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LA GUERRA ACTUAL
ANTECEDENTES Y CONSIDERACIONES
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BUENOS AIRES
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456 — Calle Lima — 4^6 • .^ • j . A .
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Advertencia:
Capitulo I
II
III —
IV
V
VI
VII
VIII
IX
Epilogo.
Los Estados Unidos contrarios de la guerra
La prensa
Política de la Unión
Cargos á Espafta
Los Concentrados
Derecho internacional
Política de España
América para la humanidad
La guerra
• • »i
ADVERTENCIA
Al publicar este folleto no hemos tenido más
que un deseo: el de facilitar, no sólo á los españoles,
sino á los americanos que simpaticen con nuestra
causa, elementos de juicio.
Escrito atropelladamente, y robando el tiempo á
premiosas ocupaciones, no abrigamos la pretensión
de haber agotado el tema, ya que para ello se nece-
sitarían más conocimientos de los que nosotros
poseemos, y la publicación de varios volúmenes;
careciendo de aquellos, y no conviniendo escribir
voluminosos tomos, nos decidimos á publicar este
folleto, entendiendo que es obra, sino digna de
loa, al menos de agradecimiento, procurar estable-
cer el imperio de la verdad.
— 6 -
Como renunciamos de antemano á todo beneficio
nos holgaríamos de que este opúsculo alcanzase,
gran tirada y mayor circulación; no para lograr
una notoriedad que no anhelamos, viviendo como
vivimos retirados, sino para que fuesen muchos los
que supiesen cuánto han hecho los Estados Unidos
para ir á la guerra, y cuánto hizo España por evi~
tarla.
¡Ojalá sirviesen estas lineas para que los que
hasta ayer simpatizaron con los insurrectos cubanos,
se convencieran de que inconscientemente ayudarorl
la política poco noble déla Unión! ¡Ojalá haciendo
bueno el refrán «de sabios es mudar de consejo», al
terminarla lectura de este trabajillo exclamaran coa
nosotros: ¡viva Espafia!
R. Monner Sans.
Adrogué^ junio de 1898.
CAPITULO I
LOS ESTADOS UNIDOS CONTRARIOS DE LA GUERRA
Estamos en plena guerra; los Estados Unidos se
han colocado frente á frente de España, y sin em-
bargo, líbrenos Dios de hacer responsable á toda la
nación norte-americana de la guerra actual. No va-
mos á llevar nuestra animadversión hasta mirar con
odio á todo lo nacido en suelo norte-americano, por
el mero hecho de que allí viera la luz, porque enten-
demos que de los sq^^enta millones de habitantes
que aquella nación encierra, más de sesenta ignoran
lo que pasa en Cuba, y aun de los diez restantes hay
que mermar muchas fuerzas. Si bien los pueblos
son responsables de los actos de sus gobiernos, la
perfidia del gobierno yanki no debe pesar por
igual sobre todos los habitantes de la nación; que
no seria justo envolveren el mismo anatema álos
que, con sus intemperancias han provocado la guerra,
y á los que, en nombre de la justicia y de la huma-
nidad, hicieron cuanto pudieron por evitarla.
— 8 —
Los Estados Unidos, como toda gran agrupación
humana, quizás más que otra alguna por la hetero-
geneidad de sus elementos, se componen de gentes
sensatas, pensantes, y de gentes exaltadas, patrio-
teras.
Las primeras, que por lo general tienen algo que
perder, no se mezclan en ágenos intereses, ni com-
prometen su tranquilidad para correr en pos de
aventuras, ni forman en manifestaciones, ni gritan,
ni vociferan; desean la paz, porque es la base prin-
cipal sobre que descansa el fruto de su trabajo, el
bienestar de su familia y el porvenir de la nación.
Las segundas, revoltosas y bullangueras, se mue-
ven y agitan; y como se reúnen, y organizan mani-
festaciones, y gritan, y discursean^ y queman retra-
tos, al producir mucho ruido hacen creer á los que
juzgan por apariencias, que son más numerosas de
lo que son en realidad. Los vecinos reflexivos no
se dejan engañar fácilmente; pero como éstos son
los menos, los que no piensan, al escuchar la cence-
rrada, creen que realmente el bullicio refleja la pú-
blica opinión, cuando á lo sumo lo que refleja es el
afán de exhibirse en unos, y en otros el deseo de
perturbar el orden.
