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Full text of "España y Norte-América; la guerra actual, antecedentes y consideraciones"

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LA GUERRA ACTUAL 



ANTECEDENTES Y CONSIDERACIONES 



llaf vale honra sin Iwrcoi* 
que barcoa «in honra. 



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BUENOS AIRES 



IMP., LlT. Y ENCUADEKNACIÓX DE 



456 — Calle Lima — 4^6 • .^ • j . A . 






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Advertencia: 
Capitulo I 
II 



III — 



IV 
V 
VI 
VII 
VIII 
IX 
Epilogo. 



Los Estados Unidos contrarios de la guerra 

La prensa 

Política de la Unión 

Cargos á Espafta 

Los Concentrados 

Derecho internacional 

Política de España 

América para la humanidad 

La guerra 



• • »i 



ADVERTENCIA 



Al publicar este folleto no hemos tenido más 
que un deseo: el de facilitar, no sólo á los españoles, 
sino á los americanos que simpaticen con nuestra 
causa, elementos de juicio. 

Escrito atropelladamente, y robando el tiempo á 
premiosas ocupaciones, no abrigamos la pretensión 
de haber agotado el tema, ya que para ello se nece- 
sitarían más conocimientos de los que nosotros 
poseemos, y la publicación de varios volúmenes; 
careciendo de aquellos, y no conviniendo escribir 
voluminosos tomos, nos decidimos á publicar este 
folleto, entendiendo que es obra, sino digna de 
loa, al menos de agradecimiento, procurar estable- 
cer el imperio de la verdad. 



— 6 - 

Como renunciamos de antemano á todo beneficio 
nos holgaríamos de que este opúsculo alcanzase, 
gran tirada y mayor circulación; no para lograr 
una notoriedad que no anhelamos, viviendo como 
vivimos retirados, sino para que fuesen muchos los 
que supiesen cuánto han hecho los Estados Unidos 
para ir á la guerra, y cuánto hizo España por evi~ 
tarla. 

¡Ojalá sirviesen estas lineas para que los que 
hasta ayer simpatizaron con los insurrectos cubanos, 
se convencieran de que inconscientemente ayudarorl 
la política poco noble déla Unión! ¡Ojalá haciendo 
bueno el refrán «de sabios es mudar de consejo», al 
terminarla lectura de este trabajillo exclamaran coa 
nosotros: ¡viva Espafia! 

R. Monner Sans. 

Adrogué^ junio de 1898. 



CAPITULO I 



LOS ESTADOS UNIDOS CONTRARIOS DE LA GUERRA 



Estamos en plena guerra; los Estados Unidos se 
han colocado frente á frente de España, y sin em- 
bargo, líbrenos Dios de hacer responsable á toda la 
nación norte-americana de la guerra actual. No va- 
mos á llevar nuestra animadversión hasta mirar con 
odio á todo lo nacido en suelo norte-americano, por 
el mero hecho de que allí viera la luz, porque enten- 
demos que de los sq^^enta millones de habitantes 
que aquella nación encierra, más de sesenta ignoran 
lo que pasa en Cuba, y aun de los diez restantes hay 
que mermar muchas fuerzas. Si bien los pueblos 
son responsables de los actos de sus gobiernos, la 
perfidia del gobierno yanki no debe pesar por 
igual sobre todos los habitantes de la nación; que 
no seria justo envolveren el mismo anatema álos 
que, con sus intemperancias han provocado la guerra, 
y á los que, en nombre de la justicia y de la huma- 
nidad, hicieron cuanto pudieron por evitarla. 



— 8 — 

Los Estados Unidos, como toda gran agrupación 
humana, quizás más que otra alguna por la hetero- 
geneidad de sus elementos, se componen de gentes 
sensatas, pensantes, y de gentes exaltadas, patrio- 
teras. 

Las primeras, que por lo general tienen algo que 
perder, no se mezclan en ágenos intereses, ni com- 
prometen su tranquilidad para correr en pos de 
aventuras, ni forman en manifestaciones, ni gritan, 
ni vociferan; desean la paz, porque es la base prin- 
cipal sobre que descansa el fruto de su trabajo, el 
bienestar de su familia y el porvenir de la nación. 

Las segundas, revoltosas y bullangueras, se mue- 
ven y agitan; y como se reúnen, y organizan mani- 
festaciones, y gritan, y discursean^ y queman retra- 
tos, al producir mucho ruido hacen creer á los que 
juzgan por apariencias, que son más numerosas de 
lo que son en realidad. Los vecinos reflexivos no 
se dejan engañar fácilmente; pero como éstos son 
los menos, los que no piensan, al escuchar la cence- 
rrada, creen que realmente el bullicio refleja la pú- 
blica opinión, cuando á lo sumo lo que refleja es el 
afán de exhibirse en unos, y en otros el deseo de 
perturbar el orden. 

Hay otro factor que importa tener en cuenta, allí 
como en todas partes, pero más allí que en parte 
alguna: la prensa, factor del cual hemos de hablar 
luego con cierta detención. 



— 9 — 

Ahora bien, en los Estados Unidos ¿cuál de los 
dos bandos ha pedido la guerra? ^el sensato ó el 
patriotero? ¿Quienes han conspirado contra Espa- 
ña: los que aun venciendo nada iban á ganar, ó los 
que aún perdiendo se exponían á ganar algo, por 
aquello de que á rio revuelto ganancia de pes- 
cadores? La contestación no es dudosa; de suerte 
que no seria lógico hacer responsables, por igual, 
á todos los norteamericanos, de la tremenda lucha 
en que se hallan envueltas las dos naciones. 

Pero si salvamos de la responsabilidad á la in^ 
mensa mayoría de los norte-americanos, no la poA 
demos alejar del gobierno de la Unión, sin queV 
le sirva de escusa el que se vio arrastrado por la 
opinión pública, reflejada en los periódicos, gran- 
des. Porque una de dos, y no cabe otro dilema: ó 
el gobierno, aun siendo injusta, quería la guerra, 
ó por ser injusta, no la quería. En este último caso, 
lo noble, lo correcto era dimitir para no arrostrar^ 
ante el fallo imparcial de la historia, la tremenda 
responsabilidad en que incurren las naciones, cuan- 
do sin causas justificadas, provocan á otra á la lu- 
cha. De suerte que, no habiendo dimitido, el go- 
bierno de Washington, patentiza claramente que, 
desatendiendo los consejos de la prudencia, se arrojó 
en brazos de los exaltados, pensando, tal vez, como 
ellos, ó séase, que algo ganaría la Unión provocando 
á duelo á una nación tan pequeña como España. 



— 10 — 

No es posible recoger, ni aun en extracto, cuanto 
han dicho y escrito contra la guerra a España, ver- 
daderas notabilidades norte-americanas; pero deber 
nuestro es transcribir algunas, para que nuestros 
lectores comprendan qué bien hacemos en no dar 
á todos los ciudadanos de la Unión el poco sim- 
pático apodo de jingos. 

De una entrevista que tuvo uno de los redacto- 
res del New York Herald con el arzobispo de San 
Pablo, Mons. Ireland, y que el mentado periódico 
publicó, copiamos lo siguiente: 

— «Y ¿qué opinión tiene V. de España? 

— Ni por su historia, ni por la conducta actual 
de su pueblo y de su gobierno, creo que España 
sienta odio alguno hacia la América del Norte. 
España es la tierra de Colón y de Isabel: ella des- 
cubrió América; y en los primeros dias de nuestra 
historia, cuando éramos débiles y buscábamos alia- 
dos, España fué la primera en corresponder á nues- 
tros deseos. Sin España y Francia no hubiéramos 
conseguido nuestra independencia, ó no hubiéramos 
podido consolidarla. También, cuando la última ex- 
posición de Chicago, España nos demostró su bue- 
na amistad. No es hoy ya una gran potencia; lo 
fué, y sus ejércitos dominaban á Europa, y su li- 
teratura y sus artes dieron gran tributo á la civili- 
zación del mundo. Nosotros no podemos, ni debe- 



— li- 
mos olvidar su pasada grandeza por su presente 
debilidad. 

En cuanto á las crueldades del ejército español 
en Cuba, no las justifico ni las defiendo; pero re- 
cuerde -e que á causa de ellas fué llamado á España 
el general Weyler, y que han sido reparadas. 
Además, lo que ordinariamente llamamos cruelda- 
des, son muchas veces, necesidades accidentales de 
la guerra: bien lo vimos nosotros en nuestra última 
contienda civil. :^ 

El Evening Post fué el encargado de participar- 
nc»s que un corresponsal del New York World, 
consultó la opinión de varios miembros de la Cá- 
mara de Comercio de Boston, sobre la convenien- 
cia de la guerra, y habiendo encontrado que todos 
eran partidarios de la paz, renunció, desesperado, á 
continuar su tarea. Pero la Cámara de Comercio 
creyó conveniente poner en guardia á otras perso- 
nas y corporaciones, para que no se dejasen sor- 
prender por el aludido periodista, telegrafiando al 
Honorable Samuel Barrows, y encargándole que se 
trasmitiesen al presidente, las siguientes palabras : 

«Hoy estuvo en Boston un representante del New 
York World con instrucciones de obtener pareceres 
á favor de una acción hostil y decisiva por el presi- 
dente. Habiéndosele indicado ciertos nombres, 



) 



- 12 - 

dice que es innecesario, porque no han de darle la 
clase de interviews que necesita. Es probable que 
se esté haciendo la misma maniobra en otras ciu- 
dades para hacer creer que existe un sentimiento 
\ bélico. » 

La Cámara de Nueva York — y cuéntese que esa 
ciudad ha sido siempre el foco del laborantismo — 
aprobó pocos días antes déla declaración de guerra, 
los acuerdos de su Directiva, en los que se con- 
signa que, «sólo debe irse á la guerra cuando lo 
exijan la seguridad y la honra de la república, ya 
que la guerra con sus horrores es, cuando no la 
demanda una necesidad perentoria, no sólo una 
calamidad, sino un crimen.» 

Asi se expresan los hombres pensadores de to- 
dos los paises civilizados. 

De un sensato artículo, publicado en el Diario 
de Barcelona, de 28 abri\ suscrito por el reputado 
escritor señor Maragall, copiamos las siguientes 
noticias. 

«Si los perturbadores de la paz— decía la impor- 
tante revista industrial Leather Repórter, de Nueva 
York, el 31 de marzo último— fueran solamente los 
senadores, la cosa no ofrecería peligro alguno, pues 
ya de muchos años se les ha tolerado que abusaran 



\ 



— 13 — 

de la paciencia pública en una ú otra forma, sin que 
nunca se haya atribuido gran importancia á sus 
palabras. Pero esto del heroismo es contagioso, y 
no sabemos lo que pueda ocurrir en la otra Cámara, 
cuyos miembros se han conducido, hasta ahora, con 
plausible moderación: al fin y al cabo son políticos, 
las elecciones se acercan, es natural que á la mayor 
parte de ellos les guste ser reelegidos, y en estas- 
circunstancias es muy tentador un record de pa- 
triotismo y el querer demostrarlo hablando mucho 

del paisy de la bandera Verdad es que hay una 

gran diferencia entre incitar á los demás á la lucha 
y el ir á pelear uno mismo, y que á los que ahora 
más vociferan en pro de la guerra no será fácil 
encontrarles, si llega el caso, en los campos de ba- 
talla; pero en las multitudes la facultad de razonar 
no llega á tanto que pueda medir la distancia que va 
de los oradores que luchan con la lengua, á los solda- 
dos que pelean con las armas en la mano.» 

Pues bien, aun en este mismo Senado que, por 
lo que se vé, goza en los Estados Unidos extraña 
fama y escasa consideración, durante la tempestuo- 
sa y decisiva sesión del i6 de abril, después de 
haber algunos senadores despotricado á sus an- 
chas contra España, contra el Papa y contra las 
llamadas potencias europeas^ — asi se espresó M, 
Alien, — no faltaron palabras en el sentido de la 



— 14 — 

corriente general de paz que latía en el fondo de la 
opinión. 

Asi el senador Platt (del Connecticut) dijo que 
la paz se hubiera mantenido, á no ser la intemperan- 
cia y el apasionamiento de aquellos que parecía se 
complacían en sumir al pais en los horrores de la 
guerra; y añadió que todavía era posible encontrar 
algún medio de evitarla, 

M. Wellington (senador por el Maryland) sostuvo 
que los Estados Unidos no tenían razón alguna para 
hacer la guerra á España, y que no se habían ago- 
tado aún todos los recursos diplomáticos. Dijo que 
creía que los cubanos habían tenido razón en rebe- 
larse contra el gobierno Español; pero que en tal re- 
belión nada tenían que ver los Estados Unidos; que 
aunque España era indudablemente responsable de 
la situación de la isla, tampoco había que cargarla 
con la responsabilidad de todo, pues la guerra de 
guerrillas, tal como los insurrectos la practicaban, 
era bastante á impulsar el noble orgullo de un pue- 
blo á sofocarla, sacrificando vidas y haciendas. Aña- 
dió que el Mensaje del presidente Mac-Kinley re- 
sultaba mal construido, pues en vez de ser un llama- 
miento al Congreso para sancionar la guerra, era 
todo lo contrario, porque el presidente, en el fondo 
de su corazón sentía que la guerra no era necesaria, 
y que los Estados Unidos serían responsables de 
que los carlistas derribaran la dinastía de España, la 



- 15 - 

cual era de desear que continuara reinando mu- 
chos años. Finalmente, terminó diciendo que ho 
podía creer que España fuera responsable de la 
voladura del «Maine». 

El Senador por California, M. White, pidió al 
Senado calma y reflexión. «España- -dijo — ha sido 
siempre un Estado amigo nuestro, y en vencerlo 
no habría gloria alguna. Los Estados Unidos son 
bastante fuertes para lograr él imperio de la justi- 
cia. Ni la voladura del Maine^ ni las crueldades de 
la guerra de Cuba, son motivo suficiente para 
romper las hostilidades, mientras no se hayan ago- 
tado los medios de arreglo. La responsabilidad de 
la catástrofe del Maine no ha sido precisada para 
$llo: después del informe de la Comisión, era nece- 
ria una investigación judicial, y esta investigación 
era imposible hacerla en América, bajo la presión 
del fuerte apasionamiento que reina sobre este 
asunto». En fin, la revocación del bando sobre los 
reconcentrados, quitaba, en opinión de M. White, 
todo pretexto á la intervención. 

Pero estos temperamentos no triunfaron. Las 
cabalas políticas y el interés de ciertos agiotistas ^ 
vencieron á la verdadera opinión, que después ha 
querido hacerse oir, pero ya tardíamente, como 
sucede siempre en los Estados Unidos demagógicos. 
Véase lo que decia el Boston Herald del día i8. 



— 16 — 

«El presidente desea evitar la guerra, si es posi- 
ble, por medio de un honroso arreglo : primero 
negociar; después lucliar. La mayoría del Congreso 
quiere primero la guerra, y luego negociar, si hay 
lugar á ello. Esta distinción la han visto, con toda 
claridad, millones de americanos, que en diferentes 
formas han expresado su opinión favorable á la 
política del presidente, y han mandado cartas, tele- 
gramas y peticiones á Washington, protestando 
contra la política guerrera del Congreso... El Con- 
greso ha dejado de ser la vo^ del pueblo ameri- 
cano. Se ha precipitado á la guerra, si no por un 
arrebato de pasión, por una temeraria competencia 
de los partidos, en ver quién podía ir mas allá, ol- 
vidando toda prudencia y todo el respeto que se 
debe ala opinión de la humanidad entera. » 

El corresponsal norte-americano del Daily News 
de Londres, telegrafió el día 20 á este periódico, bien 
poco sospechoso de antipatía ala causa de los Esta- 
dos Unidos: 

«Ahora que se ha perdido toda esperanza de paz, 
aparecen señales de reacción contra la guerra. Una 
de ellas es que los diputados y senadores yankis 
han recibido un diluvio {floods) de cartas y telegra- 
mas de sus electores, protestando contra las resolu- 
ciones guerreras. El hecho es que el país no sospe- 



— 17 — 

chaba que los jingos se impusieran á la conducta 
conciliadora del presidente, y no se dio tiempo á la 
opinión de protestar contra las últimas resolucio- 
nes; pero esta protesta se ha manifestado ahora en 
tonos nada dudosos. Otra causa de ello ha sido el 
anuncio de nuevos impuestos, que ha hecho com- 
prender al público que alguien había de pagar la 
función. Además, también ha contribuido á la re- 
acción el comprender lo que la guerra podía durar; 
porque primero se había hecho creer que todo se 
reduciría á unas cuantas semanas de ir de triunfo en 
triunfo, y ahora se ha parado la atención en los po- 
sibles reveses.» 

^\ American de Baltimore, periódico muy repu- 
tado, es todavía más explícito : 

«Los americanos que se respetan —dice se sien- 
ten avergonzados al empezar á comprender la índole 
de los temperamentos que han llevado á la nación 
á la guerra. El gobierno se ha visto arrastrado por 
la furia de ellos, y ésto nos advierte de que, eviden- 
temente, toda tuerza de gobierno debe ser entregada 
al poder ejecutivo » 

Podríamos alargar este capítulo con sólo dar en 
él cabida á lo que ha publicado recientemente la 
prensa de Buenos- Aires, copiándolo de la norte- 



— 18 — 

americana; pero creemos que lo dicho es suficiente 
para que se vea que no hay en los Estados Unidos 
\ la unanimidad que se pretendía en fayor de la guerra, 
y que estamos en lo cierto al sospechar que, si un 
plebiscito hubiese sido fácil, los partidarios de la 
paz hubiesen triunfado. 

En algjnas de las transcripciones anteriores se 
presenta al Jefe del Estado como partidario de la 
paz; y entonces cabe preguntar: ¿por qué á última 
hora se declaró por la guerra? 

La contestación nos la dá Las Novedades de 
Nueva York, en su número del 9 de abril, cuando 
dice : 

«Es achaque viejo en este país el convertir en 
cuestiones de partido cuantos asuntos públicos se 
presentan, no sólo del orden interior, sino, lo que 
es más grave, de política internacional. Y así las 
oposiciones se valen de ello para crear embarazos 
al gobierno, y éste, á su vez, aprovecha todas las 
circunstancias para fabricar capital político que le 
dé popularidad y votos. 

Con la cuestión cubana pasa ésto. Abandonada 
á sí misma, nadie puede dudar de que la acción 
militar y política combinadas, habrían de dar la paz 
á la isla. Nosotros creemos que, á pesar de las di- 
ficultades exteriores, la darían. Pero al partido go- 
bernante no le convenia esto: encontrábase y encuén- 



— 19 — 

trase con problemas de orden interior magnos y 
trascendentales que no se atreve á abordar de frente; 
por ejemplo, el problema de la cuestión monetaria, 
el del déficit causado por la legislación fiscal, por 
una ley arancelaria que ha producido grandísima baja 
en los ingresos del Erario y promete dejar al fin 
del año económico un saldo de 70 millones de pesos 
contra el Tesoro. 

Esta perspectiva no podía menos de redundar en 
desprestigio del gobierno, y esta impopularidad se- 
ria sumamente peligrosa en un año, cual el en que 
nos hallamos, año de elecciones para la renovación 
de la Cámara de representantes. Las elecciones ve- 
rificadas en algunos Estados han sido de un agüero 
ominoso para el partido que gobierna la nación; 
Estados tan republicanos como Ohío, Michigan y 
Wiscousin han dado mavoría á los demócratas. 
Precisaba, pues, preparar algo que desviase esta 
corriente, apartando el pensamiento del pueblo 
de los citados problemas internos, y convirtiéndola 
á algo que agrupase todas las fracciones alrededor 
del partido republicano. Entonces se pensó en Cu- 
ba, y la seriedad y justicia internacionales son las 
que pagan los vidrios rotos. 

Si alguien dudase de que en este asunto cubano 
se procede por impulsos y estímulos de la política 
interior, quedará desengañado al leer el discurso 
dicho el jueves de la semana pasada en la Cama- 



- 20 - 

ra de representantes, por M. Grosvenor, gran ami 
go del presidente. 

Irritado con los ataques del demócrata Bailey al 
gobierno, acusándole de falta de energia, dijo M. 
Grosvenor lo siguiente: 

«¿Cree Su Señoría que este gran partido (el repu- 
blicano), que el gobierno que está en el poder va 
á desperdiciar la mas brillante oportunidad que se 
le ha ofrecido á ningún gobierno, desde el tiempo 
de Abrahan Lincoln, para granjearse él y su partido 
las alabanzas y la gloria de un pueblo poderoso? 
Quien asi lo piense no conoce al hombre que 
está al frente del gobierno.» 

Y una semana más tarde, descubriendo comple- 
tamente el juego, decía el propio Grosvenor, con- 
testando á otro demócrata: 

«La guerra se hará bajo la bandera del gobierno 
republicano, ó no habrá guerra.» 

Y el gobierno republicano ha ido á la guerra, 
empujado por los jingos tenedores de bonos, por 
los violentos ataques en perspectiva, de las oposicio- 
nes, por los fabricantes y constructores de aparatos 
bélicos; no por la opinión sensata del país. 

Sobreesté asunto hemos devolver al analizar la 
política de la Unión. 



CAPITULO II 



LA PRENSA 



Como acontece en toda cuestión humana, ambos 
contendores procuran convencer á los imparciales 
de la razón que á cada uno asiste en la lucha enta- 
blada, y cuesta, á veces, no poco trabajo desen- 
trañar la verdad oculta por el sofisma y restablecer 
los hechos en toda su pureza, descartando el falso 
palabreo con que se pretende encubrir lo burdo, lo 
incorrecto y lo grosero. 

El conflicto actual, aunque sea duro confesarlo, 
débese principalmente ala prensa norte -americana; 
y lo vamos á demostrar. 



— 22 — 

Conviene, ante todo, recordar una verdad, cuyos 
alcances los hechos se han encargado de hacer pa- 
tentes: La prensa norte-americana, falta de ideales» 
es simplemente un negocio. 

