Sevignó del Rio de la Plata. Fué su
madre intelectual en mas de un respecto.
Mas adelante volveremos sobre este porme-
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— 31 —
ñor de trascendencia en la educación social
y de mundo de Gutiérrez.
Pero ningún amigo influyó mas en la edu-
cación europeista que su propio padre, na-
cido en España, no en Buenos Aires, pero
cuyo origen europeo no le impidió tener par-
te en las victorias en que Buenos Aires ar-
rebató á los ingleses las banderas con que
la pátria de Mayo se atavía hoy mismo en
sus grandes dias.
Peleó como simple miliciano, no como mi-
litar de profesión, es decir, que vive de sus
sueldos, lo que no le quitó ascender á Te-
niente Coronel, eso sí, con despachos que
recibió de los Vireyes Sobremonte y Liniers,
defensores victoriosos de la Pátria, en 1806 y
1807, contra Beresfort y Witelock.
El lugar en que se nace importa poco. La
prueba es que el hijo de Don José Matias
Gutiérrez, que se llamó Juan Maria Gutiér-
rez, nació en Buenos Aires, pero su naci-
miento porteño no lo hizo valer mas que
otros nacidos en Patagones y en San Juan,
á los ojos de Buenos Aires, se entiende.
Pero como el hombre nace del hombre y
no de la tierra, otra cosa es la cuestión de
saber de quién se nace.
Los que nos dan la vida, nos dan de or-
dinario la educación y el carácter, que nos
quedan, con la figura, hasta la sepultura .
Juan Maria Gutiérrez, empezó á recibir la
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— 32 —
buena educación que lo distinguió, desde que
nació, porque nació de gentes educadas.
Era su padre un comerciante, no un em-
pleado público, lo que vale decir que vivia
de la industria, no de sueldos del Estado. Es-
to es decir que vivia libre de toda depen-
dencia y que sus hijos no tenian que ver
ni sombra de la intriga que da pan.
Aprendió á leer en una escuela privada,
de unos pocos niños distinguidos, no en ran-
go, sinó en decencia y honestidad. Su padre
era su ayo, como el de John Stuart Mili; era
su conductor para ir á la escuela y volver á
la casa, sin distraerse en la calle en com-'
pañias que deshacen en una hora lo que un
niño gana en todo un mes. No gastaba la
noche en pasatiempos de niños, sino emplean-
do la libertad que le dejaban de asistir y
quedar en la amable y fácil sociedad de
amigos distinguidos, que su padre reunia de
costumbre en su propia casa, en que se ha-
cian lecturas y tenian conversaciones gene-
rales de pasatiempo sobre las ocurrencias
de la vida diaria de Buenos Aires.
Poseedor de una bella biblioteca, su padre
que amaba la lectura, no tardó en dotar á
su hijo Juan Maria, de las dos cosas, — de
la biblioteca y del gusto de cultivarla. Es
preciso ver sobre este punto el libro intere-
sante del señor Zinny, sobre la vida de D.
Juan Maria Gutiérrez.
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— 33 —
El hecho es que esa fué su primera es-
cuela de buena sociedad y de inundo, don-
de aprendió á tomar los modales y hábitos
de urbanidad, que lo señalaron en la socie-
dad en todas partes como hombre distin-
guido.
Escuchando lecturas correctas ó instructi-
vas, aprendió á no gustar de vulgaridades
ordinarias en materia de libros y de prensa.
Gutiérrez fué puesto en la Universidad de
San Carlos, en Buenos Aires, en la edad en
que debió hacer sus estudios secundarios y
preparatorios de latinidad, filosofía, matemá-
ticas, con la dirección de los profesores Guer-
ra, Diaz y otros no menos notables. De-
dicado á la carrera de ingeniero civil, — la
carrera del dia en aquellos países sin cami-
nos, sin muelles, sin puentes, sin canales, —
prosiguió el estudio de las matemáticas, du-
rante cinco años, teniendo por maestros á los
señores Marotti, López Planes, Diaz, Seni-
llosa, etc.
Sin acabar todavia sus estudios de cien-
cias exactas, fué nombrado miembro del
Departamento Topográfico, como primer inge-
niero. Esa prueba de su asiduidad, fué con-
firmada por los servicios que hizo á la cien-
cia y al pais en ese ramo técnico de su
administración, al lado de sabios como Are-
nales, Outes, Salas, etc.
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— 34 —
§
Abandonado á sí mismo por la muerte
precóz de su padre, Gutiérrez debió el giro
y cultura ulterior de su espíritu y carácter
á la sociedad selecta de Buenos Aires, en que
vivió la vida reservada y modesta del hom-
bre de provecho.
Después de la familia y de los amigos,
pertenece la acción mas decisiva en la forma-
ción de lo que somos y valemos en el mun-
do, á la sociedad ó el medio en que se desar-
rolla nuestra existencia viril y adulta.
Mejorar la sociedad americana en los
elementos que la forman, introduciendo en
ella los mejores elementos de la sociedad
europea, como los Puritanos ingleses intro-
dujeron en la Nueva Inglaterra la sociedad
que educó á los Estados-Unidos, es el cami-
no de educar del modo mas natural á la
América del Sud en la civilización europea,
que viene encarnada en los elementos socia-
les inmigrados de ese modo en el suelo de la
América del Sud. Así, la inmigración euro-
pea es cuestión social y de educación, no sim-
plemente medio de poblamiento del suelo
desierto.
Y como esa inmigración edificante y edu-
cacionista, por decirlo asi, pasa de Europa á
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— 35 —
Sud América en fuerza de leyes naturales de
carácter económico, que gobiernan el fenó-
meno de las corrientes, distribución y nive-
lamiento de las poblaciones humanas en la
superficie de la tierra; se sigue de ello que
todo lo que está en nuestro mano hacer en
ese sentido, es no contrariar el libre funciona-
miento de esas leyes naturales económicas, y
dejar que la misma naturaleza haga en el
sentido de nuestra educación social y mejo-
ramiento lo que no está en poder de los go-
biernos hacer, aunque esté en su poder des-
hacer ó perturbar ó extraviar.
El hecho es que á la acción de esas leyes,
debió siempre la superioridad relativa en
civilización europea la sociedad de Buenos
Aires, que fué la que educó á Gutiérrez,
nacido y colocado en medio de ella en las
mejores condiciones.
La Europa ha educado á la República
Argentina por intermedio de Buenos Aires,
la parte de su territorio mas cercana y ac-
cesible de su suelo para el intercurso con la
Europa.
§
Pero no basta ser nacido en medio de la
sociedad de Buenos Aires para tener los ins-
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w
— 36 —
tintos de cultura europea que distinguen á
Gutiérrez por causa de la sociedad de su
nacimiento y educación.
Es evidente que en Buenos Aires hay una
corriente de cosas en el sentido de la cultura
europea que basta por si sola para mejorar
la condición de las gentes con el poder de
la educación mas cuidada; pero esa corrien-
te no es sola. En frente de ella, otra cor-
riente opuesta obra en sentido del atraso.
Buenos Aires recibe la acción encontrada
de esas dos fuerzas, en virtud de su situa-
ción geográfica, que la hace ser á la vez
puerto, mercado, aduana, tesorería y capital de
hecho de toda la República. De un lado,
está en contacto directo con la Europa, que
le lleva sus manufacturas, sus gentes, sus
ideas, sus costumbres y usos; del otro, esta
en roce estrecho con la Pampa ó las cam-
pañas rurales, que le llevan, con sus gentes
y usos, sus materias brutas, cueros, lanas,
sebos, vacas, caballos, con cuyos productos
compra y paga el pais lo que le vende Europa.
La plaza ó mercado de ese intercambio, es la
ciudad misma de Buenos Aires.
Esas dos corrientes opuestas, que allí se
cruzan y confunden, educan á la sociedad
en dos sentidos opuestos y contrarios —el uno
de europeismo civilizado, el otro de ameri-
canismo rústico. El modo de ser de Buenos
Aires es el resultado de esas dos fuerzas
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— 37 —
que le imprimen su sello respectivo, de donde
viene que Buenos Aires es á la vez la mas
culta ciudad de la Nación, en un sentido, y
la mas rural en otro.
Ni podría ser de otro modo, mientras Bue-
nos Aires sea un pais rural que vive de la
riqueza bruta de sus campañas, y mientras
sea el puerto á que acude esa riqueza bruta
en demanda de la que introduce la Europa
industrial y fabricante para alimentar y ha-
cer su vida civilizada y europea.
Así, su cultura misma, es la razón de ser
y causa inevitable de la rusticidad, que co-
existe con ella.
El resultado de esas dos fuerzas ó corrien-
tes, no se produce en cada persona, sinó en
cada clase de la sociedad; no es cada hom-
bre, culto ó rústico á la vez, por resultado de
ellas, sinó que los dos tipos de hombres coexis-
ten en la misma sociedad, según la esfera en
que cada uno vive y forma el medio que lo
educa.
Gutiérrez vivia en la Europa en su pro-
pio pais, por el hecho de vivir en la socie-
dad europea de Buenos Aires, que forma
como una región aparte. No era extraño á
las campañas, que conocía y frecuentaba
como geógrafo y como agrimensor, es decir,
por el lado de la ciencia y del estudio; pero
por su estado, oficio y profesión, era el antí-
poda de un gaucho, es decir, de un rústico.
3
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— 38 —
§
No es que yo menosprecie al gaucho. Se-
ria desdeñar á la mitad de mi pais, al pue-
blo de sus campañas, que en muchos res-
pectos es mejor y mas útil que el de sus
ciudades, en el Plata como en todas partes.
Adam Smith ha señalado las causas que
hacen del campesino un hombre escepcional
por su sagacidad, prudencia y juicio. Las
campañas ejercen en sus habitantes la in-
fluencia sana y vigorizante, en lo moral como
en lo físico, que el mar en los marinos. Así,
lejos de ser un elogio el que hago á Gutié-
rrez de su distancia con el gaucho, es tal
vez la crítica de un vacio en que han in-
currido muchas de nuestras notabilidades,
con desventaja del pais, siempre que la di-
rección de sus destinos ha caido en sus ma-
nos. La credulidad fácil y generosa, la
completa ingenuidad,— que es polo opuesto
de la suspicacia que dá al gaucho la vida
de las campañas llenas de inseguridad, de
riesgos y asechanzas,- ha sido el defecto de
los Belgrano, de los Rivadavia y de mu-
chos hombres públicos educados en la socie-
dad de Buenos Aires.
Gutiérrez, uno de ellos, recibió del medio
en que su figura política y literaria se for-
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— 89 —
mó, el sello de su carácter distintivo, para
el conocimiento perfecto del cual es preciso
darse cuenta de ese medio. Como hombre
de letras y como hombre político, el fondo
de su carácter, la base de su conducta, la
regla de sus actos, la índole 3' fisonomía de
sus obras, fueron la probidad, la veracidad,
la rectitud de un hombre bien educado de
la sociedad europea. No mintió talentos que
no tuviera; no se apropió trabajos que no
fuesen suyos; no intrigó, no calumnió, no
falsificó sus acciones y sus palabras para
asegurarles buen éxito, ni en literatura ni
en política.
Esas cualidades no fueron necesarias á
sus rivales, formados en el medio opuesto,
es decir, en el elemento gaucho, para sobre-
salir mas que él, en literatura y en política,
nada mas que por sus habilidades y artifi-
cios de saroir faire. como dicen los franceses,
por su destreza de faiseurs.
Es el mal de la sociedad de ese pais, que
como las corrientes que forman y gobiernan
sus elementos no se confunden ni asimilan,
sino que se mezclan sin confundirse como el
aceite y agua: sus hombres públicos, su ca-
rácter, pecan, los unos por tener mas del
europeo que del gaucho, y los otros por tener
las cualidades del gaucho, sin ten* r las del
europeo: así en política como en literatura.
Los frutos de estas dos corrientes encon-
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— 40 —
tradas y antagonistas son naturalmente an-
tagonistas, y su antagonismo ha figurado y
sido paite del de las facciones que han divi-
dido al pais. El hombre y la sociedad eu-
ropeista han vivido en oposición con el
hombre y la sociedad rural y campestre 5 de
origen. Han sido como dos mundos dife-
rentes y encontrados, en literatura como en
política: ha habido mía literatura gaucha y
una literatura europea por su índole y ori-
gen. Esta última ha mirado las cosas del
pais desde un punto de vista europeo y ge-
neral: há sido consiguientemente nacionalis-
ta. La otra ha mirado las cosas desde el
punto de vista de su localidad nativa y de
origen, y ha sido, por lo tanto, provincial y
localista. De ahí es que Bivadavia, Alvear T
Florencio Várela, Gutiérrez, Valentín Gó-
mez, Agüero, Belgrano, Valentín Alsina,
fueron nacionalistas, en el sentido de cen-
tralistas ó unitarios, en las divisiones polí-
ticas del pais, como europeistas por su cul-
tura; al paso que los grandes propietarios y
productores rurales, fueron particularistas,
separatistas, localistas, provinciales, federa-
les en el sentido de feudales, por su cultura
de origen y carácter rural y campesino ó
americano puro y rústico.
Por rústico, no entiendo bárbaro, sinó
rural. La rusticidad no es la barbarie. Son
rústicos* los campesinos de las* naciones mas
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— 41 —
civilizadas de la Europa, pero no bárbaros.
Decir que las campañas Argentinas, pobla-
das de gentes originarias de Europa , hablando
un idioma europeo, y profesando la religión
cristiana que la Europa culta profesa, re-
presentan la barbnrie, es una torpe exagera-
ción de un escuelero.
Las campañas Argentinas representan un
elemento tan civilizado apesar de su rusti-
cidad, como puede ser el campesino mas
culto representado por las ciudades, si pue-
de haber una ciudad Sud-americana cuya
mitad no sea rústica ó rural por la región
de que recibe los elementos que la forman.
Me refiero al londo de las cosas y de los
intereses. La industria rural y agrícola vale
bien la industria fabril. Las dos se suponen
y completan en la obra de la producción de
la riqueza, que sirve de sustento y alimento
á la civilización de las naciones y que se
confunde con ella misma. La producción de
una vaca, ó de un caballo, ó áe un carnero,
es tan peculiar y propia de la civilización
mas perfecta y adelantada, como la de un
reloj, de una máquina de valor ó del tejido
mas elegante fabricado con esa misma lana
rústica, producida por la campaña Argentina.
Así, los antagonismos que han dividido á
la sociedad Argentina en sus elementos eu-
ropeistas y americanistas, son meramente
accidentales; de forma, de gusto, de índole y
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— 42 —
grado de cultura, pero no de fondo, pues
por este lado vistos, todos son partes elemen-
tales y esenciales de la civilización del Plata.
Gutiérrez no queria mal al elemento gau-
cho y campesino, ni á sus letrados, ni ásus
políticos, por esta buena razón, que él no
provenia de ese elemento: al revés de otros
que no tienen mas razón para serles hosti-
les, que tenerles por origen y punto de pro-
cedencia.
Esta atracción mútua de los elementos ri-
vales, es un buen síntoma, que revela en
cada uno la existencia de un principio que
lo hace de utilidad para el otro. Formar y
educar la moral de esa rivalidad; civilizar
sus luchas en sus medios y procederes, acer-
carlos uno de otro, ponerlos al habla en ac-
titud pacífica y respetuosa, es el medio de
que se expliquen, se atiendan, se compren-
dan y acaben por conciliar sus conveniencias
respectivas en el interés común de ambos,
y del progreso del pais.
Felizmente este camino de solución natu-
ral será puesto en ejercicio, no por la deter-
minación de tal ó cual partido, de tal ó cual
hombre público, sino por la acción de las le-
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— 43 —
yes y fuerzas naturales, que presiden á la
evolución ó desarrollo del pueblo argentino.
Gutiérrez, por su carácter y modo de ser,
en literatura y en política, por su educación
y temperamento, por sus ideas y tendencias,
respondía admirablemente á esa necesidad
y dirección del progreso del país. En él, la
conciliación no era un cálculo de ambición,
un recurso de estrategia, un artificio de guer-
ra civil; era un instinto, un impulso natu-
ral de su espíritu tolerante y culto, de su
carácter aveniente, de su respeto honrado á
las ideas, á los intereses, á las libertades que
no eran las suyas propias. Era p! resulta-
do de esa buena educación moral y social,
sin la cual no hay hombre libre ni verda-
dero liberal.
Multiplicar en el país los hombres como
Gutiérrez, sería el mejor modo de constituir
su libertad en esa forma única, que la ha-
rá durable, á saber: en sus hombres, en los
usos 3' costumbres de sus hombres. Escri-
bir, cantar, proclamar la libertad, es mero
recurso estratégico de tiranos aspirantes al
poder vitalicio, que ganan y conservan por
el engaño hipócrita.
Si se hubiese ofrecido á Gutiérrez hacerle
inviolable su libertad, á condición de ser
él, en todo el país, el único hombre Ubre,
hubiera preferido ser esclavo con tal de ser
igual á todos sus compatriotas. No hay ver-
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— 44 —
dadera libertad donde no son libres todoa
por igual. La libertad de uno solo es la ti-
ranía; y no es la dictadura mas que el mo-
nopolio de la libertad en manos del Dicta-
dor, el cual, naturalmente, se cree libre por-
que lo es, y si ama en realidad la libertad
no es sinó en el sentido de su amor frené-
tico á su poder exclusivo y absoluto. Quién
no ha visto el retrato de Quiroga y sus pro-
clamas de libertad, y las cópias vivas de
su modo de ser en materia de gobierno li-
bre, pero platónico y escrito solamente?
§
Gutiérrez sirvió á la libertad, mas que á
las musas de su país, y es lo que pocos ven,
por la luz en que le cupo vivir y morir en
su país mismo.
Gutiérrez fué el hombre de la indepen-
dencia, como San Martin; su colaborador
ilustre en la gran conquista.
Se ha pretendido no ver otra relación de
analogía entre San Martin y Gutiérrez que
la siguiente: el uno defendió la patria con
su espada, el otro la cantó con su lira.
Gutiérrez hizo rr jas que cantar la indepen-
dencia de su pátria. El la hizo reconocer
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— 45 —
solemnemente por el poder vencido en Cha-
cabuco y Maipú. El reconocimiento de la
independencia argentina por España es, en
efecto, el primer título de Gutiérrez al ho-
nor de ser el verdadero creador, como Mi-
nistro de Relaciones extrangeras, de la exis-
tencia diplomática regular, correcta y nor-
mal de la República Argentina.
En este terreno fué mas feliz que San Mar-
tin, que Belgrano y que Rivadavia, por las
condiciones con que obtuvo el reconocimien-
to que esos tres grandes hombres intentaron
obtener sin resultado.
Basta compararlos brevemente. (1)
En 1814 mandó el gobierno argentino
una misión á Europa, confiada á Don Ma-
nuel de Sarratea, á Don Bernardino Riva-
davia y al general Belgrano, con el objeto
de negociar la paz con España bajo la base
del reconocimiento de la independencia, por
esa nación, de las provincias argentinas. Las
condiciones que propusieron esos negociado-
res fueron las siguientes:
Un trono debía ser erigido en el Rio de
la Plata, para ser ocupado por el infante D.
Francisco de Paula, hijo de Carlos IV, en ca- .
(1)— El autor re proponía insertar aquí (segúa se vé en una nota)
como documentos justi ¿cativos, a la misión enviada á España sus ins-
trucciones y el tratado.» — Como todo esto ha sido ya publicado en la
«Memoria» en que el Dr Alberdi dio cuenta de los trabajos de su
misión, que figura en el T. VI de las « )bras completas»— nos abste-
nemos de reproducirlo. — (El E)
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— 46 -
lidad de soberano del Reino Unido de la Pía-
ta, Perú y Chile, como debia llamarse por la
nueva constitución monárquica; cuyo proyecto,
redactado por el general Belgrano, debia
someterse á la - aprobación del Rey. Una
asignación igual á la que el infante disfruta-
ba en España debia serle acordada por el
Reino Unido de la Plata, en caso de que su
candidatura comprometiese el goce de la que
al presente tenía; y á la Reina María Luisa
de Borbon, si muriese Don Carlos, debia
serle asignada una viudedad vitalicia, de
igual valor, por las Provincias Argentinas. —
Al Príncipe de la Paz, le sería dada, en re-
conocimiento de sus servicios á las Provin-
cias Argentinas, en esa negociación, una
pensión anual de un Infante de Castilla (cien
mil duro 5 * anuales), durante su vida, con el
juro de heredad para él y sus sucesores. —
Firmadas en Lóndres el 16 de Mayo de 181 5 >
por los señores negociadores argentinos, esas
proposiciones fueron remitidas á Roma, don-
de estaba residiendo Carlos IV, y desecha-
das por él, enfáticamente.
Reemplazado por otro gobierno el que man-
dó esa misión á Europa, apenas dejó esta el
Rio de la Plata, otra misión íué confiada al
señor Don Manuel José García, con el ob-
jeto de obtener la independencia de las pro-
vincias argentinas respecto de España, pero
poniéndolas en manos de Inglaterra, para ser
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— 47 —
gobernadas por esa nación. Guando el ne-
gociador argentino habló de ello á Lord
Strangford, ministro británico en la Corte
portuguesa de Rio de Janeiro, ya Inglaterra
se habia puesto de acuerdo con España en
la guerra de América, y la nueva tentativa
de independencia quedó sin efecto.
Eran estos extraños expedientes, los Tíni-
cos que dejaban al gobierno argentino la si-
tuación complicada y difícil en que los triun-
fos (?) y proyectos de restauración españoles
tenian colocada á la naciente República Ar-
gentina?
Seis años mas tarde, después de las victo-
rias de Chacabuco y Maipú, las tentativas he-
chas para negociar el reconocimiento de la
independencia argentina no fueron mas sen-
satas ni mas felices. El mismo general San
Martin formuló en Lima, por los años de 1821,
las siguientes proposiciones bajo las cuales
invitó al Virey Laserna, general del ejército
español en el Perú, á reconocer la indepen-
dencia de ese país, de Chile y del Rio de
la Plata: — El mismo Virey Laserna debia
ser admitido como Presidente de una Re-
gencia; mandaría los ejércitos realistas y pa-
trotas reunidos en un cuerpo; quedaría sin
efecto la entrega pretendida del Callao; el
general San Martin marcharía como nego-
ciador á Madrid; las cuatro Intendencias del
Vireinato de Buenos Aires quedarían agrega-
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-48 —
das d la Monarquía del Perú; el grande objeto
de estas proposiciones (según en ellas se lee)
sería el establecimiento de una monarquía
constitucional en el Perú; el monarca sería
elejido por las Cortes generales de España, y
la Constitución, regla de su gobierno, la que
formasen los pueblos del Perú ; se darían pa-
sos para la unión del Perú con Chile, á fin
de que integrase la monarquía, y se harían
iguales esfuerzos respecto de las Provincias
del Rio de la Plata. — Estas proposiciones
fueron rechazadas por las autoridades espa-
ñolas. (1)
En 1823 se repetía en Buenos Aires otra
tentativa de negociación para obtener el re-
conocimiento de la independencia argentina
por España. Esta tentativa, no mas juicio-
sa que las otras, tenía lugar siendo Rivada-
via Ministro de relaciones exteriores de la
Provincia de Buenos Aires y obrando por
toda la Nación, sin mandato expreso de la
Nación: circunstancia de no olvidar cuando
so recuerda que el tratado que obtuvo el mi-
nisterio de Gutiérrez fué objetado de ser he-
cho por la Nación sin la Provincia de Bue-
nos Aires.
El gobierno de ese tiempo firmó un tra-
(1) Son de verse la histeria y los documentos de esta negociacirn
en la Historia de la revolución de la República de Colombia en la
América Meridional, por José Manuel Restrepo, T. III, Cap. 111 y nota
7 páj 604. (Nota del Autjr.)
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— 49 —
tado con España estipulando un armisticio
preparatorio del reconocimiento de la independen-
cia, según Rivadavia, negociador argentino;
preparatorio de la restauración colonial ó
de otra suerte, según los negociadores espa-
ñoles, si hemos de estar á lo que dice Mar-
tínez de la Rosa, eu su Bosquejo Histórico de
la Política de España (capítulo XI). — El hecho
es que los comisionados españoles que fue-
ron á Buenos Aires y firmaron el armisticio,
habian recibido encargo de no tocar el punto
capital de la independencia, y limitarse á oir
proposiciones de los gobiernos de América.
Después de firmada esa nueva suspensión
de armas, como la llama Martínez de la Ro-
sa, y como para asegurar el esperado reco-
nocimiento, por el gobierno constitucional
de España, el gobierno de Buenos Aires se
comprometió á dar á la madre patria vein-
te millones de pesos fuertes, que debían colec-
tarse de todas las Repúblicas que España
reconociese independientes. Esa suma era
igual á la que habian votado las Cámaras
francesas para reponer al gobierno absoluto
en Madrid; lo decia la misma ley de Buenos
Aires. No bien repuesto el gobierno de
Fernando VII, lo primero que hizo fué des-
conocer ese tratado preparatorio.
Era peligroso dejar las cosas en ese esta-
do, vista la situación alarmante que presen-
taban en ese momento, en que el Presidente
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— 50 —
Monróe tuvo que hacer, á fines de 1823, su
famosa declaración. Como esto no bastaba,
el gobierno argentino acudió á otro expedi-
ente. En lugar del reconocimiento de la in-
dependencia argentina, que no pudo obtener
de España, lo suplió por el que nos hizo In-
glaterra en el hecho de firmar su tratado per-
pétuo de comercio y de navegación. No
equivalía al reconocimiento de España, como
no hay reconocimiento de un hijo que supla
al del padre; ni de una propiedad reconocida
por terceros, que supla á la del que fué pro-
pietario de la cosa en cuestión, Pero lo su-
plía, con ventajas inmensas, que no dejó de
sacar nuestro país, bajo el gobierno de que
fué Ministro de Relaciones Extrangeras el
doctor Gutiérrez.
Una de esas ventajas fué que el tratado
con Inglaterra sirvió de palanca para obte-
ner el de reconocimiento definitivo por Es-
paña, contra la fuerza de inercia que esa
nación oponia todavia en 18G0, ayudada, es
verdad, de resistencias que emanaban de nos-
otros mismos.
El gobierno español habia hecho saber,
desde el tiempo de sus Cortes Constitucio-
nales, á las potencias extrangeras, que se
consideraría como una violación de los tratados
el reconocimiento de la independencia de alguno
de los territorios de la América entonces es-
pañola, mientras se hallasen pendientes las
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— 51 —
negociaciones entre los gobiernos estableci-
dos de hecho y el de la Antigua Metrópoli.
En virtud de esa declaración, los gobier-
nos de Inglaterra y de Francia, que la ha-
bían desatendido celebrando sus tratados en
que indirectamente quedaban reconocidos los
Estados antes españoles; estaban en cierto
descubierto para con España que, en su
propio interés de paises poseedores de colo-
nias, necesitaban regularizar.
De esta circunstancia sacó partido el mi-
nisterio de Gutiérrez para obtener que In-
glaterra y Francia invitasen al gobierno de
Madrid á tomar en el Plata su misma acti-
tud, en protección de intereses comerciales
y de seguridad que eran comunes á todos los
Estados europeos en América.
Esa invitación ó presión ejercida por los
embajadores inglés y francés en Madrid,
bajo los ministerios de lord Clarendon y del
Conde de Walewski, fué la real fuerza que
determinó á España á firmar su reconocimien-
to de la independencia Argentina, contra
resistencias personales y apasionadas que, de
otro modo, hubieran frustrado ó retardado
por años la negociación.
Prevalecía en los políticos del Plata, la
idea de que bastaban las victorias de San
Martin y Belgrano, para establecer el dere-
cho soberano del país á existir como Nación
libre. No se daban cuenta de la diferencia
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— 52 —
que separa un Estado que es libre de hecho r
de otro que lo es de derecho tradicional. —
Sin embargo, esos mismos guerreros célebres
se habían dado cuenta del poder de un re-
conocimiento de derecho, cuando lo busca-
ron, aunque sin éxito.
Gutiérrez tuvo el mérito de recordar esta
necesidad, de regularizar la existencia del
pais, y la sirvió con un talento y un éxito
que harán su eterno honor.
Es verdad que Gutiérrez no vió el fin del
tratado antes del fin de su ministerio, no lo
firmó, no lleva su nombre, pero, ¿quién con-
cibió y decretó el envió de la misión encar-
gada de negociarlo? — Quien nombró el
negociador? — Quién le dió sus instrucciones,
y medio de llevar á cabo el negociado, sinó
el Doctor Gutiérrez? — A quién sinó á él toca
el honor que no pudieron alcanzar ni Bi-
vadavia, ni Belgrano, ni San Martin, ni
Garcia?
En efecto, sin desconocer los esfuerzos
meritorios de sus predecesores en la conquis-
ta diplomática del reconocimiento de la in-
dependencia Argentina por España, ¿cómo
igualar en importancia y brillo las tentati-
vas en que se daba por precio de la indepen-
dencia reconocida por España, el principio
republicano, cuatro Intendencias argentinas
á la Monarquía del Perú; todas las Provin-
cias juntas á la Monarquía inglesa; veinte
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— 53 —
millones de duros á España; pensiones de
Príncipes y la aceptación de un trono? Có-
mo comparar esas condiciones de reconoci-
miento con las del tratado firmado en 1859
por la misión que envió el ministro Gutié-
rrez, en que dicho reconocimiento fué con-
seguido en cierto modo gratis,- es decir, sin
sacrificio de ningún género? —Ese tratado
que puso fin glorioso y honorable á la gue-
rra de la independencia, fué firmado en
Madrid, el 9 de Julio de 1859, ratificado por
ambas naciones, cangeadas las ratificaciones
en Madrid el dia 27 de Junio de 1860,
promulgado como ley internacional de la
Monarquía Española, ó inserto en la Gaceta
de Madrid, en su parte oficial, el sábado 30
de Junio de 1860.
Ese tratado, sin embargo, recibió dosj ob-
jeciones de una provincia argentina: — Pri-
mera: que siendo internacional, fué hecho por
la Nación, sin participación de la Provincia
que lo desechaba; la misma provincia que
en un tiempo intentó negociar ese mismo
reconocimiento sin ingerencia de la Nación
misma que debía ser la reconocida: — Segun-
da: que el tratado promovido por Gutiérrez
consagró un principio de derecho internacio-
nal privado, proclamado en 1789 por la Re-
volución francesa, según el cual el hombre
nace compatriota de su padre, donde quie-
ra que nazca, en lugar del principio feudal
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— 54 —
de las Leyes de las siete Partidas, según eü
cual el hombre es hijo de la tierra, no del
hombre.
Dónde está, — cuál es su texto, — quién co-
noce ese tratado? — (1) Es muy fácil dar con
él, pues está vigente. Es el que lleva los
nombres del Presidente Mitre y del Ministro
Balcarce. Fuera de estos nombres, el tratado
entero pertenece íntegramente á la Legación
que despachó el Ministerio del Dr. Gutiérrez,
á quien acaban de enterrar como un mero
Rector Jubilado de la Universidad de Buenos
Aires, los que se dicen hombres de Estado,
porque han dado sus nombres á un tratado
internacional, equivalente en gloria á todos
les que ha celebrado la República Argenti-
na, desde el primer dia de su existencia,
como Nación independiente, y cuya gloria
entera pertenece á su noble inspirador el Dr.
Gutiérrez.
Ese es grande pero no el único servicio
qu« la política exterior de la República Ar-
gentina debe á su verdadero creador el Dr.
Gutiérrez.