Hay otro factor que importa tener en cuenta, allí
como en todas partes, pero más allí que en parte
alguna: la prensa, factor del cual hemos de hablar
luego con cierta detención.
— 9 —
Ahora bien, en los Estados Unidos ¿cuál de los
dos bandos ha pedido la guerra? ^el sensato ó el
patriotero? ¿Quienes han conspirado contra Espa-
ña: los que aun venciendo nada iban á ganar, ó los
que aún perdiendo se exponían á ganar algo, por
aquello de que á rio revuelto ganancia de pes-
cadores? La contestación no es dudosa; de suerte
que no seria lógico hacer responsables, por igual,
á todos los norteamericanos, de la tremenda lucha
en que se hallan envueltas las dos naciones.
Pero si salvamos de la responsabilidad á la in^
mensa mayoría de los norte-americanos, no la poA
demos alejar del gobierno de la Unión, sin queV
le sirva de escusa el que se vio arrastrado por la
opinión pública, reflejada en los periódicos, gran-
des. Porque una de dos, y no cabe otro dilema: ó
el gobierno, aun siendo injusta, quería la guerra,
ó por ser injusta, no la quería. En este último caso,
lo noble, lo correcto era dimitir para no arrostrar^
ante el fallo imparcial de la historia, la tremenda
responsabilidad en que incurren las naciones, cuan-
do sin causas justificadas, provocan á otra á la lu-
cha. De suerte que, no habiendo dimitido, el go-
bierno de Washington, patentiza claramente que,
desatendiendo los consejos de la prudencia, se arrojó
en brazos de los exaltados, pensando, tal vez, como
ellos, ó séase, que algo ganaría la Unión provocando
á duelo á una nación tan pequeña como España.
— 10 —
No es posible recoger, ni aun en extracto, cuanto
han dicho y escrito contra la guerra a España, ver-
daderas notabilidades norte-americanas; pero deber
nuestro es transcribir algunas, para que nuestros
lectores comprendan qué bien hacemos en no dar
á todos los ciudadanos de la Unión el poco sim-
pático apodo de jingos.
De una entrevista que tuvo uno de los redacto-
res del New York Herald con el arzobispo de San
Pablo, Mons. Ireland, y que el mentado periódico
publicó, copiamos lo siguiente:
— «Y ¿qué opinión tiene V. de España?
— Ni por su historia, ni por la conducta actual
de su pueblo y de su gobierno, creo que España
sienta odio alguno hacia la América del Norte.
España es la tierra de Colón y de Isabel: ella des-
cubrió América; y en los primeros dias de nuestra
historia, cuando éramos débiles y buscábamos alia-
dos, España fué la primera en corresponder á nues-
tros deseos. Sin España y Francia no hubiéramos
conseguido nuestra independencia, ó no hubiéramos
podido consolidarla. También, cuando la última ex-
posición de Chicago, España nos demostró su bue-
na amistad. No es hoy ya una gran potencia; lo
fué, y sus ejércitos dominaban á Europa, y su li-
teratura y sus artes dieron gran tributo á la civili-
zación del mundo. Nosotros no podemos, ni debe-
— li-
mos olvidar su pasada grandeza por su presente
debilidad.
En cuanto á las crueldades del ejército español
en Cuba, no las justifico ni las defiendo; pero re-
cuerde -e que á causa de ellas fué llamado á España
el general Weyler, y que han sido reparadas.