Hay que buscar lectores, y cuando no se tienen 
noticias se inventan. El público yanki parece care- 
cer de memoria, y aunque al día siguiente vea 
desmentida la noticia del día anterior, si no halla 
su confirmación, continúa comprando el papel en 
el cual se estampan imaginarias noticias ó fantas- 
magóricos conflictos. Insaciable en su voracidad 
y estragado intelectualmente, • necesita que el plato 
que se le sirva esté bien espolvoreado con pi- 
mienta de Cayena, sin que ésto quiera decir que 
los guisanderos debieran ir todos al famoso presidio. 
El mejor periodista no es entre ellos el que con 
más profundos conocimientos trata una cuestión, ni 
el que, hombre reflexivo, sabe descartar de las noti- 
cias las exageraciones propias del vulgo, ni aquél 
que procura encauzar la opinión pública por los se- 
guros derroteros de la razón y de la lógica; no, el 
mejor periodista es el que miente más, el que más 
habla de todo sin saber de nada, aquél que en sus 
correrías haya recogido más basura de las calles, 
poco limpias en toda ciudad populosa. 

Hay que llenar las hojas, hay que impresionar al 
público y es fuerza hacer ambas cosas, asi con ellas 



- 23 — 

atropellen la razón y el derecho y se causen visi- 
bles perjuicios á intereses ajenos, (i) 

En la famosa carta dirigida por el señor Dupuy de 
Lome al Sr. Canalejas, se calificaba de canalla pe- 
riodística á los reporters americanos; y en verdad 
que, aunque duro, era exacto el calificativo apli- 
cado por el diplomático español á los que se han 
entretenido en fomentar con sus escritos el odio del 
populacho yanki contra las autoridades españolas. 

«Calumnia, que algo queda» dice antiquísimo 
refrán; y si una sola calumnia puede dañar ¡qué in- 
mensos perjuicios no ha de causar á una colecti- 
vidad la calumnia erigida en sistema, esgrimida á 
diario como arma de combate, con saña verdadera- 
mente criminal! 



(1) La Nación parece que se hubiese propuesto fotografiará 
una parte ^de la prensa yanki y á sus corresp^^nsales en el ex- 
tra ngero, cuando escribió en 7 de abril del corriente año: 

«...la prensa es decir, algunos diarios impacientes ó indiscretos. 
son los que extratian la opinión y perturban li acción eficiente 
de la diplomacia, contirtiendo sus colwnnas en gabinetes al ai- 
re libre donde se discuten ai calor de las pasiones espontáneas 
de la multitud, cuestiones que reclaman el silencio y la unanimi- 
dad de pensamiento que nnponen las graves responsabilidades 
de dirimir disidencias que afectan los destinos Internacionales y 
las relaciones diplomáticas, de epidermis tan susceptibles que 
el más ligero roce puede causar heridas enconosas. 

Estos diarios sin la conciencia de esas responsabilidades, to- 
man Jas cosas por la tremenda, y en su papel terrorifico^ ante 
un público preaispuesto á as emociones tuertes y heroicas, in- 
ventan situaciones, procinman desenlaces terribles, suscitan agra- 
vióse imaginarios, y en esta teatral tragedia todo se magnifica, se 
agrava y se apasiona, sin que la razón pública ni el alto y sereno 
criterio de conservación decorosa pueda hacerse escuchar, hasta 
que la exacerbación ha gastado todo ese fluido de patrioterismo 
empleado estérilmente en imprecar fantasmas disorventes> 



— 24 — 

Dos hechos recientes prueban á qué estado de 
relajamiento vá llegando en aquel país lo que ha 
dado en llamarse el cuarto estado. 

Las relaciones diplomáticas entre España y Norte 
América se van poniendo tirantes; y cuando los 
hombres sensatos de ambos pueblos aún creen po- 
sible una inteligencia que evite la mayor de las 
catástrofes, la guerra, al Director de un periódico de 
gran circulación se le ocurre apostar tanto ó cuan- 
to á que hará estallarla guerra. 

Se hunde el «Maine» y en lugar de lamentar el 
hecho y alejar toda sospecha de criminalidad por 
parte de los españoles, otro periódico ofrece á son 
de bombo y platillos, 50.000 doUarsal que demues- 
tre que la nación caballeresca por excelencia, traido- 
ra y alevosamente, ha hecho volar el buque norte- 
americano. 

¿Que porqué no hay espíritus valientes que se 
opongan á tráfico tan infame? ¡Ah! porque todos le 
temen á la impopularidad; porque sabe cualquiera 
que en el siglo en que vivimos los periódicos dan ó 
quitan reputaciones, y cuando no pueden quitarlas 
envuelven al individuo en la tupida red del silencio; 
porque priva el egoísmo doquier, y nadie quiere 
convertirse en redentor, temiendo que le crucifiquen 
los indios. 

Ya salió la palabra de los puntos de nuestra plu- 
ma, y aunque fué sin querer, no está mal en su sitio; 



~ 25 - 

que no son tan sólo judíos los descendientes de los 
que clavaron á Cristo, sino cuantos anteponen á los 
eternos principios de justicia, los goces que propor- 
ciona la posesión del oro; y judíos son, descendien- 
tes de Judas el malvado entre los malvados, quie- 
nes por treinta dineros ó por 50.000 doUars fomentan 
incomprensibles odios, hasta llegará turbar el re- 
poso y la tranquilidad de millones de familias. 

Lo que verdaderamente sorprende es, no ya que 
en los Estados Unidos, pueblo sin fe y sin ideales, 
exista la prensa que todos conocemos, sino que los 
gobiernos españoles tolerasen que los correspon- 
sales de aquellos periódicos se pasearan por la 
Isla de Cuba, convertidos en emisarios de la Junta 
revolucionaria de New-York y en fomentadores de 
la guerraque arruinaba y empobrecía á España. Ni 
el tratado de 1795, ni el protocolo de 1877 podían 
obligar á tanto. 

El autor de ''La insurrección por dentro" refiere 
que en febrero de 1897 fué á Sagua y se alojó en 
el Hotel Telégrafo, donde le llamaron la atención 
varios extrangeros que supo eran el vice-Cónsul 
norte-americano en Sagua; M. Karl Decker, corres- 
ponsal en Washington del Journal de Nueva York, 
y M. Carlos E. Crosby. Este solicitó y obtuvo de 
las autoridades españolas un salvo conducto para ir 
al ingenio Verdugón, á comprar hierro viejo, y el 
segundo para salir al campo, pues tenía el encargo 



— 26 — 

de adquirir un ingenio para una sociedad americana. 
Y, efectivamente; ni el uno fué á comprar hierro, 
ni el otro al ingenio, sino que los dos dieron con 
sus huesos en la manigua, pero con tan mala suerte, 
que en ella dejó los suyos Crosby,y el otro salió, lle- 
no de verdugones, á uña de caballo paraNew-York, 
donde con tétricos colores pintaría la crueldad de 
las tropas españolas, que usan para la guerra armas 
mortíferas. 
\ \ La prensa jingoísta nos ha estado ensordeciendo 
; con los supuestos actos de salvajismo de los españo- 
( 1 les, callando las atrocidades de los revolucionarios, 
por ellos mismos referidas. Varios "Diarios" de ope- 
raciones, caldos en poder de nuestras tropas, relatan 
las hazañas de los llamados libertadores; hazañas 
que consistían en quemar ingenios, saquear estable- 
cimientos, arrojar bombas de dinamita al paso de los 
trenes, y otios actos tan humanitarios como los an- 
teriores. Pero como lo que convenia era crear at- 
mósfera contra España, los atropellos de los insu- 
rrectos se atribulan á las tropas leales, y asi se iban 
ganando adeptos aquellos que, presentados al natu- 
ral, hubieran resultado criminales ante las concien- 
cias menos escrupulosas. 

Tan perversa propaganda dio sus frutos, pues 
siendo muchos los que admiten como artículo de 
fé cuanto se estampa en hojas periódicas, y no pocos 
también los que forman opinión leyendo diarios, 



... 27 — 

pues las abrumadoras tareas mercantiles no dejan 
tiempo para estudiar profundamente ninguna cues- 
tión, se creyeron á pies juntillas cuanto propalaban 
los órganos de los mambises, con asiento en la Unión. 
Sólo asi se explica que, durante una larga serie de 
años, periódicos tenidos por serios, y hombres 
tenidos por estudiosos, simpatizasen con los revolu- 
cionarios cubanos, insultaran á diario á España y 
no supiesen ver que la base de la guerra no estaba 
ni en la Metrópoli ni en la Colonia,^ sino en las re- 
dacciones délos periódicos neo-yorquinos: sólo asi 
se compn.nde que fulano v zutano, publicasen tales 
y cuales obras, que á la vista tenemos, exaltando 
los ánimos con amontonamiento de falsedades. 

En Europa, donde la palabra libertad, aun para 
los mismos republicanos, carece del encanto con 
que en América se la mira, pronto se convencieron 
las gentes del crédito que debía darse á una prensa 
mercenaria; y el grito de alerta cundió y el perio- 
dismo neo-yorquino, ,en general, perdió su pre- 
stigio. 

Pero es que en Europa, quizás porque es un conti- 
nente viejo, la credulidad, propia de la juventud, ha 
desaparecido y sólo se acepta como real y verdadero 
aquello que no ofrece duda. Ni en Francia, ni en 
Alemania, ni en Austria, ni en Italia, los perió- 
dicos hicieron causa común con los mambises. 

Por si nuestras apreciaciones fuesen tachadas de 



— 28 — 

exajeradas, sépase que ya en 1840 Mr. Williams se 
quejaba de este exceso de libertad, escribiendo: 

«Que los daños (del gobierno cubano) se han 
exajerado grandemente en cuanto á su número y 
á su gravedad, no me cabe duda. Tal es el caso, 
especialmente de tnuchaÉ publicaciones absurdas 
hechas en los Estados Unidos, con el fin de es- 
timular las excitaciones parala anexión é invasión 
y que han extraviado á tantos.)^ 

¡Y que los tontos tomen modelo para sus periódicos 
en Norte-Américaf Aunque el éxito corone sus es- 
fuerzos, los hombres pensadores les niegan sus 
aplausos. 



CAPÍTULO IIÍ 



LA política de LOS ESTADOS UNIDOS 



La guerra actual se inició en 1823 con la celebérri- 
ma doctrina de Monroe (i); yá fin de que la turba 
malta" comprendiese su alcance, Mr. Adams se en- 
cargó enseguida de escribir entre otras cosas loque 
vá á leerse : 

* - . " • 

«Así como hay leyes de gravitación física, las 
hay también de gravitación política ; y si la tem- 
pestad desprende una ' manzana del átbol que la 
produce, necesariamente ha de caer al suelo en 
virtud de la ley de gravedad. Cuba separada por 
medio de la fuerza, de su propia conexión con España, 
incapaz de conservarse por sí sola, ha de gravitar 



(1) Sobre esta doctrina léase el luminoso trabajo del ilustro 
chileno D. Alberto del Solar. 



- 30 — 

necesariamente hacia la Unión norte-americana, la 
cual, siguiendo la misma ley natural, no puede arro- 
jarla de su seno, j^ 

Y por si lo anterior no era bastante claro — que sí 
lo era — el propio Secretario de Estado anadia: «la 
isla de Cuba, casi visible desde nuestras costas, ha 
llegado á ser para los intereses de la Unión Ameri- 
cana -intereses comerciales ó politi eos— objeto de 
una importancia tan trascendental y tan grande, que 
llegará, probablemente, un día en que la anexión 
de Cuba á nuestra república federal sea indispensai 
ble para la conservación é integridad de esta 
Unión. » 

¿Qué han hecho los gobiernos españoles desde 
1823 hasta nuestros días para oponerse á que Cuba 
se separase, no por su propia fuerza, sino con fuer- 
zas de la Unión, de la monarquía española? Nada ó 
casi nada, sin que á fuer de leales se nos ocurra ha- 
cerles en absoluto responsables de su inacción. La 
culpa, á nuestro entender, es de todos; es de la na- 
ción entera, porque, aunque duela confesarlo, he- 
mos de consignar que el principal enemigo de los 
españoles son los españoles mismos. 

No bien se conocieron en España los alcances de 
la teoría de Monroe, debieron comenzarse gestiones 
para denunciar el tratado de 7 de octubre de 1795, 
poniéndonos á cubierto de las contingencias del por- 



— 31 - 

venir; y duramente aleccionados por las pérdidas de 
nuestras extensas colonias en América, trazar un 
plan seriamente meditado y con fe seguido, para 
que la manzana no cayese del árbol, si á España no 
la convenia sacudirlo Pero para poderse dedicar 
con verdadero celo al arreglo de cuestiones exter- 
nas, preciso era que nuestros gobiernos no tuviesen 
que atender preferentemente al orden interno, ha- 
ciendo, en no pocas ocasiones, verdaderos milagros 
para conservar un mando que tanto debía pesarles. 
Y bueno es recordar que, precisamente desde el 
año 1823 hasta la Restauración, no tuvo la nación 
española un solo día de tranquilidad, ya que, cuan- 
do no se paseaban por nuestros campos las huestes 
del Pretendiente; cuando no se conspiraba encuarte- 
les, mostrando al soldado el modo de ser traidor á 
sus banderas; cuando no se celebraban reuniones, 
ni se pronunciaban discursos contra las bases y ci- 
mientos de la nacionalidad española, los cantonales 
hundan nuestros buques, los socialistas perturba- 
ban nuestras industrias y los anarquistas sembraban 
doquier el luto y la desolación. 

¿Quien puede hoy dirigir, en conciencia, cargosa 
nuestros gobernantes porque no estudiasen, con la 
serenidad que estas cuestiones demandan, las atre- 
vidas teorías de Mr. Adams? ¿Qué partido político 
español no ha conspirado, siquiera una vez, contra 
los gobiernos constituidos? 



— 32 — 

«Aquellos polvos hacen estos lodos:í>. Nuestra si- 
tuación actual, cuya gravedad no se nos oculta, asi 
seamos vencidos como vencedores, culpa es de nues- 
tra ceguera. 

Pero, en tin, no es horade volver la vista atrás, 
por lo que respecta á nosotros, ni pretendemos es- 
cribir la historia de la nación española en el siglo 
próximo á terminar Vamos á ver qué hicieron los 
norte-americanos en el periodo de tiempo que me' 
dia entre el «Vivan las Cadenas» y el «Viva Weylen^, 

La isla del Edén, según Longfellow, la perla de 
las Antillas^ según nosotros, por ser rica joya, de- 
bía, forzosamente, despertar la codicia de un pueblo 
que lo pospone todo al interés ruin y mezquino: con 
ó sin la doctrina de Monroe, con ó sin las desembo- 
zadas declaraciones de Mr. Adams, Cuba se presen- 
tó desde luego á los ojos de los americanos como 
presa digna de ser tomada. 

Hemos dicho con ó sin la doctrina de Monroe, 
porque mucho antes de que ella viese la luz, y la 
comentase á su sabor el ya citado Secretario, esto 
es, desde i8ro,mil brazos norte-americanos preten- 
dían sacudir el árbol para que cayese la codiciada 
manzana; mil bocas se abrían para tragarse la ten- 
tadora fruta. 

La Unión— pueblo y gobierno -no ha tenido du- 
rante el- presente siglo más que esta preocupación: 
la adquisición, á las buenas ó á malas, las de la Isla 



— 33 — 

de Cuba. Claro está que era preferible á las buenas 
(ninguno se convierte en ladrón cuando se le dá lo 
que pretendía robar); pero si ésto no era posible, 
convenia preparar el terreno para legitimar á los 
ojos del mundo entero la usurpación. 

En i846, después de la mutilación de Méjico, se ha- 
bla con toda seriedad en los Estados Unidos de uti- 
lizar las tropas que se iban á licenciar para que se 
posesionen de Cuba. 

En 1848, á un escritor cubano, á Don José Anto- 
nio Saco, se le ofrecen 10,000 pesos para fundar un 
periódico encargado de predicar y fomentar la re- 
volución en Cuba. 

Es menester probar que España es incapaz de 
dar paz á la gran Antilla, y para probarlo nada 
mejor que pagar y fomentar la guerra. ¿Que ésto es 
una felonía indigna del pueblo que pretende ir á la 
cabeza de las naciones americanas? 

¡Qué importa! El fin legitima los medios, y aun 
los más reprobables son buenos cuando se trata de 
anexionarse una isla tan bella, tan hermosa, táurica 
como la isla de Cuba. 

Los Estados del Sur eran esclavistas, como escla- 
vista era Cuba. A la Unión le podía convenir ape- 
lar á los sentimientos humanitarios del mundo, pa- 
ra que España, de buen ó mal grado, decretase la 
abolición de la esclavitud, que momentáneamente 
asestaría terrible golpe á la producción antillana y 



— 34 — 

le daría brazos para revueltas futuras. Pero para lle- 
var á cabo su plan tropezaba con un serio inconve- 
niente, los Estados del Sur, que, al ingresar en la 
Unión, pactaron que conservarían la soberanía en 
todo aquello que fuese compatible con los intereses 
comunes. Sin embargo, se rompió el pacto; los del 
Norte impusieron su voluntad á los del Sur y la 
esclavitud fué abolida, de suerte que la llamada ^w^- 
rra de secesión no fué más que la conculcación de 
un derecho. Libremente entraron aquellos Estados 
en la Confederación, y mal grado tuvieron que suje- 
tarse á la ley del más fuerte; de manera que hoy los 
hechos demuestran que los Estados del Sur no for- 
man parte de la Unión por voluntad propia, sino por 
derecho de conquista. 

La historia de aquella vergonzosa guerra está pre- 
sente en la memoria de todos, y mil libros la narran, 
para humillación de los vencedores (i). Pero lo que 



(U El gobierno español decía Jo que sigue al de Washington 
en nota de 4 de agosto del pascado año, nota cuya redacción se 
atribu)e á D. Antonio Cénovas: 

«En los propios Estados Unidos se ha apelado, durante la gue- 
rra de secesión á reconcentraciones de moradores pacíficos, á 
embargos y confiscación de propiedades, á la |)rohibición del co- 
mercio, á la destrucción de loda propiedad agrícola é industrial^ 
sin que en la importante fábrica de Hoswell bastara, por ejem- 
plo, á librarlas, la salvaguardia de las banderas extrangeras; é 
la quema de ciudades enteras, ú la ruma y devastación de regio- 
nes inmensas y feracísimas, al aitiquilannento, en fin, de todos 
los bienes del adversario, prescindiendo, por la suspensión toml 
del auto del fíabeus Corpus, de los respet* s constitucionales y 
desenvolviendo un légimen militar y dictatorial que, en los Es- 



— 35 - 

pocos recuerdan, y es hora de que se repita, por que 
luego necesitaremos el dato, es que los del Norte 
Alejaron á los del Sur hasta el extremo de quitarles, 
-durante diez años, no sólo los derechos políticos, 
sino todos los demás, incluso el de propiedad. 

¡Llevar hoy la guerra á una nación extraña, so pre^ 
texto de que á los rebeldes no se les conceden de- 
rechos, es el colmo de la iniquidad; es algo inconce- 
bible á fines del siglo XlXf 

Llegamos al año 1850. El general López, traidor á 
]a patria, desembarca en Cárdena5> con 500 hombres, 
se apodera de un millón de reales, suelta á los pre- 
sos de la cárcel y embárcase á toda prisa hacia Ca- 
yo-Hueso, seguido de cerca por un vapor español, el 
«Pizarro». Era natural que el pirata volviese al punto 
de partida, pues en los Estados Unidos, y pública- 



tados contronos á la Union, duró bastantes anos después de ter- 
minada la sangrienta contienda. 

No sólo en los más autorizados historiadores, inoluso en los 
patriotas norte americanos, decidido» campeones de la Union, si- 
no tambión en los áOv»umcntos oflciaíes publicados en Washinír- 
ton, y en los informes y Memorias que clieron á luz los insignes 
^generales vení*edores se encuentran á cada paso órdenes, me- 
didas de rigor y a tos de destrucción, no ya sólo idénticos, sino 
flün más severos que los que se ha visto forzarlo i dictar el ge- 
neral Weyler en Cubs. 

La invasión de Hunter v Sheridan en el valle de Shenandoah, 
<lel cfue se dijo, para probar su total ruina, «que si un cuervo 
quisiera descender á él tendría que llevar consigo provisiones», 
iif a crow reauts to Jly doicn tho vaílct^, he mus carry his pro' 
msions rcitli /un; Draper, v. 3, pág. énsj; la expedición por la 
Georgia y la « arolina del Sur, del por tantos [conceptos ilustre y 
respetado general i^herman, la toma de Atlanta, con la subsi- 
guiente expulsión de hombres no combatientes, mujeres y ni- 
ños, y su concentración ix largas distancias; los fusilamientos do 
Palmyra; el incendio de Columbio; los horrores que concurrió- 



-- 36 — 

mente, había reclutado los 500 hombres que le se 
guian. 

«Como á los fugitivos de Cárdenas, no les había 
ido del todo mal, armaron otra expedición, contan- 
do con algunos cómplices en Puerto Príncipe. Qui- 
nientos filibusteros, muchos de ellos hijos de las 
principales familias de Nueva York y Nueva Or- 



ron en el trato dado á los prisioneros y pociflcos sospechosos, 
que juntos se encerraban en los depósitos o cárceles de Hiehmond 
yDanville, y muy particularmente en las prisiones de A ndérsen- 
ville, donde, según datos oficiales, perecieron mós de 12.000, con 
otros muchos acontecimientos de aquella lucha horrible, verda- 
dero combate de titanes, que puso ó tanta prueba la inteligen- 
cia y el vigor del pueblo norte-americano, son elocuente, aun- 
que triste testimonio de la dolorosa pero imprescindible severi- 
aad que trae aparejada la guerra^ aun cuando la hagan ejérci- 
tos educados en la democracia, y la dirijan, desde las alturas del 
poder políticoy del mando militar, figuras tan memorables, hon- 
radas y amantes del derecho y la libertad humana, como Lin- 
coln y Grant. 