Mucho se ha hablado del canto á Mayo, de
Gutiérrez; él hizo mas que un canto á Mayo
Hizo en parte la Constitución de Mayo, en
que están consagrados los principios de la re-
(1) Insertarlo entre los documento* justificativos (N. del A.) —
Puede verse en las Obras completas de J B Alberdi, T. VI páj. 105.
(El E.)
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— 55 —
volucion de Mayo. Hizo reconocer por España
la justicia y la kjitirnidad de esa grande revolu-
ción de Mayo. Podía, pues, llamarse él mis-
mo con justicia el hombre de Mayo, ó el hijo
de Mayo, como lo tuvo alguna vez, aludien-
do al dia 6 de ase mes en que fué nacido.
A su influencia se debió en gran parte
que el elemento europeista predominase en
la Constitución de Mayo de 1853. Desde
luego como colaborador de esa gran ley,
que lleva su nombre entre sus signatarios.
En seguida como Ministro fiel al modelo de
la Constitución, que, por su artículo 27,
obligó al gobierno á afianzar por tratados
internacionales los principios, libertades y
garantías de derecho internacional privado,
que forman su derecho común y público.
Nunca la República hizo tantos tratados
como firmó el gobierno de que el Doctor
Gutiérrez fué Ministro de Relaciones Ex-
trangeras. De ese número fueron los cele-
brados con los Estados-Unidos, con Chile,
con Prusia, con Italia, con Portugal, con
Bélgica, que dejó de ratificarse porque él
dejó de ser Ministro. Con su separación,
volvió poco á poco la antigua regla tradi-
cional de no celebrar tratados con las Na-
ciones extrangeras. Durante treinta años,
en efecto, desde el tratado con Inglaterra,
no hizo mas tratado de navegación y de
comercio el país que se puebla, se alimento,
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— 56 —
se educa, se civiliza, se enriquece por él co-
mercio. Pero ese viejo error era ya incon-
ciliable con el artículo 27 de la moderna
constitución nacional, según la cual está el
gobierno obligado á celebrar tratados con
todas las Naciones, para que sirvan de ga-
rantía adicional á los principios de libertad
que la Constitución asegura á todos los ha-
bitantes.
El único medio de derogación eficáz del
antiguo régimen colonial, que aislaba á ia
América interior de todo trato directo con
el mundo, es la celebración de tratados in-
ternacionales confii matónos y garantes de
los principios del régimen moderno y libre.
Es poner la civilización del pais y sus con-
quistas debidas á la revolución de América
bajo los auspicios del mundo entero, sin men-
gua ni perjuicio de su perfecta soberanía.
La Europa debe mucho á los trabajos y
al influjo del Dr. Gutiérrez en la reforma
del derecho relativo á los extrangeros con
que se puebla la América del Sud.
Lo que la Francia buscó por años ente-
ros en sus luchas costosas con la Dictadura
de Rosas, que fué poner las personas y bienes
de sus nacionales, en el Rio de la Plata,, en el
goce de los derechos y garantías concedidas
á Inglaterra, la Nación mas favorecida, fué
extendido, en el tiempo de Gutiérrez y por
su influjo en mucha parte, á los extrangeros
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— 57 —
de todas las naciones, sin excepción y sin
Taprocidad, en el interés bien entendido del
pais propio, como de los países extrangeros
que nos convenia llamar.
§
Catorce discursos se han pronunciado so-
bre Ja tumba de Gutiérrez en Buenos Aires,
antes de entregarlo á la tierra enriquecida
y beneficiada por sus luces y virtudes; y en
todos ellos no hay una palabra en que se
aluda á sus servicios de hombre de Estado,
que acabo de pasar en revista.
Todos los discursos han callado el carác-
ter y los servicios políticos de Gutiérrez. —
Mitre, Sarmiento, viejos amigos de Gutiér-
rez, no han hablado.
El órgano del gobierno y de Mitre, rom-
pió su discurso en seguida de leerlo — es de-
cir, se desdijo —y echó los pedazos en la tum-
ba, es decir, enterró sus elogios oficiales. (1)
(1)— En «1 estudio de Zinny «Juan María Gutiérrez», viene un
Apéndice encabezado con la siguiente nota:
Discursos pronunciados el 27 de Febrero de 1878, sobre la tum-
ba del Dr. Juan María Gutiérrez.
«No figura el primero, pronunciado por el Doctor don José María
Gutiérrez, Ministro de "Justicia, Culto é Instrucción Pública, por haber
rato su autor el papel en que estaba escrito, desparramándolo sobre el
féretro del- ilustre finado, sin haber dejado copia».,..,..
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— 58 —
Cómo se explica este silencio?
Dejar de explicarlo en este lugar, sería
dejar incompleta la historia de un hombre
generoso que ha buscado por único galardón
de los afanes de su vida pública, la gratitud
de la posteridad. Seria además dejar igno-
rar al pais y á la juventud hechos históri-
cos, cuya noticia importa al progreso mismo
de la Pátria.
Los trabajos y servicios de Gutiérrez co-
mo hombre de Estado, forman parte de los
trabajos y servicios de un gobierno cuyo re-
cuerdo no es simpático al medio en que nues-
tro hombre vió la luz y dejó de existir. Ese
gobierno, sin embargo, no puede ser olvida-
do por el país sin dañarse á sí mismo en
los mas caros intereses, pues ha sido cabal-
mente el mas grande y benemérito que ha
tenido la República Argentina desde que
existe como Estado Soberano.
Estudiar el gobierno del general Urquiza
en sus orígenes y precedentes, en sus tra-
bajos, en las instituciones que ha dejado,
y en los efectos de esas instituciones; seña-
larlas al respeto de la Nación, á los re-
cuerdos de la historia, y darles el valor y
rango que les toca en la obra del progreso
Argentino, es señalar y demostrar las causas
de esa prosperidad sin ejemplo que el mun-
do ha visto producirse en el Rio de la
Plata, en los años posteriores á la caida de
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— 59 —
la Dictadura de Rosas, hasta la aparición
de la crisis nacida de los trabajos reaccio-
narios emprendidos contra ese gobierno
célebre, en nombre de la civilización y de
la libertad, que él representó y sirvió como
no lo hizo .gobierno alguno del Rio de la
Plata.
Se vé que este estudio es de la mas viva
y completa actualidad, la cual es para el
trabajo de este escrito, un inconveniente á
la vez que una ventaja; al paso que para
el pais, el estudio de Gutiérrez, en su signi-
ficación de hombre de Estado, es todo y el
capital estudio de la República Argentina
en sus grandes necesidades sociales y en sus
grandes medios de llenados.
Tendrá esto el aire de una paradoja in-
concebible para los que hacen á Gutiérrez un
reproche de haber sido Ministro de un cau-
dillo y de un gobierno de caudillaje; pero en
verdad, ese reproche se convierte en su pri-
mer titulo de honor, cuando se estudia con
calma el valor y sentido de ese Caudillo,
en la obra de la regeneración nacional ar-
gentina.
Renovar este estudio, apropósito de su
mas eminente Ministro de Estado, es reins-
talar la cuestión Argentina en el pié que
tuvo al dia siguiente de la victoria de Ca-
seros, contra el sistema colonial, restaurado
económicamente por Rosas, en daño de la
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— 60 —
prosperidad y bienestar de la Nación Ar-
gentina toda entera.
Atacando á los caudillos, mas de una
vez ha sido atacada la civilización por los
que pretendían servirla, sin que la buena
intención faltase á los unos y á los otros.
Para que las palabras no sirvan de más-
caras, que puedan engañar al pais hacién-
dole tomar por malo lo que es bueno y
viee-versa, conviene señalar lo bueno y lo
malo que ocultan las palabras empleadas
como máscaras.
§
Basta señalar uno por uno, los hechos
que han sido causa y origen del engrande-
cimiento y prosperidad de la República Ar-
gentina, posteriores á la ca^da de Rosas y
predecesores de la crisis de empobrecimiento
que hoy existe, para probar esta verdad,
que parece un sofisma: toda la prosperidad
de los últimos años pasados, ha sido la
obra de un Caudillo] toda la pobreza que ha
venido después, ha sido obra de los que se
han recomendado á la consideración del
pais como perseguidores obstinados del Cau-
dillo que tuvo por Ministro de Relaciones
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— 61 —
Extrangeras al Doctor D. Juan Maria Gu-
tierres.
Quién si no acabó, en favor de la libertad,
sitio de Montevideo, que duraba ya nueve
años, y que ni Paz, ni Garibaldi pudieron
terminar?
Quién destruyó en tres meses la Dictadu-
ra de Rosas, que duró veinte años?
Quién reunió en cuerpo de Nación á las
Provincias Argentinas, que estuvieron dis-
persas y reñidas entre sí, por mas de veinte
años?
Quién suprimió las aduanas provinciales ó
interiores que mataban el comercio y em-
pobrecian al pais?
Quién convocó y reunió el primer Con-
greso Constituyente que tuvo la República,
después de un feudalismo que duró un cuar-
to de siglo?
Quién abrió los afluentes del Rio de la
Plata y sus belips y numerosos puertos al
comercio directo del mundo entero, después
de su clausura colonial de dos siglos?
Quién promulgó la constitución modelo,
por sus disposiciones económicas y euro-
peistas, que rigen hasta hoy mismo?
Quién firmó la paz gloriosa que puso fin
á la guerra de la independencia argentina?
Quién obtuvo, por ese tratado de paz,
el reconocimiento por España de la inde-
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— 62 —
pendencia de la República Argentina, pro-
clamada de hecho el 9 de Julio de 1816?
Quién multiplicó el tratado de libre co-
mercio celebrado con Inglaterra treinta años
antes, por tantos otros tratados iguales con
las primeras naciones comerciales del mun-
do civilizado?
Quién dió el primer ejemplo de un gobier-
no nacional Argentino empezado y concluida
según la Constitución?
Quién decretó la construcción del primer
ferro-carril argentino, y lo mandó construir
por empresarios libres, con capital privado ,
siendo él misino accionista?
Quién restableció y regularizó las relacio-
nes interrumpidas desde cuarenta años,,
entre el Estado y el Gefe de la Iglesia Ca-
tólica, dominante en el país?
Un caudillo.
Y ese caudillo que casi aun tiempo, ó al
menos en un corto período de nuestra his-
toria, realizó todos esos cambios sin prece-
dente en los anales Sud-Americanos, es el
que creó por tales mejoras ese inmenso
crédito al país en que tales progresos se
realizaban por primera vez en Sud- América;
y ese crédito súbito y grande, fué el que
determinó en Europa y en todas partes la
afluencia de hombres, de capitales, de em-
presas que invadieron el Rio de la Plata,
cuando llegó el momento de producirse las-
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— 63 —
consecuencias naturales de las nuevas ins-
tituciones.
Puede así decirse también, que quien pro-
dujo ese estado de prosperidad y enriqueci-
miento, que presentó el Rio de la Plata en
los veinte años siguientes á la destrucción
de la Dictadura de Rosas,— fué un caudillo.
Lejos de nosotros la intención de escribir
los anales, ni hacer apología del caudillaje;
queremos tan solo hacer ver que un mal re-
nombre dado por la pasión de partido no es
incompatible con el derecho á ser respetado
como el primer servidor de la civilización de
su pais; así como es posible adjudicarse títulos
mas bellos, por haber reaccionado y resisti-
do esos nobles trabajos, hecho perecer medio
millón de hombres, dentro y fuera del país,
en guerras sin objeto, sin gloria, sin prove-
cho; endeudado al país hasta tener que
absorber una mitad de su renta pública en
solo pagar los intereses; y haber, por fin,
precipitado al pais exhausto y endeudado,
on el empobrecimiento mas ominoso y en
la crisis mas desastrosa, que lo han sido
sus cincuenta años de guerra civil, en que
se ha arrastrado su existencia. El caudillo
que levantó la prosperidad así destruida por
sus antagonistas, fué el general Ur quiza, y
de su gobierno memorable fué Ministro de
Relaciones Extrangeras el Dr. D. Juan Ma-
ría Gutiérrez.
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— 64 —
Para dar á conocer á Gutiérrez, hemos
tenido que recordar á su gefe. Gefe de un
gobierno constitucional, la obra que lleva
el nombre de Urquiza era la obra de sus
Ministros, de sus colaboradores, de sus con-
sejeros, de los que encontraron en su brazo
el instrumento dócil y elevado de sus altas
miras. — La administración de Urquiza sig-
nificaba la administración de Carril, de Gu-
tiérrez, de Gorostiaga, de Fragueiro, de Cam-
pillo, de Pico, de Peña, etc.
Estos nombres dicen que no era un go-
bierno adversario de Buenos Aires, y que
el honor de sus trabajos cede en el del
pueblo mismo de su origen, mejor que lo
sirven los que han restaurado por los su-
yos,, la situación económica y el empobre-
cimiento en que el país vivió bajo la Ad-
ministración de Rosas, hasta su caída en
1852, operada por Urquiza.
Mejoras inevitables y espontáneas se han
producido evidentemente respecto de aquel
tiempo calamitoso, pero sería impolítico ol-
vidar que antes de la caida de Rosas exis-
tía el Paraguay; florecía el Entre Rios, de
donde surgió el poder que libertó á todo el
país de su despotismo; la Nación nada de-
bía y la deuda de Buenos Aires era apenas
un décimo de lo que es hoy.
El gobierno célebre á que perteneció el
Dr. Gutiérrez, como Ministro de Negocios
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— 65 —
Extrangeros, ha dejado un legado precioso
á la Nación, en la marcha v dirección de
su política, la cual forma el derrotero se-
guro, fácil y probado, para sacar al pais
de su empobrecimiento actual. — Siempre que
el pais quiera ver renovarse la prosperidad
que precedió á su presente crisis, no tiene si-
no que recomenzar la marcha y los trabajos
que fueron causas de esa prosperidad: reno-
var, es decir proseguir el programa interrum-
pido de la administrocion inspirada por Gu-
tiérrez y sus eminentes cólegas de 1853.
Gutiérrez, como Thiers, sigue dando á su
país el programa de sus destinos, desde el
fondo de su tumba venerada.
De este modo y en este sentido es como
la vida de Gutiérrez viene á ser mas útil
que la vida de San Martin, mas actual, mas
rica en enseñanza provechosa y aplicable á
las necesidades de la sociedad presente.
No es de esperar que se repita la guerra
de la independencia, sobre todo contra Es-
paña, para la que San Martin podia ser un
Molke argentino, tal vez inferior al Molke
alemán. No es ya creible que tengamos
que cruzar de nuevo los Andes en busca de
los españoles en Chile, ni en el Perú, ni en
Colombia. Pero los enemigos que no he-
mos vencido, que quedan en pié, vencedo-
res, supliendo al León de España, y noso-
tros á sus pies, son el atraso, la ignorancia,
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— 66 —
la rutina colonial, la pobreza, la pereza, la
presunción, la disipación de tiempo y de
fortuna. Para emanciparnos de estos tira-
nos, reyes de la tierra, nos queda que hacer
una campaña, que ha dé durar mas que la
de San Martin, en la cual de nada nos
servirá lá táctica de este benemérito, y pa-
ra la cual Gutiérrez es mejor general que
él, como lo enseña el valor y sentido de
todos sus trabajos de hombre de Estado,
de publicista, de escritor, de poeta, de edu-
cacionista, y de socialista sobre todo.
Qué doctrinas se desprenden del tenor en-
tero de su vida pública?
Que es preciso asegurar la independencia
y la integridad territorial y política del país
argentino, por la constitución del gobierno
nacional tenido en vista por la revolución
de Mayo de 1810, que lo emancipó de Es-
paña. Que el programa práctico de ese gran
designio patriótico está consignado todo en-
tero en la Constitución de I o de Mayo de
1853, que lleva, entre otros, al pié, el nom-
bre ilustre de Gutiérrez. Que la paz interior
y la seguridad del país, serán meras quime-
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— 67 —
ras mientras no exista ese gobierno indis-
pensable á su defensa y conservación. Que
la existencia de ese gobierno nacional argen-
tino, esencial á la vida de la Patria, será
siempre otra gran quimera mientras no esté
su autoridad completada por el ejercicio de
su jurisdicción inmediata, local y exclusiva en
el territorio de la ciudad capital de su re-
sidencia, tal como lo establece la Constitu-
cion de Mayo de 1853, que lleva entre otros,
el nombre de Gutiérrez. Que solo cuando
la Nación Argentina tenga ese gobierno com-
pleto, sério y fuerte, dentro y fuera del
territorio, tendrá el respeto de sus vecinos,
de los extrangeros y partidos interiores.
Que solo entonces tendrá en los actos de la
autoridad así constituida, leyes y tratados
dignos de este nombre, es decir, eficaces,
durables y realmente protectores de las per-
sonas, de las propiedades, de la libertad ó
seguridad de los individuos, como lo quiere,
la Constitución de I o de Mayo de 1853, en
que figura el nombre de Gutiérrez como su
colaborador mas inteligente. Que bajo la
égida de esas garantías se verá renacer el
comercio europeo, llamado por la Constitu-
ción y por sus funciones naturales económi-
cas, á poblar el país, á enriquecerlo, á edu-
carlo, á robustecerlo con el fuerte y sano
alimento de la civilización de la Europa
como quería Gutiérrez, según el texto de
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— 68 —
la Constitución de 1853. Que sin la tole-
rancia religiosa, que solo un gobierno res-
petado puede garantir, no recibirá el país
la inmigración de la Europa del Norte, con
cuyas personas inmigrarán sus costumbres,
sus libertades, el trabajo inteligente, la ri-
queza en el país en que se establecen.
Todo el que ha conocido al Doctor Gu-
tierre^ y tenido ocasión de hablar con él
desde su primera juventud, ha debido oir
de su boca la repetición de esas doctrinas, que
le eran tan familiares y propias como las
facciones de su fisonomía abierta, generosa
y simpática.
§
Así. lo que realizó como hombre de Estado,
una vez puesto en el poder, fué el produc-
to de sus estudios y del anhelo de toda su
vida. No tomó, como otros, del puesto ni
del medio en que se vió colocado por la
corriente de los hechos, sus inspiraciones
de legislador y de gobernante. No era de
los que cambian de opiniones y principios,
como de lugares, según las conveniencias de
su interés individual.
Que no se engañó, en lo que pensó y en
lo que hizo, lo han probado los resultados
de sus ensayos.
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— 69 —
Estos resultados no fueron otros, que los
grandes progresos, la inmensa prosperidad
y bienestar que se dejaron ver en toda la
República Argentina, en los años siguientes
á la sanción de la Constitución de I o de
Mayo de 1853.
Esos resultados se produjeron, como está
en el orden natural, no precisamente al dia si-
guiente de sancionadas las leyes y medidas
de que eran fruto, sinó á los seis, diez y
mas años. Las instituciones fundameiltales
de los pueblos, no son como el trigo, que
fructifica en el año mismo de su siembra,
sinó como el naranjo, el olivo y otros ár-
boles seculares.
En las repúblicas, rara vez recoje el fru-
to el gobernante que lo sembró ó plantó, á
menos que el gobernante mismo no se tras-
forme en institución vitalicia, ó árbol secu-
lar él mismo, en cuyo caso (no muy raro en
Sud-América), el autor de un Parque, por
ejemplo, puede comer con sus nietos los fru-
tos tardíos de sus árboles, á su sombra mis-
ma. Pero, esto no es ya la república, sinó
su máscara, puesta á la monarquía, introdu-
cida por contrabando. Gutiérrez no era de
esos contrabandistas de formas de gobierno.
— Qué sucedió? Que, como los frutos de sus
trabajos, coincidieron, por la época de su
producción y manifestación, con los gobier-
nos que sucedieron al que él inspiró, los usu-
6
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— 70 —
fructuarios del honor y provecho de esos
trabajos se los adjudicaron á sí mismos, y
la simultaneidad de los hechos aparentes
justificó la equivocación, en que incurrió
el país, poco familiarizado con la filiación
de esos fenómenos, atribuyendo el trabajo
del que plantó los árboles, al trabajo que
se daban de comer sus frutos los gobiernos
que vinieron mas tarde.
Así, el honor de la prosperidad que tuvo
por causante al gobierno de que Gutiérrez
fué miembro, era adjudicado á sus herede-
ros y sucesores políticos, en la hora misma
en que ellos plantaban otras instituciones
reaccionarias, cuyos frutos, también tardíos
y posteriores, debian ser la crisis de empo-
brecimiento y decadencia, que vino en se-
guida de la gran prosperidad, resultado
natural y lógico del cambio mas grande y
feliz por que pasó ese país en los años de
1852 y siguientes; y que se haya operado
en la América del Sud, con escepcion de la
revolución de la independencia de la domi-
nación española.
La América toda y la Europa fueron im-
presionadas y sorprendidas de esa multitud
simultánea de cambios inmensos, como la
caida de una Dictadura tan larga, ruidosa
y retrógada como la de Rosas; la apertura
de los afluentes del Plata, al comercio di-
recto del mundo; la asimilación absoluta y
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— 71 —
completa de los derechos civiles y sociales
del extrangero á los del nacional; la inmi-
gración europea de hombres, de capitales,
de industrias; el poblamiento rápido de paí-
ses casi desiertos, convertidos en bases y
principios fundamentales de la Constitución
del país. La multiplicación de los tratados
internacionales confirmatorios y garantes de
la estabilidad de esas novedades fecundas:
he ahí lo que impresionó á la Europa en
1853 y determinó la afluencia de sus expe-
diciones de obreros, de colonos, de capita-
les, de empresas que produjeron esa prospe-
ridad desmedida en los países del Plata,
predecesora de la crisis traida por la reac-
ción retrógrada y como su resultado nece-
sario y forzoso.
La lección que resulta de lo pasado es
que el país no tendrá otro camino de salida
para escapar de esa situación calamitosa,
que el mismo camino por donde Gutiérrez
y el gobierno de que hizo parte sacaron á la
República Argentina de la condición econó-
mica en que estuvo bajo el gobierno de Rozas,
y no fué otra que la misma condición ac-
tual, restaurada por las mismas causas eco-
nómicas que la vez primera la trageran.
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— 72 —
§
Ni en el Plata, ni en otro país cualquie-
ra de Sud-Amórica, habrá otro camino pa-
ra sacar al país del atraso y empobrecimiento
que paraliza todo progreso, que el plan de
gobierno que siguió el de que Gutiérrez fue
miembro influyente. Es el tipo de gobier-
no que responde á las necesidades en que
se encuentran colocadas las sociedades de
Sud-Amórica, para llegar á sus destinos de
pueblos civilizados, libres y felices, pues te-
niendo el mismo origen, la misma historia,
el mismo organismo, la misma edad y con-
dición, la ley común de su desarrollo y pro-
greso, descansa en las mismas bases.
El gobierno de que hizo parte nuestro
amigo fué un gobierno modelo, como lo es
la Constitución, de cuyos preceptos fué una
simple aplicación. Poblar el país, desde lue-
go, de pobladores procedentes de la Europa
civilizada, como medio de educarlo al mismo
tiempo que se puebla; atraer el trabajo,
es decir, brazos, pobladores, por la abun-
dancia de los salarios, y estos por la pre-
sencia y establecimiento en el país de capita-
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— 73 —
les ya formados en los países extrangeros
de su procedencia; dar á los capitales
para llamarlos, todo lo que necesitan y bus-
can, á saber: la seguridad, la libertad, la
paz, por las leyes concebidas y ejecutadas
en osa dirección, mediante la institución de
un gobierno serio, estable, eficáz, barato y
tolerante; esos fueron los rasgos principales
del programa que se trazó el gobierno que
confió al Dr. Gutiérrez la gestión de su po-
lítica exterior ó internacional, que contiene
la llave del progreso entero de la América
civilizada, en los principios y condiciones
mismas de la Europa civilizada, de que ema-
na y forma parte por las razas, las creen-
cias y las instituciones.
Si tal no hubiese sido el gobierno argenti-
no, constituido en 1853, jamás hubiese tenido
lugar el inmenso crédito y prestigio, la in-
mensa simpatía, que se conquistó en el mun-
do, de cuyo crédito y prestigio fué natural
producto y resultado ese movimiento que
inundó el Plata de riqueza, de empresas,
de capitales y hombres de Ja Europa, en
los años subsiguientes á 1853, y determinó
ese bienestar y opulencia sin precedentes,
que infló la presunción del país mismo, ha-
ciéndole perder el tino en la gestión de sus
negocios.
Esa prosperidad no pudo producirse sin
tener una. razón de ser, y esa razón deter-
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— 74 —
minante no fué otra que la confianza y fó
que infundió en todas partes el país de Sud-
América que por primera vez se daba ins-
tituciones y gobierno desconocidos hasta
entonces en el mundo que fué colonia de
España y se obstinaba en conservar la índole
de tal, aun después de* ser independiente,
por sns rutinas y tradiciones anti-liberales
y anti-europeas.
Pero esa gran prosperidad, así nacida y
producida por los trabajos del gobierno á
que perteneció Gutiérrez, no tardó en con-
vertirse en causa de ruina, de empobreci-
miento y de retroceso, por el empleo y di-
rección, que recibió de los gobiernos poste-
riores reaccionarios, surgidos del mismo
origen que habia tenido el estado económico
de cosas vencido en Febrero de 1852.
§
El inmenso crédito nacido de esa gran
victoria del liberalismo, fué convertido en
dinero, por empréstitos colosales levantadas
dentro y fuera del país, por los que se vie-
ron poseedores casuales de ese crédito, que
ellos no habían producido; y ese dinero age-
no fué consumido en guerras locales y san-
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grientas, y en obras llamadas de mejoramien-
to, que han sido en realidad, de empeora-
miento y empobrecimiento público y privado,
por falta de juicio de los que tomaron sobre
el paás, lo que la industria privada pudo
hacer mejor por su propia cuenta y con sus
propios caudales. Los particulares siguie-
ron el ejemplo de los gobiernos en el mal
uso del dinero ageno, es decir, en el abuso
del crédito, y se produjo como resultado
natural de todo ello, la crisis ó empobreci-
miento del país, que acabó con el crédito,
paralizó el trabajo y la producción, perturbó
el comercio, aterró y desterró los capitales,
deprimió los salarios, paralizó la inmigración,
trajo la miseria general, que reina en el pais
(1878).
Este empobrecí miento general, en que con-
siste, lo que se denomina crisis económica,
no ha venido por casualidad. Ha tenido su
razón natural de sor; cada ruina, ha tenido
su causa; cada escombro, su origen. Esa razón
de ser, ese origen del común abatimiento,
no ha sido otro que la política reaccionaria
de la que fué causa del enriquecimiento del
paás. La política económica, reaccionaria de
la que produjo la riqueza, no podía dejar de
producir la pobreza del país. La restaura-
ción de la política económica, que tenia empo-
brecido al país antes de 1852, no podia dejar
de restaurar la situación económica del tiem-
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po de Rosas, que es cabalmente la situación
actual. De este modo, el mal producido por
la reacción contra la política de Gutiérrez,
ha venido á ser una contra prueba ó con-
firmación de la excelencia del gobierno á que
ól perteneció.
Si la crisis hubiese dejado de producirse
como el efecto necesario y forzoso del go-
bierno de los últimos diez años, sería pre-
ciso creer que no hay lógica ni encadena-
miento de causas y efectos en los aconteci-
mientos humanos. No hay un solo hecho
en la marcha de esos gobiernos, que no haya
sido como calculado expresamente para pro-
ducir uno por uno los efectos calamitosos
de que se compone la crisis compleja por que
viene pasando la República Argentina, de
cuatro años á esta parte.
Todo era de preveer y nada se previó;
todo de evitar y nada se evitó.
Faltó inteligencia? buena voluntad? patrio-
tismo?
De cierto, que la inteligencia en cosas tan
obvias, es menos rara en Sud-Amórica que
el patriotismo, pues el patriotismo no es sinó
la inteligencia de lo que interesa al bien ge-
neral, lo cual es raro, y por lo tanto pre-
cioso; mientras que el común de los hombres
públicos solo es inteligente en lo que intere-
sa á su individuo propio.
Gutiérrez, como hombre de Estado, tuvo
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— 77 —
el mérito raro de entender mejor el interés
de todos, que el suyo propio y personal; y
de ahí viene que la política no lo enriqueció
á él personalmente, pero enriqueció á la Na-
ción. — Concurrían á la misma altura á for-
mar la personalidad de Gutiérrez la inteli-
gencia, el buen sentido, el saber y el carácter.
No hay hombre de Estado en el hombre,
por inteligente que sea, que carezca de es-
tas dotes. La política que sirvió y represen-
tó Gutiérrez, merece imitación y respeto,
porque es la de los hombres de bien. Su
tenor y resultado fueron prueba de ello.
Nunca fué suya la política de tener á la Na-
ción sin su Capital histórica y geográfica,
porque era lo mismo que tenerla sin gobier-
no eficáz, ó con solo un gobierno platónico;
el cual privado, á la vez que de esa Capi-
tal, del tesoro radicado en ella, tenia que
echar mano del ageno tesoro, si quería po-
seer algún poder que justificase su título de
gobierno. De ahí la necesidad del emprés-
tito continuo, interno y externo, levantado
como suplente del impuesto, (retenido fuera
de su alcance); levantado para gobernar, pe-
ro bajo pretexto de obras y empresas de
mejoramiento público, de campañas de ho-
nor nacional, que no eran sinó el medio hi-
pócrita de estimular al prestamista, y de
encubrir la impotencia orgánica de un go-
bierno sin tesoro.
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— 78 —
Sustituido el crédito al impuesto, como ar-
bitrio fiscal y financiero, para gobernar, la
Nación se endeudó continuamente, porque
tuvo que costear su vida política y adminis-
trativa con dinero ageno tomado á crédito;
hasta que la deuda absorbió, pór su monto
enorme, la escasa renta pública disponible,
en pagar sus intereses y amortización, sien-
do esa una de las causas principales de la
crisis presente.
Para entrar en esa via y colocar al país
en ese atolladero no se necesitaba mas que
la docilidad que prefiere ganar plata, segu-
ridad y honores personales con solo ceder á
la corriente del desorden rutinario y evitar
el riesgo de resistirle.
Gutiérrez, como hombre de Estado, care-
ció del todo de esa docilidad que ha engran-
decido á shs rivales, apesar de la cultura y
suavidad de su carácter de poeta. Como
Chateaubriand, Lamartine y Martínez de la
Rosa, ha mostrado que la blandura del poeta
no es incompatible con la firmeza del hom-
bre de Estado, sobre todo en política exterior
ó internacional, que por su esfera extensa
como el mundo, parece ser la política favo-
rita de los poetas.
Consagrado en la Constitución de I o de
Mayo de 1853, el programa de la política de
Gutiérrez representa la República Argentina
del porvenir, la República definitiva, la Re-
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pública acabada, entera, completa, unida,
integra, conforme al prospecto acordado,
consagrado y jurado en el acta inmortal del
25 de Mayo de 1810.
§
El nombre de Gutiérrez está al pió de la
Constitución argentina de 1853 que resolvió
el problema de la Capital para la República
Argentina en los siguientes términos: — "Las
autoridades que ejercen el gobierno federal,
residen en la ciudad de Buenos Aires, que
se declara Capital de la Confederación por
un ley especial.,, — Art. 3 de la Constitución de
1853.
Gutiérrez no ignoró nunca que la cuestión
de una Capital argentina es no solamente
una cuestión política que encierra toda la
organización del gobierno nacional; sinó muy
principalmente una cuestión económica de
que depende el comercio exterior, el impues-
to de aduana, el tesoro nacional, el crédito
público, la riqueza entera del país argentino;
ó su miseria, según la solución ó arreglo que
esa cuestión reciba; ó según que no reciba ar-
reglo alguno y permanezca in dato quo, como
hoy se encuentra, y por lo cual se halla el
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— 80 —
país hundido en la mas terrible crisis eco-
nómica.
