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Full text of "Escritos póstumos de J. B. Alberdi"

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ESCRITOS POSTUMOS 

J.B.ALBERDI 



ENSAYOS 

SOBRE LA SOCIEDAD, LOS HOMBRES T LAS COSAS 

DE SUD-AMÉRICA 



VI 



BUENOS AIRES 



MP.ALBEBTO MONKES, CALLE LIMA 456 
i«9S 



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JUAN MARIA GUTIERREZ 



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V«\V* ( f ENSAYOS 

SOBRE LA SOCIEDAD, LOS HOMBRES Y LAS COSAS 

DE SUD-AMÉRICA 



JUAN MARIA GUTIÉRREZ 



i 



No hacemos aquí sa biografía, sino un 
estudio del significado y valor de su perso- 
nalidad, en las letras, en la sociedad y en 
la política de su país. Hacemos la aprecia- 
ción de los méritos que le asignan un rango 
distinguido en la historia y desarrollo de las 
Repúblicas del Plata y de la América del 
Sud en general. 

En apoyo de nuestros juicios y opiniones, 
fundados desde luego eu nuestro conocimien- 
to directo del hombre, presentaremos docu- 
mentos justificativos de ellos, públicos unos 
y otros inéditos, pero todos veraces y au- 
ténticos ; como cartas particulares, documen- 



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tos oficiales, trabajos literarios, testimonios 
valiosos en favor de su mérito.(l) —Completan 
esta prueba sus libros y escritos publicados, 
que todos conocen y que, sin reproducir, in- 
vocamos también en apoyo de nuestro tes- 
timonio. 

§ 

El dia de la celebración del centenario de 
un hombre célebre de Sud América, termi- 
naba su existencia otra nueva celebridad de 
ese mismo país, por las emociones causadas 
por esa misma fiesta en el corazón patriota 
de su víctima, según la explicación mas ino- 
cente, y caritativa de esa catástrofe, acepta- 
da por la voz común. 

Cómo se explica el poder y efecto dé esa 
simpatía? Por la mera impresionabilidad de 
un car ácter entusiasta ó de un patriotismo 
común? — Todo menos que eso. 

Gutiérrez festejaba en San Martin, con el 
fervor de su carácter generoso, no al hom- 
bre, sino á la independencia de América, 
de que ese guerrero es considerado símbolo 
argentino, con justicia ó sin ella. — Que el 
valor real del hombre corresponda ó no á 

(1) — Nadfl de lo cxia\ irá en este estadio que, como lo echará de 
ver el lector, quedó embrionario y en la forma en que lo reprodu- 
cimos. 

(El E.) 



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la magnitud del símbolo, no es cuestión del 
caso. Gutiérrez, como el país, veía en San 
Martin la independencia argentina, y esto 
basta para santificar el culto y causa del fa- 
natismo por su personalidad simbólica. En 
las apreciaciones humanas, és muy raro 
que el símbolo corresponda á la realidad de 
la entidad simbolizada. 

La afinidad entre San Martin y Gutiérrez 
viene de que los dos eran símbolos de la 
misma cosa, — la independencia. Razón de- 
bía ser esta mas bien de dividirlos ; pero el 
uno la representaba como guerrero, el otro 
como hombre de Estado. El uno como sím- 
bolo aceptado y conocido, el otro como sím- 
bolo ignorado y por conocerse. 

Este es el objeto principal de este estu- 
dio. 

La América del Sud ha perdido en Juan 
María Gutiérrez uno de sus primeros hom- 
bres de Estado, en el alto y verdadero sen- 
tido de este nombre. 

En la acepción ordinaria, hombre de Esta- 
do, quiere decir hombre capáz de brillantes 
atentados contra la constitución del Estado; 
hombre de golpes de Estado, es decir, capáz 
de golpear al mismo Estado, invocado como 
objetivo de un crimen patriótico; como si el 
Estado pudiese deber jamás su salud á un 
crimen. Un golpe de Estado, es una revo- 
lución hecha por el gobierno. Contra quién? 



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Contra el país, en la persona del* gobierno 
destruido. Pero solo el país puede hacer una 
revolución capáz de ser legitimada, y eso, 
una vez cada siglo. En el Plata, por ejem- 
plo, los años de 1810 y 1852 del siglo XIX. 

No merece el título de hombre de Estado, 
sino el politico capaz de dotar al Estado del 
gobierno de sí mismo, es decir, de fundar el 
gobierno libre de su país. 

Por gobierno libre no se entiende el gobier- 
no que todo lo puede, el poder sin límites. 
En tal caso no habría gobierno mas libre, 
que el gobierno mas despótico y tiránico. 

Solo se entiende por gobierno libre, ei gobier- 
no del país por el país, — es decir, el país in- 
dependiente, ó la independecia del pais, no 
solo de todo poder extrangero, sinó de todo 
poder interno que no es el país mismo, ó el 
fruto de su elección Ubre. 

Tal es el sentido en que la independen- 
cia significa libertad, y la libertad, indepen- 
dencia. 

Solo es libre el país independiente; pero 
solo es independiente el país que no depen- 
de de un gobierno extrangero, ni de un go- 
bierno interno, extrangero á la elección del 
país. Asi, la libertad tiene dos faces: una 
exterior, que significa por antonomasia, inde- 
pendencia: otra interior, que significa libertad 
propiamente dicha. 

Pocos son los hombres de Estado que ha- 



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— 9 — 



yan servido á la libertad de su país en sus 
dos faces, externa é interna. Uno de los pocos 
es Washington. El sirvió como guerrero á 
la libertad exterior é independencia de su 
país; y, como hombre de Estado, á la crea- 
ción del gobierno interior, ó de la libertad, 
propiamente dicha, de los Estados-Unidos. 
Por eso no tiene parangón en el mundo 
americano, y menos aun en el mundo eu- 
ropeo. 

En eso difiere San Martin de Washing- 
ton: en que solo sirvió á la independencia 
ó la libertad de la República Argentina. La 
libertad interior, nada le debe. 

Como hombre de Estado, Gutiérrez es mas 
de la escuela de Washington que de la de 
San Martin. —El ha servido á las dos faces 
de la libertad de su país en su terreno de 
hombre de Estado, y por eso es el primero 
de los hombres de Estado de su país, sin 
ser el único. Como ministro de Estado en 
relaciones extrangeras, á él le pertenece el 
honor de haber promovido el tratado de paz 
que puso fin á la guerra de la independen- 
cia y consagró la obra de San Martin con 
el derecho tradicional que gobierna á las 
naciones civilizadas. 

Ademas, como publicista, orador y dipu- 
tado, él colaboró en rango superior en la 
obra y sanción de la Constitución nacional 
que el Congreso constituyente de Santa Fó 



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— 10 — 



sancionó en 1853, y contribuyó á comple- 
tar y afirmar esa grande institución, propó- 
sito cardinal de la revolución de Mayo de 
1810, por todos los trabajos de su política 
exterior, en que sirvió á la integridad Ar- 
gentina y la salvó, y creó, se puede decir, 
la verdadera política exterior de la Nación 
Argentina. 

Salido del poder, pasó del terreno de la 
organización política al de la organización 
social de su país, sirviéndole con su celo y 
sus trabajos como Rector de la primera Uni- 
versidad de la República, en la instrucción 
y educación de la juventud durante veinte 
años, en que le han debido su cultura sana 
y fecunda mas de dos generaciones. 

Colaborador de Echeverría en los traba- 
jos de la reforma social argentina, lo acom- 
pañó también, por sus trabajos intelectua- 
les, en el de formar el gusto de su país en 
la literatura moderna llamada entonces ro- 
mántica. 

Antes de servir á la libertad de su país 
como hombre de Estado, la sirvió como poe- 
ta, como escritor elocuente por sus nume- 
rosos y variados trabajos, por sus conversa- 
ciones luminosas, elocuentes -y admirables, 
que hubieran podido estenografiarse para 
honor de la literatura argentina, con que 
contribuyó, con Florencio Várela, con Rive- 
ra Indarte y otros talentos de su época, á 



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— 11 — 



mantener encendido el fuego santo del amor 
patrio. 

Por la altura de su corazón y el lustre 
de su bello espíritu, Gutiérrez era un poeta, 
sin perjuicio de ser un matemático. De ahí 
viene la sana y preciosa alianza, que bullía 
en su inteligencia, de un superior buen gus- 
to con un superior buen sentido práctico. 

Antes de comenzar la peregrinación de 
libertad, que absorbió los años mas bellos de 
su vida, sirvió á su país en los trabajos de 
su topografía, colaborando en el departa- 
mento de ese ramo de la administración pú- 
blica con el sábio coronel Arenales, con Sa- 
las, con Outes y otros eminentes talentos 
argentinos y extrangeros, á quienes Buenos 
Aires y la Nación, debieron las cartas topo- 
gráficas en que la ciencia geográfica tomó 
sus mas preciosos datos auxiliares para sus 
estudios y trabajos sobro los países del Plata. 

En el campo de la instrucción y de las le- 
tras, cuyo centro estaba en Buenos Aires, 
se hizo Gutiérrez de esa multitud de relacio- 
nes y amistades, con los jóvenes de todas 
las provincias, que hacían allí sus estudios. 

Como no habia Provincia Argentina que 
no tuviese jóvenes en Buenos Aires, ya co- 
mo estudiantes en su Universidad, única y 
gratuita en cierto modo, ya como emplea- 
dos en el comercio, por razón de ser la pla- 
za principal de la República, Gutiérrez te- 



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— 12 — 



rda amigos y conocidos personales en todas 
las Provincias. De cada una de ellas tenia co- 
nocimientos y detalles como si la hubiese ha- 
bitado, y en cada una de ellas se tenia noticias 
personales de él. Era un provincial en este 
sentido; pero en el verdadero sentido, era un 
nacional mas bien, desde antes que la Nación 
estuviera constituida por escrito. 

Ese precedente de su juventud, seguido 
de su peregrinación de apostolado liberal en 
todos los países circunvecinos de la Repúbli- 
ca Argentina, dispuso su espíritu á conside- 
derar en grande y ver en conjunto á la na- 
ción de su origen, que fué y quedó, en su 
modo de verla y amarla, el Estado ó Nación 
Argentina. 

Así se formó en él naturalmente el nacio- 
nalismo argentino, que mas tarde fué su 
principio y regla de conducta como ciuda- 
dano argentino. Gutiérrez fué un argentino, 
antes que un porteño, sin dejar de amar por 
eso á su provincia nativa, cuyo nombre no 
se separaba de sus labios en la ausencia, por- 
que su memoria no s 3 separaba de su corazón. 
Pero él no veia en Buenos Aires sinó la mas 
bella parte de su país, que era todo el país 
argentino; no en teoría, como sucedió á Ri- 
vada^ia y á los mas de su partido unitario, 
sínó por la educación y sentimientos forma- 
dos en él, como hemos dicho, por el giro y 
carácter de toda su vida. 



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— 13 — 



Con ese modo de ser de su espíritu, ve- 
nido del modo de ser de su vida entera, es 
claro que Gutiérrez no podia tener otro 
campo que el de la Nación, el dia que rea- 
pareciese entre ella y su Provincia nativa el 
conflicto que debilitó á la República Argen- 
tina desde el principio de su revolución con- 
tra España, dando lugar á los dos partidos 
geográfico- políticos, y político - económicos, 
conocidos y vistos vulgarmente como partido 
unitario y partido federal. Es lo que sucedió 
después de caido Rosas. 

Abrazando la causa nacional argentina, 
como tantos porteños ilustres, Gutiérrez no 
fué un mal hijo de Buenos Aires. Mostró, 
al contrario, amarlo de un modo mas inte- 
ligente y digno de él que los que á fuerza 
de amor local quieren verlo aislado, achica- 
do, disminuido, es decir, separado de la Na- 
ción, que le dá toda 3^ la verdadera impor- 
tancia por la cual es un país mas considerable 
que el Estado Oriental del Uruguay. Espíritu 
culto y elevado, abrazando en sus miras el 
conjunto y la unidad entera de su pais ar- 
gentino, Gutiérrez no conoció jamás ese pa- 
triotismo de campanario y de aldea, que solo 
es propio de niños, de viejos y de enfermos, 
(de espíritu, cuando menos) de la parte flaca 
y sedimental de toda sociedad. Es la que re- 
presentó en Buenos Aires el federalismo de 



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— 14 — 



nuestros primeros caudillos y demagogos sin 
patrotismo. 

Esa razón de verdadera y culta política 
nacional explica la actitud que tuvo en las 
discusiones tumultuosas de Junio de 1852, en 
la legislatura de Buenos Aires. 

Eso explica también toda su política de 
verdadero hombre de Estado en el tiempo 
en que fué Ministro de Relaciones extran- 
geras del gobierno mas nacional y mas ar- 
gentino, que haya tenido la República des- 
de su formación en 1810. 

§ 

En Buenos Aires, es decir, en su provin- 
cia nativa, Gutiérrez es apreciado mas por 
su nombre y fama, que por la obra que es 
razón de esa fama. Por qué? Porque no se 
comprende su obra principal, que es la de 
hombre de Estado. Si en Buenos Aires oyen 
decir que Gutiérrez era un hombre de Es- 
tado, se reirán como de una extravagancia. 
La razcn de ello es que en Buenos Aires 
no se comprende generalmente lo que es 
Estado. Se conoce allá el Estado de Buenos 
Aires, es decir la Provincia de Buenos Ai- 
res, pero pocos tienen idea del Estado Argen- 
tino. Qué idea de tal puede tenerse donde 
la Nación, ó una República Argentina, co- 
mo Estado regular, es considerada sediciosa 



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— 15 — 

y atentatoria de los derechos de Buenos Ai- 
res, como la han considerado Rosas y sus su- 
cesores? Gutiérrez es hombre de Estado en 
el verdadero sentido de la palabra, porque 
como político, sirvió á la Nación, y solo sir- 
vió á Buenos Aires en sus intereses sociales, 
como la instrucción, la educación, las letras, 
el arte, la ciencia etc. 

De ahí, es que con ocasión de la pérdida 
que con él hacia el país, ha sido visto y la- 
mentado en Buenos Aires solamente por su 
obra social, es decir provincial, como sucede 
con la obra de Rivadavia, que es apreciado 
en su provincia nativa, por su obra social, no 
por su obra política de nacionalista unitario. 
Los mismos que saludan su estatua y se enor- 
gullecen de su fama, perseguirían hoy como 
traidor ai Estado de Buenos Aires, al que 
pidiese las instituciones que Rivadavia que- 
ría dar á la Nación, es decir la división de 
la Provincia de Buenos Aires, la capitaliza- 
ción de la ciudad de su nombre y la nacio- 
nalización de todos los establecimientos pú- 
blicos en ella situados. 

§ 

En todas las grandes medidas que señalan 
el gobierno memorable de la Presidencia de 
Urquiza, Gutiérrez tuvo su parte importan- 
te como miembro principal de él. Desde lúe- 



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— 16 — 



go en la elaboración y sanción de la Consti- 
tución de 1853, que fué el verdadero origen 
de la prosperidad asombrosa del país en los 
años ulteriores; como su reforma reacciona- 
ria, que no le impide hacer todavia mucho 
bien, fué la verdadera causa de la reapari- 
ción de la pobreza ó decadencia del país, que 
precedió por años á su sanción. 

Luego ha sido colaborador y cooperador 
eminente de esa grande prosperidad que se 
produjo en el país antes que la presente cri- 
sis hubiese sido causada por la política reac- 
cionaria, que esterilizó la obra nacional. 

Como en la evolución ó desarrollo de to- 
da sociedad política las leyes buenas y ma- 
las no producen sus resultados en el instante 
de su sanción, sinó años después; la prospe- 
ridad que fué resultado de la administración 
del vencedor de Rosas, á que perteneció Gu- 
tiérrez, coincidió con el tiempo de las admi- 
nistraciones reaccionarias que le sucedieron, 
y la crisis de empobrecimiento y decadencia, 
que fué la obra de esas administraciones reac- 
cionarias, apareció ser agena de ellos, por 
que su explosión tardía coincidió, como de- 
bía suceder, con la administración presente, 
agena en cierto grado de las causas principa- 
les del malestar del país. 

Así, si Gutiérrez, por sus trabajos de pu- 
blicista y de hombre de Estado, tiene gran 
parte en la organización y constitución de 



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— 17 — 



un gobierno progresista para la Nación; en 
la consolidación y estabilidad de los trata- 
dos inmortales de libertad fluvial, que así se 
llamaron con razón los qne consagraron el 
principio del nuevo orden de cosas que abrió 
los afluentes deí Plata, es decir, todos los 
puertos fluviales interiores al tráfico directo 
del mundo entero; en la preservación de la 
integridad nacional argentina, amenazada 
por la resistencia reaccionaria del localismo, 
que no sabia comprender y elevarse á la al- 
tura de la política nacional en que Gutiérrez 
colaboraba como factor superior; en la nego- 
ciación del reconocimiento de la independen- 
cia argentina por España, que los célebres 
gobiernos de Posadas, Pueyrredon, Las He- 
ras, Rivadavia no pudieron obtener á cesta 
de grandes sacrificios ofrecidos, y que obtu- 
vo del modo mas barato y mas glorioso, el 
gobierno de que Gutiérrez fué ministro de 
Relaciones Exteriores: — si Gutiérrez, tligo, 
tuvo parte en todos esos hechos y otros de 
su magnitud y carácter, también es cierto 
que no tuvo la menor participación, ni en la 
reforma reaccionaria de la Constitución de 
1853; ni en las guerras del Paraguay y de 
Entre Ríos; ni en los empréstitos originados 
por esas guerras, que han empobrecido y ca- 
si arruinado al país; ni en las obras públi- 
cas, que han perjudicado al país tanto como 
las guerras ó los empréstitos, comprometidos 



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— 18 — 



por desaciertos colosales en la realización de 
esas pretendidas mejoras. 

Cuando todo eso sucedía en el mundo de 
la política, Gutiérrez estaba absorto en 
Buenos Aires en la obra de reparación social, 
como Rector de la Universidad y cabeza di- 
rijente de la educación de la juventud, lla- 
mada á completar la obra empezada por sus 
ilustres predecesores. 

Así, por la dirección ó corriente de su vi- 
da, y por la naturaleza de sus trabajos, ól 
se ha encontrado de colaborador de Rivada- 
via, trabajando en su misma obra de la reor- 
ganización del gobierno nacional interior, de 
la formación de sus relaciones extrangeras, 
de la educación é instrucción de las nuevas 
generaciones; con esta diferencia que es jus- 
to no olvidar: que Gutiérrez ha sido mas fe- 
liz que su modelo, porque ha visto el coro- 
namiento de lo que Rivadavia empezó, pro- 
yecté deseó, pero no le fué dado ver con- 
cluido. 

De ahí viene la predilección y simpatía 
que Gutiérrez acreditó siempre á Rivadavia, 
á su memoria, á su carácter, á su obra de 
patriotismo nacional. — Después de San Mar- 
tin, es decir, de la independencia ó libertad 
exterior de la patria, fué Rivadavia el obje- 
to de su veneración, como representante de 
la causa del progreso interior; de la civili- 
zación y cultura del país; de su arreglo y me- 



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— 19 — 



joramiento general interno, — lo que quiere 
decir, de su nacionalismo. 

Su nacionalismo fué del tipo del de Riva- 
davia, no del otro tipo conocido mas tarde, 
el cual ha consistido en poner á la Nación 
bajo la tutela de su mejor Provincia y man- 
tenerla en un pupilage incompatible con el 
rango de la Nación libre, independiente y so- 
berana de sí misma. — No difería muy sustan- 
cialmente de este modo de entender el naciona- 
lismo, el que profesó el general Rosas, cuando 
tuvo á su cargo ó estuvo encargado de repre- 
sentar á la Nación en lo exterior y ejercer 
ó entretener sus relaciones extrangeras, en 
virtud y en su carácter de gobernador de la 
Provincia de Buenos Aires. 

Si se quita la violencia y tiranía cruel con 
que ejerció su doble gobierno interior y ex- 
rior, en sí mismo ese sistema no carecería de 
partidarios entre los liberales que represen- 
taron después el nacionalismo argentino de ese 
tipo. 

Pues bien: no puede hacerse á la nación 
una burla mas insultante, que la de tomar 
su causa y servirla de ese modo, que no es 
sinó servirse de la Nación para hacer el po- 
der de una Provincia, y dañar naturalmente 
á la Nación y á la Provincia, debilitándola 
por esa división en dos países, convertidos 
el uno en tutor, el otro en pupilo, y de este 



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— 20 — 



modo: la Provincia, el tutor; la Nación, el 
pupilo. 

Gutiérrez no tomó nunca de ese modo la 
ciencia del hombre de Estado de su país. El 
fué un verdadero hombre de Estado, en el 
sentido de hacer de todo el país argentino un 
solo país, una sola Nación, un solo Estado in- 
dependiente, libre y soberano. 



§ 



Con esas ideas y con ese modo de enten- 
der el nacionalismo argentino, no era de ex- 
trañar que en su provincia nativa tuviese, co- 
mo político un poco del destino que cupo 
á Rivadavia, de ser digno de indulgencia 
por sus pecadillos y veleidades contra el pa- 
triotismo local de Buenos Aires. Se diría 
que ha sido en eso mas feliz que Rivadavia, 
desde que ha podido morir en su provincia, 
mientras que este ilustre porteño, no pudien- 
do tener esa suerte, murió en Cádiz. Pero 
en realidad es menor la diferencia de su des- 
tino final, en cuanto han muerto en el lu- 
gar que habian tenido que contrariar desde 
lo alto de los grandes principios de la inde- 
pendencia americana, y de la soberanía del 
pueblo argentino. 



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— 21 — 



De ahí es que Buenos Aires ha visto á 
Gutiérrez, con ocasión de su muerte, por to- 
dos sus bellos lados, menos por su gran la- 
do, que era el de estadista argentino. Ha 
tomado á Gutiérrez como un mero fanático 
de San Martin; y no fué en realidad sinó 
su colaborador mas eminente, en la grande 
empresa de hacer de su país nativo un Es- 
tado ó Nación argentina: el uno de hecho, 
por la espada; el otro de derecho, por un tra- 
tado de paz y de reconocimiento. 

Buenos Aires ha visto á Gutiérrez de per- 
fil, porque siempre vió de perfil á la Repú- 
blica Argentina, que la figura de Gutiérrez 
reproducía solo de frente. Vista de frente, 
la Nación Argentina es la Nación soberana 
de la Provincia de Buenos Aires; y Gutiér- 
rez, por su nacionalismo eminente, el primer 
hombre de Estado de Buenos Aires, porque 
lo fué de todo el país argentino, no después 
sinó á la par de Rivadavia. 

Su figura política, para ser bien compren- 
dida, ha de necesitar, como ciertas pinturas 
cuyo mérito y sentido se hace perceptible á 
medida que uno se aleja del cuadro; ha de 
necesitar que pase el tiempo que falta, para 
que la Provincia de Buenos Aires, compren- 
da, en su conjunto y sentido, la grande y 
bella figura de esa entidad que se llama Na- 
ción Argentina; y será feliz entonces en aper- 
cibirse Buenos Aires de que ella forma la 



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— 22 — 



hermosa frente de esa hermosa Nación: una 
facción bella de un bello rostro, no un rostro 
sobrepuesto á otro rostro, formando el mons- 
truo político que desearan ver los émulos 
de esos realistas que la República Argentina 
echó del Rio de la Plata en 1810. 



§ 



1 Gutiérrez, como Chateaubriand, como La- 
martine, como Martínez de la Rosa, no ha- 
bia nacido para hombre político, pero le to- 
có serlo y ejerció tanto influjo en la política 
como en las letras de su país: ambos influ- 
jos sanos y buenos por su índole y efectos. 
Entre las letras y la política hay esta cone- 
xión material, y es que las letras, al servicio 
de un talento real, conducen á la fama y á 
la popularidad y por el ruido á la política, 
sobre todo en tiempos y países de gobiernos 
populares y democráticos. Sin embargo, Gu- 
tiérrez no era extraño al derecho. Era, le- 
jos de eso, doctor en derecho, es decir, podia 
enseñarlo porque lo habia aprendido. Pero 
él llegó á la política, no como abogado fa- 
moso, sinó como literato renombrado. Por 
uno ú otro camino, él se encontró en su ter- , 
reno el dia que pasó de la república de las 



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— 23 — 



letras á la república de los derechos políti- 
cos. 

Y como las letras forman una república 
universal ó internacional de todos los pue- 
blos dotados del amor del arte y de lo be- 
llo, un talento literario de grande especta- 
bilidad hace del que le posee una especie de 
hombre internacional, un ciudadano de todas 
partes, y en especial de todos los países 
que hablan un mismo idioma. 

Esta circunstancia, unida á la peregrina- 
ción política por causa de la libertad de su 
pais, hizo de Gutiérrez un amigo natural del 
extrangero, — del de Europa, por afinidades 
literarias y sociales; del de América, por re- 
laciones de lenguaje, de gobierno, de reli- 
gión, de costumbres, de origen y destinos. 

Peregrinando en América por la libertad 
de su país (pues no emigró de él por causa 
literaria, sinó política, como toda la juven- 
tud de su tiempo), y habitando en varios de 
sus Estados, acabó por ser un patriota ame- 
ricano, por un camino análogo al que lo for- 
mó un nacionalista argentino. 

Bien entendido que el americanismo de Gu- 
tiérrez no era el americanismo de Rosas. Le- 
jos de ser incompatible con el amor á la 
Europa y al europeo, era ese americanismo 
que busca en la Europa y en su civilización 
la palanca y apoyo, para elevar la civiliza- 
ción, la riqueza y el poder de la moderna 



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— 24 — 



América, al nivel del progreso europeo en 
todos los ramos y elementos sociales. 

Gutiérrez era lo que entre nosotros, ame- 
ricanos, se llama un europeista, es decir, un 
amante de la Europa moderna y de su es- 
píritu como mejor instrumento para poblar, 
enriquecer, educar, civilizar á la América 
independiente y democrática. Era europeis- 
ta en el sentido en que lo fueron Rivadavia 
y Florencio Várela, y tal vez en mas alto 
sentido que ellos. No para someter la Amé- 
rica del Sud al pupilaje de Europa con la 
mira de completar su educación de mundo 
autónomo y libre, como han querido tantos 
reformadores monarquistas, sinó para afian- 
zar, vigorizar y robustecer su democracia in- 
dependiente y soberana. Gutiérrez era un 
republicano de corazón, de educación, de 
instinto. Modesto, laborioso, sóbrio, sin as- 
piraciones al poder, no hizo jamás del patrio- 
tismo un medio de ganar empleos para vi- 
vir de sus salarios. Se ocupó, en casos de 
necesidad para ganar el sustento, de sus tra- 
tajos de agrimensor é ingeniero civil. No 
frecuentó el gran mundo, no conoció el lujo, 
no amó los placeres bulliciosos y dispendio- 
sos. Tal vez por eso las fiestas del centena- 
rio, que duraron tres dias, lo hallaron mal 
preparado para resistirlas. 

§ 



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— 25 — 



Gutiérrez, en Buenos Aires, vivia cien años 
adelante de la sociedad de su país. Sus es- 
critos, y sobre todo, sus publicaciones no dan 
idea de su valor real, no eran la expresión 
genuina de su pensamiento. El valia mas 
que sus obras, porque él era la obra de las 
muchas sociedades que habia frecuentado, que 
habitó, mientras que sus escritos eran la obra 
de la sociedad con que tenia que vivir en 
paz. No es que él fuese capáz de escribir 
lo contrario de lo que pensaba. No sabia 
mentir, pero sí reservar, callar, disimular la 
parte de su, pensamiento que, según él, po- 
día chocar ó lastimar el de los otros. Esto 
dependía de su carácter condescendiente, sua- 
ve, amable, esencialmente cortés y urbano. 
De ahí es que su conversación confidencial, 
valía mas que sus escritos, como expresión 
de su verdadero saber y talento incisivo y 
picante. 

Esto es lo que hacia la desesperación de 
Echeverría, cuando empezábamos nuestras 
luchas con la vieja sociedad en cuyos hábi- 
tos y preocupaciones basaba Rosas la máqui- 
na de su Dictadura. — Aunque educado en la 
sociedad culta de París, y tal vez por esa razón 
cabalmente, Echeverría habia contraído los 
hábitos de franqueza brusca que prevalecía en 
la Francia revolucionaria de 1830, en que 
él se formó. Gutiérrez concebía y expresa- 
ba mejor que nosotros nuestro pensamiento, 



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— 26 — 



pero al hacerlo público, cedía á los arran- 
ques de su carácter condescendiente y blan- 
do, aunque siempre desinteresado y siempre 
probo. 

Si no hizo libros, al menos hizo autores. 
Estimuló, inspiró, puso en camino á los ta- 
lentos con la generosidad del talento real, 
que no conoce la envidia. Buena ó mala, 
yo soy una de sus obras. Hemos podido in- 
fluirnos mútuamente, pero él ha ejercido en 
mí diez veces mas influencia que yo en 
él. Desde luego, yo fui su órgano y agen- 
te en su obra diplomática, que solo en este 
sentido me pertenece en parte subalterna. 

Yo creo que su modestia no le dejó cono- 
cer todo el esfuerzo de que era capaz. Te- 
niendo el poder de producir, se limitó mu- 
chas veces á compilar, al revés de otros que, 
en vez de limitarse á compilar lo que eran 
incapaces de producir, se hicieron autores de 
obras que otros les escribieron. 

Como Diderot, Gutiérrez valia mucho mas 
que sus obras. Hizo escribir á otros, mas 
bien que escribir él mismo, pero no para 
apropiarse lo ageno, sinó para dar lo suyo. 
Formó talentos, si no compuso libros. 

El encanto que daba tanto poder á su pa- 
labra, residía en la amenidad de su tono, en 
la gracia y facultad prodigiosa de la expre- 
sión, llena de chispa y buen humor jocoso, 
en la ligereza que le hacia incapáz de can- 



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— 27 — 



sar la atención. No era enfático, ni magis- 
tral, ni pedante. Discípulo de Voltaire, en 
buen gusto literario, era simple, fácil, sin fra- 
se ni énfasis. Tolerante y condescendiente, 
como hombre bien educado, no amaba, por 
sistema ó temperamento, la disputa ni la 
contradicción, como es tan común en hom- 
bres de su saber. 

Su buena educación, era el secreto princi- 
pal de su buen gusto. No en vano se ha 
dicho, que el estilo es el hombre; y esto se 
aplica á la palabra, mas que al estilo. No 
es perito en el decir, sinó el que es probo y 
bien criado. Solo el es orador elocuente. 

Gutiérrez era sóbrio en el estilo, como lo 
era en su conducta de vida. Evitaba los flo- 
ripondios y ornamentos exagerados y extra- 
vagantes, como cosas de mal gusto gaucho. 
Indicio, á menudo, de la ignorancia ó de la 
mentira, la frase retumbante y pretenciosa 
no era su defecto, porque en realidad no le 
hacia falta. 



§ 

Cuando Gutiérrez no influía por el encanto 
de sus escritos, edificaba por la elocuencia de 
su palabra en sus conversaciones mas simples. 
Tenía el talento de hablar, y ese talento, al 



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— 28 — 

servicio de una cabeza rica de instrucción 
y de un corazón siempre abierto y lleno de 
buenos sentimientos. El que escribe estas' 
líneas debió á sus conversaciones continuas la 
inoculación gradual del americanismo, que ha 
distinguido sus escritos y la conducta de su 
vida. Gutiérrez le comunicó su amor á la 
Europa y á los encantos de la civilización 
europea. El fué, en mas de un sentido, el 
autor indirecto de las Bases de organización 
americana. 

Después de nuestros padres, nadie tiene 
mayor parte en nuestra educación, que nues- 
tros amigos íntimos y familiares. Son nues- 
tros monitores natos. Nos educan sin saber- 
lo, y, según es su educación, así resulta la 
nuestra. 

Gutiérrez era un educacionista, porque te- 
nía educación él mismo, al revés de otros 
que son educacionistas por razón de no ha- 
ber recibido educación. Entre los amigos 
que nos educan figuran los libros predilec- 
tos que leemos habitualmente, y, según son 
ellos, naturalmente así es la educación que 
les debemos. 

El mismo Gutiérrez completó su educa- 
ción europeista y liberal en ese origen, es de- 
cir, en su trato con europeos distinguidos y 
en su familiaridad con la literatura france- 
sa, nodriza natural de nuestra sociedad ame- 
ricana moderna. Enemistados con España, 



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— So- 



por causa de su independencia, que nosotros 
queríamos y que ella nos negaba, no nos 
era simpática su literatura, que por otra 
parte nada tenía que enseñarnos en punto 
á libertad. 

La prolongación de la guerra de la inde- 
pendencia por quince años, y del entredicho 
que la siguió por otros quince, tuvo un in- 
flujo decisivo en la suerte del idioma espa- 
ñol en Sud América. Durante ese tiempo, 
penetraron y tomaron su lugar, con el co- 
mercio de libros y con el comercio de cosas, 
las lenguas y las literaturas de Francia, de 
Inglaterra, de Italia, de Alemania. Los hom- 
bres mismos de esas naciones, que, al favor 
del nuevo régimen, inmigraban en nuestro 
suelo, nos traian sus ideas, sus gustos, sus 
costumbres y nos daban esa educación sin 
cátedra que nos dá la sociedad en que vi- 
vimos. 

Pero, como la enemistad y entredicho con 
España no quitaba que fuera nuestra ma- 
' dre y su idioma nuestro idioma, era preciso 
cultivarlo en mayor grado que los idiomas 
extrangeros. Gutiérrez satisfizo esta nece- 
sidad de toda buena educación literaria pa- 
ra Sud América. Hizo de la literatura 
española un estudio especial. Hijo de padre 
español, hombre instruido y bien educado, 
se puede decir que de sus labios recibió su 
idioma con sus primeros cariños. Familia- 



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— 30 — 



rizado mas tarde con sus clásicos, llegó á 
escribir como un español al decir de Martínez 
de la Rosa, Donoso Cortés, Ochoa y otros 
maestros del idioma castellano que lo leyeron 
en París y lo apreciaron en los términos mas 
lisonjeros, en reuniones literarias á que asis- 
tía nuestro compatriota el señor D. Manuel 
F. de Guerrico. — La Academia Española no 
hizo jamás una elección mas digna para ser 
uno de sus miembros correspondientes de 
ella, en Sud América, que la que ofreció á 
Gutiérrez, y que éste declinó, por razones 
ajenas de este escrito, que no excluian en 
Gutiérrez ni el respeto á la Academia ni mu- 
cho menos al idioma castellano tal como 
la Academia lo representa (?) pero en reali- 
dad él era de hecho un académico. En eso, 
como en política, dos impulsos gobernaron 
su conducta, — la conciencia y el desinterés. 



§ 



Entre las amistades que influyeron en la 
educación de Gutiérrez, conviene no olvidar 
la de la señora de Thompson de Mendeville, 
la Sevignó del Rio de la Plata. Fué su 
madre intelectual en mas de un respecto. 
Mas adelante volveremos sobre este porme- 



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— 31 — 



ñor de trascendencia en la educación social 
y de mundo de Gutiérrez. 

Pero ningún amigo influyó mas en la edu- 
cación europeista que su propio padre, na- 
cido en España, no en Buenos Aires, pero 
cuyo origen europeo no le impidió tener par- 
te en las victorias en que Buenos Aires ar- 
rebató á los ingleses las banderas con que 
la pátria de Mayo se atavía hoy mismo en 
sus grandes dias. 

Peleó como simple miliciano, no como mi- 
litar de profesión, es decir, que vive de sus 
sueldos, lo que no le quitó ascender á Te- 
niente Coronel, eso sí, con despachos que 
recibió de los Vireyes Sobremonte y Liniers, 
defensores victoriosos de la Pátria, en 1806 y 
1807, contra Beresfort y Witelock. 

El lugar en que se nace importa poco. La 
prueba es que el hijo de Don José Matias 
Gutiérrez, que se llamó Juan Maria Gutiér- 
rez, nació en Buenos Aires, pero su naci- 
miento porteño no lo hizo valer mas que 
otros nacidos en Patagones y en San Juan, 
á los ojos de Buenos Aires, se entiende. 

Pero como el hombre nace del hombre y 
no de la tierra, otra cosa es la cuestión de 
saber de quién se nace. 

Los que nos dan la vida, nos dan de or- 
dinario la educación y el carácter, que nos 
quedan, con la figura, hasta la sepultura . 

Juan Maria Gutiérrez, empezó á recibir la 



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— 32 — 



buena educación que lo distinguió, desde que 
nació, porque nació de gentes educadas. 

Era su padre un comerciante, no un em- 
pleado público, lo que vale decir que vivia 
de la industria, no de sueldos del Estado. Es- 
to es decir que vivia libre de toda depen- 
dencia y que sus hijos no tenian que ver 
ni sombra de la intriga que da pan. 

Aprendió á leer en una escuela privada, 
de unos pocos niños distinguidos, no en ran- 
go, sinó en decencia y honestidad. Su padre 
era su ayo, como el de John Stuart Mili; era 
su conductor para ir á la escuela y volver á 
la casa, sin distraerse en la calle en com-' 
pañias que deshacen en una hora lo que un 
niño gana en todo un mes. No gastaba la 
noche en pasatiempos de niños, sino emplean- 
do la libertad que le dejaban de asistir y 
quedar en la amable y fácil sociedad de 
amigos distinguidos, que su padre reunia de 
costumbre en su propia casa, en que se ha- 
cian lecturas y tenian conversaciones gene- 
rales de pasatiempo sobre las ocurrencias 
de la vida diaria de Buenos Aires. 