Además, lo que ordinariamente llamamos cruelda-
des, son muchas veces, necesidades accidentales de
la guerra: bien lo vimos nosotros en nuestra última
contienda civil. :^
El Evening Post fué el encargado de participar-
nc»s que un corresponsal del New York World,
consultó la opinión de varios miembros de la Cá-
mara de Comercio de Boston, sobre la convenien-
cia de la guerra, y habiendo encontrado que todos
eran partidarios de la paz, renunció, desesperado, á
continuar su tarea. Pero la Cámara de Comercio
creyó conveniente poner en guardia á otras perso-
nas y corporaciones, para que no se dejasen sor-
prender por el aludido periodista, telegrafiando al
Honorable Samuel Barrows, y encargándole que se
trasmitiesen al presidente, las siguientes palabras :
«Hoy estuvo en Boston un representante del New
York World con instrucciones de obtener pareceres
á favor de una acción hostil y decisiva por el presi-
dente. Habiéndosele indicado ciertos nombres,
)
- 12 -
dice que es innecesario, porque no han de darle la
clase de interviews que necesita. Es probable que
se esté haciendo la misma maniobra en otras ciu-
dades para hacer creer que existe un sentimiento
\ bélico. »
La Cámara de Nueva York — y cuéntese que esa
ciudad ha sido siempre el foco del laborantismo —
aprobó pocos días antes déla declaración de guerra,
los acuerdos de su Directiva, en los que se con-
signa que, «sólo debe irse á la guerra cuando lo
exijan la seguridad y la honra de la república, ya
que la guerra con sus horrores es, cuando no la
demanda una necesidad perentoria, no sólo una
calamidad, sino un crimen.»
Asi se expresan los hombres pensadores de to-
dos los paises civilizados.
De un sensato artículo, publicado en el Diario
de Barcelona, de 28 abri\ suscrito por el reputado
escritor señor Maragall, copiamos las siguientes
noticias.
«Si los perturbadores de la paz— decía la impor-
tante revista industrial Leather Repórter, de Nueva
York, el 31 de marzo último— fueran solamente los
senadores, la cosa no ofrecería peligro alguno, pues
ya de muchos años se les ha tolerado que abusaran
\
— 13 —
de la paciencia pública en una ú otra forma, sin que
nunca se haya atribuido gran importancia á sus
palabras. Pero esto del heroismo es contagioso, y
no sabemos lo que pueda ocurrir en la otra Cámara,
cuyos miembros se han conducido, hasta ahora, con
plausible moderación: al fin y al cabo son políticos,
las elecciones se acercan, es natural que á la mayor
parte de ellos les guste ser reelegidos, y en estas-
circunstancias es muy tentador un record de pa-
triotismo y el querer demostrarlo hablando mucho
del paisy de la bandera Verdad es que hay una
gran diferencia entre incitar á los demás á la lucha
y el ir á pelear uno mismo, y que á los que ahora
más vociferan en pro de la guerra no será fácil
encontrarles, si llega el caso, en los campos de ba-
talla; pero en las multitudes la facultad de razonar
no llega á tanto que pueda medir la distancia que va
de los oradores que luchan con la lengua, á los solda-
dos que pelean con las armas en la mano.»
Pues bien, aun en este mismo Senado que, por
lo que se vé, goza en los Estados Unidos extraña
fama y escasa consideración, durante la tempestuo-
sa y decisiva sesión del i6 de abril, después de
haber algunos senadores despotricado á sus an-
chas contra España, contra el Papa y contra las
llamadas potencias europeas^ — asi se espresó M,
Alien, — no faltaron palabras en el sentido de la
— 14 —
corriente general de paz que latía en el fondo de la
opinión.
Asi el senador Platt (del Connecticut) dijo que
la paz se hubiera mantenido, á no ser la intemperan-
cia y el apasionamiento de aquellos que parecía se
complacían en sumir al pais en los horrores de la
guerra; y añadió que todavía era posible encontrar
algún medio de evitarla,
M. Wellington (senador por el Maryland) sostuvo
que los Estados Unidos no tenían razón alguna para
hacer la guerra á España, y que no se habían ago-
tado aún todos los recursos diplomáticos. Dijo que
creía que los cubanos habían tenido razón en rebe-
larse contra el gobierno Español; pero que en tal re-
belión nada tenían que ver los Estados Unidos; que
aunque España era indudablemente responsable de
la situación de la isla, tampoco había que cargarla
con la responsabilidad de todo, pues la guerra de
guerrillas, tal como los insurrectos la practicaban,
era bastante á impulsar el noble orgullo de un pue-
blo á sofocarla, sacrificando vidas y haciendas. Aña-
dió que el Mensaje del presidente Mac-Kinley re-
sultaba mal construido, pues en vez de ser un llama-
miento al Congreso para sancionar la guerra, era
todo lo contrario, porque el presidente, en el fondo
de su corazón sentía que la guerra no era necesaria,
y que los Estados Unidos serían responsables de
que los carlistas derribaran la dinastía de España, la
- 15 -
cual era de desear que continuara reinando mu-
chos años. Finalmente, terminó diciendo que ho
podía creer que España fuera responsable de la
voladura del «Maine».