Mientras la Nación esté sin su Capital,
estará sin su gobierno.
La ausencia ó falta de gobierno nacional,
hará imposible la existencia del crédito, es
decir del tesoro público nacional, cuya par-
te principal consta del crédito.
Prestar á un gobierno, que no es gobier-
no sinó de nombre, es prestar al aire; prestar
sin saber á quién; no tener deudor conocido
ni definido. Prestar á un gobierno sin Ca-
pital, es decir, sin la posesión del poder que
lo hace ser gobierno, es depositar su dinero
en manos incapaces de guardarlo; cuyas ca-
jas, están abiertas; cuyas tesorerías no tienen
llaves ni puertas; cuyos agentas no lo res-
petan y le roban, sin que él pueda evitarlo
ni estorbarlo.
Si el crédito es imposible sin gobierno, es
decir, sin deudor sério, solvente, definitivo,
respetable; lo es igualmente el tesoro pro-
cedente de la Contribución, porque nadie
la paga á un acreedor impotente; los deu-
dores de la contribución eluden su pago; los
guardianes y tesoreros se quedan con un te-
soro sin patrón, especie de bien mostrenco.
Todo eso es consecuencia de la falta de una
Capital en la República Argentina.
Mientras la República esté sin Capital,
como hoy, estará en crisis económica como
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— 81 —
actualmente. Se podrá eludir la cuestión
Capital; lo que no se eludirá es su resultado,
— la pobreza nacional.
Gutiérrez estuvo en 1853 por la solución
urgente de la cuestión de una Capital para
la República, porque sabía con Rivadavia,
que mantener á ese país sin su Capital na-
tural, es mantenerlo sin gobierno nacional,
en crisis económica permanente, en anarquía
y guerra civil, dividido en dos partidos geo-
gráficos ó dos países rivales, en servicio del
vecino, beneficiado por esa situación — que
pone á las dos mitades del país, así debili-
tadas y empobrecidas, bajo su predominio y
vasallaje, como hoy están. Ese estado de
cosas es, en efecto, el que tiene puestas vir-
tualmente en manos del Imperio del Brasil
á» todas las Repúblicas del Plata, sin escep-
cion. El Imperio no necesitaría mas que
anexar á su suelo una pulgada del de
esas Repúblicas para perder el predominio
y vasallaje que en ellas ejerce y que lo
vale mas que la posesión absoluta. Y no
ejerce ese vasallaje sinó porque no toma po-
sesión de su suelo.
Mejor las posee como aliadas, que las ten-
dría incorporadas al territorio del Imperio,
porque así las gobierna con sus propios go-
biernos de ellas, cón sus propios ejércitos de
ellas, con sus propias finanzas de ellas; na-
turalmente en la dirección de su fin tradi-
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— 82 —
cional, que es el fin ó destino que tuvieron
las provincias de San Pablo y Rio Grande,
antes provincias españolas, que hoy son par-
te del Brasil, lo mas bello del Brasil, por
cuya buena razón lo integran al presente.
Para traer las cosas á esa situación, le
bastó á la reacción argentina de 1860 su-
suprimir el artículo tercero de la Constitución
do 1853 y dejar al país argentino como lo
tuvo el Dictador, sin capital, sin gobierno
nacional, sin finanzas nacionales, en crisis
económica permanente y crónica, como está
hoy, exactamente por las mismas causas y
vicios orgánicos de su sistema político, que
lo tuvieron en igual pobreza hasta 1852.
Una reacción que tan bien servía los inte-
reses y miras del Imperio del Brasil, no podia
dejar de serle grata, ni sus autores podian
dejar de ser por resultado de es9 servicio, sus
aliados naturales. En ese medio y entre esos
elementos reaccionarios y hostiles contra la
política grande, nacional y patriótica, que
sirvió Gutiérrez, ha tenido este ilustre y des •
graciado hombre de Estado que pasar los úl-
timos años de su vida, hasta su terminación,
acaeoida en vísperas de un regreso esperado
de su gran política.
Para un vecino que tiene planes y cálcu-
los ambiciosos sobre el suelo de su vecindad
no puede haber hombres que mejor se reco-
miden á su odio y prevención, que los verda-
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— 83
deros patriotas de ese suelo deseado. No se-
rán ellos los que reciban sus cruces y con-
decoraciones. Así, en Gutiérrez brillaban
por su ausencia las condecoraciones del Cru-
seiro, de la Orden de la Rosa y otras, con que
el Imperio paga sus simpatías á sus aliados
y servidores.
Lejos de recomendarse por precedentes de
este género al Imperio vecino, Gutiérrez
estaba recomendado á su antagonismo por
haber exigido y obtenido el retiro de un ejér-
cito de seis mil hombres con que el Brasil
ocupaba la Banda Oriental en 1856, con mo-
tivo de haber aj^udado á libertarla de Rosas
en 1852. Gutiérrez no tenía ni podia tener
mayores títulos de recomendación á las sim-
patías del Brasil, que los habían tenido Ri-
vadavia, Alvear, Lavalle y Garibaldi.
Su fin, de verdadero patriota argentino,
ha venido á coincidir con el centenario de
San Martin, vencedor de los Borbones en
Chacahuco y Maipú, que ha servido para cu-
brir la restitución ó devolución de la inde-
pendencia argentina á sus antiguos posee-
dores, los Borbones, que ocupan hoy el trono
brasilero. Gutiérrez no podía contribuir á
esa fiesta con la misma impunidad de un
aliado de los Borbones del Brasil, porque él
la tomaba á lo sério, es decir, de un modo
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— 84 —
religioso, y tal vez su sinceridad le ha cosr
tado su vida; porque su candor de enfant
terrible podía convertir la estratagema en
escollo.
§
Como amigo de la revolución de América,
Gutiérrez no lo fué jamás de los Borbones
de España; ni de los Borbones de Francia,
como amigo igualmente de la revolución de
89 y de las de Julio y Febrero. Si los Bor-
bones tienen el mérito, para la América del
Norte, de haber ayudado como aliados á su
revolución contra Inglaterra, para la Améri-
ca del Sud tienen el precedente opuesto de
haberla resistido durante quince años, por
sangrientas batallas; diferencia que se ex-
plica por esta causa, á saber: que los Bor-
bones eran propietarios de la América del
Sud, mientras los propietarios de la América
del Norte eran los Stuards de Inglaterra,
no los Borbones.
Fuera de ese motivo de desafección para
con los Borbones, tenía Gutiérrez el de ser
republicano, y adversario radical de la mala
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— 85 —
monarquía simbolizada por esa familia. Gu-
tiérrez no favoreció ni hubiese ayudado ja-
más como hombre de Estado, ni como escri-
tor, á la reforma del país mas mal legislado
de América, en el sentido monárquico, con
toda su admiración por Belgrano y San
Martin: no por fanatismo ni predilección
ciega en favor de una forma de gobierno
mas que de otra, sino por convicción ilus-
trada y sincera en favor del sistema de go-
bierno proclamado y consagrado por la re-
volución liberal de ambas Américas, como
mas practicable que otro cualquiera en las
condiciones del pueblo y de la sociedad del
nuevo mundo. Qué razón podía tener para
preferir el gobierno del Brasil al de los Es-
tados Unidos, para modelo de seguir en el
arreglo de su país propio? Que la raza latina
es esencialmente monarquista, como se dice?
— Los pueblos libres de raza sajona, en Euro-
pa, no son menos monarquistas, y la Fran-
cia latina y católica está probando, por un
experimento que lleva siete años de buen
éxito, que en la Europa misma puede exis-
tir una República rival de la de Washing-
ton en libertad y buen orden, no solo sin
antagonismo sinó con la adhesión y simpatía
de las monarquías mas arraigadas del viejo
mundo, como son las de Inglaterra y Alema-
nia. Puede dudarse de la sinceridad de in-
tención en Alemania, pero no en Inglaterra,
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— 86 —
interesada en el poder y grandeza de la
Francia como su aliada mas natural.
Si los dos grandes modelos de imitación
política que tiene Sud América, — los Estados
Unidos y la , Francia, — son dos grandes, li-
bres y opulentas repúblicas, hubiese probado
su buen juicio el Dr. Gutiérrez ayudando á
la regeneración de su país, sobre el modelo
de la monarquía imperial del Brasil? Es lo
que hacen sin saberlo los reaccionarios ar-
gentinos, sus rivales, por hallarse embarca-
dos en la corriente que á su pesar los go-
bierna y conduce en esa dirección, con todas
sus protestas de amor á la pátria y de ódio
á la traición.
§
No hay que olvidar esta consideración ca-
pital que domina toda la figura política de
Gutiérrez.
La reacción contra el gobierno que él
sirvió y contra la obra representada y ser-
vida por él, en esa célebre administración,
ha sido doble y tenido estos dos objetos: —
Primero: disminuir y debilitar el poder del
gobierno interior, creado por la Constitución
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— 87 —
de Mayo, hasta hacer á la Nación incapáz
de tener vida nacional, y obligarla á ponerse
bajo la tutela de Buenos Aires; — Segundo:
restablecer este tutelaje ó dependencia de la
Nación á Buenos Aires, apoyado en el poder
de los Borbonés del Brasil, para disminuir
y anular la independencia de los Borbones
de España, que obtuvo é hizo reconocer de
esta Nación al gobierno nacional del Para-
ná. — Esto significa el predominio del Brasil
y su intervención continua bajo forma de
alianza int3macional en las cosas internas
del Rio de la Plata: — la restauración del
poder de los Borbones, vencidos en Chacabu-
co y Maipti] y para disimular este plan de
contra revolución americana, se le ha dis-
frazado con el Centenario estratéjico, celebra-
do por el gobierno dicho de Conciliación, es
decir, argentino — brasilero — Borlón, formado
á ese tiempo y para ese propósito. El úni-
co que tomó á lo sério ese Centenario como
homenaje á la independencia, ha sido Gu-
tiérrez; y como su sinceridad era un peligro
capáz de desnaturalizar la estratagema, ha
querido la casualidad que desaparezca ese
enfant terrible el último dia del Centenario.
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— 88 —
§
Por lo demás, todas las formas son con-
ciliables con un fondo sano y bueno de go-
bierno, y todo gobierno es sano y bueno en
el fondo cuando es capáz de hacer la felici-
dad, el bienestar y la grandeza del país.
La verdadera ciencia y vocación del hombre
de Estado consiste en saber encontrar, cons-
tituir y conducir un gobierno de ese tem-
peramento; y para conseguirlo, la mitad del
secreto está en el temperamento y modo de
ser del mismo hombre de Estado.
En política, se puede decir como del esti-
lo, que el estadista es el hombre. La ab-
negación y el desprendimiento son calidades
tan indispensables en el hombre de Estado
que no se concibe cómo un país pueda ser
objeto de su consagración si ellas faltan en
sus hombres públicos. Mas que el entendi-
miento, entran esas calidades del carácter
moral en la composición del hombre de go-
bierno libre y progresista, como lo vemos 'de-
mostrado por los ejemplos de Canning, de
Roberto Peel, de Cobdén en Inglaterra, de
Eranklin y Jefferson en Estados Unidos, de
Cavour en Italia, de Lafayete en Francia,
de Rivadavia en el Plata. Nadie que haya
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— 89 —
conocido á Gutiérrez y que lo haya visto
obrar, dirá que él comprendió de otro mo-
do al estadista que necesitan las Repúbli-
cas de Sud América para la formación de
sus gobiernos y conducta de sus políticos.
Su temperamento no era hecho para esa
política cuya ciencia y habilidad consiste en
llegar á los altos empleos y eternizarse en
su explotación y goce. Lo primero que ne-
cesita el que se propone estos fines, es disi-
mular la verdad y evitar el camino, que
puede comprometerlos, aunque el interés
bien entendido del pais exija el sacrificio de
ellos. Para esta política, en que el éxito
haoe olvidar el fin honesto, la habilidad va-
le mas que el sentido común, por conducen-
te que sea, si no conduce al éxito personal.
Gutiérrez no siguió nunca esa política tan
común en Sud América, que toma el parti-
di&ffto por patriotismo, es decir la parte por
el todo, lo particular por lo general. El
patriotismo es, en política, meramente lo
que el espíritu de asociación en industria y
comercio: un medio de multiplicar el poder
individual, en busca de un provecho indivi-
dual, que se obtiene mejor por los egoismos
unidos.
Así, los que toman la política como indus-
tria, para ganar fortuna y posición social,
cultivan y conocen mejor el partidismo que
el patriotismo. El partido, dá votos, empleos,
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— 90 —
salarios, poder.. La patria, no dá esas cosas
sinó raras veces, á raros hombres y por ra-
ros servicios. En el conflicto y lucha del
Partido con la Pátria, el partido es vence-
dor de ordinario porque es mas capaz de
unidad, de disciplina, de plan, de dirección y
gobierno. El partidista llega á menudo á
la riqueza y al poder; el patriota, jamás ó
rara vez. El especulador político conoce la
táctica del partidismo, como el empresario
industrial y comercial conoce el mecanismo
de una sociedad anónima ó colectiva, para
obtener mayores provechos en un negocio
dado. La táctica electoral es la parte, que
mejor conoce y maneja, porque es la que dá
votos, empleos y salarios. Elegir; es dar
pan, vestir y alojar al candidato. Ganar un
voto, es, según esto, ganar su pan. Lo cu-
rioso de este género de mendicidad es que
el mendigo vá en coche y el que le dá li-
mosna, viste blusa.
El partidista de este género, difiere del
especulador industrial en una cosa de im-
portancia decisiva: en que tiene que dar á
su oficio de vivir, el aire y semblante del
sacerdocio, de un ministerio de abnegación y
beneficencia. Tiene que cultivar el interés
privado detrás del interés de todos; que ocul-
tar al Partido detrás de la Pátria; que ocultar,
por mejor decir, el bando, la facción, la pan-
dilla, detrás del Partido mismo, entendido
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^ 91 —
como una gran división ó sección principal
de la Pátria, por razón de .grandes diferen-
cias de principios, de intereses, de sistemas,
de opiniones, en el modo de entender la
Pátria y su bien.
El partido, en este sentido mismo, es de-
cir, en el sentido grande, patriota y nacio-
nal, es tan desconocido en las repúblicas de
Sud América, como las verdaderas nociones
de la Pátria y del patriotismo, pues lo que
de ordinario se decora con el nombre de
partido, no es sinó bando, facción, logia, gre-
mio, compañía política ó sociedad industrial, y,
cuando mas, cofradía de hermanos de una
doctrina.
No hay, politicastro vulgar de Sud Amé-
rica que no hubiese sido, en esta táctica, un
maestro consumado al lado del Dr. Gutiérrez,
cuya, gloriosa ignorancia, en punto á parti-
dismo, igualaba á la de Belgrano, Rivadavia
y López Planes.
§
Todo lo bueno que Gutiérrez ha hecho y
representó en la política de su país, no está
solamente en sus trabajos de hombre de Es-
tado ; en las obras de su vida de acción;
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— 92-^
eso es la mitad de su vida. La otra mitad
no menos bella, no menos ejemplar y edi-
ficante, está en su actitud pasiva, espectan-
te, de abstención, que guardó escrupulosa-
mente desde -su retiro respetuoso de la for-
tuna y éxito de los que no pensaban como
él. Todo el hombre libre está en la capa-
cidad de tomar y guardar esta actitud, sin
encono, sin hipocresía. Es la de J. Russel,
la de Peel, la de Derby, entre los estadistas
de la libre Inglaterra, siempre que el favor
de la opinión general dado á sus rivales,
les invita á tomar la reserva. En su retiro,
Gutiérrez hizo lo que no se vé en Sud* Amé-
rica: trató cortósniente á sus amigos, que lo
sucedían en el favor popular, sin adularlos,
pero sin traicionarlos ni conspirar contra
ellos. La América del Sud no necesitaría
mas que tener algunas docenas de hombres
públicos de este tipo, para disfrutar de 4a
paz, que tanto interesa á sus progresos. De-
jar gobernar, dejar ser Ubres á sus rivales
y disidentes, en el ejercicio del poder que
deben á la fortuna ó á la parcialidad popu-
lar, es lo que forma la probidad política,
sin la cual no hay sociedad ni gobierno li-
bre concebibles.
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— 93 —
§
Como en la política, Gutiérrez ha sido el
gefe y representante de la buena causa en
la literatura de su país. No tiene rival en-
tre los escritores argentinos por estas cuali-
dades supremas del escritor: — el buen juicio,
el buen sentido, y sobre todo el buen gusto,
que reside entero en la sobriedad y mode-
ración de tono y de lenguaje. Sus obras son
el contraveneno, el desinfectante de ese bár-
baro gongorismo, con que sus rivales políti-
co-literarios, han corrompido la literatura de
su país. Vistió siempre su pensamiento con
la simplicidad elegante de un europeo bien
educado. Su desinterés político contribuyó
á preservar su buen gusto literario del gon-
gorismo puesto á la moda por la demagogia,
que lo prodiga en busca de los sufragios del
pueblo ignorante, ante cuyos ojos quiere pa-
sar por elocuente á fuerza de imágenes ri-
diculas y de frases hiperbólicas y retumban-
tes. — Es el mal influjo de las democracias
en la literatura popular de estos tiempos.
Así, el mal gusto de la obra no siempre es
prueba del mal gusto del autor.
Su literatura se daba la mano con su po-
lítica, en lo sano, sóbrio, juicioso. Ambos
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— 94 —
eran de una escuela europea en cultura y
maduréz. Su buena educación social era la
razón de ser de su buena literatura, por esta
razón que la buena literatura no es sinó
buena educación. El escritor no se forma
en la escuela de retórica, sinó en la sociedad
de personas bien criadas. Escribir bien, es
como proceder bien, es decir honestamente,
rectamente, sin jactancia, sin pretensión, sin
vanidad, vicios morales que se exhalan ó
trascienden en el estilo y lo afean.
Si Gutiérrez no era de la Academia espa-
ñola por diplomas, lo era por su respeto á
los preceptos de la Academia, razón por la
cual este cuerpo lo juzgó digno de pertene-
cerle, cuando le nombró su correspondiente;
pero él declinó el honor de su diploma, es
decir, el compromiso que obliga, no la auto-
ridad que deja entera la libertad, lejos de
dismuirla en literatura, como en política. —
Yo me explico ese movimiento de Gutiérrez,
por un arranque de mera probidad. Declinó
el diploma de la Academia Española por la
razón que le detuvo de aceptar una cruz del
Brasil. Sabido es que los títulos literarios,
se han empleado como las cruces, con segun-
das miras políticas de reclutar y regimentar
prosélitos. Se ha visto ejemplos de tenderos
de la América del Sud, admitidos como cor-
-respondientes del Instituto de Francia, en
lugar de jurisconsultos alemanes de primer
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— 95 —
. órden, no antes sino después de la guerra de
1870. Las miras políticas atribuidas á esa
parcialidad han podido alarmar los escrúpu-
los de la probidad irreprochable que distin-
jguia á Gutiérrez en literatura como en po-
lítica.
Lo que confirmó su temor de que la lite-
ratura se promiscuaba con. pailas no literarias,
es el ataque gratuito de 4 que fué objeto por
un literato español de notoriedad, — solo por
haber declinado el diploma de la Academia.
Yo no fui nunca desafecto al señor Villergas,
á quien, lejos de eso, tenía motivo de mirar
con el aprecio de un compañero de armas
en cierta campaña contra un común adver-
sario. Pero no halló excusable, ni comprendí
jamás que escogiese para objeto de sus ata-
ques tan luego al escritor americano que
mas se habia distinguido por su respeto á
las tradiciones de la Academia y de la len-
gua Española; si la razón de esos ataques
no se explica por alguna instigación oculta,
de carácter político, contra Gutiérrez, que
han confirmado en cierto modo las penurias
de la situación del señor Villergas, — conoci-
das mas tarde.
Yo empecé á presentirlas desde que vi á
un escritor de su mérito, atacar con tanta
saña á una notabilidad simpática y promi-
nente del país extrangero que le daba hos-
pitalidad. Cómo alejar toda sospecha de
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96 —
que muchos de los suscritores ulteriores, que
han socorrido su escaséz, han podido pagar
los avances que el escritor necesitado tuvo
tal vez que hacer á pasiones políticas, que
no eran las del autor de Sarmenticidio? — Un
poeta, peregrinando con los recursos de Byíon
ó de Lamartine, no hubiese pagado la hos-
pitalidad simpática que recibían sus laureles
con ataques ingratos á la susceptibilidad del
país de su tránsito.
A esta altura del escrito se lee la siguien-
te nota del autor:
"Llego aquí en el presente trabajo el I o
de Mayo de 1878, en Paris.
"Lo empecé en los primeros días de Abril,
pues el I o recibí la noticia de la muerte de
Gutiérrez, 35 años menos 5 dias del en que
dejamos el Plata, en el Edén, para Italia, el
6 de Abril de 1843."
Y en seguida:
"Nació Don Juan María Gutiérrez el 6 de
Mayo de 1S09, y murió en la misma ciudad
el 26 de Febrero de 1870, en la calle de Ve-
nezuela, número 162."
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— 97 —
n
La acción de Gutiérrez sobre su país, no ha
terminado por su muerte. Los hombres de
su condición tienen el privilegio de seguir
ejerciendo desde su tumba, la autoridad y
poder moral que resultan del sentido y te-
nor entero de su vida. Son inmortales, como
la Academia de Francia, maestra en la
propiedad del lenguaje, titula á sus miem-
bros, por la razón de que su ejemplo, sus
máximas, sus obras, sus instituciones, son
leyes que siguen gobernando el habla del
país después que han dejado de existir.
Esto sucede en especial á los que, por las
circunstancias, las causas reales ó sospecha-
das, el momento y los efectos de su muerte,
se ligan con los hechos de la historia con-
temporánea de su país.
Gutiérrez ha muerto súbitamente, ó me-
jor dicho, misteriosamente, en medio de las
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— 98 —
fiestas del centenario electoral del general
San Martin. De resultas de las emociones
de esa fiesta en que él tomó una parte tan
capital? Es lo que presume una versión,
que no se funda en autoridad alguna médi-
ca, ni en información ó enqueüe que se haya
hecho para descubrir y determinar la verda-
dera causa de su muerte. La suposición
puede ser cierta; como podría también no ser-
lo. La investigación y explicación del mis-
terio pueden recibir alguna luz del exámen
del Centenario en sus verdaderos motivos y
fines políticos, que no ha podido dejar de
tenerlos para los que han decretado ó hecho
decretar el gasto de millones por el tesoro
público, en medio de una terrible crisis eco-
nómica, que apenas permite al país pagar
sus deudas de honor ni hacer gasto que no
sea urgente y vital.
La coincidencia del centenario con la épo-
ca en que empiezan los primeros trabajos
electorales para preparar y asegurar la pre-
sidencia venidera, tan deseada por los pro-
motores principales del centenario, ha podido
hacer entender á todo el mundo, que obser-
va y piensa, que su objeto era electoral.
Cuáles eran las candidaturas á cuya lucha
oculta servía de teatro ocasional el cente-
nario de San Martin? Esclarecer este punto
es encender luz en lá, oscuridad que envuel-
ve el secreto de muchas ocurrencias coinci-
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— 99 >—
dentes con el óeñtenario, y sobre todo can
el papel de Gutiérrez en ese drama de su
terminación misteriosa. La historia tiene
derecho á todas las hipótesis que pueden
servir al descubrimiento de la verdad, que
interesa á la Nación.
Las candidaturas, en el primer período
de los trabajos electorales, no son de hom-
bres, sinó de políticas, de sistemas, de par-
tidos. — En la República Argentina, por las
condiciones de su historia y de sus intereses
geográficos y económicos, hay, siempre que
se renuevan las grandes elecciones, dos po-
líticas en candidatura, que responden á los
dos partidos geográfico - económicos en que
está dividido el país. A cuál de ellos per-
tenecen respectivamente los promotores del
Centenario, es lo que nos interesa saber en
este lugar.
En la actitud pasiva y abstinente que Gu-
tiérrez guardaba en su país, no pudo ser
considerado promotor de una demostración
de magnitud y costo, que solo el gobierno
y sus allegados podian llevar á cabo. Gu-
tiérrez adhirió y cooperó á la fiesta, de que
no era autor ni promotor, por un patriotis-
mo desinteresado, que le era habitual. El
no ha sido ni aspiraba á ser Presidente, aun-
que lo merecia.
En todo caso, ¿cuál habría sido, de las
dos políticas en candidatura, la de su sim-
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— 100 —
patía?— Naturalmente, la de toda su vida, la
nacional, pero entendida como lo está por
la Constitución de I o de Mayo de 1853,
la verdadera constitución nacional, y como
la practicó el gobierno de que filé Ministro
de Negocios Extrangeros. Esa política ha
recibido, la sanción de la experiencia en 1853
porque es ella la que ha producido la pros-
peridad del país después de su sanción legal
por la constitución de 1853.
De cuál de esas dos políticas venía á ser
obstáculo y objeto de antipatía, la actitud,
la cooperación, la mira ulterior de Gutiérrez,
admitiendo que la hubiese ? — Inútil es de-
cirlo, la política reaccionaria y reformista
de la que Gutiérrez sirvió, después de la
caida de Rosas. Pero en política, al menos,
su muerte ha sido un bien. Su muerte la ha
servido, sea cual fuere su origen.
Pero son cabalmente los representantes de
esa política reaccionaria los que han promo-
vido el centenario, con un fin que debe
presumirse electoral, visto que el momento
elegido para esa fiesta, coincide con el de
dar principio á los trabajos preparatorios de
la Presidencia venidera; y que los promo-
tores de ese Centenario electoral son los
ex-presidentes, que, en la elección pasada de
1874, se dividieron en sus aspiraciones á to-
mar ó retener la presidencia, y que ahora
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acaban darse de un abrazo de conciliación
para perseguir unidos la misma mira.
Así, la conciliación misma, es decir, su
conciliación de ellos dos, ha sido un trabajo
electoral, como el Centenario, y, como en
el Centenario, ha tenido dos miras, dos ob-
jetos, dos políticas por motivo: uno ostensi-
ble, aparente, nacional realmente; otro se-
creto, casero, doméstico, de facción opuesto
naturalmente al otro.
Todos los hechos que han surgido y ve-
nido con la conciliación y el centenario,
afectan el mismo carácter electoral, en dos
direcciones opuestas, naturalmente; el nuevo
ministerio, la nueva política con Chile, la
nueva actitud para con las Provincias.
En todo ello, la actitud, papel y sentido
de nuestro personaje político ha sido el
mismo, en su color, pasividad, desinterés,
nacionalismo, patriotismo, que lo hacían ob-
jeto de antagonismo para sus activos disi-
dentes, y obstáculo incómodo para las mi-
ras ulteriores de los patrones de sus anta-
gonistas. (Esto fué escrito en los primeros
dias de Mayo, antes de que llegase la noti-
cia telegráfica del cambio de Ministerio.)
7
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— 102 —
§
Que el Centenario de San Martin ha tenido
dos miras, y, según esas miras, dos sentidos,
nadie puede desconocerlo. Uno patriótico
y ostensible, otro electoral y oculto. En un
sentido ha sido un homenaje á la indepen-
dencia en la persona de su primer campeón;
en otro ha sido una mera maniobra reac-
cionaria de partido, para encubrir un doble
plan hostil á la independencia, á saber: el
de preparar y asegurar la elección de la
Presidencia venidera, y el de asegurar la
posición indefinida de esa presidencia por un
apoyo extrangero, contra la resistencia pre-
vista y natural de las Provincias argen-
tinas.
Cada uno lo ha tomado según su mira
peculiar de ser y de obrar. Inútil es decir que
Gutiérrez era uno de los que lo tomaron en
el sentido recto y patriota; y como era na-
tural, su sinceridad misma era el mayor
amago que podía recibir la mira oculta y
secreta del centenario, que era la importante
y principal de sus principales promotores.
Su presencia en esa fiesta equívoca y do-
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— 103 —
ble, venía á ser un obstáculo, y no servía
sinó para comprometer el verdadero resul-
tado tenido en mira.
En lo complicado y fino de esas manio-
bras y en los terribles y misteriosos medios
por la primera vez vistos en el Plata para
llevarlos á cabo, se reconoce la mano ex-
trangera y maestra que inicia y coopera por
sus miras propias, que no son ciertamente
las de sus instrumentos incautos, aunque
maliciosos para sus pequeños intereses.
A nadie se oculta que la persona de San
Martin no valía la pena de un centenario,
que no ha tenido Bolívar, mas considerable
y mas conocido que él en Sud América y
en todo el mundo; que no ha tenido Napo-
león I en Francia, ni Wellington, su ven-
cedor, en Inglaterra.
Por qué, entonces, se elegía la persona, de
San Martin, y no la "Revolución de la In-
dependencia", que sus servicios representan?
— Primero: Porque aplaudir la persona, era el
medio de evitar el aplauso á la revolución
que destruyó en América el poder de los
Borbones. servidos por el Centenario, que
sus aliados ó vasallos promovieron. Segun-
do: Porque la independencia, servida por San
Martin, no tiene un siglo todavia.
El Centenaria de Filadelfia, no tuvo por
objeto celebrar el nacimiento de Washington,
sino el yacimiento de la República de los
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— 104 —
Estados Unidos, es decir, la revolución de la
independencia, ocurrida en 1776, cien años
antes del Centenario de 1876, celebrado en
Filadelfia; como se hará en Francia el año
de 1889, á los cien años de la data de su
gran revolución de 1789; como se hará en el
Plata el 25 de Mayo y el 9 de Julio 1910
y 1916, si los interesados secretos del Cen-
tenario de San Martin no salen con la suya,
como es de esperar.
El Centenario celebrado en Londres en
honor de Adam Smith, tuvo lugar en 1876,
á los cien años, no del nacimiento de Smith,
sinó de la publicación de su libro inmortal
sobre la riqueza de las naciones, verdadera
revolución social, que ha enriquecido á los
dos mundos, desde 1776.
Pero, valía la pena de un centenario el
nacimiento de un argentino que estaba en
España sirviendo á su Rey absoluto, cuando
sus compatriotas sacudieron su autoridad en
América, el 25 de Mayo de 1810? — que dejó
el servicio del Rey, para venir á su país en
1812, cuando su país estaba ya libre de Es-
paña por la revolución de 1810, y por la
victoria de Belgrano, obtenida en Tucuman,
cabalmente en el año en que San Martin
volvió á su país? — el Centenario de un ge-
neral que solo dió dos batallas en Chile, las
cuales no fueron ni las primeras ni l&s últi-
mas de la guerra de la independencia?
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— 105 —
Que fué al Perú, donde tomó su gobierno
por un golpe de Estado y lo ejerció dos
años, hasta que, sublevado el país contra su
ministro, abdicó el gobierno ante su congre-
so, que convocó para entregaiie el poder que
se tomó por sí mismo; después de lo cual
envainó su espada, sin estar acabada la cam-
paña, y ^e volvió á Europa, dejando la mi-
tad de su país que fué á libertar, (el Alto
Perú Argentino), ocupado por los realistas
españoles, hasta que Bolívar los echó de
allí, por su victoria de Ayacucho, y dispuso
del suelo argentino, que San Martin le dejó
emancipar de España y del Plata?
Que se quedó treinta años en la Europa,
donde está todavia.su cuerpo, y su espada
que legó en testamento al Dictador Rosas?