Poseedor de una bella biblioteca, su padre 
que amaba la lectura, no tardó en dotar á 
su hijo Juan Maria, de las dos cosas, — de 
la biblioteca y del gusto de cultivarla. Es 
preciso ver sobre este punto el libro intere- 
sante del señor Zinny, sobre la vida de D. 
Juan Maria Gutiérrez. 



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— 33 — 



El hecho es que esa fué su primera es- 
cuela de buena sociedad y de inundo, don- 
de aprendió á tomar los modales y hábitos 
de urbanidad, que lo señalaron en la socie- 
dad en todas partes como hombre distin- 
guido. 

Escuchando lecturas correctas ó instructi- 
vas, aprendió á no gustar de vulgaridades 
ordinarias en materia de libros y de prensa. 

Gutiérrez fué puesto en la Universidad de 
San Carlos, en Buenos Aires, en la edad en 
que debió hacer sus estudios secundarios y 
preparatorios de latinidad, filosofía, matemá- 
ticas, con la dirección de los profesores Guer- 
ra, Diaz y otros no menos notables. De- 
dicado á la carrera de ingeniero civil, — la 
carrera del dia en aquellos países sin cami- 
nos, sin muelles, sin puentes, sin canales, — 
prosiguió el estudio de las matemáticas, du- 
rante cinco años, teniendo por maestros á los 
señores Marotti, López Planes, Diaz, Seni- 
llosa, etc. 

Sin acabar todavia sus estudios de cien- 
cias exactas, fué nombrado miembro del 
Departamento Topográfico, como primer inge- 
niero. Esa prueba de su asiduidad, fué con- 
firmada por los servicios que hizo á la cien- 
cia y al pais en ese ramo técnico de su 
administración, al lado de sabios como Are- 
nales, Outes, Salas, etc. 



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— 34 — 



§ 

Abandonado á sí mismo por la muerte 
precóz de su padre, Gutiérrez debió el giro 
y cultura ulterior de su espíritu y carácter 
á la sociedad selecta de Buenos Aires, en que 
vivió la vida reservada y modesta del hom- 
bre de provecho. 

Después de la familia y de los amigos, 
pertenece la acción mas decisiva en la forma- 
ción de lo que somos y valemos en el mun- 
do, á la sociedad ó el medio en que se desar- 
rolla nuestra existencia viril y adulta. 

Mejorar la sociedad americana en los 
elementos que la forman, introduciendo en 
ella los mejores elementos de la sociedad 
europea, como los Puritanos ingleses intro- 
dujeron en la Nueva Inglaterra la sociedad 
que educó á los Estados-Unidos, es el cami- 
no de educar del modo mas natural á la 
América del Sud en la civilización europea, 
que viene encarnada en los elementos socia- 
les inmigrados de ese modo en el suelo de la 
América del Sud. Así, la inmigración euro- 
pea es cuestión social y de educación, no sim- 
plemente medio de poblamiento del suelo 
desierto. 

Y como esa inmigración edificante y edu- 
cacionista, por decirlo asi, pasa de Europa á 



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— 35 — 



Sud América en fuerza de leyes naturales de 
carácter económico, que gobiernan el fenó- 
meno de las corrientes, distribución y nive- 
lamiento de las poblaciones humanas en la 
superficie de la tierra; se sigue de ello que 
todo lo que está en nuestro mano hacer en 
ese sentido, es no contrariar el libre funciona- 
miento de esas leyes naturales económicas, y 
dejar que la misma naturaleza haga en el 
sentido de nuestra educación social y mejo- 
ramiento lo que no está en poder de los go- 
biernos hacer, aunque esté en su poder des- 
hacer ó perturbar ó extraviar. 

El hecho es que á la acción de esas leyes, 
debió siempre la superioridad relativa en 
civilización europea la sociedad de Buenos 
Aires, que fué la que educó á Gutiérrez, 
nacido y colocado en medio de ella en las 
mejores condiciones. 

La Europa ha educado á la República 
Argentina por intermedio de Buenos Aires, 
la parte de su territorio mas cercana y ac- 
cesible de su suelo para el intercurso con la 
Europa. 

§ 

Pero no basta ser nacido en medio de la 
sociedad de Buenos Aires para tener los ins- 



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w 



— 36 — 

tintos de cultura europea que distinguen á 
Gutiérrez por causa de la sociedad de su 
nacimiento y educación. 

Es evidente que en Buenos Aires hay una 
corriente de cosas en el sentido de la cultura 
europea que basta por si sola para mejorar 
la condición de las gentes con el poder de 
la educación mas cuidada; pero esa corrien- 
te no es sola. En frente de ella, otra cor- 
riente opuesta obra en sentido del atraso. 

Buenos Aires recibe la acción encontrada 
de esas dos fuerzas, en virtud de su situa- 
ción geográfica, que la hace ser á la vez 
puerto, mercado, aduana, tesorería y capital de 
hecho de toda la República. De un lado, 
está en contacto directo con la Europa, que 
le lleva sus manufacturas, sus gentes, sus 
ideas, sus costumbres y usos; del otro, esta 
en roce estrecho con la Pampa ó las cam- 
pañas rurales, que le llevan, con sus gentes 
y usos, sus materias brutas, cueros, lanas, 
sebos, vacas, caballos, con cuyos productos 
compra y paga el pais lo que le vende Europa. 
La plaza ó mercado de ese intercambio, es la 
ciudad misma de Buenos Aires. 

Esas dos corrientes opuestas, que allí se 
cruzan y confunden, educan á la sociedad 
en dos sentidos opuestos y contrarios —el uno 
de europeismo civilizado, el otro de ameri- 
canismo rústico. El modo de ser de Buenos 
Aires es el resultado de esas dos fuerzas 



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— 37 — 



que le imprimen su sello respectivo, de donde 
viene que Buenos Aires es á la vez la mas 
culta ciudad de la Nación, en un sentido, y 
la mas rural en otro. 

Ni podría ser de otro modo, mientras Bue- 
nos Aires sea un pais rural que vive de la 
riqueza bruta de sus campañas, y mientras 
sea el puerto á que acude esa riqueza bruta 
en demanda de la que introduce la Europa 
industrial y fabricante para alimentar y ha- 
cer su vida civilizada y europea. 

Así, su cultura misma, es la razón de ser 
y causa inevitable de la rusticidad, que co- 
existe con ella. 

El resultado de esas dos fuerzas ó corrien- 
tes, no se produce en cada persona, sinó en 
cada clase de la sociedad; no es cada hom- 
bre, culto ó rústico á la vez, por resultado de 
ellas, sinó que los dos tipos de hombres coexis- 
ten en la misma sociedad, según la esfera en 
que cada uno vive y forma el medio que lo 
educa. 

Gutiérrez vivia en la Europa en su pro- 
pio pais, por el hecho de vivir en la socie- 
dad europea de Buenos Aires, que forma 
como una región aparte. No era extraño á 
las campañas, que conocía y frecuentaba 
como geógrafo y como agrimensor, es decir, 
por el lado de la ciencia y del estudio; pero 
por su estado, oficio y profesión, era el antí- 
poda de un gaucho, es decir, de un rústico. 

3 



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— 38 — 



§ 

No es que yo menosprecie al gaucho. Se- 
ria desdeñar á la mitad de mi pais, al pue- 
blo de sus campañas, que en muchos res- 
pectos es mejor y mas útil que el de sus 
ciudades, en el Plata como en todas partes. 
Adam Smith ha señalado las causas que 
hacen del campesino un hombre escepcional 
por su sagacidad, prudencia y juicio. Las 
campañas ejercen en sus habitantes la in- 
fluencia sana y vigorizante, en lo moral como 
en lo físico, que el mar en los marinos. Así, 
lejos de ser un elogio el que hago á Gutié- 
rrez de su distancia con el gaucho, es tal 
vez la crítica de un vacio en que han in- 
currido muchas de nuestras notabilidades, 
con desventaja del pais, siempre que la di- 
rección de sus destinos ha caido en sus ma- 
nos. La credulidad fácil y generosa, la 
completa ingenuidad,— que es polo opuesto 
de la suspicacia que dá al gaucho la vida 
de las campañas llenas de inseguridad, de 
riesgos y asechanzas,- ha sido el defecto de 
los Belgrano, de los Rivadavia y de mu- 
chos hombres públicos educados en la socie- 
dad de Buenos Aires. 

Gutiérrez, uno de ellos, recibió del medio 
en que su figura política y literaria se for- 



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— 89 — 



mó, el sello de su carácter distintivo, para 
el conocimiento perfecto del cual es preciso 
darse cuenta de ese medio. Como hombre 
de letras y como hombre político, el fondo 
de su carácter, la base de su conducta, la 
regla de sus actos, la índole 3' fisonomía de 
sus obras, fueron la probidad, la veracidad, 
la rectitud de un hombre bien educado de 
la sociedad europea. No mintió talentos que 
no tuviera; no se apropió trabajos que no 
fuesen suyos; no intrigó, no calumnió, no 
falsificó sus acciones y sus palabras para 
asegurarles buen éxito, ni en literatura ni 
en política. 

Esas cualidades no fueron necesarias á 
sus rivales, formados en el medio opuesto, 
es decir, en el elemento gaucho, para sobre- 
salir mas que él, en literatura y en política, 
nada mas que por sus habilidades y artifi- 
cios de saroir faire. como dicen los franceses, 
por su destreza de faiseurs. 

Es el mal de la sociedad de ese pais, que 
como las corrientes que forman y gobiernan 
sus elementos no se confunden ni asimilan, 
sino que se mezclan sin confundirse como el 
aceite y agua: sus hombres públicos, su ca- 
rácter, pecan, los unos por tener mas del 
europeo que del gaucho, y los otros por tener 
las cualidades del gaucho, sin ten* r las del 
europeo: así en política como en literatura. 

Los frutos de estas dos corrientes encon- 



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— 40 — 



tradas y antagonistas son naturalmente an- 
tagonistas, y su antagonismo ha figurado y 
sido paite del de las facciones que han divi- 
dido al pais. El hombre y la sociedad eu- 
ropeista han vivido en oposición con el 
hombre y la sociedad rural y campestre 5 de 
origen. Han sido como dos mundos dife- 
rentes y encontrados, en literatura como en 
política: ha habido mía literatura gaucha y 
una literatura europea por su índole y ori- 
gen. Esta última ha mirado las cosas del 
pais desde un punto de vista europeo y ge- 
neral: há sido consiguientemente nacionalis- 
ta. La otra ha mirado las cosas desde el 
punto de vista de su localidad nativa y de 
origen, y ha sido, por lo tanto, provincial y 
localista. De ahí es que Bivadavia, Alvear T 
Florencio Várela, Gutiérrez, Valentín Gó- 
mez, Agüero, Belgrano, Valentín Alsina, 
fueron nacionalistas, en el sentido de cen- 
tralistas ó unitarios, en las divisiones polí- 
ticas del pais, como europeistas por su cul- 
tura; al paso que los grandes propietarios y 
productores rurales, fueron particularistas, 
separatistas, localistas, provinciales, federa- 
les en el sentido de feudales, por su cultura 
de origen y carácter rural y campesino ó 
americano puro y rústico. 

Por rústico, no entiendo bárbaro, sinó 
rural. La rusticidad no es la barbarie. Son 
rústicos* los campesinos de las* naciones mas 



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— 41 — 



civilizadas de la Europa, pero no bárbaros. 
Decir que las campañas Argentinas, pobla- 
das de gentes originarias de Europa , hablando 
un idioma europeo, y profesando la religión 
cristiana que la Europa culta profesa, re- 
presentan la barbnrie, es una torpe exagera- 
ción de un escuelero. 

Las campañas Argentinas representan un 
elemento tan civilizado apesar de su rusti- 
cidad, como puede ser el campesino mas 
culto representado por las ciudades, si pue- 
de haber una ciudad Sud-americana cuya 
mitad no sea rústica ó rural por la región 
de que recibe los elementos que la forman. 

Me refiero al londo de las cosas y de los 
intereses. La industria rural y agrícola vale 
bien la industria fabril. Las dos se suponen 
y completan en la obra de la producción de 
la riqueza, que sirve de sustento y alimento 
á la civilización de las naciones y que se 
confunde con ella misma. La producción de 
una vaca, ó de un caballo, ó áe un carnero, 
es tan peculiar y propia de la civilización 
mas perfecta y adelantada, como la de un 
reloj, de una máquina de valor ó del tejido 
mas elegante fabricado con esa misma lana 
rústica, producida por la campaña Argentina. 

Así, los antagonismos que han dividido á 
la sociedad Argentina en sus elementos eu- 
ropeistas y americanistas, son meramente 
accidentales; de forma, de gusto, de índole y 



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— 42 — 



grado de cultura, pero no de fondo, pues 
por este lado vistos, todos son partes elemen- 
tales y esenciales de la civilización del Plata. 

Gutiérrez no queria mal al elemento gau- 
cho y campesino, ni á sus letrados, ni ásus 
políticos, por esta buena razón, que él no 
provenia de ese elemento: al revés de otros 
que no tienen mas razón para serles hosti- 
les, que tenerles por origen y punto de pro- 
cedencia. 

Esta atracción mútua de los elementos ri- 
vales, es un buen síntoma, que revela en 
cada uno la existencia de un principio que 
lo hace de utilidad para el otro. Formar y 
educar la moral de esa rivalidad; civilizar 
sus luchas en sus medios y procederes, acer- 
carlos uno de otro, ponerlos al habla en ac- 
titud pacífica y respetuosa, es el medio de 
que se expliquen, se atiendan, se compren- 
dan y acaben por conciliar sus conveniencias 
respectivas en el interés común de ambos, 
y del progreso del pais. 

Felizmente este camino de solución natu- 
ral será puesto en ejercicio, no por la deter- 
minación de tal ó cual partido, de tal ó cual 
hombre público, sino por la acción de las le- 



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— 43 — 



yes y fuerzas naturales, que presiden á la 
evolución ó desarrollo del pueblo argentino. 

Gutiérrez, por su carácter y modo de ser, 
en literatura y en política, por su educación 
y temperamento, por sus ideas y tendencias, 
respondía admirablemente á esa necesidad 
y dirección del progreso del país. En él, la 
conciliación no era un cálculo de ambición, 
un recurso de estrategia, un artificio de guer- 
ra civil; era un instinto, un impulso natu- 
ral de su espíritu tolerante y culto, de su 
carácter aveniente, de su respeto honrado á 
las ideas, á los intereses, á las libertades que 
no eran las suyas propias. Era p! resulta- 
do de esa buena educación moral y social, 
sin la cual no hay hombre libre ni verda- 
dero liberal. 

Multiplicar en el país los hombres como 
Gutiérrez, sería el mejor modo de constituir 
su libertad en esa forma única, que la ha- 
rá durable, á saber: en sus hombres, en los 
usos 3' costumbres de sus hombres. Escri- 
bir, cantar, proclamar la libertad, es mero 
recurso estratégico de tiranos aspirantes al 
poder vitalicio, que ganan y conservan por 
el engaño hipócrita. 

Si se hubiese ofrecido á Gutiérrez hacerle 
inviolable su libertad, á condición de ser 
él, en todo el país, el único hombre Ubre, 
hubiera preferido ser esclavo con tal de ser 
igual á todos sus compatriotas. No hay ver- 



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— 44 — 



dadera libertad donde no son libres todoa 
por igual. La libertad de uno solo es la ti- 
ranía; y no es la dictadura mas que el mo- 
nopolio de la libertad en manos del Dicta- 
dor, el cual, naturalmente, se cree libre por- 
que lo es, y si ama en realidad la libertad 
no es sinó en el sentido de su amor frené- 
tico á su poder exclusivo y absoluto. Quién 
no ha visto el retrato de Quiroga y sus pro- 
clamas de libertad, y las cópias vivas de 
su modo de ser en materia de gobierno li- 
bre, pero platónico y escrito solamente? 

§ 



Gutiérrez sirvió á la libertad, mas que á 
las musas de su país, y es lo que pocos ven, 
por la luz en que le cupo vivir y morir en 
su país mismo. 

Gutiérrez fué el hombre de la indepen- 
dencia, como San Martin; su colaborador 
ilustre en la gran conquista. 

Se ha pretendido no ver otra relación de 
analogía entre San Martin y Gutiérrez que 
la siguiente: el uno defendió la patria con 
su espada, el otro la cantó con su lira. 

Gutiérrez hizo rr jas que cantar la indepen- 
dencia de su pátria. El la hizo reconocer 



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— 45 — 



solemnemente por el poder vencido en Cha- 
cabuco y Maipú. El reconocimiento de la 
independencia argentina por España es, en 
efecto, el primer título de Gutiérrez al ho- 
nor de ser el verdadero creador, como Mi- 
nistro de Relaciones extrangeras, de la exis- 
tencia diplomática regular, correcta y nor- 
mal de la República Argentina. 

En este terreno fué mas feliz que San Mar- 
tin, que Belgrano y que Rivadavia, por las 
condiciones con que obtuvo el reconocimien- 
to que esos tres grandes hombres intentaron 
obtener sin resultado. 

Basta compararlos brevemente. (1) 

En 1814 mandó el gobierno argentino 
una misión á Europa, confiada á Don Ma- 
nuel de Sarratea, á Don Bernardino Riva- 
davia y al general Belgrano, con el objeto 
de negociar la paz con España bajo la base 
del reconocimiento de la independencia, por 
esa nación, de las provincias argentinas. Las 
condiciones que propusieron esos negociado- 
res fueron las siguientes: 

Un trono debía ser erigido en el Rio de 
la Plata, para ser ocupado por el infante D. 
Francisco de Paula, hijo de Carlos IV, en ca- . 

(1)— El autor re proponía insertar aquí (segúa se vé en una nota) 
como documentos justi ¿cativos, a la misión enviada á España sus ins- 
trucciones y el tratado.» — Como todo esto ha sido ya publicado en la 
«Memoria» en que el Dr Alberdi dio cuenta de los trabajos de su 
misión, que figura en el T. VI de las « )bras completas»— nos abste- 
nemos de reproducirlo. — (El E) 



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— 46 - 



lidad de soberano del Reino Unido de la Pía- 
ta, Perú y Chile, como debia llamarse por la 
nueva constitución monárquica; cuyo proyecto, 
redactado por el general Belgrano, debia 
someterse á la - aprobación del Rey. Una 
asignación igual á la que el infante disfruta- 
ba en España debia serle acordada por el 
Reino Unido de la Plata, en caso de que su 
candidatura comprometiese el goce de la que 
al presente tenía; y á la Reina María Luisa 
de Borbon, si muriese Don Carlos, debia 
serle asignada una viudedad vitalicia, de 
igual valor, por las Provincias Argentinas. — 
Al Príncipe de la Paz, le sería dada, en re- 
conocimiento de sus servicios á las Provin- 
cias Argentinas, en esa negociación, una 
pensión anual de un Infante de Castilla (cien 
mil duro 5 * anuales), durante su vida, con el 
juro de heredad para él y sus sucesores. — 
Firmadas en Lóndres el 16 de Mayo de 181 5 > 
por los señores negociadores argentinos, esas 
proposiciones fueron remitidas á Roma, don- 
de estaba residiendo Carlos IV, y desecha- 
das por él, enfáticamente. 

Reemplazado por otro gobierno el que man- 
dó esa misión á Europa, apenas dejó esta el 
Rio de la Plata, otra misión íué confiada al 
señor Don Manuel José García, con el ob- 
jeto de obtener la independencia de las pro- 
vincias argentinas respecto de España, pero 
poniéndolas en manos de Inglaterra, para ser 



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— 47 — 



gobernadas por esa nación. Guando el ne- 
gociador argentino habló de ello á Lord 
Strangford, ministro británico en la Corte 
portuguesa de Rio de Janeiro, ya Inglaterra 
se habia puesto de acuerdo con España en 
la guerra de América, y la nueva tentativa 
de independencia quedó sin efecto. 

Eran estos extraños expedientes, los Tíni- 
cos que dejaban al gobierno argentino la si- 
tuación complicada y difícil en que los triun- 
fos (?) y proyectos de restauración españoles 
tenian colocada á la naciente República Ar- 
gentina? 

Seis años mas tarde, después de las victo- 
rias de Chacabuco y Maipú, las tentativas he- 
chas para negociar el reconocimiento de la 
independencia argentina no fueron mas sen- 
satas ni mas felices. El mismo general San 
Martin formuló en Lima, por los años de 1821, 
las siguientes proposiciones bajo las cuales 
invitó al Virey Laserna, general del ejército 
español en el Perú, á reconocer la indepen- 
dencia de ese país, de Chile y del Rio de 
la Plata: — El mismo Virey Laserna debia 
ser admitido como Presidente de una Re- 
gencia; mandaría los ejércitos realistas y pa- 
trotas reunidos en un cuerpo; quedaría sin 
efecto la entrega pretendida del Callao; el 
general San Martin marcharía como nego- 
ciador á Madrid; las cuatro Intendencias del 
Vireinato de Buenos Aires quedarían agrega- 



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-48 — 



das d la Monarquía del Perú; el grande objeto 
de estas proposiciones (según en ellas se lee) 
sería el establecimiento de una monarquía 
constitucional en el Perú; el monarca sería 
elejido por las Cortes generales de España, y 
la Constitución, regla de su gobierno, la que 
formasen los pueblos del Perú ; se darían pa- 
sos para la unión del Perú con Chile, á fin 
de que integrase la monarquía, y se harían 
iguales esfuerzos respecto de las Provincias 
del Rio de la Plata. — Estas proposiciones 
fueron rechazadas por las autoridades espa- 
ñolas. (1) 

En 1823 se repetía en Buenos Aires otra 
tentativa de negociación para obtener el re- 
conocimiento de la independencia argentina 
por España. Esta tentativa, no mas juicio- 
sa que las otras, tenía lugar siendo Rivada- 
via Ministro de relaciones exteriores de la 
Provincia de Buenos Aires y obrando por 
toda la Nación, sin mandato expreso de la 
Nación: circunstancia de no olvidar cuando 
so recuerda que el tratado que obtuvo el mi- 
nisterio de Gutiérrez fué objetado de ser he- 
cho por la Nación sin la Provincia de Bue- 
nos Aires. 

El gobierno de ese tiempo firmó un tra- 

(1) Son de verse la histeria y los documentos de esta negociacirn 
en la Historia de la revolución de la República de Colombia en la 
América Meridional, por José Manuel Restrepo, T. III, Cap. 111 y nota 
7 páj 604. (Nota del Autjr.) 



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— 49 — 



tado con España estipulando un armisticio 
preparatorio del reconocimiento de la independen- 
cia, según Rivadavia, negociador argentino; 
preparatorio de la restauración colonial ó 
de otra suerte, según los negociadores espa- 
ñoles, si hemos de estar á lo que dice Mar- 
tínez de la Rosa, eu su Bosquejo Histórico de 
la Política de España (capítulo XI). — El hecho 
es que los comisionados españoles que fue- 
ron á Buenos Aires y firmaron el armisticio, 
habian recibido encargo de no tocar el punto 
capital de la independencia, y limitarse á oir 
proposiciones de los gobiernos de América. 

Después de firmada esa nueva suspensión 
de armas, como la llama Martínez de la Ro- 
sa, y como para asegurar el esperado reco- 
nocimiento, por el gobierno constitucional 
de España, el gobierno de Buenos Aires se 
comprometió á dar á la madre patria vein- 
te millones de pesos fuertes, que debían colec- 
tarse de todas las Repúblicas que España 
reconociese independientes. Esa suma era 
igual á la que habian votado las Cámaras 
francesas para reponer al gobierno absoluto 
en Madrid; lo decia la misma ley de Buenos 
Aires. No bien repuesto el gobierno de 
Fernando VII, lo primero que hizo fué des- 
conocer ese tratado preparatorio. 

Era peligroso dejar las cosas en ese esta- 
do, vista la situación alarmante que presen- 
taban en ese momento, en que el Presidente 



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— 50 — 



Monróe tuvo que hacer, á fines de 1823, su 
famosa declaración. Como esto no bastaba, 
el gobierno argentino acudió á otro expedi- 
ente. En lugar del reconocimiento de la in- 
dependencia argentina, que no pudo obtener 
de España, lo suplió por el que nos hizo In- 
glaterra en el hecho de firmar su tratado per- 
pétuo de comercio y de navegación. No 
equivalía al reconocimiento de España, como 
no hay reconocimiento de un hijo que supla 
al del padre; ni de una propiedad reconocida 
por terceros, que supla á la del que fué pro- 
pietario de la cosa en cuestión, Pero lo su- 
plía, con ventajas inmensas, que no dejó de 
sacar nuestro país, bajo el gobierno de que 
fué Ministro de Relaciones Extrangeras el 
doctor Gutiérrez. 

Una de esas ventajas fué que el tratado 
con Inglaterra sirvió de palanca para obte- 
ner el de reconocimiento definitivo por Es- 
paña, contra la fuerza de inercia que esa 
nación oponia todavia en 18G0, ayudada, es 
verdad, de resistencias que emanaban de nos- 
otros mismos. 

El gobierno español habia hecho saber, 
desde el tiempo de sus Cortes Constitucio- 
nales, á las potencias extrangeras, que se 
consideraría como una violación de los tratados 
el reconocimiento de la independencia de alguno 
de los territorios de la América entonces es- 
pañola, mientras se hallasen pendientes las 



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— 51 — 



negociaciones entre los gobiernos estableci- 
dos de hecho y el de la Antigua Metrópoli. 

En virtud de esa declaración, los gobier- 
nos de Inglaterra y de Francia, que la ha- 
bían desatendido celebrando sus tratados en 
que indirectamente quedaban reconocidos los 
Estados antes españoles; estaban en cierto 
descubierto para con España que, en su 
propio interés de paises poseedores de colo- 
nias, necesitaban regularizar. 

De esta circunstancia sacó partido el mi- 
nisterio de Gutiérrez para obtener que In- 
glaterra y Francia invitasen al gobierno de 
Madrid á tomar en el Plata su misma acti- 
tud, en protección de intereses comerciales 
y de seguridad que eran comunes á todos los 
Estados europeos en América. 

Esa invitación ó presión ejercida por los 
embajadores inglés y francés en Madrid, 
bajo los ministerios de lord Clarendon y del 
Conde de Walewski, fué la real fuerza que 
determinó á España á firmar su reconocimien- 
to de la independencia Argentina, contra 
resistencias personales y apasionadas que, de 
otro modo, hubieran frustrado ó retardado 
por años la negociación. 

Prevalecía en los políticos del Plata, la 
idea de que bastaban las victorias de San 
Martin y Belgrano, para establecer el dere- 
cho soberano del país á existir como Nación 
libre. No se daban cuenta de la diferencia 



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— 52 — 



que separa un Estado que es libre de hecho r 
de otro que lo es de derecho tradicional. — 
Sin embargo, esos mismos guerreros célebres 
se habían dado cuenta del poder de un re- 
conocimiento de derecho, cuando lo busca- 
ron, aunque sin éxito. 

Gutiérrez tuvo el mérito de recordar esta 
necesidad, de regularizar la existencia del 
pais, y la sirvió con un talento y un éxito 
que harán su eterno honor. 

Es verdad que Gutiérrez no vió el fin del 
tratado antes del fin de su ministerio, no lo 
firmó, no lleva su nombre, pero, ¿quién con- 
cibió y decretó el envió de la misión encar- 
gada de negociarlo? — Quien nombró el 
negociador? — Quién le dió sus instrucciones, 
y medio de llevar á cabo el negociado, sinó 
el Doctor Gutiérrez? — A quién sinó á él toca 
el honor que no pudieron alcanzar ni Bi- 
vadavia, ni Belgrano, ni San Martin, ni 
Garcia? 

En efecto, sin desconocer los esfuerzos 
meritorios de sus predecesores en la conquis- 
ta diplomática del reconocimiento de la in- 
dependencia Argentina por España, ¿cómo 
igualar en importancia y brillo las tentati- 
vas en que se daba por precio de la indepen- 
dencia reconocida por España, el principio 
republicano, cuatro Intendencias argentinas 
á la Monarquía del Perú; todas las Provin- 
cias juntas á la Monarquía inglesa; veinte 



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— 53 — 



millones de duros á España; pensiones de 
Príncipes y la aceptación de un trono? Có- 
mo comparar esas condiciones de reconoci- 
miento con las del tratado firmado en 1859 
por la misión que envió el ministro Gutié- 
rrez, en que dicho reconocimiento fué con- 
seguido en cierto modo gratis,- es decir, sin 
sacrificio de ningún género? —Ese tratado 
que puso fin glorioso y honorable á la gue- 
rra de la independencia, fué firmado en 
Madrid, el 9 de Julio de 1859, ratificado por 
ambas naciones, cangeadas las ratificaciones 
en Madrid el dia 27 de Junio de 1860, 
promulgado como ley internacional de la 
Monarquía Española, ó inserto en la Gaceta 
de Madrid, en su parte oficial, el sábado 30 
de Junio de 1860. 

Ese tratado, sin embargo, recibió dosj ob- 
jeciones de una provincia argentina: — Pri- 
mera: que siendo internacional, fué hecho por 
la Nación, sin participación de la Provincia 
que lo desechaba; la misma provincia que 
en un tiempo intentó negociar ese mismo 
reconocimiento sin ingerencia de la Nación 
misma que debía ser la reconocida: — Segun- 
da: que el tratado promovido por Gutiérrez 
consagró un principio de derecho internacio- 
nal privado, proclamado en 1789 por la Re- 
volución francesa, según el cual el hombre 
nace compatriota de su padre, donde quie- 
ra que nazca, en lugar del principio feudal 



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— 54 — 



de las Leyes de las siete Partidas, según eü 
cual el hombre es hijo de la tierra, no del 
hombre. 

Dónde está, — cuál es su texto, — quién co- 
noce ese tratado? — (1) Es muy fácil dar con 
él, pues está vigente. Es el que lleva los 
nombres del Presidente Mitre y del Ministro 
Balcarce. Fuera de estos nombres, el tratado 
entero pertenece íntegramente á la Legación 
que despachó el Ministerio del Dr. Gutiérrez, 
á quien acaban de enterrar como un mero 
Rector Jubilado de la Universidad de Buenos 
Aires, los que se dicen hombres de Estado, 
porque han dado sus nombres á un tratado 
internacional, equivalente en gloria á todos 
les que ha celebrado la República Argenti- 
na, desde el primer dia de su existencia, 
como Nación independiente, y cuya gloria 
entera pertenece á su noble inspirador el Dr. 
Gutiérrez. 

Ese es grande pero no el único servicio 
qu« la política exterior de la República Ar- 
gentina debe á su verdadero creador el Dr. 
Gutiérrez. 

Mucho se ha hablado del canto á Mayo, de 
Gutiérrez; él hizo mas que un canto á Mayo 
Hizo en parte la Constitución de Mayo, en 
que están consagrados los principios de la re- 

(1) Insertarlo entre los documento* justificativos (N. del A.) — 
Puede verse en las Obras completas de J B Alberdi, T. VI páj. 105. 
(El E.) 



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— 55 — 



volucion de Mayo. Hizo reconocer por España 
la justicia y la kjitirnidad de esa grande revolu- 
ción de Mayo. Podía, pues, llamarse él mis- 
mo con justicia el hombre de Mayo, ó el hijo 
de Mayo, como lo tuvo alguna vez, aludien- 
do al dia 6 de ase mes en que fué nacido. 

A su influencia se debió en gran parte 
que el elemento europeista predominase en 
la Constitución de Mayo de 1853. Desde 
luego como colaborador de esa gran ley, 
que lleva su nombre entre sus signatarios. 
En seguida como Ministro fiel al modelo de 
la Constitución, que, por su artículo 27, 
obligó al gobierno á afianzar por tratados 
internacionales los principios, libertades y 
garantías de derecho internacional privado, 
que forman su derecho común y público. 
Nunca la República hizo tantos tratados 
como firmó el gobierno de que el Doctor 
Gutiérrez fué Ministro de Relaciones Ex- 
trangeras. De ese número fueron los cele- 
brados con los Estados-Unidos, con Chile, 
con Prusia, con Italia, con Portugal, con 
Bélgica, que dejó de ratificarse porque él 
dejó de ser Ministro. Con su separación, 
volvió poco á poco la antigua regla tradi- 
cional de no celebrar tratados con las Na- 
ciones extrangeras. Durante treinta años, 
en efecto, desde el tratado con Inglaterra, 
no hizo mas tratado de navegación y de 
comercio el país que se puebla, se alimento, 



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— 56 — 



se educa, se civiliza, se enriquece por él co- 
mercio. Pero ese viejo error era ya incon- 
ciliable con el artículo 27 de la moderna 
constitución nacional, según la cual está el 
gobierno obligado á celebrar tratados con 
todas las Naciones, para que sirvan de ga- 
rantía adicional á los principios de libertad 
que la Constitución asegura á todos los ha- 
bitantes. 

El único medio de derogación eficáz del 
antiguo régimen colonial, que aislaba á ia 
América interior de todo trato directo con 
el mundo, es la celebración de tratados in- 
ternacionales confii matónos y garantes de 
los principios del régimen moderno y libre. 
Es poner la civilización del pais y sus con- 
quistas debidas á la revolución de América 
bajo los auspicios del mundo entero, sin men- 
gua ni perjuicio de su perfecta soberanía. 

La Europa debe mucho á los trabajos y 
al influjo del Dr. Gutiérrez en la reforma 
del derecho relativo á los extrangeros con 
que se puebla la América del Sud. 

Lo que la Francia buscó por años ente- 
ros en sus luchas costosas con la Dictadura 
de Rosas, que fué poner las personas y bienes 
de sus nacionales, en el Rio de la Plata,, en el 
goce de los derechos y garantías concedidas 
á Inglaterra, la Nación mas favorecida, fué 
extendido, en el tiempo de Gutiérrez y por 
su influjo en mucha parte, á los extrangeros 



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— 57 — 



de todas las naciones, sin excepción y sin 
Taprocidad, en el interés bien entendido del 
pais propio, como de los países extrangeros 
que nos convenia llamar. 

§ 



Catorce discursos se han pronunciado so- 
bre Ja tumba de Gutiérrez en Buenos Aires, 
antes de entregarlo á la tierra enriquecida 
y beneficiada por sus luces y virtudes; y en 
todos ellos no hay una palabra en que se 
aluda á sus servicios de hombre de Estado, 
que acabo de pasar en revista. 

Todos los discursos han callado el carác- 
ter y los servicios políticos de Gutiérrez. — 
Mitre, Sarmiento, viejos amigos de Gutiér- 
rez, no han hablado. 

El órgano del gobierno y de Mitre, rom- 
pió su discurso en seguida de leerlo — es de- 
cir, se desdijo —y echó los pedazos en la tum- 
ba, es decir, enterró sus elogios oficiales. (1) 

(1)— En «1 estudio de Zinny «Juan María Gutiérrez», viene un 
Apéndice encabezado con la siguiente nota: 

Discursos pronunciados el 27 de Febrero de 1878, sobre la tum- 
ba del Dr. Juan María Gutiérrez. 

«No figura el primero, pronunciado por el Doctor don José María 
Gutiérrez, Ministro de "Justicia, Culto é Instrucción Pública, por haber 
rato su autor el papel en que estaba escrito, desparramándolo sobre el 
féretro del- ilustre finado, sin haber dejado copia».,..,.. 



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— 58 — 



Cómo se explica este silencio? 

Dejar de explicarlo en este lugar, sería 
dejar incompleta la historia de un hombre 
generoso que ha buscado por único galardón 
de los afanes de su vida pública, la gratitud 
de la posteridad. Seria además dejar igno- 
rar al pais y á la juventud hechos históri- 
cos, cuya noticia importa al progreso mismo 
de la Pátria. 

Los trabajos y servicios de Gutiérrez co- 
mo hombre de Estado, forman parte de los 
trabajos y servicios de un gobierno cuyo re- 
cuerdo no es simpático al medio en que nues- 
tro hombre vió la luz y dejó de existir. Ese 
gobierno, sin embargo, no puede ser olvida- 
do por el país sin dañarse á sí mismo en 
los mas caros intereses, pues ha sido cabal- 
mente el mas grande y benemérito que ha 
tenido la República Argentina desde que 
existe como Estado Soberano. 

Estudiar el gobierno del general Urquiza 
en sus orígenes y precedentes, en sus tra- 
bajos, en las instituciones que ha dejado, 
y en los efectos de esas instituciones; seña- 
larlas al respeto de la Nación, á los re- 
cuerdos de la historia, y darles el valor y 
rango que les toca en la obra del progreso 
Argentino, es señalar y demostrar las causas 
de esa prosperidad sin ejemplo que el mun- 
do ha visto producirse en el Rio de la 
Plata, en los años posteriores á la caida de 



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— 59 — 



la Dictadura de Rosas, hasta la aparición 
de la crisis nacida de los trabajos reaccio- 
narios emprendidos contra ese gobierno 
célebre, en nombre de la civilización y de 
la libertad, que él representó y sirvió como 
no lo hizo .gobierno alguno del Rio de la 
Plata. 

Se vé que este estudio es de la mas viva 
y completa actualidad, la cual es para el 
trabajo de este escrito, un inconveniente á 
la vez que una ventaja; al paso que para 
el pais, el estudio de Gutiérrez, en su signi- 
ficación de hombre de Estado, es todo y el 
capital estudio de la República Argentina 
en sus grandes necesidades sociales y en sus 
grandes medios de llenados. 

Tendrá esto el aire de una paradoja in- 
concebible para los que hacen á Gutiérrez un 
reproche de haber sido Ministro de un cau- 
dillo y de un gobierno de caudillaje; pero en 
verdad, ese reproche se convierte en su pri- 
mer titulo de honor, cuando se estudia con 
calma el valor y sentido de ese Caudillo, 
en la obra de la regeneración nacional ar- 
gentina. 