El Senador por California, M. White, pidió al
Senado calma y reflexión. «España- -dijo — ha sido
siempre un Estado amigo nuestro, y en vencerlo
no habría gloria alguna. Los Estados Unidos son
bastante fuertes para lograr él imperio de la justi-
cia. Ni la voladura del Maine^ ni las crueldades de
la guerra de Cuba, son motivo suficiente para
romper las hostilidades, mientras no se hayan ago-
tado los medios de arreglo. La responsabilidad de
la catástrofe del Maine no ha sido precisada para
$llo: después del informe de la Comisión, era nece-
ria una investigación judicial, y esta investigación
era imposible hacerla en América, bajo la presión
del fuerte apasionamiento que reina sobre este
asunto». En fin, la revocación del bando sobre los
reconcentrados, quitaba, en opinión de M. White,
todo pretexto á la intervención.
Pero estos temperamentos no triunfaron. Las
cabalas políticas y el interés de ciertos agiotistas ^
vencieron á la verdadera opinión, que después ha
querido hacerse oir, pero ya tardíamente, como
sucede siempre en los Estados Unidos demagógicos.
Véase lo que decia el Boston Herald del día i8.
— 16 —
«El presidente desea evitar la guerra, si es posi-
ble, por medio de un honroso arreglo : primero
negociar; después lucliar. La mayoría del Congreso
quiere primero la guerra, y luego negociar, si hay
lugar á ello. Esta distinción la han visto, con toda
claridad, millones de americanos, que en diferentes
formas han expresado su opinión favorable á la
política del presidente, y han mandado cartas, tele-
gramas y peticiones á Washington, protestando
contra la política guerrera del Congreso... El Con-
greso ha dejado de ser la vo^ del pueblo ameri-
cano. Se ha precipitado á la guerra, si no por un
arrebato de pasión, por una temeraria competencia
de los partidos, en ver quién podía ir mas allá, ol-
vidando toda prudencia y todo el respeto que se
debe ala opinión de la humanidad entera. »
El corresponsal norte-americano del Daily News
de Londres, telegrafió el día 20 á este periódico, bien
poco sospechoso de antipatía ala causa de los Esta-
dos Unidos:
«Ahora que se ha perdido toda esperanza de paz,
aparecen señales de reacción contra la guerra. Una
de ellas es que los diputados y senadores yankis
han recibido un diluvio {floods) de cartas y telegra-
mas de sus electores, protestando contra las resolu-
ciones guerreras. El hecho es que el país no sospe-
— 17 —
chaba que los jingos se impusieran á la conducta
conciliadora del presidente, y no se dio tiempo á la
opinión de protestar contra las últimas resolucio-
nes; pero esta protesta se ha manifestado ahora en
tonos nada dudosos. Otra causa de ello ha sido el
anuncio de nuevos impuestos, que ha hecho com-
prender al público que alguien había de pagar la
función. Además, también ha contribuido á la re-
acción el comprender lo que la guerra podía durar;
porque primero se había hecho creer que todo se
reduciría á unas cuantas semanas de ir de triunfo en
triunfo, y ahora se ha parado la atención en los po-
sibles reveses.»
^\ American de Baltimore, periódico muy repu-
tado, es todavía más explícito :
«Los americanos que se respetan —dice se sien-
ten avergonzados al empezar á comprender la índole
de los temperamentos que han llevado á la nación
á la guerra. El gobierno se ha visto arrastrado por
la furia de ellos, y ésto nos advierte de que, eviden-
temente, toda tuerza de gobierno debe ser entregada
al poder ejecutivo »
Podríamos alargar este capítulo con sólo dar en
él cabida á lo que ha publicado recientemente la
prensa de Buenos- Aires, copiándolo de la norte-
— 18 —
americana; pero creemos que lo dicho es suficiente
para que se vea que no hay en los Estados Unidos
\ la unanimidad que se pretendía en fayor de la guerra,
y que estamos en lo cierto al sospechar que, si un
plebiscito hubiese sido fácil, los partidarios de la
paz hubiesen triunfado.