Puede parecer duro recordar estos hechos
capaces de disminuir el prestigio de un guer-
rero célebre, pero es mas duro poner en.
ridículo á su país, personificando en tal hom-
bre la gran revolución de la independencia
de un mundo, porque así conviene á los que
perdieron la dependencia en que tuvieron á
ese mundo.
San Martin no tiene mas valor que el que
le dan algunos servicios incompletos hechos
á una gran revolución. — Es esta revolución
la que merecia un Centenario, — no su im-
perfecto servidor. Pero como no hace un
siglo que esa revolución estalló, no podía
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— 106 —
haber centenario, por el estilo del de Fila-
delfia, sin caer en un absoluto idiotismo. Es
lo que ha sucedido en el Plata. Los que
necesitaron (?) de esa farsa (?), para cubrir sus
planes de contra-revolución, se han burlado
de Buenos Aires y de la Nación hasta el
insulto mas insolente.
En efecto, la idea de celebrar el centena-
rio de un general de la independencia ar-
gentina, ya que no es tiempo de celebrar el
centenario de la independencia misma, que
dista mucho de tener un siglo, no cabe en
otro espiritu que el de cubrir con un pre-
texto deslumbrante una contra revolución en
favor de los Borbones que con razón han
tomado parte en el centenario electoral,
representados por sus aliados ó vasallos del
Plata, que cuentan representarlos á ellos en
el ejercicio de la Presidencia venidera, para
no dejarla salir de sus manos en un siglo,
con la ayuda de los Borbones. restaurados
en el común interés de ellos y de sus vasa-
llos Presidentes.
En esa dirección llevan al país los que
lo han sumido en la crisis de su actual pos -
tración. Hasta cuando? hasta qué límites?
Hasta que la crisis llegue á un extremo que
justifique la solución final, que preparan y
buscan en el interés común de los Protecto-
res y de los protegidos á que acabamos de
aludir.
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— 107 —
Ya los aliados del Brasil en el Perú han
hecho esta palabra de orden, á fuerza de re-
petirla en voz baja: que la República Argen-
tina es un país perdido. — Perdido, se entiende,
porque-no tiene y es incapáz de gobierno; y
como ellos entienden por gobierno, solo el
que puede ser desempeñado por ellos, la fra-*
se viene á resolverse en esto: — el país está
perdido, si el gobierno sale de sus manos. Y
como no pueden recuperarlo por el mismo
método con que lo han perdido, no les que-
da otro recurso de seguir poseyéndolo, que
dar al país, destituido radicalmente de go-
bierno propio, el préstamo del gobierno im-
perial del vecino que está dispuesto á cederlo,
á condición de ejercerlo por la mano de sus
aliados ó vasallos: condición conciliatoria de
la independencia con el vasallaje protector.
Esa entrega se haría por un tratado in-
ternacional, de protectorado, (sin este nombre,
bien entendido,) cuidando,» al contrario, de
darle el aire decente de algún otro vinculo
lícito, de carácter internacional, como, por
ejemplo, de amistad, de comercio, de alianza
de revisión de algún antiguo tratado, por
el estilo ruso-tui co del tratado de San Este-
ban. La República Argentina no está me-
nos vencida y menos á la merced de su Rusia
negra, que lo está la Turquía, con esta di-
ferencia, que el Plata no tiene en su vecin-
dad Occidental una Inglaterra, que alarme
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— 108 —
á la América toda amenazada por esa con-
quista oculta en sus comunicaciones libres
con el Oriente, es decir con la Europa, fuen-
te de una vida de paises civilizados.
Esos son los mismos hombres que han gri-
tado veinticinco años contra los Caudillos
que se eternizan en el gobierno; y contra
Napoleón III y los Almonte y Gutiérrez Es-
trada, por cuyo conducto intentó fundar en
Méjico un Imperio subordinado al suyo.
Los patriotas argentinos, opuestos á la
repetición de esa mira en el Plata, no podían
dejar de ser obstáculos dignos de desapa-
recer.
Gutiérrez pertenecía á ese número, sin que
por esto pretendamos hacer de sus' rivales
la responsabilidad de su desaparición, que
tan bien sirve á sus miras.
Si ellos no han muerto á Gutiérrez, su
muerte les ha venido tan bien, les ha ser-
vido tanto, les ha venido tan apropósito,
que se diría como mandada hacer para ellos
y por ellos.
Todo lo que queremos decir es, que, sea
la mala voluntad de los hombres, ó sea la
mala voluntad del destino, la que ha herido
á Gutiérrez, el golpe ha caido sobre la cau-
sa nacional argentina que le tenía por uno
de sus apóstoles mas puros.
No queda mas que un medio de reparar
esa pérdida desastrosa, y es el de reprodu-
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— 109 —
cir su figura histórica en los rasgos que la
hacen mas ejemplar y edificante, á fin de que
la muerte no le impida hacer á la Nación
el bien que le hubiera hecho estando vivo;
no solo en la crisis electoral que se apro-
xima, smó en todas las crisis de su género
que se repitan en lo futuro con ocasión de
elegir una políiica para el gobierno de la
República Argentina.
Tal ha sido el objeto del autor en la re-
dacción de este libro, y tal será la razón
que lo haga de un interés permanente, si el
autor no se alucina.
Mientras viva la memoria de Juan Maria
Gutiérrez, sus máximas, su ejemplo, el sen-
tido y tenor de su vida, serán un recurso
para la República Argentina, cada vez, que
en las frecuentes crisis de su historia nece-
site consejos sanos, imparciales y patrióticos.
— Ellas responden plena y completamente
á las necesidades de su existencia libre y
moderna.
§
Pero no por eso este libro viene á ser un
programa ó manual de política argentina,
en las miras del autor. También es un tri-
buto piadoso que tiene el consuelo de pagar
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~ 110 —
á la memoria de una amistad casi tan larga
como su vida. Yo no podría recorrer con
los recuerdos mi existencia pasada, sin en-
contrarme á cada paso en la sociedad de
Gutiérrez, en Buenos Aires, en Montevideo,
en el Mar, en Italia, en Francia, en Chile,
en Lima, en Valparaíso; en los estudios, en
los paseos, en las fiestas y banquetes, en la
política, en sus preocupaciones, en las ale-
grías y tristezas nacionales, en la vida pri-
vada y en la vida pública.
De recuerdos de esta clase se compondrán
los siguientes capítulos sin sujeción á méto-
do ni aliñamiento, de que las impresiones
del corazón son incapaces. Pero cada re-
cuerdo será de algún acto, de alguna cua-
lidad, de alguna escena ó cosa capaces de
servir para dar una idea mas perfecta del
hombre notable á quien son consagrados.
Así, yo pido al lector mil perdones si en
estos recuerdos tengo á veces que mezclar
mi persona para llenar mejor mi objeto.
Me mezclaré solo para mejor hacerlo ver.
Seré el marco de su cuadro, él pedestal de
su busto.
Gutiérrez estaba en la flor de su juventud,
cuando tuve la suerte de conocerlo y con-
traer su amistad, para toda la vida. Ten-
dría entonces veinticinco años. Las letras y
su cultivo fueron la ocasión de nuestro co-
nocimiento. El parecía no tener otro que
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absorbiese su atención, sin embargo de la ele-
gancia rara de su persona y modales, que
lo hacían propio de la mas brillante sociedad.
No ponía los piés en bailes ni salones. Rey
de los leones, no se trataba con ninguno de
ellos. La reserva de su vida apartada y
siempre doméstica era tan inexplicable, que
se hubiese tomado como coquetería, por el
que ignoraba que era la costumbre y rutina
en que fué educado por su padre.
Su contacto de predilección era el de un
jóven que se le parecía por las condiciones
de su educación recibida en Europa. Ese
jóven, D. Juan Thomson, y otro por el es-
tilo, también educado en Europa, D. Estevan
Echeverría, fueron las relaciones de Gutiér-
rez, originarias de esa especie de europeismo
de su espíritu, que lo distinguió toda su vi-
da. La relación de Thomson, aunque ca-
páz por sí sola de explicar muchos adelantos
en Gutiérrez en esa dirección, le trajo otra
relación mas importante, ó que fué al menos
la que mas influyó en la educación de so-
ciedad y de mundo de Gutiérrez. Fué la de
la señora madre de su amigo, doña Maria
Sánchez de Thomson, mas tarde, por su se-
gundo matrimonio, Madama de Mendeville,
personalidad importante de la mejor socie-
dad de Buenos Aires, y sin la cual es im-
posible explicar el desarrollo de su cultura
y buen gusto. Su gran fortuna y su talen-
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— 112 —
to hicieron por largo tiempo de su casa y
de su sociedad un toco de elegancia y de
buen tono. Como viuda de Thomson, uno
de los contemporáneos y colaboradores de la
revolución contra España, Doña Maria Sán-
chez se distinguía por su liberalismo ilustra-
do, y mas tarde por el europeismo culto de
su espíritu, con motivo de su segundo ma-
trimonio con M. de Mendeville. El papel
de Madama de Mendeville en la sociedad
de Buenos Aires, ha sido comparado mas
de una vez con el de Madama de Sevignó,
en Frarcia, por su talento, cultura y buen
gusto, sin sombra de pretensión literaria.
Si no se ha reunido y publicado su corres-
pondencia, no es porque no lo merezca; pe-
ro lo variado y numeroso del círculo de sus
corresponsales, ha suplido á la publicación
de una labor, que tal vez quede inédita pa-
ra siempre, en daño de las letras argentinas,
del mérito mas distinguido y original, por
ser el mas simple, natural y doméstico.
Si me he extendido en detalles sobre esta
amistad de Gutiérrez, es por la gran influen-
cia que ella tuvo en su educación y carácter de
hombre de sociedad y de mundo. Madama de
Mendeville ha sido la segunda madre de Gu-
tiérrez en su instrucción intelectual y social.
En el espíritu y buen gusto, en la cultura
del trato, en sus maneras europeas de buen
tono, en su gasto por lo simple, elegante y
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— 113 —
distinguido, en su amor al progreso de nues-
tra cultura argentina, eran la madre y el
hijo en lo parecidos. Gutiérrez, sin embar-
go, no frecuentaba sus salones, que eran los
del mejor tono en Buenos Aires, por la re-
serva habitual de su vida de hombre ocupado
en sus estudios y trabajos que exijen reco-
gimiento y concentración.
En este terreno sus relaciones habituales
eran las de sus amigos cuyos hábitos, gus-
tos, estudios y tendencias armonizaban con
las suyas. Se sabe cuanta influencia tienen
en la suerte de los hombres y las socieda-
des esas ligas sin vínculo formal, sin regla-
mento, Ubres como las sensaciones y los
gustos.
Una de esas relaciones de Gutiérrez fué
la de D. Estevan Echeverría, jóven enton-
ces, que llegaba de Europa, donde habia re-
cibido educación é instrucción nada común.
Traía á su país, Buenos Aires, todo lo que
estaba en la atmósfera agitada de la socie-
dad francesa de la revolución de Julio de
1830. Echeverría no habia pasado sus años
de París en los cafés de los boule vares, en
el bosque de Boulogne — que entonces no exis-
tia — ni en los teatros, como ha sido de mo-
da en años posteriores entre la juventud
argentina que visitó á París en busca de
cultura. Dotado de medios y de buena di-
rección, Echeverría, bien introducido, fre-
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— 114 —
cuentó sociedades y gentes elevadas, en que
vió de cerca, v. g., á hombres como Destutt
de Tracy, Manuel, Benjamín Constant y otras
eminencias de la Restauración.
Regresado á Buenos Aires después de al-
gunos años por conveniencias de su posición
privada, habitó la campaña y se ocupó de
intereses rurales, es decir de lo mas serio
ó importante que nuestro país contiene. Es-
to añadió á su cultura europea de carácter
general, el positivismo sério que lo distin-
guía, sin perjuicio de su espíritu siempre li-
beral y progresista.
Hablando de Echeverría no salgo de mi
objeto, pues había mucho de él en Gutiér-
rez, lo cual quiere decir que había, por ese
lado, un caudal adicional de bueno, de ho-
nesto, de culto, como era su amigo Don Es-
tevan. Fué, en efecto, Echeverría el que
inició á Gutiérrez en la novedades del mo-
vimiento literario é intelectual, conocido en
Europa bajo los nombres de romanticismo,
eclectismo, esplritualismo. El familiarizó
á sus amigos con los nombres y las obras
de Victor Hugo, de Dumas, de Alfredo de
Musset, de Byron, de Goethe, de Schiller, etc.
Imbuida en el espíritu de esa agitación,
una porción avanzada de la juventud de Bue-
nos Aires no tardó en buscar aplicaciones
de ella á las necesidades del progreso argen-
tino. Naturalmente fueron Gutiérrez y Eche-
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verria los que se encontraron á la cabeza
de la agitación progresista que comenzó en
la juventud y se manifestó por publicacio-
nes y por sociedades literarias.
La condición social del país era afligentc
por lo miserable y atrasada, en institucio-
nes libres sobre todo. Los principios de la
revolución de la independencia vacian
olvidados y sin aplicación. La juventud
estudiosa y séria no podía dejar de darse
cuenta de esa situación y de sentir la mi-
sión á que estaba llamada por el legado de
una grande época y de una generación he-
róica: un movimiento unionista de asocia-
ción dió principio, y la joven generación Ar-
gentina, vió convocado y reunido el primero
de los Estados generales, en la congregación
de un núcleo que se llamó la Asociación de
Mayo, en la que Gutiérrez y Echeverría
fueron las figuras mas prominentes, y de
cuyo seno partieron los trabajos literarios
iniciadores de un nuevo periodo de la histo-
ria argentina.
Con ese movimiento, pacífico todavía,
coincidió la explosión de la cuestión fran-
cesa de 1837, con la Dictadura del general
Rosas, sobre la asimilación de los franceses
á los ingleses en el goce de los derechos
civiles relativos á la persona, á la propiedad
y el derecho al trabajo, que la Francia re-
clamaba en nombre de la civilización mo-
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— 116 —
(lerna, y que la Dictadura le negaba en
nombre de su naturaleza voluntariosa y vio-
lenta. La juventud argentina reconoció en
ese duelo el de la civilización y la barbarie,
y simpatizó con la causa del derecho, que
el despotismo hollaba á la vez en el extran-
gero y en el argentino.
Pasado el movimiento intelectual al terre-
no de la acción, la fuerza de esa situación
arrancó de su hogar esclavizado á la juven-
tud patriota y la obligó á buscar en la
emigración á suelo extrangero la libertad
de pensar, de escribir y de obrar, en favor
de su país.
Fué Gutiérrez uno de los primeros jóve-
nes que dejaron á su país en ese tiempo, no
sin haber ilustrado antes su memoria por el
honor de un martirio, que sus amigos tenian
derecho de envidirle. Gutiérrez, tuvo el
honor de llevar grillos en sus pies y de
habitar tres meses un negro calaboso, por
el noble crimen de sus ideas de libertad y
de pátria. Pasó á Montevideo después de
su glorioso martirio, y ese cambio decidió
de los destinos de su vida de hombre pú-
blico y de hombre de letras. En Montevi-
deo brilló en los dos sentidos, pero su vida
de acción debía quedar para mas tarde y
para otra arena.
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— 117 —
§
Montevideo, donde Gutiérrez no figuró
activamente en la política activa de su país,
fué, sin embargo, su mejor escuela de políti-
ca argentina, por su contacto estrecho y
continuo con hombres como Rivera Indarte,
Florencio Várela, Juan Cruz Várela, poetas
y publicistas, á la vez que soldados de la
política argentina militante que hacia la
guerra á la Dictadura de Rosas. Allí sirvió
Gutiérrez á la libertad de su país con las
armas de Tirteo y de Quintana: con su li-
ra de guerra. En un Certamen poético, con
que fué conmemorado el 25 de Mayo de
1810, Gutiérrez cantó la gloria de ese dia
en que nació la República Argentina, y su
canto fué laureado por los jueces del arte
y por el jurado de la pública opinión. Ja-
más tuvo Gutiérrez dia mas hermoso que
ese glorioso dia de su brillante juventud.
Yo lo vi inclinarse con su rubor habitual,
para recibir la medalla de oro que le vahó
el triunfo de su génio, en medio de estruen-
dosos aplausos.
8
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— 118 —
Querido de todos, buscado de todos . pasa-
ba á veces por conflictos difíciles, en que
ponian á su imparcialidad neutral las divi-
siones de sus amigos y compatriotas refu-
giados en Montevideo, procedentes mas bien
de la edad que de los principios: los viejos
liberales del partido unitario, por ejemplo,
y los liberales jóvenes que no eran federa-
les ni unitarios, sinó argentinos. Solicitado
una vez por los primeros para dejar la co-
nexión de un joven amigo suyo, señalado
entonces por intransigente, no encontró Gu-
tiérrez mejor razón que ese empeño, para
dar mas ostentación y notoriedad á su ad-
hesión y respecto al amigo joven, que sus
disidentes no sabian, según el, valorar de-
bidamente. Nada es mejor prueba de la
independencia caballerezca de su carácter,
que el testimonio de ese rasgo, cuya auten-
ticidad nos consta directamente. Hay que
añadir, que esa actitud podia costar tan
caro á su interés, como la otra á su con-
ciencia.
El intransigente que se quería aislar, es
el que escribe estas líneas; y el de aquella
solicitud, era el ilustre publicista D. Floren-
cio Várela. Estas páginas prueban tal vez
que Gutiérrez no se engañó en ser conse-
cuente á su amigo. — Y cuántas otras de mi
mano no han probado y probarán que el
engañado fué mi honorable antagonista, á
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— 119 —
quien he pagado después de sus dias, el
homenaje justo, pero raro, de hacer mias
propias sus doctrinas concernientes á las
cuestiones argentinas!
Fuera de las de su familia, todas las afi-
nidades de su corazón estaban en Montevi-
deo; todas sus mejores amistades, antiguas y
jóvenes. Montevideo asilaba en sus murallas
toda la flor de la sociedad de Buenos Aires.
Madama de Mendevílle se. hallaba también
en Montevideo, no por temor de persecución
de Rosas, pues el Dictador, su amigo de la
primera juventud, la tuteaba; sino por la
repulsión instintiva de su carácter para todo
despotismo. Su salón era un centro del
mundo político y diplomático. Gutiérrez era
de él, pero no del todo, á causa de su habi-
tual distancia del mundo ruidoso y especta-
ble. Toda la cuestión franco-argentina podía,
sin embargo, verse trasparente desde ese
centro, que era una escuela rica de enseñanza
para un joven publicista.
Transcurrido ese periodo de vivas alterna-
tivas, agradables y tristes, como sucede en
el curso de toda gran cuestión de vida ó
muerte para la libertad de un país; desva-
necidas todas las esperanzas públicas, por
los desastres militares de la causa liberal
argentina, Gutiérrez decidió dejar á Monte-
video, para alejarse todavía mas de la tiranía
de su país, que ya invadía ese refugio en
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— 120 —
1843. Los franceses nuestros aliados, ha-
bían firmado la paz con Rosas. El ejército
libertad ar argentino, había desaparecido, y
la guerra quedaba reducida á la de Orien-
tales y Argentinos. Vencedor de los prime-
ros, el ejército de Rosas marchaba sobre
Montevideo, que improvisaba su defensa
contra el sitio, que debia durar nueve años.
Ante esa perspectiva, Gutiérrez, que era ar-
gentino, sin vínculo alguno obligatorio con
el gobierno de Montevideo, no creyó violar
ningún deber al ausentarse de esa plaza, en
compañia de su amigo, el que esto escribe,
y lo hubiera sido de Echeverría, si sus me-
dios, comprometidos súbitamente, le hubie-
ran permitido salir. Otros que no pudieron
hacer como Gutiérrez, criticaron, natural-
mente, su conducta, porque no quedó estéril-
mente expuesto á tener el fin que allí tuvie-
ron Rivera Indarte, Echeverría, Florencio
Várela y tantos otros que no pudieron sobre-
vivir á las miserias del eterno sitio.
Lejos de desertar la causa de su país ale-
jándose de Montevideo, Gutiérrez le conser-
vó intacto el poder de hacerle mas tarde el
incomparable servicio de colaborar en su
organización liberal, de salvar la integridad
de su territorio y de hacer reconocer su in-
dependencia por España, como Ministro de
Relaciones Extrangeras del vencedor de Ori-
be y de Rosas, que le tocó ser un dia.
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Salir de Montevideo en ese tiempo no era
cosa de ejecutarse sin peligro. Reinaba el
estado de sitio mas rigoroso. El ministro
de la guerra general Pacheco y Obes, había
impuesto penas terribles contra todo infractor
de la absoluta prohibición de salir de la pla-
za sitiada, por mar y tierra. Una estrata-
gema feliz vino á proteger la seguridad de
nuestra salida, que debimos á la influencia
generosa de Madama de Mendeville. Mez-
clados á un grupo de oficiales de la marina
francesa, que pasó en su casa la soirée, nos
trasladamos á una fragata de guerra de su
escuadra fondeada en el Puerto, sin ser aper-
cibidos ni molestados por nadie. De allí nos
trasladamos al Eclen, que nos tomó para Ita-
lia, á los dos dias.
El Edén, era un bergantín mercante, del
Piamonte, que solo tenia doscientas tonela-
das: fino y sutil, como un buque de guerra
ó de corso. Lo conocí por Garibaldi, que
me dió noticia de él y de su próxima salida,
sin sospechar la trascendencia de su infor-
me accidental, que obtuve de este modo.
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— 122 —
Encontrándome accidentalmente en el Mi-
nisterio del señor Lamas, Gefe Político de
Montevideo:
— Qué anda V. haciendo por acá? pregun-
té á Garibaldi.
— Ando, me contestó, con el objeto de
conseguir que el gobierno compre un buque-
sito italiano, fondeado en el puerto, para
armarlo en guerra, pues parece que hubiese
sido construido ex- profeso para la guerra. . . .
Y se extendió sobre las calidades del Edén,
como me lo nombró, y de todo lo que po-
dría realizarse en favor de la defensa de la
plaza con el auxilio de tan preciosa nave. —
Teniendo el plan de nuestro viaje ya for-
mado, tomé nota de la revelación preciosa.- - •■
Visité al dia siguiente el Edén, con mi amigo
Don Melchor Beláustegai, que lo encontró
tal como Garibaldi me lo habia pintado, y
él mismo se ocupó de tomar dos plazas para
Génova, sin dar el nombre de los pasageros,
que solo fueron conocidos del capitán Fer-
rare, al tomarlos de la fragata francesa en
que esperaban su salida, el 6 de Abril de
1843. Los oficiales franceses, al verlo á la
vela, confirmaron la opinión de Garibaldi y
nos dieron mucho aliento por lo exiguo del
bajel para cruzar el Atlántico.
Aunque ligados con el general Garibaldi,
(á quien yo mismo habia introducido no ha-
cia dos meses al conocimiento del general
\
\
— 123 —
Paz, Gefe de la plaza,) no creí deber darle
conocimiento de nuestro proyectado viaje.
Pero Cuneo (D. J. B. ), su amigo y nuestro,
que no servia al gobierno, era miembro im-
portante de la asociación de la Joven Italia,
y nos dió numerosas y valiosas cartas de
recomendación para sus correligionarios de
Génova, amigos todos de Mazzini, entonces
refugiado en Londres, y, para el mismo Ma-
zzini, una caita que nos acercaría de él, si
llegábamos á Londres.
Por consejo del capitán, rompimos esta
carta, que podía exponernos, según el, á
vegetar por años en un calabozo italiano. Pero,
las otras nos fueron de grande utilidad, so-
bre todo á Gutiérrez, que como conocedor
de la lengua 3^ de la literatura italiana, pro-
dujo en la brillante sociedad de los amigos
de Mazzini, un entusiasmo extraordinario.
— En los labios de esas gentes puras y ama-
bles, aprendimos á admirar la grande y
bella alma del Tribuno de la Italia, cuya es-
tátua ornamenta hoy dia las playas, no de Gé-
nova, su país nativo, sinó de la República
Argentina, en medio de la república italia-
na, emigrada en un mundo que debe á un
italiano su descubrimiento, á otro su nom-
bre, á otro su parte de libertad y puede to-
davía deber su unidad al grande y legendario
unificador de Italia. Mazzini en el Plata no
es un desterrado. Habita el corazón de
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— 124 —
Italia, donde representa tres ideas, que son
tres hechos y tres monumentos, á saber: la
independencia, la unidad de Italia, y Roma
por Capital de la Nación.
§
El Edén, tan simpático para Garibaldi, ex-
almirante de la República brasilera del
Piratiní, parecia recomendarse por esos pre-
cedentes al mal genio del Imperio, tomado
el caso del punto de vista supersticioso. En
sus costas estuvimos á punto de perecer á
los cinco dias de navegación, por una tem-
pestad que causó al Edén estragos de que
solo tuvimos conciencia cuando los vimos,
al desembar en Italia. En esa ocasión si-
niestra, dió Gutiérrez la prueba de un coraje
frío y militar, que á ios marinos causó admi-
ración, pues no se desmintió un solo instan-
te en los tres dias que duró la tempestad,
durante los cuales no durmieron los oficia-
les, ni se hizo fuego á bordo.
Todo cambió en las condiciones de la vida,
cuando el Edén entró en los mares de la
zona tórrida. La temperatura dulce y sua-
ve de los trópicos, la constancia de las bri-
sas alisias, la regularidad de la vida que
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— 125 -
ellas permiten, la animación y serenidad
de la naturaleza en esas regiones, el aire
poblado de peces voladores y de aves mas
abundantes que en las campañas, los colores
panoramáticos del ambiente, las constela-
ciones nuevas, el cielo y sus astros, que se
reflejan en las aguas chispeantes del mar
tórrido; todo convidaba á la vuelta de los
hábitos de la vida regular que se lleva en
una campaña agradable, por algunas sema-
nas al menos del viaje que* duraba mas que
hoy, cuando la navegación á vela no habia
cedido su lugar á la de vapor. Las lectu-
ras agradables absorbían la mañana. ¿Cual
mas agradable, que la de los poemas marí-
timos de lord Byron, inspirados tal vez co-
mo los leiamos, á la sombra de las velas, al
ruido armonioso de las olas, en el silencio
animado de los mares! Ya fuese inspira-
ción de esa literatura, ya de las escenas que
la inspiraron á ella misma, yo emprendí por pa-
sa tiempo la composición á que di el nombre
de El Edén. Lo que yo escribía en prosa por
la mañana, Gutiérrez lo ponia en versos ele-
gantes por la noche. Yo le dejaba entera
libertad, pero él no la tomaba. Cuanto mas
se alejaba de mi texto, mas contento esta-
ba yo, pero él lo estaba menos. El manan-
tial era el mar, el pensamiento, la poesía
de Byron. El mar es un mundo en el fondo y en
la superficie; es un mundo de tesoros y de her-
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— 126 —
mosura, de bellezas y de horrores, de paz y
de movimiento.
A las nueve de una noche de luna, de
calma en el mar, de dulce temperatura, unos
conversábamos alegremente en la cubierta,
el capitán dormía, Gutiérrez versificaba en
la Cámara, á la luz de su lámpara. El ca-
pitán nos habia dicho una hora antes, que
si no fuese de noche hubiésemos visto tal
vez tierra. Se referia al Penedo de San
Pablo, peñón solitario, situado á dos grados
al Sud de la línea equinoccial. Las velas
del buque estaban de modo que nos impedían
ver la proa. Nadie soñaba en peligro de
ningún género. Pero, de repente, un grito
de alarma nos llenó de terror. Era el del
último fin. Todos, de un golpeónos vimos
reunidos en la cubierta. Millares de pája-
ros gritones se agitaban en el aire, hacien-
do sombra en la luz de la luna. Qué ocur-
ría? A diez metros, temarnos al costado
el Penedo de San Pablo, en que por milagro
dejó de estrellarse el Edén, y perecer buque
y tripulación; pues, dormido el centinela de
proa, el primer signo del desastre, habría
sido el desastre mismo. No dormimos en
toda la noche, de pensar en el riesgo y en
la escapada providencial. Cuando el grito
de alarma llegó á nuestros oidos, ya el pe-
ligro estaba pasado. Gutiérrez, que en ese
momento estaba absorbido por su trabajo
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— 127 —
poético, hubiera perecido, en caso de desas-
tre, como en el Centenario, de repente y en-
tre ilusiones poéticas, junto con su amigo,
en quien pensó y de quien se ocupó también
la noche del 25 de Febrero de 1878, escri-
biéndole y describiéndole una pompa de la
pátria, antes de dormir el sueño de que no
despertó mas. Quién nos dirá si no escolló
en algún Penedo, cerca del cual estaba sin
saberlo!
Ha producido algo El Edén? Ha tenido
sucesión? Yo sospecho que el Peregrino vie-
ne del Edén, como el Edén de Childe Ha-
rold. Tales parentescos no se prueban sinó
por sospechas.
Gutiérrez me preguntó una vez si Mar-
mol conocía el Edén antes de concebir su
Pereqrino. Vuelto de Europa, yo viví con
Marmol en Rio de Janeiro, todo el mes de
Enero de 1844. Hablando del Edén, quiso
conocer algo del manuscrito. Yo no tenía
sinó mi prosa. Recostado en un sofá, me
escuchaba un dia la lectura de algunos tro-
zos, y recuerdo que mas de una vez se le-
vantó, se compuso el jopo y exclamó entu-
siasmado: Qué originall qué nuevo! Es una
poesía sin precedente!
Hubimos de ser compañeros de viaje para
Chile, en el Tobías. Marmol lo vió, y tuvo
miedo de embarcarse en él. Yo vi la Rume-
na, buque chileno, que él prefirió, y yo tuve
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— 128 —
miedo. Los dos teníamos razón. Yo puse
setenta dias para ir de Rio á Valparaíso y
Marmol empleó 90 (?) dias en ir al Cabo de
Hornos, y volver á Rio de Janeiro. En esa
peregrinación compuso El Peregrino. La com-
posición del poema, si tal puede llamarse,
duró tanto como el viaje, es decir dos me-
ses, que hoy se reducen por vapor á treinta
dias; pero dos meses que pasaron como dos
semanas.
Para gentes de estudio, un buque de vela
es preferible á un vapor. Entre uno y otro
hay la diferencia de una casa de familia á
un café. Dos lenguas se hablaban á bordo:
el italiano por algunos, el español por todos.
Gutiérrez se encontraba en su elemento. El
tiempo que no daba á su literatura, era para
la geografía, cuyo estudio es un encanto
cuando se hace viajando. Había niños y
mujeres, gentes simples todas.
De noche le pedían á Gutiérrez, que les
contase historias. Mas de una vez me dis-
gustó verle condescender; y resignado á pa-
sar un rato de fastidio, me sentí poco á poco
interesado en la narración, como el primero
de los niños: tal era el encanto de su pala-
bra y la fertilidad de su ingenio. Yo no he
conocido hombre mas bien dotado para la
palabra simple y familiar. Es el único
hombre por quien he conocido el sentimiento
de la envidia, — á escepcion de Byron. Es
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— 129 —
verdad que yo le tenia una simpatía apasio-
nada. Todo él era pura elegancia á mis
ojos. Hasta dormía con gracia; lo contra-
rio de Marmol, que (?) cuando dormía, con
él dormian el pudor y la poesía.
§
Hijos ambos de padres españoles, al ver
las montañas de Andalucía se acabó nues-
tra vida sedentaria. Lo contrario de lo su-
cedido al autor de Childe Harold, el Medi-
terráneo y sus costas históricas pusieron fin
á nuestro trabajo literario. Desde que el
Edén se halló en su presencia, los viajeros
estuvieron siempre sobre cubierta con el an-
teojo en la mano, y con Balbi y sus cartas
y sus noticias geográficas, históricas y esta-
dísticas.