Renovar este estudio, apropósito de su 
mas eminente Ministro de Estado, es reins- 
talar la cuestión Argentina en el pié que 
tuvo al dia siguiente de la victoria de Ca- 
seros, contra el sistema colonial, restaurado 
económicamente por Rosas, en daño de la 



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— 60 — 



prosperidad y bienestar de la Nación Ar- 
gentina toda entera. 

Atacando á los caudillos, mas de una 
vez ha sido atacada la civilización por los 
que pretendían servirla, sin que la buena 
intención faltase á los unos y á los otros. 

Para que las palabras no sirvan de más- 
caras, que puedan engañar al pais hacién- 
dole tomar por malo lo que es bueno y 
viee-versa, conviene señalar lo bueno y lo 
malo que ocultan las palabras empleadas 
como máscaras. 



§ 



Basta señalar uno por uno, los hechos 
que han sido causa y origen del engrande- 
cimiento y prosperidad de la República Ar- 
gentina, posteriores á la ca^da de Rosas y 
predecesores de la crisis de empobrecimiento 
que hoy existe, para probar esta verdad, 
que parece un sofisma: toda la prosperidad 
de los últimos años pasados, ha sido la 
obra de un Caudillo] toda la pobreza que ha 
venido después, ha sido obra de los que se 
han recomendado á la consideración del 
pais como perseguidores obstinados del Cau- 
dillo que tuvo por Ministro de Relaciones 



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— 61 — 



Extrangeras al Doctor D. Juan Maria Gu- 
tierres. 

Quién si no acabó, en favor de la libertad, 
sitio de Montevideo, que duraba ya nueve 
años, y que ni Paz, ni Garibaldi pudieron 
terminar? 

Quién destruyó en tres meses la Dictadu- 
ra de Rosas, que duró veinte años? 

Quién reunió en cuerpo de Nación á las 
Provincias Argentinas, que estuvieron dis- 
persas y reñidas entre sí, por mas de veinte 
años? 

Quién suprimió las aduanas provinciales ó 
interiores que mataban el comercio y em- 
pobrecian al pais? 

Quién convocó y reunió el primer Con- 
greso Constituyente que tuvo la República, 
después de un feudalismo que duró un cuar- 
to de siglo? 

Quién abrió los afluentes del Rio de la 
Plata y sus belips y numerosos puertos al 
comercio directo del mundo entero, después 
de su clausura colonial de dos siglos? 

Quién promulgó la constitución modelo, 
por sus disposiciones económicas y euro- 
peistas, que rigen hasta hoy mismo? 

Quién firmó la paz gloriosa que puso fin 
á la guerra de la independencia argentina? 

Quién obtuvo, por ese tratado de paz, 
el reconocimiento por España de la inde- 



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— 62 — 



pendencia de la República Argentina, pro- 
clamada de hecho el 9 de Julio de 1816? 

Quién multiplicó el tratado de libre co- 
mercio celebrado con Inglaterra treinta años 
antes, por tantos otros tratados iguales con 
las primeras naciones comerciales del mun- 
do civilizado? 

Quién dió el primer ejemplo de un gobier- 
no nacional Argentino empezado y concluida 
según la Constitución? 

Quién decretó la construcción del primer 
ferro-carril argentino, y lo mandó construir 
por empresarios libres, con capital privado , 
siendo él misino accionista? 

Quién restableció y regularizó las relacio- 
nes interrumpidas desde cuarenta años,, 
entre el Estado y el Gefe de la Iglesia Ca- 
tólica, dominante en el país? 

Un caudillo. 

Y ese caudillo que casi aun tiempo, ó al 
menos en un corto período de nuestra his- 
toria, realizó todos esos cambios sin prece- 
dente en los anales Sud-Americanos, es el 
que creó por tales mejoras ese inmenso 
crédito al país en que tales progresos se 
realizaban por primera vez en Sud- América; 
y ese crédito súbito y grande, fué el que 
determinó en Europa y en todas partes la 
afluencia de hombres, de capitales, de em- 
presas que invadieron el Rio de la Plata, 
cuando llegó el momento de producirse las- 



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— 63 — 



consecuencias naturales de las nuevas ins- 
tituciones. 

Puede así decirse también, que quien pro- 
dujo ese estado de prosperidad y enriqueci- 
miento, que presentó el Rio de la Plata en 
los veinte años siguientes á la destrucción 
de la Dictadura de Rosas,— fué un caudillo. 

Lejos de nosotros la intención de escribir 
los anales, ni hacer apología del caudillaje; 
queremos tan solo hacer ver que un mal re- 
nombre dado por la pasión de partido no es 
incompatible con el derecho á ser respetado 
como el primer servidor de la civilización de 
su pais; así como es posible adjudicarse títulos 
mas bellos, por haber reaccionado y resisti- 
do esos nobles trabajos, hecho perecer medio 
millón de hombres, dentro y fuera del país, 
en guerras sin objeto, sin gloria, sin prove- 
cho; endeudado al país hasta tener que 
absorber una mitad de su renta pública en 
solo pagar los intereses; y haber, por fin, 
precipitado al pais exhausto y endeudado, 
on el empobrecimiento mas ominoso y en 
la crisis mas desastrosa, que lo han sido 
sus cincuenta años de guerra civil, en que 
se ha arrastrado su existencia. El caudillo 
que levantó la prosperidad así destruida por 
sus antagonistas, fué el general Ur quiza, y 
de su gobierno memorable fué Ministro de 
Relaciones Extrangeras el Dr. D. Juan Ma- 
ría Gutiérrez. 



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— 64 — 



Para dar á conocer á Gutiérrez, hemos 
tenido que recordar á su gefe. Gefe de un 
gobierno constitucional, la obra que lleva 
el nombre de Urquiza era la obra de sus 
Ministros, de sus colaboradores, de sus con- 
sejeros, de los que encontraron en su brazo 
el instrumento dócil y elevado de sus altas 
miras. — La administración de Urquiza sig- 
nificaba la administración de Carril, de Gu- 
tiérrez, de Gorostiaga, de Fragueiro, de Cam- 
pillo, de Pico, de Peña, etc. 

Estos nombres dicen que no era un go- 
bierno adversario de Buenos Aires, y que 
el honor de sus trabajos cede en el del 
pueblo mismo de su origen, mejor que lo 
sirven los que han restaurado por los su- 
yos,, la situación económica y el empobre- 
cimiento en que el país vivió bajo la Ad- 
ministración de Rosas, hasta su caída en 
1852, operada por Urquiza. 

Mejoras inevitables y espontáneas se han 
producido evidentemente respecto de aquel 
tiempo calamitoso, pero sería impolítico ol- 
vidar que antes de la caida de Rosas exis- 
tía el Paraguay; florecía el Entre Rios, de 
donde surgió el poder que libertó á todo el 
país de su despotismo; la Nación nada de- 
bía y la deuda de Buenos Aires era apenas 
un décimo de lo que es hoy. 

El gobierno célebre á que perteneció el 
Dr. Gutiérrez, como Ministro de Negocios 



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— 65 — 



Extrangeros, ha dejado un legado precioso 
á la Nación, en la marcha v dirección de 
su política, la cual forma el derrotero se- 
guro, fácil y probado, para sacar al pais 
de su empobrecimiento actual. — Siempre que 
el pais quiera ver renovarse la prosperidad 
que precedió á su presente crisis, no tiene si- 
no que recomenzar la marcha y los trabajos 
que fueron causas de esa prosperidad: reno- 
var, es decir proseguir el programa interrum- 
pido de la administrocion inspirada por Gu- 
tiérrez y sus eminentes cólegas de 1853. 
Gutiérrez, como Thiers, sigue dando á su 
país el programa de sus destinos, desde el 
fondo de su tumba venerada. 

De este modo y en este sentido es como 
la vida de Gutiérrez viene á ser mas útil 
que la vida de San Martin, mas actual, mas 
rica en enseñanza provechosa y aplicable á 
las necesidades de la sociedad presente. 

No es de esperar que se repita la guerra 
de la independencia, sobre todo contra Es- 
paña, para la que San Martin podia ser un 
Molke argentino, tal vez inferior al Molke 
alemán. No es ya creible que tengamos 
que cruzar de nuevo los Andes en busca de 
los españoles en Chile, ni en el Perú, ni en 
Colombia. Pero los enemigos que no he- 
mos vencido, que quedan en pié, vencedo- 
res, supliendo al León de España, y noso- 
tros á sus pies, son el atraso, la ignorancia, 



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— 66 — 



la rutina colonial, la pobreza, la pereza, la 
presunción, la disipación de tiempo y de 
fortuna. Para emanciparnos de estos tira- 
nos, reyes de la tierra, nos queda que hacer 
una campaña, que ha dé durar mas que la 
de San Martin, en la cual de nada nos 
servirá lá táctica de este benemérito, y pa- 
ra la cual Gutiérrez es mejor general que 
él, como lo enseña el valor y sentido de 
todos sus trabajos de hombre de Estado, 
de publicista, de escritor, de poeta, de edu- 
cacionista, y de socialista sobre todo. 



Qué doctrinas se desprenden del tenor en- 
tero de su vida pública? 

Que es preciso asegurar la independencia 
y la integridad territorial y política del país 
argentino, por la constitución del gobierno 
nacional tenido en vista por la revolución 
de Mayo de 1810, que lo emancipó de Es- 
paña. Que el programa práctico de ese gran 
designio patriótico está consignado todo en- 
tero en la Constitución de I o de Mayo de 
1853, que lleva, entre otros, al pié, el nom- 
bre ilustre de Gutiérrez. Que la paz interior 
y la seguridad del país, serán meras quime- 



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— 67 — 



ras mientras no exista ese gobierno indis- 
pensable á su defensa y conservación. Que 
la existencia de ese gobierno nacional argen- 
tino, esencial á la vida de la Patria, será 
siempre otra gran quimera mientras no esté 
su autoridad completada por el ejercicio de 
su jurisdicción inmediata, local y exclusiva en 
el territorio de la ciudad capital de su re- 
sidencia, tal como lo establece la Constitu- 
cion de Mayo de 1853, que lleva entre otros, 
el nombre de Gutiérrez. Que solo cuando 
la Nación Argentina tenga ese gobierno com- 
pleto, sério y fuerte, dentro y fuera del 
territorio, tendrá el respeto de sus vecinos, 
de los extrangeros y partidos interiores. 
Que solo entonces tendrá en los actos de la 
autoridad así constituida, leyes y tratados 
dignos de este nombre, es decir, eficaces, 
durables y realmente protectores de las per- 
sonas, de las propiedades, de la libertad ó 
seguridad de los individuos, como lo quiere, 
la Constitución de I o de Mayo de 1853, en 
que figura el nombre de Gutiérrez como su 
colaborador mas inteligente. Que bajo la 
égida de esas garantías se verá renacer el 
comercio europeo, llamado por la Constitu- 
ción y por sus funciones naturales económi- 
cas, á poblar el país, á enriquecerlo, á edu- 
carlo, á robustecerlo con el fuerte y sano 
alimento de la civilización de la Europa 
como quería Gutiérrez, según el texto de 



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— 68 — 



la Constitución de 1853. Que sin la tole- 
rancia religiosa, que solo un gobierno res- 
petado puede garantir, no recibirá el país 
la inmigración de la Europa del Norte, con 
cuyas personas inmigrarán sus costumbres, 
sus libertades, el trabajo inteligente, la ri- 
queza en el país en que se establecen. 

Todo el que ha conocido al Doctor Gu- 
tierre^ y tenido ocasión de hablar con él 
desde su primera juventud, ha debido oir 
de su boca la repetición de esas doctrinas, que 
le eran tan familiares y propias como las 
facciones de su fisonomía abierta, generosa 
y simpática. 

§ 

Así. lo que realizó como hombre de Estado, 
una vez puesto en el poder, fué el produc- 
to de sus estudios y del anhelo de toda su 
vida. No tomó, como otros, del puesto ni 
del medio en que se vió colocado por la 
corriente de los hechos, sus inspiraciones 
de legislador y de gobernante. No era de 
los que cambian de opiniones y principios, 
como de lugares, según las conveniencias de 
su interés individual. 

Que no se engañó, en lo que pensó y en 
lo que hizo, lo han probado los resultados 
de sus ensayos. 



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— 69 — 



Estos resultados no fueron otros, que los 
grandes progresos, la inmensa prosperidad 
y bienestar que se dejaron ver en toda la 
República Argentina, en los años siguientes 
á la sanción de la Constitución de I o de 
Mayo de 1853. 

Esos resultados se produjeron, como está 
en el orden natural, no precisamente al dia si- 
guiente de sancionadas las leyes y medidas 
de que eran fruto, sinó á los seis, diez y 
mas años. Las instituciones fundameiltales 
de los pueblos, no son como el trigo, que 
fructifica en el año mismo de su siembra, 
sinó como el naranjo, el olivo y otros ár- 
boles seculares. 

En las repúblicas, rara vez recoje el fru- 
to el gobernante que lo sembró ó plantó, á 
menos que el gobernante mismo no se tras- 
forme en institución vitalicia, ó árbol secu- 
lar él mismo, en cuyo caso (no muy raro en 
Sud-América), el autor de un Parque, por 
ejemplo, puede comer con sus nietos los fru- 
tos tardíos de sus árboles, á su sombra mis- 
ma. Pero, esto no es ya la república, sinó 
su máscara, puesta á la monarquía, introdu- 
cida por contrabando. Gutiérrez no era de 
esos contrabandistas de formas de gobierno. 
— Qué sucedió? Que, como los frutos de sus 
trabajos, coincidieron, por la época de su 
producción y manifestación, con los gobier- 
nos que sucedieron al que él inspiró, los usu- 

6 



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— 70 — 



fructuarios del honor y provecho de esos 
trabajos se los adjudicaron á sí mismos, y 
la simultaneidad de los hechos aparentes 
justificó la equivocación, en que incurrió 
el país, poco familiarizado con la filiación 
de esos fenómenos, atribuyendo el trabajo 
del que plantó los árboles, al trabajo que 
se daban de comer sus frutos los gobiernos 
que vinieron mas tarde. 

Así, el honor de la prosperidad que tuvo 
por causante al gobierno de que Gutiérrez 
fué miembro, era adjudicado á sus herede- 
ros y sucesores políticos, en la hora misma 
en que ellos plantaban otras instituciones 
reaccionarias, cuyos frutos, también tardíos 
y posteriores, debian ser la crisis de empo- 
brecimiento y decadencia, que vino en se- 
guida de la gran prosperidad, resultado 
natural y lógico del cambio mas grande y 
feliz por que pasó ese país en los años de 
1852 y siguientes; y que se haya operado 
en la América del Sud, con escepcion de la 
revolución de la independencia de la domi- 
nación española. 

La América toda y la Europa fueron im- 
presionadas y sorprendidas de esa multitud 
simultánea de cambios inmensos, como la 
caida de una Dictadura tan larga, ruidosa 
y retrógada como la de Rosas; la apertura 
de los afluentes del Plata, al comercio di- 
recto del mundo; la asimilación absoluta y 



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— 71 — 



completa de los derechos civiles y sociales 
del extrangero á los del nacional; la inmi- 
gración europea de hombres, de capitales, 
de industrias; el poblamiento rápido de paí- 
ses casi desiertos, convertidos en bases y 
principios fundamentales de la Constitución 
del país. La multiplicación de los tratados 
internacionales confirmatorios y garantes de 
la estabilidad de esas novedades fecundas: 
he ahí lo que impresionó á la Europa en 
1853 y determinó la afluencia de sus expe- 
diciones de obreros, de colonos, de capita- 
les, de empresas que produjeron esa prospe- 
ridad desmedida en los países del Plata, 
predecesora de la crisis traida por la reac- 
ción retrógrada y como su resultado nece- 
sario y forzoso. 

La lección que resulta de lo pasado es 
que el país no tendrá otro camino de salida 
para escapar de esa situación calamitosa, 
que el mismo camino por donde Gutiérrez 
y el gobierno de que hizo parte sacaron á la 
República Argentina de la condición econó- 
mica en que estuvo bajo el gobierno de Rozas, 
y no fué otra que la misma condición ac- 
tual, restaurada por las mismas causas eco- 
nómicas que la vez primera la trageran. 



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— 72 — 



§ 



Ni en el Plata, ni en otro país cualquie- 
ra de Sud-Amórica, habrá otro camino pa- 
ra sacar al país del atraso y empobrecimiento 
que paraliza todo progreso, que el plan de 
gobierno que siguió el de que Gutiérrez fue 
miembro influyente. Es el tipo de gobier- 
no que responde á las necesidades en que 
se encuentran colocadas las sociedades de 
Sud-Amórica, para llegar á sus destinos de 
pueblos civilizados, libres y felices, pues te- 
niendo el mismo origen, la misma historia, 
el mismo organismo, la misma edad y con- 
dición, la ley común de su desarrollo y pro- 
greso, descansa en las mismas bases. 

El gobierno de que hizo parte nuestro 
amigo fué un gobierno modelo, como lo es 
la Constitución, de cuyos preceptos fué una 
simple aplicación. Poblar el país, desde lue- 
go, de pobladores procedentes de la Europa 
civilizada, como medio de educarlo al mismo 
tiempo que se puebla; atraer el trabajo, 
es decir, brazos, pobladores, por la abun- 
dancia de los salarios, y estos por la pre- 
sencia y establecimiento en el país de capita- 



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— 73 — 



les ya formados en los países extrangeros 
de su procedencia; dar á los capitales 
para llamarlos, todo lo que necesitan y bus- 
can, á saber: la seguridad, la libertad, la 
paz, por las leyes concebidas y ejecutadas 
en osa dirección, mediante la institución de 
un gobierno serio, estable, eficáz, barato y 
tolerante; esos fueron los rasgos principales 
del programa que se trazó el gobierno que 
confió al Dr. Gutiérrez la gestión de su po- 
lítica exterior ó internacional, que contiene 
la llave del progreso entero de la América 
civilizada, en los principios y condiciones 
mismas de la Europa civilizada, de que ema- 
na y forma parte por las razas, las creen- 
cias y las instituciones. 

Si tal no hubiese sido el gobierno argenti- 
no, constituido en 1853, jamás hubiese tenido 
lugar el inmenso crédito y prestigio, la in- 
mensa simpatía, que se conquistó en el mun- 
do, de cuyo crédito y prestigio fué natural 
producto y resultado ese movimiento que 
inundó el Plata de riqueza, de empresas, 
de capitales y hombres de Ja Europa, en 
los años subsiguientes á 1853, y determinó 
ese bienestar y opulencia sin precedentes, 
que infló la presunción del país mismo, ha- 
ciéndole perder el tino en la gestión de sus 
negocios. 

Esa prosperidad no pudo producirse sin 
tener una. razón de ser, y esa razón deter- 



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— 74 — 



minante no fué otra que la confianza y fó 
que infundió en todas partes el país de Sud- 
América que por primera vez se daba ins- 
tituciones y gobierno desconocidos hasta 
entonces en el mundo que fué colonia de 
España y se obstinaba en conservar la índole 
de tal, aun después de* ser independiente, 
por sns rutinas y tradiciones anti-liberales 
y anti-europeas. 

Pero esa gran prosperidad, así nacida y 
producida por los trabajos del gobierno á 
que perteneció Gutiérrez, no tardó en con- 
vertirse en causa de ruina, de empobreci- 
miento y de retroceso, por el empleo y di- 
rección, que recibió de los gobiernos poste- 
riores reaccionarios, surgidos del mismo 
origen que habia tenido el estado económico 
de cosas vencido en Febrero de 1852. 



§ 

El inmenso crédito nacido de esa gran 
victoria del liberalismo, fué convertido en 
dinero, por empréstitos colosales levantadas 
dentro y fuera del país, por los que se vie- 
ron poseedores casuales de ese crédito, que 
ellos no habían producido; y ese dinero age- 
no fué consumido en guerras locales y san- 



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grientas, y en obras llamadas de mejoramien- 
to, que han sido en realidad, de empeora- 
miento y empobrecimiento público y privado, 
por falta de juicio de los que tomaron sobre 
el paás, lo que la industria privada pudo 
hacer mejor por su propia cuenta y con sus 
propios caudales. Los particulares siguie- 
ron el ejemplo de los gobiernos en el mal 
uso del dinero ageno, es decir, en el abuso 
del crédito, y se produjo como resultado 
natural de todo ello, la crisis ó empobreci- 
miento del país, que acabó con el crédito, 
paralizó el trabajo y la producción, perturbó 
el comercio, aterró y desterró los capitales, 
deprimió los salarios, paralizó la inmigración, 
trajo la miseria general, que reina en el pais 
(1878). 

Este empobrecí miento general, en que con- 
siste, lo que se denomina crisis económica, 
no ha venido por casualidad. Ha tenido su 
razón natural de sor; cada ruina, ha tenido 
su causa; cada escombro, su origen. Esa razón 
de ser, ese origen del común abatimiento, 
no ha sido otro que la política reaccionaria 
de la que fué causa del enriquecimiento del 
paás. La política económica, reaccionaria de 
la que produjo la riqueza, no podía dejar de 
producir la pobreza del país. La restaura- 
ción de la política económica, que tenia empo- 
brecido al país antes de 1852, no podia dejar 
de restaurar la situación económica del tiem- 



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po de Rosas, que es cabalmente la situación 
actual. De este modo, el mal producido por 
la reacción contra la política de Gutiérrez, 
ha venido á ser una contra prueba ó con- 
firmación de la excelencia del gobierno á que 
ól perteneció. 

Si la crisis hubiese dejado de producirse 
como el efecto necesario y forzoso del go- 
bierno de los últimos diez años, sería pre- 
ciso creer que no hay lógica ni encadena- 
miento de causas y efectos en los aconteci- 
mientos humanos. No hay un solo hecho 
en la marcha de esos gobiernos, que no haya 
sido como calculado expresamente para pro- 
ducir uno por uno los efectos calamitosos 
de que se compone la crisis compleja por que 
viene pasando la República Argentina, de 
cuatro años á esta parte. 

Todo era de preveer y nada se previó; 
todo de evitar y nada se evitó. 

Faltó inteligencia? buena voluntad? patrio- 
tismo? 

De cierto, que la inteligencia en cosas tan 
obvias, es menos rara en Sud-Amórica que 
el patriotismo, pues el patriotismo no es sinó 
la inteligencia de lo que interesa al bien ge- 
neral, lo cual es raro, y por lo tanto pre- 
cioso; mientras que el común de los hombres 
públicos solo es inteligente en lo que intere- 
sa á su individuo propio. 

Gutiérrez, como hombre de Estado, tuvo 



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— 77 — 



el mérito raro de entender mejor el interés 
de todos, que el suyo propio y personal; y 
de ahí viene que la política no lo enriqueció 
á él personalmente, pero enriqueció á la Na- 
ción. — Concurrían á la misma altura á for- 
mar la personalidad de Gutiérrez la inteli- 
gencia, el buen sentido, el saber y el carácter. 
No hay hombre de Estado en el hombre, 
por inteligente que sea, que carezca de es- 
tas dotes. La política que sirvió y represen- 
tó Gutiérrez, merece imitación y respeto, 
porque es la de los hombres de bien. Su 
tenor y resultado fueron prueba de ello. 
Nunca fué suya la política de tener á la Na- 
ción sin su Capital histórica y geográfica, 
porque era lo mismo que tenerla sin gobier- 
no eficáz, ó con solo un gobierno platónico; 
el cual privado, á la vez que de esa Capi- 
tal, del tesoro radicado en ella, tenia que 
echar mano del ageno tesoro, si quería po- 
seer algún poder que justificase su título de 
gobierno. De ahí la necesidad del emprés- 
tito continuo, interno y externo, levantado 
como suplente del impuesto, (retenido fuera 
de su alcance); levantado para gobernar, pe- 
ro bajo pretexto de obras y empresas de 
mejoramiento público, de campañas de ho- 
nor nacional, que no eran sinó el medio hi- 
pócrita de estimular al prestamista, y de 
encubrir la impotencia orgánica de un go- 
bierno sin tesoro. 



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— 78 — 



Sustituido el crédito al impuesto, como ar- 
bitrio fiscal y financiero, para gobernar, la 
Nación se endeudó continuamente, porque 
tuvo que costear su vida política y adminis- 
trativa con dinero ageno tomado á crédito; 
hasta que la deuda absorbió, pór su monto 
enorme, la escasa renta pública disponible, 
en pagar sus intereses y amortización, sien- 
do esa una de las causas principales de la 
crisis presente. 

Para entrar en esa via y colocar al país 
en ese atolladero no se necesitaba mas que 
la docilidad que prefiere ganar plata, segu- 
ridad y honores personales con solo ceder á 
la corriente del desorden rutinario y evitar 
el riesgo de resistirle. 

Gutiérrez, como hombre de Estado, care- 
ció del todo de esa docilidad que ha engran- 
decido á shs rivales, apesar de la cultura y 
suavidad de su carácter de poeta. Como 
Chateaubriand, Lamartine y Martínez de la 
Rosa, ha mostrado que la blandura del poeta 
no es incompatible con la firmeza del hom- 
bre de Estado, sobre todo en política exterior 
ó internacional, que por su esfera extensa 
como el mundo, parece ser la política favo- 
rita de los poetas. 

Consagrado en la Constitución de I o de 
Mayo de 1853, el programa de la política de 
Gutiérrez representa la República Argentina 
del porvenir, la República definitiva, la Re- 



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pública acabada, entera, completa, unida, 
integra, conforme al prospecto acordado, 
consagrado y jurado en el acta inmortal del 
25 de Mayo de 1810. 



§ 



El nombre de Gutiérrez está al pió de la 
Constitución argentina de 1853 que resolvió 
el problema de la Capital para la República 
Argentina en los siguientes términos: — "Las 
autoridades que ejercen el gobierno federal, 
residen en la ciudad de Buenos Aires, que 
se declara Capital de la Confederación por 
un ley especial.,, — Art. 3 de la Constitución de 
1853. 

Gutiérrez no ignoró nunca que la cuestión 
de una Capital argentina es no solamente 
una cuestión política que encierra toda la 
organización del gobierno nacional; sinó muy 
principalmente una cuestión económica de 
que depende el comercio exterior, el impues- 
to de aduana, el tesoro nacional, el crédito 
público, la riqueza entera del país argentino; 
ó su miseria, según la solución ó arreglo que 
esa cuestión reciba; ó según que no reciba ar- 
reglo alguno y permanezca in dato quo, como 
hoy se encuentra, y por lo cual se halla el 



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— 80 — 



país hundido en la mas terrible crisis eco- 
nómica. 

Mientras la Nación esté sin su Capital, 
estará sin su gobierno. 

La ausencia ó falta de gobierno nacional, 
hará imposible la existencia del crédito, es 
decir del tesoro público nacional, cuya par- 
te principal consta del crédito. 

Prestar á un gobierno, que no es gobier- 
no sinó de nombre, es prestar al aire; prestar 
sin saber á quién; no tener deudor conocido 
ni definido. Prestar á un gobierno sin Ca- 
pital, es decir, sin la posesión del poder que 
lo hace ser gobierno, es depositar su dinero 
en manos incapaces de guardarlo; cuyas ca- 
jas, están abiertas; cuyas tesorerías no tienen 
llaves ni puertas; cuyos agentas no lo res- 
petan y le roban, sin que él pueda evitarlo 
ni estorbarlo. 

Si el crédito es imposible sin gobierno, es 
decir, sin deudor sério, solvente, definitivo, 
respetable; lo es igualmente el tesoro pro- 
cedente de la Contribución, porque nadie 
la paga á un acreedor impotente; los deu- 
dores de la contribución eluden su pago; los 
guardianes y tesoreros se quedan con un te- 
soro sin patrón, especie de bien mostrenco. 
Todo eso es consecuencia de la falta de una 
Capital en la República Argentina. 

Mientras la República esté sin Capital, 
como hoy, estará en crisis económica como 



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— 81 — 



actualmente. Se podrá eludir la cuestión 
Capital; lo que no se eludirá es su resultado, 
— la pobreza nacional. 

Gutiérrez estuvo en 1853 por la solución 
urgente de la cuestión de una Capital para 
la República, porque sabía con Rivadavia, 
que mantener á ese país sin su Capital na- 
tural, es mantenerlo sin gobierno nacional, 
en crisis económica permanente, en anarquía 
y guerra civil, dividido en dos partidos geo- 
gráficos ó dos países rivales, en servicio del 
vecino, beneficiado por esa situación — que 
pone á las dos mitades del país, así debili- 
tadas y empobrecidas, bajo su predominio y 
vasallaje, como hoy están. Ese estado de 
cosas es, en efecto, el que tiene puestas vir- 
tualmente en manos del Imperio del Brasil 
á» todas las Repúblicas del Plata, sin escep- 
cion. El Imperio no necesitaría mas que 
anexar á su suelo una pulgada del de 
esas Repúblicas para perder el predominio 
y vasallaje que en ellas ejerce y que lo 
vale mas que la posesión absoluta. Y no 
ejerce ese vasallaje sinó porque no toma po- 
sesión de su suelo. 

Mejor las posee como aliadas, que las ten- 
dría incorporadas al territorio del Imperio, 
porque así las gobierna con sus propios go- 
biernos de ellas, cón sus propios ejércitos de 
ellas, con sus propias finanzas de ellas; na- 
turalmente en la dirección de su fin tradi- 



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— 82 — 



cional, que es el fin ó destino que tuvieron 
las provincias de San Pablo y Rio Grande, 
antes provincias españolas, que hoy son par- 
te del Brasil, lo mas bello del Brasil, por 
cuya buena razón lo integran al presente. 

Para traer las cosas á esa situación, le 
bastó á la reacción argentina de 1860 su- 
suprimir el artículo tercero de la Constitución 
do 1853 y dejar al país argentino como lo 
tuvo el Dictador, sin capital, sin gobierno 
nacional, sin finanzas nacionales, en crisis 
económica permanente y crónica, como está 
hoy, exactamente por las mismas causas y 
vicios orgánicos de su sistema político, que 
lo tuvieron en igual pobreza hasta 1852. 

Una reacción que tan bien servía los inte- 
reses y miras del Imperio del Brasil, no podia 
dejar de serle grata, ni sus autores podian 
dejar de ser por resultado de es9 servicio, sus 
aliados naturales. En ese medio y entre esos 
elementos reaccionarios y hostiles contra la 
política grande, nacional y patriótica, que 
sirvió Gutiérrez, ha tenido este ilustre y des • 
graciado hombre de Estado que pasar los úl- 
timos años de su vida, hasta su terminación, 
acaeoida en vísperas de un regreso esperado 
de su gran política. 

Para un vecino que tiene planes y cálcu- 
los ambiciosos sobre el suelo de su vecindad 
no puede haber hombres que mejor se reco- 
miden á su odio y prevención, que los verda- 



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— 83 



deros patriotas de ese suelo deseado. No se- 
rán ellos los que reciban sus cruces y con- 
decoraciones. Así, en Gutiérrez brillaban 
por su ausencia las condecoraciones del Cru- 
seiro, de la Orden de la Rosa y otras, con que 
el Imperio paga sus simpatías á sus aliados 
y servidores. 

Lejos de recomendarse por precedentes de 
este género al Imperio vecino, Gutiérrez 
estaba recomendado á su antagonismo por 
haber exigido y obtenido el retiro de un ejér- 
cito de seis mil hombres con que el Brasil 
ocupaba la Banda Oriental en 1856, con mo- 
tivo de haber aj^udado á libertarla de Rosas 
en 1852. Gutiérrez no tenía ni podia tener 
mayores títulos de recomendación á las sim- 
patías del Brasil, que los habían tenido Ri- 
vadavia, Alvear, Lavalle y Garibaldi. 



Su fin, de verdadero patriota argentino, 
ha venido á coincidir con el centenario de 
San Martin, vencedor de los Borbones en 
Chacahuco y Maipú, que ha servido para cu- 
brir la restitución ó devolución de la inde- 
pendencia argentina á sus antiguos posee- 
dores, los Borbones, que ocupan hoy el trono 
brasilero. Gutiérrez no podía contribuir á 
esa fiesta con la misma impunidad de un 
aliado de los Borbones del Brasil, porque él 
la tomaba á lo sério, es decir, de un modo 



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— 84 — 



religioso, y tal vez su sinceridad le ha cosr 
tado su vida; porque su candor de enfant 
terrible podía convertir la estratagema en 
escollo. 



§ 



Como amigo de la revolución de América, 
Gutiérrez no lo fué jamás de los Borbones 
de España; ni de los Borbones de Francia, 
como amigo igualmente de la revolución de 
89 y de las de Julio y Febrero. Si los Bor- 
bones tienen el mérito, para la América del 
Norte, de haber ayudado como aliados á su 
revolución contra Inglaterra, para la Améri- 
ca del Sud tienen el precedente opuesto de 
haberla resistido durante quince años, por 
sangrientas batallas; diferencia que se ex- 
plica por esta causa, á saber: que los Bor- 
bones eran propietarios de la América del 
Sud, mientras los propietarios de la América 
del Norte eran los Stuards de Inglaterra, 
no los Borbones. 

Fuera de ese motivo de desafección para 
con los Borbones, tenía Gutiérrez el de ser 
republicano, y adversario radical de la mala 



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— 85 — 



monarquía simbolizada por esa familia. Gu- 
tiérrez no favoreció ni hubiese ayudado ja- 
más como hombre de Estado, ni como escri- 
tor, á la reforma del país mas mal legislado 
de América, en el sentido monárquico, con 
toda su admiración por Belgrano y San 
Martin: no por fanatismo ni predilección 
ciega en favor de una forma de gobierno 
mas que de otra, sino por convicción ilus- 
trada y sincera en favor del sistema de go- 
bierno proclamado y consagrado por la re- 
volución liberal de ambas Américas, como 
mas practicable que otro cualquiera en las 
condiciones del pueblo y de la sociedad del 
nuevo mundo. Qué razón podía tener para 
preferir el gobierno del Brasil al de los Es- 
tados Unidos, para modelo de seguir en el 
arreglo de su país propio? Que la raza latina 
es esencialmente monarquista, como se dice? 
— Los pueblos libres de raza sajona, en Euro- 
pa, no son menos monarquistas, y la Fran- 
cia latina y católica está probando, por un 
experimento que lleva siete años de buen 
éxito, que en la Europa misma puede exis- 
tir una República rival de la de Washing- 
ton en libertad y buen orden, no solo sin 
antagonismo sinó con la adhesión y simpatía 
de las monarquías mas arraigadas del viejo 
mundo, como son las de Inglaterra y Alema- 
nia. Puede dudarse de la sinceridad de in- 
tención en Alemania, pero no en Inglaterra, 



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— 86 — 



interesada en el poder y grandeza de la 
Francia como su aliada mas natural. 

Si los dos grandes modelos de imitación 
política que tiene Sud América, — los Estados 
Unidos y la , Francia, — son dos grandes, li- 
bres y opulentas repúblicas, hubiese probado 
su buen juicio el Dr. Gutiérrez ayudando á 
la regeneración de su país, sobre el modelo 
de la monarquía imperial del Brasil? Es lo 
que hacen sin saberlo los reaccionarios ar- 
gentinos, sus rivales, por hallarse embarca- 
dos en la corriente que á su pesar los go- 
bierna y conduce en esa dirección, con todas 
sus protestas de amor á la pátria y de ódio 
á la traición. 



§ 



No hay que olvidar esta consideración ca- 
pital que domina toda la figura política de 
Gutiérrez. 

La reacción contra el gobierno que él 
sirvió y contra la obra representada y ser- 
vida por él, en esa célebre administración, 
ha sido doble y tenido estos dos objetos: — 
Primero: disminuir y debilitar el poder del 
gobierno interior, creado por la Constitución 



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— 87 — 



de Mayo, hasta hacer á la Nación incapáz 
de tener vida nacional, y obligarla á ponerse 
bajo la tutela de Buenos Aires; — Segundo: 
restablecer este tutelaje ó dependencia de la 
Nación á Buenos Aires, apoyado en el poder 
de los Borbonés del Brasil, para disminuir 
y anular la independencia de los Borbones 
de España, que obtuvo é hizo reconocer de 
esta Nación al gobierno nacional del Para- 
ná. — Esto significa el predominio del Brasil 
y su intervención continua bajo forma de 
alianza int3macional en las cosas internas 
del Rio de la Plata: — la restauración del 
poder de los Borbones, vencidos en Chacabu- 
co y Maipti] y para disimular este plan de 
contra revolución americana, se le ha dis- 
frazado con el Centenario estratéjico, celebra- 
do por el gobierno dicho de Conciliación, es 
decir, argentino — brasilero — Borlón, formado 
á ese tiempo y para ese propósito. El úni- 
co que tomó á lo sério ese Centenario como 
homenaje á la independencia, ha sido Gu- 
tiérrez; y como su sinceridad era un peligro 
capáz de desnaturalizar la estratagema, ha 
querido la casualidad que desaparezca ese 
enfant terrible el último dia del Centenario. 



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— 88 — 



§ 

Por lo demás, todas las formas son con- 
ciliables con un fondo sano y bueno de go- 
bierno, y todo gobierno es sano y bueno en 
el fondo cuando es capáz de hacer la felici- 
dad, el bienestar y la grandeza del país. 
La verdadera ciencia y vocación del hombre 
de Estado consiste en saber encontrar, cons- 
tituir y conducir un gobierno de ese tem- 
peramento; y para conseguirlo, la mitad del 
secreto está en el temperamento y modo de 
ser del mismo hombre de Estado. 