En algjnas de las transcripciones anteriores se
presenta al Jefe del Estado como partidario de la
paz; y entonces cabe preguntar: ¿por qué á última
hora se declaró por la guerra?
La contestación nos la dá Las Novedades de
Nueva York, en su número del 9 de abril, cuando
dice :
«Es achaque viejo en este país el convertir en
cuestiones de partido cuantos asuntos públicos se
presentan, no sólo del orden interior, sino, lo que
es más grave, de política internacional. Y así las
oposiciones se valen de ello para crear embarazos
al gobierno, y éste, á su vez, aprovecha todas las
circunstancias para fabricar capital político que le
dé popularidad y votos.
Con la cuestión cubana pasa ésto. Abandonada
á sí misma, nadie puede dudar de que la acción
militar y política combinadas, habrían de dar la paz
á la isla. Nosotros creemos que, á pesar de las di-
ficultades exteriores, la darían. Pero al partido go-
bernante no le convenia esto: encontrábase y encuén-
— 19 —
trase con problemas de orden interior magnos y
trascendentales que no se atreve á abordar de frente;
por ejemplo, el problema de la cuestión monetaria,
el del déficit causado por la legislación fiscal, por
una ley arancelaria que ha producido grandísima baja
en los ingresos del Erario y promete dejar al fin
del año económico un saldo de 70 millones de pesos
contra el Tesoro.
Esta perspectiva no podía menos de redundar en
desprestigio del gobierno, y esta impopularidad se-
ria sumamente peligrosa en un año, cual el en que
nos hallamos, año de elecciones para la renovación
de la Cámara de representantes. Las elecciones ve-
rificadas en algunos Estados han sido de un agüero
ominoso para el partido que gobierna la nación;
Estados tan republicanos como Ohío, Michigan y
Wiscousin han dado mavoría á los demócratas.
Precisaba, pues, preparar algo que desviase esta
corriente, apartando el pensamiento del pueblo
de los citados problemas internos, y convirtiéndola
á algo que agrupase todas las fracciones alrededor
del partido republicano. Entonces se pensó en Cu-
ba, y la seriedad y justicia internacionales son las
que pagan los vidrios rotos.
Si alguien dudase de que en este asunto cubano
se procede por impulsos y estímulos de la política
interior, quedará desengañado al leer el discurso
dicho el jueves de la semana pasada en la Cama-
- 20 -
ra de representantes, por M. Grosvenor, gran ami
go del presidente.
Irritado con los ataques del demócrata Bailey al
gobierno, acusándole de falta de energia, dijo M.
Grosvenor lo siguiente:
«¿Cree Su Señoría que este gran partido (el repu-
blicano), que el gobierno que está en el poder va
á desperdiciar la mas brillante oportunidad que se
le ha ofrecido á ningún gobierno, desde el tiempo
de Abrahan Lincoln, para granjearse él y su partido
las alabanzas y la gloria de un pueblo poderoso?
Quien asi lo piense no conoce al hombre que
está al frente del gobierno.»
Y una semana más tarde, descubriendo comple-
tamente el juego, decía el propio Grosvenor, con-
testando á otro demócrata:
«La guerra se hará bajo la bandera del gobierno
republicano, ó no habrá guerra.»
Y el gobierno republicano ha ido á la guerra,
empujado por los jingos tenedores de bonos, por
los violentos ataques en perspectiva, de las oposicio-
nes, por los fabricantes y constructores de aparatos
bélicos; no por la opinión sensata del país.
Sobreesté asunto hemos devolver al analizar la
política de la Unión.
CAPITULO II
LA PRENSA
Como acontece en toda cuestión humana, ambos
contendores procuran convencer á los imparciales
de la razón que á cada uno asiste en la lucha enta-
blada, y cuesta, á veces, no poco trabajo desen-
trañar la verdad oculta por el sofisma y restablecer
los hechos en toda su pureza, descartando el falso
palabreo con que se pretende encubrir lo burdo, lo
incorrecto y lo grosero.