Partido el Edén del Plata, el 5 de Abril,
fondeó en Italia el 6 Junio. En veinte dias
de residencia en Génova, la ciudad nativa
de Colon, Gutiérrez vivió absorto en el arte,
en la historia monumental, y en las mara-
villas sin cuento que esa rica y opulenta
ciudad ofrece á la contemplación del viaje-
ro atento y estudioso. El conocimiento del
idioma y de la literatura italianas, y el
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— 130 —
trato hospitalario y generoso de la brillante
pléyade mazziniana que nos acogía y hos-
pedaba, hizo su mansión de Génova la mas
amena y provechosa de todo su viaje á
Europa.
Una tarde, después de comer y de fumar
en la sociedad mas animada con nuestros
nuevos amigos italianos, fuimos acompaña-
dos por ellos hasta la diligencia, donde re-
cibimos sus abrasos y besos de adiós — dados
en la boca al estilo italiano, — quedando yo
casi embriagado por el sabor al tabaco, que
no me era familiar; y de lo cual reia con
el mejor buen humor.
En Turin, bien que recomendados á Bro-
fferio, orador y publicista célebre, y á otras
notabilidades, Gutiérrez estuvo feliz con un
hallazgo inesperado que allí hizo en la per-
sona de Ferrari, antiguo empleado de mu-
chos años en Buenos Aires, para el cuidado
y manejo de los instrumentos y máquinas,
que servían á los estudios de física expe-
rimental, en la Universidad. Gutiérrez le
conocía íntimamente, y estaban ligados por
una amistad de muchos años. Ferrari se
apoderó de él, le presentó todas sus relacio-
nes, le hizo ver lo mas interesante y curio-
so de la Capital de los Estados Sardos, y
por fin se lo llevó á Biela, pueblito situado
al pié de los Alpes, donde estaba su fami-
lia, y donde Gutiérrez encontró la hpspita-
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— 131 —
lidad amable y fina de su familia en Bue-
nos Aires.
Esa circunstancia me privó del gusto de
visitar juntos en Chambery (Saboya) la casa
de Madama Warens, ó mejor dicho, del cuar-
to que en ella habitó J. J. Rousseau; la de
madama de Staél, en Coppet; el calabozo de
Bonivard, en el Castillo de Chillón, Clarens,
en Lucerna, teatro de las principales esce-
nas de la Nueva Eloísa; y por fin, la casa
Deodatti, sobre el Lago de Ginebra, que ha-
bitó lord Byron y donde escribió varios de
sus poemas.
Cuando nos reunimos en París, Gutiérrez
no podia oirme estos recuerdos, sin repren-
derse por su condescendencia excesiva con
Ferrari. Sin embargo, el recuerdo de Biela,
no lo abandonó nunca.
En París, como en Turin y Génova, no
buscó la sociedad del mundo brillante y bu-
llicioso. Conservó sus hábitos de la vida
reservada en que se educó en Buenos Aires
y que llevó en Montevideo. La cuestión de
recursos y el pensamiento del punto de
América en que tendría que fijarse á su
regreso necesario, le quitaban el gusto de
habitar París. Na habia uno solo de sus
monumentos que no le fuese conocido por
noticias debida? á sus estudios anteriores;
así es que al visitarlos, no hacian mas que
confirmar sus nociones precedentes. Des-
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— 132 —
pues de una corta residencia* que no dejó
de ser muy útil á su espíritu estudioso y
observador, dejó esa ciudad, y se embarcó
en el Havre, para el Sud del Brasil (porque
todavía duraba el sitio de Montevideo), don-
de quedó algún tiempo hasta que pasó á
Chile.
§
En el Pacífico, según él, se han pasado
los años mas , felices de su vida. Fueron
ocho solamente, pero los mas floridos de su
existencia, en las mas amables, dulces y
amenas sociedades del mundo; en la noble
y ducal ciudad de Lima, por sus orígenes y
tradiciones; en la aristocrática y libre San-
tiago de Chile, en Capiapó, en Valparaíso,
en Guayaquil, donde la industria y el co-
mercio son los reyes del lugar. En Guaya-
quil, tenia la felicidad de poseer á un her-
mano suyo, emigrado político, como él, Don
Juan Antonio Gutiérrez, que allí era sócio
principal de una importante casa de comer-
cio. Eso explica las varias visitas que hi-
zo á esa ciudad del Ecuador. Pero el cli-
ma y otras conveniencias sociales le llama-
ban de preferencia al Perú, y sobre todo á
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Chile, donde mas permaneció en el Pacífico,
y en cuya vida séria, libre, laboriosa tuvo
una escuela práctica, que completó su edu-
cación de publicista y de hombre de Estado.
La constitución y el orden de cosas, que
mas tarde ayudó á fundar en su país, te-
nían mas de Chile que de los Estados Uni-
dos, lo cual han olvidado otros federales, que
debieron á la unitaria Chile lo mejor que
saben en política. Gutiérrez, que tenia la
instrucción que otros de sus paisanos emi-
grados no recibieron, hizo al contrario que
ellos: se ocupó mas bien de estudiar que de
enseñar, de leer que de escribir.
En el Pacífico sirvió al buen nombre de
la sociedad de su país por la significación
de su vida ejemplar, con la que probó que
no todos sus paisanos eran condottieri que,
so protesto de emigración política, iban
mezclándose en las pasiones y divisiones de
los paises que los hospedaban, por via de
expeculacion. Gutiérrez guardó siempre una
digna y noble neutralidad respecto de los
partidos políticos en que se dividían los pai-
ses extrangeros que habitó. — Siendo por ex-
celencia la pluma oro de los Argentinos allí
residentes, rey de los escritores del Plata,
nunca le vino la idea de engancharse en
causas y banderas que no le concernían.
Siendo la seducción en persona, por sus mo-
dales cultos y atractivos, por el encanto de
9
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— 134 —
su conversación fácil, elegante, fina y chis-
tosa, por su juventud y por su gracia, no
dió jamás lugar al menor lance escandaloso,
ni al menor rumor desagradable.
Al abandonar esas regiones del Pacífico
para volver á su país, no dejó allí un solo
enemigo personal, un solo rencor, un solo
recuerdo desagradable. Por su parte dió
pruebas de los gratos motivos de inolvida-
ble afección que esos paises dejaron en él.
Cuando estuvo en el poder, tuvo siempre á
la vista el ejemplo de las libres institucio-
nes de Chile, y ligó á los dos paises, herma-
nos y solidarios en destinos, por un tratado
internacional de amistad y de comercio,
que no tiene paralelo en los anales diplomá-
ticos de América, por su espíritu liberal y
eminentemente económico. Gutiérrez con-
sagró en ese tratado de 1856, para los dos
paises, el principio fecundo del tratado de
París, según el cual toda desavenencia in-
ternacional ocurrente debe ser dirimida por
el arbitraje de un tercer poder nombrado
juez amigable por los contendores.
Por ahí vendrá Gutiérrez á ser en lo fu-
turo el pacificador de conflictos territoriales,
que ciertamente no fué él quien contribuyó
á suscitar entre Chile y la República Argenti-
na. Lo que Wheelright intentó hacer para
la unión de los paises, por los rieles de un
ferro-carril al trávos de los Andes, Gutie-
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— 135 —
rrez lo hizo por los vínculos del derecho
internacional positivo. Y en ese mismo ter-
reno de la unión diplomática y de la her-
mandad política, que San Martin fundó por
la espada, le tocó á Gutiérrez coronar la
obra del vencedor de Maipú, como lo hizo
en la del reconocimiento de la independencia
Argentina, que obtuvo él de España. No
hay dos hombres argentinos mas ligados en
los hechos de la historia del Rio de la Pla-
ta, que Gutiérrez y San Martin. Solo así
se comprende que un hombre tan inteligen-
te como él hubiese participado del enorme
quid-pro-quo que ha confundido el centena-
rio del nacimiento de un hombre con el
centenario del nacimiento de una Nación:
equivocación que no se cometió en el Cen-
tenario de Filadelfia, consagrado en 1876 á
1 776, año en que nació la República de los
Estados Unidos, no el general Jorge "Was-
hington, que, en esa data, hacía cuarenta
años que habia nacido. El nacimiento de
Washington, no dio jamás lugar á la cele-
bración- de un centenario.
Completaré este párrafo con un recuerdo
tomado de una carta de Gutiérrez, escrita
del 28 de Mayo de 1876: — "Constantemente
recibo testimonios de la constancia de su
amistad, y el último ha sido el de su libro
sobre la meritoria persona de Mr. Wheel-
right. Lo he leido con el placer de aquel
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— 136 —
á quien una voz simpática le recuerda paí-
ses, que visitó y personas que le fueron co-
nocidas. Entre Barragan y Caldera, entre
el Pacífico y el Plata, está mi vida, mi ju-
ventud. Usted la ha evocado toda entera
como una aparición, al levantar sobre un
pedestad indestructible la estátua de un ser-
vidor del progreso pacífico/'
Y es asi como me parece á mí mismo
evocar toda la mia, al levantar sobre el pe-
destal del presente libro, la estátua del ilus-
tre servidor de la organización de mi país,
al lado de cuya existencia se ha desenvuel-
to la mia propia.
§
Veníamos de Lima para Chile en los pri-
meros años de 1852, cuando oimos en Co-
bija la primera noticia de la caida de Rosas.
No queríamos creerla por lo contradictorio
del tiempo con la distancia, de Buenos Ai-
res á Bolivia. Pero en Valparaíso, al fondear
el vapor Nueva Granada que nos tenía á su
bordo, y antes que la policía marítima vi-
sitara el buque, un argentino venido á reci-
birnos, nos arrojó, envuelta desde su bote,
una gran hoja de papel, mojado todavía, que
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— 137 —
contenía el parte de la batalla de Monte Ca-
seros salido al instante de la prensa. Llegar
á Valparaíso nos pareció llegar á la patria,
lo cual solo resultó cierto para Gutiérrez:
una sonámbula me había dicho, en 1850,
que yo no entraría á mi pais después de
caido Rosas. Gutiérrez se burló siempre del
sonambulismo; pero el primer parte de la
caida de Rosas, lo tuvimos por esa telegra-
fía, un año antes del evento, con casi todas
sus circunstancias.
Descendidos á mi quinta, de la calle de las
Delicias, en Valparaíso, Gutiérrez se puso á
acomodar su equipage para ir al primer Con-
greso Constituyente, como diputado obligado
de la nación libertada; y yo me puse á es-
cribir las Bases de la Constitución, que mi
amigo debía hacer sancionar por sus conse-
jos persuadidos y persuasivos.
Convertidas en realidades esas ilusiones
de nuestro patriotismo argentino, no pasó
mucho tiempo sin que el gobierno formado
por nuestros consejos, de que mi amigo era
Ministro de Negocios Extrangeros, recibiese
un choque reaccionario que venía, del ele-
mento caido, y que amenazaba su existencia,
y reclamaba nuestro concurso defensivo y
conservador del nuevo edificio. La reacción
venia de Buenos Aires; y como esa residen-
cia de Rosas por tantos años no nos había
acostumbrado á creerla una cuna de liber-
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— 138 —
tad, nos pareció natural deber dudar del
patriotismo de la reacción promovida el 11
de Setiembre de 1852.
Desde que ella se hizo amenazante para
la integridad de la República Argentina,
por la sanción diplomática, que empezó á
recibir del Brasil y de Francia, que dejaban
sus agentes en Buenos Aires, el autor de
las Bases recibió la misión que lo arrancó á
la quieta y laboriosa ausencia desde la cual
colaboraba en la organización de su país,
y que le trajo á Europa para defender, en
el terreno de la diplomacia, la integridad y
la independencia de la Nación Argentina,
que habia contribuido á organizar, no solo
sin perjuicio, sino en beneficio de Buenos
Aires, la ciudad nativa del patriota hombre
de Estado á quien yo debía mi nombra-
miento.
Hablar de mí y de los trabajos de mi
misión en Europa, es hablar de Gutiérrez,
á quien pertenece todo lo que yo ejecuté
puntualmente como su agente ó instrumen-
to del gobierno de que era Ministro de Re-
laciones extrangeras. El texto de sus Ins-
trucciones, que se leerá al final de este libro,
es la prueba justificativa de que á Gutiérrez
toca entero el honor de mi misión, no su
responsabilidad por inconveniente alguno.
Si la misión en que tuve el honor de eje-
cutar el pensamiento de Gutiérrez, no hubie-
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— 139 —
se sido tan provechosa para Buenos Aires
como para la Nación toda, la obra llevada
á cabo por nosotros no hubiese tenido la
aceptación y sanción que recibió de Buenos
Aires, desde que sus hombres tomaron pose-
sión y entraron á gozar del fruto de nuestros
esfuerzos, calumniados desde luego y acepta-
dos en seguida.
Lo que Gutiérrez quería, forma lo mejor
de la situación actual y ulterior de cosas:
un solo poder diplomático en 4a República
Argentina y no dos; una sola Legación Ar-
gentina en París y no dos; un solo cuerpo
diplomático extrangero, en el suelo argenti-
no, y no dos; un solo país argentino, reco-
nocido independiente por España, en un solo
tratado y en un solo acto de reconocimiento,
y no dos paises, reconocidos en dos tratados.
Esto es lo que quería y llevó á cabo Gu-
tiérrez en política exterior, y eso es lo que
hoy disfrutan, gracias á él, los que tanto se
lo resistieron. Lo que Gutiérrez no quería
como organizador de la Nación, constituye
todo el mal de la situación presente. Gu-
tiérrez no quería que fuese reformada la
constitución de 1853, que lleva su nombre,
cuyo artículo tercero daba á la Nación por
capital la ciudad de Buenos Aires y por go-
bierno exclusivo, directo y local de la capi-
tal, el gobierno de la Nación. Eso es lo
que reformaron los reaccionarios de Setiem-
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;
— 140 —
bre, dejando á la Nación sin capital, y al
gobierno nacional sin su poder esencial y
complementario, que es el de la capital.
No estaría sumido el país en la crisis de
pobreza y humillación, que hoy lo entrega
á la compasión y al escándalo del mundo,
si la política servida en ese punto por Gu-
tiérrez hubiese tenido el mismo éxito que lo
tuvo en lo exterior.
Y lo mas grave de la crisis en que tiene
al país la ausencia del gobierno que no le
falta sino porque no tiene la Capital, en que,
según la constitución vigente misma consis-
te su poder mas esencial; lo mas grave de la
crisis está en la persistencia . del error que
consideró á Gutiérrez como desafecto y mal
hijo de Buenos Aires, porque deseó la solu-
ción única, que admite el problema argen-
tino y pertenece entera al primero de los
porteños y primero de los argentinos, como lo
era sin duda alguna, Don Bernardino Riva-
davia.
Qué esperanza puede haber de encontrar
un remedio para la crisis, cuando la causa
que la origina y produce está considerada
como principio fundamental del régimen
existente, y ese régimen está mantenido co-
mo el mas conveniente para Buenos Aires
y para la Nación?
Mientras se considere la cuestión de Capi-
tal, como mera cuestión política, ó como de
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— 141
mera residencia administrativa del gobierno
nacional, y no como una cuestión económica
de primer órden, cuya solución abraza la
solución de las cuestiones igualmente econó-
micas del puerto, aduana, tesorería, crédito pú-
blico, deuda pública, banco de emisión de deuda
pública, en forma de un papel moneda provin-
cial garantizado virtualmente y de hecho por
la Aduana nacional radicada en el puerto, que
á su vez está radicado en la ciudad de Bue-
nos Aires, capital de hecho, aunque no quiera
serlo de deredw; mientras esa cadena de cues-
tiones económicas, esté colgada y pendiente
(como está en la República Argentina) de
la cuestión de Capital, — todas las cuestiones
de ser ó no ser para el país, por su vital
importancia, estarán abiertas y sin solución;
los pactos preexistentes de la Constitución,
invocados por ella misma en su preámbulo,
estarán suspensos como estuvieron antes de
la Constitución, que se sancionó cabalmente
con la pretensión de resolverlos; la Consti-
tución misma, estará en el aire y sin cum-
plirse, como está hoy, en la parte mas pro-
minente de ella que es la relativa á la ins-
titución de un Poder Ejecutivo Nacional, resi-
diendo en una Capital de su jurisdicción
■exclusiva, directa, local y suya.
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— 142 —
§
El partido que ha creado y mantenido ese
desórden, en oposición al partido nacional
de 1853, á que Gutiérrez perteneció, puede
estar ufano de la firmeza de su obra des-
organizadora; los hechos naturales, la fuerza
de las cosas se reirán de su obra y de su
victoria. Esos hechos serán la pobreza, la
paralización del trabajo, la baja de los sala-
rios y de todos los valores, la reemigracion
ó la despoblación, la miseria, el descrédito,
el atraso, la guerra, la desmoralización y la
peste. — Esos hechos son correlativos y coe-
xistentes en la historia de todas las crisis
económicas de que hay historia. Si no exis-
tiesen todos en el Plata, donde la crisis está
asegurada y afianzada por un órden de co-
sas mantenido por sistema, sería preciso
dudar de que hay leyes naturales en el mun-
do económico, y que hay efectos sin causa
y causas sin electo. Todo lo que existe en
instituciones y en política, por la acción del
sistema que tenía excluido á Gutiérrez de
la gestión activa de Ja vida pública, es cau-
sa y origen de la crisis presente.
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— 143 —
Y si hay un signo que aterre al que ob-
serva con conocimiento de causa este estado
de cosas y lo que puede venir de él, es la
indiferencia y alejamiento con que ha sido
tratado en sus últimos años de una vida
que distaba de ser vieja, el hombre que, por
sus hechos y por el significado de su vida
entera, había mostrado representar la direc-
ción única que puede sacar al país de su
postración actual y evitarle futuras calami-
dades todavía mayores.
Cómo puede haber crédito público, es de-
cir, confianza en el gobierno nacional como
deudor solvente, cuando ese gobierno está
constituido sin el poder y sin los medios de
gobernar que le asigna su constitución, á
causa de que está privado por sistema de to-
da autoridad directa, local y exclusiva, en la
residencia de peregrino ó de prisionero, en
que reside todo el poder y todo el tesoro de
la nación? Cómo puede haber seguridad
para la vida, para la propiedad, para la per-
sona, para el trabajo que dá vida, donde
falta por sistema el gobierno encargado de
hacer respetar esas garantías?
Cómo puede faltar la pobreza, inherente
al desorden, á la inseguridad, á la anarquía
ó falta de gobierno, á un estado de cosas
semi-civilizado, donde la constitución está
hecha para suprimir todo gobierno nacional
y hacer imposible su restablecimiento y exis-
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— 144 —
tencia? Cómo podrían dejar de ser tratados
con indiferencia y excluidos de la gestión
de la cosa pública, los que cometieron el cri-
men de constituir ó tentar constituir un go-
bierno nacional en el nombre y en la reali-
dad, de hecho y de derecho, con poder suyo
y propio, no con poder prestado, un gobier-
no tutelar de las provincias del país de su
mando, y no un gobierno en la tutela de
una de sus provincias?
No son los nacionalistas como Gutiérrez,,
los excluidos del gobierno nacional en ese
caso, es la Nación misma la excluida, y es-
ta exclusión es cabalmente la razón de ser
y causa de la otra. Gutiérrez era una ob-
jeción personificada, del carácter mas incó-
modo, contra el presente estado de cosas,
porque no podía ser excluido como traidor,
á causa de la abstención absoluta en que ha
vivido. Otros no tienen mas motivo de ver-
se excluidos de toda intervención activa en
la causa nacional, como traidores, que su
lealtad á la Nación excluida de la gestión de
su propio gobierno.
Este es el estado real de cosas á que Gu-
tiérrez no ha podido sobrevivir y en que ha
concluido su existencia en un acceso de ebrie-
dad patriótica producido por un tósigo de
patriotismo artificial y ficticio.
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— 145 —
§
Del gobierno que Gutiérrez contribuyó á
organizar en 1853 y representó después co-
mo Ministro y como hombre de Estado,
ningún principio le era mas simpático, que
el mas fimdamental y prominente de él, que
es el principio republicano, en que se encier-
ra todo el fondo tradicional de la revolución
de 1810 contra España y su dominación
colonial en América. Aunque convencido
de la necesidad en que ese principio estaba
de vivir combinado hasta cierto punto con
el gobierno personal en que los Borbones
habían educado á los pueblos de su mando,
en América como en Europa, no quería, sin
embargo, el gobierno personal de esa fami-
lia, por atrasado y antipático al espíritu de
la revolución liberal de ambos mundos. El
no creía que la casa real de los Borbones
de ambas ramas, rechazados en Francia por
las tres revoluciones progresistas de 1789,
de 1830 y de 1848, pudiera ser mas útil en
la América moderna, que lo había sido en
la Europa regenerada, para representar y
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— 146 —
servir al nuevo régimen. El veía los restos
de esa familia, establecidos en el trono del
Brasil, como la exportación trasatlántica de
una vejez, que había hecho ya su tiempo
en Europa, por el estilo de esos viejos ar-
tistas, gastados para los gustos del público
europeo, que atraviesan el atlántico, en bus-
ca de un público ante cuyo atraso son no-
vedades con peluca.
El sentimiento de oposición que Gutiérrez
tenía á los Borbones, se manifestó sobre todo
en sus poesías patrióticas. No les era des-
afecto por odio á la forma monárquica de
gobierno, pues era amigo de Inglaterra, á
cuya monarquía era deudora nuestra inde-
pendencia de mayores servicios, y á la Re-
pública de los Estados Unidos. No era des-
afecto á la nobleza por falta de educación
y cultura, pues sus maneras y gustos eran
aristocráticos. Era adversario de la mala
monarquía que los Borbones habían repre-
sentado y ejercido en detrimento de la Amé-
rica y de sus progresos y libertades. No era
amigo de una nobleza que se había hecho
sentir en América por su ignorancia, orgullo
y codicia, cuando servía de instrumento de
sus reyes, atrasados como sus nobles, para
ejercer su gobierno absoluto y omnímodo,
intolerante oscurantista, durante la vida pa-
cífica del tiempo colonial, — y durante la guer-
ra de la independencia, por sus crueldades. —
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— 147 —
De ahí aquellos versos en que los llamaba
fríos como el metal de sus blasones.
Si conservó su vieja y poética prevención .
á los Borbones, fué porque los vió coexistir
con la independencia de América, en las
puertas de , nuestro país, con las mismas ten-
dencias iliberales de su raza,, agravadas por
las necesidades geográficas que su instalación
en un suelo tórrido, imposible de poblarse
con las razas de la Europa templada y civi-
lizada, hacían gavitar su política ambiciosa
en la dirección de nuestros territorios, nece-
sarios á la reconstrucción exigida por el suyo
para responder á la necesidad de su pobla-
miento moderno.
De esa tendencia fueron signos y mani-
festaciones, desde antes de la independencia,
las cuestiones de límites entre portugueses y
españoles; mas tarde las intrigas de la prin-
cesa Carlota para volver por puerta excusada
al trono de sus mayores, en la América an-
tes española; después, la guerra de 1825,
que tuvo por objeto la restitución de Monte-
video, arrebatado por el Brasil al favor de
las disenciones argentinas; y por fin, la re-
ciente guerra, que ha hecho desaparecer del
Paraguay la población española, para reem-
plazarla gradualmente por la que puebla las
antiguas provincias españolas de San Pedro
y San Pablo del actual Imperio. Tal ha si-
do al menos la mira del Brasil, pero tal
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— 148 —
mira no se cumplirá. Esas repeticiones de
la vieja política portuguesa, son hoy parado-
jales, porque el Imperio tiene que habérselas
hoy, no ya con las colonias de España, sinó
con la Europa mas adelantada y mas libre,
instalada por la libertad de comercio, al fa-
vor y sin perjuicio de la independencia de
las Repúblicas, convertida en interés europeo
y barrera insuperable para los avances ane-
xionistas de la América tórrida, antes portu-
guesa, hacía los estados libres que fueron
colonias españolas.
§
Como republicano de corazón, Gutiérrez
no tenía ninguna razón para no ser desafec-
to á los Borbones.
Era la familia que representaba la tiranía
colonial ejercida por España en América co-
mo en la España misma; — contra la cual
había tenido lugar la revolución de la inde-
pendencia, resistida por los Borbones durante
quince años, por el fierro y la sangre.
En Francia, esa misma familia represen-
taba el antiguo régimen, derrocado por la
gran revolución de 1786, de la cual era sim-
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— 149 —
pie consecuencia la revolución de la América
del Sud.
Si la América del Norte tiene motivos de
agradecer al Rey Borbon Luis XVI, por la
ayuda que le dió para sacudir la domina-
ción inglesa y constituirse independiente, la
América del Sud puede recordar con gusto
ese bello antecedente de la rama mayor de
los Borbones de Francia, que no dejó de in-
fluir en la libertad de todo el nuevo mun-
do; pero ni á ese ni á otro Borbon debió
la libertad de Sud- América el menor auxi-
lio directo contra la dominación de los Bor-
bones de España.
Lejos de eso, aun después de constitui-
dos de hecho independientes, los nuevos
Estados de Sud- América, ya reconocidos por
la Inglaterra y los Estados Unidos, no pu-
dieron obtener que los Borbones de Fran-
cia, restaurados á su trono, reconociesen di-
recta ó indirectamente su existencia de pai-
ses libres ó soberanos.
Mas bien los Borbenes franceses conci-
bieron planes de restauración monárquica
sobre paises de Sud- América, por mas que
se pretenda que lo hicieron sin perjuicio
de su independencia.
En cuanto á la rama menor de los Bor-
bones de Francia, bien que debiese el trono
á la revolución liberal de 1830, no por eso
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— 150 —
admitió la existencia independiente de los
Estados de la América del Sud.
A los diez años, cuando la tiranía de Ro-
sas, que había agotado el insulto contra el
Rey Luis Felipe y contra los franceses, es-
tuvo á punto de sucumbir, por la resistencia
heróica de los Argentinos, el nuevo Rey de
Francia pactó con la tiranía de Buenos Ai-
res, y salvó al Dictador por doce años mas,
por el tratado de amistad del 29 de Octu-
bre de 1840.
Gutiérrez acababa de salir de un calabozo
donde le tuvo Rosas, ccn grillos, por espa-
cio de tres meses.
Ligados á los Braganzas y los Borbones
portugueses del Brasil, los de Francia, de la
rama menor, han hecho suya la politica tra-
dicional del Imperio tórrido, de reconstruir
su territorio, en el interés de su raza, con
detrimento del territorio de sus vecinos,
los Estados republicanos del Rio de la Pla-
ta. La guerra contra la República del Pa-
ragua}^, en que los Borbones del Brasil han
gastado 100 millones de libras esterlinas y
hecho perecer medio millón de habitantes,
ha sido tan funesta en sus resultados para
sus aliados y auxiliares como para el ven-
cido. Nunca los planes anexionistas del
Imperio brasilero sobre sus vecinos del Pla-
ta, han estado mas cercanos de su practica-
bilidad que después de la guerra en que
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— 151 —
ha empobrecido á sus aliados y adversarios,
antagonistas todos de raza y gobierno.
Ya no está en la mano de los Borbones,
que ocupan el trono del Brasil, el introdu-
cir ningún progreso, el llevar ninguna real
y grande trasformacion de salud á los pai-
ses de su vecindad, que son hoy las Repú-
blicas del Plata. Ellos no pueden llevar
sinó lo que allí tienen, que, en punto á civi-
lización, no es sinó lo que es europeo; y
esto lo poseen, en mayor grado y de mejor
condición las Repúblicas de su vecindad.
Ellos pueden servir de canal para la entrada
de la Europa en el Brasil, mejor que el
Brasil para la entrada de la Europa en la
América Republicana.
No es el clima tórrido el sola obstáculo que
repele del Brasil la población europea. Lo
es en igual grado su modo de ser social y
económico. Y no es menos difícil para los
Borbones, el cambiar ese orden social, que el
cambiar el clima tórrido en clima templa-
do. Desde luego, ese orden social, es la
razón de ser de su presencia misma en el
trono del Brasil; y suprimirlo sería suicidar-
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— 152 —
se. Ese orden de cosas se confunde con la
esencia del imperio mismo. — Es la gran
propiedad territorial v. g. concentrada en
manos de una clase privilegiada, con cuyo
apoyo y sosten gobierna el Emperador. Esa
propiedad, que constituye el grande haber
del Imperio brasilero, tiene el privilegio de
no pagar contribución, la cual gravita prin-
cipalmente sobre el Capital, es decir sobre
el extrangero, que es allí, como en toda Sud-
América, el capitalista por excelencia, El
extrangero capitalista, es decir, el comercian-
te, el empresario, el trabajador extrangero,
son repelidos y alejados del país por esa
causa adicional del clima inhospitalario. Y
como el Brasil, en calidad de país de Sud- Amé-
rica, está llamado á poblarse y enriquecer con
trabajadores y capitales inmigrados del ex-
trangero, es un sistema hecho, al contrario,
para despoblarlo y empobrecerlo, el que
tiene por efecto y resultado esterilizar y
disminuir el capital, que es la varilla mági-
ca de la regeneración del nuevo mundo.
Cómo es recibido ese salvador y redentor
del Brasil, por su sistema financiero? Desde
luego le exige la entrega de una cuarta par-
te de su valor, como precio de la seguridad
y hospitalidad que le vende al que le trae
mas de lo que recibe. Esa cuarta parte del
capital inmigrante, es la contribución, que su-
be á un veinticinco por ciento. — En cuanto al
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— 153 —
resto, es decir, á las otras tres cuartas par-
tes, el capitalista entrante es forzado por el
gobierno á prestárselas; es decir, á cambiarlas,
á medida que las gasta, sea para vivir, sea
para reproducirlas, por el papel ó recibo en
que el Estado se reconoce su deudor del
valor que recibe prestado. El capitalista
tiene que recibirlo por fuerza, es decir, tie-
ne que dar por fuerza en préstamo al Estado
deudor su fortuna, y la fuerza está en que ese
papel que representa su deuda, es la moneda
legal del país, ó sea la moneda con que se
extingue toda deuda que se paga con ella,
aunque no lo quiera el acreedor ó vendedor.
El papel de esa deuda-moneda, por el cual
es obligado el capital á darse en préstamo,
es el instrumento que el gobierno deudor
obliga á su acreedor á recibir y emplear co-
mo regla y medida de valor de todo lo que
dá y recibe en cambio.
Es decir, que lo fuerza á medir con un
instrumento que no es ni puede ser una
medida, porque carece del requisito esencial
de toda medida, que es la fijeza. Y como
el Estado ó su representante el gobierno, es
un deudor armado del poder de la ley para
forzar con su autoridad á todo el que tie-
ne, á entregarle en préstamo lo que posee,
el gobierno viene á ser el tenedor de los
bienes y fortunas de todos los habitantes
del país, con solo emitir su deuda, es decir,
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— 154 —
su deuda pública en forma de papel-mo-
neda.
Una emisión de papel moneda, es un em-
préstito público, cuando el deudor que lo
emite es el gobierno. Su papel es papel de
gobierno ó de Estado, aunque se llame pa-
pel de Banco; aunque el gobierno lo emita
por una de sus oficinas fiscales, revestida
del nombre de Banco; aunque el papel emi-
tido afecte la forma de un billete de Ban-
co. Un banco es una casa de comercio, es
decir, de particulares. El gobierno afecta
ser banquero, y procede como banquero cuan-
do emite sus billetes de deuda pública, tan
pública y ordinaria como la de sus Bancos
y fondos públicos y billetes de tesorería. Todo »
papel moneda oficial, está reducido á billetes
de tesorería.