En política, se puede decir como del esti- 
lo, que el estadista es el hombre. La ab- 
negación y el desprendimiento son calidades 
tan indispensables en el hombre de Estado 
que no se concibe cómo un país pueda ser 
objeto de su consagración si ellas faltan en 
sus hombres públicos. Mas que el entendi- 
miento, entran esas calidades del carácter 
moral en la composición del hombre de go- 
bierno libre y progresista, como lo vemos 'de- 
mostrado por los ejemplos de Canning, de 
Roberto Peel, de Cobdén en Inglaterra, de 
Eranklin y Jefferson en Estados Unidos, de 
Cavour en Italia, de Lafayete en Francia, 
de Rivadavia en el Plata. Nadie que haya 



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— 89 — 



conocido á Gutiérrez y que lo haya visto 
obrar, dirá que él comprendió de otro mo- 
do al estadista que necesitan las Repúbli- 
cas de Sud América para la formación de 
sus gobiernos y conducta de sus políticos. 
Su temperamento no era hecho para esa 
política cuya ciencia y habilidad consiste en 
llegar á los altos empleos y eternizarse en 
su explotación y goce. Lo primero que ne- 
cesita el que se propone estos fines, es disi- 
mular la verdad y evitar el camino, que 
puede comprometerlos, aunque el interés 
bien entendido del pais exija el sacrificio de 
ellos. Para esta política, en que el éxito 
haoe olvidar el fin honesto, la habilidad va- 
le mas que el sentido común, por conducen- 
te que sea, si no conduce al éxito personal. 

Gutiérrez no siguió nunca esa política tan 
común en Sud América, que toma el parti- 
di&ffto por patriotismo, es decir la parte por 
el todo, lo particular por lo general. El 
patriotismo es, en política, meramente lo 
que el espíritu de asociación en industria y 
comercio: un medio de multiplicar el poder 
individual, en busca de un provecho indivi- 
dual, que se obtiene mejor por los egoismos 
unidos. 

Así, los que toman la política como indus- 
tria, para ganar fortuna y posición social, 
cultivan y conocen mejor el partidismo que 
el patriotismo. El partido, dá votos, empleos, 



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— 90 — 



salarios, poder.. La patria, no dá esas cosas 
sinó raras veces, á raros hombres y por ra- 
ros servicios. En el conflicto y lucha del 
Partido con la Pátria, el partido es vence- 
dor de ordinario porque es mas capaz de 
unidad, de disciplina, de plan, de dirección y 
gobierno. El partidista llega á menudo á 
la riqueza y al poder; el patriota, jamás ó 
rara vez. El especulador político conoce la 
táctica del partidismo, como el empresario 
industrial y comercial conoce el mecanismo 
de una sociedad anónima ó colectiva, para 
obtener mayores provechos en un negocio 
dado. La táctica electoral es la parte, que 
mejor conoce y maneja, porque es la que dá 
votos, empleos y salarios. Elegir; es dar 
pan, vestir y alojar al candidato. Ganar un 
voto, es, según esto, ganar su pan. Lo cu- 
rioso de este género de mendicidad es que 
el mendigo vá en coche y el que le dá li- 
mosna, viste blusa. 

El partidista de este género, difiere del 
especulador industrial en una cosa de im- 
portancia decisiva: en que tiene que dar á 
su oficio de vivir, el aire y semblante del 
sacerdocio, de un ministerio de abnegación y 
beneficencia. Tiene que cultivar el interés 
privado detrás del interés de todos; que ocul- 
tar al Partido detrás de la Pátria; que ocultar, 
por mejor decir, el bando, la facción, la pan- 
dilla, detrás del Partido mismo, entendido 



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^ 91 — 

como una gran división ó sección principal 
de la Pátria, por razón de .grandes diferen- 
cias de principios, de intereses, de sistemas, 
de opiniones, en el modo de entender la 
Pátria y su bien. 

El partido, en este sentido mismo, es de- 
cir, en el sentido grande, patriota y nacio- 
nal, es tan desconocido en las repúblicas de 
Sud América, como las verdaderas nociones 
de la Pátria y del patriotismo, pues lo que 
de ordinario se decora con el nombre de 
partido, no es sinó bando, facción, logia, gre- 
mio, compañía política ó sociedad industrial, y, 
cuando mas, cofradía de hermanos de una 
doctrina. 

No hay, politicastro vulgar de Sud Amé- 
rica que no hubiese sido, en esta táctica, un 
maestro consumado al lado del Dr. Gutiérrez, 
cuya, gloriosa ignorancia, en punto á parti- 
dismo, igualaba á la de Belgrano, Rivadavia 
y López Planes. 



§ 

Todo lo bueno que Gutiérrez ha hecho y 
representó en la política de su país, no está 
solamente en sus trabajos de hombre de Es- 
tado ; en las obras de su vida de acción; 



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— 92-^ 



eso es la mitad de su vida. La otra mitad 
no menos bella, no menos ejemplar y edi- 
ficante, está en su actitud pasiva, espectan- 
te, de abstención, que guardó escrupulosa- 
mente desde -su retiro respetuoso de la for- 
tuna y éxito de los que no pensaban como 
él. Todo el hombre libre está en la capa- 
cidad de tomar y guardar esta actitud, sin 
encono, sin hipocresía. Es la de J. Russel, 
la de Peel, la de Derby, entre los estadistas 
de la libre Inglaterra, siempre que el favor 
de la opinión general dado á sus rivales, 
les invita á tomar la reserva. En su retiro, 
Gutiérrez hizo lo que no se vé en Sud* Amé- 
rica: trató cortósniente á sus amigos, que lo 
sucedían en el favor popular, sin adularlos, 
pero sin traicionarlos ni conspirar contra 
ellos. La América del Sud no necesitaría 
mas que tener algunas docenas de hombres 
públicos de este tipo, para disfrutar de 4a 
paz, que tanto interesa á sus progresos. De- 
jar gobernar, dejar ser Ubres á sus rivales 
y disidentes, en el ejercicio del poder que 
deben á la fortuna ó á la parcialidad popu- 
lar, es lo que forma la probidad política, 
sin la cual no hay sociedad ni gobierno li- 
bre concebibles. 



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— 93 — 



§ 

Como en la política, Gutiérrez ha sido el 
gefe y representante de la buena causa en 
la literatura de su país. No tiene rival en- 
tre los escritores argentinos por estas cuali- 
dades supremas del escritor: — el buen juicio, 
el buen sentido, y sobre todo el buen gusto, 
que reside entero en la sobriedad y mode- 
ración de tono y de lenguaje. Sus obras son 
el contraveneno, el desinfectante de ese bár- 
baro gongorismo, con que sus rivales políti- 
co-literarios, han corrompido la literatura de 
su país. Vistió siempre su pensamiento con 
la simplicidad elegante de un europeo bien 
educado. Su desinterés político contribuyó 
á preservar su buen gusto literario del gon- 
gorismo puesto á la moda por la demagogia, 
que lo prodiga en busca de los sufragios del 
pueblo ignorante, ante cuyos ojos quiere pa- 
sar por elocuente á fuerza de imágenes ri- 
diculas y de frases hiperbólicas y retumban- 
tes. — Es el mal influjo de las democracias 
en la literatura popular de estos tiempos. 
Así, el mal gusto de la obra no siempre es 
prueba del mal gusto del autor. 

Su literatura se daba la mano con su po- 
lítica, en lo sano, sóbrio, juicioso. Ambos 



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— 94 — 



eran de una escuela europea en cultura y 
maduréz. Su buena educación social era la 
razón de ser de su buena literatura, por esta 
razón que la buena literatura no es sinó 
buena educación. El escritor no se forma 
en la escuela de retórica, sinó en la sociedad 
de personas bien criadas. Escribir bien, es 
como proceder bien, es decir honestamente, 
rectamente, sin jactancia, sin pretensión, sin 
vanidad, vicios morales que se exhalan ó 
trascienden en el estilo y lo afean. 

Si Gutiérrez no era de la Academia espa- 
ñola por diplomas, lo era por su respeto á 
los preceptos de la Academia, razón por la 
cual este cuerpo lo juzgó digno de pertene- 
cerle, cuando le nombró su correspondiente; 
pero él declinó el honor de su diploma, es 
decir, el compromiso que obliga, no la auto- 
ridad que deja entera la libertad, lejos de 
dismuirla en literatura, como en política. — 
Yo me explico ese movimiento de Gutiérrez, 
por un arranque de mera probidad. Declinó 
el diploma de la Academia Española por la 
razón que le detuvo de aceptar una cruz del 
Brasil. Sabido es que los títulos literarios, 
se han empleado como las cruces, con segun- 
das miras políticas de reclutar y regimentar 
prosélitos. Se ha visto ejemplos de tenderos 
de la América del Sud, admitidos como cor- 
-respondientes del Instituto de Francia, en 
lugar de jurisconsultos alemanes de primer 



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— 95 — 



. órden, no antes sino después de la guerra de 
1870. Las miras políticas atribuidas á esa 
parcialidad han podido alarmar los escrúpu- 
los de la probidad irreprochable que distin- 
jguia á Gutiérrez en literatura como en po- 
lítica. 

Lo que confirmó su temor de que la lite- 
ratura se promiscuaba con. pailas no literarias, 
es el ataque gratuito de 4 que fué objeto por 
un literato español de notoriedad, — solo por 
haber declinado el diploma de la Academia. 
Yo no fui nunca desafecto al señor Villergas, 
á quien, lejos de eso, tenía motivo de mirar 
con el aprecio de un compañero de armas 
en cierta campaña contra un común adver- 
sario. Pero no halló excusable, ni comprendí 
jamás que escogiese para objeto de sus ata- 
ques tan luego al escritor americano que 
mas se habia distinguido por su respeto á 
las tradiciones de la Academia y de la len- 
gua Española; si la razón de esos ataques 
no se explica por alguna instigación oculta, 
de carácter político, contra Gutiérrez, que 
han confirmado en cierto modo las penurias 
de la situación del señor Villergas, — conoci- 
das mas tarde. 

Yo empecé á presentirlas desde que vi á 
un escritor de su mérito, atacar con tanta 
saña á una notabilidad simpática y promi- 
nente del país extrangero que le daba hos- 
pitalidad. Cómo alejar toda sospecha de 



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96 — 



que muchos de los suscritores ulteriores, que 
han socorrido su escaséz, han podido pagar 
los avances que el escritor necesitado tuvo 
tal vez que hacer á pasiones políticas, que 
no eran las del autor de Sarmenticidio? — Un 
poeta, peregrinando con los recursos de Byíon 
ó de Lamartine, no hubiese pagado la hos- 
pitalidad simpática que recibían sus laureles 
con ataques ingratos á la susceptibilidad del 
país de su tránsito. 



A esta altura del escrito se lee la siguien- 
te nota del autor: 

"Llego aquí en el presente trabajo el I o 
de Mayo de 1878, en Paris. 

"Lo empecé en los primeros días de Abril, 
pues el I o recibí la noticia de la muerte de 
Gutiérrez, 35 años menos 5 dias del en que 
dejamos el Plata, en el Edén, para Italia, el 
6 de Abril de 1843." 

Y en seguida: 

"Nació Don Juan María Gutiérrez el 6 de 
Mayo de 1S09, y murió en la misma ciudad 
el 26 de Febrero de 1870, en la calle de Ve- 
nezuela, número 162." 



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— 97 — 



n 



La acción de Gutiérrez sobre su país, no ha 
terminado por su muerte. Los hombres de 
su condición tienen el privilegio de seguir 
ejerciendo desde su tumba, la autoridad y 
poder moral que resultan del sentido y te- 
nor entero de su vida. Son inmortales, como 
la Academia de Francia, maestra en la 
propiedad del lenguaje, titula á sus miem- 
bros, por la razón de que su ejemplo, sus 
máximas, sus obras, sus instituciones, son 
leyes que siguen gobernando el habla del 
país después que han dejado de existir. 

Esto sucede en especial á los que, por las 
circunstancias, las causas reales ó sospecha- 
das, el momento y los efectos de su muerte, 
se ligan con los hechos de la historia con- 
temporánea de su país. 

Gutiérrez ha muerto súbitamente, ó me- 
jor dicho, misteriosamente, en medio de las 



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— 98 — 



fiestas del centenario electoral del general 
San Martin. De resultas de las emociones 
de esa fiesta en que él tomó una parte tan 
capital? Es lo que presume una versión, 
que no se funda en autoridad alguna médi- 
ca, ni en información ó enqueüe que se haya 
hecho para descubrir y determinar la verda- 
dera causa de su muerte. La suposición 
puede ser cierta; como podría también no ser- 
lo. La investigación y explicación del mis- 
terio pueden recibir alguna luz del exámen 
del Centenario en sus verdaderos motivos y 
fines políticos, que no ha podido dejar de 
tenerlos para los que han decretado ó hecho 
decretar el gasto de millones por el tesoro 
público, en medio de una terrible crisis eco- 
nómica, que apenas permite al país pagar 
sus deudas de honor ni hacer gasto que no 
sea urgente y vital. 

La coincidencia del centenario con la épo- 
ca en que empiezan los primeros trabajos 
electorales para preparar y asegurar la pre- 
sidencia venidera, tan deseada por los pro- 
motores principales del centenario, ha podido 
hacer entender á todo el mundo, que obser- 
va y piensa, que su objeto era electoral. 

Cuáles eran las candidaturas á cuya lucha 
oculta servía de teatro ocasional el cente- 
nario de San Martin? Esclarecer este punto 
es encender luz en lá, oscuridad que envuel- 
ve el secreto de muchas ocurrencias coinci- 



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— 99 >— 



dentes con el óeñtenario, y sobre todo can 
el papel de Gutiérrez en ese drama de su 
terminación misteriosa. La historia tiene 
derecho á todas las hipótesis que pueden 
servir al descubrimiento de la verdad, que 
interesa á la Nación. 

Las candidaturas, en el primer período 
de los trabajos electorales, no son de hom- 
bres, sinó de políticas, de sistemas, de par- 
tidos. — En la República Argentina, por las 
condiciones de su historia y de sus intereses 
geográficos y económicos, hay, siempre que 
se renuevan las grandes elecciones, dos po- 
líticas en candidatura, que responden á los 
dos partidos geográfico - económicos en que 
está dividido el país. A cuál de ellos per- 
tenecen respectivamente los promotores del 
Centenario, es lo que nos interesa saber en 
este lugar. 

En la actitud pasiva y abstinente que Gu- 
tiérrez guardaba en su país, no pudo ser 
considerado promotor de una demostración 
de magnitud y costo, que solo el gobierno 
y sus allegados podian llevar á cabo. Gu- 
tiérrez adhirió y cooperó á la fiesta, de que 
no era autor ni promotor, por un patriotis- 
mo desinteresado, que le era habitual. El 
no ha sido ni aspiraba á ser Presidente, aun- 
que lo merecia. 

En todo caso, ¿cuál habría sido, de las 
dos políticas en candidatura, la de su sim- 



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— 100 — 



patía?— Naturalmente, la de toda su vida, la 
nacional, pero entendida como lo está por 
la Constitución de I o de Mayo de 1853, 
la verdadera constitución nacional, y como 
la practicó el gobierno de que filé Ministro 
de Negocios Extrangeros. Esa política ha 
recibido, la sanción de la experiencia en 1853 
porque es ella la que ha producido la pros- 
peridad del país después de su sanción legal 
por la constitución de 1853. 

De cuál de esas dos políticas venía á ser 
obstáculo y objeto de antipatía, la actitud, 
la cooperación, la mira ulterior de Gutiérrez, 
admitiendo que la hubiese ? — Inútil es de- 
cirlo, la política reaccionaria y reformista 
de la que Gutiérrez sirvió, después de la 
caida de Rosas. Pero en política, al menos, 
su muerte ha sido un bien. Su muerte la ha 
servido, sea cual fuere su origen. 

Pero son cabalmente los representantes de 
esa política reaccionaria los que han promo- 
vido el centenario, con un fin que debe 
presumirse electoral, visto que el momento 
elegido para esa fiesta, coincide con el de 
dar principio á los trabajos preparatorios de 
la Presidencia venidera; y que los promo- 
tores de ese Centenario electoral son los 
ex-presidentes, que, en la elección pasada de 
1874, se dividieron en sus aspiraciones á to- 
mar ó retener la presidencia, y que ahora 



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acaban darse de un abrazo de conciliación 
para perseguir unidos la misma mira. 

Así, la conciliación misma, es decir, su 
conciliación de ellos dos, ha sido un trabajo 
electoral, como el Centenario, y, como en 
el Centenario, ha tenido dos miras, dos ob- 
jetos, dos políticas por motivo: uno ostensi- 
ble, aparente, nacional realmente; otro se- 
creto, casero, doméstico, de facción opuesto 
naturalmente al otro. 

Todos los hechos que han surgido y ve- 
nido con la conciliación y el centenario, 
afectan el mismo carácter electoral, en dos 
direcciones opuestas, naturalmente; el nuevo 
ministerio, la nueva política con Chile, la 
nueva actitud para con las Provincias. 

En todo ello, la actitud, papel y sentido 
de nuestro personaje político ha sido el 
mismo, en su color, pasividad, desinterés, 
nacionalismo, patriotismo, que lo hacían ob- 
jeto de antagonismo para sus activos disi- 
dentes, y obstáculo incómodo para las mi- 
ras ulteriores de los patrones de sus anta- 
gonistas. (Esto fué escrito en los primeros 
dias de Mayo, antes de que llegase la noti- 
cia telegráfica del cambio de Ministerio.) 



7 

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— 102 — 



§ 



Que el Centenario de San Martin ha tenido 
dos miras, y, según esas miras, dos sentidos, 
nadie puede desconocerlo. Uno patriótico 
y ostensible, otro electoral y oculto. En un 
sentido ha sido un homenaje á la indepen- 
dencia en la persona de su primer campeón; 
en otro ha sido una mera maniobra reac- 
cionaria de partido, para encubrir un doble 
plan hostil á la independencia, á saber: el 
de preparar y asegurar la elección de la 
Presidencia venidera, y el de asegurar la 
posición indefinida de esa presidencia por un 
apoyo extrangero, contra la resistencia pre- 
vista y natural de las Provincias argen- 
tinas. 

Cada uno lo ha tomado según su mira 
peculiar de ser y de obrar. Inútil es decir que 
Gutiérrez era uno de los que lo tomaron en 
el sentido recto y patriota; y como era na- 
tural, su sinceridad misma era el mayor 
amago que podía recibir la mira oculta y 
secreta del centenario, que era la importante 
y principal de sus principales promotores. 

Su presencia en esa fiesta equívoca y do- 



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— 103 — 



ble, venía á ser un obstáculo, y no servía 
sinó para comprometer el verdadero resul- 
tado tenido en mira. 

En lo complicado y fino de esas manio- 
bras y en los terribles y misteriosos medios 
por la primera vez vistos en el Plata para 
llevarlos á cabo, se reconoce la mano ex- 
trangera y maestra que inicia y coopera por 
sus miras propias, que no son ciertamente 
las de sus instrumentos incautos, aunque 
maliciosos para sus pequeños intereses. 

A nadie se oculta que la persona de San 
Martin no valía la pena de un centenario, 
que no ha tenido Bolívar, mas considerable 
y mas conocido que él en Sud América y 
en todo el mundo; que no ha tenido Napo- 
león I en Francia, ni Wellington, su ven- 
cedor, en Inglaterra. 

Por qué, entonces, se elegía la persona, de 
San Martin, y no la "Revolución de la In- 
dependencia", que sus servicios representan? 
— Primero: Porque aplaudir la persona, era el 
medio de evitar el aplauso á la revolución 
que destruyó en América el poder de los 
Borbones. servidos por el Centenario, que 
sus aliados ó vasallos promovieron. Segun- 
do: Porque la independencia, servida por San 
Martin, no tiene un siglo todavia. 

El Centenaria de Filadelfia, no tuvo por 
objeto celebrar el nacimiento de Washington, 
sino el yacimiento de la República de los 



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— 104 — 



Estados Unidos, es decir, la revolución de la 
independencia, ocurrida en 1776, cien años 
antes del Centenario de 1876, celebrado en 
Filadelfia; como se hará en Francia el año 
de 1889, á los cien años de la data de su 
gran revolución de 1789; como se hará en el 
Plata el 25 de Mayo y el 9 de Julio 1910 
y 1916, si los interesados secretos del Cen- 
tenario de San Martin no salen con la suya, 
como es de esperar. 

El Centenario celebrado en Londres en 
honor de Adam Smith, tuvo lugar en 1876, 
á los cien años, no del nacimiento de Smith, 
sinó de la publicación de su libro inmortal 
sobre la riqueza de las naciones, verdadera 
revolución social, que ha enriquecido á los 
dos mundos, desde 1776. 

Pero, valía la pena de un centenario el 
nacimiento de un argentino que estaba en 
España sirviendo á su Rey absoluto, cuando 
sus compatriotas sacudieron su autoridad en 
América, el 25 de Mayo de 1810? — que dejó 
el servicio del Rey, para venir á su país en 
1812, cuando su país estaba ya libre de Es- 
paña por la revolución de 1810, y por la 
victoria de Belgrano, obtenida en Tucuman, 
cabalmente en el año en que San Martin 
volvió á su país? — el Centenario de un ge- 
neral que solo dió dos batallas en Chile, las 
cuales no fueron ni las primeras ni l&s últi- 
mas de la guerra de la independencia? 



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— 105 — 



Que fué al Perú, donde tomó su gobierno 
por un golpe de Estado y lo ejerció dos 
años, hasta que, sublevado el país contra su 
ministro, abdicó el gobierno ante su congre- 
so, que convocó para entregaiie el poder que 
se tomó por sí mismo; después de lo cual 
envainó su espada, sin estar acabada la cam- 
paña, y ^e volvió á Europa, dejando la mi- 
tad de su país que fué á libertar, (el Alto 
Perú Argentino), ocupado por los realistas 
españoles, hasta que Bolívar los echó de 
allí, por su victoria de Ayacucho, y dispuso 
del suelo argentino, que San Martin le dejó 
emancipar de España y del Plata? 

Que se quedó treinta años en la Europa, 
donde está todavia.su cuerpo, y su espada 
que legó en testamento al Dictador Rosas? 

Puede parecer duro recordar estos hechos 
capaces de disminuir el prestigio de un guer- 
rero célebre, pero es mas duro poner en. 
ridículo á su país, personificando en tal hom- 
bre la gran revolución de la independencia 
de un mundo, porque así conviene á los que 
perdieron la dependencia en que tuvieron á 
ese mundo. 

San Martin no tiene mas valor que el que 
le dan algunos servicios incompletos hechos 
á una gran revolución. — Es esta revolución 
la que merecia un Centenario, — no su im- 
perfecto servidor. Pero como no hace un 
siglo que esa revolución estalló, no podía 



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— 106 — 



haber centenario, por el estilo del de Fila- 
delfia, sin caer en un absoluto idiotismo. Es 
lo que ha sucedido en el Plata. Los que 
necesitaron (?) de esa farsa (?), para cubrir sus 
planes de contra-revolución, se han burlado 
de Buenos Aires y de la Nación hasta el 
insulto mas insolente. 

En efecto, la idea de celebrar el centena- 
rio de un general de la independencia ar- 
gentina, ya que no es tiempo de celebrar el 
centenario de la independencia misma, que 
dista mucho de tener un siglo, no cabe en 
otro espiritu que el de cubrir con un pre- 
texto deslumbrante una contra revolución en 
favor de los Borbones que con razón han 
tomado parte en el centenario electoral, 
representados por sus aliados ó vasallos del 
Plata, que cuentan representarlos á ellos en 
el ejercicio de la Presidencia venidera, para 
no dejarla salir de sus manos en un siglo, 
con la ayuda de los Borbones. restaurados 
en el común interés de ellos y de sus vasa- 
llos Presidentes. 

En esa dirección llevan al país los que 
lo han sumido en la crisis de su actual pos - 
tración. Hasta cuando? hasta qué límites? 
Hasta que la crisis llegue á un extremo que 
justifique la solución final, que preparan y 
buscan en el interés común de los Protecto- 
res y de los protegidos á que acabamos de 
aludir. 



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— 107 — 



Ya los aliados del Brasil en el Perú han 
hecho esta palabra de orden, á fuerza de re- 
petirla en voz baja: que la República Argen- 
tina es un país perdido. — Perdido, se entiende, 
porque-no tiene y es incapáz de gobierno; y 
como ellos entienden por gobierno, solo el 
que puede ser desempeñado por ellos, la fra-* 
se viene á resolverse en esto: — el país está 
perdido, si el gobierno sale de sus manos. Y 
como no pueden recuperarlo por el mismo 
método con que lo han perdido, no les que- 
da otro recurso de seguir poseyéndolo, que 
dar al país, destituido radicalmente de go- 
bierno propio, el préstamo del gobierno im- 
perial del vecino que está dispuesto á cederlo, 
á condición de ejercerlo por la mano de sus 
aliados ó vasallos: condición conciliatoria de 
la independencia con el vasallaje protector. 

Esa entrega se haría por un tratado in- 
ternacional, de protectorado, (sin este nombre, 
bien entendido,) cuidando,» al contrario, de 
darle el aire decente de algún otro vinculo 
lícito, de carácter internacional, como, por 
ejemplo, de amistad, de comercio, de alianza 
de revisión de algún antiguo tratado, por 
el estilo ruso-tui co del tratado de San Este- 
ban. La República Argentina no está me- 
nos vencida y menos á la merced de su Rusia 
negra, que lo está la Turquía, con esta di- 
ferencia, que el Plata no tiene en su vecin- 
dad Occidental una Inglaterra, que alarme 



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— 108 — 



á la América toda amenazada por esa con- 
quista oculta en sus comunicaciones libres 
con el Oriente, es decir con la Europa, fuen- 
te de una vida de paises civilizados. 

Esos son los mismos hombres que han gri- 
tado veinticinco años contra los Caudillos 
que se eternizan en el gobierno; y contra 
Napoleón III y los Almonte y Gutiérrez Es- 
trada, por cuyo conducto intentó fundar en 
Méjico un Imperio subordinado al suyo. 

Los patriotas argentinos, opuestos á la 
repetición de esa mira en el Plata, no podían 
dejar de ser obstáculos dignos de desapa- 
recer. 

Gutiérrez pertenecía á ese número, sin que 
por esto pretendamos hacer de sus' rivales 
la responsabilidad de su desaparición, que 
tan bien sirve á sus miras. 

Si ellos no han muerto á Gutiérrez, su 
muerte les ha venido tan bien, les ha ser- 
vido tanto, les ha venido tan apropósito, 
que se diría como mandada hacer para ellos 
y por ellos. 

Todo lo que queremos decir es, que, sea 
la mala voluntad de los hombres, ó sea la 
mala voluntad del destino, la que ha herido 
á Gutiérrez, el golpe ha caido sobre la cau- 
sa nacional argentina que le tenía por uno 
de sus apóstoles mas puros. 

No queda mas que un medio de reparar 
esa pérdida desastrosa, y es el de reprodu- 



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— 109 — 



cir su figura histórica en los rasgos que la 
hacen mas ejemplar y edificante, á fin de que 
la muerte no le impida hacer á la Nación 
el bien que le hubiera hecho estando vivo; 
no solo en la crisis electoral que se apro- 
xima, smó en todas las crisis de su género 
que se repitan en lo futuro con ocasión de 
elegir una políiica para el gobierno de la 
República Argentina. 

Tal ha sido el objeto del autor en la re- 
dacción de este libro, y tal será la razón 
que lo haga de un interés permanente, si el 
autor no se alucina. 

Mientras viva la memoria de Juan Maria 
Gutiérrez, sus máximas, su ejemplo, el sen- 
tido y tenor de su vida, serán un recurso 
para la República Argentina, cada vez, que 
en las frecuentes crisis de su historia nece- 
site consejos sanos, imparciales y patrióticos. 
— Ellas responden plena y completamente 
á las necesidades de su existencia libre y 
moderna. 



§ 

Pero no por eso este libro viene á ser un 
programa ó manual de política argentina, 
en las miras del autor. También es un tri- 
buto piadoso que tiene el consuelo de pagar 



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~ 110 — 



á la memoria de una amistad casi tan larga 
como su vida. Yo no podría recorrer con 
los recuerdos mi existencia pasada, sin en- 
contrarme á cada paso en la sociedad de 
Gutiérrez, en Buenos Aires, en Montevideo, 
en el Mar, en Italia, en Francia, en Chile, 
en Lima, en Valparaíso; en los estudios, en 
los paseos, en las fiestas y banquetes, en la 
política, en sus preocupaciones, en las ale- 
grías y tristezas nacionales, en la vida pri- 
vada y en la vida pública. 

De recuerdos de esta clase se compondrán 
los siguientes capítulos sin sujeción á méto- 
do ni aliñamiento, de que las impresiones 
del corazón son incapaces. Pero cada re- 
cuerdo será de algún acto, de alguna cua- 
lidad, de alguna escena ó cosa capaces de 
servir para dar una idea mas perfecta del 
hombre notable á quien son consagrados. 

Así, yo pido al lector mil perdones si en 
estos recuerdos tengo á veces que mezclar 
mi persona para llenar mejor mi objeto. 

Me mezclaré solo para mejor hacerlo ver. 
Seré el marco de su cuadro, él pedestal de 
su busto. 

Gutiérrez estaba en la flor de su juventud, 
cuando tuve la suerte de conocerlo y con- 
traer su amistad, para toda la vida. Ten- 
dría entonces veinticinco años. Las letras y 
su cultivo fueron la ocasión de nuestro co- 
nocimiento. El parecía no tener otro que 



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— 111 — 



absorbiese su atención, sin embargo de la ele- 
gancia rara de su persona y modales, que 
lo hacían propio de la mas brillante sociedad. 
No ponía los piés en bailes ni salones. Rey 
de los leones, no se trataba con ninguno de 
ellos. La reserva de su vida apartada y 
siempre doméstica era tan inexplicable, que 
se hubiese tomado como coquetería, por el 
que ignoraba que era la costumbre y rutina 
en que fué educado por su padre. 

Su contacto de predilección era el de un 
jóven que se le parecía por las condiciones 
de su educación recibida en Europa. Ese 
jóven, D. Juan Thomson, y otro por el es- 
tilo, también educado en Europa, D. Estevan 
Echeverría, fueron las relaciones de Gutiér- 
rez, originarias de esa especie de europeismo 
de su espíritu, que lo distinguió toda su vi- 
da. La relación de Thomson, aunque ca- 
páz por sí sola de explicar muchos adelantos 
en Gutiérrez en esa dirección, le trajo otra 
relación mas importante, ó que fué al menos 
la que mas influyó en la educación de so- 
ciedad y de mundo de Gutiérrez. Fué la de 
la señora madre de su amigo, doña Maria 
Sánchez de Thomson, mas tarde, por su se- 
gundo matrimonio, Madama de Mendeville, 
personalidad importante de la mejor socie- 
dad de Buenos Aires, y sin la cual es im- 
posible explicar el desarrollo de su cultura 
y buen gusto. Su gran fortuna y su talen- 



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— 112 — 



to hicieron por largo tiempo de su casa y 
de su sociedad un toco de elegancia y de 
buen tono. Como viuda de Thomson, uno 
de los contemporáneos y colaboradores de la 
revolución contra España, Doña Maria Sán- 
chez se distinguía por su liberalismo ilustra- 
do, y mas tarde por el europeismo culto de 
su espíritu, con motivo de su segundo ma- 
trimonio con M. de Mendeville. El papel 
de Madama de Mendeville en la sociedad 
de Buenos Aires, ha sido comparado mas 
de una vez con el de Madama de Sevignó, 
en Frarcia, por su talento, cultura y buen 
gusto, sin sombra de pretensión literaria. 
Si no se ha reunido y publicado su corres- 
pondencia, no es porque no lo merezca; pe- 
ro lo variado y numeroso del círculo de sus 
corresponsales, ha suplido á la publicación 
de una labor, que tal vez quede inédita pa- 
ra siempre, en daño de las letras argentinas, 
del mérito mas distinguido y original, por 
ser el mas simple, natural y doméstico. 

Si me he extendido en detalles sobre esta 
amistad de Gutiérrez, es por la gran influen- 
cia que ella tuvo en su educación y carácter de 
hombre de sociedad y de mundo. Madama de 
Mendeville ha sido la segunda madre de Gu- 
tiérrez en su instrucción intelectual y social. 
En el espíritu y buen gusto, en la cultura 
del trato, en sus maneras europeas de buen 
tono, en su gasto por lo simple, elegante y 



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— 113 — 



distinguido, en su amor al progreso de nues- 
tra cultura argentina, eran la madre y el 
hijo en lo parecidos. Gutiérrez, sin embar- 
go, no frecuentaba sus salones, que eran los 
del mejor tono en Buenos Aires, por la re- 
serva habitual de su vida de hombre ocupado 
en sus estudios y trabajos que exijen reco- 
gimiento y concentración. 

En este terreno sus relaciones habituales 
eran las de sus amigos cuyos hábitos, gus- 
tos, estudios y tendencias armonizaban con 
las suyas. Se sabe cuanta influencia tienen 
en la suerte de los hombres y las socieda- 
des esas ligas sin vínculo formal, sin regla- 
mento, Ubres como las sensaciones y los 
gustos. 

Una de esas relaciones de Gutiérrez fué 
la de D. Estevan Echeverría, jóven enton- 
ces, que llegaba de Europa, donde habia re- 
cibido educación é instrucción nada común. 
Traía á su país, Buenos Aires, todo lo que 
estaba en la atmósfera agitada de la socie- 
dad francesa de la revolución de Julio de 
1830. Echeverría no habia pasado sus años 
de París en los cafés de los boule vares, en 
el bosque de Boulogne — que entonces no exis- 
tia — ni en los teatros, como ha sido de mo- 
da en años posteriores entre la juventud 
argentina que visitó á París en busca de 
cultura. Dotado de medios y de buena di- 
rección, Echeverría, bien introducido, fre- 



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— 114 — 



cuentó sociedades y gentes elevadas, en que 
vió de cerca, v. g., á hombres como Destutt 
de Tracy, Manuel, Benjamín Constant y otras 
eminencias de la Restauración. 

Regresado á Buenos Aires después de al- 
gunos años por conveniencias de su posición 
privada, habitó la campaña y se ocupó de 
intereses rurales, es decir de lo mas serio 
ó importante que nuestro país contiene. Es- 
to añadió á su cultura europea de carácter 
general, el positivismo sério que lo distin- 
guía, sin perjuicio de su espíritu siempre li- 
beral y progresista. 

Hablando de Echeverría no salgo de mi 
objeto, pues había mucho de él en Gutiér- 
rez, lo cual quiere decir que había, por ese 
lado, un caudal adicional de bueno, de ho- 
nesto, de culto, como era su amigo Don Es- 
tevan. Fué, en efecto, Echeverría el que 
inició á Gutiérrez en la novedades del mo- 
vimiento literario é intelectual, conocido en 
Europa bajo los nombres de romanticismo, 
eclectismo, esplritualismo. El familiarizó 
á sus amigos con los nombres y las obras 
de Victor Hugo, de Dumas, de Alfredo de 
Musset, de Byron, de Goethe, de Schiller, etc. 

Imbuida en el espíritu de esa agitación, 
una porción avanzada de la juventud de Bue- 
nos Aires no tardó en buscar aplicaciones 
de ella á las necesidades del progreso argen- 
tino. Naturalmente fueron Gutiérrez y Eche- 



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— 115 — 



verria los que se encontraron á la cabeza 
de la agitación progresista que comenzó en 
la juventud y se manifestó por publicacio- 
nes y por sociedades literarias. 

La condición social del país era afligentc 
por lo miserable y atrasada, en institucio- 
nes libres sobre todo. Los principios de la 
revolución de la independencia vacian 
olvidados y sin aplicación. La juventud 
estudiosa y séria no podía dejar de darse 
cuenta de esa situación y de sentir la mi- 
sión á que estaba llamada por el legado de 
una grande época y de una generación he- 
róica: un movimiento unionista de asocia- 
ción dió principio, y la joven generación Ar- 
gentina, vió convocado y reunido el primero 
de los Estados generales, en la congregación 
de un núcleo que se llamó la Asociación de 
Mayo, en la que Gutiérrez y Echeverría 
fueron las figuras mas prominentes, y de 
cuyo seno partieron los trabajos literarios 
iniciadores de un nuevo periodo de la histo- 
ria argentina. 

Con ese movimiento, pacífico todavía, 
coincidió la explosión de la cuestión fran- 
cesa de 1837, con la Dictadura del general 
Rosas, sobre la asimilación de los franceses 
á los ingleses en el goce de los derechos 
civiles relativos á la persona, á la propiedad 
y el derecho al trabajo, que la Francia re- 
clamaba en nombre de la civilización mo- 



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— 116 — 



(lerna, y que la Dictadura le negaba en 
nombre de su naturaleza voluntariosa y vio- 
lenta. La juventud argentina reconoció en 
ese duelo el de la civilización y la barbarie, 
y simpatizó con la causa del derecho, que 
el despotismo hollaba á la vez en el extran- 
gero y en el argentino. 

Pasado el movimiento intelectual al terre- 
no de la acción, la fuerza de esa situación 
arrancó de su hogar esclavizado á la juven- 
tud patriota y la obligó á buscar en la 
emigración á suelo extrangero la libertad 
de pensar, de escribir y de obrar, en favor 
de su país. 

Fué Gutiérrez uno de los primeros jóve- 
nes que dejaron á su país en ese tiempo, no 
sin haber ilustrado antes su memoria por el 
honor de un martirio, que sus amigos tenian 
derecho de envidirle. Gutiérrez, tuvo el 
honor de llevar grillos en sus pies y de 
habitar tres meses un negro calaboso, por 
el noble crimen de sus ideas de libertad y 
de pátria. Pasó á Montevideo después de 
su glorioso martirio, y ese cambio decidió 
de los destinos de su vida de hombre pú- 
blico y de hombre de letras. En Montevi- 
deo brilló en los dos sentidos, pero su vida 
de acción debía quedar para mas tarde y 
para otra arena. 