El conflicto actual, aunque sea duro confesarlo,
débese principalmente ala prensa norte -americana;
y lo vamos á demostrar.
— 22 —
Conviene, ante todo, recordar una verdad, cuyos
alcances los hechos se han encargado de hacer pa-
tentes: La prensa norte-americana, falta de ideales»
es simplemente un negocio.
Hay que buscar lectores, y cuando no se tienen
noticias se inventan. El público yanki parece care-
cer de memoria, y aunque al día siguiente vea
desmentida la noticia del día anterior, si no halla
su confirmación, continúa comprando el papel en
el cual se estampan imaginarias noticias ó fantas-
magóricos conflictos. Insaciable en su voracidad
y estragado intelectualmente, • necesita que el plato
que se le sirva esté bien espolvoreado con pi-
mienta de Cayena, sin que ésto quiera decir que
los guisanderos debieran ir todos al famoso presidio.
El mejor periodista no es entre ellos el que con
más profundos conocimientos trata una cuestión, ni
el que, hombre reflexivo, sabe descartar de las noti-
cias las exageraciones propias del vulgo, ni aquél
que procura encauzar la opinión pública por los se-
guros derroteros de la razón y de la lógica; no, el
mejor periodista es el que miente más, el que más
habla de todo sin saber de nada, aquél que en sus
correrías haya recogido más basura de las calles,
poco limpias en toda ciudad populosa.
Hay que llenar las hojas, hay que impresionar al
público y es fuerza hacer ambas cosas, asi con ellas
- 23 —
atropellen la razón y el derecho y se causen visi-
bles perjuicios á intereses ajenos, (i)
En la famosa carta dirigida por el señor Dupuy de
Lome al Sr. Canalejas, se calificaba de canalla pe-
riodística á los reporters americanos; y en verdad
que, aunque duro, era exacto el calificativo apli-
cado por el diplomático español á los que se han
entretenido en fomentar con sus escritos el odio del
populacho yanki contra las autoridades españolas.
«Calumnia, que algo queda» dice antiquísimo
refrán; y si una sola calumnia puede dañar ¡qué in-
mensos perjuicios no ha de causar á una colecti-
vidad la calumnia erigida en sistema, esgrimida á
diario como arma de combate, con saña verdadera-
mente criminal!
(1) La Nación parece que se hubiese propuesto fotografiará
una parte ^de la prensa yanki y á sus corresp^^nsales en el ex-
tra ngero, cuando escribió en 7 de abril del corriente año:
«...la prensa es decir, algunos diarios impacientes ó indiscretos.
son los que extratian la opinión y perturban li acción eficiente
de la diplomacia, contirtiendo sus colwnnas en gabinetes al ai-
re libre donde se discuten ai calor de las pasiones espontáneas
de la multitud, cuestiones que reclaman el silencio y la unanimi-
dad de pensamiento que nnponen las graves responsabilidades
de dirimir disidencias que afectan los destinos Internacionales y
las relaciones diplomáticas, de epidermis tan susceptibles que
el más ligero roce puede causar heridas enconosas.
Estos diarios sin la conciencia de esas responsabilidades, to-
man Jas cosas por la tremenda, y en su papel terrorifico^ ante
un público preaispuesto á as emociones tuertes y heroicas, in-
ventan situaciones, procinman desenlaces terribles, suscitan agra-
vióse imaginarios, y en esta teatral tragedia todo se magnifica, se
agrava y se apasiona, sin que la razón pública ni el alto y sereno
criterio de conservación decorosa pueda hacerse escuchar, hasta
que la exacerbación ha gastado todo ese fluido de patrioterismo
empleado estérilmente en imprecar fantasmas disorventes>
— 24 —
Dos hechos recientes prueban á qué estado de
relajamiento vá llegando en aquel país lo que ha
dado en llamarse el cuarto estado.
Las relaciones diplomáticas entre España y Norte
América se van poniendo tirantes; y cuando los
hombres sensatos de ambos pueblos aún creen po-
sible una inteligencia que evite la mayor de las
catástrofes, la guerra, al Director de un periódico de
gran circulación se le ocurre apostar tanto ó cuan-
to á que hará estallarla guerra.