Tal régimen constituye el socialismo mas
completo en cuanto al despotismo omnipo-
tente que el Estado ejerce en el individuo,
por su intermedio.
Todo deudor que tiene el poder de ha-
cerse prestar por fuerza, según sus necesi-
dades, medidas por sus deseos, será un loco
si no usa de ese poder maravilloso hasta
acabar por vivir de lo ajeno.
Ese régimen es la negación de la propie-
dad privada, es decir, del aliciente mágico
de la inmigración en América.
Representa el empobrecimiento indefinido
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— 155 —
y continuo del país que cambia 3' mide su
fortuna por un papel que vale menos á me-
dida que se emite mas, de donde resulta que
cada dia es uno mas pobre que el dia an-
terior, á causa del poder ilimitado y sobe-
rano con que el gobierno consume, gasta y
destruye la fortuna de todo el mundo.
Cambiar ese régimen de cosas es acome-
ter la revolución mas grande contra el go-
bierno existente, porque es arrebatarle el
mas grande de sus poderes; es desarmarlo.
Lo cual es imposible si no se desarma él
mismo, es decir, sin el milagro de un suici-
dio de gobierno; porque el gobierno, aunado
con la fortuna de todos, puede resistir y
vencer á todos los que están desposeídos de
ella por ese régimen financiero, que reina
en el Brasil.
Así, el papel moneda del Estado, es el
Imperio; pero no el Imperio constitucional,
aunque así lo llama la Constitución escrita,
sino el Imperio ilimitado, omnímodo, abso-
luto, en el hecho, que es mas poderoso que
el derecho.
El gobierno así constituido podrá ser fuer-
te comparado con el país, pero el país será
pobre, mal poblado y atrasado comparado
con otros países. Y sí es país de Sud-Amé-
ca, será menos libre, menos culto y civili-
zado que los otros,, porque será menos apto
que los otros para proveerse de esas venta*
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— 156 —
jas procedentes de la Europa mas civilizada.
Si á ese orden repelente de cosas, el pais
añade un clima y suelo repelentes para pue-
blos de la Europa civilizada, no será el Bra-
sil el que esté llamado á llevar al Plata la
civilización de Francia, de Inglaterra, de
Alemania y Estados-Unidos, que es la única
civilización de este siglo, que la América del
Sud necesita y puede recibir, solo porque
es el único país de la América republicana,
que tiene un trono, y solo porque ese trono
está en manos de los príncipes, que han de-
jado de entenderlo (?) y representar el gobier-
no de la Europa mas libre y civilizada.
§
Que la dinastía que ocupa el trono del
Brasil, pertenece á la familia de los Borbo-
nes y se compone de Príncipes que llevan
su sangre y su nombre histórico, es un hecho
de notoriedad para todos, aunque parece no
serlo para sus vecinos los republicanos del
Plata, que se glorian de haber expelido de
América á esos mismos Borbones, por su
gran revolución de independencia, á princi-
pios de este siglo.
He aquí la lista nominal de los principes
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— 1B7 —
Borbones que forman parte de la familia
reinante en el Brasil.
La Emperatriz Doña Teresa - Cristina - Ma-
ría, hija de Francisco I, rey de las Dos Si-
cüias, hermana de Maria Cristina, ex-reyna
de España, y hermana política de Fernando
VIL, último rey de España, que dominó la
América del Sud. Por su raza y nombre,
todos esos príncipes de las Dos Sicilias son
Borbones de la rama de esta familia que
ocupó el trono de ese país italiano.
La Princesa Imperial, su hija, Doña Isabel
Cristina, Leopoldina, Agustina, Micaela,
Gabriela, Rafaela, Alcántara Borbon, ca-
sada con
El Conde de Eu, ó cí'Ew, Luis, Felipe, Ma-
ría, Fernando, Gastón, príncipe de Orleans,
hijo del Duque de Nemours y nieto del Rey
Luis Felipe, de la rama menor de la casa Real
de los Borbones, que lleva el nombre Orleans
— Borbon.
El hijo del Conde d'Eu, nacido en el Bra-
sil, en Octubre de 1875, de la princesa im-
perial, príncipe Orleans — Borbon, llamado á
ceñir un dia la corona imperial del Brasil.
El Conde d'Aquila, Príncipe de las Dos
Sicilias, Luis, Carlos, Maria, José de Borbon
casado con Doña Genuaria, hermana de D.
Pedro H.
El Príncipe de Joinville, Francisco, Fer-
nando, Felipe, Luis, Maria de Orleans, de la
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— 158 —
rama menor de la casa Real de Borbon, es
decir, Orleans Borbon.
Sabido es que los Borbones de España,
son rama menor, como la de Orleans, de la
Real Casa de Borbon, que viene de Luis XTTT,.
de Francia.
Esos son los Príncipes que, con el Em-
perador del Brasil, concurren á reinar, no
solamente en el imperio del Brasil, sino in-
directa y relativamente, bajo el color de
aliados, sobre las Repúblicas vecinas, que
una política pueril y atolondrada ha coloca-
do bajo su predominio mediante la guerra,
que le ayudaban ellas á llevar al Paraguay,
y que llevó á término como generalísimo de
la alianza ó mesaMiance, el Conde d'Eu, prín-
cipe Orleans Borbon, á manos de cuyos
comandantes expiró el presidente de la Re-
pública del Paraguay, de un modo calificado
de asesinato por el código Americano de la
guerra moderna, escrito por Lieber, y san-
cionado por Lincoln; pero que, según las le-
yes del Brasil, valió el título de Conde de Pe-
lotas al general que permitió matar á un
indefenso prisionero, herido y moribundo.
Lejos de ayudar, Gutiérrez protestó siem-
pre en su corazón contra la política Argen-
tina y contra la indiferencia impolítica de
la América repúblicana, que contribuyeron
á poner á las Repúblicas del Plata, bajo la
influencia predominante de una dinastía
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— 159 —
extrangera, que no ha renunciado á sus vie-
jas y conocidas aspiraciones de reivindicar
lo que le arrancó la revolución de América
por las amias victoriosas.
Nada fuera que los Borbones del Brasil
fuesen los únicos que dominan por su in-
fluencia á las Repúblicas de su vecindad. Lo
grave del caso, es que esos Borbones son ins-
trumentos de su dinastía orijinaria, que repre-
senta una parte poderosa de la Francia, y
es la que á su vez gobierna por su influjo
tanto al Brasil como á las Repúblicas su-
bordinadas y dependientes del Brasil. Se
puede decir, que el gobierno de las Repú-
blicas del Plata está realmente en Francia,
como en otro tiempo estuvo en España, con
esta diferencia: que los Borbones franceses
de la rama menor, se sirven de la revolu-
ción misma de la independencia para ejer-
cer su dominación disimulada y latente, con
mas éxito que lo hizo Napoleón III, en Mé-
jico, pues el Imperio del Brasil, ocupado y
gobernado por su familia, es un hecho acep-
tado y consentido por toda América, mien-
tras que no lo fué nunca el Imperio Meji-
cano. La vanguardia de la dominación
borbónica en las Repúblicas del Plata, se
compone de fuerzas nativas de esas mismas
repúblicas, regimentadas y disciplinadas por
una política de verdadera conquista, que
viene preparándolas de léjos y cuyos resul-
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— 160 —
tados son al presente visibles en la misma
Francia, para los ojos que saben observar.
Legaciones, consulados, agencias administra-
tivas de todo orden, pertenecientes al Rio
de la Plata, están ejercidas por Argentinos
y extrangeros domiciliados en Francia y en
cierto modo franceses de hecho y de cora-
zón. Quieren á su América nativa, como
el hijo de Australia ó del Canadá, quieren
al suelo de su origen, habitando sin embar-
go la Inglaterra como la madre pátria de
su adopción.
El hecho es que de todos los países en
que la familia de Orleans-Borbon, tiene miras
y trabajos pendientes para establacer su do-
minación en una forma ú otra, abierta ó disimu-
ladamente, sin excluir la Francia misma, (1) de
que forma un gran partido, el Brasil es el país
en que su autoridad se halla mas comple-
tamente establecida, y naturalmente, después
del Brasil, las Repúblicas subordinadas á
ese imperio con el título tradicional de aliados.
Tal estado de cosas constituye un estado
de contra-revolución en el doble sentido de
una restauración del borbonismo y de monar-
quismo en la pcrcion de Sud- América que
(1) «Hier, dans la rae de la Paix, une demi-douzaine au moina
des plus scmptueux magasins étaient fermés en sigue de deuil. On lisait
sur les volets: c Fermé á cause de la mort de la reine d'Espagne.
Comme nous le disionshier, le senti mentpublic s'assucie á ce deuil
royal si voisin de nous, si touchant et si franga : s, car qu*y a-t-íl de
plus frangais en France que le nom de Bourbon?» — Paris Journal,
del 29 de Julio 1878.— (El A.)
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— 161 —
tomó la iniciativa de la revolución de su in-
dependencia respecto de la monarquía de los
Borbones, sus antiguos dominadores.
Como la ulterior mira definitiva de esa
contra-revolución es hacer de la América del
Sud republicana, un anexo y enganche del
núcleo imperial brasilero, cuyo actual suelo
tórrido lo hace incapáz de poblarse de razas
europeas, el porvenir que esa contra-revolu-
ción promete á los nuevos Estados hoy re-
publicanos, es nada menos que su desapari-
ción como Repúblicas, .como Estados inde-
pendientes y como nacionalidad hispano-ame-
ricana.
§
El resultado de ese estado de cosas es que
la alta dirección, el alto gobierno de las Re-
públicas del Plata, no solo no está en Buenos
Aires y en sus hombres, sino que no está
tampoco en Rio de Janeiro ni en sus hom-
bres, sinó que está en Europa, en las manos
de un gran partido monarquista de Francia,
que, lleva esa ventaja á los partidos rivales
del mismo país. Los consejos directivos de
la política del partido de Orleans Borbon.
corudrenden la dirección de los negocios
Sud-americanos, como intereses accesorios y
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— 162 —
complementarios de los suyos, que tienen su
centro en el Brasil.
De ahí viene que la habilidad y experien-
cia consumada por las repúblicas de Sud-
América admiran en el Brasil, sin reflexcio-
nar que el Imperio con todas sus exteriori-
dades pomposas, es una ex-colonia de Por-
tugal, cuya independencia es doce años pos-
terior á la de sus vecinos; esa experiencia
y habilidad tomadas como brasileras, son el
fruto de la vieja cultura de Francia, cuyos
primeros hombres de Estado, — Guizot, Thiers,
v. g. — hasta 1830 ponían su mano en las
cuestiones del Brasil en Sud-América.
Los vicios del sistema republicano, como
gobierno, constituyen el primer elemento de
poder invasor del Imperio en sus vecinos.
De esos vicios, el mas útil y provechoso pa-
ra la monarquía, es el principio de reelec-
ción en los altos empleos de las Repúblicas
de su rivalidad y vecindad. Ese principio
le asegura hoy, por ejemplo, la alianza y
cooperación de los tres ex-presidentes, que
han gobernado al país en los últimos diez
y ocho años, desde la sanción de la reforma
hecha por las ambiciones de partido. Cada
uno de ellos aspira á ser reelecto con inter-
valo de un período de seis años ; como la
Constitución admite. Esta aspiración natu-
ral de los ex-presidentes, la contistuye el
principal obstáculo de la paz. La guerra
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— 163 —
del Paraguay no fué extraña al gasto de
prolongar la duración del poder presidencial
que la promovió. La guerra civil de 1874
tuvo por actores principales, á dos ex-presi-
dentes que aspiraban á continuar en la Pre-
sidencia, el uno por las armas, el otro por
la intriga. Toda la agitación presente viene
de la concurrencia de los tres ex-presidentes
con el deseo de asegurar ó recuperar la po-
sesión del puesto cuyos goces no pueden
olvidar ni renunciar. Para lograr su mira,
cada uno sirve y se apoya en una de las
dos corrientes de intereses encontrados que
ha dejado formadas la disolución del anti-
guio Vireinato de Buenos Aires, y forman
la base de los dos partidos argentinos, el de
Buenos Aires y el de la Confederación. Dos
de esos ex-presidentes, unidos entre sí, sirven
á su ambición por la entrega que hacen de
la Confederación á Buenos Aires; y los tres
reconciliados en el seno de una especie de
compañía colectiva (?) de industria políti-
ca, derivan todo su poder de la entre-
ga que hacen de las dos mitades de la
República, en manos del Imperio brasilero,
buscado como apoyo y sosten común. Una
República que apoya su existencia en un
Imperio, rival y antagonista por intereses de
raza, territorio y clima, no puede ser un
Estado consistente y fuerte, ni durable.
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DE LOS DESTINOS DE LA LENGUA CASTELLANA
EN LA AMÉRICA ANTES ESPAÑOLA (1)
§ I
La recolonizacion literaria de la América
del Sud por la Academia española, no es el
medio de defender allí la lengua castellana.
Y sin embargo, este sería todo el sentido del
plan de reforma, que han propuesto á la
Academia de Madrid los miembros de una
comisión de su seno, nombrada en 8 de No-
viembre de 1870, para que, tomando en consi-
(1) «El Americano de Hedor sería el pariente de la
América latina, de los Calvo, que no quiso insertar un artículo sobre
Academias españolas en América, que yo escribí, solicitado indivi-
dualmente, sin calcular el giro americano que yo podía dar al asunto.
— Me devolvieron, á los veinte días, el artículo, so pretexto de que
no entendían mi letra, después que el día que lo recibieron dijeron
que la entendían á las mil maravillas. La palabra de orden del co-
mité invisible lo cambió todo.»
Si reproducimos las palabras anteriores tomadas de una nota de los
Ensayos, es para explicar el origen de este artículo inédito y la ra-
zón de su publicación tardía.— f El E. )
11
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— 166 —
elevación las indicaciones hechas por los señores
Hartzembusch, Pílente y otros, respecto á nuestras
relaciones literarias con las hoy Repúblicas inde-
pendientes y antes provincias hispano-americanas,
sugieran ó indiquen los medios que la Academia
española tiene d su disposición para acudir al
reparo y defensa del idioma castellano en Amé-
rica, en vista del gran riesgo que corre de
bastardearse de un modo irreparable, con
motivo de que el comercio y trato de esas
Repúblicas es mas frecuente con extrangeros,
que con españoles; y, en atención á que Amé-
rica contiene diez y ocho millones de habi-
tantes que hablan español, mientras que Es-
paña misma solo contiene diez y seis.
La América latina, del 6 de Marzo, ha re-
producido el documento de la Academia
española, de que creo tener el derecho de
ocuparme respetuosamente en mi calidad de
Americano, mediante la hospitalidad que
este periódico concede á todo lo que de algún
modo interesa á la América de que toma, su
nombre.
Los medios que hoy emplea la Academia
española para impedir la alteración de la
lengua castellana en América son, según el
documento citado, la creación de miembros
correspondientes hispano-americanos, y sus
publicaciones dogmáticas sobre el idioma.
La comisión es de opinión que esos medios
no bastan. El que ella propone consiste
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— 167 —
simplemente en lo siguiente: — que, en vez
de Académicos correspondientes, la Acade-
mia Española tenga en Sud-América Aca-
demias correspondientes, formadas con su
autorización (de la Academia Española) nom-
bradas por ella, regidas por sus mismos Es-
tatutos, y no solo correspondientes, sinó vir-
tualniente dependientes, ó sucursales de la
Corporación de Madrid. (1)
Esas Academias de la lengua castellana, se-
gún el plan de la Comisión, aunque instaladas
en América y compuestas de americanos, no
serían Academias Americanas, sinó meras de-
pendencias de la Academia española, ramas
accesorias de la institución de Madrid.
La comisión deja entender como razón de
esto, que, siendo la lengua castellana una
propiedad de España, la Academia española
de esa lengua es la única autoridad compe-
tente para legislarla, regirla y defenderla
donde quiera que se hable.
Los americanos, según la Comisión, son
independientes en política, pero siguen siendo
súbditos de España en cuanto á la lengua.
Si España ha perdido la propiedad de ese
continente para su corona, no lo ha perdido
para la soberanía literaria de su Real Aca-
demia de la lengua. Así, en Chile, en el
Perú, por ejemplo, la creación propuesta no
(1) Véase el Dictámen y Proyecto de Acuerdo, en la América
Latvna del 6 de Marzo de 1871.
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— 168 —
se llamaría Academia chüena, ni Academia pe-
ruana de la lengua, aunque la lengua española
sea la lengua nacional de esas Repúblicas,
porque tal denominación tendría viso de in-
dependencia y de lo que se trata es de salvar
la autoridad española de la lengua en Amé-
rica, ó mas bien dicho, la histórica integridad
literaria de la España, amenazada por los
efectos de la revolución de Sud- América.
Este es el plan preservativo de la lengua
de Cervantes en América, que la Comisión
declara no ser una revolución, sinó una reforma,
mediante la cual vendría la Academia Espa-
ñola á realizar lo que por la diplomacia y por
las armas mismas es ya completamente imprac-
ticable, — es decir, una contra-revolución, una
restauración de la soberanía literaria de Es-
paña en la América, que fué su colonia po-
lítica y sccial. Por ese medio, según la Co-
misión, la Academia vá á oponer un dique
mas poderoso, tal vez, que las bayonetas mismas
al espíritu invasor de la raza anglosajona en
el mundo por Colon descubierto.
Se asegura que la Academia española apro-
bó definitivamente y en todas sus partes el
proyecto de su Comisión, en Junta tenida el
24 de Noviembre de 1870.
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§ n
Falta saber ahora si ese proyecto, acordado
para América sin participación de América,
tendrá el acuerdo y aprobación de las Repú-
blicas de ese continente que han asumido,
con su soberanía política, la de su educación
y cultura literaria, hasta en la lengua, na-
turalmente, que sirve de expresión á los actos
de su soberanía política.
Es de temer que la América del Sud re-
ciba ese proyecto español, como la América
del Norte, que antes dependió de Inglaterra,
recibiría hoy de una Academia inglesa de la
lengua, (que no existe, como, se sabe), la au-
torización y nombramiento en los Estados Uni-
dos, de Academias Americanas de la lengua
inglesa, para defender el idioma de Schakes-
peare, amenazado del peligro de bastardear-
se por el roce de tantas poblaciones extran-
geras como inmigran en aquella gran Re-
pública; ó como Bélgica y los Cantones
franceses de la Suiza, recibirían la autoriza-
ción de la Academia Francesa para crear
on esos paises extrangeros, academias de la
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— 170 —
la lengua de Moliere, nombradas para exis-
tir como correspondientes de la Academia
francesa de París, á que deberían su nom-
bramiento oficial y su dirección permanente-
§ ni
En mi opinión la Academia española se
forma una idea muy objetable sobre la na-
turaleza y estension de su autoridad en el
idioma y en las leyes que lo rigen, tanto en
América como en la misma España.
Ella se considera como despojada de su
autoridad privativa para legislar la lengua,
cuando el uso general se apodera de esa au-
toridad; y vé la ruina y desaparición del
principio de autoridad en lo que no es mas
que un cambio de asiento y de representan-
tes de ese principio. En la lengua, como en
el derecho, la regla es un fenómeno que se
produce y vive independientemente de la ley
escrita; ella emana de las leyes naturales
que gobiernan al sentido común y á la razón
de todos.
Las lenguas no son obra de las Acade-
mias; nacen y se forman en la boca del
pueblo, de donde reciben el nombre de len-
guas, que llevan. Las Academias, venidas
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— 171 —
después que las lenguas existen 3'a formadas,
no hacen mas que registrarlas y protocolizar-
las, tales como las ha formado el uso, que, se-
gún Cervantes mismo, es el soberano legítimo
de las lenguas, no el tirano. Cuando las Aca-
demias no existen, — y es el caso mas co-
mún, — aquel registro se hace por los cuidados
aislados de un hombre superior, como sucede
en Inglaterra, donde no hay Diccionarios de
la Academia, sinó de tal ó cual sabio, acep-
tado como la autoridad que representa el
uso popular en el idioma. Si hay un ter-
reno en que el dogma de la soberanía del
pueblo haya existido desde que existen socie-
dades, es el idioma. La lengua es de tal
modo la obra inmediata y directa de la na-
ción, que ella constituye, en cierto modo,
su mejor símbolo, y por eso es que los pue-
blos son clasificados por sus lenguas, en la
geografía y en la estadística.
§ IV
Naturalmente, las lenguas siguen los desti-
nos de las naciones que las hablan; y como
cada nación tiene su suelo, su historia, su
gobierno, su industria, su género de riqueza,
sus vecinos, su comercio, sus relaciones ex-
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— 172 —
trangeras peculiares y propias, en cierto
modo, se sigue de ello que dos naciones,
aun hablando el mismo idioma, no podrán
jamás hablarlo de un mismo modo. El idio-
ma será el mismo, en el fondo, pero las mas
profundas é inevitables modificaciones natu-
rales harán que, sin dejar de ser el mismo
idioma,, admitan sus dos modos naturales de
ser manejado y practicado, dos perfecciones,
dos purismos, dos diccionarios, igualmente
autorizados y legítimos.
Si cada nación hace y cultiva su lengua,
como hace sus leyes, desde que tiene condi-
ciones para llevar vida independiente, ¿có-
mo podría la América independiente y repu-
blicana, dejar la legislación del idioma, que
sirve de expresión á los actos de su vida pú-
blica, en manos de una monarquía extrange-
ra relativamente menos poblada que ella?
No son diez y ocho millones, como cree
la Comisión, sinó veinticuatro millones los
que forman la población total de las Repú-
blicas de América, que hablan español, mien-
tras que España solo tiene diez y seis. De
donde resulta que el idioma español es mas
hablado en América, por decirlo así, que en
la misma España. Por qué escepcion, al
tomar América en sus propias manos la ges-
tión de todos los modos de su soberanía,
habría dejado en poder de España la legis-
lación y la interpretación de la lengua, en
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— 173 —
que la América independiente y soberana
escribe sus constituciones, sus códigos, sus
tratados internacionales, las doctrinas de su
derecho público?
Cuando los sud-arnericanos solicitan el
honor de ser nombrados miembros correspon-
dientes de la Academia española, no entien-
den por eso abdicar sus derechos intelec-
tuales y convertirse en sus colonos literarios.
La prueba es que buscan ese mismo honor
en las sociedades sabias de Francia, de Ale-
mania, de Inglaterra, y hasta de la Univer-
sidad del Estado de Michigan, en Norte
América.
§ v
Sin du la que algo será preciso hacer para
estrechar las relaciones literarias entre Es-
paña y la América que habla español. Pero
el plan propuesto, no es ciertamente el que
puede producir ese resultado. Esas relacio-
nes deben establecerse en el mismo principio
en que descansan sus relaciones políticas y
comerciales, á saber: el de* la mas completa
igualdad é independencia recíproca, en pun-
to á autoridad.
Todos los cuerpos sabios en Europa, son
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_ 174 —
correspondientes los unos de los otros, sin
que haya ninguno, por eminente que sea,
que aspire á la autoridad de intervenir en
la organización de los demás. — ¿Qué incon-
veniente tendría la Academia española en
invitar á los cuerpos literarios y universita-
rios, que hoy existen en Sud- América, para
consentir en ser sus correspondientes de ella,
y para ofrecerles el serlo ella misma de esas
corporaciones americanas? Si las fuerzas no
son iguales todavia, lo son los derechos; y el
resultado sería la aproximación y nivelación
de las capacidades con el tiempo, lo cual es
y debe ser todo el objeto tenido en mira
por la Academia, en el interés del idioma
común.
Bastaría que la Academia española se
arrogase la autoridad ó el derecho soberano
de legislar en el idioma, que habla la Amé-
rica hoy soberana, para que esta tomase
antipatía á una tradición y manera de prac-
ticar el idioma castellano, que le venían tra-
zados despóticamente del país trasatlántico,
que había sido su Metrópoli. No puede un
país soberano dejar en manos del extrangero
el magisterio de su lengua. Sería, lo repito,
entregarle la interpretación y suerte de sus
leyes fundamentales, de sus códigos, de sus
tratados, escritos en su lengua nacional, tal
como él la entiende y maneja, sea bien ó
mal entendida y manejada.
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— 175 -
§ VI
Ni es la Academia española el poder á
quien toca investigar y emplear los medios
de mantener en Sud- América el tipo espa-
ñol de la lengua al abrigo de alteraciones
bastardas. Harto tiene que hacer esa Aca-
demia en la misma España para defender
la lengua, que dos tercios de esa Nación ha-
blan mil veces peor que los mas rústicos
americanos del Sud.
Es á la política española, — mas responsa-
ble que nadie de la impureza de la lengua
castellana en América, — á quien toca defen-
der el honor que tiene España de que su
lengua sea escrita y hablada por todo un
mundo nuevo, del modo mas conforme á su
índole primitiva y originaria.
El día que España, por su política india-
na, permitió al colono español casarse con
la mujer indígena, creó en América una fa-
milia y una sociedad, que habló y promiscuó
dos lenguas á la vez, — una europea y culta,
otra americana y bárbara. Y el día, mas
tarde, en que esa política, lejos de reconocer
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— 176 —
la indepeudencia inevitable del nuevo mun-
do, se obstinó en pelear quince años por
mantener su dominación, y empleó después
otros quince años en abstenerse de todo trato
y contacto con Sud- América, la España por
esa conducta, dejó á las naciones europeas,
que no hablan castellano, su antiguo papel
de poblar, instruir, educar, dirijir la cultura
de los jóvenes Estados americanos, bajo su
nuevo régimen de independencia y libertad.
Así es como la política española sirvió á las
causas que han bastardeado el idioma cas-
tellano en América.
¿Qué puede hacer hoy día para reparar
ese mal en cuanto cabe? Muchas cosas, que
están en su mano. Desde luego abstenerse
de trabar la emigración de los españoles que
quieren ir al nuevo mundo. La población
es el mejor conductor de los idiomas. Así
se introdujo el castellano en América, y así
se mantendrá fiel á su tipo original. Los
españoles dan allí el ejemplo vivo de la be-
lla pronunciación castellana. Su prensa,
escrita con propiedad, ejerce un buen influjo
en la prensa americana. Cada guerra, ca-
da bloqueo, cada bombardeo de una ciudad
americana, empleados por España, echan
mas y mas á esos paises en los brazos de la
Europa que no habla castellano.
¿Cómo podrá España establecer relaciones
literarias con paises con quienes no ha es-
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— 177 —
tablecido todavía relaciones políticas y co-
merciales? Todavía una parte de las Repú-
blicas de origen español, que no ha sido
reconocida en su existencia soberana por la
madre patria, vive aprehensiva de tener que
resistir un día por la espada las pretensiones
á una reivindicación aborrecida.
§ vn
Por lo demás, la Academia española puede
tranquilizarse á este respecto: el mal es me-
nos grande que ella lo teme, ó al menos se
realiza hoy dia no sin compensaciones, que
antes no existían. Menos inconvenientes, en
efecto, tiene el que la lengua española se
bastardee por su roce con lenguas sabias,
como el francés, el inglés, el alemán, el ita-
liano, que los tenía por su mezcla con las
lenguas bárbaras de los indígenas, cuyo pe-
ligro no inquietó nunca á la Academia. Esas
lenguas compensan al idioma castellano, que
habla Sud- América, en nutrición y sustan-
cia, lo que le quitan en pureza. El purismo
de los idiomas tiende á ser un mérito cada
dia mas sulbalterno: es como el chauvinismo
de las lenguas. Suprimiendo las fronteras y
las distancias física y moralmente, el cristia.
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— 178 —
nismo, el vapor y la libertad han hermana-
do y acercado á los pueblos entre sí, á ex-
pensas de la pureza de sus lenguas. Pero,
felizmente, las lenguas, como las razas, se
mejoran por el cruzamiento. Babel inmensa
y universal, rendez-voas de todas las nacio-
nes del globo, la América tiene por papel
providencial, mejorar las razas, las institu-
ciones y las lenguas, amalgamándolas en el
sentido de sus futuros y mejores destinos so-
lidarios.
Es posible que Sud-América no llegue á
hablar jamás perfectamente el castellano de
Cervantes, pero no será incapáz de tomar
á (Jervantes lo que vale mas que su lenguaje
de ahora doscientos años, y es, su inmortal
buen sentido, que sabe reirse de todos los
quijotismos, incluso el de las Academias, que
se creen autorizadas para repetir la palabra
de Carlos V, de que en sus dominios no se
pone el sol, y creen poder autorizar á los an-
típodas para que hablen el verdadero y ge-
nuino castellano, de que solo Madrid es pro-
pietario, sin incurrir en el delito de contrefagon,
por abuso de un idioma que no les perte-
nece.
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— 179 —
§ VIII
Si España quiere conservar su autoridad
literaria en Sud- América, trate de procurár-
sela primero en la Europa misma, exhibien-
do pensadores como Bacon, Descartes, Lo-
ke, Kant, y descubrimientos y progresos cien-
tíficos y literarios, capaces de rivalizar con
los que ostenta á la faz del nuevo mundo,
la Europa del siglo XIX extraña al habla
castellana. El secreto, para tener una lite-
ratura autorizada, es tener ciencia autoriza-
da, pues no puede dejar de escribir bien,
el que bien piensa, el que bien observa, el
que bien sabe, y tiene enriquecida su cabe-
za con sólida instrucción y útiles conoci-
mientos. Lo contrario, sí, que es impo-
sible.
Por qué razón daría su admiración Amé-
rica á una literatura que la Europa mas
culta se obstina en ignorar á causa de su
condición subalterna y secundaria?
Y, malo será que América sospeche que
el proyecto español busca un medio latente
y sordo de ejercer una influencia que se
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— 180 —
cubre con apariencias literarias, en cuyo caso
el remedio no serviría sinó para agravar el
mal. Multiplicando el número de diez y
ocho academias correspondientes por el de
once Repúblicas, vendría á tener la sola
América del Sud ciento noventa y ocho cor-
respondientes dé la Academia española, cu-
yo solo número bastaría para disminuir la
autoridad que hoy se dá á los pocos que
existen, cabalmente porque son pocos.
Un número tan crecido de Agentes lite-
rarios haría sospechar la idea de un prose-
litismo menos literario; ó cuando menos, la
de un tráfico de distinciones literarias poco
compatible con la dignidad indispensable á
la autoridad de un cuerpo sabio.
Los republicanos de América somos ávi-
dos de distinciones, no obstante nuestro amor
de igualdad. Si las condecoraciones y tí-
tulos nobiliarios son incompatibles con la Re-
pública escrita, no lo son los títulos literarios.
La España no debe ser sospechada de que,
conociendo esa debilidad, quiera explotarla
en el interés de reivindicar por la vanidad
de los americanos una supremacía que no
ha podido arrancarles por el poder de las
armas en los campos de batalla, ni por la
autoridad de la ciencia, bajo las álas de la
paz.
Londres, Marzo de 1871.
J. B. A.
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EVOLUCIONES DE LA LENGUA CASTELLANA
A
He leido la carta de nuestro amigo el Dr.
Gutiérrez á la Academia Española, devol-
viéndole su diploma de miembro correspon-
diente de esa eminente sociedad literaria.
Usted ha tenido la buena idea de mandar-
me esa carta conociendo lo que me interesa
ol autor, el asunto y el caso, que es casi
el mismo en que yo me encuentro, pues
también la Academia Española me hizo el
honor de nombrarme un miembro corres-
pondiente suyo.