En varias ocasiones expuso la razón suprema de tales hechos 
el invicto general Sherman, y recorriendo sus Memorias y los 
partes oficiales que dirigió á la Junta directiva de la guerra en 
Washingtmi, hállanse afirmaciones notables sobre el rigor con 
que hay que proceder contra el enemigo para que sea eficaz y 
efectiva la acción de las armas. 

«La guerra es la guerra, docí» tan competeiUe general, y co- 
rresponde la tremenda responsabilidad de las civiles á sus auto- 
res y 6 los que directa ó indirectamente son su instrumento». Y 
al contestar á la corporación municipal de Atlanta, dijo asimis- 
mo tan entendido caudillo: «No podéis condenar la ¿guerra con 
mayor horror que yo: la guerra es la crueldad misma.... pero 
no retrocederé ante ningún sacrificio para llevarla á ¡-u fin....» 
«La Union ha de sostener su autoridad hasta donde alcancen 
sus fuerzas; si cede: está perdida; y no esésia la voluntad de la 
nación » «Reconoced ala Union y á la/autoridad del Gobier- 
no nacional, y entonces este ejército, que esteriliza hoy vuestros 
campos, que destruye vuestras casas y camino < para fines de 
guerra, será vuestro protector.> 

Conceptos levantados y patrióticos que el Gobierno de S. M. 
no titubea en hacer suyos aplicándolos á Cuba.» 



— 37 — 

leans, puestos á las órdenes del traidor López, se em- 
barcaron en el vapor «Pampero}^ y se dirigieron á 
Cuba, llegando á Bahía-Honda el 12 de agosto, y 
se apoderaron del pueblo de Pozas. Como la vigi- 
lancia era mayor, acudieron tropas que atacaron á 
los piratas, quienes opusieron una enérgica resisten- 
cia. Cincuenta cayeron en poder de los españoles, 
entre ellos el coronel americano Crittenden, sobri- 
no de un ministro de los Estados Unidos. Llevados 
á la Habana, fueron fusilados ante un gentío inmenso, 
que aplaudió este acto de energía. Los que se refu- 
giaron en el monte fueron perseguidos hasta no que- 
dar ninguno, pues los que no murieron quedaron 
prisioneros y fueron enviados á los presidios de la 
Península. López, preso también, murió en un pa- 
tíbulo el día 1° de septiembre>> (i). 

Hablando de estos sucesos, dice un historiador 
contemporáneo. 

«Ninguno de los expedicionarios pudo volver á dar 
cuenta del desastre. Es imposible pintar el frenesí 
conque en los Estados Unidos fué recibida la noticia 
del escarmiento hecho en la persona de los ciuda- 
danos de la América del Norte, como si los creyesen 
sagrados hasta en sus más criminales desvarios. La 



j1 J. Mané vFJaqucr. 



- 3S — 

plebe de Nueva Orleans, excitada bajo mano por los 
que deseaban un rompimiento entre España y los 
Estados Unidos, se derramó por la ciudad dando 
alaridos de venganza, y entregó al saqueo la casa del 
Cónsul de aquélla, y muchos establecimientos es- 
pañoles. Pero era tan villano el expediente que no 
surtió efecto; antes al contrario, el gobierno de los 
Estados Unidos, pudo, sin que pareciese humillaciónt 
hacer completa justicia á España, recibir con salvas 
al Cónsul, que había abandonado la ciudad, é indem- 
nizar más adelante á los que habían sido perjudi- 
cados» (i). 

Y otro autor más moderno aún, Mr. Charles 
Benoist, dice refiriéndose á estos hechos: 

«La opinión pública estaba en los Estados Unidos 
profundamente excitada. En pocos días, el general 
americano Houston había preparado una nueva ex- 
pedición de 5,000 hombres, que no llegó á salir, por 
haberse recibido la noticia del trágico fin de López 
y de sus compañeros. El gobierno déla Unión envió 
á la Habana al comodoro Parker, encargándole las 
averiguaciones del caso y de formular reclamacio- 
nes. El capitán general, D. José de la Concha, le 



XV Dr. D. Mnnuel Ortiz de la Vega. 




— 39 — 

recibió cortéstnente, pero no le permitió ejecutar 
ningún acto que pudiese parecer una intromisión 
de los Estados Unidos en un asunto que pertenecía 
tan sólo á la soberanía española. El presidente de la 
Unión no tuvo más remedio que recomendar á la 
clemencia de la reina Isabel a los prisioneros aún 
con vida. La reina perdonó, y de 500 partidarios de 
Narciso López, 176 pudieron regresará supaís;^ (i). 

El entorxes presidente de los Estados Unidos, M. 
Fillmore, al referirse, en el Mensaje de 185 1, á 
estos sucesos^ decía: 

«Desde la clausura del último Congreso, ciertos 
cubanos, y algunos otros extranjeros residentes en 
los Estados Unidos, más ó menos complicados en la 
invasión anterior de Cuba, en lugar de haberse 
desanimado con su mal éxito, han abusado de la 
hospitalidad de nuestro país, aprestando en él otra 
expedición militar contra esa posesión de S. M. C.> 
siendo amparados, auxiliados y acompañados por 
ciudadanos de los E. E. Unidos. Al recibir noticia de 
semejante proyecto, me apresuré á remitir á los 
respectivos empleados de los Estados Unidos las 
instrucciones que me parecían necesarias. En una 
proclama, de que acompaño copia, amonesté y aper- 



(1; L'Espagne, Cuba et les Etats Unis. 



— 40 — 

cibí á los que corrían el riesgo de ser seducidos 
para esta empresa, de su carácter ilegal y de las 
penas en que incurrían aquellos que la prestaran su 
ayuda. 

«Por algún tiempo hubo motivos bastantes para 
esperar que dichas medidas serian suficientes á 
impedir el atentado; pero esta esperanza resultó, 
á juzgar por los hechos, perfectamente ilusoria. En 
la mañana del dia 3 de agosto, muy temprano, un 
vapor llamado «Pampero» salió de Nueva Orleans 
para Cuba, conduciendo 400 hombres armados, con 
la intención evidente de hacer la guerra á las auto- 
ridades de la isla. Esta expedición fué organizada 
infringiendo, palpablemente, las leyes de los Esta- 
dos Unidos. Las personas que componían el grueso 
de la expedición eran, en su mayor parte, ciudada- 
nos de los Estados Unidos. 

«Antes de salir la expedición, precisamente cuando 
se estaba organizando, había ocurrido en la isla de 
Cuba, en su parte oriental, un ligero movimiento 
insurreccional que había sido sofocado muy pronto. 
La importancia de este movimiento la exageraron 
de tal manera las noticias publicadas en este país, 
que esos aventureros parece fueran inducidos á creer 
que la población criolla de la isla, no sólo deseaba 
isustraerse á la autoridad de la madre patria, sino 
que había resuelto efectuarlo poniendo en práctica, 
;al efecto, un bien concertado plan. El vapor en que 



— 41 — 

embarcaron los expedicionarios, salió de Nueva Or- 
leans secretamente, sin ser despachado, y después de 
tocar en Cayo Hueso se encaminó á Cuba, y en la 
noche del 1 1 al 12 de agosto, desembarcó la gente que 
conducia, en Playitas^ á 20 leguas próximamente de 
la Habana. 

«El núcleo principal de los aventureros se dirigió 
á un pueblo del interior, distante como unas seis 
leguas, dejando á los demás para que les siguieran 
con los equipajes, tan pronto como pudieran obt e- 
nerse medio de transporte. Los últimos, habiéndo- 
se puesto en marcha para reunirse con el cuerpo 
principal, é internádose como unas cuatro leguas, 
fueron atacados en la mañana del 13 por un cuerpo 
de tropas españolas, y hubo un sangriento combate, 
después del cual se retiraron al punto de desembar- 
co, donde unos cincuenta encontraron botes y se 
reembarcaron en ellos; pero fueron interceptados 
entre los cayos de la costa por un vapor español que 
allí cruzaba, y conducidos á la Habana; y después de 
ser juzgados militarmente, fueron públicamente eje- 
cutados el día 1° de agosto. 

«Al ser informado de lo que ocurría, se instruyó al 
comodoro F. A. Parker para que marchase á la Ha- 
bana en la fragata de guerra «Saranac» é inquiriese 
los cargos hechos alas personas ejecutadas, las cir- 
cunstancias en que fueron capturadas; en sumaj cuan- 
to hiciera relación al juicio y sentencia. Se acompa- 



... 42 — 

ñan copias de las instrucciones al comodoro, y de 
las cartas de éste al departamento de Estado. 

«Según los autos déla causa, los prisioneros con- 
fesaron todos la ofensa de que se les acusaba; y 
•cuando fueron cogidos y ejecutados, el cuerpo prin- 
cipal de los invasores continuaba todavia en cam- 
paña, haciendo la guerra contra las autoridades y 
subditos españoles. A los pocos días, derrotados por 
las tropas, los aventureros se dispersaron, y su je- 
fe, López, fué hecho prisionero, sentenciado y ejecu- 
tado el día i'^ de septiembre. Muchos de los que le 
seguian y no fueron prisioneros, murieron de ham- 
bre ó de cansancio; y los que se entregaron á las au- 
toridades fueron perdonados^ y enviados á España 
unos i6o, de cuya suerte no se tiene conocimiento. 

«Tal ha sido el triste desenlace de esta aventura: 
en ella han perdido la vida jóvenes imprudentes, 
inducidos por falsas y engañosas sugestiones á violar 
la ley de su país, cooperando á la realización de es- 
peranzas temerarias de provocar revoluciones po- 
líticas en los Estados, 

«Se acompaña la correspondencia política que ha 
mediado entre nuestro gobierno y el de España. 

«No se ha perdonado, ni se perdonará esfuerzo al- 
guno para obtener la libertad de aquellos ciudada- 
nos de los Estados Unidos que hoy se encuentran 
presos en España; pero es de esperar que semejante 
mediación con el gobierno de aquel país no se con- 



— 43 - 

sidere como motivo para aguardar que el de los 
Estados Unidos se crea obligado en adelante á in- 
terceder por la libertad de las personas, ciudadanos 
de los Estados Unidos, que delinquen contra las le- 
yes de los Estados. Est^s leyes es preciso que se 
cumplan, si queremos conservar el respeto de los 
pueblos del mundo. Es necesario que se hagan cum- 
plir estrictamente los actos de neutralidad decre- 
tados por el Congreso, castigando condignamente 
sus infracciones. 

«Lo que hace más singularmente criminal esta 
invasión de Cuba, es que el móvil de sus autores fué 
principalmente la codicia, pues hubo individuos 
que adelantaron dinero en sumas considerables pa- 
ra la compra de bonos, como se les ha llamado, 
emitidos por López, vendidos con un descuento 
muy grande, á cuyo pago quedaban obligadas las 
tierras y propiedades públicas de Cuba, y cuantos 
recursos fiscales tuviera en su mano el pueblo y 
el gobierno de la isla. Todos estos recursos de 
pago es evidente que sólo podian obtenerse por me- 
dio del derramamiento de sangre, la guerra y la 
revolución. Nadie negará que los que organizan 
expediciones militares contra los Estados extran- 
jeros, son mucho más culpables que los ignoran- 
tes y necesitados que las secundan, 

«Estos promovedores de las empresas sistemática 
V fríamente meditadas, merecen se les condene 



- 44 — 

severamente. El Congreso verá si hay en adelante 
necesidad de nuevas leyes para impedir la perpe- 
tración de tales ofensas. 

«Nadie tiene derecho á poner en peligro la paz de 
un país, á infringir sus leyes, pretendiendo variar 6 
reformar sus reglamentos de gobierno. Este princi- 
pio no es sólo racional y en todo conforme con el 
derecho público, sino que además forma parte de 
los Códigos de todas las naciones y de la nuestra. 

«El gobierno de los Estados Unidos se ha abste- 
nido, desde su fundación, de intervenir, y ha impe- 
dido que sus ciudadanos intervengan en las con- 
tiendas de otras naciones, cumpliendo los deberes 
de neutralidad estrictamente. Durante la adminis- 
tración de Washington se hicieron varias leyes, 
cuyas principales cláusulas se retiraron por el acta 
de abril de 1818, en la cual se declaró, entre otras 
cosas, que si cualquier persona, dentro del terri- 
torio de los Estados Unidos, iniciase, pusiera en 
pié ó preparase una expedición ó empresa militar, 
dirigida contra un Estado extranjero ó cualquier 
colonia, distrito, pueblo ó dominios de un prin- 
cipe, seria considerada como reo de alto crimen, 
multada en más de 3000 pesos y presa poi no me- 
nos de tres años, y esta ley ha sido cumplida siem- 
pre en el territorio de la Union, desde su promulga- 
ción hasta la fecha. 



— 45 — 

^Al proclamar la doctrina de la no intervención 
y la neutralidad absoluta^ los Estados Unidos 
no han seguido el ejemplo de otras naciones 
civilizadas: lo han dado ellos mismos, Admitien- 
do sus doctrinas, un estadista británico dijo^ 
siendo ministro de la Corona^ ^que, si deseara 
seguir el sistema de la neutralidad, adoptaria el 
sentado por América en los dias de Washington^ 
siendo secretario Jefferson Davies,^ 

«Relaciones amistosas con todos; pero alianzas 
comprometidas con ninguno, tal ha sido por mucho 
tiempo nuestra máxima. 

«Nuestra verdadera misión no es propagar nuestras 
opiniones, ni imponerlas por la ley, sino enseñar 
con el ejemplo de nuestro buen éxito, moderación 
y justicia, los beneficios del gobierno propio {self 
^overnment) y las ventajas de las instituciones li- 
berales. Que cada nación escoja por si misma, 
haga ó varié las instituciones que más convengan 
á su provecho; pero mientras proclamamos y practi- 
camos esta política neutral, deseamos que las demás 
naciones, cuya forma de gobierno es distinta de la 
nuestra, la practiquen con la misma escrupulosidad 
con que nosotros lo hemos hecho siempre y hare- 
mos en lo sucesivo,» 

Después de esta fracasada intentona, escribía Mn 



— 46 — 

Wallis. encargado en Madrid del Ministro del Inte- 
rior de los Estados Unidos: 

«La obligación que tienen las naciones de cumplir 
con sus tratados, incontestable y precisamente su- 
pone el deber de dictar leyes que fuercen á la ob- 
servancia de ellos por parte de sus ciudadanos. 

«Cuando, no obstante, un pueblo á quien perento- 
riamente se exige el estricto cumplimiento del Tra- 
tado estipulado con otro, alega la naturaleza de ííus 
propias instituciones, como razón de la incapacidad 
en que se halla para ser tan exactamente fiel, como 
ha prometido serlo, no tiene derecho á maravillar- 
se si se pone en cuestión su honradez , Las nacio- 
nes tratan unas con otras como iguales. Dueñas son 
de gobernarse internamente como bien les parezca; 
pero en sus relaciones exteriores no son más que 
naciones, con todas las facultades y deberes detales^ 
La soberanía que tiene suficiente responsabilidad 
para contratar y obtener con esto beneficios, no pue- 
de alegarse para rechazar la responsabilidad referen- 
te al cumplimiento de lo prometido .. 

«Si las instituciones de una nación no son bastantes 
para garantizarlos Tratados, no deben hacerlos. O tie- 
ne ó no tiene gobierno. Si no lo tiene, no debe hacer 
como si lo tuviera; si lo tiene, el gobierno debe go- 
bernar. La lógica del asunto e^ tan clara como su 
honradez; y los pretextos falsos son tan criminales 




— 47 — 

desde el punto de vista de la ley general, como de 
la local. Debe confesarse que, en punto á la cuestión 
de Cuba, las apariencias no eran favorables á núes 
tro leal proceder nacional. Que en un pais civilizado. 
y en pleno siglo XIX, pueda haber sido propuesta 
seriamente y á todas luces, como un principio de 
administración pública, la adquisición por fuerza 
moral ó material de un territorio perteneciente á 
imanación amiga, á la cual se cree débil, y ésto no 
por otra razón ni con otro pretexto, sino, simple- 
mente, porque el partido que propone tal cosa pien- 
sa ser justa semejante codicia, es lo bastante para so- 
bresaltar, en toda la redondez de lá tierra, á los pues 
"blos sinceros, que han aprendido á considerar la 
buena fé como sagrada, y la rapiña como un crimen, 
Pero cuando tal vergüenza ha sido defendida 
calurosa y constantemente en la prensa de la na- 
ción agresora, sin provocar una universal ó ge- 
neral protesta de indignación y de pudor ^ cuando 
en los puertos de aquella nación se combinan ex- 
pediciones de hombres y se envían juntamente mu 
niciones de guerra con el propósito de invadir el 
ambicionado territorio, y apoderarse de él ó su- 
blevar su población, con la mira final de adqui- 
rirlo, difícilmente cabria maravillarse de que el 
mundo civilizado prorrumpiese en unánimes acu- 
saciones. ^ 






— 48 — 

Nos hemos detenido más de lo que pensábamos 
en este hecho, tanto porgúelas teorias sentadas en 
el Mensaje de M. Fillmore son la más enérgica 
condenación de la conducta de Mackinley, cuanto 
porque la abortada expedición de López fué el se- 
gundo acto de la tragedia á cuyo desenlance hoy 
asistimos, y en el que, de una manera desembozada^ 
se presenta ya^el gobierno de la Unión, como ávido 
de sacudir el árbol que en el primer acto, en 1823^ 
Monroe y Adams les hablan mostrado. 

Retrocedamos un poco para recordar otra clase de 
manejos puestos en juego por el gobierno Norte- 
americano, para hacerse dueño de la isla de Cuba^ 
lo que pondrá una vez más de relieve la obstinación 
con que durante tres cuartos de siglo Norte-Améri- 
ca ha perseguido la anexión á sus Estados de la 
Gran Antilla. 

El ya citado Mr. Adams ofrecía á España un in- 
portante empréstito hipotecando las rentas de Cu- 
ba, sin duda con la idea poco, noble, de que luego, 
creando dificultades al gobierno español y fomen- 
tando insurrecciones, la intervención de los Estados 
Unidos se legitimaria por la necesidad en que ha- 
bian de hallarse de salvar su hipoteca. 

No hizo caso el gobierno español de esta propues- 
ta, que, á decir verdad, nunca llegó á presentarse 
formalmente, y no se v^olvió á hablar de estos asun- 
tos hasta 1848 en que Mr. Saunders, embajador en 




[ 



- 49 — 

Madrid del gobierno de la Union, propuso al general 
Narvaez presidente del Consejo, y al marqués de 
Pidal, ministro de Estado, la venta de la isla de 
Cuba, mediante la entrega á España de cien millo- 
nes de duros. La respuesta del aludido marqués 
fué la siguiente: «No me es permitido oír hablar de 
este asunto: ¡húndase Cuba en el Océano; cúbranla 
lasólas antes de cederla á otra potencia!» 

Casualidad histórica; al poco tiempo de ser cono- 
cida en los Estados Unidos la anterior contestación, 
se organizaba descaradamente en aquel territorio 
la expedición López. Cualquiera diría que con ella 
se invitaba al gobierno español á que reflexionase 
sobre la conveniencia de la venta. 

Aún se hizo una nueva tentativa en 1853. 

En dicho año se autorizó por el gobierno de la 
Unión á su embajador en Madrid M. Soulé, para 
que. por la isla de Cuba, ofreciese á España hasta 
doscientos millones de duros. 

También fracasaron sus negociaciones como lo 
denuestra la Memoria que al gobierno de la Union 
dirigieron sus embajadores en Madrid, Londres y 
París. De esta Memoria son notables las siguien- 
tes lineas, corolario de la doctrina de Adams y cate- 
cismo para Mackinley. 

«Nuestra historia nos veda adquirir á Cuba sin 



-- 50 — 

el consentimiento de España, á no ser que la ad- 
quisición esté justificada por la ley de nuestra 
conservación. Cuando hayamos ofrecido á España, 
por la adquisición de Cuba, un precio razonable, 
superior á su valor actual, y ella lo haya rehusado, 
el problema se planteará en estos términos: ¿Cuba 
española pone en peligro nuestra paz interior y 
hasta la existencia de nuestra querida Unión? En 
caso afirmativo, todas las leyes divinas y humanas 
justificarían que se la arrancásemos á España, pudien- 
do hacerlo en virtud del mismo principio que jus- 
tificaría en un individuo derribar la casa de su ve- 
cino, sí no tuviera otro medio de preservar del in- 
cendio la casa propia.» 

No ha podido resucitarse el poco sólido argumen- 
to de Soulé, pero se ha recurrido á otro, peor aún 
como demostraremos mas tarde. Por ahora nos 
convenia dejar sentados los hechos que iban demos- 
trando á España los deseos anexionistas del gobierno 
de la Union. 

No fué un misterio para la diplomacia europea la 
política de Norte- America, y pronto se dieron 
cuenta de que el laísse¡i faire, laissej passer, en 
la cuestión cubana podia acarrear complicaciones 
para el povenir. «De ello tenemos — escribe el Sr. 
Mané y Flaquer — una prueba patente en las notas 
que en 1852 se cambiaron entre Francia é Inglaterra 



^■■M*^^^ 



— 51 — 

y los Estados Unid(»s. Viendo aquellas dos grandes 
pretendas que los Estados Unidos no cejaban en 
su empeño de apoderarse de Cuba, y previendo 
las complicaciones que podría traer á la paz del 
mundo este inmoderado y persistente plan, trata- 
ron de atajarles el paso, proponiéndoles un compro- 
miso para respetar la soberanía de España en las 
Antillas. Unade las cláusulas decia: «Las altas partes 
contratantes declaran, colectiva y separadamente 
que no obtendrán ni mantendrán ninguna interven- 
ción exclusiva en la citada isla, ni adquirirán nin- 
gún dominio sobre la misma.» 