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— 117 — 



§ 



Montevideo, donde Gutiérrez no figuró 
activamente en la política activa de su país, 
fué, sin embargo, su mejor escuela de políti- 
ca argentina, por su contacto estrecho y 
continuo con hombres como Rivera Indarte, 
Florencio Várela, Juan Cruz Várela, poetas 
y publicistas, á la vez que soldados de la 
política argentina militante que hacia la 
guerra á la Dictadura de Rosas. Allí sirvió 
Gutiérrez á la libertad de su país con las 
armas de Tirteo y de Quintana: con su li- 
ra de guerra. En un Certamen poético, con 
que fué conmemorado el 25 de Mayo de 
1810, Gutiérrez cantó la gloria de ese dia 
en que nació la República Argentina, y su 
canto fué laureado por los jueces del arte 
y por el jurado de la pública opinión. Ja- 
más tuvo Gutiérrez dia mas hermoso que 
ese glorioso dia de su brillante juventud. 
Yo lo vi inclinarse con su rubor habitual, 
para recibir la medalla de oro que le vahó 
el triunfo de su génio, en medio de estruen- 
dosos aplausos. 



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— 118 — 



Querido de todos, buscado de todos . pasa- 
ba á veces por conflictos difíciles, en que 
ponian á su imparcialidad neutral las divi- 
siones de sus amigos y compatriotas refu- 
giados en Montevideo, procedentes mas bien 
de la edad que de los principios: los viejos 
liberales del partido unitario, por ejemplo, 
y los liberales jóvenes que no eran federa- 
les ni unitarios, sinó argentinos. Solicitado 
una vez por los primeros para dejar la co- 
nexión de un joven amigo suyo, señalado 
entonces por intransigente, no encontró Gu- 
tiérrez mejor razón que ese empeño, para 
dar mas ostentación y notoriedad á su ad- 
hesión y respecto al amigo joven, que sus 
disidentes no sabian, según el, valorar de- 
bidamente. Nada es mejor prueba de la 
independencia caballerezca de su carácter, 
que el testimonio de ese rasgo, cuya auten- 
ticidad nos consta directamente. Hay que 
añadir, que esa actitud podia costar tan 
caro á su interés, como la otra á su con- 
ciencia. 

El intransigente que se quería aislar, es 
el que escribe estas líneas; y el de aquella 
solicitud, era el ilustre publicista D. Floren- 
cio Várela. Estas páginas prueban tal vez 
que Gutiérrez no se engañó en ser conse- 
cuente á su amigo. — Y cuántas otras de mi 
mano no han probado y probarán que el 
engañado fué mi honorable antagonista, á 



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— 119 — 



quien he pagado después de sus dias, el 
homenaje justo, pero raro, de hacer mias 
propias sus doctrinas concernientes á las 
cuestiones argentinas! 

Fuera de las de su familia, todas las afi- 
nidades de su corazón estaban en Montevi- 
deo; todas sus mejores amistades, antiguas y 
jóvenes. Montevideo asilaba en sus murallas 
toda la flor de la sociedad de Buenos Aires. 
Madama de Mendevílle se. hallaba también 
en Montevideo, no por temor de persecución 
de Rosas, pues el Dictador, su amigo de la 
primera juventud, la tuteaba; sino por la 
repulsión instintiva de su carácter para todo 
despotismo. Su salón era un centro del 
mundo político y diplomático. Gutiérrez era 
de él, pero no del todo, á causa de su habi- 
tual distancia del mundo ruidoso y especta- 
ble. Toda la cuestión franco-argentina podía, 
sin embargo, verse trasparente desde ese 
centro, que era una escuela rica de enseñanza 
para un joven publicista. 

Transcurrido ese periodo de vivas alterna- 
tivas, agradables y tristes, como sucede en 
el curso de toda gran cuestión de vida ó 
muerte para la libertad de un país; desva- 
necidas todas las esperanzas públicas, por 
los desastres militares de la causa liberal 
argentina, Gutiérrez decidió dejar á Monte- 
video, para alejarse todavía mas de la tiranía 
de su país, que ya invadía ese refugio en 



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— 120 — 



1843. Los franceses nuestros aliados, ha- 
bían firmado la paz con Rosas. El ejército 
libertad ar argentino, había desaparecido, y 
la guerra quedaba reducida á la de Orien- 
tales y Argentinos. Vencedor de los prime- 
ros, el ejército de Rosas marchaba sobre 
Montevideo, que improvisaba su defensa 
contra el sitio, que debia durar nueve años. 
Ante esa perspectiva, Gutiérrez, que era ar- 
gentino, sin vínculo alguno obligatorio con 
el gobierno de Montevideo, no creyó violar 
ningún deber al ausentarse de esa plaza, en 
compañia de su amigo, el que esto escribe, 
y lo hubiera sido de Echeverría, si sus me- 
dios, comprometidos súbitamente, le hubie- 
ran permitido salir. Otros que no pudieron 
hacer como Gutiérrez, criticaron, natural- 
mente, su conducta, porque no quedó estéril- 
mente expuesto á tener el fin que allí tuvie- 
ron Rivera Indarte, Echeverría, Florencio 
Várela y tantos otros que no pudieron sobre- 
vivir á las miserias del eterno sitio. 

Lejos de desertar la causa de su país ale- 
jándose de Montevideo, Gutiérrez le conser- 
vó intacto el poder de hacerle mas tarde el 
incomparable servicio de colaborar en su 
organización liberal, de salvar la integridad 
de su territorio y de hacer reconocer su in- 
dependencia por España, como Ministro de 
Relaciones Extrangeras del vencedor de Ori- 
be y de Rosas, que le tocó ser un dia. 



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Salir de Montevideo en ese tiempo no era 
cosa de ejecutarse sin peligro. Reinaba el 
estado de sitio mas rigoroso. El ministro 
de la guerra general Pacheco y Obes, había 
impuesto penas terribles contra todo infractor 
de la absoluta prohibición de salir de la pla- 
za sitiada, por mar y tierra. Una estrata- 
gema feliz vino á proteger la seguridad de 
nuestra salida, que debimos á la influencia 
generosa de Madama de Mendeville. Mez- 
clados á un grupo de oficiales de la marina 
francesa, que pasó en su casa la soirée, nos 
trasladamos á una fragata de guerra de su 
escuadra fondeada en el Puerto, sin ser aper- 
cibidos ni molestados por nadie. De allí nos 
trasladamos al Eclen, que nos tomó para Ita- 
lia, á los dos dias. 

El Edén, era un bergantín mercante, del 
Piamonte, que solo tenia doscientas tonela- 
das: fino y sutil, como un buque de guerra 
ó de corso. Lo conocí por Garibaldi, que 
me dió noticia de él y de su próxima salida, 
sin sospechar la trascendencia de su infor- 
me accidental, que obtuve de este modo. 



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— 122 — 



Encontrándome accidentalmente en el Mi- 
nisterio del señor Lamas, Gefe Político de 
Montevideo: 

— Qué anda V. haciendo por acá? pregun- 
té á Garibaldi. 

— Ando, me contestó, con el objeto de 
conseguir que el gobierno compre un buque- 
sito italiano, fondeado en el puerto, para 
armarlo en guerra, pues parece que hubiese 
sido construido ex- profeso para la guerra. . . . 

Y se extendió sobre las calidades del Edén, 
como me lo nombró, y de todo lo que po- 
dría realizarse en favor de la defensa de la 
plaza con el auxilio de tan preciosa nave. — 
Teniendo el plan de nuestro viaje ya for- 
mado, tomé nota de la revelación preciosa.- - •■ 
Visité al dia siguiente el Edén, con mi amigo 
Don Melchor Beláustegai, que lo encontró 
tal como Garibaldi me lo habia pintado, y 
él mismo se ocupó de tomar dos plazas para 
Génova, sin dar el nombre de los pasageros, 
que solo fueron conocidos del capitán Fer- 
rare, al tomarlos de la fragata francesa en 
que esperaban su salida, el 6 de Abril de 
1843. Los oficiales franceses, al verlo á la 
vela, confirmaron la opinión de Garibaldi y 
nos dieron mucho aliento por lo exiguo del 
bajel para cruzar el Atlántico. 

Aunque ligados con el general Garibaldi, 
(á quien yo mismo habia introducido no ha- 
cia dos meses al conocimiento del general 



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— 123 — 



Paz, Gefe de la plaza,) no creí deber darle 
conocimiento de nuestro proyectado viaje. 
Pero Cuneo (D. J. B. ), su amigo y nuestro, 
que no servia al gobierno, era miembro im- 
portante de la asociación de la Joven Italia, 
y nos dió numerosas y valiosas cartas de 
recomendación para sus correligionarios de 
Génova, amigos todos de Mazzini, entonces 
refugiado en Londres, y, para el mismo Ma- 
zzini, una caita que nos acercaría de él, si 
llegábamos á Londres. 

Por consejo del capitán, rompimos esta 
carta, que podía exponernos, según el, á 
vegetar por años en un calabozo italiano. Pero, 
las otras nos fueron de grande utilidad, so- 
bre todo á Gutiérrez, que como conocedor 
de la lengua 3^ de la literatura italiana, pro- 
dujo en la brillante sociedad de los amigos 
de Mazzini, un entusiasmo extraordinario. 
— En los labios de esas gentes puras y ama- 
bles, aprendimos á admirar la grande y 
bella alma del Tribuno de la Italia, cuya es- 
tátua ornamenta hoy dia las playas, no de Gé- 
nova, su país nativo, sinó de la República 
Argentina, en medio de la república italia- 
na, emigrada en un mundo que debe á un 
italiano su descubrimiento, á otro su nom- 
bre, á otro su parte de libertad y puede to- 
davía deber su unidad al grande y legendario 
unificador de Italia. Mazzini en el Plata no 
es un desterrado. Habita el corazón de 



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— 124 — 



Italia, donde representa tres ideas, que son 
tres hechos y tres monumentos, á saber: la 
independencia, la unidad de Italia, y Roma 
por Capital de la Nación. 



§ 

El Edén, tan simpático para Garibaldi, ex- 
almirante de la República brasilera del 
Piratiní, parecia recomendarse por esos pre- 
cedentes al mal genio del Imperio, tomado 
el caso del punto de vista supersticioso. En 
sus costas estuvimos á punto de perecer á 
los cinco dias de navegación, por una tem- 
pestad que causó al Edén estragos de que 
solo tuvimos conciencia cuando los vimos, 
al desembar en Italia. En esa ocasión si- 
niestra, dió Gutiérrez la prueba de un coraje 
frío y militar, que á ios marinos causó admi- 
ración, pues no se desmintió un solo instan- 
te en los tres dias que duró la tempestad, 
durante los cuales no durmieron los oficia- 
les, ni se hizo fuego á bordo. 

Todo cambió en las condiciones de la vida, 
cuando el Edén entró en los mares de la 
zona tórrida. La temperatura dulce y sua- 
ve de los trópicos, la constancia de las bri- 
sas alisias, la regularidad de la vida que 



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— 125 - 



ellas permiten, la animación y serenidad 
de la naturaleza en esas regiones, el aire 
poblado de peces voladores y de aves mas 
abundantes que en las campañas, los colores 
panoramáticos del ambiente, las constela- 
ciones nuevas, el cielo y sus astros, que se 
reflejan en las aguas chispeantes del mar 
tórrido; todo convidaba á la vuelta de los 
hábitos de la vida regular que se lleva en 
una campaña agradable, por algunas sema- 
nas al menos del viaje que* duraba mas que 
hoy, cuando la navegación á vela no habia 
cedido su lugar á la de vapor. Las lectu- 
ras agradables absorbían la mañana. ¿Cual 
mas agradable, que la de los poemas marí- 
timos de lord Byron, inspirados tal vez co- 
mo los leiamos, á la sombra de las velas, al 
ruido armonioso de las olas, en el silencio 
animado de los mares! Ya fuese inspira- 
ción de esa literatura, ya de las escenas que 
la inspiraron á ella misma, yo emprendí por pa- 
sa tiempo la composición á que di el nombre 
de El Edén. Lo que yo escribía en prosa por 
la mañana, Gutiérrez lo ponia en versos ele- 
gantes por la noche. Yo le dejaba entera 
libertad, pero él no la tomaba. Cuanto mas 
se alejaba de mi texto, mas contento esta- 
ba yo, pero él lo estaba menos. El manan- 
tial era el mar, el pensamiento, la poesía 
de Byron. El mar es un mundo en el fondo y en 
la superficie; es un mundo de tesoros y de her- 



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— 126 — 



mosura, de bellezas y de horrores, de paz y 
de movimiento. 

A las nueve de una noche de luna, de 
calma en el mar, de dulce temperatura, unos 
conversábamos alegremente en la cubierta, 
el capitán dormía, Gutiérrez versificaba en 
la Cámara, á la luz de su lámpara. El ca- 
pitán nos habia dicho una hora antes, que 
si no fuese de noche hubiésemos visto tal 
vez tierra. Se referia al Penedo de San 
Pablo, peñón solitario, situado á dos grados 
al Sud de la línea equinoccial. Las velas 
del buque estaban de modo que nos impedían 
ver la proa. Nadie soñaba en peligro de 
ningún género. Pero, de repente, un grito 
de alarma nos llenó de terror. Era el del 
último fin. Todos, de un golpeónos vimos 
reunidos en la cubierta. Millares de pája- 
ros gritones se agitaban en el aire, hacien- 
do sombra en la luz de la luna. Qué ocur- 
ría? A diez metros, temarnos al costado 
el Penedo de San Pablo, en que por milagro 
dejó de estrellarse el Edén, y perecer buque 
y tripulación; pues, dormido el centinela de 
proa, el primer signo del desastre, habría 
sido el desastre mismo. No dormimos en 
toda la noche, de pensar en el riesgo y en 
la escapada providencial. Cuando el grito 
de alarma llegó á nuestros oidos, ya el pe- 
ligro estaba pasado. Gutiérrez, que en ese 
momento estaba absorbido por su trabajo 



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— 127 — 



poético, hubiera perecido, en caso de desas- 
tre, como en el Centenario, de repente y en- 
tre ilusiones poéticas, junto con su amigo, 
en quien pensó y de quien se ocupó también 
la noche del 25 de Febrero de 1878, escri- 
biéndole y describiéndole una pompa de la 
pátria, antes de dormir el sueño de que no 
despertó mas. Quién nos dirá si no escolló 
en algún Penedo, cerca del cual estaba sin 
saberlo! 

Ha producido algo El Edén? Ha tenido 
sucesión? Yo sospecho que el Peregrino vie- 
ne del Edén, como el Edén de Childe Ha- 
rold. Tales parentescos no se prueban sinó 
por sospechas. 

Gutiérrez me preguntó una vez si Mar- 
mol conocía el Edén antes de concebir su 
Pereqrino. Vuelto de Europa, yo viví con 
Marmol en Rio de Janeiro, todo el mes de 
Enero de 1844. Hablando del Edén, quiso 
conocer algo del manuscrito. Yo no tenía 
sinó mi prosa. Recostado en un sofá, me 
escuchaba un dia la lectura de algunos tro- 
zos, y recuerdo que mas de una vez se le- 
vantó, se compuso el jopo y exclamó entu- 
siasmado: Qué originall qué nuevo! Es una 
poesía sin precedente! 

Hubimos de ser compañeros de viaje para 
Chile, en el Tobías. Marmol lo vió, y tuvo 
miedo de embarcarse en él. Yo vi la Rume- 
na, buque chileno, que él prefirió, y yo tuve 



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— 128 — 



miedo. Los dos teníamos razón. Yo puse 
setenta dias para ir de Rio á Valparaíso y 
Marmol empleó 90 (?) dias en ir al Cabo de 
Hornos, y volver á Rio de Janeiro. En esa 
peregrinación compuso El Peregrino. La com- 
posición del poema, si tal puede llamarse, 
duró tanto como el viaje, es decir dos me- 
ses, que hoy se reducen por vapor á treinta 
dias; pero dos meses que pasaron como dos 
semanas. 

Para gentes de estudio, un buque de vela 
es preferible á un vapor. Entre uno y otro 
hay la diferencia de una casa de familia á 
un café. Dos lenguas se hablaban á bordo: 
el italiano por algunos, el español por todos. 
Gutiérrez se encontraba en su elemento. El 
tiempo que no daba á su literatura, era para 
la geografía, cuyo estudio es un encanto 
cuando se hace viajando. Había niños y 
mujeres, gentes simples todas. 

De noche le pedían á Gutiérrez, que les 
contase historias. Mas de una vez me dis- 
gustó verle condescender; y resignado á pa- 
sar un rato de fastidio, me sentí poco á poco 
interesado en la narración, como el primero 
de los niños: tal era el encanto de su pala- 
bra y la fertilidad de su ingenio. Yo no he 
conocido hombre mas bien dotado para la 
palabra simple y familiar. Es el único 
hombre por quien he conocido el sentimiento 
de la envidia, — á escepcion de Byron. Es 



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— 129 — 



verdad que yo le tenia una simpatía apasio- 
nada. Todo él era pura elegancia á mis 
ojos. Hasta dormía con gracia; lo contra- 
rio de Marmol, que (?) cuando dormía, con 
él dormian el pudor y la poesía. 



§ 

Hijos ambos de padres españoles, al ver 
las montañas de Andalucía se acabó nues- 
tra vida sedentaria. Lo contrario de lo su- 
cedido al autor de Childe Harold, el Medi- 
terráneo y sus costas históricas pusieron fin 
á nuestro trabajo literario. Desde que el 
Edén se halló en su presencia, los viajeros 
estuvieron siempre sobre cubierta con el an- 
teojo en la mano, y con Balbi y sus cartas 
y sus noticias geográficas, históricas y esta- 
dísticas. 

Partido el Edén del Plata, el 5 de Abril, 
fondeó en Italia el 6 Junio. En veinte dias 
de residencia en Génova, la ciudad nativa 
de Colon, Gutiérrez vivió absorto en el arte, 
en la historia monumental, y en las mara- 
villas sin cuento que esa rica y opulenta 
ciudad ofrece á la contemplación del viaje- 
ro atento y estudioso. El conocimiento del 
idioma y de la literatura italianas, y el 



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— 130 — 



trato hospitalario y generoso de la brillante 
pléyade mazziniana que nos acogía y hos- 
pedaba, hizo su mansión de Génova la mas 
amena y provechosa de todo su viaje á 
Europa. 

Una tarde, después de comer y de fumar 
en la sociedad mas animada con nuestros 
nuevos amigos italianos, fuimos acompaña- 
dos por ellos hasta la diligencia, donde re- 
cibimos sus abrasos y besos de adiós — dados 
en la boca al estilo italiano, — quedando yo 
casi embriagado por el sabor al tabaco, que 
no me era familiar; y de lo cual reia con 
el mejor buen humor. 

En Turin, bien que recomendados á Bro- 
fferio, orador y publicista célebre, y á otras 
notabilidades, Gutiérrez estuvo feliz con un 
hallazgo inesperado que allí hizo en la per- 
sona de Ferrari, antiguo empleado de mu- 
chos años en Buenos Aires, para el cuidado 
y manejo de los instrumentos y máquinas, 
que servían á los estudios de física expe- 
rimental, en la Universidad. Gutiérrez le 
conocía íntimamente, y estaban ligados por 
una amistad de muchos años. Ferrari se 
apoderó de él, le presentó todas sus relacio- 
nes, le hizo ver lo mas interesante y curio- 
so de la Capital de los Estados Sardos, y 
por fin se lo llevó á Biela, pueblito situado 
al pié de los Alpes, donde estaba su fami- 
lia, y donde Gutiérrez encontró la hpspita- 



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— 131 — 



lidad amable y fina de su familia en Bue- 
nos Aires. 

Esa circunstancia me privó del gusto de 
visitar juntos en Chambery (Saboya) la casa 
de Madama Warens, ó mejor dicho, del cuar- 
to que en ella habitó J. J. Rousseau; la de 
madama de Staél, en Coppet; el calabozo de 
Bonivard, en el Castillo de Chillón, Clarens, 
en Lucerna, teatro de las principales esce- 
nas de la Nueva Eloísa; y por fin, la casa 
Deodatti, sobre el Lago de Ginebra, que ha- 
bitó lord Byron y donde escribió varios de 
sus poemas. 

Cuando nos reunimos en París, Gutiérrez 
no podia oirme estos recuerdos, sin repren- 
derse por su condescendencia excesiva con 
Ferrari. Sin embargo, el recuerdo de Biela, 
no lo abandonó nunca. 

En París, como en Turin y Génova, no 
buscó la sociedad del mundo brillante y bu- 
llicioso. Conservó sus hábitos de la vida 
reservada en que se educó en Buenos Aires 
y que llevó en Montevideo. La cuestión de 
recursos y el pensamiento del punto de 
América en que tendría que fijarse á su 
regreso necesario, le quitaban el gusto de 
habitar París. Na habia uno solo de sus 
monumentos que no le fuese conocido por 
noticias debida? á sus estudios anteriores; 
así es que al visitarlos, no hacian mas que 
confirmar sus nociones precedentes. Des- 



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— 132 — 



pues de una corta residencia* que no dejó 
de ser muy útil á su espíritu estudioso y 
observador, dejó esa ciudad, y se embarcó 
en el Havre, para el Sud del Brasil (porque 
todavía duraba el sitio de Montevideo), don- 
de quedó algún tiempo hasta que pasó á 
Chile. 



§ 

En el Pacífico, según él, se han pasado 
los años mas , felices de su vida. Fueron 
ocho solamente, pero los mas floridos de su 
existencia, en las mas amables, dulces y 
amenas sociedades del mundo; en la noble 
y ducal ciudad de Lima, por sus orígenes y 
tradiciones; en la aristocrática y libre San- 
tiago de Chile, en Capiapó, en Valparaíso, 
en Guayaquil, donde la industria y el co- 
mercio son los reyes del lugar. En Guaya- 
quil, tenia la felicidad de poseer á un her- 
mano suyo, emigrado político, como él, Don 
Juan Antonio Gutiérrez, que allí era sócio 
principal de una importante casa de comer- 
cio. Eso explica las varias visitas que hi- 
zo á esa ciudad del Ecuador. Pero el cli- 
ma y otras conveniencias sociales le llama- 
ban de preferencia al Perú, y sobre todo á 



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Chile, donde mas permaneció en el Pacífico, 
y en cuya vida séria, libre, laboriosa tuvo 
una escuela práctica, que completó su edu- 
cación de publicista y de hombre de Estado. 
La constitución y el orden de cosas, que 
mas tarde ayudó á fundar en su país, te- 
nían mas de Chile que de los Estados Uni- 
dos, lo cual han olvidado otros federales, que 
debieron á la unitaria Chile lo mejor que 
saben en política. Gutiérrez, que tenia la 
instrucción que otros de sus paisanos emi- 
grados no recibieron, hizo al contrario que 
ellos: se ocupó mas bien de estudiar que de 
enseñar, de leer que de escribir. 

En el Pacífico sirvió al buen nombre de 
la sociedad de su país por la significación 
de su vida ejemplar, con la que probó que 
no todos sus paisanos eran condottieri que, 
so protesto de emigración política, iban 
mezclándose en las pasiones y divisiones de 
los paises que los hospedaban, por via de 
expeculacion. Gutiérrez guardó siempre una 
digna y noble neutralidad respecto de los 
partidos políticos en que se dividían los pai- 
ses extrangeros que habitó. — Siendo por ex- 
celencia la pluma oro de los Argentinos allí 
residentes, rey de los escritores del Plata, 
nunca le vino la idea de engancharse en 
causas y banderas que no le concernían. 
Siendo la seducción en persona, por sus mo- 
dales cultos y atractivos, por el encanto de 

9 



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— 134 — 



su conversación fácil, elegante, fina y chis- 
tosa, por su juventud y por su gracia, no 
dió jamás lugar al menor lance escandaloso, 
ni al menor rumor desagradable. 

Al abandonar esas regiones del Pacífico 
para volver á su país, no dejó allí un solo 
enemigo personal, un solo rencor, un solo 
recuerdo desagradable. Por su parte dió 
pruebas de los gratos motivos de inolvida- 
ble afección que esos paises dejaron en él. 
Cuando estuvo en el poder, tuvo siempre á 
la vista el ejemplo de las libres institucio- 
nes de Chile, y ligó á los dos paises, herma- 
nos y solidarios en destinos, por un tratado 
internacional de amistad y de comercio, 
que no tiene paralelo en los anales diplomá- 
ticos de América, por su espíritu liberal y 
eminentemente económico. Gutiérrez con- 
sagró en ese tratado de 1856, para los dos 
paises, el principio fecundo del tratado de 
París, según el cual toda desavenencia in- 
ternacional ocurrente debe ser dirimida por 
el arbitraje de un tercer poder nombrado 
juez amigable por los contendores. 

Por ahí vendrá Gutiérrez á ser en lo fu- 
turo el pacificador de conflictos territoriales, 
que ciertamente no fué él quien contribuyó 
á suscitar entre Chile y la República Argenti- 
na. Lo que Wheelright intentó hacer para 
la unión de los paises, por los rieles de un 
ferro-carril al trávos de los Andes, Gutie- 



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— 135 — 



rrez lo hizo por los vínculos del derecho 
internacional positivo. Y en ese mismo ter- 
reno de la unión diplomática y de la her- 
mandad política, que San Martin fundó por 
la espada, le tocó á Gutiérrez coronar la 
obra del vencedor de Maipú, como lo hizo 
en la del reconocimiento de la independencia 
Argentina, que obtuvo él de España. No 
hay dos hombres argentinos mas ligados en 
los hechos de la historia del Rio de la Pla- 
ta, que Gutiérrez y San Martin. Solo así 
se comprende que un hombre tan inteligen- 
te como él hubiese participado del enorme 
quid-pro-quo que ha confundido el centena- 
rio del nacimiento de un hombre con el 
centenario del nacimiento de una Nación: 
equivocación que no se cometió en el Cen- 
tenario de Filadelfia, consagrado en 1876 á 
1 776, año en que nació la República de los 
Estados Unidos, no el general Jorge "Was- 
hington, que, en esa data, hacía cuarenta 
años que habia nacido. El nacimiento de 
Washington, no dio jamás lugar á la cele- 
bración- de un centenario. 

Completaré este párrafo con un recuerdo 
tomado de una carta de Gutiérrez, escrita 
del 28 de Mayo de 1876: — "Constantemente 
recibo testimonios de la constancia de su 
amistad, y el último ha sido el de su libro 
sobre la meritoria persona de Mr. Wheel- 
right. Lo he leido con el placer de aquel 



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— 136 — 



á quien una voz simpática le recuerda paí- 
ses, que visitó y personas que le fueron co- 
nocidas. Entre Barragan y Caldera, entre 
el Pacífico y el Plata, está mi vida, mi ju- 
ventud. Usted la ha evocado toda entera 
como una aparición, al levantar sobre un 
pedestad indestructible la estátua de un ser- 
vidor del progreso pacífico/' 

Y es asi como me parece á mí mismo 
evocar toda la mia, al levantar sobre el pe- 
destal del presente libro, la estátua del ilus- 
tre servidor de la organización de mi país, 
al lado de cuya existencia se ha desenvuel- 
to la mia propia. 



§ 

Veníamos de Lima para Chile en los pri- 
meros años de 1852, cuando oimos en Co- 
bija la primera noticia de la caida de Rosas. 
No queríamos creerla por lo contradictorio 
del tiempo con la distancia, de Buenos Ai- 
res á Bolivia. Pero en Valparaíso, al fondear 
el vapor Nueva Granada que nos tenía á su 
bordo, y antes que la policía marítima vi- 
sitara el buque, un argentino venido á reci- 
birnos, nos arrojó, envuelta desde su bote, 
una gran hoja de papel, mojado todavía, que 



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— 137 — 



contenía el parte de la batalla de Monte Ca- 
seros salido al instante de la prensa. Llegar 
á Valparaíso nos pareció llegar á la patria, 
lo cual solo resultó cierto para Gutiérrez: 
una sonámbula me había dicho, en 1850, 
que yo no entraría á mi pais después de 
caido Rosas. Gutiérrez se burló siempre del 
sonambulismo; pero el primer parte de la 
caida de Rosas, lo tuvimos por esa telegra- 
fía, un año antes del evento, con casi todas 
sus circunstancias. 

Descendidos á mi quinta, de la calle de las 
Delicias, en Valparaíso, Gutiérrez se puso á 
acomodar su equipage para ir al primer Con- 
greso Constituyente, como diputado obligado 
de la nación libertada; y yo me puse á es- 
cribir las Bases de la Constitución, que mi 
amigo debía hacer sancionar por sus conse- 
jos persuadidos y persuasivos. 

Convertidas en realidades esas ilusiones 
de nuestro patriotismo argentino, no pasó 
mucho tiempo sin que el gobierno formado 
por nuestros consejos, de que mi amigo era 
Ministro de Negocios Extrangeros, recibiese 
un choque reaccionario que venía, del ele- 
mento caido, y que amenazaba su existencia, 
y reclamaba nuestro concurso defensivo y 
conservador del nuevo edificio. La reacción 
venia de Buenos Aires; y como esa residen- 
cia de Rosas por tantos años no nos había 
acostumbrado á creerla una cuna de liber- 



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— 138 — 



tad, nos pareció natural deber dudar del 
patriotismo de la reacción promovida el 11 
de Setiembre de 1852. 

Desde que ella se hizo amenazante para 
la integridad de la República Argentina, 
por la sanción diplomática, que empezó á 
recibir del Brasil y de Francia, que dejaban 
sus agentes en Buenos Aires, el autor de 
las Bases recibió la misión que lo arrancó á 
la quieta y laboriosa ausencia desde la cual 
colaboraba en la organización de su país, 
y que le trajo á Europa para defender, en 
el terreno de la diplomacia, la integridad y 
la independencia de la Nación Argentina, 
que habia contribuido á organizar, no solo 
sin perjuicio, sino en beneficio de Buenos 
Aires, la ciudad nativa del patriota hombre 
de Estado á quien yo debía mi nombra- 
miento. 

Hablar de mí y de los trabajos de mi 
misión en Europa, es hablar de Gutiérrez, 
á quien pertenece todo lo que yo ejecuté 
puntualmente como su agente ó instrumen- 
to del gobierno de que era Ministro de Re- 
laciones extrangeras. El texto de sus Ins- 
trucciones, que se leerá al final de este libro, 
es la prueba justificativa de que á Gutiérrez 
toca entero el honor de mi misión, no su 
responsabilidad por inconveniente alguno. 

Si la misión en que tuve el honor de eje- 
cutar el pensamiento de Gutiérrez, no hubie- 



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— 139 — 



se sido tan provechosa para Buenos Aires 
como para la Nación toda, la obra llevada 
á cabo por nosotros no hubiese tenido la 
aceptación y sanción que recibió de Buenos 
Aires, desde que sus hombres tomaron pose- 
sión y entraron á gozar del fruto de nuestros 
esfuerzos, calumniados desde luego y acepta- 
dos en seguida. 

Lo que Gutiérrez quería, forma lo mejor 
de la situación actual y ulterior de cosas: 
un solo poder diplomático en 4a República 
Argentina y no dos; una sola Legación Ar- 
gentina en París y no dos; un solo cuerpo 
diplomático extrangero, en el suelo argenti- 
no, y no dos; un solo país argentino, reco- 
nocido independiente por España, en un solo 
tratado y en un solo acto de reconocimiento, 
y no dos paises, reconocidos en dos tratados. 
Esto es lo que quería y llevó á cabo Gu- 
tiérrez en política exterior, y eso es lo que 
hoy disfrutan, gracias á él, los que tanto se 
lo resistieron. Lo que Gutiérrez no quería 
como organizador de la Nación, constituye 
todo el mal de la situación presente. Gu- 
tiérrez no quería que fuese reformada la 
constitución de 1853, que lleva su nombre, 
cuyo artículo tercero daba á la Nación por 
capital la ciudad de Buenos Aires y por go- 
bierno exclusivo, directo y local de la capi- 
tal, el gobierno de la Nación. Eso es lo 
que reformaron los reaccionarios de Setiem- 



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; 

— 140 — 

bre, dejando á la Nación sin capital, y al 
gobierno nacional sin su poder esencial y 
complementario, que es el de la capital. 

No estaría sumido el país en la crisis de 
pobreza y humillación, que hoy lo entrega 
á la compasión y al escándalo del mundo, 
si la política servida en ese punto por Gu- 
tiérrez hubiese tenido el mismo éxito que lo 
tuvo en lo exterior. 

Y lo mas grave de la crisis en que tiene 
al país la ausencia del gobierno que no le 
falta sino porque no tiene la Capital, en que, 
según la constitución vigente misma consis- 
te su poder mas esencial; lo mas grave de la 
crisis está en la persistencia . del error que 
consideró á Gutiérrez como desafecto y mal 
hijo de Buenos Aires, porque deseó la solu- 
ción única, que admite el problema argen- 
tino y pertenece entera al primero de los 
porteños y primero de los argentinos, como lo 
era sin duda alguna, Don Bernardino Riva- 
davia. 

Qué esperanza puede haber de encontrar 
un remedio para la crisis, cuando la causa 
que la origina y produce está considerada 
como principio fundamental del régimen 
existente, y ese régimen está mantenido co- 
mo el mas conveniente para Buenos Aires 
y para la Nación? 

Mientras se considere la cuestión de Capi- 
tal, como mera cuestión política, ó como de 



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— 141 



mera residencia administrativa del gobierno 
nacional, y no como una cuestión económica 
de primer órden, cuya solución abraza la 
solución de las cuestiones igualmente econó- 
micas del puerto, aduana, tesorería, crédito pú- 
blico, deuda pública, banco de emisión de deuda 
pública, en forma de un papel moneda provin- 
cial garantizado virtualmente y de hecho por 
la Aduana nacional radicada en el puerto, que 
á su vez está radicado en la ciudad de Bue- 
nos Aires, capital de hecho, aunque no quiera 
serlo de deredw; mientras esa cadena de cues- 
tiones económicas, esté colgada y pendiente 
(como está en la República Argentina) de 
la cuestión de Capital, — todas las cuestiones 
de ser ó no ser para el país, por su vital 
importancia, estarán abiertas y sin solución; 
los pactos preexistentes de la Constitución, 
invocados por ella misma en su preámbulo, 
estarán suspensos como estuvieron antes de 
la Constitución, que se sancionó cabalmente 
con la pretensión de resolverlos; la Consti- 
tución misma, estará en el aire y sin cum- 
plirse, como está hoy, en la parte mas pro- 
minente de ella que es la relativa á la ins- 
titución de un Poder Ejecutivo Nacional, resi- 
diendo en una Capital de su jurisdicción 
■exclusiva, directa, local y suya. 



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— 142 — 



§ 



El partido que ha creado y mantenido ese 
desórden, en oposición al partido nacional 
de 1853, á que Gutiérrez perteneció, puede 
estar ufano de la firmeza de su obra des- 
organizadora; los hechos naturales, la fuerza 
de las cosas se reirán de su obra y de su 
victoria. Esos hechos serán la pobreza, la 
paralización del trabajo, la baja de los sala- 
rios y de todos los valores, la reemigracion 
ó la despoblación, la miseria, el descrédito, 
el atraso, la guerra, la desmoralización y la 
peste. — Esos hechos son correlativos y coe- 
xistentes en la historia de todas las crisis 
económicas de que hay historia. Si no exis- 
tiesen todos en el Plata, donde la crisis está 
asegurada y afianzada por un órden de co- 
sas mantenido por sistema, sería preciso 
dudar de que hay leyes naturales en el mun- 
do económico, y que hay efectos sin causa 
y causas sin electo. Todo lo que existe en 
instituciones y en política, por la acción del 
sistema que tenía excluido á Gutiérrez de 
la gestión activa de Ja vida pública, es cau- 
sa y origen de la crisis presente. 



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— 143 — 



Y si hay un signo que aterre al que ob- 
serva con conocimiento de causa este estado 
de cosas y lo que puede venir de él, es la 
indiferencia y alejamiento con que ha sido 
tratado en sus últimos años de una vida 
que distaba de ser vieja, el hombre que, por 
sus hechos y por el significado de su vida 
entera, había mostrado representar la direc- 
ción única que puede sacar al país de su 
postración actual y evitarle futuras calami- 
dades todavía mayores. 

Cómo puede haber crédito público, es de- 
cir, confianza en el gobierno nacional como 
deudor solvente, cuando ese gobierno está 
constituido sin el poder y sin los medios de 
gobernar que le asigna su constitución, á 
causa de que está privado por sistema de to- 
da autoridad directa, local y exclusiva, en la 
residencia de peregrino ó de prisionero, en 
que reside todo el poder y todo el tesoro de 
la nación? Cómo puede haber seguridad 
para la vida, para la propiedad, para la per- 
sona, para el trabajo que dá vida, donde 
falta por sistema el gobierno encargado de 
hacer respetar esas garantías? 

Cómo puede faltar la pobreza, inherente 
al desorden, á la inseguridad, á la anarquía 
ó falta de gobierno, á un estado de cosas 
semi-civilizado, donde la constitución está 
hecha para suprimir todo gobierno nacional 
y hacer imposible su restablecimiento y exis- 



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— 144 — 



tencia? Cómo podrían dejar de ser tratados 
con indiferencia y excluidos de la gestión 
de la cosa pública, los que cometieron el cri- 
men de constituir ó tentar constituir un go- 
bierno nacional en el nombre y en la reali- 
dad, de hecho y de derecho, con poder suyo 
y propio, no con poder prestado, un gobier- 
no tutelar de las provincias del país de su 
mando, y no un gobierno en la tutela de 
una de sus provincias? 

No son los nacionalistas como Gutiérrez,, 
los excluidos del gobierno nacional en ese 
caso, es la Nación misma la excluida, y es- 
ta exclusión es cabalmente la razón de ser 
y causa de la otra. Gutiérrez era una ob- 
jeción personificada, del carácter mas incó- 
modo, contra el presente estado de cosas, 
porque no podía ser excluido como traidor, 
á causa de la abstención absoluta en que ha 
vivido. Otros no tienen mas motivo de ver- 
se excluidos de toda intervención activa en 
la causa nacional, como traidores, que su 
lealtad á la Nación excluida de la gestión de 
su propio gobierno. 