Pero si yo hubiese tenido motivo y deseo
de seguir el ejemplo de mi honorable ami-
go, no habría podido devolver mi diploma
por la simple razón de que nunca lo recibí,
pues gracias al interés inmenso que nuestro
12
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— 182 —
pasado Presidente daba á la organización de
la Posta, mi diploma ó nombramiento se
perdió en la oficina de correos de Buenos
Aires, durante su gobierno. Le debo así la
posesión en que me encuentro del honor con
que me favoreció la Academia Española sin
el menor perjuicio de mi libertad, que con-
servo entera, de opinar y entender la doc-
trina de la evolución de nuestro idioma,
como la vé el Dr. Gutiérrez. Pero no por
opinar como él, hubiese devuelto mi diplo-
ma; y no porque el hecho sea sin preceden-
te, como se ha dicho. Tiene su precedente
célebre y reciente en la renuncia que hizo
de su silla un grande académico de Fran-
cia (1) por no sentarse al lado del libre
pensador M. Littré.
Pues cabalmente M. Littré filé recibido
miembro de la Academia á pesar del disen-
tir de ese cuerpo en sus ideas sobre la pu-
reza y fijeza de la lengua; y esas ideas, que
son de muchos, son las mismas del Dr. Gu-
tiérrez.
Sobre este punto yo mismo he tenido esas
ideas desde mucho tiempo, y están consig-
nadas, con una exageración en que no per-
sisto, en escritos mios conocidos en el Plata.
Pero no he vacilado en aceptar el honor
ofrecido por la Academia, porque no pienso
que ella excluj^a por sistema del círculo de
(1) Mona. Dapanloup.
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— 183 —
sus asociados á los que no creen en la in-
mobilidad y fijeza de los idiomas, por mas
que una Academia, por la naturaleza misma
de su institución, esté llamada á respetar y
servir la estabilidad y pureza de la lengua
nacional.
Pero el idioma es el hombre, y, como el
hombre de que es expresión, está sujeto á
cambios continuos, sin dejar de ser el mismo
hombre en su esencia.
Esas son las ideas del eminente academis-
ta francés, en que fundó su gran Diccionario,
que la Academia francesa no ha consagrado
ni aprueba en todas sus partes, pero que no
ha persistido en considerar como razón de te-
ner cerradas sus puertas al que no pensaba
como ella en punto á la fijeza del idioma
francés.
Según M . Littró , dos grandes leyes fun-
damentales, peculiares al hombre, gobier-
nan el desarrollo natural de todo idio-
ma: el neologismo y el arcaísmo: la que lo
cambia incesantemente con nuevas voces
usadas en lugar de las viejas; la que man-
tiene siempre el mismo el carácter y fondo
del idioma. El arcaísmo y el neologismo,
no son incompatibles; su juego armónico, al
contrario, mantiene al idioma siempre nue-
vo y siempre el mismo. La ejecución de
una de esas leyes, forma el encargo funda-
mental de la Academia; la otra queda á los
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— 184 —
cuidados del pueblo mismo, que es el legis-
dor soberano de los idiomas. Toda Acade-
mia es por índole un poder conservador del
lenguaje.
Es el Senado del idioma. El pueblo, al
contrario, gobernado por su instinto de
cambios, modifica todos los dias la lengua de
que se sirve, con su autoridad directa y so-
berana de legislador de sí mismo, en el idio-
ma como en todo.
Los idiomas no son la obra de las Aca-
demias. Cuarenta hombres sabios, por im-
portantes que se crean, no tienen facultad
para imponer á cuarenta millones de vivien-
tes, las palabras, los sonidos, las reglas con
que han de comunicarse entre sí mismos.
Antes que las Academias existiesen, ya las
lenguas eran un hecho existente; y hay len-
guas que existen en el mas alto grado de
cultivo, sin reconocer Academia alguna: la
lengua inglesa, por ejemplo; lengua imper-
fecta y defectuosa, cuanto se quiera, pero
es la lengua de Shakespeare, de Milton, de
Pope, de Walter Scott y de Byron.
Cervantes escribió la lengua que ha toma-
do su nombre, como si fuera su propiedad,
no siendo académico. Ni Lope de Vega,
ni Calderón, ni Tirso de Molina, eran de la
Academia, por esta buena razón, que la
Academia no existía cuando escribían la
lengua que no habían inventado, sinó des-
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cubierto y hablado en boca del pueblo, co-
mo lo reconoce el mas grande de todos ellos
en el prefacio del Quijote.
Así, la Academia de esos grandes escrito-
res españoles no fué otra que el pueblo mis-
mo, de cuya lengua se sirvieron como hijos
y órganos suyos que eran en realidad y en
alto grado.
Una grande Academia, es decir, la Aca-
demia de un grande idioma, — y llamo gran-
de al idioma nacido de un grande origen,
como el latin, —que hablan cuarenta millo-
nes de habitantes, formando muchas nacio-
nes independientes unas de otras y habitan-
do los cuatro grandes continentes en que el
mundo se divide, con gobiernos diversos por
sistema, no. puede tener sobre la pureza del
idioma nociones que no se concilien con la
variedad inevitable que esas condiciones de
existencia imponen á la nacionalidad ó fa-
milia que habla el español.
Por qué tendría el español, fuera de Es-
paña, otra suerte que la que le cabe en España
misma?
La España habla tant&s lenguas como
provincias forman su península. El idioma
español es casi un dialecto de dos de ellas,
de las dos Castillas, á cuyo origen local
debe el nombre de castellano. Extendiéndose
á toda España, ese, que fué dialecto un día.
se ha hecho la lengua de toda la Nación
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— 186 —
Ibérica, la lengua española; y esa conquista
no se ha operado sino como todas las con-
quistas, por concesiones y cambios recípro-
cos con los demás dialectos, tributarios de
infinitas palabras y modismos, mezclados y
asimilados con el idioma nacional. No de
otro modo Roma y su lengua conquista-
ron la Italia y el mundo de su tiempo.
Pero esa conquista del idioma español en
la misma España, está lejos de completarse
en las provincias mas exteriores y fronte-
rizas, donde los dialectos resisten todavía
enérgicamente el señorío de la lengua na-
cional ó española, de lo cual es prueba el
modo como la hablan y practican. El vas-
co, el catalán, el valenciano, no hablan me-
jor español que lo habla el pueblo de la
América del Sud. En esos países de la Pe-
nínsula, que son los que han poblado á la
América, con motivo de su condición marí-
tima, la buena lengua española es ramo de
cultura y de buena educación, casi como
una lengua extrangera, pero ciertamente no
es una costumbre del pueblo como en las
Castillas Vieja y Nueva, donde el último pro-
letario habla el mismo español elegante que
el gran señor.
Sin embargo, los miembros de la Acade-
mia española no son todos castellanos, su ma-
yor parte procede de las provincias, que
hablan la lengua española con la misma
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- 187 —
imperfección que la América del Sud. Pe-
ro eso no quita, ó mejor dicho, eso es razón
cabalmente, de que sean elegidos para cola-
borar en la mejora y expansión del idioma
común de toda la nacionalidad, que habla
castellano. No es la elegancia, ni el puris-
mo, ni el arcaismo de buen gusto lo que
prevalece en el español que habla el cata-
lán, el vasco y el andaluz; y sin embargo,
no por ello sus escritores son excluidos de
la Academia, instituida para mantener y
conservar aquellas calidades del buen idioma
castellano. Por qué los escritores de la
América, que hablan español, no serían
igualmente admisibles y competentes para
concurrir á esa obra de cultura común?
§
Yo he creido ver una prueba de que la
Academia mira de esta altura las cuestio-
nes de pureza y elegancia del idioma espa-
ñol, en los varios hechos siguientes: Desde
luego, en la elección hecha en mí, que nun-
ca pequé de arcaista ni purista en mis es-
critos. f
Si yo estimo en mucho el honor que me
ha hecho la Academia española, en elegirme
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— 18S —
su correspondiente, es cabalmente porque no
lo merezco, y porque no creo que con su
elección espere convertirme en hablista per-
fecto de la bella lengua, que los Americanos
no hablamos ni podemos hablar como los
españoles de las Castillas. Me corrobora en
esto, el siguiente hecho.
En la lista oficial de los miembros corres-
pondientes de la Academia española, no le-
jos de mi nombre, está el del Emperador
del Brasil D. Pedro II, á quien no puede
creerse elegido para ser guardián de la pu-
reza y elegancia de la lengua española en
el Imperio de su mando, lusitano de origen,
por la buena razón de que ni él, ni el pue-
blo del Brasil hablan español, sino portu-
gués, que es un español echado á perder, se-
gún el dicho del vulgo de España.
Y á ser ciertas las miras que la malicia
de la historia atribuye á la política de tra-
dición lusitana en Sud- América, mejor nom-
brado estaría D. Pedro para suprimir el ha-
bla español en América, que para mantener
y extender su elegancia y pureza entre su
pueblo de habla portuguesa.
Su nombramiento es lo que sería el del
general Grant para mantener la pureza do
]a lengua española en Téjas, Nueva Méjico
y California. La lengua de Cervantes ha
sido purificada en esos paises antes españo-
les, por una especie de cremación social, es
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— 189 —
decir, por la supresión de la raza que tabla
español.
Por otra parte, esa elección tiene un buen
sentido que hace honor á las vistas de la
Academia española en la manera de escojer
á sus miembros correspondientes para el cul-
tivo del idioma.
Aunque la pureza y fijeza sean las cali-
dades del idioma, que mas cuida la Acade-
mia, no por eso puede descuidar otras no
menos- esenciales á un idioma culto, como
son la claridad, la concisión, la precisión, la
adquisición de nuevas voces y giros, y es
esto cabalmente lo que hace el objeto del
trabajo de colaboración del correspondiente
extrangero.
Bello y Baral, escritores Sud-Americanos,
no incurrieron nunca en el gusto del arcaís-
mo, y sin embargo, la Academia los hizo
nombrar correspondientes suyos, ó miembros
del todo, si mal no recuerdo.
No es de creer que otros motivos induje-
sen á la Academia á recibir entre sus miem-
bros á esos Americanos, que no hablaban
español mas castizo que Florencio Várela,
Gutiérrez, Vallejo, Pardo, Echeverría, etc.
En cuanto al recelo de Gutiérrez de que
España puede pensar en nuestra reconquista
por medio de la lengua, no me parece que
deba arredrarnos de unir nuestros esfuerzos
á los suyos para la- cultura de las calidades
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— 190 —
del jdioma, que son de todos los tiempos
y sistemas de gobierno. — Tal es la elegancia,
que, según Z (?) dá relieve á la verdad
hasta en los matemáticos. Sabemos que el
fuerte de los jurisconsultos romanos, del be-
llo tiempo, era la elegancia inimitable de los
textos de su derecho, sin preservarlo tal vez
por ello en parte.
Qué temor puede inspirar una conquista
que no cuenta con mas ejército que la Aca-
demia, ni mas arma que el idioma;, tanto
mejor para los conquistados. Una conquis-
ta gramatical, es como una conquista amo-
rosa; puramente platónica y abstracta cuan-
do menos. Ojalá en este sentido pudiera
España conquistarnos hasta hacer un hablis-
ta como Cervantes de cada Americano del
Sud. La cosa no es muy fácil, y la dificul-
tad no data de ayer, ni viene de los gobier-
nos Americanos. Nadie, sino España, dió
á la América la manera imperfecta con que
hablo y hablan su idioma castellano, y se-
ría de temer que nuestra reconquista no le
cueste menos ni sea mas eficáz que la de
Andalucía, de Vizcaya y de Cataluña al
ejercicio de la pura lengua castellana, que
esas provincias españolas están lejos de ha-
blar mejor que la América del Sud.
Por lo demás, se han visto ejemplos, en
Europa, que hacen excusable el temor del
Sr. Gutiérrez de que los diplomas acadómi-
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— 191 —
eos sean empleados como medio de ejercer
influjo político en América. Un partido, en
Francia que, sin embargo de estar fuera del
poder, tenía un ascendiente absoluto en los
cuerpos sábios, ha usado de los diplomas, á
falta de decoraciones, para reclutar adeptos
en América.
Pero puede España esperar la restaura-
ción completa de su idioma en América,
cuando es ella la que mas ha hecho para
perderlo?
España, en efecto, es grandemente res-
ponsable de que las lenguas extrangeras del
Norte de Europa, ocupen hoy el rango que
habría tenido la lengua castellana, si la po-
lítica de Madrid hubiera dado á la crisis de
la separación inevitable, la solución pacífica
que conservó en el Brasil, sin interrumpir
el influjo dé la Madre Patria, para la con-
servación del idioma originario, en sus des-
cendientes Americanos, constituidos en Es-
tados soberanos sin sombra de violencia.
§
La autoridad de una lengua, su facultad
de extenderse en el mundo, es parte y de-
pende de la autoridad de la nación que la
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— 192 —
habla, es decir, de su grandeza y cultura,
de su progreso en ciencias y artes, riqueza,
población, instituciones, costumbres etc. Las
lenguas no viajan solas, ni en los libros me-
ramente. Así viajan y circulan las lenguas
muertas. Las vivas, viajan en los hombres
y, con ellos, en las instituciones, en los in-
tereses del comercio y de la industria. Así
fué la lengua española á la América, que
la habla. Y el inglés y el francés, el ita-
liano y el alemán no están allí mandados
é introducidos por los libros y las Academias,
sinó por el comercio y la inmigración, que
son los grandes propagadorss de los idiomas.
La España de hoy, á este respecto, no es
la que fué cuando llevó su idioma al nue-
vo mundo. Su comercio, es secundario. Su
autoridad intelectual es casi nula. Cómo
continuaría á extendeise é imperar su len-
gua en la América que fué suya?
No tiene ni correos directos con Améri-
ca. Comunica por conducto de la Inglate-
rra, de la Italia y de la Francia, que tienen
líneas propias y regulares de vapores pos-
tales. Así, el diploma del Sr. Gutiérrez, ha
empleado tres años para ir de Madrid á
Buenos Aires, mientras que una carta de
París ó Londres vá en treinta dias, un
mensaje telegráfico en un instante, y todo
su comercio actual es inglés, francés, ale-
mán, italiano.
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— 193 —
Pero lo que ha perdido ó dejado' de ga-
nar en pureza y casticismo el idioma espa-
ñol en Sud- América por quince años de
guerra y quince de entredicho, ha ganado
en ciaridad, en soltura, en laconismo y ri-
queza, rozándose y cruzándose con las len-
guas de la Europa no peninsular, mejora-
das por un desarrollo científico de que en
España no ha disfrutado el idioma.
Si las lenguas, mezclándose ó aproximán-
dose entre sí, se dañan en su pureza, es in-
dudable que se sirven y favorecen en otros
respectos. En este sentido es que se eligen
miembros extrangeros al idioma de la Aca-
demia, no para cultivar su pureza y elegan-
cia, ciertamente, sino para ayudar al mejo-
ramiento del idioma en otras cualidades de
fondo y sustancia. Todos los idiomas tienen
una común gramática filosófica y en todas
ellas se realiza el principio de que el arte de
hablar y escribir, estriba y depende del arte
de pensar, de observar, de razonar.
La Nación que mas ha pensado, obser-
vado, aprendido; la que mas ha progresado
en las ciencias, será naturalmente la que
mejor escriba y hable, ó la que escriba y
hable un idioma mas lógico, claro, exacto,
rico en vocablos como en conceptos y giros,
mas persuasivo y convincente. Esto se vé
en las lenguas, que han tenido por colabo-
radores mediatos á los Descartes, Pascal,
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— 194 —
Cuvier, La Place, Newton, Baoon, Locke,
Benthan, Mili, Spencer etc.
La pureza de una lengua será siempre
una ley de su constitución destinada á man-
tener su identidad peculiar y propia, que
la hace ser diferente de las otras; pero ca-
da dia esa ley será entendida de un modo
mas lato y aplicada con mayor elastici-
dad.
Ese purismo estrecho y repulsivo de los
tiempos feudales, se ha hecho incompatible
con las exigencias de las sociedad moderna,
cuya gran ley es la unidad creciente del es-
píritu humano. Ese purismo feudal de los
idiomas, recibió su herida de muerte el dia
que Watt descubría la máquina de vapor, que
Stephenson la aplicó al ferro-carril y FuÜon á
la navegación. Los caminos de fierro, las
líneas de vapores, las líneas telegráficas, las
aperturas de los istmos internacionales, la
libertad de los cambios, el nuevo derecho de
gentes cristiano, los bancos, los tratados de
comercio, todo lo que acerca á las naciones
unas de otras con tendencias á unirlas en
un solo gran cuerpo social, perjudica inevi-
tablemente á la pureza y estabilidad de los
idiomas, compensándolos, es verdad, con ad-
quisiciones de riquezas equivalentes. Ese
movimiento es parte esencial de la civiliza-
ción, con cuya exigencia, como se vé, no es
muy conciliable ni el purismo de los idiomas,
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— 195 —
ni el color local y pintoresco de los paises.
El purismo es á los idiomas, lo que el
color local á los usos de los diversos paises.
Como el color local, ese purismo irá dismi-
nuyendo, aunque no desaparezca del todo,
como no puede desaparecer sin que desapa-
resca el idioma mismo; porque es esencial
á la identidad particular de cada idioma.
Cada día el exterior del hombre civilizado
se hará el mismo en todas partes, no obs-
tante la diversidad de paises que sigue re-
flejándose en ese mismo hombre.
Mañana, cuando la España entre del todo
en el concierto de la vida europea, sus clases
acomodadas é industriales recibirán como
parte de su educación la posesión de tres ó
cuatro lenguas extrangeras, como hoy sucede
en Inglaterra, en Francia, en Rusia, en Ale-
mania, en Italia. Se cree que un español
que hable cuatro lenguas extrangeras, será
tan purista como el común de los que ha-
bitan las Castillas y solo hablan su nativa
lengua? Si el Sr. Hartzembush hablara in-
glés y francés y visitase á menudo las socie-
dades sábias de París, Lóndres y Berlín, se-
ría tan estricto y vigoroso en purismo como
es hoy?
Frecuentar las lenguas extrangeras, es cur-
sar otras tantas literaturas y sociedades ex-
trañas. Hacerlo con fruto es asimilarse á
ellas hasta cierto grado. Cuando los espa-
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— 196 —
ñoles hablen las tres ó cuatro grandes len-
guas que habla la Europa mas civilizada, el
purismo de su lengua castellana, no será el
de las solitarias Castillas del tiempo de Cer-
vantes.
Por el vehículo de los idiomas extrañóle-
ros harán su entrada en España, la filosofia r
las ciencias y las letras de los países del Nor-
te, y su pueblo dejará de conocer á Kant,
á Hegel, á Cousin, etc. por el intermedio
del señor Castelar que, como Mme. de Staél,
solo j guardará el honor de la circulación
de esos estudios nuevos, que no dejarán un
día de llenar de novedades el idioma que
fué de Cervantes en el siglo XVIII.
Esa entrada será inevitable, como resul-
tado de una ley natural, por la cual, la ci-
vilización, como los líquidos y el calor, tiende
á mezclarse, vá de donde sobra á donde
falta.
No toda lengua ni una lengua en todo
tiempo es capaz de dar la ley en elegancia
y en pureza. Atribuir á una lengua el po-
der de legislar, es una figura de retórica; es
atribuirle un atributo del hombre del pue-
blo que la habla. Para dar la ley en ele-
gancia, es preciso tener el cetro de la moda,
del buen gusto en la sociedad de las nacio-
nes; es decir, una grande y soberana posi-
ción internacional.
La moda desciende de las altas regiones,
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— 197 —
aun en las democracias, entre las naciones,
como entre las personas.
Cuando una nación ha dado el tono y la
moda al mundo entero, en virtud de una
grandeza sin rival, y ha caido en decaden-
cia; si esa nación tiene un vecino, que la
suceda en su grandeza y en su soberanía
en materia de gustos y de modas, su lengua
será invadida por un mar de neologismos y
de impurezas elegantes. El neologismo, las
voces bastardas y extrañas se volverán de
moda; serán elegantes.
La elegancia es un fenómeno estético, su-
jeto á las leyes misteriosas y caprichosas del
gusto, es decir, del antojo. Es elegante á
veces lo que es nuevo, lo que no es del país,
lo exótico, lo extrangero, cuando el extran-
gero nos supera en grandeza y rango en el
mundo. Tal es la posición de España res-
pecto de sus vecinas la Francia y la Ingla-
terra. Hasta en los modismos del lenguaje,
es elegante en España lo que es francés,
lo que es inglés, nada mas que porque no es
español: en el lenguaje, como en los trages,
muebles, instituciones y usos.
Se puede constituir cincuenta sociedades
Académicas para detener los efectos de esa
ley, la fuerza de las cosas se burlará de to-
das ellas, hasta que ellas mismas acaben por
ceder á la corriente y darle su sanción.
Como meras sociedades, las Academias,
13
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— 198 —
aunque estén autorizadas por el gobierno,
no son parte del gobierno, no tienen auto-
ridad gubernamental: no hay lengua guber-
namental, en el sentido de ser obra del go-
bierno: no se hacen lenguas por leyes y
decretos; no se decreta la elegancia, el gusto,
la manera de hablar, cuando no es impe-
riosa. (?)
Donde el derecho de asociación es Ubre,
no se hacen académicos por decretos de go-
bierno ni de las mismas Academias. Cada
académico lo es en parte por su voluntad li-
bre; y en parte, naturalmente, por la volun-
tad de la Academia que lo elije.
Dar á esa elección, ó al título que lo prue-
ba, el nombre de diploma, es una impureza
de lenguaje en que incurren las Academias
mismas á menudo. Solo dá diplomas el que
dá autoridad pública en virtud de su poder
soberano, á no ser que las Academias tomen
su autoridad y sus diplomas, en sentido meta-
fórico y figurado.
Qué de defectos y de irregularidades de
los hombres y pueblos superiores no se vuel-
ven de moda y se repiten como cosas elegan-
tes, nada mas que porque vienen de perso-
nalidades célebres y grandes? Qué pueblo
ha dado mas grandes ejemplos de ello, que
el pueblo griego, el mas artista y competen-
te que todos en materia de gusto y elegancia?
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— .199 —
El ha embellecido sus propios defectos y los
ha impuesto al mundo.
Si en la misma España pasará el galicismo
como elegancia, por las razones dichas, qué
extraño será que suceda otro tanto en la
América que fué española?
Países que han dejado de pertenecer á
España y de ser españoles, política, social y
geográficamente, podrían continuar siendo
estricta y rigorosamente españoles en el
idioma, que es la expresión y el instrumen-
to de la sociedad, del sistema de gobierno,
de la industria, del suelo y clima de cada
región?
La vida moderna, que es toda de inter-
cambio y comunicación, lleva á las naciones
al cosmopolitismo, y el hombre de este siglo
que, al favor de la supresión del espacio y
del tiempo, er:tá en todas partes y habla, por
decirlo así, todas las lenguas, no puede guar-
dar la pureza de la suya propia y nativa, sinó
al favor de infinitas concesiones cambiadas
con las lenguas de su contacto mas frecuente.
Idiomas en cuyos dominios no se pone el sol,
como son el inglés y el español, tienen que
ser mas elásticos y condescendientes que
otros, en cuanto á pureza ó exención de toda
mezcla, con la multitud de idiomas con que
están en contacto geográfico. En su obra
sobre la literatura inglesa, Chateaubriand ha
hecho notar los cambios y variedades á que
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— 200 —
ha tenido que ceder el idioma del pueblo
inglés, esparcido en toda la faz del globo,
por decirlo así, á causa de su vocación co-
mercial y marítima y de sus nuevos estable-
cimientos coloniales.
Ya sea por esa razón, ó por la resistencia
instintiva de los ingleses á toda restricción
de la palabra libre, el hecho es que no tie-
nen ni siquiera Academia de la lengua. Ni
siquiera comprenden el papel de una Aca-
demia como autoridad legislativa del idio-
ma.
Mr. Mateo Arnold, sin creer en la posi-
bilidad de fundar una Acadaiíxia inglesa de
la lengua, lamenta que Inglaterra no la ten-
ga por el estilo de la que en Francia man-
tiene, según él, la pureza y la elocuencia de
la lengua. Pero Mr. Herbert Spencer, que lo
cita, dudando mucho de la eficacia dé las
Academias, en el gobierno de las lenguas,
es de opinión que la lengua inglesa no debe
su perfección en ciertos puntos sinó á la au-
sencia del control embarazoso y estacionario
de una Academia. Así, si mi amigo el Sr.
Gutiérrez se extravía en sus opiniones, lo
hace en compañía del primer filósofo que
tiene hoy la Inglaterra y de M. Littró, autor
del mejor diccionario que tiene hoy la len-
gua francesa.
No hay, en efecto, una sola de las propo-
siciones, que ha sostenido el señor Gutiérrez
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— 201 —
que no osté consignada en el Prefacio del
gran Diccionario de la Lengua francesa, en cua-
tro tomos.
§
Pero los ingleses no tienen razón. Ellos,
que se asocian para todo, por qué no harían
sociedades para cultivar las lenguas, que son
las rutas del pensamiento? Ellos, que tanto
cuidado se dan por la mejora de las vías de
comunicación, por asociaciones de ingenieros
y de capitalistas, dejarían excluidas de esos
cuidados á la vía de comunicación de las almas,
de las voluntades y de los entendimientos?
La asociación es tan esencial á ese cultivo,
que yo creo que los ingleses descuidan or-
ganirzarla en forma de Academia porque
concierne (?) ála sociedad del país todo entero,
como una grande Academia natural, para
el cultivo de esa ruta vital, que se llama el
idioma, y que se confunde con el vínculo
mismo en que la sociedad civilizada tiene su
principal fundamento.
Habrá siempre academias, porque no son
otra cosa que simples sociedades formadas
para trabajar de consuno en el interés de
una mira útil. Qué puede haber de mas útil
que la perfección del instrumento que nos
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— 202 —
sirve para pensar, escribir, hablar, comuni-
car nuestro pensamiento? Ella lo expresa
y enseña de tal modo que, cuando una na-
ción deja de existir, su lengua es lo único
que queda intacto por los siglos de los si-
glos.
Pero esa perfección tiene muchas condicio-
nes ó consiste en condiciones diversas.
La pureza es una condición esencial del
idioma, con tal que no sea absoluta ni se
convierta en obstáculo á su desarrollo y pro-
greso.
Este progreso y su aptitud á recibirlo, ó
su perfectibilidad, es otra condición del idio-
ma, que se manifiesta por el indispensable
neologismo ó la adquisición y uso de nuevas
voces.
Pero la principal calidad en que consiste
la perfección de la lengua es su claridad, su
concisión y laconismo, su precisión, en cuyas
ventajas soberanas se convierten y resuel-
ven las de pureza y elegancia. La pureza
y la elegancia son preciosas porque ellas evi-
tan la confusión, la oscuridad, la difusión
Ser elegante, es ser corto y breve, sin ser*
oscuro.
De esa variedad de condiciones se derivan
otros tantos objetos de asociaciones acadé-
micas para su cultivo.
Ese trabajo, como todo otro, para hacer-
se bien, requiere dividirse. Por qué no serían
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— 203 —
otras tantas variedades ó divisiones de la
Academia de la Lengua, la Academia del ar-
caísmo; la Academia del neologismo; la Acade-
mia de la claridad y precisión; la Academia de
la purera; la Academia hispano-americana, y
la Academia americano-española?
Lo que se llama Instituto, en Francia, que
no es sinó la asociación aplicada al cultivo
de las ciencias y las letras, ¿no está compues-
to de cinco Academias, de las cuales es una,
la de la lengua francesa?
No hay razón para que la pureza y ele-
gancia, sean objeto de una Academia de la
lengua, y para que otras cualidades no me-
nos esenciales del idioma, no sean objeto de
otras Academias igualmente de la lengua.
Todo ello, sin perjuicio de la identidad
sustancial del idioma castellano. Este idio-
ma es tan extrangero al suelo de su origen
castellano, en Andalucía y en Cataluña, co-
mo lo es en América ó en Asia.
Escepto en las Castillas, el castellano rei-
na en todas partes donde es hablado, por de-
recho de conquista; como sucedió al latin,
que, nacido en el Latium, llegó á ser la len-
gua de todo el mundo romano.
Las variedades inevitables de una lengua
en cuyos dominios no se pone el sol, no le
quitarán su identidad.
Habrá antagonismos, divergencias, conflic-
tos, contradicciones, respecto de la lengua.
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— 204 —
entre España y América, pero esas oposicio-
nes, lejos de ser causa legítima de guerra y
de separación en materia de lenguaje, debe-
rán serlo de paz y de acercamiento.
Para el logro de esa paz, las concesiones
deberán ser mutuas y recíprocas, como en
toda especie de paz.
Por grandes y violentas que España en-
cuentre ciertas irregularidades de su lengua
en América, tendrá que sufrirlas y aceptar-
las, si quiere ver aceptada y recibida su
autoridad en América en materia de len-
guaje. El provecho de esa doble actitud de
deferencia ha de ser mútuo y común, ó no
tendrá lugar.
En América necesitará siempre de la co-
operación de España para el mantenimiento
y perfeccionamiento del idioma en la cua-
lidades esenciales de todo buen lenguaje ;
y por la Aduana de América recibirá Es-
paña, cuando menos, la influencia de la
Europa no peninsular, que invade y se
apodera de esa América, en mil intereses
tan grandes como el del idioma, á saber:
los de la política y de la reforma social, v. g.
Si el legislador soberano del idioma es el
pueblo, y el pueblo es la mayoría en la
sociedad moderna, democrática por esencia,
— la América, ó la parte del pueblo español
de raza y de idioma, que habita América
y se llama América solo por esta razón, tie-
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— 205 —
ne tanta autoridad como España para le-
gislar en el idioma común, porque se com-
pone de veinticuatro millones de habitan-
tes, mientras que España solo tiene poco mas
de la mitad. Si al censo se añade el terri-
torio, la América está en camino de ser la
regla y España la escepcion.
En todo caso no será por decreto que Es-
paña ha de imponer su lengua castiza á la
América, como Rusia impone su idioma
á Jos países polacos, y Alemania á sus con-
quistas francesas.
Si »há de ser por convenios, conveniencias
y convenciones literarias, un poco de reci-
procidad ha de ser la base de esas transaccio-
nes. No parece estar por esas ideas el señor
Villergas, á pesar de su liberalismo.
§
Yo seria un hombre desnaturalizado si no
abrigase simpatía por el autor de Sarmentici-
dio. Pero la razón que me lo hace simpático
es la que me hace lamentar que resu-
cite á su muerto, imitando el ejemplo que
dió él en Chile al ocuparse de lavar la
ropa sucia de los chilenos, es decir, de en-
mendar, remendar, zurcir y cortar los usos
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— 206 —
literarios y los escritos producidos en el paia
trasandino que lo colmó de bondades.
No es que el oficio de iavandero, sea des-
honroso, sinó que es hnmilde y triste para
el que es capáz de otro mas liberal y mas
digno.
Si yo viese de lavandera á una pesona dis-
tinguida de mi simpatía, no la creería des-
honrada, pero le tendría lástima de verla
ocupada en limpiar cosas sucias.
Cada uno es dueño de atender á su juego,
cuando es juego limpio, y mas qua nadie
Antón Perulero. El código civil y la consti-
tución protejen la libertad de la indutria
de lavar ropa súcia como de cualquiera otra
industria. Pero toda industria honrada debe
ser ejercida honradamente. Si la industria
es privada y requiere reserva y recato en el
industrial, toda indiscreción ó divulgación
pública que puede dañar á tercero, es una
especie de felonia, una acción dañina que me-
rece castigo. El oficio de Iavandero v. g. es
puramente privado; y la ropa sucia requie-
re ser lavada en reserva.