A primera vista parece que los Estados Unidos 
no debian tener inconveniente en suscribir el com- 
promiso que estaban dispuestos á contraer Francia 
é Inglaterra; no obstante, se negaron en absoluto 
á aceptar la proposición. Fundáronse en primer 
lugar, en que el presidente de una república par 
lamentaría no estaba autorizado para contraer obli- 
gaciones de esta naturaleza, y luego en que á los 
Estados Unidos no les era permitido renunciar in- 
definidamente á aumentar su extensión territoriaK 
pues un dia podría convenirles adquirir á Cuba, 
como habían adquirido territorios americanos, que 
pertenecieron á otras naciones europeas. «El pre- 
sidente — dice la nota — no codicia la adquisición 
de Cuba para los Estados Unidos, perc al mismo 



— 52 — 

tiempo considera la condición de Cuba como una 
cuestión principalmente americana, y hasta cierto 
punto limitada, y nada más, á una cuestión europea. 
La proyectada convención, parte de un principio 
distinto, pues dá por sentado que los Estados Uni- 
dos no tienen mayor interés en la cuestión que 
el que pueden tener Francia ó Inglaterra, cuando 
basta sólo echar una mirada al mapa para ver cuan 
remotas son las situaciones de Europa, cuan íntimas 
las de los Estados Unidos en aquella isla. Al hacer 
plena justicia al espíritu amistoso con que Francia 
é Inglaterra reclaman su cooperación, y sin desco- 
nocer las ventajas de una buena inteligencia entre 
las tres potencias con referencia á Cuba, no puede, 
sin embargo, el presidente, consentir en ser parte 
del tratado...» Las razones en que apoya esta nega- 
tiva son meros sofismas, que tienen por fundamento 
la subordinación de los principios de derecho á la 
conveniencia de los Estados Unidos. 

De la cuestión de derecho, que es la principal, se 
sale el gobierno de Washington diciendo: «Una con- 
vención tal como se propone seria un arreglo transi- 
torio, y desaparecería por la fuerza irresistible de la 
corriente de los negocios en un país nuevo; esto es 
en concepto del presidente, demasiado obvio para 
necesitar de muchos argumentos. El proyecto des- 
cansa sobre principios aplicables, si acaso, á Europa, 
en donde las relaciones internacionales de grande 



— 53 — 

antigüedad en su base, se modifican lentamente por 
los progresos del tiempo y de los sucesos; pero no 
son aplicables á América, hace poco un desierto, 
hoy poblándose con intensa rapidez, y que va ajus- 
tando á principios naturales las relaciones terri- 
toriales, que eran en sumo grado fortuitas al descu- 
brirse por primera vez el continente americano. 
La historia comparativa de América y Europa, aun 
en un solo siglo, viene á confirmar este hecho. En 
1752 Francia, Inglaterra y España no se difeienciaban 
sensiblemente en su porción política en Europa de 
lo que son ahora. Eran antiguos estados, maduros, 
consolidados, establecidos en sus relaciones entre 
si y con el resto del mundo; eran las principales 
potencias del Occidente y del Sud de Europa. Com- 
pletamente distinto era el estado de cosas en Amé 
rica. 

«Los Estados Unidos no tenian existencia como 
pueblo: una linea de colonias inglesas, cuya pobla- 
ción apenas excedía de un millón de habitantes se 
extendía por la costa .... Todo era en Europa com- 
parativamente estable; todo en América, provisorio 
y temporal, menos la ley del progreso, que es tan 
orgánica y vital en la juventud de los Estados co- 
mo en la de los individuos... 

«Estalló la revolución americana, que envolvió en 

una tremenda lucha á Francia, Inglaterra y España, y 

al espirar la guerra, los Estados Unidos de América 



— 54 — 

habían tomado asiento en la familia de las nacio- 
nes. Los antiguos Estados de Europa volvieron sus- 
tancialmente á su anterior equilibrio; pero desde en- 
tonces empieza á reconocerse en América un nuevo 
elemento de incalculable importancia^^... Este nuevo 
elemento son los aventureros que, al servicio de los 
Estados Unidos, se apoderan de cuanto les viene 
á mano, á orillas del Pacífico y en otros puntos. 

La negativa del gobierno de la Unión es harto 
significativa para que tengamos necesidad de po- 
nerla de relieve, así como nos creemos dispensados 
de ocuparnos en las guerras de los diez años y en 
la actual. El mundo entero sabe cómo cumplieron 
las leyes internacionales los gobiernos norte-ame- 
ricanos. 

Terminaremos este ya largo capítulo, transcri- 
biendo algunas páginas del ilustrado Mr. Claudio 
Jannet. Nuestros lectores podrán hacer después los 
comentarios que les sugieran los oportunos con- 
ceptos del pensador francés, 

«La extensión demasiado rápida del territorio de 
los Estados Unidos ha contribuido indiscutible- 
mente á corromper las instituciones públicas y á 
dar una falsa dirección al espíritu nacional. 

«Ya desde la guerra de independencia, los hombres 
de Estado americanos se preocupaban de apartar de 



55 



su vecindad á todas las naciones europeas, y cuando' 
pedian socorro á Francia, lo hacían poniendo por 
condición que Francia renunciara á recobrar el Ca- 
nadá que había perdido hacia solo quince años; y 
la ceguera ó la culpable connivencia de los ministros 
del infortunado Luis XVI fué tal^ que aceptaron esta 
condición. Desde entonces existió ya en germen la 
famosa doctrina de Monroe: América para los ame- 
ricanos. 

«Esta doctrina no es ni más ni menos que la ne- 
gación de todo el derecho de gentes: fundados en 
ella los Estados Unidos se apresuraron en 1822 á 
reconocerla independencia de las colonias españolas. 
Tampoco respetaron mejor las reglas de la justicia 
internacional en las guerras, que tuvieron por con- 
secuencia la anexión de Tejas, de Nueva Méjico y 
de California, Todos los observadores imparciales 
han dado testimonio del espíritu de orgullo, de 
intriga y de violencia que estas injustas conquistas 
desarrollaron. Vióse después al gobierno de Was- 
hington favorecer abiertamente á los insurrectos 
de Cuba y las tentativas de los fenianos contra 
el Canadá; y tales violaciones de la justicia, en las 
relaciones de pueblo á pueblo, son una causa de des- 
moralización tanto más profunda, cuanto que el 
mal ejemplo es dado por los poderes públicos. Por 
esto, en los dias de las grandes crisis, no fué me- 
jor respetado que los tratados internacionales el 



— 56 — 

' acto esencialmente sinalagmático por el cual los 
Estados soberanos habían fundado la Unión. 

«La masa del pueblo de los Estados Unidos se li- 
sonjea de reducir bien pronto bajo su imperio toda 
la América del Norte y las Antillas. Esta idea está, 
secretamente favorecida por el gobierno; y por 
esto el presidente Lincoln, sosteniendo á Juárez, im- 
pidió que Méjico se regenerase bajo un gobierno 
apropiado al genio de su raza. Los capitalistas 
americanos van estableciéndose poco á poco en 
aquel país, van construyendo caminos de hierro, y 
cuando los rails pongan en comunicación Méjico 
con Nueva Orleans la anexión estará muv cercana. 
Este resultado, lo mismo que la adquisición tan 
deseada de Cuba y la de Santo Domingo, seria un 
mal para los Estados Unidos; y los hombres de 
entendimiento claro, que no se ofuscan por el sen. 
timiento popular, comprenden que el d'a en que 
la Unión abrazara paises tan vastos, climas tan 
opuestos y razas tan heterogéneas, la' unidad nacio- 
nal estaría perdida. Más b'én inspirada está la di- 
plomacia de los Estados Unidos cuando procura la 
conclusión de tratados con las pequeñas repúblicas 
de la América Central, que así vendrán á quedar 
prácticamente bajo su dependencia. 

«Hay otra anexión anhelada por las masas y por 
los hombres superiores: la del Canadá y la Améric^^ 
inglesa. Los presidentes que se han sucedido en la 



— 57 — 

Casa Blanca desde Buchanan hasta Grant, no han 
ocultado tal aspiracón; y la adquisición de Alaska, 
comprada á Rusia en 1867, ha sido como unas pri- 
micias de ella. La rica y populosa cuenca de San 
Lorenzo, el magnifico Far-West canadiense, la Co- 
lombia británica, serian preciosas adquisiciones 
territoriales para la Unión, á cuyo pueblo se asi- 
milarla pronto el pueblo de aquellos territorios. 
Sin embargo, la anexión del Dominion del Canadá 
no es cosa deseable. Los elementos superiores de 
organización social y de moralidad de sus poblado- 
res aportarían, indudablemente, de momento, un 
precioso contingente á los conservadores de los 
Estados Unidos; pero al poco tiempo, \os politicas- 
tros y los manejadores de dinero yankis tendrían 
corrompido ese país, que, aunque de hecho es autó- 
nomo, debe al principio monárquico, representado 
por la Corona de Inglaterra, una estabilidad y una 
moralidad públicas, dignas de servir de modelo á 
sus republicanos vecinos. Es, pues, de desear que la 
raza inglesa y la raza francesa se unan en el Canadá 
para formar una nacionalidad distinta, penetrada 
de la alta misión civilizadora á que está destinada. 
La división de la humanidad en nacionalidades di- 
versas, y particularmente la yuxtaposición de peque- 
ños Estados en medio de las grandes aglomeraciones, 
son uno de los más poderosos elementos providen- 
ciales de conservación y de progreso. Estos peque- 



— 58 — 

ños Estados contienen el desbordamiento de la 
corrupción y mantienen entre los pueblos una 
enulación saludable. Los canadienses están indiscu- 
tiblemente mejor dotados que el pueblo de los 
Estados Unidos, en cuanto á cultura intelectual, 
espiritu caballeresco y carácter religioso Su papel en 
el Nuevo Mundo ha de consistir en conservar es- 
tos elementos superiores de civilización.» 

La política de la Unión que, aunque á grandes 
rasgos, hemos procurado poner de manifiesto, está 
perfectamente retratada en las siguientes frases del 
norte-americano ya citado Mr. S. T. Wallis: 

«...los cubanos saben bien que anexión es equiva- 
lente de absorción, y que el ave altiva de que nos 
gloriamos tanto , tiene garras y picos para su 
propia edificación^ á la vez que benéficas alas para 
proteger á la pollada que de ella depende...» 

La corta historia de los Estados Unidos , que 
desconocen los escribidores de folletos mendaces,, 
demuestra que el éxito ha ido afilando las garras y 
el pico del coloso del Norte. 



CAPÍTULO IV 



CAR GOS A E SP AÑA 



Las diferencias entre cubanos y peninsulares de- 
bían, al parecer, tener algún motivo fundado, y muy 
fundado, para que buen número de ciudadanos de 
una nación amiga hiciesen causa común con los 
sediciosos, violando las más elementales reglas 
de cortesía internacional. Algo inaudito debía pe 
sar sobre los insulares, para que gobierno y pueblo 
tiorte-americano les avudaran á sustraerse á la 
tiranía española. 

Recojamos los cargos y analicémoslos con áni- 
mo desapasionado, para ver de qué lado está la 
razón y el derecho. En estos asuntos huelgan las 
declamaciones, á que tan afectos se muestran los 
americanos del Norte y algunos del Sud; hechos se 
necesitan y pruebas, que no discursos. 

Supongamos, y es mucho suponer, que fuesen 
cubanos cuantos se alzaron en armas contra la do- 
minación española; y dijimos que es mucho supo- 
ner, porque ni cubanos son los Gómez y Roloff ni 



-• (jó- 
los negros hijos del africano suelo. Pero, en fin, 
suponiendo que lo sean, dirigían á España los si- 
guientes cargos: 

r Que España negaba á los cubanos su inter- 
vención en los cargos públicos. 

3" Que se apropiaba el producto del trabajo de 
los cubanos. 

3* Que se les niega, escatima ó regatea la ins- 
trucción pública. 

4' Que la Metrópoli se ha mostrado incapaz de 
gobernar y administrar la Isla. 

k' Que su impotencia es tal que ni podía vigilar 
Us costas» 

o' Que Hspaña corrompe y explota á Cuba, 

7"" Que la Península es impotente para terminar 
U Actual insurreción* 

S'^ Que se los cercenan á los cúbranos los derechos 

v^'^ Que 550 ponen trabas al derecho de reunión y 

u^^ O^'io ?;elcs oMi$?aá contri b;2ir al engimndeci- 

ir.íonto ool te;Sk>ro nacionaL 



— 61 - 

PRIMER CARGO 

QUE ESPAÑA NEGABA A LOS CUBANOS SU INTERVENCIÓN 

EN LOS CARGOS PÚBLICOS 



Para cualquier persona medianamente leida, el 
cargo no puede ser tómalo en serio; y aun prescin- 
diendo de citar las leyes, y reales decretos de 27 
octubre de 1810, 17 de noviembre de 1830, 24 de 
enero de 1843, 2 de junio de 1847, 28 de septiembre 
de 1858, 8 de julio de 1860, 3 de agosto de i866, 3 
de julio de 1876, 28 de mayo de 1878, 10 de julio 
de 1885, 3 de enero de 1887, 26 de junio de 1889, 25 
de febreio y 13 de octubre de 1890 y 21 de abril de 
1892, se puede recordar que cubano era D. Buena- 
ventura Abarzuza, ministro que fué de Ultraniar; 
cubano D. Guillermo de Osma, Sub-secretario de 
Ultramar; cubanos D. Francisco Lastres y D. Santos 
Guzman, Vice-presidentes del Congreso de los Di- 
putados; y cubanos los Acosta, Montalvo, Azcárate, 
Vinent, Kindelan, Freiré, Echevarria, Justiz, Sala- 
brigas, OTarril, Bolivar, Rosillo, Valdes, Malli, 
Armas, Betancourt, Bernal, Balboa, Cadaval, Dia- 
go, Chacón, Beltrán, Insúa, Kohaly, Varona y' cien 
más; la relación sería interminable. Sólo en el cuer- 
po de Comunicaciones de Cuba hay más de cien 
funcionarios cubanos, es á saber, la mitad ó algo 
más de la mitad. 



62 - 



SEGUNDO CARGO 



QUE SE APROPIABA EL PRODUCTO DEL 
TRABAJO DE LOS CUBANOS 

Igualmente destituido de fundamento es este se- 
gundo cargo, y haciendo- gracia al lector de la his- 
toria económica de la Isla de Cuba, en que quizás se 
fué demasiado lejos en pro de los intereses antilla- 
nos, con visible perjuicio de los peninsulares, nos 
limitaremos á copiar el tipo de gravamen sobre la 
riqueza rústica durante diez y siete años. 



Período délo \ Subió sucesivamente el impuesto hasta el 36 

campafía ) por 0(0 sobre las utilidades 

Presupueslo j Fincas azucareras y tíibacaleras el 10 por oío 

de 1880-81 \ Otros cultivos el 16 por 0|0 

Presupuesto de ^ Fincas azucareras y tabaco el 2 por OjO 

1882-88 ) Otros cultivos el 8 por o¡o 



) Cualquier cultivo el 2 por o\o 



1883-84 



El presupuesto de gastos se fué reduciendo desde 
la paz del Zanjón de la manera que dan á entender 
las cifras siguientes: 

lb78— 79 46.594.688 pesos 

1885-86 31.169.653 « 

1893—94 2B.0a7.394 * 

Cuando los Estados Unidos amenazaron los azú- 
cares antillanos con un derecho extraordinario, Es- 




— 63 — 

paña no titubeó en conceder á los buques norte- 
an:iericanos el beneficio de la bandera española, y 
se suprimió en la Península el derecho de importa- 
ción del azúcar antillano. 

¿Qué más podía hacer la Metrópoli en pro de su 
isla favorita? 

¡Los gastos de la guerra! Acaso no era justo los 
pagasen los causantes de ella? No había sufrido bas- 
tante la península, enterrando allí millares de sus hi- 
jos y millones de pesos arrebatados á los subditos 
leales de la nación? 

Sin embargo, España siempre magnánima, com- 
promete su garantía directa, que sustituye luego 
por la subsidiaria, y con esta garantía recoge la emi- 
sión de billetes lanzada al mercado durante la gue- 
rra anterior, y que pesaba de una manera dañosa 
sobre la circulación monetaria en sus más impor- 
tantes poblaciones. 



TERCER CARGO 



QUE SE LES NIEGA, ESCATIMA Y REGATEA 
LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA 



En cuanto á Instrucción, posee la Habana su Uni- 
versidad completa: facultad de ciencias, de filosofía, 
de medicina, de derecho y de farmacia; escuelas 



— 64 - 

primarias y secundarias, escuelas profesionales y 
de pintura v escultura. 

Son cubanos el Rector de la Universidad y los 
decanos de todas las facultades, el Vice-Rector y el 
Director del Jardin Botánico. De 8o catedráticos 
6o son cubanos. 

Cubano, es el Director de la Escuela Profesional; 
cubano el Director de la Escuela de Pintura, cuba- 
nos los Directores de los tres Institutos de Segunda 
Enseñanza (de Matanzas, Santa Clara y Puerto Prín- 
cipe) y en el cuadro general de este profesorado, de 
58 catedráticos, 35 son hijos de la isla. 

¿Donde está la Urania española? Y cuéntese que 
no estampamos nombres propios para no alargar 
este folleto. 

Y á propósito: á los que de oídos, como ciertos 
Doctores, nos hablan de continuo y en obras, so- 
bre insulsas plagadas de errores, de la tiranía de 
España, y de mártires como Heredia, no estará de 
más recordarles las siguientes palabras de este ilus- 
tre cubano: 

«Es verdad que ha doce años, la independencia de 
Cuba era el más ferviente de mis votos y que por 
conseguirla habría sacrificado gustoso toda mi san- 
gre; pero las calamidades y miserias que estoy pre- 
senciando hace ocho años, han modificado mucho 
mis opiniones y vería como un crimen cualquier 



— 65 - 

tentativa para trasplantar á la feli^y opulenta Cuba 
los males que afligen al continente americano » 



CUARTO CARGO 

<2UE LA METRÓPOLI SE HA MOSTRADO INCAPAZ DE GOBERNAR 

Y ADMINISTRAR LA ISLA 



Sí, es verdad: España se ha mostrado incapaz de 
gobernar y administrar la isla de Cuba; lo confe- 
samos de buen grado. Con seguir el ejemplo de 
los norte-americanos, después de la guerra de se- 
cesión, ó el de Inglaterra en Indias ( c); con perseguir 
como fieras, hasta exterminarlos, á los enemigos 
de España, se hubiese acreditado ésta de cruel, es 
cierto, pero en cambio hubiera asegurado la paz 
•en la Isla. 

Grave falta ha sido Ja de los gobernantes españo- 
les, haber permitido que en el antillano suelo sur- 
giera el conflicto de razas; grave falta haber pac- 
tado en el Zanjón ofreciendo cargos á cambio de 
una sumisión nominal; gravísima falta haber per- 
mitido que los periodistas yankis fuesen y vinie- 

(1) De un articulo publicado por La Nación, el día 20 de enero, 
y titulado cLos ingleses en la india>, son notables las siguientes 
palabrns: «Sir Lockhart ha lanzado una proclama enumerando 
los castisros infligidos á los afridis, el incendio de sus aldeas, la 
destrucción de sus fortificaciones y los daños causados en sus 
campos. 



o 



— 66 — 

sen de los campos insurrectos, conspirando contra 
la soberanía española; y grave, muy grave falta no 
haber exigido á Norte-América la más estricta neu- 
tralidad en las guerras civiles cubanas. 

Pero aún hay más, y esto es á nuestro juicio el 
peor cargo que se puede dirigir á la diplomacia 
española. ¿Por qué, no bien se conocieron la doc- 
trina de Monroe y las palabras de Mr. Adams, no 
se denunció el tratado de 1795?. Por qué no sólo 
no se denunció sino que se firmó el protocolo de 
1877? 

Es fuerza confesarlo; la diplomacia española no 
se acreditó en esta ocasión ni de sagaz ni de previ- 
sora, tratando á los Estados Unidos como se trata 
á un amigo de quien nada hay que recelar. Por 
desgracia, los hechos han demostrado que ni el go- 
bierno ni el pueblo norte-americano habian olvida- 
do las palabras de Mr. Adams. 

Pero, volviendo al cargo dirigido por los cuba- 
nos, podemos decirles que si las provincias penin- 
sulares no se quejan de su suerte, Cuba, provincia 
española, no tenia derecho tampoco aquejarse. Las 
últimas leyes, anteriores á la autonomía, ponían á 
la isla de Cuba en igualdad de condiciones con las 
demás provincias; la rebelión contra las leyes de un 
país merece castigo. Por menos causas el gobierno 
de la Unión echó sobre los Estados del Sur todo el 
peso de los del Norte. 



— 67 — 

Conviene recordar, para que se aprecie la lealtad 
de los supuestos cubanos y de los simpatizadores 
de su causa, que el grito de Yara coincidió con el 
grito de Cádiz, ó séase que si libertades pedían los 
insulares, libertades reclamaban también los penin- 
sulares; sólo que éstos no se apresuraron, dejan- 
do que las nuevas ideas se fueran abriendo camino 
y les otorgaran lo que momentáneamente habían 
pedido con las armas en la mano; y que el grito de 
Baire resonó mucho después de la promulgación de 
las leyes que convertían á Cuba en provincia espa- 
ñola. De suerte que, una de dos: ó no es cierto 
que se levantaban en armas para obtener libertades 
— que se les concedían antes de apelar á tal extre- 
mo— ó bien, y esto es lo seguro, obedecían á ins- 
tigaciones de los norte-americanos, ávidos de sacu- 
direl árbol para recoger la manzana que de él pendía. 



QUINTO CARGO 

QUE su IMPOTENCIA ES TAL QUE NO PODÍAN VIGILAR LAS 

COSTAS 

¿Por qué España no ha podido vigilar la costa 
cubana, impidiendo el alijo de armas y municiones? 