Este es el estado real de cosas á que Gu- 
tiérrez no ha podido sobrevivir y en que ha 
concluido su existencia en un acceso de ebrie- 
dad patriótica producido por un tósigo de 
patriotismo artificial y ficticio. 



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— 145 — 



§ 



Del gobierno que Gutiérrez contribuyó á 
organizar en 1853 y representó después co- 
mo Ministro y como hombre de Estado, 
ningún principio le era mas simpático, que 
el mas fimdamental y prominente de él, que 
es el principio republicano, en que se encier- 
ra todo el fondo tradicional de la revolución 
de 1810 contra España y su dominación 
colonial en América. Aunque convencido 
de la necesidad en que ese principio estaba 
de vivir combinado hasta cierto punto con 
el gobierno personal en que los Borbones 
habían educado á los pueblos de su mando, 
en América como en Europa, no quería, sin 
embargo, el gobierno personal de esa fami- 
lia, por atrasado y antipático al espíritu de 
la revolución liberal de ambos mundos. El 
no creía que la casa real de los Borbones 
de ambas ramas, rechazados en Francia por 
las tres revoluciones progresistas de 1789, 
de 1830 y de 1848, pudiera ser mas útil en 
la América moderna, que lo había sido en 
la Europa regenerada, para representar y 



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— 146 — 



servir al nuevo régimen. El veía los restos 
de esa familia, establecidos en el trono del 
Brasil, como la exportación trasatlántica de 
una vejez, que había hecho ya su tiempo 
en Europa, por el estilo de esos viejos ar- 
tistas, gastados para los gustos del público 
europeo, que atraviesan el atlántico, en bus- 
ca de un público ante cuyo atraso son no- 
vedades con peluca. 

El sentimiento de oposición que Gutiérrez 
tenía á los Borbones, se manifestó sobre todo 
en sus poesías patrióticas. No les era des- 
afecto por odio á la forma monárquica de 
gobierno, pues era amigo de Inglaterra, á 
cuya monarquía era deudora nuestra inde- 
pendencia de mayores servicios, y á la Re- 
pública de los Estados Unidos. No era des- 
afecto á la nobleza por falta de educación 
y cultura, pues sus maneras y gustos eran 
aristocráticos. Era adversario de la mala 
monarquía que los Borbones habían repre- 
sentado y ejercido en detrimento de la Amé- 
rica y de sus progresos y libertades. No era 
amigo de una nobleza que se había hecho 
sentir en América por su ignorancia, orgullo 
y codicia, cuando servía de instrumento de 
sus reyes, atrasados como sus nobles, para 
ejercer su gobierno absoluto y omnímodo, 
intolerante oscurantista, durante la vida pa- 
cífica del tiempo colonial, — y durante la guer- 
ra de la independencia, por sus crueldades. — 



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— 147 — 



De ahí aquellos versos en que los llamaba 
fríos como el metal de sus blasones. 

Si conservó su vieja y poética prevención . 
á los Borbones, fué porque los vió coexistir 
con la independencia de América, en las 
puertas de , nuestro país, con las mismas ten- 
dencias iliberales de su raza,, agravadas por 
las necesidades geográficas que su instalación 
en un suelo tórrido, imposible de poblarse 
con las razas de la Europa templada y civi- 
lizada, hacían gavitar su política ambiciosa 
en la dirección de nuestros territorios, nece- 
sarios á la reconstrucción exigida por el suyo 
para responder á la necesidad de su pobla- 
miento moderno. 

De esa tendencia fueron signos y mani- 
festaciones, desde antes de la independencia, 
las cuestiones de límites entre portugueses y 
españoles; mas tarde las intrigas de la prin- 
cesa Carlota para volver por puerta excusada 
al trono de sus mayores, en la América an- 
tes española; después, la guerra de 1825, 
que tuvo por objeto la restitución de Monte- 
video, arrebatado por el Brasil al favor de 
las disenciones argentinas; y por fin, la re- 
ciente guerra, que ha hecho desaparecer del 
Paraguay la población española, para reem- 
plazarla gradualmente por la que puebla las 
antiguas provincias españolas de San Pedro 
y San Pablo del actual Imperio. Tal ha si- 
do al menos la mira del Brasil, pero tal 



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— 148 — 



mira no se cumplirá. Esas repeticiones de 
la vieja política portuguesa, son hoy parado- 
jales, porque el Imperio tiene que habérselas 
hoy, no ya con las colonias de España, sinó 
con la Europa mas adelantada y mas libre, 
instalada por la libertad de comercio, al fa- 
vor y sin perjuicio de la independencia de 
las Repúblicas, convertida en interés europeo 
y barrera insuperable para los avances ane- 
xionistas de la América tórrida, antes portu- 
guesa, hacía los estados libres que fueron 
colonias españolas. 



§ 



Como republicano de corazón, Gutiérrez 
no tenía ninguna razón para no ser desafec- 
to á los Borbones. 

Era la familia que representaba la tiranía 
colonial ejercida por España en América co- 
mo en la España misma; — contra la cual 
había tenido lugar la revolución de la inde- 
pendencia, resistida por los Borbones durante 
quince años, por el fierro y la sangre. 

En Francia, esa misma familia represen- 
taba el antiguo régimen, derrocado por la 
gran revolución de 1786, de la cual era sim- 



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— 149 — 

pie consecuencia la revolución de la América 
del Sud. 

Si la América del Norte tiene motivos de 
agradecer al Rey Borbon Luis XVI, por la 
ayuda que le dió para sacudir la domina- 
ción inglesa y constituirse independiente, la 
América del Sud puede recordar con gusto 
ese bello antecedente de la rama mayor de 
los Borbones de Francia, que no dejó de in- 
fluir en la libertad de todo el nuevo mun- 
do; pero ni á ese ni á otro Borbon debió 
la libertad de Sud- América el menor auxi- 
lio directo contra la dominación de los Bor- 
bones de España. 

Lejos de eso, aun después de constitui- 
dos de hecho independientes, los nuevos 
Estados de Sud- América, ya reconocidos por 
la Inglaterra y los Estados Unidos, no pu- 
dieron obtener que los Borbones de Fran- 
cia, restaurados á su trono, reconociesen di- 
recta ó indirectamente su existencia de pai- 
ses libres ó soberanos. 

Mas bien los Borbenes franceses conci- 
bieron planes de restauración monárquica 
sobre paises de Sud- América, por mas que 
se pretenda que lo hicieron sin perjuicio 
de su independencia. 

En cuanto á la rama menor de los Bor- 
bones de Francia, bien que debiese el trono 
á la revolución liberal de 1830, no por eso 

10 



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— 150 — 



admitió la existencia independiente de los 
Estados de la América del Sud. 

A los diez años, cuando la tiranía de Ro- 
sas, que había agotado el insulto contra el 
Rey Luis Felipe y contra los franceses, es- 
tuvo á punto de sucumbir, por la resistencia 
heróica de los Argentinos, el nuevo Rey de 
Francia pactó con la tiranía de Buenos Ai- 
res, y salvó al Dictador por doce años mas, 
por el tratado de amistad del 29 de Octu- 
bre de 1840. 

Gutiérrez acababa de salir de un calabozo 
donde le tuvo Rosas, ccn grillos, por espa- 
cio de tres meses. 

Ligados á los Braganzas y los Borbones 
portugueses del Brasil, los de Francia, de la 
rama menor, han hecho suya la politica tra- 
dicional del Imperio tórrido, de reconstruir 
su territorio, en el interés de su raza, con 
detrimento del territorio de sus vecinos, 
los Estados republicanos del Rio de la Pla- 
ta. La guerra contra la República del Pa- 
ragua}^, en que los Borbones del Brasil han 
gastado 100 millones de libras esterlinas y 
hecho perecer medio millón de habitantes, 
ha sido tan funesta en sus resultados para 
sus aliados y auxiliares como para el ven- 
cido. Nunca los planes anexionistas del 
Imperio brasilero sobre sus vecinos del Pla- 
ta, han estado mas cercanos de su practica- 
bilidad que después de la guerra en que 



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— 151 — 



ha empobrecido á sus aliados y adversarios, 
antagonistas todos de raza y gobierno. 



Ya no está en la mano de los Borbones, 
que ocupan el trono del Brasil, el introdu- 
cir ningún progreso, el llevar ninguna real 
y grande trasformacion de salud á los pai- 
ses de su vecindad, que son hoy las Repú- 
blicas del Plata. Ellos no pueden llevar 
sinó lo que allí tienen, que, en punto á civi- 
lización, no es sinó lo que es europeo; y 
esto lo poseen, en mayor grado y de mejor 
condición las Repúblicas de su vecindad. 
Ellos pueden servir de canal para la entrada 
de la Europa en el Brasil, mejor que el 
Brasil para la entrada de la Europa en la 
América Republicana. 

No es el clima tórrido el sola obstáculo que 
repele del Brasil la población europea. Lo 
es en igual grado su modo de ser social y 
económico. Y no es menos difícil para los 
Borbones, el cambiar ese orden social, que el 
cambiar el clima tórrido en clima templa- 
do. Desde luego, ese orden social, es la 
razón de ser de su presencia misma en el 
trono del Brasil; y suprimirlo sería suicidar- 



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— 152 — 



se. Ese orden de cosas se confunde con la 
esencia del imperio mismo. — Es la gran 
propiedad territorial v. g. concentrada en 
manos de una clase privilegiada, con cuyo 
apoyo y sosten gobierna el Emperador. Esa 
propiedad, que constituye el grande haber 
del Imperio brasilero, tiene el privilegio de 
no pagar contribución, la cual gravita prin- 
cipalmente sobre el Capital, es decir sobre 
el extrangero, que es allí, como en toda Sud- 
América, el capitalista por excelencia, El 
extrangero capitalista, es decir, el comercian- 
te, el empresario, el trabajador extrangero, 
son repelidos y alejados del país por esa 
causa adicional del clima inhospitalario. Y 
como el Brasil, en calidad de país de Sud- Amé- 
rica, está llamado á poblarse y enriquecer con 
trabajadores y capitales inmigrados del ex- 
trangero, es un sistema hecho, al contrario, 
para despoblarlo y empobrecerlo, el que 
tiene por efecto y resultado esterilizar y 
disminuir el capital, que es la varilla mági- 
ca de la regeneración del nuevo mundo. 

Cómo es recibido ese salvador y redentor 
del Brasil, por su sistema financiero? Desde 
luego le exige la entrega de una cuarta par- 
te de su valor, como precio de la seguridad 
y hospitalidad que le vende al que le trae 
mas de lo que recibe. Esa cuarta parte del 
capital inmigrante, es la contribución, que su- 
be á un veinticinco por ciento. — En cuanto al 



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— 153 — 



resto, es decir, á las otras tres cuartas par- 
tes, el capitalista entrante es forzado por el 
gobierno á prestárselas; es decir, á cambiarlas, 
á medida que las gasta, sea para vivir, sea 
para reproducirlas, por el papel ó recibo en 
que el Estado se reconoce su deudor del 
valor que recibe prestado. El capitalista 
tiene que recibirlo por fuerza, es decir, tie- 
ne que dar por fuerza en préstamo al Estado 
deudor su fortuna, y la fuerza está en que ese 
papel que representa su deuda, es la moneda 
legal del país, ó sea la moneda con que se 
extingue toda deuda que se paga con ella, 
aunque no lo quiera el acreedor ó vendedor. 

El papel de esa deuda-moneda, por el cual 
es obligado el capital á darse en préstamo, 
es el instrumento que el gobierno deudor 
obliga á su acreedor á recibir y emplear co- 
mo regla y medida de valor de todo lo que 
dá y recibe en cambio. 

Es decir, que lo fuerza á medir con un 
instrumento que no es ni puede ser una 
medida, porque carece del requisito esencial 
de toda medida, que es la fijeza. Y como 
el Estado ó su representante el gobierno, es 
un deudor armado del poder de la ley para 
forzar con su autoridad á todo el que tie- 
ne, á entregarle en préstamo lo que posee, 
el gobierno viene á ser el tenedor de los 
bienes y fortunas de todos los habitantes 
del país, con solo emitir su deuda, es decir, 



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— 154 — 



su deuda pública en forma de papel-mo- 
neda. 

Una emisión de papel moneda, es un em- 
préstito público, cuando el deudor que lo 
emite es el gobierno. Su papel es papel de 
gobierno ó de Estado, aunque se llame pa- 
pel de Banco; aunque el gobierno lo emita 
por una de sus oficinas fiscales, revestida 
del nombre de Banco; aunque el papel emi- 
tido afecte la forma de un billete de Ban- 
co. Un banco es una casa de comercio, es 
decir, de particulares. El gobierno afecta 
ser banquero, y procede como banquero cuan- 
do emite sus billetes de deuda pública, tan 
pública y ordinaria como la de sus Bancos 
y fondos públicos y billetes de tesorería. Todo » 
papel moneda oficial, está reducido á billetes 
de tesorería. 

Tal régimen constituye el socialismo mas 
completo en cuanto al despotismo omnipo- 
tente que el Estado ejerce en el individuo, 
por su intermedio. 

Todo deudor que tiene el poder de ha- 
cerse prestar por fuerza, según sus necesi- 
dades, medidas por sus deseos, será un loco 
si no usa de ese poder maravilloso hasta 
acabar por vivir de lo ajeno. 

Ese régimen es la negación de la propie- 
dad privada, es decir, del aliciente mágico 
de la inmigración en América. 

Representa el empobrecimiento indefinido 



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— 155 — 



y continuo del país que cambia 3' mide su 
fortuna por un papel que vale menos á me- 
dida que se emite mas, de donde resulta que 
cada dia es uno mas pobre que el dia an- 
terior, á causa del poder ilimitado y sobe- 
rano con que el gobierno consume, gasta y 
destruye la fortuna de todo el mundo. 

Cambiar ese régimen de cosas es acome- 
ter la revolución mas grande contra el go- 
bierno existente, porque es arrebatarle el 
mas grande de sus poderes; es desarmarlo. 
Lo cual es imposible si no se desarma él 
mismo, es decir, sin el milagro de un suici- 
dio de gobierno; porque el gobierno, aunado 
con la fortuna de todos, puede resistir y 
vencer á todos los que están desposeídos de 
ella por ese régimen financiero, que reina 
en el Brasil. 

Así, el papel moneda del Estado, es el 
Imperio; pero no el Imperio constitucional, 
aunque así lo llama la Constitución escrita, 
sino el Imperio ilimitado, omnímodo, abso- 
luto, en el hecho, que es mas poderoso que 
el derecho. 

El gobierno así constituido podrá ser fuer- 
te comparado con el país, pero el país será 
pobre, mal poblado y atrasado comparado 
con otros países. Y sí es país de Sud-Amé- 
ca, será menos libre, menos culto y civili- 
zado que los otros,, porque será menos apto 
que los otros para proveerse de esas venta* 



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— 156 — 



jas procedentes de la Europa mas civilizada. 
Si á ese orden repelente de cosas, el pais 
añade un clima y suelo repelentes para pue- 
blos de la Europa civilizada, no será el Bra- 
sil el que esté llamado á llevar al Plata la 
civilización de Francia, de Inglaterra, de 
Alemania y Estados-Unidos, que es la única 
civilización de este siglo, que la América del 
Sud necesita y puede recibir, solo porque 
es el único país de la América republicana, 
que tiene un trono, y solo porque ese trono 
está en manos de los príncipes, que han de- 
jado de entenderlo (?) y representar el gobier- 
no de la Europa mas libre y civilizada. 



§ 



Que la dinastía que ocupa el trono del 
Brasil, pertenece á la familia de los Borbo- 
nes y se compone de Príncipes que llevan 
su sangre y su nombre histórico, es un hecho 
de notoriedad para todos, aunque parece no 
serlo para sus vecinos los republicanos del 
Plata, que se glorian de haber expelido de 
América á esos mismos Borbones, por su 
gran revolución de independencia, á princi- 
pios de este siglo. 

He aquí la lista nominal de los principes 



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— 1B7 — 



Borbones que forman parte de la familia 
reinante en el Brasil. 

La Emperatriz Doña Teresa - Cristina - Ma- 
ría, hija de Francisco I, rey de las Dos Si- 
cüias, hermana de Maria Cristina, ex-reyna 
de España, y hermana política de Fernando 
VIL, último rey de España, que dominó la 
América del Sud. Por su raza y nombre, 
todos esos príncipes de las Dos Sicilias son 
Borbones de la rama de esta familia que 
ocupó el trono de ese país italiano. 

La Princesa Imperial, su hija, Doña Isabel 
Cristina, Leopoldina, Agustina, Micaela, 
Gabriela, Rafaela, Alcántara Borbon, ca- 
sada con 

El Conde de Eu, ó cí'Ew, Luis, Felipe, Ma- 
ría, Fernando, Gastón, príncipe de Orleans, 
hijo del Duque de Nemours y nieto del Rey 
Luis Felipe, de la rama menor de la casa Real 
de los Borbones, que lleva el nombre Orleans 
— Borbon. 

El hijo del Conde d'Eu, nacido en el Bra- 
sil, en Octubre de 1875, de la princesa im- 
perial, príncipe Orleans — Borbon, llamado á 
ceñir un dia la corona imperial del Brasil. 

El Conde d'Aquila, Príncipe de las Dos 
Sicilias, Luis, Carlos, Maria, José de Borbon 
casado con Doña Genuaria, hermana de D. 
Pedro H. 

El Príncipe de Joinville, Francisco, Fer- 
nando, Felipe, Luis, Maria de Orleans, de la 



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— 158 — 



rama menor de la casa Real de Borbon, es 
decir, Orleans Borbon. 

Sabido es que los Borbones de España, 
son rama menor, como la de Orleans, de la 
Real Casa de Borbon, que viene de Luis XTTT,. 
de Francia. 

Esos son los Príncipes que, con el Em- 
perador del Brasil, concurren á reinar, no 
solamente en el imperio del Brasil, sino in- 
directa y relativamente, bajo el color de 
aliados, sobre las Repúblicas vecinas, que 
una política pueril y atolondrada ha coloca- 
do bajo su predominio mediante la guerra, 
que le ayudaban ellas á llevar al Paraguay, 
y que llevó á término como generalísimo de 
la alianza ó mesaMiance, el Conde d'Eu, prín- 
cipe Orleans Borbon, á manos de cuyos 
comandantes expiró el presidente de la Re- 
pública del Paraguay, de un modo calificado 
de asesinato por el código Americano de la 
guerra moderna, escrito por Lieber, y san- 
cionado por Lincoln; pero que, según las le- 
yes del Brasil, valió el título de Conde de Pe- 
lotas al general que permitió matar á un 
indefenso prisionero, herido y moribundo. 

Lejos de ayudar, Gutiérrez protestó siem- 
pre en su corazón contra la política Argen- 
tina y contra la indiferencia impolítica de 
la América repúblicana, que contribuyeron 
á poner á las Repúblicas del Plata, bajo la 
influencia predominante de una dinastía 



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— 159 — 



extrangera, que no ha renunciado á sus vie- 
jas y conocidas aspiraciones de reivindicar 
lo que le arrancó la revolución de América 
por las amias victoriosas. 

Nada fuera que los Borbones del Brasil 
fuesen los únicos que dominan por su in- 
fluencia á las Repúblicas de su vecindad. Lo 
grave del caso, es que esos Borbones son ins- 
trumentos de su dinastía orijinaria, que repre- 
senta una parte poderosa de la Francia, y 
es la que á su vez gobierna por su influjo 
tanto al Brasil como á las Repúblicas su- 
bordinadas y dependientes del Brasil. Se 
puede decir, que el gobierno de las Repú- 
blicas del Plata está realmente en Francia, 
como en otro tiempo estuvo en España, con 
esta diferencia: que los Borbones franceses 
de la rama menor, se sirven de la revolu- 
ción misma de la independencia para ejer- 
cer su dominación disimulada y latente, con 
mas éxito que lo hizo Napoleón III, en Mé- 
jico, pues el Imperio del Brasil, ocupado y 
gobernado por su familia, es un hecho acep- 
tado y consentido por toda América, mien- 
tras que no lo fué nunca el Imperio Meji- 
cano. La vanguardia de la dominación 
borbónica en las Repúblicas del Plata, se 
compone de fuerzas nativas de esas mismas 
repúblicas, regimentadas y disciplinadas por 
una política de verdadera conquista, que 
viene preparándolas de léjos y cuyos resul- 



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— 160 — 



tados son al presente visibles en la misma 
Francia, para los ojos que saben observar. 
Legaciones, consulados, agencias administra- 
tivas de todo orden, pertenecientes al Rio 
de la Plata, están ejercidas por Argentinos 
y extrangeros domiciliados en Francia y en 
cierto modo franceses de hecho y de cora- 
zón. Quieren á su América nativa, como 
el hijo de Australia ó del Canadá, quieren 
al suelo de su origen, habitando sin embar- 
go la Inglaterra como la madre pátria de 
su adopción. 

El hecho es que de todos los países en 
que la familia de Orleans-Borbon, tiene miras 
y trabajos pendientes para establacer su do- 
minación en una forma ú otra, abierta ó disimu- 
ladamente, sin excluir la Francia misma, (1) de 
que forma un gran partido, el Brasil es el país 
en que su autoridad se halla mas comple- 
tamente establecida, y naturalmente, después 
del Brasil, las Repúblicas subordinadas á 
ese imperio con el título tradicional de aliados. 

Tal estado de cosas constituye un estado 
de contra-revolución en el doble sentido de 
una restauración del borbonismo y de monar- 
quismo en la pcrcion de Sud- América que 

(1) «Hier, dans la rae de la Paix, une demi-douzaine au moina 
des plus scmptueux magasins étaient fermés en sigue de deuil. On lisait 
sur les volets: c Fermé á cause de la mort de la reine d'Espagne. 

Comme nous le disionshier, le senti mentpublic s'assucie á ce deuil 
royal si voisin de nous, si touchant et si franga : s, car qu*y a-t-íl de 
plus frangais en France que le nom de Bourbon?» — Paris Journal, 
del 29 de Julio 1878.— (El A.) 



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— 161 — 



tomó la iniciativa de la revolución de su in- 
dependencia respecto de la monarquía de los 
Borbones, sus antiguos dominadores. 

Como la ulterior mira definitiva de esa 
contra-revolución es hacer de la América del 
Sud republicana, un anexo y enganche del 
núcleo imperial brasilero, cuyo actual suelo 
tórrido lo hace incapáz de poblarse de razas 
europeas, el porvenir que esa contra-revolu- 
ción promete á los nuevos Estados hoy re- 
publicanos, es nada menos que su desapari- 
ción como Repúblicas, .como Estados inde- 
pendientes y como nacionalidad hispano-ame- 
ricana. 



§ 

El resultado de ese estado de cosas es que 
la alta dirección, el alto gobierno de las Re- 
públicas del Plata, no solo no está en Buenos 
Aires y en sus hombres, sino que no está 
tampoco en Rio de Janeiro ni en sus hom- 
bres, sinó que está en Europa, en las manos 
de un gran partido monarquista de Francia, 
que, lleva esa ventaja á los partidos rivales 
del mismo país. Los consejos directivos de 
la política del partido de Orleans Borbon. 
corudrenden la dirección de los negocios 
Sud-americanos, como intereses accesorios y 



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— 162 — 



complementarios de los suyos, que tienen su 
centro en el Brasil. 

De ahí viene que la habilidad y experien- 
cia consumada por las repúblicas de Sud- 
América admiran en el Brasil, sin reflexcio- 
nar que el Imperio con todas sus exteriori- 
dades pomposas, es una ex-colonia de Por- 
tugal, cuya independencia es doce años pos- 
terior á la de sus vecinos; esa experiencia 
y habilidad tomadas como brasileras, son el 
fruto de la vieja cultura de Francia, cuyos 
primeros hombres de Estado, — Guizot, Thiers, 
v. g. — hasta 1830 ponían su mano en las 
cuestiones del Brasil en Sud-América. 

Los vicios del sistema republicano, como 
gobierno, constituyen el primer elemento de 
poder invasor del Imperio en sus vecinos. 
De esos vicios, el mas útil y provechoso pa- 
ra la monarquía, es el principio de reelec- 
ción en los altos empleos de las Repúblicas 
de su rivalidad y vecindad. Ese principio 
le asegura hoy, por ejemplo, la alianza y 
cooperación de los tres ex-presidentes, que 
han gobernado al país en los últimos diez 
y ocho años, desde la sanción de la reforma 
hecha por las ambiciones de partido. Cada 
uno de ellos aspira á ser reelecto con inter- 
valo de un período de seis años ; como la 
Constitución admite. Esta aspiración natu- 
ral de los ex-presidentes, la contistuye el 
principal obstáculo de la paz. La guerra 



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— 163 — 



del Paraguay no fué extraña al gasto de 
prolongar la duración del poder presidencial 
que la promovió. La guerra civil de 1874 
tuvo por actores principales, á dos ex-presi- 
dentes que aspiraban á continuar en la Pre- 
sidencia, el uno por las armas, el otro por 
la intriga. Toda la agitación presente viene 
de la concurrencia de los tres ex-presidentes 
con el deseo de asegurar ó recuperar la po- 
sesión del puesto cuyos goces no pueden 
olvidar ni renunciar. Para lograr su mira, 
cada uno sirve y se apoya en una de las 
dos corrientes de intereses encontrados que 
ha dejado formadas la disolución del anti- 
guio Vireinato de Buenos Aires, y forman 
la base de los dos partidos argentinos, el de 
Buenos Aires y el de la Confederación. Dos 
de esos ex-presidentes, unidos entre sí, sirven 
á su ambición por la entrega que hacen de 
la Confederación á Buenos Aires; y los tres 
reconciliados en el seno de una especie de 
compañía colectiva (?) de industria políti- 
ca, derivan todo su poder de la entre- 
ga que hacen de las dos mitades de la 
República, en manos del Imperio brasilero, 
buscado como apoyo y sosten común. Una 
República que apoya su existencia en un 
Imperio, rival y antagonista por intereses de 
raza, territorio y clima, no puede ser un 
Estado consistente y fuerte, ni durable. 



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DE LOS DESTINOS DE LA LENGUA CASTELLANA 

EN LA AMÉRICA ANTES ESPAÑOLA (1) 



§ I 



La recolonizacion literaria de la América 
del Sud por la Academia española, no es el 
medio de defender allí la lengua castellana. 
Y sin embargo, este sería todo el sentido del 
plan de reforma, que han propuesto á la 
Academia de Madrid los miembros de una 
comisión de su seno, nombrada en 8 de No- 
viembre de 1870, para que, tomando en consi- 

(1) «El Americano de Hedor sería el pariente de la 

América latina, de los Calvo, que no quiso insertar un artículo sobre 
Academias españolas en América, que yo escribí, solicitado indivi- 
dualmente, sin calcular el giro americano que yo podía dar al asunto. 
— Me devolvieron, á los veinte días, el artículo, so pretexto de que 
no entendían mi letra, después que el día que lo recibieron dijeron 
que la entendían á las mil maravillas. La palabra de orden del co- 
mité invisible lo cambió todo.» 

Si reproducimos las palabras anteriores tomadas de una nota de los 
Ensayos, es para explicar el origen de este artículo inédito y la ra- 
zón de su publicación tardía.— f El E. ) 



11 



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— 166 — 



elevación las indicaciones hechas por los señores 
Hartzembusch, Pílente y otros, respecto á nuestras 
relaciones literarias con las hoy Repúblicas inde- 
pendientes y antes provincias hispano-americanas, 
sugieran ó indiquen los medios que la Academia 
española tiene d su disposición para acudir al 
reparo y defensa del idioma castellano en Amé- 
rica, en vista del gran riesgo que corre de 
bastardearse de un modo irreparable, con 
motivo de que el comercio y trato de esas 
Repúblicas es mas frecuente con extrangeros, 
que con españoles; y, en atención á que Amé- 
rica contiene diez y ocho millones de habi- 
tantes que hablan español, mientras que Es- 
paña misma solo contiene diez y seis. 

La América latina, del 6 de Marzo, ha re- 
producido el documento de la Academia 
española, de que creo tener el derecho de 
ocuparme respetuosamente en mi calidad de 
Americano, mediante la hospitalidad que 
este periódico concede á todo lo que de algún 
modo interesa á la América de que toma, su 
nombre. 

Los medios que hoy emplea la Academia 
española para impedir la alteración de la 
lengua castellana en América son, según el 
documento citado, la creación de miembros 
correspondientes hispano-americanos, y sus 
publicaciones dogmáticas sobre el idioma. 

La comisión es de opinión que esos medios 
no bastan. El que ella propone consiste 



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— 167 — 



simplemente en lo siguiente: — que, en vez 
de Académicos correspondientes, la Acade- 
mia Española tenga en Sud-América Aca- 
demias correspondientes, formadas con su 
autorización (de la Academia Española) nom- 
bradas por ella, regidas por sus mismos Es- 
tatutos, y no solo correspondientes, sinó vir- 
tualniente dependientes, ó sucursales de la 
Corporación de Madrid. (1) 

Esas Academias de la lengua castellana, se- 
gún el plan de la Comisión, aunque instaladas 
en América y compuestas de americanos, no 
serían Academias Americanas, sinó meras de- 
pendencias de la Academia española, ramas 
accesorias de la institución de Madrid. 

La comisión deja entender como razón de 
esto, que, siendo la lengua castellana una 
propiedad de España, la Academia española 
de esa lengua es la única autoridad compe- 
tente para legislarla, regirla y defenderla 
donde quiera que se hable. 

Los americanos, según la Comisión, son 
independientes en política, pero siguen siendo 
súbditos de España en cuanto á la lengua. 
Si España ha perdido la propiedad de ese 
continente para su corona, no lo ha perdido 
para la soberanía literaria de su Real Aca- 
demia de la lengua. Así, en Chile, en el 
Perú, por ejemplo, la creación propuesta no 

(1) Véase el Dictámen y Proyecto de Acuerdo, en la América 
Latvna del 6 de Marzo de 1871. 



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— 168 — 



se llamaría Academia chüena, ni Academia pe- 
ruana de la lengua, aunque la lengua española 
sea la lengua nacional de esas Repúblicas, 
porque tal denominación tendría viso de in- 
dependencia y de lo que se trata es de salvar 
la autoridad española de la lengua en Amé- 
rica, ó mas bien dicho, la histórica integridad 
literaria de la España, amenazada por los 
efectos de la revolución de Sud- América. 

Este es el plan preservativo de la lengua 
de Cervantes en América, que la Comisión 
declara no ser una revolución, sinó una reforma, 
mediante la cual vendría la Academia Espa- 
ñola á realizar lo que por la diplomacia y por 
las armas mismas es ya completamente imprac- 
ticable, — es decir, una contra-revolución, una 
restauración de la soberanía literaria de Es- 
paña en la América, que fué su colonia po- 
lítica y sccial. Por ese medio, según la Co- 
misión, la Academia vá á oponer un dique 
mas poderoso, tal vez, que las bayonetas mismas 
al espíritu invasor de la raza anglosajona en 
el mundo por Colon descubierto. 

Se asegura que la Academia española apro- 
bó definitivamente y en todas sus partes el 
proyecto de su Comisión, en Junta tenida el 
24 de Noviembre de 1870. 



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§ n 



Falta saber ahora si ese proyecto, acordado 
para América sin participación de América, 
tendrá el acuerdo y aprobación de las Repú- 
blicas de ese continente que han asumido, 
con su soberanía política, la de su educación 
y cultura literaria, hasta en la lengua, na- 
turalmente, que sirve de expresión á los actos 
de su soberanía política. 

Es de temer que la América del Sud re- 
ciba ese proyecto español, como la América 
del Norte, que antes dependió de Inglaterra, 
recibiría hoy de una Academia inglesa de la 
lengua, (que no existe, como, se sabe), la au- 
torización y nombramiento en los Estados Uni- 
dos, de Academias Americanas de la lengua 
inglesa, para defender el idioma de Schakes- 
peare, amenazado del peligro de bastardear- 
se por el roce de tantas poblaciones extran- 
geras como inmigran en aquella gran Re- 
pública; ó como Bélgica y los Cantones 
franceses de la Suiza, recibirían la autoriza- 
ción de la Academia Francesa para crear 
on esos paises extrangeros, academias de la 



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— 170 — 



la lengua de Moliere, nombradas para exis- 
tir como correspondientes de la Academia 
francesa de París, á que deberían su nom- 
bramiento oficial y su dirección permanente- 



§ ni 

En mi opinión la Academia española se 
forma una idea muy objetable sobre la na- 
turaleza y estension de su autoridad en el 
idioma y en las leyes que lo rigen, tanto en 
América como en la misma España. 

Ella se considera como despojada de su 
autoridad privativa para legislar la lengua, 
cuando el uso general se apodera de esa au- 
toridad; y vé la ruina y desaparición del 
principio de autoridad en lo que no es mas 
que un cambio de asiento y de representan- 
tes de ese principio. En la lengua, como en 
el derecho, la regla es un fenómeno que se 
produce y vive independientemente de la ley 
escrita; ella emana de las leyes naturales 
que gobiernan al sentido común y á la razón 
de todos. 

Las lenguas no son obra de las Acade- 
mias; nacen y se forman en la boca del 
pueblo, de donde reciben el nombre de len- 
guas, que llevan. Las Academias, venidas 



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— 171 — 



después que las lenguas existen 3'a formadas, 
no hacen mas que registrarlas y protocolizar- 
las, tales como las ha formado el uso, que, se- 
gún Cervantes mismo, es el soberano legítimo 
de las lenguas, no el tirano. Cuando las Aca- 
demias no existen, — y es el caso mas co- 
mún, — aquel registro se hace por los cuidados 
aislados de un hombre superior, como sucede 
en Inglaterra, donde no hay Diccionarios de 
la Academia, sinó de tal ó cual sabio, acep- 
tado como la autoridad que representa el 
uso popular en el idioma. Si hay un ter- 
reno en que el dogma de la soberanía del 
pueblo haya existido desde que existen socie- 
dades, es el idioma. La lengua es de tal 
modo la obra inmediata y directa de la na- 
ción, que ella constituye, en cierto modo, 
su mejor símbolo, y por eso es que los pue- 
blos son clasificados por sus lenguas, en la 
geografía y en la estadística. 



§ IV 



Naturalmente, las lenguas siguen los desti- 
nos de las naciones que las hablan; y como 
cada nación tiene su suelo, su historia, su 
gobierno, su industria, su género de riqueza, 
sus vecinos, su comercio, sus relaciones ex- 



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— 172 — 



trangeras peculiares y propias, en cierto 
modo, se sigue de ello que dos naciones, 
aun hablando el mismo idioma, no podrán 
jamás hablarlo de un mismo modo. El idio- 
ma será el mismo, en el fondo, pero las mas 
profundas é inevitables modificaciones natu- 
rales harán que, sin dejar de ser el mismo 
idioma,, admitan sus dos modos naturales de 
ser manejado y practicado, dos perfecciones, 
dos purismos, dos diccionarios, igualmente 
autorizados y legítimos. 

Si cada nación hace y cultiva su lengua, 
como hace sus leyes, desde que tiene condi- 
ciones para llevar vida independiente, ¿có- 
mo podría la América independiente y repu- 
blicana, dejar la legislación del idioma, que 
sirve de expresión á los actos de su vida pú- 
blica, en manos de una monarquía extrange- 
ra relativamente menos poblada que ella? 

No son diez y ocho millones, como cree 
la Comisión, sinó veinticuatro millones los 
que forman la población total de las Repú- 
blicas de América, que hablan español, mien- 
tras que España solo tiene diez y seis. De 
donde resulta que el idioma español es mas 
hablado en América, por decirlo así, que en 
la misma España. Por qué escepcion, al 
tomar América en sus propias manos la ges- 
tión de todos los modos de su soberanía, 
habría dejado en poder de España la legis- 
lación y la interpretación de la lengua, en 



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— 173 — 



que la América independiente y soberana 
escribe sus constituciones, sus códigos, sus 
tratados internacionales, las doctrinas de su 
derecho público? 

Cuando los sud-arnericanos solicitan el 
honor de ser nombrados miembros correspon- 
dientes de la Academia española, no entien- 
den por eso abdicar sus derechos intelec- 
tuales y convertirse en sus colonos literarios. 
La prueba es que buscan ese mismo honor 
en las sociedades sabias de Francia, de Ale- 
mania, de Inglaterra, y hasta de la Univer- 
sidad del Estado de Michigan, en Norte 
América. 



§ v 

Sin du la que algo será preciso hacer para 
estrechar las relaciones literarias entre Es- 
paña y la América que habla español. Pero 
el plan propuesto, no es ciertamente el que 
puede producir ese resultado. Esas relacio- 
nes deben establecerse en el mismo principio 
en que descansan sus relaciones políticas y 
comerciales, á saber: el de* la mas completa 
igualdad é independencia recíproca, en pun- 
to á autoridad. 

Todos los cuerpos sabios en Europa, son 



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_ 174 — 



correspondientes los unos de los otros, sin 
que haya ninguno, por eminente que sea, 
que aspire á la autoridad de intervenir en 
la organización de los demás. — ¿Qué incon- 
veniente tendría la Academia española en 
invitar á los cuerpos literarios y universita- 
rios, que hoy existen en Sud- América, para 
consentir en ser sus correspondientes de ella, 
y para ofrecerles el serlo ella misma de esas 
corporaciones americanas? Si las fuerzas no 
son iguales todavia, lo son los derechos; y el 
resultado sería la aproximación y nivelación 
de las capacidades con el tiempo, lo cual es 
y debe ser todo el objeto tenido en mira 
por la Academia, en el interés del idioma 
común. 