Si nuestra ropa sucia debiera ser lavada en
público y á la vista de todo el mundo, todos
preferiríamos quedar sucios, antes que consen-
tir en tener por testigo á todo el mundo, de
las miserias de nuestra salud achacosa, ó de
nuestra condición escasa y pobre.
Asi, el primer mérito de una lavandera es
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— 207 —
la discreción y la reserva en los trabajos y
ejercicio de su oficio, esencialmente confiden-
cial y secreto.
Voltaire faltó á ese deber, como lavan-
dera de la ropa sucia de Federico de Pru-
sia, permitiéndose algunas indiscreciones que
le costaíon caras.
El Rey le hizo pagar su charla haciéndo-
lo azotar antes de dejar su territorio, y obli-
gándole á firmar recibo de sus azotes.
No permita Dios que el soberano pueble
d'e la República Argentina imite el ejemplo
del soberano de Prusia, castigando de igual
modo las indiscreciones públicas de algún
Voltairecillo, que, por necesidad ó por mal
gusto, se dé al oficio fácil de lavar la ropa
del pais extrangero que le hospeda.
Sarmiento dejó una mecha de sus cabellos
en manos del escritor Espejo, por haber que-
rido lavar en público la ropa sucia de ese
escritor chileno; y si salvó su pellejo mejor
que sus cabellos, fué porque supo siempre
guardarlo mejor que las ropas de seda de-
su propia señora. Su gran valor le dió gra-
dos y cruces militares pero no cicatrices. Vie-
jo veterano de las guerras ie su país, hizo
siempre sus campañas desde su cuarto, y
ganó batallas desde su sillón, en la arenas
de las caitas geográficas, no con cañones,
sino con alfileres, dejando á sus enemigos
clavados en el papel como moscas é insectos.
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— 208 —
Eso fué después que dejó en el extranjero
su profesión eventual de lavar ropa sucia.
Porque el Sarmenticidio, ó la muerte lite-
raria del mal escritor, no le impidió resuci-
tar hombre político en su país, sobrevivir
veinte años á su entierro escrito, gobernar
á los argentinos, cometer treinta mil argen-
ticidios, endeudar en millones y millones á su
país por repetidos empréstitos, enterrarlo ba-
jo el peso de un Código Civil de cuatro mil
artículos, y pasar la llave de la sepultura,
para que guarde sus manes, al sucesor de
gobierno, mientras él sucedía á Rosas, su
viejo enemigo, en las gangas de Palermo.
Si es así como la pluma del autor de
Sarmenticidio sabe dar muerte literaria, des-
de ahora le agradecemos el bien que nos
prepara en darnos al señor Gutiérrez por
futuro presidente de la República Argen-
tina.
§
Por lo demás, Villergas, en Buenos Aires,
ha probado tener mucho mas talento que
Sarmiento, y mucho menos juicio que Sar-
miento en Chile y en todas partes.
Como maestro en la lengua española, hu-
biera podido hacer gran bien á esos paises.
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— 209 —
que tan mal la poseen y manejan, no obs-
tante ser su idioma, enseñándola en la cá-
tedra, en el liceo, en el colegio, en libros
amenos y sérios, en conferencias. Que ha
hecho en vez de eso? Ha tomado un perió-
dico satírico y se ha puesto á insultar, no
á los que peor hablan castellano, sino á los
que mas lo han cultivado y mejor escriben.
Ha dejado á un lado á los periódicos y li-
bros, que estropean á cada paso el idioma
de Cervantes, y se ha puesto a ridiculizar la
persona, el saber, el estilo, el valor del se-
ñor Gutiérrez en la sociedad de Buenos Ai-
res, á quien la Academia española, mejor
juez que Villergas, creyó digno de figurar en-
tre sus miembros.
Ha desconocido que, insultando al señor
Gutiérrez, insulta la susceptibilidad del pais
de que, con justicia ó no, Gutiérrez es una
notabilidad literaria. A todo el mundo se-
ria lícito ejercer ese triste derecho, menos
á un extranjero que acaba de llegar al pais.
Quién es el señor Villergas, qué servicios
cuenta hechos á la América, para trata al
estricote, en la prensa, á un hombre que ha
conquistado el aprecio y respeto de su pais
por los trabajos de toda su vida de estudio,
de honor, de civismo?
Si la razón porque ataca á Gutiérrez es
que este ha vituperado cosas de España, tam-
bién tiene, para ser justo y lógico, que ata-
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— 210 —
car á Belgrano, á Moreno, á Rivadavia, á
Monteagudo, á Castelli, á Passo, que em-
plearon toda su vida en escribir, hablar y
obrar contra España. Tiene que atacar á
todos los poetas argentinos, que han canta-
do los triunfos Americanos contra Espa-
ña; á DonVicente López, á Lafinur, á Juan
Cruz Várela, á Mármol, Echevarría, á Bello,
á Olmedo : toda la lira argentina y ameri-
cana. Lo cual sería recomenzar, en el ter-
reno de la literatura, de las costumbres y
del orden social, la vieja guerra de la in-
dependencia, que separó, por cuarenta años,
en dos mundos rivales y enemigos á los caste-
llanos de ambos mundos; ó cuando menos, se-
ria la empresa literaria del señor Villergas
otra expedición científica del Almirante Pin-
zón, que no necesitaría de un bombardeo
de Buenos Aires para traer un nuevo entre-
dicho de cuarenta años; ó como el que no
ha terminado todavia con el Pacífico.
J. B. Albeedi
París, Febrero 1876.
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MINISTROS CANDIDATOS (1)
I
Uno que otro periódico, pero no la prensa
toda, como debiera haberlo hecho, han seña-
lado de pasada un mal político que, si se con-
vierte en crónico, derribará por la base nues-
tro órden constitucional.
No puede concebirse nada mas impropio,
mas subversivo del rejimen democrático, me-
nos delicado y mas inmoral, que el ver á
los ministros del Ejecutivo declararse can-
didatos para la Presidencia de la República,
como si fueran herederos forzosos del oficio
de quien los mantiene á su lado. Confun-
diendo la caprichosa voluntariedad del Pre-
sidente que los hace ministros sin consulta de
otra opinión que la suya propia, con la vo-
(1) El artículo inédito del Dr. Juan María Gutierres que va en
seguida, destinado á La República, no alcanzó á ver la luz en su
oportunidad por haber abandonado ese din rio el sistema de impar-
cialidad absoluta que se había impuesto desde su fundación, para
inclinarse á la candidatura del Dr. Avellaneda, Ministro entonces de
Instrucción Pública, que el Dr. Gutierres condenaba — Lo publica-
mos hoy por vía de confirmación de los juicios del Dr. Alberdi so-
bre la personalidad de D. Juan María Gutitrrez. (El E )
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— 212 —
luntady la opinión del pueblo, se creen llama-
dos á gobernar el país, nada mas que por
haber frecuentado durante seis años las ante-
salas y oficinas del Ejecutivo, y haber au-
torizado con su firma las resoluciones de
este. Esta alucinación es una epidemia pa-
laciega mortífera, y es indispensable desinfec-
tar la atmósfera donde se engendran sus
gérmenes. Y la ocasión es la presente, hoy
que dos, sinó son tres, de los cinco minis-
tros del Sr. Sarmiento, aspiran á sucederle
en el glorioso gobierno que por fortuna es-
tá próximo á terminar. El mal es hoy mas
visible que nunca y por consiguiente mas
fácil de atacarlo y de estirparlo para siem-
pre. Muy mal cazador sería el pueblo si no
acertara á dar, con la munición de que pue-
de disponer, á tanto pájaro reunido en ban-
dada.
La constitución ha tenido en mira evitar
que la persona qué constituye el Ejecutivo
se perpetúe en el mando, y dispone que
el Presidente de la República no puede ser
reelecto. Esta disposición no estaría escrita
en nuestra cárta, si se pudiera suponer que
el Presidente en caso de posible reelección,
no tuviese medios de influir sino por sus
méritos adquiridos y por sus virtudes ma-
nifiestas, sobre la opinión pública, es decir,
únicamente por la fuerza moral. Pero co-
mo hasta ahora solo conoce la historia un
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— 213 —
santo en el calendario presidencial, Jorge
Washington, la oonstitucion ha tomado en
cuenta la fragilidad de nuestra naturaleza,
y no ha querido que quien manda al ejér-
cito, quien nombra los empleados públicos,
quier paga á los obispos y los presenta, quien
cuenta con una falange de paniaguados en
el Congreso, quien sostiene á los goberna-
dores, quien dispensa mil géneros de gra-
cias y pensiones, quien nombra ó propone
los jueces etc, etc., se tiente á emplear es-
tas influencias de carácter oficial, para tor-
cer á su favor la corriente de la verdade-
ra opinión pública en el momento de la
elección de Presidente de la República.
Y si esto, y por la razón que queda di-
cho, ha dispuesto la Constitución, estando á
la doctrina en que sin duda se inspiró esta
¿no militará la misma razón para alejar á
los ministros inamovibles del Ejecutivo del
teatro de la lucha en donde se agitan los
elementos legítimos de la elección popular?
No han gobernado ellos también, durante el
período legal, participando de las mismas
responsabilidades que pesan por la Consti-
tución sobre el Presidente? El Ministro de
la Guerra, no ha gobernado mas que el mis-
mo gefe del Ejecutivo, á los generales y á
los soldados? El de instrucción pública,
justicia y culto, no ha estado exclusiva y
directamente en contacto con la falange de
14
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- 214 —
curas, de maestros, de rectores, de jueces,
de inspectores, de obispos, de canónigos, de
bibliotecarios, de libreros, de impresores, que
viven del sueldo que manda mensualmente
pagarles el ministro del ramo, firmando las
planillas que hacen fé en la tesorería?
Y si, como pudiera muy bien suceder,
esos ministros no tienen ni la devoción á la
ley, ni la elevación de carácter de Was-
hington, ni el respecto á la opinión libre
qne tanto honró á este grande hombre ¿no
será racional suponer que emplearán todos
estos variados y eficaces instrumentos para
con ellos labrarse, sofocando la voluntad del
pais, el nicho en donde ostentarse como Pre-
sidentes legítimos?
Desde el momento que un ministro-tachuela
se enferma de la manía presidencial, pierde
la virtud de su oficio y se convierte en fau-
tor de desquicio administrativo. Cuantos le
están subordinados y le descubren el flaco,
comienzan á arrastrarse hacia él, y paso á
paso y de insinuación en insinuación, se le
entran en el ánimo y se apoderan de él como
espíritus malignos del alma de un poseido.
El humo de la lisonja, y la gratitud de ser-
vicios en perspectiva, y las promesas de de-
voción á su persona, acaban por formar una
especie de red en la que cae como mariposa
el ambicioso aspirante, esclavizándose desde
luego á todos esos reptiles que le prometen
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— 215 —
votos para cuando llegue la ocasión. Y en
este caso, á dónde irá á parar la dignidad, la
fuerza directiva, la imparcialidad del magis-
trado? Podrá castigar, reprender, desposeer
de su oficio al amigo mal funcionario con
quien cuenta para lograr la aspiración que
lo desvela? La benevolencia y la equidad
.andan juntas en el superior, y se acompa-
ñan de aquella digna independencia que
hace llevadera la superioridad sobre los su-
bordinados. Esto es lo que constituye el
vínculo de respeto y cariño que sabe esta-
blecer el gefe digno de tener hombres inde-
pendientes y honrados bajo su dependencia.
Pero desde que ese gefe les pone en el se
creto de una debilidad, y les disimula y
patriocina las irregularidades en el servicio,
para que le sirvan en una aspiración per-
sonal cuando llegue el caso, entonces la in-
moralidad administrativa se establece y se
convierte en resorte gubernativo.
Echese una mirada general sobre toda la
República, obsérvense los hechos que se cum-
plen en todos los puntos del territorio go-
bernado por el actual Ejecutivo, y se verá
que, á parte del poco tino del Presidente,
tiene gran parte en lo feo de aquellos he-
chos la desmoralización producida por las
aspiraciones ministeriales á la futura presi-
dencia. Todo cuanto sale de la casa rosada
lleva el sello de una operación electoral, y
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— 216 —
sus oficinas son clubs disimulados donde se
elabora, con todo género de ingredientes no-
civos á la moral política, la candidatura á
favor de los señores ministros. Las altas y
las bajas en el servicio militar, los viajes á
la capital de los gefes activos y eleccione-
ros del ejército, los movimientos del telé-
grafo casero de sus Excelencias, las subven-
ciones á los frailes europeos de propaganda
fide, las visitas de inspección á los colegios
nacionales, las guarniciones interventoras
que convierten las bayonetas de la patria
en cerrojos de alcaide para emparedar la
opinión legítima de las poblaciones, no son
mas que efectos y consecuencia de la pésima
manía de servirse de los ministros como de
peldaños de escaleras para subir á la Presi-
dencia. Refiexiónese bien sobre esto y se
convencerá el pais de la monstruosidad de
semejante práctica que ha de hundirle en
la miseria, si no la inutiliza á tiempo con
el poder irresistible de una opinión ilustrada,
compacta y libre.
El responsable en primera línea de estos
males, es naturalmente el Presidente actual,
quien, para con sus ministros, arrastra la
cadena que esclavizará á estos si logran sus
ambiciosos propósitos. Deber de consecuen-
cia personal es para él mantener en pues-
tos que no merecían á los trompetas, clari-
nes y tambores que le acompañaron en andas
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— 217 —
oropeladas desde Washington hasta Buenos
Aires, y hoy se vé atado ó incapacitado para
dar un paso que bastaría para sacarle de la
nulidad en que ha caido, como cae un muer-
to. Era de su deber declarar que no per-
mitiría un momento á su lado al consejero
y responsable de sus actos gubernativos que
aspirase á subrogarle, permaneciendo en el
desempeño de esas altas funciones. Era de
su deber no mantener á su lado como mi-
nistro á nadie que la voz pública, que la
prensa diaria, combatiéndole ó apoyándole,
designase como candidato para la presiden-
cia. De que esto era deber suyo lo dice no
solo el sentido común de todo hombre ho-
nesto, sino el ejemplo público de los gober-
nantes de esta nuestra provincia, los cuales
han hecho cuanto han podido para mani-
festarse imparciales en los hechos electorales
que deben quedar francos en sus evoluciones
para los diferentes matices de la opinión
pública. No echen en olvido los miembros del
gabinete nacional el lugar donde existen y
ante qué sociedad desenvuelven sus amaños
electorales. Residen en Buenos Aires, y lo
menos que puede exigirse á los huéspedes,
por los dueños de casa, es el buen ejemplo
y los procederes honestos. La provincia de
Buenos Aires, ha tocado alarma contra los
abusos de la política militante; ha empren-
dido la reforma de sus instituciones para quo
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— 218 —
las nuevas sean un baluarte verdaderamen-
te defensivo de los derechos del pueblo, y
es bien sabida la uniformidad de las opinio-
nes en cuanto á la urgencia de mejorar el
régimen electoral, de manera que luzca sin
coacción el voto de las mayorías y de las
minorías también, sin obstáculos capciosos que
sofoquen su manifestación. No queremos,
han dicho todos los ecos de la opinión pú-
blica, que el sufragio sea en adelante una
quimera, que nuestros representantes sean
abortos inesperados de las maquinaciones de
un club, no queremos que las oligarquías
disciplinadas burlen con su táctica las aspi-
raciones de los llamados á elegiy: queremos
que los magistrados nazcan del seno del
pueblo y nó del fondo de esos escondrijos
oscuros que sirven de guarida á los intereses
personales. Este es el grito y la aspiración
de la provincia de Buenos Aires, de algún
tiempo á esta parte, y con este criterio han
de medir sus habitantes la conducta de los
ministros nacionales como factores de su
propia candidatura con el auxilio de los
elementos oficiales.
Juan Marta Gutiérrez.
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I
LIMITES < 1 >
Cuestiones que deja pendientes todo lo
escrito hasta aquí, sobre límites entre Chile
y la República Argentina.
1. Las jurisdicciones administrativas y do-
mésticas del órden colonial español, ¿son ju-
risdicciones internacionales en su valor y
efecto? Jurisdicción, no es poder del soberano,
sinó poder del juez, delegado del soberano.
2. Lo que por ellas daba España á esta
(1) — Las notas contenidas en los carnets 6 libros de apantes, cuya
primera página Jleva el título de «Ensayos sobre la sociedad, los hom-
bres, y las cosas de Sud América* tanto pueden ser Ion elementos de
una obra destinada á llevar ese titulo, como podrían ser ideas, reflexio-
nes, observaciones, aisladas, sin vinculación ni encadenamiento sobre
hechos, cuestiones 6 personas— ya para ser publicadas en el órden en
que las hemos encontrado,— ya, lo que es más probable, para servir de
mate.rinl utilizable en los varios trabajos con plan trázalo, que han
quedado más 6 menos en embrión.
Como quiera que sea. entre et-as notas, sobre temas diversos, figu-
ran algunas, como lo que va en seguida, sobre cuestiones d<% limites
-sud-a tu eri canos.
No hemos querido reunirías en un solo cuerpo, porque no habien-
do dejado el autor, ci.mo en los escritos que ya hemos publicado,
un plan que revelara su propósito de hacer un trabajo especial,
no habríamos conseguido sinó despojar á esas notas de su verdadero
carácter, — lo que no entra en nuestro ánini", porque la clasificación ó
agrupamiento caprichoso por materias, implicaría uu trabajo de
refundición, de alteracióa, de corrección extraño á nuestro papel de
editores fieles y respetuosos— (El £.)
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— 220 —
ó aquella de sus provincias, no se lo daba á
sí misma?
3. Dar una jurisdicción ó poder interior
de juzgar, es conceder dominio territorial?
Delegar una jurisdicción es darla ó (?) re-
nunciarla?
4. El poder y jurisdicción que el gobier-
no español daba á este ó aquel de sus agen-
tes en América, sobre tal ó cual de sus te-
rritorios Americanos, equivalian á concesio-
nes de dominio hechas á esos agentes, sobre
los paises de su gobierno doméstico?
5. Dar jurisdicciones es dar dominio y
territorio, cuando se trata de jurisdicciones
domésticas é interiores?
6. Adjudicar tal territorio al Virreinato
tal, era adjudicarle la soberanía y el domi-
nio de ese territorio? Declararlo propietario
de sí mismo ó soberano?
7. Renunciaba el Rey á sus dominios,
en que adjudicaba jurisdicción á sus Agen-
tes, fiscales, militares ó políticos, en sus co-
lonias de América?
8. Sus gobiernos coloniales poseían los
territorios de su jurisdicción?
9. Los cambios y arreglos diversos de
jurisdicción, que el Rey de España introdu-
cía en sus colonias, no prueban que no ad-
judicaba ni cedia dominios cuando daba ju-
risdicciones?
10. Dar esas jurisdicciones era equiva-
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— 221 —
lente á cederlas, á ceder los territorios en
que versaban (?), á enagenarlos? — solo era
dar el encargo ó el cargo de ejercer la ju-
risdicción privativa (?) del Rey, que quedaba
del Rey, y que era ejercida por el Rey por
conducto de sus agentes ó Vireyes?
11. En 1810, las colonias de España en
América, poseían los territorios de su esta-
blecimiento, en el sentido jurídico de la
palabra poseer, que es ocupar con ánimo de
adquirir, ocupar como señor y dueño? ó con
pretencion de serlo? Porque eso es posesión.
Tal posesión habría sido rebelión.
12. Existia esa manera de entender las
cosas antes que se hubieran declarado m-
dependientes de hecho, respecto de España,
es decir poseedores?
13. No era esa declaración el primer ac-
to de posesión, que recien asumía en el
suelo que habia poseido hasta entonces, por
intermedio de ellos, el Rey de España?
14. Si la posesión de los Americanos, en
el suelo español que ocupaban, empezó por
la proclamación de su independencia ¿pue-
de la posesión de los españoles en el mismo
suelo ser razón de ser y causa de la pose-
sión de los Americanos que se fundaba en
el desconocimiento de la posesión española?
15. El derecho natural, radical y filosófico >
con que desconocimos la posesión de Espa-
ña en el suelo Americano de nuestro naci-
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— 222 —
miento ¿no puede ser invocado por cada país
americano para desconocer el de su vecino?
16. Puede el derecho histórico y tradi-
cional ser invocado como título de propiedad
por gobiernos nacidos y fundados por el
poder de sus armas y el derecho de sus vic-
torias contra el viejo gobierno derrocado y
desconocido por usurpador?
17. Puede el derecho teórico, racional,,
filosófico, natural, fundarse en el derecho
histórico y tradicional, su antagonista y
polo opuesto?
18. Los nuevos Estados Sud- Americanos,
que han desconocido á España todo derecho
para darles su gobierno interior, recibirían
de las manos de España su derecho de gen-
tes territorial?
19. No es su primera página de derecho
histórico, su tratado en que España recono-
ce su independencia y les cede y tranfiere
el suelo, que fué do ella y que renuncia (?)
todo su antiguo dominio?
21. En 1840, en que Chile y el Plata
empezaron á disputar por límites, tenían
tratados con España, en que esta Nación les
hubiese cedido su jurisdicción tradicional en
los territorios, que hoy se disputan, invo-
cando la autoridad de la vieja legislación
española?
22. Si como sucesores de hecho, de la
España, los Estados Americanos de su san-
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— 223 —
gre y familia, y poseedores comunes é indi-
visos de los dominios que les quedaron por
muerte de la autoridad española en Améri-
ca, estaban llamados á partirlo y dividirlo
i por acuerdo propio, ¿no era el caso de cons-
tituir un Congreso Americano, y de haber re-
vestido á ese Congreso de un poder de juez
partidor, conforme á un compromiso expo-
sitivo de las bases, para deslindar y limitar
los territorios heredados á la madre Patria,
entre los sucesores y herederos, conforme á
las necesidades de su moderna existencia,
basada en el libre acceso de la Europa, y
en el libre cambio con ella, como medio de
desenvolver su riqueza y su civilización?
23. Lo que dejó de hacer la América al
principio de su emancipación, no podría ha-
cerlo hoy mismo?
24. No sería preferible su propio arbi-
traje, que el de un rey extrangero al suelo
y al sistema de gobierno?
25. Está averiguado y es creible que D.
Pedro de Angelis y el Dr. Velez Sarsfield
impusieron sus opiniones, sostenidas en esa
cuestión, al Dictador llosas, y no Rosas á
ellos?
26. Si Rosas hubiese dado á esos tí-
midos consejeros ó amanuenses, el menor
indicio de pensar ó sentir lo contrario, hu-
bieran ellos tenido el coraje de disentir de
Rosas, y opinar contra su opinión?
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— 224 —
27. Angelis, que tenia en el Plata, cerca
de Rosas, la misma situación de un escritor
extrangero asalariado, que en Chile tenia
Sarmiento, cuando sugirió al gobierno, que
lo asalariaba, la idea de apropiarse como co-
sa de Chile los .territorios que Angelis sos-
tenia ser del Plata, ¿serían tales hombres
los que impusiesen su política exterior, en
ese conflicto así nacido, de los dos paises
mas interesantes de Sud-América?
28. Dos bohemios de la literatura, aven-
tureros extraños á Chile y al Plata, el uno
emigrado revolucionario de Italia en el Pla-
ta y el otro emigrado revolucionario del
Plata en Chile, ¿serían los creadores del
conflicto territorial de los paises extraños á
sus. dos ambulantes sujestores ó consejeros,
en cuyo arreglo bélico, deben perder su san-
gre, sus tesoros y su crédito?
29. Angelis en Chile y Sarmiento en el
Plata, hubiesen tenido y sugerido las mis-
mas opiniones sobre la propiedad de los
mismos territorios; ó posiblemente hubiesen
sostenido lo contrario, para pagar su pan?
30. Era la especialidad de Angelis y de
Velez, el estudio y la ciencia del derecho
público internacional?
31. Estaban los Estados Sud- Americanos
de origen español, en el caso de invocar el
principio del uti-posidetis, para el deslinde de.
los territorios que empezaron á poseer en
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— 225 —
1810 con igual propiedad y competencia
que aquellos de esos mismos Estados, vecinos
de los que fueron portugueses, para deslin-
dar sus territorios conforme al uti-posidetis de
España y Portugal, dos poderes soberanos ó
independientes, que poseian y podian poseer,
como tales por sí mismos y por intermedio
de sus Vireyes respectivos, los territorios
que ellos perdieron y cuando los perdieron
por la revolución, que derrocó su autoridad
en Sud- América?
32. Si las colonias no poseen en realidad
sino desde el dia que dejan de ser colonias,
¿cómo podrían invocar como base de su^o-
sesion, lo que administraron en nombre de
la autoridad que derrocaron por usurpatriz,
ilegítima é intrusa, según el derecho natural,
en virtud del cual asumieron la legítima so-
beranía que pretendieron corresponderles?
33. Pueden los nuevos Estados regir-
se y constituirse sobre el principio abstracto
y filosófico del contrato social y de la sobe-
ranía dél pueblo, para su régimen interior, y
por el derecho histórico y tradicional para
su política internacional y exterior, de Es-
tado á Estado Americano de origen espa-
ñol? Gobernarse por la razón moderna en lo
interior, y por la rutina monarquista en lo
exterior? Por el nuevo régimen en lo in-
terno, y por el antiguo régimen en lo inter-
nacional?
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— 226 —
34. Vale la pena de empobrecerse y de-
bilitarse en guerras sangrientas para dispu-
tar territorios despoblados ó poblados de
salvajes, sin sombra de seguridad, es decir,
de valor venal, en lugar de contraerse á
dar valor á los territorios ya poseidos, que
carecen de él, porque les falta la seguridad
que sólo dá un gobierno estable y regular,
y sin cuya seguridad el territorio mas po-
blado es igual en valor á los desiertos de
Africa ó de Arabia?
35. Pueden ser fuente del tesoro nacional y
elemento estimulante de colonización las tie-
rras de provincias, que carecen de valor
porque carecen de un gobierno que les dé
seguridad?
36. Per qué heredar de la política de
Rosas solamente la cuestión de Magallanes
con Chile, y no la de las Malvinas con In-
glaterra, la de Tarija con Bolivia. la del Pa-
raguay, también legado de Rosas?
37. El pais que ha cedido á Bolívar todo
el Alto Perú argentino, es decir, la mitad de
su territorio; á Bolivia, mas tarde, la provin-
cia argentina de Tarija; á la paz con el
Brasil la provincia oriental argentina, que
es hoy la República del Uruguay; á la Ingla-
terra, las Islas Malvinas; á la Provincia Ar-
gentina del Paraguay, su independencia de
Estado Soberano, ¿por qué haría una guerra
sangrienta á Chile, por territorios desiertos,
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— 227 —
que nunca estuvieron en el caso del Alto Perú,
ni de Tarija, ni de Montevideo, ni de las Mal-
vinas, ni del Paraguay, en cuanto al derecho
de posesión y dominio? Chile tendría la excusa
de la necesidad por lo exiguo de su suelo.
El Plata, no.
38. Saben bien los argentinos y los chi-
lenos, que no es el Brasil, viejo pretendien-
te histórico á la Patagonia, en cuyo interés
y servicio agotarían su tesoro y su crédito
por una guerra, para disputarse ese desier-
to, que podría bien acabar por ir á parar á
manos del imperio, en resumidas cuentas?
39. Están ciertos de que no es el Brasil
el promotor del nuevo conflicto sobre Pa-
tagonia, entre Chile y el Plata, por medio
de agentes secretos que tiene asalariados en
el Plata y en Chile con fines y propósitos
de ese género?
40. No fué Don Andrés Lamas, promo-
tor brasilero de la guerra y de la alianza
contra el Paraguay, el consultado por la
candidez del improvisado diplómatico chile-
no en Buenos Air es, sobre puntos de su mi-
sión relativos á Magallanes?
41. Tienen los chilenos, situados ó secues-
trados en un confín del mundo civilizado,
bastante experiencia para no ser juguete de
la diplomacia dicha brasilera, y que en rea-
lidad no es otra que la diplomacia france-
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— 228 —
sa Orleanista, inspirada hasta 1870, por los
Thiers, Guizot y Cia.?
42. D. Andrés Bello que, como profesor
de derecho de gentes, ha hecho la instruc-
ción diplomática de Chile, era otra cosa que
un teórico, venido en su juventud á Chile,
desde Inglaterra, donde solo estuvo un año
como secretario de la legación de Venezuela?
43- Puede el Brasil tener otro objeto en
suscitar la guerra de Chile con el Plata, que
dejar la obra difícil y comprometente de su
destrucción mütua y recíproca, á esos dos
países, que serían el obstáculo natural de su
vieja mira histórica de extender el Imperio
á toda Ja costa meriodiual de la América
atlántica, en que solo ocupa hoy la parte
africana ó de un calor tórrido?
44. No es por medio de esa táctica di-
plomática, que se he aplazado la toma de
posesión indisputada, parg, un porvenir no
remoto, de la República del Paraguay y de
las Repúblicas del Plata, que se han arrui-
nado, arrumando al Paraguay en servicio del
Imperio?
45. Arrasando y despoblando sus pro-
pios territorios poblados, en una guerra diri-
gida á conquistar ó reivindicar los desiertos
patagónicos del Sud, no haría el Plata lo
mismo que hizo, por la guerra en que arrasó
sus ricas provincias litorales, para reivindicar
el desierto del Chaco, para tener que des-
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poblarlo de sus salvajes habitantes por otra
guerra desastrosa de conquista?
46. La posesión platónica, es decir la ocu-
pación escrita y nominal de territorios des-
poblados y ocupados por indígenas salvajes,
¿es antecedente y titulo preparatorio del do-
minio? Reconoce el derecho de gentes del
siglo XIX, la posesión platónica ó ideal de
territorios despoblados? Hay uti posidetis
platónico, escrito, teórico y abstracto? La
simple indicación de un lugar en una carta
geográfica, prueba posesión?
47. Si por frontera se entiende el límite
que separa un Estado, ¿cómo estaría la fron-
tera meriodional argentina en el Rio Negro,
v. g, y sería el suelo desierto situado al Sud
de esa frontera una parte integrante del
suelo argentino?
Si Patagonia v. g., está fuera de la fron-
tera meridional argentina ¿en qué sentido
Patagonia es parte del territorio argentino?
Como colonia? Como pais distante y leja-
no? Como América hacia parte integrante
de España, no obstante el Atlántico que los
separaba?
A qué entonces citar como argumento la
continuidad geográfica del suelo? Porqué
Chile no tendría terrenos orientales fuera de
su frontera Andina, como los tiene el Plata
fuera de su frontera del Rio Negro? Con-
sideraciones son estas que la conciencia ar-
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gentina debe pesar y madurar, antes de en-
tregar á la decisión terrible de las armas su
cuestión de límites con Chile.
48. La Patagonia es parte integrante del
del territorio de la Provincia de Buenos Ai-
res? ó lo es del suelo nacional argentino?
Si Buenos Aires se constituye un dia Esta-
do independiente de la República Argentina,
consentirá en que Patagonia forme .parte del
territorio argentino, quedando en medio, ais-
lada, la Provincia ó Estado de Buenos Aires?
En este sentido no es la de Patagonia,
una cuestión de equilibrio interior argentino,
entre sus dos mitades geográfica, histórica y
económicamente rivales y antagonistas?
49. No sería también una cuestión de
equilibrio americano en el sentido de la im-
portancia del intercurso del Pacífico con la
Europa y del antagonismo de raza y de sis-
tema de gobierno de la América antes es-
pañola con la América antes portuguesa 37
franco-orleanista, por la ocupación de la fa-
milia reinante del Brasil?
50. No sería el camino regular y natu-
ral de estas grandes soluciones, la reunión
de un Congreso ariericano-latino. en Buenos
Aires ó en Montevideo?
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