Esto se preguntan insurrectos y peninsulares; y 
si bien la pregunta en labios de éstos tiende á en- 
contrar una respuesta satisfactoria, en boca de los 



y 



/ 



- 68 — 

insurrectos intenta probar que los españoles care- 
cían de medios para impedir las expediciones fili- 
busteras. 

Veamos lo que haya de verdad en este caso. 

Las aguas jurisdiccionales alcanzan á tres millas; 
y siendo difícil averiguar, navegando un vapor, 
cuantos centimetros pasó de la linea, tenemos en 
perspectiva una nueva reclamación diplomática por 
cada presa que se hiciera ó intentara. Porque con- 
sumado el hecho, el buque español habia de asegu- y 
rar que la presa se realizó en aguas jurisdiccionales, 
y el buque yanki ó filibustero, que navegaba tres 
millas y diez centimetros fuera de la costa. 

Un hecho, entre otros, prueba la verdad de nues- 
tro aserto. 

A poco de haber estallado la insurrección, el 
«Conde de Venadito» avisó á cañonazos á un vapor 
sospechoso que se detuviese, viendo que no hacía 
caso de otras señales; y en el acto formularon los 
Estados Unidos la correspondiente reclamación, 
fundada en que el vapor navegaba fuera de las tres 
millas á que alcanzan las aguas jurisdiccionales. 

Sin duda para evitarse nuevas reclamaciones, el 
gobierno español recomendaría prudencia alas au- 
toridades marítimas de la isla, las que, en su afán de 
no crear conflictos, obedeciendo órdenes superio- 
res, se limitaron á vigilarlos puertos y las costas á 
ellos cercanas. Más de una vez adivinarían la pro- 




— 69 -- 

ximidad de embarcaciones enemigas, pero no se 
atrevían á barrenar instrucciones recibidas; que á 
la postre el que obedece bien hace en sujetarse es- 
trictamente á lo mandado, sin discutir la lógica ó 
inoportunidad de la orden. 

Bueno es recordar que, si no estamos mal infor- 
mados, el comandante del «Conde de Venadito}^ fué 
trasladado á otro puesto; nueva prueba de amistad, 
mal agradecida, dada al gobierno de la Unión. 

También es prudente comprender que no es tan 
fácil, como á primera vista parece, vigilar una isla 
cuyas costas tienen una extensión de 3184 kilóme- 
tros. Y si esta consideración necesitara apoyo, lo 
encontraría fuerte y robusto en el hecho de que dos 
potentes escuadras norte-americanas no han podi- 
do evitar el arribo á playas antillanas de buques es- 
pañoles. 



CARGO SEXTO 

QUE ESPAÑA CORROMPE Y EXPLOTA Á CUBA 

Desvaneceremos este cargo, tan infundado como 
los anteriores, transcribiendo unas lineas, no de un 
español, de un francés, de Mr. Charles Benoist (i): 



(l) L'Espagne, Cuba ot les Etats Unís. 



— 70 — 

« Recorran los libros que los denuncian. ¿Qué 

ven Vds. en ellos? Fraudes en la aduana, fraudes 
en las declaraciones de herencias, fraudes contra 
el Tesoro; fraudes tales, que no hay colonia en el 
mundo ni casi metrópoli que no los registre análo- 
gos; fraudes que se aclimatan en Cuba mejor que en 
otras partes, porque la moralidades en mucho un 
negocio de latitud y van las conciencias desnudas, 
expuestas á una temperatura de invernáculo que ha- 
ce abrir los vicios en las almas podridas como las 
orquídeas en los bosques podridos. Fraudes bilate- 
rales, que dejan suponer siempre un corruptor antes 
que el corrompido. Luego, ¿cual de los dos es más 
culpable: el que corrompe ó el que se deja corrom- 
per? El honrado presbítero, D.Juan Bautista Ca- 
sas demuestra teológicamente que el corruptor, el 
seductor, el tentador, Lucifer^ debe ser quemado 
el primero. 

«Y á mayor abundamiento, si el corruptor es siem- 
pre un cubano ¿el corrompido es siempre un espa- 
ñol? ¿La administración española es para los cuba- 
nos la escuela del escándalo? ¿Está en verdad tan 
carcomida? ¿Son ellos inocentes? El Sr. Romero 
Robledo, que lamentaba siendo ministro no poder 
arrancar de raiz la planta venenosa de la administra- 
ción cubana, completó en el último verano sus de- 
claraciones, agregando que de cien empleados 
ochenta son cubanos». 




— 71 — 

De donde se deduce, y el Sr. Benoist atribuye la 
deducción á los españoles, que Cuba se explota y se 
corrompe ella misma. 



CARGO SÉPTIMO 



QUE LA PENÍNSULA ES IMPOTENTE PARA TERMINAR 

LA ACTUAL INSURRECCIÓN 



Este cargo queda desvanecido con leer el capi- 
tulo que dedicamos á la política de la Unión, y con 
las siguientes palabras que á este asunto dedica una 
de las más altas personalidades del periodismo espa- 
ñol (i) : 

« Si de buena fe querían verla isla de Cuba 

en paz, no tenían más que hacer, que expulsar de 
allí, como lo hacen las naciones europeas, á los que 
conspiran públicamente contra un pueblo oficial- 
mente amigo, é impedirlas expediciones de contra- 
bando de guerra.» 

Por su parte, M. Phelps, ex-embajador de los 
Estados Unidos en Londres, dice lo siguiente: 



Jl J. Moño y FJaquer. 



— 72 — 

«Esta rebelión hubiera terminado desde hace mu- 
cho tiempo, si no hubiese estado sostenida y ayu- 
dada por continuas expediciones salidas de los 
Estados Unidos, con violación de nuestras propias 
leyes de neutralidad y de nuestras obligaciones y 
tratados. Nuestro gobierno, en verdad, no ha 
alentado estas espediciones y hasta ha hecho algu- 
nos esfuerzos para impedirlas, pero siempre sin 
resultado. Los Argos de los Esüidos Unidos llega- 
ban al punto de salida de los buques filibusteros 
cuando éstos ya habían partido. La vigésima par- 
te de nuestras fuerzas navales, que actualmente tra- 
tamos de reunir de todas las partes del mundo, 
para lo que se llama «defensa nacional}^, habría bas- 
tado para agotar la única fuente que alimentaba la 
rebelión,» 

Cargo hay, es cierto, para España, por andar re- 
misa en solicitar enérgicamente lo que á las pri- 
meras indicaciones, y siempre de buen grado, nos 
ha concedido Francia, por ejemplo. La debilidad 
de antaño trajo la guerra actual; si, denunciando 
el tratado, hubiésemos abordado resueltamente la 
cuestión sin quijotismos, pero virilmente, ni hubié- 
semos tenido la guerra de los diez años, ni la que 
comenzó en Baire, ni la actual con los Estados Uni- 
dos. ¡Lástima que las debilidades délos gobiernos 
las paguen los pueblos! 



— 73 - 



CARGO OCTAVO 

QUE SE LES CERCENAN Á LOS CUBANOS LOS DERECHOS 

POLÍTICOS 



De este cargo se apoderó recientemente un pas- 
quín que vio la luz en Buenos Aires, y es lógico 
que de él se apoderaran los encubiertos enemigos 
de España, dada la ignorancia del mayor numero 
délos que en estos asuntos se ocupan. ¡Es tan her- 
moso y sienta tan bien hablar de opresión y tira- 
nial Están simpática la libertad, asi luego resulte 
dama descocada, sin ley ni freno que la rija! 

Pero los espíritus reflexivos, que gustan de prue- 
bas y no de palabras, han convenido al fin en que la 
muletilla de los libertadores (?) de Cuba no encie- 
rra más que una verdad, tremenda para España, y 
es que en Cuba ha habido, de algunos años á esta 
parte, exceso de libertad, ya que sin ella no se com- 
prendería la descarada propaganda que se hacia 
contra la soberanía española. Decimos tremenda 
para España, porque no creímos nunca lo que en 
un arranque de miliciano dijo un dia el Sr. Sagas- 
ta, ó sea, que «los males de la libertad con la li- 
bertad se curan», antes con el pueblo creemos que 
<rel loco por la pena es cuerdo;^. 



— 74 

Si recordamos que el grito de Bairc se dio en fe- 
brero de 189S y que la Constitución española de 2 
de julio de 1876 concedió á los cubanos los mismos 
derechos de que gozan los peninsulares, se com- 
prenderá cuan poco valen las declamaciones^ y có- 
mo suenan á huecas las palabras opresión y tira- 
nía-^ pues si aquella Constitución no oprime ni ti- 
raniza á los peninsulares, mal puede, al ser la misma, 
oprimir y tiranizar á los cubanos. 

«Están, pues, sólidamente reconocidas por la ley, 
en favor de los cubanos, la seguridad personal, la 
del domicilio, la de la correspondencia, el derecho 
de propiedad, el de sufragio, la libertad de con- 
ciencia, la de enseñan^ y profesión arte ú oficio, 
la del pensamiento, la de imprenta — sin censura 
previa — , la de reunión, la de asociación, la de pe- 
tición, la aptitud respectiva para optar á todos los 
cargos ó destinos públicos, y el régimen municipal 
y provincial con vida propia.^í^ (i) 

¿Dónde están, pues, la opresión y la tiranta 
españolas? 



(I) E^iaila y Cafta— Anónimo— 1896— pág. 37. A este folleto 
rto le atribuyo carácter oñcial. 



— 75 — 

CARGO NOVENO 

QUE SE PONEN TRABAS AL DERECHO DE REUNIÓN 

Y ASOCIACIÓN 



Acabamos de ver que entre los derechos de que 
disfrutan los cubanos, figura el de reunión y asocia- 
ción. 

Como ampliación á la noticia, diremos que la ley 
que regula el derecho de reunión para la Península 
lleva la fecha de 15 de Junio de 1880, y la relativa 
al derecho de asociación la de 30 de Junio de 1887. 

Ambas leyes se hicieron extensivas á Cuba por 
Reales Decretos de 1° de Noviembre de 1881 y 12 
de Junio de 1888 respectivamente. 

¡Otro cargo desvanecido! 



DÉCIMO Y ÚLTIMO CARGO 

QUE SE LES OBLIGA Á CONTRIBUIR AL ENGRANDECIMIENTO 

DEL TESORO NACIONAL 



Al rebatir el segundo cargo ya nos hemos referi- 
do indirectamente á este último, que se combate 




co, que «sólo diez 

^ultramar, pero ea 

contribuyentes de 

'^||iy:§S§^%Sl>^^ déficits del pre- 
Ai)fííS|iMra?k(KÍ03''^^iue si hay alguien 
i>^^KJ§m}£pSI lujarse, no son cierta- 
'$ H^f'^tlV'^^^^^^^ contribuyentes 
'M'tw#Sqj^inrcH(«|BDSi sacrificios para que 
^SVnfSl^.KS^^Skr l'^s norte-ameri- 
||-'^A42tJ|>^%^[tt^rruinar la isla de 



o cargo, cómo 
gastos desde la 



'#3SeSii¡^;g!-g^4¡|ao de 8 
^-j>i*^j'l|3^i^íi^;^adir qi 



[adir que desde i 




il&'Í^^^3«>^í^7^[3£íómetros de vías fé- 



>^<tBSif)^^a|tc^:^^n dicho año de 1879 
^^íl'^t&T^ittQ^qK^^scendió en 1887 á 

[fa^*^t^*.^y.*a¿áj^recie la pésima ad- 

•5n:^^*]^í^<Si'oduccÍón azucarera, 

~ ' I^^É39¡i^^e riqueza de la isla. 

^^^ri^^ó^ladas, ascendió, gra- 

'*S¡®S^SÍ^ÍíS>n 1894, á 1.0:8.038 

Z. -ft. 

_ las conspiraciones 

_ .. ^^^^Sodicia yanki, la isla 
l^^^i^l^l^íe^^^» que demuestran las 
^3'£|*:^í^'0j|!?^t^'su riqueza actual sin 



— 77 



la pasada guerra de los diez años y la que por des 
gracia aflije todavía á la perla de las Antillas! 



Como ampliación á todo lo dicho, debemos hacer 
constar que la isla de Cuba gozaba ya antes del gri- 
to de Baire, de todas las libertades que en la Pe- 
nínsula se gozan, y por si esto no fuese bastante, 
se eximió á los cubanos del servicio militar, que es 
en España obligatorio para todos los ciudadanos, 
y se descartó al Tesoro de Cuba de sus obligaciones 
que aceptó el Tesoro Nacional. 

Cuba de esta suerte gozaba de mayores liberta- 
des que las colonias francesas, danesas y holan- 
desas. 

¡Y que algunos miopes nos hablen luego de la ti- 
ranía españolaX 



Sintetizando este ya largo capítulo, resulta que 
no puede formularse cargo serio contra la nación 
española, referente á su modo de administrar sus 
posesiones ultramarinas. Es más: comparando, no 
ya sus antiguas Leyes de Indias, hoy arrinconadas 
por caducas, sino sus actuales leyes, con las pro- 
mulgadas por naciones que tienen colonias, resultan 
las españolas, en su conjunto, mucho más liberales. 



— 78 - 

Quizás, y lo repetimos, demasiado liberales; que en 
fuerza de aflojar la mano pudo creerse que la tenía- 
mos débil para empuñar con energía la espada que 
debía defender nuestros derechos. Se le concedió 
á Cuba políticamente cuanto se concedió á la pe- 
nínsula, y económicamente mucho más. ¡Conque 
derecho, pues, se quejan los Maceo y los Roloff, 
los tenedores de bonos y los gacetilleros neoyor- 
quinos? 

Si á fuer de españoles, y con la razón que nos 
asiste para juzgar los actos de nuestros gobernantes, 
tuviésemos que dirigir un cargo, no al gobierno 
actual, sino á todos los gobiernos habidos en Es- 
paña desde 1823 acá, lo sintetizaríamos con una 
sola palabra: «Débiles;^. 



CAPÍTULO V 



LOS CONCENTRADOS 



El país que durante la guerra de secesión había 
dado al mundo el ejemplo de la más repugnante 
barbarie, según atestiguan sus propios historiado- 
res (i), se sintió profundamente conmovido al saber 
que los concentrados- cubanos carecían de lo más 
indispensable para a vida. ¡Cómo nación tan hu- 
manitaria (?) había de permitir que se muriesen de 
hambre los cubanos ó peninsulares que una despó- 
tica ley española había aglomerado en las pobla- 
cionesJ Porque santo y bueno que se hayan cazado 
como á fieras á los infelices pieles rojas^ y que á 
diario se lynche á criminales, ó supuestos crimina- 
es; que esto al fin y al cabo es lógico en el pais de 



(l> Téngase presente la nota del Gobierno español, y cuya re- 
dacción se atribuye a D. Antonio Cánovas, inserta en el capítulo 
titulado «La política de la Unión» • 



mvfffiMr ^ mueran de ham- 

*íión amiga, esto no 

_ Jno yanki. ¿Que este 

^'^VmrS'Sm ""■'■ P"" legitimarla in- 

6flÍiKl«(lLtBli}SpaM|)<cttti8Js y no pocos aspá- 
is 'fi'^'^''S' V/Sjm* Qu^ 1^v<^ ^' general 
^tt'jBi^uViBl-BJ^^^entración. vamos á 
p8k^4Slwl«»WV^ para que se aprecie 
^i^Bii^|iS^$;M'M Medida, sino la nece- 
ÍÍE.^Í^»=Í^#Í ^1^0?^*"'^' si se quería 
^*l^^^^->^'^^-B''^ fatigaba á España 

&45»=S'ift^E^S^^^£^*^ que, en tiempo de 
É*c|ptgi^^^i2É^2^s de un país sufren 
^Mi¿g::^gi>|^3sii5r]gc de la contienda, que 
'pl^J^ApÁ^^^^T^stado anormal el de 

-irÜ^^Í^Í'SlS^^'^'^'' >' ^^ anormali- 
^||ei|^tti5:i||ássdB:sgDÍesenvuelve. 

'^^ente que en una gue- 
Bs^^^í^ío pueden, por su or- 
^ípnif|>^^|r á medidas extiemas 
|^<Sl^;«^^^cuiTen generalmente 
. - _ — 11*^^^*25^ apoyo y sostén y de 
^É^íl^i^l^^^^^^^^^ mano de cuantos 



— 81 — 

curarse lo que de buen grado, sin duda, no se les fa- 
cilitaría. 

Enterémonos ahora de la organización adminis- 
trativa de los rebeldes cubanos: 

«Las autoridades civiles — dice un sesudo escritor — 
eran los tenientes gobernadores, los prefectos y los 
sub-prefectos. Recogían á cuantos hombres útiles, 
armados ó desarmados encontraban en la zona, sin 
pase á los insurrectos y los obligaban á incorporarse 
á la primera partida que hallaban; se apoderaban de 
los caballos y los reunían en lugar seguro para que 
los utilizaran los rebeldes; establecían talleres de ar- 
mas, pólvora, carpintería, zapatería, etc. en los cua- 
les, de grado ó por fuerza, trabajaban los que para 
ello tenían aptitud; y hacían acopio de sal, azúcar, 
medicinas, armas, municiones, equipos y cuanto 
podía ser útil á las partidas. 

<^Su organización de nada les hubiera servido si no 
hubiesen contado con los llamados pacíficos^ que á 
pesar de sn nombre, son los que más han contri- 
buido á la prolongación de la guerra, unas veces 
voluntariamente y otras por salvar la piel. Las au- 
toridades délos insurrectos establecían su residencia 
en las sitierías de los pacíficos, quienes no podían 
hacer otras siembras que aquellas para las que pre- 
viamente se les había autorizado, y habían de ser en 
especial de yucas, de plátano, malangas, ñamos, esto 



-Sí- 
es, de frutos utilizables para la manutención de los 
mambises. A las órdenes de los prefectos y sub- 
prefectos había un cuerpo de «vianderos» los cuales 
iban, siguiendo un tumo rigurosamente establecido, 
á los sitios de labranza á recoger los tributos en es- 
pecies para el sostenimiento de los insurrectos. 

«rNo era ésta la contribución que con mayor rigor 
se exigía á los pacíficos, sino la de las noticias. To- 
do el que penetraba en un punto ocupado por las 
tropas, era de hecho un espía, porque se le exigía 
que pusiese en conocimiento del prefecto y agentes 
de los pueblos cuanto había visto y oído respecto 
á las fuerzas españolas, situación, número, movi- 
mientos y todo lo que hiciese relación con la guerra. 
Además se les convertía en peatones para llevar y 
traer la correspondencia délos prefectos y sus agen- 
tes; se les forzaba al espionaje y en caso de que 
hubiese muchos claros en las filas, se les convertía 
de pacíficos en gueireros, obligándolos á ingresar 
en las partidas. Los pacíficos que no tenían apego 
á la insurrección, lo tenían á la vida, y el terror era 
tan eficaz como el entusiasmo, porque los mambises 
no se mostraban blandos, y si sospechaban que hu- 
biese siquiera tibieza en el servicio de la causa re- 
volucionaria, los condenaban á morir enguasima- 
dos ^ esto es, ahorcados de un árbol llamado guasi - 
ma. Y ni aun allanándose á las exigencias de los 
mambises estaban seguros. En la noche del 1 6 de 



— 8g — 

agosto de 1896, el cabecilla Machado dio orden de 
quemar las casas de la ribera Ojo de Agua, reco- 
mendando á los suyos que se pusieran á cubierto da 
los tiros del fuerte; y las casas quemadas, según un 
documento de los insurrectos, fueron las que estaban 
lejos del fuerte, pertenecientes á ^sitieros patriotas, 
que con sus siembras y personas servían á la Repú- 
blica. 

«El insurrecto Abreu inserta en sus «Memorias» 
una circular de la Tenencia de Gobierno del dis- 
trito de Remedios, eñ la que ordena á los prefectos 
y sub-prefectos que visiten á todos los pacíficos «y 
evocando sus sentimientos patrióticos les hagan sa- 
ber que deben de mutuo propio, con franca espon- 
taneidad, tan pronto acampen fuerzas cubanas en su 
vecindario, concurrir á ellas, llevándoles viandas y 
otros artículos de primera necesidad, ó lo que pue- 
dan, sin necesidad de que dichas fuerzas ocurran al 
prefecto ó sub-prefecto para la adquisición de di- 
chos articules.» 

«En las mismas «Memorias» se lee: «Han traído 
á este campamento (Vajacas, cerca de Ma nicaragua) 
una de las granadas que las tropas de Aldave nos 
arrojaran en la Loma del Ternero, el día del con- 
voy. La granada estaba llena; la trajo un pacifico, 
como á diario traen periódicos y cuantos objetos 
necesitamos de los pueblos, como medicinas, etc. 
Del pueblo de San Juan de las Lleras es de donde 



— 84 - 

nos traen las cosas en mayor cantidad. De Ran- 
chuelo han traído los pacíficos, por encargo del pre- 
fecto, 30 mudas de ropa que han sido repartidas en 
el escuadrón }^ 

El mismo escritor dice más adelante: 

^No era nada agradable la existencia de los pací- 
ficos á quienes el titulado gobierno insurrecto con- 
sideraba como soldados del llamado «Ejército Li- 
bertadoo> y como tales, sujetos á las ordenanzas y 
leyes de este gobierno, haciéndoles saber que por 
tal motivo están en el deber de acatar, respetar y 
obedecer las órdenes superiores, como también es- 
tán bajo sus inmediatas órdenes para obedecerlas». 

«Una circular del gobierno insurrecto, fechada 
el 20 de marzo del 96, faculta á los prefectos y 
subprefectos mambises para utilizar los campesinos 
«en todo aquello que se relacione con el servicio, 
sin excusa de ningún género». La mejor manera de 
mandar es la fórmula «para todo y sin excusa». 
«Cuando los prefectos ó subprefectos lo estimen 
oportuno, procederán á formar junta de vecinos 
para dar ^a^í^^Za^— incendiar— destruir casas, co- 
rrales, vías férreas, telegráficas y telefónicas, reco- 
ger ganados, y todo lo demás que sea de utilidad 
para la Revolución, Tan pronto reciba V. la pre- 
sente, citará en junta á todo el vecindario y hará 



— 85 — 

saber estas disposiciones, y en acta que al efecto le- 
vantará hará firmar á los que estén de conformi- 
dad', con los que no lo estén, procederá con arre- 
glo á las instrucciones precedentes, expulsándoles 
del territorio.;^ 

Se vé que la conformidad en dar candelas, no 
podía ser más espontánea, porque al que no firmaba 
se le obligaba á marcharse en un plazo que no pa- 
saba de setenta y dos horas. 