Bastaría que la Academia española se 
arrogase la autoridad ó el derecho soberano 
de legislar en el idioma, que habla la Amé- 
rica hoy soberana, para que esta tomase 
antipatía á una tradición y manera de prac- 
ticar el idioma castellano, que le venían tra- 
zados despóticamente del país trasatlántico, 
que había sido su Metrópoli. No puede un 
país soberano dejar en manos del extrangero 
el magisterio de su lengua. Sería, lo repito, 
entregarle la interpretación y suerte de sus 
leyes fundamentales, de sus códigos, de sus 
tratados, escritos en su lengua nacional, tal 
como él la entiende y maneja, sea bien ó 
mal entendida y manejada. 



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— 175 - 



§ VI 



Ni es la Academia española el poder á 
quien toca investigar y emplear los medios 
de mantener en Sud- América el tipo espa- 
ñol de la lengua al abrigo de alteraciones 
bastardas. Harto tiene que hacer esa Aca- 
demia en la misma España para defender 
la lengua, que dos tercios de esa Nación ha- 
blan mil veces peor que los mas rústicos 
americanos del Sud. 

Es á la política española, — mas responsa- 
ble que nadie de la impureza de la lengua 
castellana en América, — á quien toca defen- 
der el honor que tiene España de que su 
lengua sea escrita y hablada por todo un 
mundo nuevo, del modo mas conforme á su 
índole primitiva y originaria. 

El día que España, por su política india- 
na, permitió al colono español casarse con 
la mujer indígena, creó en América una fa- 
milia y una sociedad, que habló y promiscuó 
dos lenguas á la vez, — una europea y culta, 
otra americana y bárbara. Y el día, mas 
tarde, en que esa política, lejos de reconocer 



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— 176 — 



la indepeudencia inevitable del nuevo mun- 
do, se obstinó en pelear quince años por 
mantener su dominación, y empleó después 
otros quince años en abstenerse de todo trato 
y contacto con Sud- América, la España por 
esa conducta, dejó á las naciones europeas, 
que no hablan castellano, su antiguo papel 
de poblar, instruir, educar, dirijir la cultura 
de los jóvenes Estados americanos, bajo su 
nuevo régimen de independencia y libertad. 
Así es como la política española sirvió á las 
causas que han bastardeado el idioma cas- 
tellano en América. 

¿Qué puede hacer hoy día para reparar 
ese mal en cuanto cabe? Muchas cosas, que 
están en su mano. Desde luego abstenerse 
de trabar la emigración de los españoles que 
quieren ir al nuevo mundo. La población 
es el mejor conductor de los idiomas. Así 
se introdujo el castellano en América, y así 
se mantendrá fiel á su tipo original. Los 
españoles dan allí el ejemplo vivo de la be- 
lla pronunciación castellana. Su prensa, 
escrita con propiedad, ejerce un buen influjo 
en la prensa americana. Cada guerra, ca- 
da bloqueo, cada bombardeo de una ciudad 
americana, empleados por España, echan 
mas y mas á esos paises en los brazos de la 
Europa que no habla castellano. 

¿Cómo podrá España establecer relaciones 
literarias con paises con quienes no ha es- 



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— 177 — 



tablecido todavía relaciones políticas y co- 
merciales? Todavía una parte de las Repú- 
blicas de origen español, que no ha sido 
reconocida en su existencia soberana por la 
madre patria, vive aprehensiva de tener que 
resistir un día por la espada las pretensiones 
á una reivindicación aborrecida. 



§ vn 

Por lo demás, la Academia española puede 
tranquilizarse á este respecto: el mal es me- 
nos grande que ella lo teme, ó al menos se 
realiza hoy dia no sin compensaciones, que 
antes no existían. Menos inconvenientes, en 
efecto, tiene el que la lengua española se 
bastardee por su roce con lenguas sabias, 
como el francés, el inglés, el alemán, el ita- 
liano, que los tenía por su mezcla con las 
lenguas bárbaras de los indígenas, cuyo pe- 
ligro no inquietó nunca á la Academia. Esas 
lenguas compensan al idioma castellano, que 
habla Sud- América, en nutrición y sustan- 
cia, lo que le quitan en pureza. El purismo 
de los idiomas tiende á ser un mérito cada 
dia mas sulbalterno: es como el chauvinismo 
de las lenguas. Suprimiendo las fronteras y 
las distancias física y moralmente, el cristia. 



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— 178 — 



nismo, el vapor y la libertad han hermana- 
do y acercado á los pueblos entre sí, á ex- 
pensas de la pureza de sus lenguas. Pero, 
felizmente, las lenguas, como las razas, se 
mejoran por el cruzamiento. Babel inmensa 
y universal, rendez-voas de todas las nacio- 
nes del globo, la América tiene por papel 
providencial, mejorar las razas, las institu- 
ciones y las lenguas, amalgamándolas en el 
sentido de sus futuros y mejores destinos so- 
lidarios. 

Es posible que Sud-América no llegue á 
hablar jamás perfectamente el castellano de 
Cervantes, pero no será incapáz de tomar 
á (Jervantes lo que vale mas que su lenguaje 
de ahora doscientos años, y es, su inmortal 
buen sentido, que sabe reirse de todos los 
quijotismos, incluso el de las Academias, que 
se creen autorizadas para repetir la palabra 
de Carlos V, de que en sus dominios no se 
pone el sol, y creen poder autorizar á los an- 
típodas para que hablen el verdadero y ge- 
nuino castellano, de que solo Madrid es pro- 
pietario, sin incurrir en el delito de contrefagon, 
por abuso de un idioma que no les perte- 
nece. 



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— 179 — 



§ VIII 



Si España quiere conservar su autoridad 
literaria en Sud- América, trate de procurár- 
sela primero en la Europa misma, exhibien- 
do pensadores como Bacon, Descartes, Lo- 
ke, Kant, y descubrimientos y progresos cien- 
tíficos y literarios, capaces de rivalizar con 
los que ostenta á la faz del nuevo mundo, 
la Europa del siglo XIX extraña al habla 
castellana. El secreto, para tener una lite- 
ratura autorizada, es tener ciencia autoriza- 
da, pues no puede dejar de escribir bien, 
el que bien piensa, el que bien observa, el 
que bien sabe, y tiene enriquecida su cabe- 
za con sólida instrucción y útiles conoci- 
mientos. Lo contrario, sí, que es impo- 
sible. 

Por qué razón daría su admiración Amé- 
rica á una literatura que la Europa mas 
culta se obstina en ignorar á causa de su 
condición subalterna y secundaria? 

Y, malo será que América sospeche que 
el proyecto español busca un medio latente 
y sordo de ejercer una influencia que se 



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— 180 — 



cubre con apariencias literarias, en cuyo caso 
el remedio no serviría sinó para agravar el 
mal. Multiplicando el número de diez y 
ocho academias correspondientes por el de 
once Repúblicas, vendría á tener la sola 
América del Sud ciento noventa y ocho cor- 
respondientes dé la Academia española, cu- 
yo solo número bastaría para disminuir la 
autoridad que hoy se dá á los pocos que 
existen, cabalmente porque son pocos. 

Un número tan crecido de Agentes lite- 
rarios haría sospechar la idea de un prose- 
litismo menos literario; ó cuando menos, la 
de un tráfico de distinciones literarias poco 
compatible con la dignidad indispensable á 
la autoridad de un cuerpo sabio. 

Los republicanos de América somos ávi- 
dos de distinciones, no obstante nuestro amor 
de igualdad. Si las condecoraciones y tí- 
tulos nobiliarios son incompatibles con la Re- 
pública escrita, no lo son los títulos literarios. 
La España no debe ser sospechada de que, 
conociendo esa debilidad, quiera explotarla 
en el interés de reivindicar por la vanidad 
de los americanos una supremacía que no 
ha podido arrancarles por el poder de las 
armas en los campos de batalla, ni por la 
autoridad de la ciencia, bajo las álas de la 
paz. 

Londres, Marzo de 1871. 

J. B. A. 



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EVOLUCIONES DE LA LENGUA CASTELLANA 



A 



He leido la carta de nuestro amigo el Dr. 
Gutiérrez á la Academia Española, devol- 
viéndole su diploma de miembro correspon- 
diente de esa eminente sociedad literaria. 

Usted ha tenido la buena idea de mandar- 
me esa carta conociendo lo que me interesa 
ol autor, el asunto y el caso, que es casi 
el mismo en que yo me encuentro, pues 
también la Academia Española me hizo el 
honor de nombrarme un miembro corres- 
pondiente suyo. 

Pero si yo hubiese tenido motivo y deseo 
de seguir el ejemplo de mi honorable ami- 
go, no habría podido devolver mi diploma 
por la simple razón de que nunca lo recibí, 
pues gracias al interés inmenso que nuestro 

12 



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— 182 — 



pasado Presidente daba á la organización de 
la Posta, mi diploma ó nombramiento se 
perdió en la oficina de correos de Buenos 
Aires, durante su gobierno. Le debo así la 
posesión en que me encuentro del honor con 
que me favoreció la Academia Española sin 
el menor perjuicio de mi libertad, que con- 
servo entera, de opinar y entender la doc- 
trina de la evolución de nuestro idioma, 
como la vé el Dr. Gutiérrez. Pero no por 
opinar como él, hubiese devuelto mi diplo- 
ma; y no porque el hecho sea sin preceden- 
te, como se ha dicho. Tiene su precedente 
célebre y reciente en la renuncia que hizo 
de su silla un grande académico de Fran- 
cia (1) por no sentarse al lado del libre 
pensador M. Littré. 

Pues cabalmente M. Littré filé recibido 
miembro de la Academia á pesar del disen- 
tir de ese cuerpo en sus ideas sobre la pu- 
reza y fijeza de la lengua; y esas ideas, que 
son de muchos, son las mismas del Dr. Gu- 
tiérrez. 

Sobre este punto yo mismo he tenido esas 
ideas desde mucho tiempo, y están consig- 
nadas, con una exageración en que no per- 
sisto, en escritos mios conocidos en el Plata. 
Pero no he vacilado en aceptar el honor 
ofrecido por la Academia, porque no pienso 
que ella excluj^a por sistema del círculo de 

(1) Mona. Dapanloup. 



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— 183 — 



sus asociados á los que no creen en la in- 
mobilidad y fijeza de los idiomas, por mas 
que una Academia, por la naturaleza misma 
de su institución, esté llamada á respetar y 
servir la estabilidad y pureza de la lengua 
nacional. 

Pero el idioma es el hombre, y, como el 
hombre de que es expresión, está sujeto á 
cambios continuos, sin dejar de ser el mismo 
hombre en su esencia. 

Esas son las ideas del eminente academis- 
ta francés, en que fundó su gran Diccionario, 
que la Academia francesa no ha consagrado 
ni aprueba en todas sus partes, pero que no 
ha persistido en considerar como razón de te- 
ner cerradas sus puertas al que no pensaba 
como ella en punto á la fijeza del idioma 
francés. 

Según M . Littró , dos grandes leyes fun- 
damentales, peculiares al hombre, gobier- 
nan el desarrollo natural de todo idio- 
ma: el neologismo y el arcaísmo: la que lo 
cambia incesantemente con nuevas voces 
usadas en lugar de las viejas; la que man- 
tiene siempre el mismo el carácter y fondo 
del idioma. El arcaísmo y el neologismo, 
no son incompatibles; su juego armónico, al 
contrario, mantiene al idioma siempre nue- 
vo y siempre el mismo. La ejecución de 
una de esas leyes, forma el encargo funda- 
mental de la Academia; la otra queda á los 



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— 184 — 



cuidados del pueblo mismo, que es el legis- 
dor soberano de los idiomas. Toda Acade- 
mia es por índole un poder conservador del 
lenguaje. 

Es el Senado del idioma. El pueblo, al 
contrario, gobernado por su instinto de 
cambios, modifica todos los dias la lengua de 
que se sirve, con su autoridad directa y so- 
berana de legislador de sí mismo, en el idio- 
ma como en todo. 

Los idiomas no son la obra de las Aca- 
demias. Cuarenta hombres sabios, por im- 
portantes que se crean, no tienen facultad 
para imponer á cuarenta millones de vivien- 
tes, las palabras, los sonidos, las reglas con 
que han de comunicarse entre sí mismos. 
Antes que las Academias existiesen, ya las 
lenguas eran un hecho existente; y hay len- 
guas que existen en el mas alto grado de 
cultivo, sin reconocer Academia alguna: la 
lengua inglesa, por ejemplo; lengua imper- 
fecta y defectuosa, cuanto se quiera, pero 
es la lengua de Shakespeare, de Milton, de 
Pope, de Walter Scott y de Byron. 

Cervantes escribió la lengua que ha toma- 
do su nombre, como si fuera su propiedad, 
no siendo académico. Ni Lope de Vega, 
ni Calderón, ni Tirso de Molina, eran de la 
Academia, por esta buena razón, que la 
Academia no existía cuando escribían la 
lengua que no habían inventado, sinó des- 



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cubierto y hablado en boca del pueblo, co- 
mo lo reconoce el mas grande de todos ellos 
en el prefacio del Quijote. 

Así, la Academia de esos grandes escrito- 
res españoles no fué otra que el pueblo mis- 
mo, de cuya lengua se sirvieron como hijos 
y órganos suyos que eran en realidad y en 
alto grado. 

Una grande Academia, es decir, la Aca- 
demia de un grande idioma, — y llamo gran- 
de al idioma nacido de un grande origen, 
como el latin, —que hablan cuarenta millo- 
nes de habitantes, formando muchas nacio- 
nes independientes unas de otras y habitan- 
do los cuatro grandes continentes en que el 
mundo se divide, con gobiernos diversos por 
sistema, no. puede tener sobre la pureza del 
idioma nociones que no se concilien con la 
variedad inevitable que esas condiciones de 
existencia imponen á la nacionalidad ó fa- 
milia que habla el español. 

Por qué tendría el español, fuera de Es- 
paña, otra suerte que la que le cabe en España 
misma? 

La España habla tant&s lenguas como 
provincias forman su península. El idioma 
español es casi un dialecto de dos de ellas, 
de las dos Castillas, á cuyo origen local 
debe el nombre de castellano. Extendiéndose 
á toda España, ese, que fué dialecto un día. 
se ha hecho la lengua de toda la Nación 



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— 186 — 



Ibérica, la lengua española; y esa conquista 
no se ha operado sino como todas las con- 
quistas, por concesiones y cambios recípro- 
cos con los demás dialectos, tributarios de 
infinitas palabras y modismos, mezclados y 
asimilados con el idioma nacional. No de 
otro modo Roma y su lengua conquista- 
ron la Italia y el mundo de su tiempo. 

Pero esa conquista del idioma español en 
la misma España, está lejos de completarse 
en las provincias mas exteriores y fronte- 
rizas, donde los dialectos resisten todavía 
enérgicamente el señorío de la lengua na- 
cional ó española, de lo cual es prueba el 
modo como la hablan y practican. El vas- 
co, el catalán, el valenciano, no hablan me- 
jor español que lo habla el pueblo de la 
América del Sud. En esos países de la Pe- 
nínsula, que son los que han poblado á la 
América, con motivo de su condición marí- 
tima, la buena lengua española es ramo de 
cultura y de buena educación, casi como 
una lengua extrangera, pero ciertamente no 
es una costumbre del pueblo como en las 
Castillas Vieja y Nueva, donde el último pro- 
letario habla el mismo español elegante que 
el gran señor. 

Sin embargo, los miembros de la Acade- 
mia española no son todos castellanos, su ma- 
yor parte procede de las provincias, que 
hablan la lengua española con la misma 



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- 187 — 



imperfección que la América del Sud. Pe- 
ro eso no quita, ó mejor dicho, eso es razón 
cabalmente, de que sean elegidos para cola- 
borar en la mejora y expansión del idioma 
común de toda la nacionalidad, que habla 
castellano. No es la elegancia, ni el puris- 
mo, ni el arcaismo de buen gusto lo que 
prevalece en el español que habla el cata- 
lán, el vasco y el andaluz; y sin embargo, 
no por ello sus escritores son excluidos de 
la Academia, instituida para mantener y 
conservar aquellas calidades del buen idioma 
castellano. Por qué los escritores de la 
América, que hablan español, no serían 
igualmente admisibles y competentes para 
concurrir á esa obra de cultura común? 



§ 



Yo he creido ver una prueba de que la 
Academia mira de esta altura las cuestio- 
nes de pureza y elegancia del idioma espa- 
ñol, en los varios hechos siguientes: Desde 
luego, en la elección hecha en mí, que nun- 
ca pequé de arcaista ni purista en mis es- 
critos. f 

Si yo estimo en mucho el honor que me 
ha hecho la Academia española, en elegirme 



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— 18S — 



su correspondiente, es cabalmente porque no 
lo merezco, y porque no creo que con su 
elección espere convertirme en hablista per- 
fecto de la bella lengua, que los Americanos 
no hablamos ni podemos hablar como los 
españoles de las Castillas. Me corrobora en 
esto, el siguiente hecho. 

En la lista oficial de los miembros corres- 
pondientes de la Academia española, no le- 
jos de mi nombre, está el del Emperador 
del Brasil D. Pedro II, á quien no puede 
creerse elegido para ser guardián de la pu- 
reza y elegancia de la lengua española en 
el Imperio de su mando, lusitano de origen, 
por la buena razón de que ni él, ni el pue- 
blo del Brasil hablan español, sino portu- 
gués, que es un español echado á perder, se- 
gún el dicho del vulgo de España. 

Y á ser ciertas las miras que la malicia 
de la historia atribuye á la política de tra- 
dición lusitana en Sud- América, mejor nom- 
brado estaría D. Pedro para suprimir el ha- 
bla español en América, que para mantener 
y extender su elegancia y pureza entre su 
pueblo de habla portuguesa. 

Su nombramiento es lo que sería el del 
general Grant para mantener la pureza do 
]a lengua española en Téjas, Nueva Méjico 
y California. La lengua de Cervantes ha 
sido purificada en esos paises antes españo- 
les, por una especie de cremación social, es 



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— 189 — 



decir, por la supresión de la raza que tabla 
español. 

Por otra parte, esa elección tiene un buen 
sentido que hace honor á las vistas de la 
Academia española en la manera de escojer 
á sus miembros correspondientes para el cul- 
tivo del idioma. 

Aunque la pureza y fijeza sean las cali- 
dades del idioma, que mas cuida la Acade- 
mia, no por eso puede descuidar otras no 
menos- esenciales á un idioma culto, como 
son la claridad, la concisión, la precisión, la 
adquisición de nuevas voces y giros, y es 
esto cabalmente lo que hace el objeto del 
trabajo de colaboración del correspondiente 
extrangero. 

Bello y Baral, escritores Sud-Americanos, 
no incurrieron nunca en el gusto del arcaís- 
mo, y sin embargo, la Academia los hizo 
nombrar correspondientes suyos, ó miembros 
del todo, si mal no recuerdo. 

No es de creer que otros motivos induje- 
sen á la Academia á recibir entre sus miem- 
bros á esos Americanos, que no hablaban 
español mas castizo que Florencio Várela, 
Gutiérrez, Vallejo, Pardo, Echeverría, etc. 

En cuanto al recelo de Gutiérrez de que 
España puede pensar en nuestra reconquista 
por medio de la lengua, no me parece que 
deba arredrarnos de unir nuestros esfuerzos 
á los suyos para la- cultura de las calidades 



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— 190 — 



del jdioma, que son de todos los tiempos 
y sistemas de gobierno. — Tal es la elegancia, 

que, según Z (?) dá relieve á la verdad 

hasta en los matemáticos. Sabemos que el 
fuerte de los jurisconsultos romanos, del be- 
llo tiempo, era la elegancia inimitable de los 
textos de su derecho, sin preservarlo tal vez 
por ello en parte. 

Qué temor puede inspirar una conquista 
que no cuenta con mas ejército que la Aca- 
demia, ni mas arma que el idioma;, tanto 
mejor para los conquistados. Una conquis- 
ta gramatical, es como una conquista amo- 
rosa; puramente platónica y abstracta cuan- 
do menos. Ojalá en este sentido pudiera 
España conquistarnos hasta hacer un hablis- 
ta como Cervantes de cada Americano del 
Sud. La cosa no es muy fácil, y la dificul- 
tad no data de ayer, ni viene de los gobier- 
nos Americanos. Nadie, sino España, dió 
á la América la manera imperfecta con que 
hablo y hablan su idioma castellano, y se- 
ría de temer que nuestra reconquista no le 
cueste menos ni sea mas eficáz que la de 
Andalucía, de Vizcaya y de Cataluña al 
ejercicio de la pura lengua castellana, que 
esas provincias españolas están lejos de ha- 
blar mejor que la América del Sud. 

Por lo demás, se han visto ejemplos, en 
Europa, que hacen excusable el temor del 
Sr. Gutiérrez de que los diplomas acadómi- 



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— 191 — 



eos sean empleados como medio de ejercer 
influjo político en América. Un partido, en 
Francia que, sin embargo de estar fuera del 
poder, tenía un ascendiente absoluto en los 
cuerpos sábios, ha usado de los diplomas, á 
falta de decoraciones, para reclutar adeptos 
en América. 

Pero puede España esperar la restaura- 
ción completa de su idioma en América, 
cuando es ella la que mas ha hecho para 
perderlo? 

España, en efecto, es grandemente res- 
ponsable de que las lenguas extrangeras del 
Norte de Europa, ocupen hoy el rango que 
habría tenido la lengua castellana, si la po- 
lítica de Madrid hubiera dado á la crisis de 
la separación inevitable, la solución pacífica 
que conservó en el Brasil, sin interrumpir 
el influjo dé la Madre Patria, para la con- 
servación del idioma originario, en sus des- 
cendientes Americanos, constituidos en Es- 
tados soberanos sin sombra de violencia. 



§ 

La autoridad de una lengua, su facultad 
de extenderse en el mundo, es parte y de- 
pende de la autoridad de la nación que la 



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— 192 — 



habla, es decir, de su grandeza y cultura, 
de su progreso en ciencias y artes, riqueza, 
población, instituciones, costumbres etc. Las 
lenguas no viajan solas, ni en los libros me- 
ramente. Así viajan y circulan las lenguas 
muertas. Las vivas, viajan en los hombres 
y, con ellos, en las instituciones, en los in- 
tereses del comercio y de la industria. Así 
fué la lengua española á la América, que 
la habla. Y el inglés y el francés, el ita- 
liano y el alemán no están allí mandados 
é introducidos por los libros y las Academias, 
sinó por el comercio y la inmigración, que 
son los grandes propagadorss de los idiomas. 
La España de hoy, á este respecto, no es 
la que fué cuando llevó su idioma al nue- 
vo mundo. Su comercio, es secundario. Su 
autoridad intelectual es casi nula. Cómo 
continuaría á extendeise é imperar su len- 
gua en la América que fué suya? 

No tiene ni correos directos con Améri- 
ca. Comunica por conducto de la Inglate- 
rra, de la Italia y de la Francia, que tienen 
líneas propias y regulares de vapores pos- 
tales. Así, el diploma del Sr. Gutiérrez, ha 
empleado tres años para ir de Madrid á 
Buenos Aires, mientras que una carta de 
París ó Londres vá en treinta dias, un 
mensaje telegráfico en un instante, y todo 
su comercio actual es inglés, francés, ale- 
mán, italiano. 



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— 193 — 



Pero lo que ha perdido ó dejado' de ga- 
nar en pureza y casticismo el idioma espa- 
ñol en Sud- América por quince años de 
guerra y quince de entredicho, ha ganado 
en ciaridad, en soltura, en laconismo y ri- 
queza, rozándose y cruzándose con las len- 
guas de la Europa no peninsular, mejora- 
das por un desarrollo científico de que en 
España no ha disfrutado el idioma. 

Si las lenguas, mezclándose ó aproximán- 
dose entre sí, se dañan en su pureza, es in- 
dudable que se sirven y favorecen en otros 
respectos. En este sentido es que se eligen 
miembros extrangeros al idioma de la Aca- 
demia, no para cultivar su pureza y elegan- 
cia, ciertamente, sino para ayudar al mejo- 
ramiento del idioma en otras cualidades de 
fondo y sustancia. Todos los idiomas tienen 
una común gramática filosófica y en todas 
ellas se realiza el principio de que el arte de 
hablar y escribir, estriba y depende del arte 
de pensar, de observar, de razonar. 

La Nación que mas ha pensado, obser- 
vado, aprendido; la que mas ha progresado 
en las ciencias, será naturalmente la que 
mejor escriba y hable, ó la que escriba y 
hable un idioma mas lógico, claro, exacto, 
rico en vocablos como en conceptos y giros, 
mas persuasivo y convincente. Esto se vé 
en las lenguas, que han tenido por colabo- 
radores mediatos á los Descartes, Pascal, 



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— 194 — 



Cuvier, La Place, Newton, Baoon, Locke, 
Benthan, Mili, Spencer etc. 

La pureza de una lengua será siempre 
una ley de su constitución destinada á man- 
tener su identidad peculiar y propia, que 
la hace ser diferente de las otras; pero ca- 
da dia esa ley será entendida de un modo 
mas lato y aplicada con mayor elastici- 
dad. 

Ese purismo estrecho y repulsivo de los 
tiempos feudales, se ha hecho incompatible 
con las exigencias de las sociedad moderna, 
cuya gran ley es la unidad creciente del es- 
píritu humano. Ese purismo feudal de los 
idiomas, recibió su herida de muerte el dia 
que Watt descubría la máquina de vapor, que 
Stephenson la aplicó al ferro-carril y FuÜon á 
la navegación. Los caminos de fierro, las 
líneas de vapores, las líneas telegráficas, las 
aperturas de los istmos internacionales, la 
libertad de los cambios, el nuevo derecho de 
gentes cristiano, los bancos, los tratados de 
comercio, todo lo que acerca á las naciones 
unas de otras con tendencias á unirlas en 
un solo gran cuerpo social, perjudica inevi- 
tablemente á la pureza y estabilidad de los 
idiomas, compensándolos, es verdad, con ad- 
quisiciones de riquezas equivalentes. Ese 
movimiento es parte esencial de la civiliza- 
ción, con cuya exigencia, como se vé, no es 
muy conciliable ni el purismo de los idiomas, 



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— 195 — 



ni el color local y pintoresco de los paises. 

El purismo es á los idiomas, lo que el 
color local á los usos de los diversos paises. 
Como el color local, ese purismo irá dismi- 
nuyendo, aunque no desaparezca del todo, 
como no puede desaparecer sin que desapa- 
resca el idioma mismo; porque es esencial 
á la identidad particular de cada idioma. 

Cada día el exterior del hombre civilizado 
se hará el mismo en todas partes, no obs- 
tante la diversidad de paises que sigue re- 
flejándose en ese mismo hombre. 

Mañana, cuando la España entre del todo 
en el concierto de la vida europea, sus clases 
acomodadas é industriales recibirán como 
parte de su educación la posesión de tres ó 
cuatro lenguas extrangeras, como hoy sucede 
en Inglaterra, en Francia, en Rusia, en Ale- 
mania, en Italia. Se cree que un español 
que hable cuatro lenguas extrangeras, será 
tan purista como el común de los que ha- 
bitan las Castillas y solo hablan su nativa 
lengua? Si el Sr. Hartzembush hablara in- 
glés y francés y visitase á menudo las socie- 
dades sábias de París, Lóndres y Berlín, se- 
ría tan estricto y vigoroso en purismo como 
es hoy? 

Frecuentar las lenguas extrangeras, es cur- 
sar otras tantas literaturas y sociedades ex- 
trañas. Hacerlo con fruto es asimilarse á 
ellas hasta cierto grado. Cuando los espa- 



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— 196 — 



ñoles hablen las tres ó cuatro grandes len- 
guas que habla la Europa mas civilizada, el 
purismo de su lengua castellana, no será el 
de las solitarias Castillas del tiempo de Cer- 
vantes. 

Por el vehículo de los idiomas extrañóle- 
ros harán su entrada en España, la filosofia r 
las ciencias y las letras de los países del Nor- 
te, y su pueblo dejará de conocer á Kant, 
á Hegel, á Cousin, etc. por el intermedio 
del señor Castelar que, como Mme. de Staél, 
solo j guardará el honor de la circulación 
de esos estudios nuevos, que no dejarán un 
día de llenar de novedades el idioma que 
fué de Cervantes en el siglo XVIII. 

Esa entrada será inevitable, como resul- 
tado de una ley natural, por la cual, la ci- 
vilización, como los líquidos y el calor, tiende 
á mezclarse, vá de donde sobra á donde 
falta. 

No toda lengua ni una lengua en todo 
tiempo es capaz de dar la ley en elegancia 
y en pureza. Atribuir á una lengua el po- 
der de legislar, es una figura de retórica; es 
atribuirle un atributo del hombre del pue- 
blo que la habla. Para dar la ley en ele- 
gancia, es preciso tener el cetro de la moda, 
del buen gusto en la sociedad de las nacio- 
nes; es decir, una grande y soberana posi- 
ción internacional. 

La moda desciende de las altas regiones, 



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— 197 — 



aun en las democracias, entre las naciones, 
como entre las personas. 

Cuando una nación ha dado el tono y la 
moda al mundo entero, en virtud de una 
grandeza sin rival, y ha caido en decaden- 
cia; si esa nación tiene un vecino, que la 
suceda en su grandeza y en su soberanía 
en materia de gustos y de modas, su lengua 
será invadida por un mar de neologismos y 
de impurezas elegantes. El neologismo, las 
voces bastardas y extrañas se volverán de 
moda; serán elegantes. 

La elegancia es un fenómeno estético, su- 
jeto á las leyes misteriosas y caprichosas del 
gusto, es decir, del antojo. Es elegante á 
veces lo que es nuevo, lo que no es del país, 
lo exótico, lo extrangero, cuando el extran- 
gero nos supera en grandeza y rango en el 
mundo. Tal es la posición de España res- 
pecto de sus vecinas la Francia y la Ingla- 
terra. Hasta en los modismos del lenguaje, 
es elegante en España lo que es francés, 
lo que es inglés, nada mas que porque no es 
español: en el lenguaje, como en los trages, 
muebles, instituciones y usos. 

Se puede constituir cincuenta sociedades 
Académicas para detener los efectos de esa 
ley, la fuerza de las cosas se burlará de to- 
das ellas, hasta que ellas mismas acaben por 
ceder á la corriente y darle su sanción. 

Como meras sociedades, las Academias, 

13 



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— 198 — 



aunque estén autorizadas por el gobierno, 
no son parte del gobierno, no tienen auto- 
ridad gubernamental: no hay lengua guber- 
namental, en el sentido de ser obra del go- 
bierno: no se hacen lenguas por leyes y 
decretos; no se decreta la elegancia, el gusto, 
la manera de hablar, cuando no es impe- 
riosa. (?) 

Donde el derecho de asociación es Ubre, 
no se hacen académicos por decretos de go- 
bierno ni de las mismas Academias. Cada 
académico lo es en parte por su voluntad li- 
bre; y en parte, naturalmente, por la volun- 
tad de la Academia que lo elije. 

Dar á esa elección, ó al título que lo prue- 
ba, el nombre de diploma, es una impureza 
de lenguaje en que incurren las Academias 
mismas á menudo. Solo dá diplomas el que 
dá autoridad pública en virtud de su poder 
soberano, á no ser que las Academias tomen 
su autoridad y sus diplomas, en sentido meta- 
fórico y figurado. 

Qué de defectos y de irregularidades de 
los hombres y pueblos superiores no se vuel- 
ven de moda y se repiten como cosas elegan- 
tes, nada mas que porque vienen de perso- 
nalidades célebres y grandes? Qué pueblo 
ha dado mas grandes ejemplos de ello, que 
el pueblo griego, el mas artista y competen- 
te que todos en materia de gusto y elegancia? 



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— .199 — 



El ha embellecido sus propios defectos y los 
ha impuesto al mundo. 

Si en la misma España pasará el galicismo 
como elegancia, por las razones dichas, qué 
extraño será que suceda otro tanto en la 
América que fué española? 

Países que han dejado de pertenecer á 
España y de ser españoles, política, social y 
geográficamente, podrían continuar siendo 
estricta y rigorosamente españoles en el 
idioma, que es la expresión y el instrumen- 
to de la sociedad, del sistema de gobierno, 
de la industria, del suelo y clima de cada 
región? 

La vida moderna, que es toda de inter- 
cambio y comunicación, lleva á las naciones 
al cosmopolitismo, y el hombre de este siglo 
que, al favor de la supresión del espacio y 
del tiempo, er:tá en todas partes y habla, por 
decirlo así, todas las lenguas, no puede guar- 
dar la pureza de la suya propia y nativa, sinó 
al favor de infinitas concesiones cambiadas 
con las lenguas de su contacto mas frecuente. 

Idiomas en cuyos dominios no se pone el sol, 
como son el inglés y el español, tienen que 
ser mas elásticos y condescendientes que 
otros, en cuanto á pureza ó exención de toda 
mezcla, con la multitud de idiomas con que 
están en contacto geográfico. En su obra 
sobre la literatura inglesa, Chateaubriand ha 
hecho notar los cambios y variedades á que 



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— 200 — 



ha tenido que ceder el idioma del pueblo 
inglés, esparcido en toda la faz del globo, 
por decirlo así, á causa de su vocación co- 
mercial y marítima y de sus nuevos estable- 
cimientos coloniales. 

Ya sea por esa razón, ó por la resistencia 
instintiva de los ingleses á toda restricción 
de la palabra libre, el hecho es que no tie- 
nen ni siquiera Academia de la lengua. Ni 
siquiera comprenden el papel de una Aca- 
demia como autoridad legislativa del idio- 
ma. 

Mr. Mateo Arnold, sin creer en la posi- 
bilidad de fundar una Acadaiíxia inglesa de 
la lengua, lamenta que Inglaterra no la ten- 
ga por el estilo de la que en Francia man- 
tiene, según él, la pureza y la elocuencia de 
la lengua. Pero Mr. Herbert Spencer, que lo 
cita, dudando mucho de la eficacia dé las 
Academias, en el gobierno de las lenguas, 
es de opinión que la lengua inglesa no debe 
su perfección en ciertos puntos sinó á la au- 
sencia del control embarazoso y estacionario 
de una Academia. Así, si mi amigo el Sr. 
Gutiérrez se extravía en sus opiniones, lo 
hace en compañía del primer filósofo que 
tiene hoy la Inglaterra y de M. Littró, autor 
del mejor diccionario que tiene hoy la len- 
gua francesa. 

No hay, en efecto, una sola de las propo- 
siciones, que ha sostenido el señor Gutiérrez 



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— 201 — 



que no osté consignada en el Prefacio del 
gran Diccionario de la Lengua francesa, en cua- 
tro tomos. 



§ 

Pero los ingleses no tienen razón. Ellos, 
que se asocian para todo, por qué no harían 
sociedades para cultivar las lenguas, que son 
las rutas del pensamiento? Ellos, que tanto 
cuidado se dan por la mejora de las vías de 
comunicación, por asociaciones de ingenieros 
y de capitalistas, dejarían excluidas de esos 
cuidados á la vía de comunicación de las almas, 
de las voluntades y de los entendimientos? 

La asociación es tan esencial á ese cultivo, 
que yo creo que los ingleses descuidan or- 
ganirzarla en forma de Academia porque 
concierne (?) ála sociedad del país todo entero, 
como una grande Academia natural, para 
el cultivo de esa ruta vital, que se llama el 
idioma, y que se confunde con el vínculo 
mismo en que la sociedad civilizada tiene su 
principal fundamento. 

Habrá siempre academias, porque no son 
otra cosa que simples sociedades formadas 
para trabajar de consuno en el interés de 
una mira útil. Qué puede haber de mas útil 
que la perfección del instrumento que nos 



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— 202 — 



sirve para pensar, escribir, hablar, comuni- 
car nuestro pensamiento? Ella lo expresa 
y enseña de tal modo que, cuando una na- 
ción deja de existir, su lengua es lo único 
que queda intacto por los siglos de los si- 
glos. 

Pero esa perfección tiene muchas condicio- 
nes ó consiste en condiciones diversas. 

La pureza es una condición esencial del 
idioma, con tal que no sea absoluta ni se 
convierta en obstáculo á su desarrollo y pro- 
greso. 

Este progreso y su aptitud á recibirlo, ó 
su perfectibilidad, es otra condición del idio- 
ma, que se manifiesta por el indispensable 
neologismo ó la adquisición y uso de nuevas 
voces. 

Pero la principal calidad en que consiste 
la perfección de la lengua es su claridad, su 
concisión y laconismo, su precisión, en cuyas 
ventajas soberanas se convierten y resuel- 
ven las de pureza y elegancia. La pureza 
y la elegancia son preciosas porque ellas evi- 
tan la confusión, la oscuridad, la difusión 

Ser elegante, es ser corto y breve, sin ser* 
oscuro. 

De esa variedad de condiciones se derivan 
otros tantos objetos de asociaciones acadé- 
micas para su cultivo. 

Ese trabajo, como todo otro, para hacer- 
se bien, requiere dividirse. Por qué no serían 



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— 203 — 



otras tantas variedades ó divisiones de la 
Academia de la Lengua, la Academia del ar- 
caísmo; la Academia del neologismo; la Acade- 
mia de la claridad y precisión; la Academia de 
la purera; la Academia hispano-americana, y 
la Academia americano-española? 

Lo que se llama Instituto, en Francia, que 
no es sinó la asociación aplicada al cultivo 
de las ciencias y las letras, ¿no está compues- 
to de cinco Academias, de las cuales es una, 
la de la lengua francesa? 

No hay razón para que la pureza y ele- 
gancia, sean objeto de una Academia de la 
lengua, y para que otras cualidades no me- 
nos esenciales del idioma, no sean objeto de 
otras Academias igualmente de la lengua. 