En otras circulares se impone á los pacificos la 
obligación de entregar bajo recibo las provisiones 
que se les pidan; se les manda que atiendan y asis- 
tan á los heridos y enfermos; se les exige que siem- 
bren «viandas para el auxilio de las fuerzas acana- 
padasen las zonas de la prefectura á que correspon- 
da, ó en otras». También deben tener preparadas 
«viandas de todas clases;^ y no se les permite po- 
seer sino «una yegua por cada casa, para el ser- 
vicio.» 

Esta organización era conocida del general Mar- 
tínez Campos. Sabia perfectamente que el pacífico 
era el más poderoso auxiliar con que contaban los 
insurrectos; pero, hombre de ideas sumamente con- 
ciliadoras, no quiso arrostrar las consecuencias de 
una concentración, ó no se ateevió á sufrir las cen- 
suras que forzosamente hab'an de dirigirle los que 
se sintiesen perjudicados por el rigor de la medida. 



— 86 — 

Pero llega á la isla de Cuba el representante de 
la teoría de que á la guerra hay que responder con 
la guerra, y de que son funestas las consideraciones, 
cuando se tropieza con incendiarios y foragidos; y 
conocedor de que los pacíficos, queriendo ó sin que- 
rer, esto es, voluntaria ó forzosamente, son los prin- 
cipales enemigos de España, y repugnándole apelar 
á las bárbaras medidas de rigor empleadas por los 
americanos del Norte para vencer hasta sojuzgará los 
del Sud, ordena que la gente del campo se concen- 
tre en ciudades y poblaciones, asestando con esta 
sola orden terrible golpe á la insurrección, que 
carecerá en lo sucesivo de espías, de víveres, de 
medicinas, de brazos, de cuanto, en fin, contribuía á 
tener en jaque á los ejércitos de la nación española. 

Porque era rudo el golpe para los insurrectos y 
sus embozados protectores, levantó protestas délas 
juntas revolucionarias, con domicilio oficial en los 
Estados Unidos, y de la prensa que á la postre veía 
en esta medida la terminación de la guerra, sin que 
la Unión hubiese podido intervenir. 

Y entonces se vio el caso raro, sin precedentes 
eñ la historia, de que el mismo país que lamentaba 
ó parecía lamentar) la guerra, se quejase deque la 
nación interesada tratase de terminarla; que no 
otra cosa significaba, por un lado España intentan- 
do quitar tuerzas á los rebeldes, y de otra los Esta- 
dos Unidos, compadeciéndose de la suerte de los 



— 87 — 

concentrados, y pidiendo su vuelta al campo para 
que continuasen siendo los aliados descubiertos ó 
embozados de los que peleaban contra las fuerzas 
leales. 

Sabia el gobierno de Madrid cuanto sabíamos no- 
sotros, y algo más sin duda; y sin embargo, para 
quitarle á la Unión hasta el menor pretexto y po- 
derla mostrar al mundo como ejemplo de villanía 
y bajeza, accede á derogar el lógico decreto expe- 
dido por el general Weyler, y á los bohíos y si- 
tierías vuelven los que durante tres largos años 
contribuyeron con sus debilidades á que la guerra 
se prolongase. 

Diga el lector imparcial, después de estas ligeras 
explicaciones, si Weyler obró bien ú obró mal; si 
cualquier nación en igualdad de circunstancias, no 
hubiese obrado como España, 



CAPITULO VI 



DERECHO INTERNACIONAL 



Para analizar la conducta del gobierno de los Es- 
tados Unidos como contraria al Derecho Interna- 
cional vigente, necesitaríamos escribir un volumen 
in folio\ tantas son las leyes atropelladas por aquel 
gobierno. En la imposibilidad material de exten- 
dernos en detalles, en lo que probablemente ei.coUa- 
rlamos por falta de competencia, nos limitaremos á 
señalar los atropellos de mayor bulto, siguiendo la 
luminosa obra de Bello: «Principios de derecho in- 
ternacional» ilustrada con notas por el eminente co- 
lombiano D. Carlos Martínez Silva. 

«La independencia de cada Estado sería quiméri- 
ca si los otros se arrogaran la facultad de llamarlos 
á cuentas y de invalidar sus pactos», dice con razón 
Bello, de donde lógicamente se deduce que los Es- 



— 89 - 

tados Unidos no tienen derecho á inmiscuirse en 
asuntos que, como la insurrección de Cuba, al ser 
internos, afectan la soberanía de la nación española. 

En el presente conflicto ha habido, por un lado 
un agresor, nación fuerte y potente, y de otro un 
agredido, una nación relativamente débil y pequeña; 
y si bien el Derecho Internacional asegura que «la 
república más débil goza de los mismos derechos y 
está sujeta á las mismas obligaciones que el impe- 
rio más poderoso», los norte-americanos aceptaron 
la injusta teoría sustentada en el Parlamento britá- 
nico, ó sea, que en las relaciones con los Estados 
débiles no debían guardarle las mismas reglas que 
con las grandes potencias; teoría que se encargó 
de ampliar el Times, órgano de la opinión ilustrada 
inglesa, cuando á propósito del conflicto anglo-bra- 
sileño escribía: <rSeguramente no habríamos obrado 
de la misma manera (con Francia ó Estados Unidos); 
pero el Brasil es una potencia de segundo orden, y 
las potencias débiles no tienen el derecho de ha- 
llarse en culpa para con las grandes potencias*!^ 

Dada esta teoría monstruosa, de cuya aplicación 
hay por desgracia más de un ejemplo en la historia, 
no ha de sorprender á nadie que el coloso quisiera 
imponerse al débil, y que los Estados Unidos cre- 
yesen que con sólo ponerse de pié, la nación ofen- 
dida había de acceder á sus injustas pretensiones. 

Afortunadamente, no ya para España, pues para 



— 9j — 

los combatientes siempre la guerra es una catástrofe, 
sino para lo que es inmutable, imperecedero y eter- 
no, el principio de la justicia, la nación española re- 
cogió el guante, demostrando al mundo entero que 
es preferible morir con honra á vivir deshonrado. 

¿Por qué se preguntan algunos - las naciones 
europeas abandonan á España y no se coligan para 
ayudarla en tan duro lance? ^Porqué las repúblicas 
sud-americanas no se confederan y ayudando á la 
madre patria alejan sombras y temores para el por- 
venir?. 

La razón á nuestro entender es obvia. 

Vivimos en el siglo del más bajo y repugnante 
egoísmo individual, lógica consecuencia de las ideas 
imperantes doquier. Hoy !a abnegación, el sacrificio, 
el culto á ios grandes ideales que antaño movieron 
á las nacionalidades, han sido reemplazados por 
el tratado de comercio, el tanto por ciento, el chati- 
tage las grandes especulaciones licitas é ilícitas; 
hoy el hombre de más valer no es el más honrado 
ni el más prudente, ni el más sabio: es el millona- 
rio. Y como, al fin y al cabo, la colectividad no es 
más que la aglomeración de células sociales, al ser 
egoísta el individuo, la colectividad tiene que ser 
egoísta. Tan arraigada está esta nota egoísta, que al 
que sueña en algo que eleve y purifique á la huma- 
nidad; al que, nuevo Quijote, quiere romper lanzas 
contra malandrioe': v follones, volviendo por los 



— 91 — 

atropellados fueros de la razón y la justicia, !e lla- 
man poco práctico. Para ser práctico es menester 
que el liombre no persiga más que un ideal, su pro- 
pio provecho. Las naciones como los individuos 
han de ser prácticas (?). 

Bello prevea el caso cuando escribió: «Una na- 
ción formidable por su poder insulta á un Estado 
débil. Las otras atendiendo á su seguridad propia, 
deberían coligarse para castigar el insulto. Mas adop* 
tando esta conducta, tendrían que someterse desde 
luego á todas las calamidades y contingencias de la 
guerra, para evitar un peligro incierto y distante. 
Así vemos que, cada una de ellas, aunque suscepti- 
ble de vivos resentimientos, cuando se la hace una 
injuria, mira con indiferencia, ó á lo sumo con una 
indignación tibia y pasajera, loa agravios ajenos^. 

Claro está que la actual conducta de los Estados 
Unidos entraña una serla amenaza para todas las 
potencias europeas, que tienen posesiones en Amé- 
rica y aún para todas las nacionalidades de Centro 
y Sud América; pero ¿cuál de ellas querrá atreverse 
á medir á solas sus esfuerzos con el coloso? 

Mac-Kinley se ha negado á reconocer la nonnata 
República Cubana, y en esto obró de acuerdo con 
el Derecho Internacional, porque los insurrectos 
carecían de autoridad seria con quien entenderse, y 
del momento en que convertidos en tribus errantes 
huían á la aproximación de las tropas leales, les 



— 92 — 

faltaba la estabilidad que debe caracterizar á todo 
gobierno constituido. Y si no había gobierno cuba- 
no, debía haber forzosamente, como ha habido siem- 
pre, gobierno español: atentar contra la soberanía 
de éste implica una burla sangrienta al Derecho In- 
ternacional, porque, "y habla Bello, «á ninguna na- 
ción le es permitido dictar á otra la forma de go- 
bierno, la religión ó la administración que éstadebe 
adoptar, i.i llamarla á cuentas por lo que pasa entre 
los ciudadanos de ésta ó entre el gobierno y los sub- 
ditos.}^ 

Irlanda fué desastrosamente gobernada y horrible- 
mente oprimida por Inglaterra, hasta principios del 
siglo actual. Se perseguía á los católicos, que como 
se sabe son el mayor número; se aprobaban leyes 
á fin de matar las industrias irlandesas, con objeto 
de proteger las inglesas; se inventaba todo para ha- 
cer pesar sobre la infeliz Irlanda el yugo del con- 
quistador. Las naciones europeas conocían perfecta- 
mente el estado político -económico de aquel país, 
y sin embargo, ni individual ni colectivamente tra- 
taron de intervenir para que desapareciese el régi- 
men y el atropello. 

La misma Inglaterra, á mediados de este siglo, y 
por boca de M. Gladstone. se condolió de los atro- 
pellos que de su gobierno recibía el pueblo napoli- 
tano. No obstante, ni conservadores ni liberales 
creyeron de su deber convertirse en redentores, ce- 



- 93 — 

rrando sus oidos á los violentos discursos de aquel 
hombre de Estado. 

Estos hechos demuestran lo que está en la con- 
ciencia de todos; esto es, que las leyes internacio- 
nales, que en Europa se respetan, se violan escan- 
dalosamente por una de las naciones que á última 
hora fué á tomar asiento entre ellas. 

Los Estados Unidos han invocado dos razones 
diversas para intervenir en la rebelión cubana; el 
perjuicio que la guerra causaba á sus intereses, y un 
sentimiento de humanidad. 

La primera razón, queda de ningún valor al de- 
mostrarse, como se ha demostrado, que Norte Amé- 
rica era el foco principal de la insurrección. Con- 
forme decimos en otro capítulo, sin el apoyo de los 
Estados Unidos, ni la revuelta iniciada en Jara hu- 
biese durado diez años, ni el grito de Baire hubiese 
dado lugar á la guerra actual. 

La segunda razón no es tampoco digna de ser te- 
nida en cuenta, desde el momento en que con he- 
chos ha podido probarse que el prolongado derrama- 
miento de sangre era debido al apoyo que los insu- 
rrectos recibían de los Estados Unidos. Con negarles 
este apoyo, en breve plazo terminaba el derrama- 
miento de sangre. Ejércitos más nutridos y mejor 
disciplinados, se han movido en la península á im- 
pulso de gritos bien diversos; combates y verda- 
deras batallas se han librado en las Provincias Vas- 



— 94 — 

congadas, Navarra, Cataluña y Valencia, sangre y 
más sangre hispana se ha derramado en los campos, 
teatros de tenaces luchas, y sin embargo, ni á Fran- 
cia, ni á Inglaterra, ni á ninguna nación europea se 
le ocurrió intervenir en nuestras civiles contiendas, 
so pretexto de que debía ponerse coto al derrama- 
miento de sangre. 

Para mayor sarcasmo, para que aún resalte más 
la sinrazón de Norte— América^ á fin de atajar la 
efusión de sangre en Cuba, y apelando á un senti- 
miento de humanidad, se declara una guerra en que 
van á perecer miles y miles de soldados de ambas 
partes, en que va á llevarse el luto y la desolación 
de California á New-York, de Nueva Orleans á las 
extremidades de Michigan, sin que lesimporteá los 
californianos que, por ejemplo, allá en la manigua, los 
negros, instigados por extrangeros y ambiciosos, 
pretendan sustraerse á la dominación española. ¡A 
lástima mueve el razonamiento yanki! Ojalá fuese 
cierto una vez más que Dios ciega á los que quiere 
perder! 

En el capítulo que Bello dedica á hablar «Del te- 
rritorio», dice: «Los Estados ambiciosos suelen va- 
lerse de diferentes pretextos para apoderarse del 
territorio ageno: el más ordinario y especioso es el 
de la seguridad propia, que peligra, según ellos di- 
cen, si no toman estos ó aquellos límites naturales, 
que los protejan contra una invasión extrangera. 



- 95 — 

Norte América, á laque cuadra el calificativo de 
ambiciosa, no invocó este argumento, porque el mar 
á ello se oponía; pero invocó otro aún más especioso; 
el comercio. Según la Unión las guerras civiles de 
Cuba perjudicaban su industria y su comercio; 
siendo de lamentar, no este aserto del gobierno de 
Washington, sino el que algunas eminencias espa- 
ñolas aceptaran la opinión como buena. No hace 
muchos dias, un distinguido abogado español nos 
escribía diciendo que la guerra, entonces en pers- 
pectiva, obedecía en primer término á causas econó- 
micas. ¿Dónde las vería el notable discípulo de 
Duran yBas> No ha hecho España quizás más de 
lo que debía en pro del comercio yanki? Tal vez 
porque en cuanto á concesiones fuimos demasiado 
lejos, creyóse en el Capitolio que por mucho que se 
tirase de la soga no podía romperse. 

Las relaciones entre las naciones, están sujetas, 
no solo al Derecho internacional, s'no a las altera- 
ciones que éste puede sufrir en virtud de determina- 
das concesiones, incluidas en los tratados. Conceder 
á los extrangeros lo que se niega á los ciudadanos 
de un Estado, es una enormidad porque, según ob 
serva el mencionado comentarista, Sr. Mart'nez Sil- 
. va «no sería justo tratarle (al extrangero) con más 
rigor que al ciudadano^ ni hay razón para mostrarle 
más indulgencia.» España, firmando el tratado de 
1795 y^l protocolo de 1877,- colocó á los ciudadanos 



— 96 — 

norteamericanos muy por cima, en cuanto á impu- 
nidad, de los ciudadanos españoles. Sólo asi se 
explica que los pocos hijos de la isla de Cuba, que 
tienen mando en las filas revolucionarías, puedan 
mostrar cuando les convenga la carta de ciudadanía 
norteamericana. El extrangero que conspira contra 
las instituciones del pais en que vive, es aún más 
culpable que las naturales del propio pais, pues si 
bien el delito de conspiración es el mismo, el ex- 
trajero ultraja las leyes de la hospitalidad. Por algo 
todas las naciones europeas, Inglaterra inclusive, 
castigan los atentados que á su gobierno ó institu- 
ciones dirigen los procedentes de otros países. 

Creemos haberlo dicho ya: España cometió grave 
falta en 1795; más grave no denunciando el tratado 
en 1823; gravísima al firmar el protocolo de 1877. 

En cuanto á los extrangeros, afirma Bello que «se- 
gún el Derecho externo, el soberano puede prohibir 
la entrada en su territorio, ya constantemente y á 
todos los extrangeros en general, ya en ciertos ca- 
sos, ó á cierta clase de personas, ó para ciertos ob- 
jetos. Cuando España no recurrió á este extremo 
para aislar á los mambises, es porque se lo vedaban 
sin duda las cláusulas de los tratados vigentes. 

Sin embargo, bueno es recordar que cuando á 
consecuencia de la frustrada intentona del general 
López, el populacho de Nueva Orleans se amotinó, 
atacó la casa del Cónsul español y saqueó varios 




- 07 — 

establecimientos cotnerciales de subditos españoles, 
nuestro gobierno pidió una satisfaccción y una in- 
demnización. Déla contestación dada a! ministro 
■español son notables los siguientes párrafos: 

«En todos los países se amotina la plebe; en todas 
partes estallan á veces violencias populares, ultrá- 
janse las leyes, huellan se los derechos de los ciuda- 
danos é individuos particulares, y á veces de los 
-empleados públicos y agentes de los gobiernos ex- 
trangeros, que tienen derecho especial á la protec- 
ción. En semejantes casos la fe pública y el honor 
nacional piden que no solóse condenen estos ultrajes, 
sino también que sus autores sean castigados, 
siempre que sea posible llevarlos ante la justicia, 
y que además se dé plena satisfacción, siempre que 
-el gobierno esté obligado a ello, según los princi- 
pios generales del Derecho, la fe pública y los tra- 
tados .. Al manifestar al gobierno su buena voluntad 
y su determinación de hacer todo lo que una Nación 
amiga tiene derecho de esperar de otra en casos de 
esta especie, ha dado por sentado que los derechos 
del Cónsul espaííol, empleado público residente 
aquí, bajo la protección de los Estados Unidos, son 
enteramente diferentes de los pertenecientes á los 
subditos españoles que haii venido al país á con- 
fundirse con nuestros ciudadanos y á hacer en él 
sus negocios particulares. El primero puede recia- 



— 98 — 



mar una indemnización especial; los segundos sólo 
tienen derecho á la protección debida á nuestros 
ciudadanos.;^ 



Recientemente en una carta dirigida por Mr. 
Phelps, ex-embajador de los Estados Unidos en Lon.- 
dres, al ex-gobernador Levi P. Morton, se leen pá- 
rrafos tan lógicos y sensatos como los siguientes: 



«Parece impresión general entre las personas que 
no reflexionan, que lo que se llama ley internacio- 
nal es solamente una ley escolástica sin importan- 
cia práctica y que los norteamericanos deben des- 
preciar por estar muy por debajo de ellos.. Los 
principios fundamentales de la ley internacional 
han sido establecidos por el concurso general de las 
naciones civilizadas y cristianas y se ha demostrado 
por dilatada experiencia que eran tan justos como 
indispensables. De ahi que sea para ella una san- 
ción aún más elevada que la que deriva de leyes he- 
chas por legisladores ó promulgadas por jueces. 

«Cada gobierno está ligado por estos principios, 
tanto por su propio interés como por la protección 
de los otros, y está obligado ante la humanidad en* 
tera á observarlos* Si una nación los desatiende, 
viola este acuerdo^ se pone en contra de la esclare- 




— w - 

cida opinón del mundo entero, comete lo que está 
umversalmente reconocido como un entuerto y es- 
tablece un precedente peligroso qu«, tarde ó tem- 
prano, pero con seguridad infalible, se resolverá en 
contra de ella. Ninguna nación puede seguir seme- 
jante línea de conducta... 

«La idea de que éste ó cualquiera otro pais puede 
ejercer una inspección moral ó política en los asun- 
tos de sus vecinos, corregir la falta de sus institu- 
ciones, ó los delitos desu administración, ó hacerles 
caridad á la fuerza, es absolutamente inadmisible y 
altamente perniciosa.}^ 



¿Con qué derecho pues ha exigido el gobierno de 
la Unión que se indemnizaran los perjuicios sufri- 
dos por sus subditos de ocasión durante nuestras 
guerras civiles? Con el derecho que presta la fuerza? 
¡Quién sabe! 

Una vez más hemos de declarar ingenuamente 
que nuestras debilidades, gran parte de culpa tienen 
de la guerra actual. Cuando España fusiló á los yan- 
kis que acompañaron á López, el gobierno de la 
Unión calló; cuando hemos querido ser deferentes 
con él, el gobierno de la Unión se ha envalentona- 
do. En buen derecho no se puede, no se debe re- 
nunciar á nada qne implique menoscabo de la sobe- 
ranía. 



— 100 — 

Sintetizando; si politicamente el gobierno de 
Washington ha abusado de la buena fe y de la pa- 
ciencia del gobierno de Madrid, con arreglo á dere- 
cho ha violado las más elementales leyes internacio- 
nales, sentando precedentes que pueden ser funestos 
para muchas naciones del viejo y nuevo mundo. 




CAPÍTULO Vil 



política de ESPAÑA 



Alguien ha dicho que Cuba y Filipinas son para 
nosotros históricamente sagradas, politicamente ne- 
cesarias y económicamente útiles; y á defender por 
todos los medios posibles estas posesiones debieron 
tender siempre nuestros esfuerzos, que ni era justo 
no continuáramos poseyendo las tierras prime- 
ras por Colón descubiertas, ni podíamos descono- 
cer que, abierto ó sin abrir el canal de Panamá, 
tiene Cuba gran importancia política, ni era pru- 
dente permitir que nos arrebatasen aquel mercado 
de indiscutible valor para la industria española. 

Al hablar déla política de la Unión, ya sin querer, 
y porque era necesario, bosquejamos la política se- 
guida por España en sus relaciones con Norte 
América; política que si de algo peca es de excesiva 



— 102 — 

deferencia. Pero como algo quedó por apuntar, va- 
yan otras cuantas lineas; que no ha de ennegrecerse 
más el cuadro porque con hechos, no con palabras, 
se presente al desnudo la perfidia del gobierno de 
Washington. 

Vimos oportunamente que España no denunció 
el tratado de 1795, ni hizo gran caso de la teoría de 
Monroe glosada por el Secretario Mr. Adams. Nos 
enteramos también de la manera como terminóla 
intentona de López y de la actitud que ante aquel 
conflicio observó el gobierno de la Unión; y he- 
mos seguido, si bien á grandes rasgos, los manejos 
de aquel gobierno para apoderarse á las buenas ó á 
las malas de la isla de Cuba. Trataremos ahora de 
lo que ha hecho España para evitar decorosamente 
la guerra con los Estados Unidos. 

Cuando estalló la actual insurrección estaba en el 
poder el partido liberal; pero la opinión pública, 
que á veces, según Pi y Margall, «camina de espal- 
das á lo razonable;^, acertó entonces al comprender 
que el partido conservador contaba con más medios 
de represión que el que capitaneaba el Sr. Sagasta, 
y el Sr. Cánovas del Castillo subió al poden 

Cánovas no era el politico que las pasiones par- 
tidistas han descrito; no era el hombre de testaru- 
dez irreflexiva que sigue una ruta por sistema; no 
era el Presidente que representaba la fuerza en la 
verdadera acepción de la palabra, y el siguiente 



— 103 — 

hecho histórico , que todos recordarán, lo de- 
muestra. 

Al empuñar las riendas del Estado, creyó de 
buena fe que la insurrección carecía de medios y 
de jefes, creencia que el entonces Capitán General 
de la Isla, Sr. Calleja, se había encargado de ali- 
mentar, Cánovas, hombre de Estado, y por consi. 
guiente, amigo de economizar sangre y dinero á 
su patria, intentó dominar la naciente insurrección, 
valiéndose de los mismos elementos con que habia 
terminado la anterior, y asi, sin quitarse el unifor- 
me con que habia ido á jurar el cargo, ofreció al 
general Martínez Campos la Capitanía General de 
la Habana. 

No diremos que Cánovas acertara con este nom- 
bramiento, antes al contrario en este punto concre- 
to, Martínez Campos dio más pruebas de sagacidad 
que el primer ministro al exclamar: «¡Tanto va el 
cántaro ala fuente....!» Pero lo que si entendemos 
demostrar con esto es que Cánovas no subió al po- 
der intransijente, que para responder á la guerra 
con férreos procedimientos bélicos, otros generales 
tenía á mano sin recurrir á Martinez Campos. 

Este general salió de España no para hacer la 
guerra, sino la paz, y con la formal promesa de que 
el gabinete Cánovas decretaría nuevas reformas, que 
para tener el carácter de verdadera autonomía sólo 
le faltaba el nombre; pero como la guerra, lejos de 



— 104 — 

terminar cobraba cada dia nuevos bríos, y la opi- 
nión de los jingoes se agitaba con más violencia 
que antes, Cánovas, fiel á la palabra empeñada, y 
sacrificando quizás una parte de su amor propio^ 
y algunas de sus teorías politicas, no vaciló en de- 
cretar las reformas ofrecidas. 

Con ellas ó sin ellas, los perturbadores siguieron 
su campaña, demostrándose una vez más que los 
insurrectos no ansiaban la libertad, sino un liberti- 
naje haitiano ó la anexión á los Estados Unidos. 

España, viendo que las reformas cayeron en cam- 
po mal preparado, y que cada dia se le exigía nue- 
vos sacrificios en hombres v dinero, comenzó á alar- 
marse yá comprender que no era Martínez Cam- 
pos el hombre que las circunstancias reclamaban. 
El mismo Cánovas» se coavenció de ello, y el gene- 
ral Weyler tomó el mando de la Capitanía General 
de Cuba. 

Si Martínez Campos fué á la isla recelando de él 
mismo, Weyler llegó á la Habana quizás en exce- 
so confiado. Sin embargo, al punto á que habla lie- 
gado la insurreción, se necesitaban argumentos 
mortíferos, no mimos y halagos; un hombre de fé- 
rreo temple á quien importaran poco las censuras 
de sus enemigos. Weyler estuvo bien en su sitio, 
y si algo hiciese falta para probarlo, lo demostraría 
el encono con que desde el primer dia de su man- 
do fué atacado por la prensa norte-americana. Cuan- 



— 105 -r 

do contra él tanto vociferaban, señal evidente era 
de que con sus medidas entorpecía sus planes y ale- 
jaba el anhelado dia de la paz. La orden reuniendo 
en los poblados á los pacificss llevó la exasperación 
á su periodo más álgido; de ella renunciamos á ha 
blar aqui por haberle ya dedicado un capitulo. 

Tanto al producirse este hecho, como antes, en 
las Cámaras norte-americaeas se hablaba de España 
y de su administración colonial en un tono que 
mal se compagina con la seriedad que debe carac- 
terizar á los padres de la patria y con la cortesía 
internacional. Que en el Senado de una nación con 
la cual existen tratados de paz y amistad suenen 
agravios é insultos contra la nación firmante del 
tratado, es algo que en Europa no se concebiría, 
algo tan inaudito que ha sido preciso leerlo ú oirlo 
para darle crédito. Que en una nación se quemen, 
aunque sea en efigie, retratos de personajes de otras, 
sólo se comprende en Norte- América, de donde hu- 
yó despavorida la nobleza, de donde se alejó qui- 
zás para siempre el pudor nacional. 

¿Qué hacía entre tanto el pueblo español? Qué 
decía su Gobierno? Oué sus Cámaras? 

El pueblo español, altivo como siempre, despre- 
ciaba los insultos, sin acordarse de que había bande- 
ras y escudos norte-americanos en sus principales 
poblaciones; el gobierno, por boca de su presidente, 
no se cansaba de repetir que el gobierno norte-ame- 



— 106 — 

ricano obraba correctamente, haciendo esfuerzos 
soberanos para contener las exajeraciones de los 
jingoes; en las Cámaras españolas, modelo siempre 
de cultura, ni una voz se levantó para devolver 
insulto por insulto, agravio por agravio. ¿Podía pe- 
dirse más prudencia? Oh, no, y Europa entera por 
conducto de sus órganos más caracterizados, se ha 
apresurado á poner de relieve la sensatez de la na- 
ción española. 

A nadie hubiera debido sorprender, sin embargo 
que en el pais de los motines y asonadas, en la pa- 
tria del 2 de Mayo, una chispa hubiese encendido 
la hoguera, y al fuego hubiesen ido con banderas y 
escudos norte-americanos la teresiana paciencia del 
pueblo español. 

Ocurre la catástrofe del «Maine/> y recrudecen 
los insultos; se nos califica de incendiarios y crimi- 
nales, y el pueblo español calla, persuadido de que 
la ofensa no lo es en labios villanos. Se quiere exas- 
perar á la nación española, y ésta se ha propuesto 
no ser juguete de los senadores y gacetilleros neo 
yorquines. 

¡Los concentrados! Ya conocemos el porqué de 
la medida, y no obstante el nuevo Capitán General 
de la Isla revoca la orden y á sus hogares vuelven 
los espías de las fuerzas leales, los encubridores de 
los rebeldes. 

La ola va subiendo, crece la marejada, las grandes 



— 107 — 

potencias intervienen para ver si aún es tiempo de 
evitar la guerra; interviene S. S. el Papa en su pa- 
ternal deseo de evitar una ruptura entre los dos 
países, y España deferente con S. S, y las grandes 
potenciaS) concede lo que á los Estados Unidos ha- 
bía negado, la momentánea suspensión de las ope- 
raciones. En cambio, en el Mensaje de M. Mac-Kin- 
ley la más censurable falta de cortesía; ni una alu- 
sión á los pacíficos deseos de S. S. y de las potencias 
europeas, como si en poco tuviese á los mediado- 
res, ó si no le conviniese que constara en documentos 
oficiales su incorrecto proceder. 

Después Todo el mundo sabe lo que después 

ha sucedido. La política rastrera arrojó la careta. 
Durante tres largos años ha ido fomentando la gue • 
rra para que España se aniquilara y se empobreciera: 
cuando la supuso abatida la retó á mortal duelo* 
creyendo empresa fácil ultimarla. 

Pública es la respuesta del pueblo español, y sea 
cual fuere el resultado del desigual combate, frente 
á la política despreciable de los Estados Unidos se 
colocará la noble, leal y franca política de la nación 
española. El sólo parangón resulta un triunfo para 
la patria de los que prefieren «honra sin barcos a 
barcos sin honra». 



CAPITULO VIII 



AMERICA PARA LA HUMANIDAD 



La política de la Unión para con España es un 
aviso dado á las naciones europeas que tienen pose- 
siones en este continente y á los pueblos de Centro 
y Sur América. 

Entre las repúblicas subdamericanas ninguna ha 
crecido tan rápidamente ni tiene tan espléndido 
porvenir como la República Argentina; en cambio^ 
en pocos años ha desaparecido el más simpático 
imperio, el Brasil, reemplazado por gobiernos dé- 
biles, que sin querer preparan la desmembración de 
aquel territorio. Quizás por estas razones los Esta- 
dos Unidos, actuando como arbitros, cedieron al 
Brasil el disputado territorio de Misiones. 



— 109 — 

jY pensar que algunos americanos de raza latina 
han simpatizado con Norte América!! ¡Cómo cie- 
ga la irreflexión y cnán cierto que la prensa ama- 
rtlla logra su objeto entre los tontos! 

En cuanto á las naciones europeas, ni Francia ni 
Inglaterra, ni Dinamarca han de mirar con buenos 
ojos el afán anexionista con los E. Unidos. La lec- 
ción que están daado hoy al mundo es demasiado 
clara para que no se comprenda, y si en la actuali- 
dad Inglaterra y Francia son bastante fuertes para 
atajar los vuelos del supuesto coloso, mañana po- 
drían no serlo y entonces serian victimas de la codi- 
cia yanki. 

Cierto que Inglaterra, por comunidad de raza ha 
de inclinarse casi siempre del lado de los norte- 
americanos, y unidas ambas potencias sumarían 
fuerzas colosales. Pero, si este caso llegara, por 
suerte ó por desgracia, todas las naciones tienen 
agravios que vengar de cada uno de los aliados, 
que Italia no olvidará las matanzas de sus hijos en 
Nueva Orleans y la sangrienta burla con que la sa- 
tisfacieron, ni Austria los asesinatos délos húnga- 
ros en suelo americano, ni Francia los avances in- 
gleses en las indianas tierras, ni España Gibraltar 
alevosamente arrebatado, ni la Argentina las Malvi- 
nas piráticamente anexionadas, y etc., etc. porque 
lo repetimos, la codicia inglesa y yanki ha con- 



— lio — 



vertido en recelosas á todas las naciones del viejo 
y nuevo mundo. 

Ijí confederación americana se impone: sitrinn 
fara España con su ayuda y protección; si Ensaña es 
vencida, con la protección y ayuda de la nación 
francesa, por ser la que entre la raza latina mss se 
asemeja á la nación descubridora, y cuya lari^a vida 
nacional y brillante historia militar, la ponen en el 
catu) de convertirse en un poderoso amigo leal de las 
aún pequeñas repúbldas americanas. 

A la Unión de Norte América hay que oponer la 
Confederación del Centro y Sur América, si no 
quieren estas jóvenes nacionalidades verse sino ane- 
xionadas humilladas de continuo por el coloso del 
Norte. Hay que despertar á la realidad; y á la ya 
antipática doctrina de Monroe oponer el simpático 
lerna del ilustre argantino Dr. Quesada «América 
para la humanidad.;^ 



CAPÍTULO IX 



LA GUERRA 



¡La guerra! ¿Puede haber algo más calamitoso 
para los pueblos? Vencedores y vencidos salen mal- 
trechos de la contienda; que las indemnizaciones pe- 
cuniarias, por fuertes que sean, no llenan las filas que 
mermaron la metralla. Las vidas de lo que ha dado 
en llamarse gráficamente «carne de cañón» valen 
más que todo el oro que en sus entrañas guarda la 
madre naturaleza. 

En el presente conflicto, España fué á la lucha bien 
á pesar suyo: la responsabilidad de ella cae por en- 
tero sobre el gobierno de la Unión y la parte del 
pueblo bullanguero que á la guerra le incitara. 

Se encuentran frente á frente dos pueblos; el uno 
extenuado por largas y cruentas guerras civiles, pero 



— 112 — 

con honrosa tradición militar, y con un patriotismo 
que excediendo á toda ponderación, sirve de ejem- 
plo y estimulo i los demás pueblos de la tierra; el 
otro joven^ robusto, envanecido por la exhuberancia 
de sus fuerzas físicas, y con patriotismo fabricado al 
CAlor de disposiciones gubernativas. El primero tie- 
ne derecho ^1 respeto de las demás naciones por lo 
que fuc^. por haber arrancado un mundo al dios de 
Uís a^us, por haberse empobrecido al llevar al he • 
mi^ferio nuevamente descubierto, la civilización y 
ol p^05;T>¿^so, patrimonio exclusivo entonces del mun- 
vU> vic;v>. K; otro, nacido aver á la vida, no tiene 
r.us::;u\^$¿ la Cv^n^^idcración de las gentes, que un 
vÁí^ivíocrcc:n':íor;:v'^ ytin isbulcrso desarrollo mate. 
n^i*; yco:*:v> cr::r:c^n ro crece ¿n aguas turbias^ 
r^'iw <^n:;;r>:'J5viv> e^scá ¿1 C£Bce ¿L co::tener tanto de- 
;•%";*>". T4*r:to^ oo:>hocbv> de las vielas naciones en- 

Vri^Vfiíx^^ "U \":ch^. cC renstriiienro dd pnede sus- 
:r>fivN'^ ^' víc^iC^o* x5c íTíC^^nirtr^ :ina sanción: y as^ no 
hi: Ov^ s.M\^rí^ryáor a nac.¿> cüí tejj:^ r entendidos en 

^ v:.^ ^i5s V óo r.*^iíS^ T í;;curei: r^os el tricnfoñnal 
^íi;^ )íi ^í ."vio^-t: r.v^ v ir;ia*¿a. t lemur cetros que lo 

c^il *í', ^.xi*i-\ Vts 04TÍ ¿^í?iaí i»; vT^piíhli:? dirigen los 



— 113 — 

€s posible á un corazón español sustraerse á la cal- 
deada atmósfera que le rodea; cuáles son las fuerzas 
físicas y morales de cada- combatiente y el resultado 
parcial de la primera faz de la guerra. 

Si por fuerzas físicas de un pueblo se entiende el 
mayor número de habitantes y la superioridad so- 
bre el otro de los elementos bélicos, no cabe duda, 
la Unión es mucho más potente que España. En 
cambio ésta vence á su contrario en patriotismo y 
en unanimidad de pareceres. Ya hemos visto que en 
la Unión hay muchos partidarios de la paz; en la 
península no hay una voz contraria á la guerra, y la 
cohesión puede mucho cuando tremola la enseña de 
la patria. 

Descartamos la cuestión dinero, porque tratándo- 
se de España carece de importancia. La nación que 
invadas ocasiones echó mano de las joyas parti- 
culares y de los templos, y supo fundir las campa- 
nas para fabricar proyectiles, no tiene en cuenta la 
pobreza de su Erario. 

Por fuerza moral entendemos no sólo el patriotis- 
mo, sino el valor que presta la justicia de la causa 
y el convencimiento de que en la lucha acompañan 
al combatiente las simpat'as de todo pecho honra- 
do. Estas simpatías y aquella justicia están decidi- 
damente del lado de España. 

Mas como los cañones no se cargan con los vo- 
tos platónicos de los bien intencionados, y anda á 

G 



— 114 - 

veces remisa la justicia por aquello de queZa forue 
prime le droit^ dejemos idealismos á un lado y ana- 
licemos las peripecias de la lucha. 

Supongamos que los Estados Unidos destrozan 
una escuadra española, ¿cabe creer que ante ta- 
desgracia España pediría la paz? No, ciertamenter 
Se irían organizando otras y otras, y en corso se ar- 
marían hasta los lanchones; que la nación que tuvo 
la espada en mano durante más de setecientos años, 
no había de darse por vencida á las primeras de- 
rrotas. 

De supuesto en supuesto, lleguemos al día en que 
falta España de buques, no puede impedir expedi- 
ciones de yankis para Cuba, ni se pueden remitir 
á los soldados leales que allí tenemos munici este 
con que continuar la guerra en las Antillas. Si este 
caso llegara, la bandera española dejaría de flotar para 
siempre en el Archipiélago por Colón descubierto, 
pero la guerra no habría terminado. 

Para llegar á resultado tan fatal, algunos buques 
norteamericanos se habrían hundido, y algunos mi- 
llares de norteamericanos habrían pagado con sus 
vidas la ligereza del gobierno de la Unión; y lógico 
seria entonces que pretendiesen una fuerte indem- 
nización de guerra. España sabría negarla, bien 
persuadida de que los ejércitos yankis serian im- 
potentes para cobrarla, resaltando de todos estos 
supuestos^ que los Estados Unidos, aun ganando con 



— 115 — 

las armas, perderían en vidas y en dinero mucho 
más de los doscientos millones que un día ofrecie- 
ran por la isla. 

Veamos ahora el reverso de la medalla. 

Los Estados Unidos pierden su primera escuadra 
y como á España, el desastre no le arredra. Equipa 
otra y otras, pero impotente ya para hacer efectivo 
el bloqueo, deja que España vaya mandando á la 
isla de Cuba hombresy pertrechos de guerra. Favo- 
rece á la Unión la proximidad de sus costas del tea- 
tro de la guerra, y merced á esto y burlando vigi- 
lancias, va mandando hombres y más hombres á la 
isla de Cuba. Poco habría de lograr con esto, pues 
España lucharía día á día y palmo á palmo hasta 
arribar á la total expulsión de los intrusos. 

Continuando las suposiciones, lleguemos al caso 
eii que los norteamericanos evacúan la isla y en- 
tonces España reclama una fuerte indemnización. 
¿Que no la pagan los Estados Unidos, porque nos- 
sotros tampoco hemos de desembarcar en su suelo 
para hacerla efectiva? Bueno. Se les cieña á piedra 
y lodo el comercio antillano, con lo cual pierden 
millones y millones los causantes de la guerra. 

¿Cuál de las dos hipótesis es la más probable? 
Dios dirá. Si las guerras de hoy fuesen como las 
del siglo XVI y XVII, en que el valor personal ju- 
gaba el principal papel, sin que se nos tachara de 
orgullosos, apostaríamos por el triunfo de España. 



— 116 — 

Hoy con cañones que matan á diez kilómetros de 
distancia, la cuestión varia por completo. 

Nosotros creemos que no llegarán las cosasal ex- 
tremo en que las hemos colocado. En bien de la 
humanidad, confiamos aún en que una vez pueda 
pieverse el resultado final déla contienda, las gran- 
des potencias intervendrán; que no seria justo se 
aniquilaran dos pueblos por exceso de amor patrio. 
Si los primeros triunfos positivos son parala Unión 
Cuba será norteamericana; si la suerte de las armas 
es favorable á España, la bandera de Isabel la Cató- 
lica continuará ondeando en el Morro. 

El mes transcurrido desde que se declaró la guerra 
ha de haber demostrado á la Unión que no era era- 
presa tan fácil como pudo suponerse el tomar pose- 
sión de la isla de Cuba sin la voluntad de su dueño. 
Los hechos prueban también, contra el parecer de 
D. Genaro Alas, que los Estados Unidos carecen de 
organización militar; quizás perjudique el exceso de 
fuerzas físicas. 

El citado Sr. Alas asegura que Norte-América tie- 
ne tradición militar; y si bien nos merece mucho 
respeto la opinión del ilustrado ingeniero español, 
no participamos de ella, sin duda porque las fuen- 
tes en que bebemos nos sirvieron agua turbia. Sin 
embargo, como la historia no es campo vedado, 
penetremos en ella y veamos rápidamente los re- 




— 117 ^ 

sultados de la organización militar de los Estados 
Unidos. 

Washington, á estar á lo que aseguran los mis- 
mos norte-americanos, tuvo bastante trabajo para 
hacer aceptar en plena guerra, la creación de tro- 
pas regulares; y tan en oposición estaba el pensar 
del presidente con el de los ciudadanos, que no bien 
hecha la paz en 1784, se licenció por completo al 
ejército activo. 

En 1812, al estallar la guerra con su antigua me- 
trópoli, los Estados Unidos contaban con un ejér- 
cito de 10.000 hombres, y aun cuando la población 
se elevaba ya entonces á ocho millones de habi- 
tantes, y en pié de guerra pusieron numerosas mi- 
licias, tras derrotas humillantes y capitulaciones 
deshonrosas, los ingleses incendiaron la capital, sin 
que á ello pudieran oponerse las fuerzas de la fede- 
ración. 

Al estallar la guerra con Méjico el ejército regu- 
lar de la Unión era de 6000 hombres, y á pesar de 
^os numerosos voluntarios, no sólo bien pagados, 
sino atraidos por la esperanza del saqueo y de ser 
el enemigo relativamente débil, la guerra duró más 
de dos años gastándose en ella sumas enormes. 

En la guerra de Secesión arman y equipan 500.000 
hombres. El primer cuerpo de ejército al mando de 
Mac-Clellanse compone de 190.000 hombres; antes 
de llegar á la vista de su adversario, Lee, este 



— 118 - 

cuerpo había quedado reducido á 80.000: los de- 
más habían enfermado ó desertado. Cuando en 
1863. Hooker quiso adelantar con 140.000 hombres, 
se vio obligado á licenciar á los voluntarios que 
habian terminado el tiempo de su enganche, que- 
dando reducido su ejército á 65.000 hombres. 

Ahora, al estallar la guerra con España, el ejér- 
cito activo era de 25.000 hombres. Para reunir 7000 
hombres en San Francisco, han necesitado tres se- 
manas. 

¿Dónde está, pues, la tradición militar? 