Todo ello, sin perjuicio de la identidad 
sustancial del idioma castellano. Este idio- 
ma es tan extrangero al suelo de su origen 
castellano, en Andalucía y en Cataluña, co- 
mo lo es en América ó en Asia. 

Escepto en las Castillas, el castellano rei- 
na en todas partes donde es hablado, por de- 
recho de conquista; como sucedió al latin, 
que, nacido en el Latium, llegó á ser la len- 
gua de todo el mundo romano. 

Las variedades inevitables de una lengua 
en cuyos dominios no se pone el sol, no le 
quitarán su identidad. 

Habrá antagonismos, divergencias, conflic- 
tos, contradicciones, respecto de la lengua. 



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— 204 — 



entre España y América, pero esas oposicio- 
nes, lejos de ser causa legítima de guerra y 
de separación en materia de lenguaje, debe- 
rán serlo de paz y de acercamiento. 

Para el logro de esa paz, las concesiones 
deberán ser mutuas y recíprocas, como en 
toda especie de paz. 

Por grandes y violentas que España en- 
cuentre ciertas irregularidades de su lengua 
en América, tendrá que sufrirlas y aceptar- 
las, si quiere ver aceptada y recibida su 
autoridad en América en materia de len- 
guaje. El provecho de esa doble actitud de 
deferencia ha de ser mútuo y común, ó no 
tendrá lugar. 

En América necesitará siempre de la co- 
operación de España para el mantenimiento 
y perfeccionamiento del idioma en la cua- 
lidades esenciales de todo buen lenguaje ; 
y por la Aduana de América recibirá Es- 
paña, cuando menos, la influencia de la 
Europa no peninsular, que invade y se 
apodera de esa América, en mil intereses 
tan grandes como el del idioma, á saber: 
los de la política y de la reforma social, v. g. 

Si el legislador soberano del idioma es el 
pueblo, y el pueblo es la mayoría en la 
sociedad moderna, democrática por esencia, 
— la América, ó la parte del pueblo español 
de raza y de idioma, que habita América 
y se llama América solo por esta razón, tie- 



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— 205 — 



ne tanta autoridad como España para le- 
gislar en el idioma común, porque se com- 
pone de veinticuatro millones de habitan- 
tes, mientras que España solo tiene poco mas 
de la mitad. Si al censo se añade el terri- 
torio, la América está en camino de ser la 
regla y España la escepcion. 

En todo caso no será por decreto que Es- 
paña ha de imponer su lengua castiza á la 
América, como Rusia impone su idioma 
á Jos países polacos, y Alemania á sus con- 
quistas francesas. 

Si »há de ser por convenios, conveniencias 
y convenciones literarias, un poco de reci- 
procidad ha de ser la base de esas transaccio- 
nes. No parece estar por esas ideas el señor 
Villergas, á pesar de su liberalismo. 

§ 



Yo seria un hombre desnaturalizado si no 
abrigase simpatía por el autor de Sarmentici- 
dio. Pero la razón que me lo hace simpático 
es la que me hace lamentar que resu- 
cite á su muerto, imitando el ejemplo que 
dió él en Chile al ocuparse de lavar la 
ropa sucia de los chilenos, es decir, de en- 
mendar, remendar, zurcir y cortar los usos 



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— 206 — 



literarios y los escritos producidos en el paia 
trasandino que lo colmó de bondades. 

No es que el oficio de iavandero, sea des- 
honroso, sinó que es hnmilde y triste para 
el que es capáz de otro mas liberal y mas 
digno. 

Si yo viese de lavandera á una pesona dis- 
tinguida de mi simpatía, no la creería des- 
honrada, pero le tendría lástima de verla 
ocupada en limpiar cosas sucias. 

Cada uno es dueño de atender á su juego, 
cuando es juego limpio, y mas qua nadie 
Antón Perulero. El código civil y la consti- 
tución protejen la libertad de la indutria 
de lavar ropa súcia como de cualquiera otra 
industria. Pero toda industria honrada debe 
ser ejercida honradamente. Si la industria 
es privada y requiere reserva y recato en el 
industrial, toda indiscreción ó divulgación 
pública que puede dañar á tercero, es una 
especie de felonia, una acción dañina que me- 
rece castigo. El oficio de Iavandero v. g. es 
puramente privado; y la ropa sucia requie- 
re ser lavada en reserva. 

Si nuestra ropa sucia debiera ser lavada en 
público y á la vista de todo el mundo, todos 
preferiríamos quedar sucios, antes que consen- 
tir en tener por testigo á todo el mundo, de 
las miserias de nuestra salud achacosa, ó de 
nuestra condición escasa y pobre. 

Asi, el primer mérito de una lavandera es 



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— 207 — 



la discreción y la reserva en los trabajos y 
ejercicio de su oficio, esencialmente confiden- 
cial y secreto. 

Voltaire faltó á ese deber, como lavan- 
dera de la ropa sucia de Federico de Pru- 
sia, permitiéndose algunas indiscreciones que 
le costaíon caras. 

El Rey le hizo pagar su charla haciéndo- 
lo azotar antes de dejar su territorio, y obli- 
gándole á firmar recibo de sus azotes. 

No permita Dios que el soberano pueble 
d'e la República Argentina imite el ejemplo 
del soberano de Prusia, castigando de igual 
modo las indiscreciones públicas de algún 
Voltairecillo, que, por necesidad ó por mal 
gusto, se dé al oficio fácil de lavar la ropa 
del pais extrangero que le hospeda. 

Sarmiento dejó una mecha de sus cabellos 
en manos del escritor Espejo, por haber que- 
rido lavar en público la ropa sucia de ese 
escritor chileno; y si salvó su pellejo mejor 
que sus cabellos, fué porque supo siempre 
guardarlo mejor que las ropas de seda de- 
su propia señora. Su gran valor le dió gra- 
dos y cruces militares pero no cicatrices. Vie- 
jo veterano de las guerras ie su país, hizo 
siempre sus campañas desde su cuarto, y 
ganó batallas desde su sillón, en la arenas 
de las caitas geográficas, no con cañones, 
sino con alfileres, dejando á sus enemigos 
clavados en el papel como moscas é insectos. 



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— 208 — 



Eso fué después que dejó en el extranjero 
su profesión eventual de lavar ropa sucia. 

Porque el Sarmenticidio, ó la muerte lite- 
raria del mal escritor, no le impidió resuci- 
tar hombre político en su país, sobrevivir 
veinte años á su entierro escrito, gobernar 
á los argentinos, cometer treinta mil argen- 
ticidios, endeudar en millones y millones á su 
país por repetidos empréstitos, enterrarlo ba- 
jo el peso de un Código Civil de cuatro mil 
artículos, y pasar la llave de la sepultura, 
para que guarde sus manes, al sucesor de 
gobierno, mientras él sucedía á Rosas, su 
viejo enemigo, en las gangas de Palermo. 

Si es así como la pluma del autor de 
Sarmenticidio sabe dar muerte literaria, des- 
de ahora le agradecemos el bien que nos 
prepara en darnos al señor Gutiérrez por 
futuro presidente de la República Argen- 
tina. 



§ 

Por lo demás, Villergas, en Buenos Aires, 
ha probado tener mucho mas talento que 
Sarmiento, y mucho menos juicio que Sar- 
miento en Chile y en todas partes. 

Como maestro en la lengua española, hu- 
biera podido hacer gran bien á esos paises. 



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— 209 — 



que tan mal la poseen y manejan, no obs- 
tante ser su idioma, enseñándola en la cá- 
tedra, en el liceo, en el colegio, en libros 
amenos y sérios, en conferencias. Que ha 
hecho en vez de eso? Ha tomado un perió- 
dico satírico y se ha puesto á insultar, no 
á los que peor hablan castellano, sino á los 
que mas lo han cultivado y mejor escriben. 
Ha dejado á un lado á los periódicos y li- 
bros, que estropean á cada paso el idioma 
de Cervantes, y se ha puesto a ridiculizar la 
persona, el saber, el estilo, el valor del se- 
ñor Gutiérrez en la sociedad de Buenos Ai- 
res, á quien la Academia española, mejor 
juez que Villergas, creyó digno de figurar en- 
tre sus miembros. 

Ha desconocido que, insultando al señor 
Gutiérrez, insulta la susceptibilidad del pais 
de que, con justicia ó no, Gutiérrez es una 
notabilidad literaria. A todo el mundo se- 
ria lícito ejercer ese triste derecho, menos 
á un extranjero que acaba de llegar al pais. 

Quién es el señor Villergas, qué servicios 
cuenta hechos á la América, para trata al 
estricote, en la prensa, á un hombre que ha 
conquistado el aprecio y respeto de su pais 
por los trabajos de toda su vida de estudio, 
de honor, de civismo? 

Si la razón porque ataca á Gutiérrez es 
que este ha vituperado cosas de España, tam- 
bién tiene, para ser justo y lógico, que ata- 



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— 210 — 



car á Belgrano, á Moreno, á Rivadavia, á 
Monteagudo, á Castelli, á Passo, que em- 
plearon toda su vida en escribir, hablar y 
obrar contra España. Tiene que atacar á 
todos los poetas argentinos, que han canta- 
do los triunfos Americanos contra Espa- 
ña; á DonVicente López, á Lafinur, á Juan 
Cruz Várela, á Mármol, Echevarría, á Bello, 
á Olmedo : toda la lira argentina y ameri- 
cana. Lo cual sería recomenzar, en el ter- 
reno de la literatura, de las costumbres y 
del orden social, la vieja guerra de la in- 
dependencia, que separó, por cuarenta años, 
en dos mundos rivales y enemigos á los caste- 
llanos de ambos mundos; ó cuando menos, se- 
ria la empresa literaria del señor Villergas 
otra expedición científica del Almirante Pin- 
zón, que no necesitaría de un bombardeo 
de Buenos Aires para traer un nuevo entre- 
dicho de cuarenta años; ó como el que no 
ha terminado todavia con el Pacífico. 



J. B. Albeedi 

París, Febrero 1876. 



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MINISTROS CANDIDATOS (1) 



I 



Uno que otro periódico, pero no la prensa 
toda, como debiera haberlo hecho, han seña- 
lado de pasada un mal político que, si se con- 
vierte en crónico, derribará por la base nues- 
tro órden constitucional. 

No puede concebirse nada mas impropio, 
mas subversivo del rejimen democrático, me- 
nos delicado y mas inmoral, que el ver á 
los ministros del Ejecutivo declararse can- 
didatos para la Presidencia de la República, 
como si fueran herederos forzosos del oficio 
de quien los mantiene á su lado. Confun- 
diendo la caprichosa voluntariedad del Pre- 
sidente que los hace ministros sin consulta de 
otra opinión que la suya propia, con la vo- 

(1) El artículo inédito del Dr. Juan María Gutierres que va en 
seguida, destinado á La República, no alcanzó á ver la luz en su 
oportunidad por haber abandonado ese din rio el sistema de impar- 
cialidad absoluta que se había impuesto desde su fundación, para 
inclinarse á la candidatura del Dr. Avellaneda, Ministro entonces de 
Instrucción Pública, que el Dr. Gutierres condenaba — Lo publica- 
mos hoy por vía de confirmación de los juicios del Dr. Alberdi so- 
bre la personalidad de D. Juan María Gutitrrez. (El E ) 



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— 212 — 

luntady la opinión del pueblo, se creen llama- 
dos á gobernar el país, nada mas que por 
haber frecuentado durante seis años las ante- 
salas y oficinas del Ejecutivo, y haber au- 
torizado con su firma las resoluciones de 
este. Esta alucinación es una epidemia pa- 
laciega mortífera, y es indispensable desinfec- 
tar la atmósfera donde se engendran sus 
gérmenes. Y la ocasión es la presente, hoy 
que dos, sinó son tres, de los cinco minis- 
tros del Sr. Sarmiento, aspiran á sucederle 
en el glorioso gobierno que por fortuna es- 
tá próximo á terminar. El mal es hoy mas 
visible que nunca y por consiguiente mas 
fácil de atacarlo y de estirparlo para siem- 
pre. Muy mal cazador sería el pueblo si no 
acertara á dar, con la munición de que pue- 
de disponer, á tanto pájaro reunido en ban- 
dada. 

La constitución ha tenido en mira evitar 
que la persona qué constituye el Ejecutivo 
se perpetúe en el mando, y dispone que 
el Presidente de la República no puede ser 
reelecto. Esta disposición no estaría escrita 
en nuestra cárta, si se pudiera suponer que 
el Presidente en caso de posible reelección, 
no tuviese medios de influir sino por sus 
méritos adquiridos y por sus virtudes ma- 
nifiestas, sobre la opinión pública, es decir, 
únicamente por la fuerza moral. Pero co- 
mo hasta ahora solo conoce la historia un 



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— 213 — 



santo en el calendario presidencial, Jorge 
Washington, la oonstitucion ha tomado en 
cuenta la fragilidad de nuestra naturaleza, 
y no ha querido que quien manda al ejér- 
cito, quien nombra los empleados públicos, 
quier paga á los obispos y los presenta, quien 
cuenta con una falange de paniaguados en 
el Congreso, quien sostiene á los goberna- 
dores, quien dispensa mil géneros de gra- 
cias y pensiones, quien nombra ó propone 
los jueces etc, etc., se tiente á emplear es- 
tas influencias de carácter oficial, para tor- 
cer á su favor la corriente de la verdade- 
ra opinión pública en el momento de la 
elección de Presidente de la República. 

Y si esto, y por la razón que queda di- 
cho, ha dispuesto la Constitución, estando á 
la doctrina en que sin duda se inspiró esta 
¿no militará la misma razón para alejar á 
los ministros inamovibles del Ejecutivo del 
teatro de la lucha en donde se agitan los 
elementos legítimos de la elección popular? 
No han gobernado ellos también, durante el 
período legal, participando de las mismas 
responsabilidades que pesan por la Consti- 
tución sobre el Presidente? El Ministro de 
la Guerra, no ha gobernado mas que el mis- 
mo gefe del Ejecutivo, á los generales y á 
los soldados? El de instrucción pública, 
justicia y culto, no ha estado exclusiva y 
directamente en contacto con la falange de 

14 



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- 214 — 



curas, de maestros, de rectores, de jueces, 
de inspectores, de obispos, de canónigos, de 
bibliotecarios, de libreros, de impresores, que 
viven del sueldo que manda mensualmente 
pagarles el ministro del ramo, firmando las 
planillas que hacen fé en la tesorería? 

Y si, como pudiera muy bien suceder, 
esos ministros no tienen ni la devoción á la 
ley, ni la elevación de carácter de Was- 
hington, ni el respecto á la opinión libre 
qne tanto honró á este grande hombre ¿no 
será racional suponer que emplearán todos 
estos variados y eficaces instrumentos para 
con ellos labrarse, sofocando la voluntad del 
pais, el nicho en donde ostentarse como Pre- 
sidentes legítimos? 

Desde el momento que un ministro-tachuela 
se enferma de la manía presidencial, pierde 
la virtud de su oficio y se convierte en fau- 
tor de desquicio administrativo. Cuantos le 
están subordinados y le descubren el flaco, 
comienzan á arrastrarse hacia él, y paso á 
paso y de insinuación en insinuación, se le 
entran en el ánimo y se apoderan de él como 
espíritus malignos del alma de un poseido. 
El humo de la lisonja, y la gratitud de ser- 
vicios en perspectiva, y las promesas de de- 
voción á su persona, acaban por formar una 
especie de red en la que cae como mariposa 
el ambicioso aspirante, esclavizándose desde 
luego á todos esos reptiles que le prometen 



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— 215 — 



votos para cuando llegue la ocasión. Y en 
este caso, á dónde irá á parar la dignidad, la 
fuerza directiva, la imparcialidad del magis- 
trado? Podrá castigar, reprender, desposeer 
de su oficio al amigo mal funcionario con 
quien cuenta para lograr la aspiración que 
lo desvela? La benevolencia y la equidad 
.andan juntas en el superior, y se acompa- 
ñan de aquella digna independencia que 
hace llevadera la superioridad sobre los su- 
bordinados. Esto es lo que constituye el 
vínculo de respeto y cariño que sabe esta- 
blecer el gefe digno de tener hombres inde- 
pendientes y honrados bajo su dependencia. 
Pero desde que ese gefe les pone en el se 
creto de una debilidad, y les disimula y 
patriocina las irregularidades en el servicio, 
para que le sirvan en una aspiración per- 
sonal cuando llegue el caso, entonces la in- 
moralidad administrativa se establece y se 
convierte en resorte gubernativo. 

Echese una mirada general sobre toda la 
República, obsérvense los hechos que se cum- 
plen en todos los puntos del territorio go- 
bernado por el actual Ejecutivo, y se verá 
que, á parte del poco tino del Presidente, 
tiene gran parte en lo feo de aquellos he- 
chos la desmoralización producida por las 
aspiraciones ministeriales á la futura presi- 
dencia. Todo cuanto sale de la casa rosada 
lleva el sello de una operación electoral, y 



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— 216 — 



sus oficinas son clubs disimulados donde se 
elabora, con todo género de ingredientes no- 
civos á la moral política, la candidatura á 
favor de los señores ministros. Las altas y 
las bajas en el servicio militar, los viajes á 
la capital de los gefes activos y eleccione- 
ros del ejército, los movimientos del telé- 
grafo casero de sus Excelencias, las subven- 
ciones á los frailes europeos de propaganda 
fide, las visitas de inspección á los colegios 
nacionales, las guarniciones interventoras 
que convierten las bayonetas de la patria 
en cerrojos de alcaide para emparedar la 
opinión legítima de las poblaciones, no son 
mas que efectos y consecuencia de la pésima 
manía de servirse de los ministros como de 
peldaños de escaleras para subir á la Presi- 
dencia. Refiexiónese bien sobre esto y se 
convencerá el pais de la monstruosidad de 
semejante práctica que ha de hundirle en 
la miseria, si no la inutiliza á tiempo con 
el poder irresistible de una opinión ilustrada, 
compacta y libre. 

El responsable en primera línea de estos 
males, es naturalmente el Presidente actual, 
quien, para con sus ministros, arrastra la 
cadena que esclavizará á estos si logran sus 
ambiciosos propósitos. Deber de consecuen- 
cia personal es para él mantener en pues- 
tos que no merecían á los trompetas, clari- 
nes y tambores que le acompañaron en andas 



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— 217 — 



oropeladas desde Washington hasta Buenos 
Aires, y hoy se vé atado ó incapacitado para 
dar un paso que bastaría para sacarle de la 
nulidad en que ha caido, como cae un muer- 
to. Era de su deber declarar que no per- 
mitiría un momento á su lado al consejero 
y responsable de sus actos gubernativos que 
aspirase á subrogarle, permaneciendo en el 
desempeño de esas altas funciones. Era de 
su deber no mantener á su lado como mi- 
nistro á nadie que la voz pública, que la 
prensa diaria, combatiéndole ó apoyándole, 
designase como candidato para la presiden- 
cia. De que esto era deber suyo lo dice no 
solo el sentido común de todo hombre ho- 
nesto, sino el ejemplo público de los gober- 
nantes de esta nuestra provincia, los cuales 
han hecho cuanto han podido para mani- 
festarse imparciales en los hechos electorales 
que deben quedar francos en sus evoluciones 
para los diferentes matices de la opinión 
pública. No echen en olvido los miembros del 
gabinete nacional el lugar donde existen y 
ante qué sociedad desenvuelven sus amaños 
electorales. Residen en Buenos Aires, y lo 
menos que puede exigirse á los huéspedes, 
por los dueños de casa, es el buen ejemplo 
y los procederes honestos. La provincia de 
Buenos Aires, ha tocado alarma contra los 
abusos de la política militante; ha empren- 
dido la reforma de sus instituciones para quo 



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— 218 — 



las nuevas sean un baluarte verdaderamen- 
te defensivo de los derechos del pueblo, y 
es bien sabida la uniformidad de las opinio- 
nes en cuanto á la urgencia de mejorar el 
régimen electoral, de manera que luzca sin 
coacción el voto de las mayorías y de las 
minorías también, sin obstáculos capciosos que 
sofoquen su manifestación. No queremos, 
han dicho todos los ecos de la opinión pú- 
blica, que el sufragio sea en adelante una 
quimera, que nuestros representantes sean 
abortos inesperados de las maquinaciones de 
un club, no queremos que las oligarquías 
disciplinadas burlen con su táctica las aspi- 
raciones de los llamados á elegiy: queremos 
que los magistrados nazcan del seno del 
pueblo y nó del fondo de esos escondrijos 
oscuros que sirven de guarida á los intereses 
personales. Este es el grito y la aspiración 
de la provincia de Buenos Aires, de algún 
tiempo á esta parte, y con este criterio han 
de medir sus habitantes la conducta de los 
ministros nacionales como factores de su 
propia candidatura con el auxilio de los 
elementos oficiales. 

Juan Marta Gutiérrez. 



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I 



LIMITES < 1 > 



Cuestiones que deja pendientes todo lo 
escrito hasta aquí, sobre límites entre Chile 
y la República Argentina. 

1. Las jurisdicciones administrativas y do- 
mésticas del órden colonial español, ¿son ju- 
risdicciones internacionales en su valor y 
efecto? Jurisdicción, no es poder del soberano, 
sinó poder del juez, delegado del soberano. 

2. Lo que por ellas daba España á esta 



(1) — Las notas contenidas en los carnets 6 libros de apantes, cuya 
primera página Jleva el título de «Ensayos sobre la sociedad, los hom- 
bres, y las cosas de Sud América* tanto pueden ser Ion elementos de 
una obra destinada á llevar ese titulo, como podrían ser ideas, reflexio- 
nes, observaciones, aisladas, sin vinculación ni encadenamiento sobre 
hechos, cuestiones 6 personas— ya para ser publicadas en el órden en 
que las hemos encontrado,— ya, lo que es más probable, para servir de 
mate.rinl utilizable en los varios trabajos con plan trázalo, que han 
quedado más 6 menos en embrión. 

Como quiera que sea. entre et-as notas, sobre temas diversos, figu- 
ran algunas, como lo que va en seguida, sobre cuestiones d<% limites 
-sud-a tu eri canos. 

No hemos querido reunirías en un solo cuerpo, porque no habien- 
do dejado el autor, ci.mo en los escritos que ya hemos publicado, 
un plan que revelara su propósito de hacer un trabajo especial, 
no habríamos conseguido sinó despojar á esas notas de su verdadero 
carácter, — lo que no entra en nuestro ánini", porque la clasificación ó 
agrupamiento caprichoso por materias, implicaría uu trabajo de 
refundición, de alteracióa, de corrección extraño á nuestro papel de 
editores fieles y respetuosos— (El £.) 



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— 220 — 



ó aquella de sus provincias, no se lo daba á 
sí misma? 

3. Dar una jurisdicción ó poder interior 
de juzgar, es conceder dominio territorial? 
Delegar una jurisdicción es darla ó (?) re- 
nunciarla? 

4. El poder y jurisdicción que el gobier- 
no español daba á este ó aquel de sus agen- 
tes en América, sobre tal ó cual de sus te- 
rritorios Americanos, equivalian á concesio- 
nes de dominio hechas á esos agentes, sobre 
los paises de su gobierno doméstico? 

5. Dar jurisdicciones es dar dominio y 
territorio, cuando se trata de jurisdicciones 
domésticas é interiores? 

6. Adjudicar tal territorio al Virreinato 
tal, era adjudicarle la soberanía y el domi- 
nio de ese territorio? Declararlo propietario 
de sí mismo ó soberano? 

7. Renunciaba el Rey á sus dominios, 
en que adjudicaba jurisdicción á sus Agen- 
tes, fiscales, militares ó políticos, en sus co- 
lonias de América? 

8. Sus gobiernos coloniales poseían los 
territorios de su jurisdicción? 

9. Los cambios y arreglos diversos de 
jurisdicción, que el Rey de España introdu- 
cía en sus colonias, no prueban que no ad- 
judicaba ni cedia dominios cuando daba ju- 
risdicciones? 

10. Dar esas jurisdicciones era equiva- 



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— 221 — 



lente á cederlas, á ceder los territorios en 
que versaban (?), á enagenarlos? — solo era 
dar el encargo ó el cargo de ejercer la ju- 
risdicción privativa (?) del Rey, que quedaba 
del Rey, y que era ejercida por el Rey por 
conducto de sus agentes ó Vireyes? 

11. En 1810, las colonias de España en 
América, poseían los territorios de su esta- 
blecimiento, en el sentido jurídico de la 
palabra poseer, que es ocupar con ánimo de 
adquirir, ocupar como señor y dueño? ó con 
pretencion de serlo? Porque eso es posesión. 
Tal posesión habría sido rebelión. 

12. Existia esa manera de entender las 
cosas antes que se hubieran declarado m- 
dependientes de hecho, respecto de España, 
es decir poseedores? 

13. No era esa declaración el primer ac- 
to de posesión, que recien asumía en el 
suelo que habia poseido hasta entonces, por 
intermedio de ellos, el Rey de España? 

14. Si la posesión de los Americanos, en 
el suelo español que ocupaban, empezó por 
la proclamación de su independencia ¿pue- 
de la posesión de los españoles en el mismo 
suelo ser razón de ser y causa de la pose- 
sión de los Americanos que se fundaba en 
el desconocimiento de la posesión española? 

15. El derecho natural, radical y filosófico > 
con que desconocimos la posesión de Espa- 
ña en el suelo Americano de nuestro naci- 



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— 222 — 



miento ¿no puede ser invocado por cada país 
americano para desconocer el de su vecino? 

16. Puede el derecho histórico y tradi- 
cional ser invocado como título de propiedad 
por gobiernos nacidos y fundados por el 
poder de sus armas y el derecho de sus vic- 
torias contra el viejo gobierno derrocado y 
desconocido por usurpador? 

17. Puede el derecho teórico, racional,, 
filosófico, natural, fundarse en el derecho 
histórico y tradicional, su antagonista y 
polo opuesto? 

18. Los nuevos Estados Sud- Americanos, 
que han desconocido á España todo derecho 
para darles su gobierno interior, recibirían 
de las manos de España su derecho de gen- 
tes territorial? 

19. No es su primera página de derecho 
histórico, su tratado en que España recono- 
ce su independencia y les cede y tranfiere 
el suelo, que fué do ella y que renuncia (?) 
todo su antiguo dominio? 

21. En 1840, en que Chile y el Plata 
empezaron á disputar por límites, tenían 
tratados con España, en que esta Nación les 
hubiese cedido su jurisdicción tradicional en 
los territorios, que hoy se disputan, invo- 
cando la autoridad de la vieja legislación 
española? 

22. Si como sucesores de hecho, de la 
España, los Estados Americanos de su san- 



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— 223 — 



gre y familia, y poseedores comunes é indi- 
visos de los dominios que les quedaron por 
muerte de la autoridad española en Améri- 
ca, estaban llamados á partirlo y dividirlo 
i por acuerdo propio, ¿no era el caso de cons- 
tituir un Congreso Americano, y de haber re- 
vestido á ese Congreso de un poder de juez 
partidor, conforme á un compromiso expo- 
sitivo de las bases, para deslindar y limitar 
los territorios heredados á la madre Patria, 
entre los sucesores y herederos, conforme á 
las necesidades de su moderna existencia, 
basada en el libre acceso de la Europa, y 
en el libre cambio con ella, como medio de 
desenvolver su riqueza y su civilización? 

23. Lo que dejó de hacer la América al 
principio de su emancipación, no podría ha- 
cerlo hoy mismo? 

24. No sería preferible su propio arbi- 
traje, que el de un rey extrangero al suelo 
y al sistema de gobierno? 

25. Está averiguado y es creible que D. 
Pedro de Angelis y el Dr. Velez Sarsfield 
impusieron sus opiniones, sostenidas en esa 
cuestión, al Dictador llosas, y no Rosas á 
ellos? 

26. Si Rosas hubiese dado á esos tí- 
midos consejeros ó amanuenses, el menor 
indicio de pensar ó sentir lo contrario, hu- 
bieran ellos tenido el coraje de disentir de 
Rosas, y opinar contra su opinión? 



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— 224 — 



27. Angelis, que tenia en el Plata, cerca 
de Rosas, la misma situación de un escritor 
extrangero asalariado, que en Chile tenia 
Sarmiento, cuando sugirió al gobierno, que 
lo asalariaba, la idea de apropiarse como co- 
sa de Chile los .territorios que Angelis sos- 
tenia ser del Plata, ¿serían tales hombres 
los que impusiesen su política exterior, en 
ese conflicto así nacido, de los dos paises 
mas interesantes de Sud-América? 

28. Dos bohemios de la literatura, aven- 
tureros extraños á Chile y al Plata, el uno 
emigrado revolucionario de Italia en el Pla- 
ta y el otro emigrado revolucionario del 
Plata en Chile, ¿serían los creadores del 
conflicto territorial de los paises extraños á 
sus. dos ambulantes sujestores ó consejeros, 
en cuyo arreglo bélico, deben perder su san- 
gre, sus tesoros y su crédito? 

29. Angelis en Chile y Sarmiento en el 
Plata, hubiesen tenido y sugerido las mis- 
mas opiniones sobre la propiedad de los 
mismos territorios; ó posiblemente hubiesen 
sostenido lo contrario, para pagar su pan? 

30. Era la especialidad de Angelis y de 
Velez, el estudio y la ciencia del derecho 
público internacional? 

31. Estaban los Estados Sud- Americanos 
de origen español, en el caso de invocar el 
principio del uti-posidetis, para el deslinde de. 
los territorios que empezaron á poseer en 



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— 225 — 



1810 con igual propiedad y competencia 
que aquellos de esos mismos Estados, vecinos 
de los que fueron portugueses, para deslin- 
dar sus territorios conforme al uti-posidetis de 
España y Portugal, dos poderes soberanos ó 
independientes, que poseian y podian poseer, 
como tales por sí mismos y por intermedio 
de sus Vireyes respectivos, los territorios 
que ellos perdieron y cuando los perdieron 
por la revolución, que derrocó su autoridad 
en Sud- América? 

32. Si las colonias no poseen en realidad 
sino desde el dia que dejan de ser colonias, 
¿cómo podrían invocar como base de su^o- 
sesion, lo que administraron en nombre de 
la autoridad que derrocaron por usurpatriz, 
ilegítima é intrusa, según el derecho natural, 
en virtud del cual asumieron la legítima so- 
beranía que pretendieron corresponderles? 

33. Pueden los nuevos Estados regir- 
se y constituirse sobre el principio abstracto 
y filosófico del contrato social y de la sobe- 
ranía dél pueblo, para su régimen interior, y 
por el derecho histórico y tradicional para 
su política internacional y exterior, de Es- 
tado á Estado Americano de origen espa- 
ñol? Gobernarse por la razón moderna en lo 
interior, y por la rutina monarquista en lo 
exterior? Por el nuevo régimen en lo in- 
terno, y por el antiguo régimen en lo inter- 
nacional? 



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— 226 — 



34. Vale la pena de empobrecerse y de- 
bilitarse en guerras sangrientas para dispu- 
tar territorios despoblados ó poblados de 
salvajes, sin sombra de seguridad, es decir, 
de valor venal, en lugar de contraerse á 
dar valor á los territorios ya poseidos, que 
carecen de él, porque les falta la seguridad 
que sólo dá un gobierno estable y regular, 
y sin cuya seguridad el territorio mas po- 
blado es igual en valor á los desiertos de 
Africa ó de Arabia? 

35. Pueden ser fuente del tesoro nacional y 
elemento estimulante de colonización las tie- 
rras de provincias, que carecen de valor 
porque carecen de un gobierno que les dé 
seguridad? 

36. Per qué heredar de la política de 
Rosas solamente la cuestión de Magallanes 
con Chile, y no la de las Malvinas con In- 
glaterra, la de Tarija con Bolivia. la del Pa- 
raguay, también legado de Rosas? 

37. El pais que ha cedido á Bolívar todo 
el Alto Perú argentino, es decir, la mitad de 
su territorio; á Bolivia, mas tarde, la provin- 
cia argentina de Tarija; á la paz con el 
Brasil la provincia oriental argentina, que 
es hoy la República del Uruguay; á la Ingla- 
terra, las Islas Malvinas; á la Provincia Ar- 
gentina del Paraguay, su independencia de 
Estado Soberano, ¿por qué haría una guerra 
sangrienta á Chile, por territorios desiertos, 



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— 227 — 



que nunca estuvieron en el caso del Alto Perú, 
ni de Tarija, ni de Montevideo, ni de las Mal- 
vinas, ni del Paraguay, en cuanto al derecho 
de posesión y dominio? Chile tendría la excusa 
de la necesidad por lo exiguo de su suelo. 
El Plata, no. 

38. Saben bien los argentinos y los chi- 
lenos, que no es el Brasil, viejo pretendien- 
te histórico á la Patagonia, en cuyo interés 
y servicio agotarían su tesoro y su crédito 
por una guerra, para disputarse ese desier- 
to, que podría bien acabar por ir á parar á 
manos del imperio, en resumidas cuentas? 

39. Están ciertos de que no es el Brasil 
el promotor del nuevo conflicto sobre Pa- 
tagonia, entre Chile y el Plata, por medio 
de agentes secretos que tiene asalariados en 
el Plata y en Chile con fines y propósitos 
de ese género? 

40. No fué Don Andrés Lamas, promo- 
tor brasilero de la guerra y de la alianza 
contra el Paraguay, el consultado por la 
candidez del improvisado diplómatico chile- 
no en Buenos Air es, sobre puntos de su mi- 
sión relativos á Magallanes? 

41. Tienen los chilenos, situados ó secues- 
trados en un confín del mundo civilizado, 
bastante experiencia para no ser juguete de 
la diplomacia dicha brasilera, y que en rea- 
lidad no es otra que la diplomacia france- 



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— 228 — 



sa Orleanista, inspirada hasta 1870, por los 
Thiers, Guizot y Cia.? 

42. D. Andrés Bello que, como profesor 
de derecho de gentes, ha hecho la instruc- 
ción diplomática de Chile, era otra cosa que 
un teórico, venido en su juventud á Chile, 
desde Inglaterra, donde solo estuvo un año 
como secretario de la legación de Venezuela? 

43- Puede el Brasil tener otro objeto en 
suscitar la guerra de Chile con el Plata, que 
dejar la obra difícil y comprometente de su 
destrucción mütua y recíproca, á esos dos 
países, que serían el obstáculo natural de su 
vieja mira histórica de extender el Imperio 
á toda Ja costa meriodiual de la América 
atlántica, en que solo ocupa hoy la parte 
africana ó de un calor tórrido? 

44. No es por medio de esa táctica di- 
plomática, que se he aplazado la toma de 
posesión indisputada, parg, un porvenir no 
remoto, de la República del Paraguay y de 
las Repúblicas del Plata, que se han arrui- 
nado, arrumando al Paraguay en servicio del 
Imperio? 

45. Arrasando y despoblando sus pro- 
pios territorios poblados, en una guerra diri- 
gida á conquistar ó reivindicar los desiertos 
patagónicos del Sud, no haría el Plata lo 
mismo que hizo, por la guerra en que arrasó 
sus ricas provincias litorales, para reivindicar 
el desierto del Chaco, para tener que des- 



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— 229 — 



poblarlo de sus salvajes habitantes por otra 
guerra desastrosa de conquista? 

46. La posesión platónica, es decir la ocu- 
pación escrita y nominal de territorios des- 
poblados y ocupados por indígenas salvajes, 
¿es antecedente y titulo preparatorio del do- 
minio? Reconoce el derecho de gentes del 
siglo XIX, la posesión platónica ó ideal de 
territorios despoblados? Hay uti posidetis 
platónico, escrito, teórico y abstracto? La 
simple indicación de un lugar en una carta 
geográfica, prueba posesión? 

47. Si por frontera se entiende el límite 
que separa un Estado, ¿cómo estaría la fron- 
tera meriodional argentina en el Rio Negro, 
v. g, y sería el suelo desierto situado al Sud 
de esa frontera una parte integrante del 
suelo argentino? 

Si Patagonia v. g., está fuera de la fron- 
tera meridional argentina ¿en qué sentido 
Patagonia es parte del territorio argentino? 
Como colonia? Como pais distante y leja- 
no? Como América hacia parte integrante 
de España, no obstante el Atlántico que los 
separaba? 

A qué entonces citar como argumento la 
continuidad geográfica del suelo? Porqué 
Chile no tendría terrenos orientales fuera de 
su frontera Andina, como los tiene el Plata 
fuera de su frontera del Rio Negro? Con- 
sideraciones son estas que la conciencia ar- 



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— 230 — 



gentina debe pesar y madurar, antes de en- 
tregar á la decisión terrible de las armas su 
cuestión de límites con Chile. 

48. La Patagonia es parte integrante del 
del territorio de la Provincia de Buenos Ai- 
res? ó lo es del suelo nacional argentino? 
Si Buenos Aires se constituye un dia Esta- 
do independiente de la República Argentina, 
consentirá en que Patagonia forme .parte del 
territorio argentino, quedando en medio, ais- 
lada, la Provincia ó Estado de Buenos Aires? 

En este sentido no es la de Patagonia, 
una cuestión de equilibrio interior argentino, 
entre sus dos mitades geográfica, histórica y 
económicamente rivales y antagonistas? 

49. No sería también una cuestión de 
equilibrio americano en el sentido de la im- 
portancia del intercurso del Pacífico con la 
Europa y del antagonismo de raza y de sis- 
tema de gobierno de la América antes es- 
pañola con la América antes portuguesa 37 
franco-orleanista, por la ocupación de la fa- 
milia reinante del Brasil? 

50. No sería el camino regular y natu- 
ral de estas grandes soluciones, la reunión 
de un Congreso ariericano-latino. en Buenos 
Aires ó en Montevideo? 



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