Los ejércitos no se improvisan; ningún alarde 
de medios materiales suple la disciplina y la ins- 
trucción. Los ejércitos de voluntarios no son pro- 
piamente ejércitos; son masas de hombres, que sin 
apego á la bandera, se mueven por la soldada que 
se les paga. 

Volviendo al tema, terminaremos este capitulo 
preguntando: ¿Quién vencerá á quien'? Cómo ter- 
minará la guerrav 

Sólo Dios, en su inmensa sabichiría, puede con- 
testará tales preguntas. 



m m • 




EPÍLOGO 



El gobierno de la Unión cometió á última hora 
una torpeza indisculpable y poco en harmonía con 
la política, que con constancia verdaderamente sajo. 
na, x^-enia siguiendo durante tres cuartos de siglo- 
Podía lograr el propósito que persigue, sin llegar á 
la guerra, que lo hace, cuando menos, sospechoso á 
todas las naciones del antiguo y del nuevo conti- 
nente. 

Si en vez de enviar á Madrid diplomáticos de la 
talla de Taylor, y de tener en la Habana miopes, 
de pésima intención, como Lee, hubiese mandado 
hombres verdaderamente observadores, ellos le 
hubieran informado que la nación española venia 
fatigándose de tanto sacrificio estéril; que si los go- 
biernos, por cuestiones de honra, se empeñaban 
en poseer aquel pedazo de suelo americano, el pue- 
blo, que no razona más que con hechos, se pregun- 



— 120 — 

taba, hacia ya tiempo, si valia la pena gastar tanto 
dinero y perder tantos hombres, por conservar una 
soberanía que venia siendo nominal; hubiese sabido 
que entre no pocos políticos españoles de talla, cir- 
culaba la idea, sin levantar serias protestas, de la 
liquidación de Cuba; y habría adivinado, por fin^ 
que abandonada la isla á sus propias fuerzas, sin 
tropas regulares en si.s cuarteles, ni buques de gue- 
rra en sus puertos y ensenadas, surgiría pronto el 
conflicto de razas; y entonces, razonando cuerda- 
mente, habría resuelto dejar que la manzana cayese 
del árbol por su propio peso, sin necesidad de in- 
tentar sacudirla, ya que el solo intento, favorable ó 
adverso ásus pretensiones, había descostarle sumas 
ingentes. 

La precipitación del gobierno norte-americano le 
hizo entrar en una vía en la que ha de encontrar 
muchas zarzas; y si llega á la meta de sus aspiracio- 
nes no será sin haber dejado en el camino pedazos 
de sus carnes y talegas de su tesoro. Un poco más 
de paciencia le permitía apoderarse de la isla sin 
protestas de nadie; y véase cuan cierto es que á 
veces la torpeza ó miopía de un hombre causa ma- 
les sin cuento á la humanidad. 

En la lucha empeñada -y no recordamos quien 
lo ha dicho— aun vencida, España conservará su 
honra; en cambio los Estados Unidos la perdieron 
antes de que se rompiesen las hostilidades. Por 



121 — 



algo dijo en su día Méndez Núñez, que «España pre- 
fiere honra sin barcos á barcos sin honra:^. 



Lo escrito hasta aquí fué entregado á la impren- 
ta el día 2 de junio. Desde entonces se han verifi- 
cado hechos que desvirtúan en parte algunas de 
nuestras últimas conclusiojes: sin embargo no las 
modificamos, porque lo escrito escrito queda, y el 
éxito no atenúa ninguno de nuestros cargos. Nunca 
la fuerza será argumento entre gentes bien nacidas. 
España vencida encarna la nobleza, la honradez, la 
hidalguía; Norte-América vencedora representa el 
triunfo de lo bajo y rastrero. ¡Qué fin de siglo! 

3 de julio de 1898. 



A.FE3srX)IOHlS 



Accediendo á indicaciones de algujios aiitigos. á con- 
iinuación se estampan los trabajos sueltos que hemos 
publicado en diversos periódicos^ alusivos todos al ac- 
/nal conflicto: 



A OYUELA (1) 



Yo tu Oda leí, y á fe te juro 

que con saber quién eres» sorprendido 

te leí y te admiré.— jNunca supuse 

que á empresa tal tu lira se lanzara! 

De la raza del Cid eres, no hay duda; 

tú el minervino escudo 

con férreo arrojo prepotente embrazas, 

y cierras contra quienes 

por arma esgrimen la calumnia infame. 

Pecho viril, no temes de la turba 

los torpes alaridos, y valiente 

dedicas á tu madre 

inspiradas, graníticas estancias. 

Y cuando es crimen abolengo hispano, 

y las serpientes, rastreando el suelo, 

al íbero león pretenden, 

babear la melena, tú, argentino, 

alzas amiga voz, y á tus endechas, 

de altiveza modelo, 

palpitan los honrados corazones 

y un ¡viva España! en el espacio suena. 

¡Bien, Oyuela! Mi patria te agradece 

tu Oda marcial y excelsa: 

y si algún día, lo que yo no espero, 

allá llegares conturbado y triste. 



(1) Conteslación|publicada en «El Correo Español» del día Vi de abril oii 
1h üriua uUn Espaiiol». 



ya r>'*^ j : yi r. : ~".r 

á p¿r ¿rl crrirr-n :r dirá ¿birrtCíS. 

Qutr er: lí q-r Tin ¿i^ f<-f::rr*:' ¿:*> mundos, 

de la h:d2."^:^¿ e>7^;:-. 

hasia en !:í> r:-iri5 esriLlrii: r-n cu entras, 

de Gaies a! Prrr-r.r* 

*en esia lierra 'a nrVera :Kizi 

y aqiii el arr.rr c:r e! ir:i:>r sr pasra». 

Xo lemasc si rn "a ¿ruerra 

que íra^.ir-i:^-c esil. venceri lc»s yankees, 

cada !:bo de rr.^r srri w::: Charmca, 

cada pneK? esra±:!, ETiev? X::n:ancia- 

Y abrirr.irse !.-.s :r::n>-s er» c-e Tacen 

los héroes qiie ñ:er:«n, 

en la cenmria c-e a! >cas3 marcha, 

mode'iO en Z?.ra^:z:: y en Gerona. 

CTitarin que es la in-ene 

preferiKe mi' veces i la vida 

qne sin honra se arrr:srra p:»r el orbe. 

Los qne sucumban en ^,a lid ementa. 

y hayan lrid"> tus viriles cani.-^ 

á par del santo grito 

de ;Viva España! que el pulmón ensancha, 

gritarán ¡Viva Oyuela! 

nuestro hermana en amor v en raza hermano 



— 129 -- 

ALEA JACTA EST (^^ 

¡Echada está la suerte! La prudencia 

á Marte cedió el paso, 

y Ceres guarda, recelosa y triste. 

los plácidos aperos de labranza. 

Rompe Mercurio el caduceo amado; 

que en lanza trocar quiere 

el símbolo de amor que ligar pudo 

tantas razas diversas. 

Duerma el arado y el telar dormite; 

que en la hispana región sólo los golpes 

del yunque oirse deben 

donde sus armas los valienter forjan, 

Eibar, Toledo, la condal Barcino, 

la eúskara región de entrañas negras; 

hierro, carbón, acero, 

nervudos brazos, sudorosas írentes, 

martillos de titán, yunques y fraguas. 

todo á contribución; que la perfidia 

robar quiere una perla á tu corona: 

la perla que entreviera 

la inmortal Isabel, gloria de España. 

¡Echada está la suerte! Mas qué importa; 

si la guerra es un juego, venga guerra, 

que jugando y cantando 

llegó á gigante la pigmea España. 

PoJremos sucumbir; sólo Dios sabe 

quién cantará el Tedeum de alegría: 

si la nación que de nobleza ejemplo 

el mundo completara. 



}) Publicado en El Correo Espaiiol del 22 do abril, con la firma Un español. 



— lao — 

y ataba en las tizonas de unos tercios, 

hasta hoy no igualados, 

la victoria, ó aquella que rastrera 

tuvo por arma la falaz calumnia, 

la torpe envidia, la traición infame. 

¿Hemos de sucumbir? Sucumbiremos 

con gloria, como siempre; 

y al caer nuestros cuerpos en la tierra 

fertilizada con la sangre hispana, 

el mundo estremecido 

al oir el estruendo, aunque ya tarde, 

habrá de comprender que es invencible 

la España de Pelayo y de Fernando, 

pues morir con honor es vivir siempre 

en la inmortal leyenda de los siglos. 

«Ni barcos sin honor», ni islas sin honra. 

Cantando soledades 

á Cuba iremos, como antaño fuimos 

á detener colosos y piratas. 

Y aunque Marte nos niegue sus favores, 

y sean nuestros buques nuevos «Maines», 

al hundirse sus quillas, 

no arrastrarán sin duda nuestra enseña; 

que tiene el mar nobleza en su bravura 

y no la aumentaría ciertamente 

la histórica nobleza de Castilla, 

encarnada en las glorias de Lepan to. 

¡Echada está la suerte! La victoria 

se cierne sobre Cuba. 

¿A quién sonreirá? ¿A la que fía 

su porvenir en el metal infame, 

ó al pueblo, que de raza gigantea 

no tiene más que un grito: ¡Viva España! 




131 — 



¡VIVA ESPANAI 



Cúbrese de enlutado 
crespón el mundo, y con dolor contempla 
cómo á la magestad de la justicia 
se sobrepone el interés mezquino. 

España como antaño 

alza el brazo nervudo 

y la invencible espada, 
y como denodado caballero 
á castigar villanos se previene. 

Desde Arauco á Tejas, 
desde el celeste Imperio hasta Bizancio, 

desde el Danubio al Nilo, 

las gentes se aperciben 
á presenciar hazañas sin ejemplo; 

y en ciudades y aldeas 
se elevan en su honor tiernas plegarias; 
porque es el triunfo de la España imagen 
del triunfo del honor y la justicia. 
Dio muestras hasta hoy de la cordura 

con que los fuertes pechos 
compasivos se cubren, porque temen 

el poder de sus iras. 

Mas ya no era posible, 
sin mengua del honor, seguir callando, 
y el león su melena lanzó al viento. 
y ¡ay! del pueblo infeliz que lo retara. 



{D PubUcado en £1 Correo de E»paña de 15 Mayo. 



— ISSf — 



n 



España! Patria Tni:¿ P:itria amada! 

la de sin par brl-t-za, 
la que besan dos mares rumorosos, 
la que cruzan cien ríos, ]a que vive 
en el libro inmortal de las edades 
porque viven sus héroes en la historia; 
la que junta en sn seno mil riquezas 
que cien siglos de gl cria amontonaran; 

la que por techo tiene 
el cielo más hermoso de la Europa. 

¡Oh España! Patria mía! 
conturbada te apresias á la lu :ha 
para vengar el insolente agravio, 

y daña tu nobleza 
observar cómo paga tus favores 
un pueblo de egoístas traficantes. 
Tardaste en aprontarte á la pelea; 

mas, desnudo el acero, 
ni reparas en número, ni miras 
lo que el lavar tu honor costaría puede. 

Que de niña aprendiste 
allá en los riscos de la astura tierra, 
ó en los llanos feraces de Castilla, 

ó en granadinos muros 
que en la guerra se lucha por fa gloría 
y el tñunto marcha en pos de tus blasones. 






- 133 — 



m 



Hoy te observan atónitos dos mundos; 

te creyeron medrosa 
porque ejemplo les diste de prudencia, 
y sorprendido el orbe, ya adivina 
que el valor no se mide, como suelen 
medirse los bursátiles negocios. 
Caiga á tus pies vencida la vileza; 

la voz de tus cañones 
anuncie al mundo que en la tierra hispana 

el honor halló asilo. 
¡Guerra sin tregua y lucha sin descanso: 

que el brazo se fatigue 
de tanto golpear á los felones: 
¡los manes de tus héroes lo reclaman! 
¡la sangre de tus hijos te lo exijel 
Y sólo dejes de blandir la espada 

cuando al coloso veas 
vergonzoso y llorando, suplicarte 
que no arrases sus puertos, y no lleves 
el luto á sus hogares humillados: 
cuando vencido, tu perdón implore; 
cuando maltrecho á tu hidalguía apele, 

cuando desfallecido 
lance el grito de amor que damos todos, 

el gritto que en la lucha 
convierte á los pigmeos en gigantes, 

el grito sacrosanto: 
Viva Españ.^ por siempre, Viva España 







'■'"'■^i^í^J^n^ de 16 d» jdü>. 






— 185 — 

á combate desigual 
un coloso te retara. 

Y tú, que nunca contaste 
del contrario la pujanza, 
ni tiempo perder quisiste 
en averiguar qué armas 
tenías para la empresa 

de salvar tu honor y lama; 
vas' á la lucha con fe. 
y acudes donde te llaman, 
como siempre decidida, 
como siempre denodada, 
y dispuesta como siempre 
á asombrar con tus hazañas. 
Por esto el mundo te observa, 
por esto el mundo te aclama 
como escuela de valientes, 
y arsenal de nobles almas; 
y se aprestan á aprender 
cómo una injuria se lava, 
cómo se vence ó se muere 
por la salud de la patria. 
Repíteles la lección: 
cualquiera ¡tienes tú tantas! 
La de la brava Sagunto, 
la de la heroica Numanciíi; 
la epopej^a de tu lucha 
contra las huestes arábigas. 

Y si quieres, al final 

de tu libro hallarás p-lginas 
tan hermosas como el Briu li . 
y tan bellas como Al mansa. 



- 138 - 

iSi en la batalla naciste, 
y aprendiste con el habla 
á vencer á los felones 
con el filo de tu espada! 
iSi creciste entre el fragor 
de combates y batallas, 
nombrándote caballero 
armado de todas armas, 
los mismos qué tu venciste 
en la lid abierta y franca! 
Demuestra una v mil veces 
que no se extinguió la raza 
de tus héroes; que en tu seno 
los cobardes no se hallan, 
Y si, lo que no es posible, 
el Eterno decretara 
que venciese la doblez, 
la villanía y la infamia; 
enseña al mundo egoista 
cómo se muere en España 
cuando se defiende el suelo, 
cuando de honra se trata. 



— 137 — 



¡POBRE ESPAÑA! ** 



Las noticias que circataron ayer y ánvrayer v>bre la 
destrurción de la flota de Cerrera- y con:o lógica conM?- 
cuencia la caída eo poder de los ronframerícanos de 
Santiago de Cuba, arrancó un grito que má* q -e de pro- 
testa ante la brutalidad del hecho, lo era de píeJad y de 
conmiseración. ¡Pobre España! exc! amaban v>Jos 1o*í ar- 
gentinos que simpatizan con nuestra causa- y no p^x//^ 
españoles maleados en sus sentimientos p^jt una '^í*zztA' 
nación indigna de nuestra raza- 

Ni piedad ni conmiseración; ni la pedím/s ni la de-^ea- 
mos; que mal puede tolerar estás m an i íe-sta piones e' pue- 
blo que tras largo predominio supo aceptar c'yn re^íí^na- 
ción el noble quietismo á que lo condenaban gi;^antes':os 
esfuerzos. La postración de ayer só^o puede ser ^-scar- 
necida por quienes no comprenden cuánt/^i hÍ2y> h->pafta 
por la humanidad. 

Derecho tenía á vivir replegada en sí mí'^ma^ satísíe! 
cha con haber alumbrado con vivido^ destelU^ de luz la 
inteligencia humana; con haber enseñado como se des- 
cubren tierras, se hunden imperios y se forman nacK->- 
nalidades; y como, en fin, se encierra, en sus aledaños, 
sin la quijotesca presunción de que pesa tant/^i en los 
destinos del orbe la corona de Alíooso XIII como la de 
Felipe n. 

No quiso Dios que España, que comenzó el siglo bata- 
llando, lo terminara consagrada por entero á las pláci- 
das faenas que cobija la paz. Ante la agresión brutal 
que el mundo conoce se irguió la nacionalidad española 



(1) ''Correo E^paüo],, del C de íolú». 



- 138 — 

ni optimista ni pesimista, que si el valor legendario de 
sus hijos la prometían días de luminosa gloria, la abru- 
madora fuerza del enemigo la hacia entrever probables 
derrotas. Pero ¿quién vacila cuando de defender el pro- 
pio honor se trata? 

Dij érase y con razón ¡Pobre España! si ella, cual nuevo 
Hidalgo manchego, se hubiese lanzado á la pelea sin la 
conciencia de sus propias fuerzas, ó teniendo falsa idea 
de las de su adversario. Pero exclamar ¡Pobre España, 
porque la arrolle— en el caso de que así fuere— la fuerza 
brutal del adversario, es sarcástico, es unir la burla al 
criminal indiferentismo con que el mundo contempla el 
desigual combate. 

¡Heroica España! y no pobre han de exclamar con no- 
sotros cuantos sientan palpitar su corazón á impulso de 
afectos nobles, cuantos no doblen la rodilla ante el dios 
éxito, cuando este va al altar por malas artes, y no en 
hombros de la razón y de la justicia. 

Heroica España, digo, aún en el caso de que sea ven- 
cida al fin de la jornada; qué vencida fué Sagunto y vi- 
ve y vivirá perdurablemente en el aún no cerrado libro 
de las españolas hazañas. 

No; rechacemos el epíteto de «pobre»; podremos ser 
vencidos, pero no humillados; hemos de inspirar admi- 
ración, asombro, entusiasmo, nunca compasión; y si cae- 
mos; caeremos envueltos entre rayos de gloria, y mori- 
remos como los antiguos gladiadores romanos virilmente 
y con la sonrisa en los labios; y morir de esta suerte es 
vivir eternamente en el libro de la humanidad. 

Aá'ognéf 5 de julio de 1898. 



— 139 — 



¡VI V^ A. ESF^-AN AI 



En las costas de Santiago de Cuba se hundieron nues- 
tros buques; en aquellas aguas que vieron llegar un día 
al nauta genovés, amparado por el hispano pabellón 
hallaron su tumba intrépidos marinos; y, sin embargo, 
ante tamaña desgracia, ante tan gran infortunio, excla- 
mamos: ¡Viva España! 

No se nos ocultaba la desigualdad de la lucha al co- 
menzar la guerra, como no se nos ocultan hoy las difi- 
cultades creadas por la desaparición gloriosa de las naves 
de Cervera; pero, ¿nos abatiremos ante el infortunio? 
Jamás. 

Tampoco llegó la hora de exigir reponsabilidades, y es 
antipatriótico entretenerse en averiguar quién tiene la 
culpa de los actuales desastres. La patria está por enci- 
ma de todo, y por cima de todo está el hispano pabe- 
llón; mientras exista la nacionalidad española; mientras 
nuestra bandera ondee en un puerto ó en un fuerte; 
mientras haya un hombre en estado de empuñar un 
fusil, España existe, y los nacidos en aquella tierra, pa- 
tria de la hidalguía, no del pillaje; no ha de tener más 
que un grito, el de ¡Viva de España! 

Déjense el llanto y las lamentaciones para los espíritus 
débiles; queden las jeremiadas para quienes, incapaces 



(1) Publicado ea uEl Correo Español» del 9 de julio. 



— 140 — 

de nobles afectos, se amilanan ante los reveses: nosotros. 
y con nosotros cuantos se crean descendientes de los 
que después de la rota de Guadalete reconquistaron á 
España; nosotros y con nosotras cuantos crean que más 
grande es la patria cuanto más la desgracia la contur- 
ba, nos erguimos noblemenfe ,y asombrando al mundo 
con actos de heroismo y tiñendo de sangre el antillano 
mar, gritamos: ¡Viva España! 

¿Que perdimos los buques? ¡Qué importa! Fuimos á la 
lucha provocados; y hoy, transcurridos veintidós años, 
España le repite al mundo egoista que «prefiere honra 
sin barcos á barcos sin honra.» Podremos ser vencidos, 
no en el mar, que era fácil empresa, por tierra; podrán 
las orguUosas naves del'coloso del Norte bombardear 
puertos y destruir ciudades; quizás en su ceguera, por- 
que el éxito ciega, intenten arrimarse á la península. 
¡Qué importa! El fuego de sus cañones llevarán á donde 
vayan la destrucción y la muerte; segarán millares de 
vidas y sembrarán el luto en playas y costas; pero en 
los corazones honrados, y hay muchos de polo á polo, en 
la península ibérica, el más soberano desprecio se mani- 
festará potente,aterrador, y el «Tedeum», si á cantarlo 
se atreven, será el «De profundis» entonado á la honra- 
dez internacional. La historia dirá mañana que ochenta 
hombres pelearon contra 18 ¡valiente hazaña! para ro- 
barles un solar de sus tierras; y si los contemporáneos, 
por miedo al vencedor, no lo estampan, ella^ justa, se- 
vera é imparcial, escribirá en sus páginas: «Baldón á los 
Estados Unids:o Gloria á España!» 

El resultado final no modifica el hecho inaudito lleva- 
do á cabo por las gentes del norte: que siempre le fué 
dificil á un hombre honrado defenderse de siete saltea- 
dores; pero al caer envuelto en el blanco cendal de su 



— Ul — 

inocencia, al entregar la bolsa qne la brutalidad arran- 
ca de su mano, aún le quedarán fuerzas para escupir al 
rostro de su adversario y alientos bastantes para decir- 
le: ¡Miserables! 

La patria está atravesando días amargos y horas acia- 
gas: abandonarla en sus reveses, sería indigno de nos- 
otros. Hoy más que ayer es deber nuestro ayudarla á 
vencer el infortunio; que nuestro dolor sea noble, altivo, 
igual á nuestro abolengo; que los nobles corazones se 
elevan en los días de desgracia como se agiganta el 
cariño en las horas de amargura. Silenciosos y graves, 
apuremos el cáliz del dolor; y si algún mal aconsejado 
se burlare de nuestras derrotas, sepamos recordarle que 
las naves españolas se estrellan en las costas, pero no se 
entregan; y mientras se hunden iluminan el patrio pabe- 
llón las llamaradas del incendio, amarillo v rofo como 
nuestra bandera, y los moribundos aún tienen fuerzas 
bastantes para gritar: ¡Viva España! 






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