Se hunde el «Maine» y en lugar de lamentar el
hecho y alejar toda sospecha de criminalidad por
parte de los españoles, otro periódico ofrece á son
de bombo y platillos, 50.000 doUarsal que demues-
tre que la nación caballeresca por excelencia, traido-
ra y alevosamente, ha hecho volar el buque norte-
americano.
¿Que porqué no hay espíritus valientes que se
opongan á tráfico tan infame? ¡Ah! porque todos le
temen á la impopularidad; porque sabe cualquiera
que en el siglo en que vivimos los periódicos dan ó
quitan reputaciones, y cuando no pueden quitarlas
envuelven al individuo en la tupida red del silencio;
porque priva el egoísmo doquier, y nadie quiere
convertirse en redentor, temiendo que le crucifiquen
los indios.
Ya salió la palabra de los puntos de nuestra plu-
ma, y aunque fué sin querer, no está mal en su sitio;
~ 25 -
que no son tan sólo judíos los descendientes de los
que clavaron á Cristo, sino cuantos anteponen á los
eternos principios de justicia, los goces que propor-
ciona la posesión del oro; y judíos son, descendien-
tes de Judas el malvado entre los malvados, quie-
nes por treinta dineros ó por 50.000 doUars fomentan
incomprensibles odios, hasta llegará turbar el re-
poso y la tranquilidad de millones de familias.
Lo que verdaderamente sorprende es, no ya que
en los Estados Unidos, pueblo sin fe y sin ideales,
exista la prensa que todos conocemos, sino que los
gobiernos españoles tolerasen que los correspon-
sales de aquellos periódicos se pasearan por la
Isla de Cuba, convertidos en emisarios de la Junta
revolucionaria de New-York y en fomentadores de
la guerraque arruinaba y empobrecía á España. Ni
el tratado de 1795, ni el protocolo de 1877 podían
obligar á tanto.
El autor de ''La insurrección por dentro" refiere
que en febrero de 1897 fué á Sagua y se alojó en
el Hotel Telégrafo, donde le llamaron la atención
varios extrangeros que supo eran el vice-Cónsul
norte-americano en Sagua; M. Karl Decker, corres-
ponsal en Washington del Journal de Nueva York,
y M. Carlos E. Crosby. Este solicitó y obtuvo de
las autoridades españolas un salvo conducto para ir
al ingenio Verdugón, á comprar hierro viejo, y el
segundo para salir al campo, pues tenía el encargo
— 26 —
de adquirir un ingenio para una sociedad americana.
Y, efectivamente; ni el uno fué á comprar hierro,
ni el otro al ingenio, sino que los dos dieron con
sus huesos en la manigua, pero con tan mala suerte,
que en ella dejó los suyos Crosby,y el otro salió, lle-
no de verdugones, á uña de caballo paraNew-York,
donde con tétricos colores pintaría la crueldad de
las tropas españolas, que usan para la guerra armas
mortíferas.
\ \ La prensa jingoísta nos ha estado ensordeciendo
; con los supuestos actos de salvajismo de los españo-
( 1 les, callando las atrocidades de los revolucionarios,
por ellos mismos referidas. Varios "Diarios" de ope-
raciones, caldos en poder de nuestras tropas, relatan
las hazañas de los llamados libertadores; hazañas
que consistían en quemar ingenios, saquear estable-
cimientos, arrojar bombas de dinamita al paso de los
trenes, y otios actos tan humanitarios como los an-
teriores. Pero como lo que convenia era crear at-
mósfera contra España, los atropellos de los insu-
rrectos se atribulan á las tropas leales, y asi se iban
ganando adeptos aquellos que, presentados al natu-
ral, hubieran resultado criminales ante las concien-
cias menos escrupulosas.
Tan perversa propaganda dio sus frutos, pues
siendo muchos los que admiten como artículo de
fé cuanto se estampa en hojas periódicas, y no pocos
también los que forman opinión leyendo diarios,
... 27 —
pues las abrumadoras tareas mercantiles no dejan
tiempo para estudiar profundamente ninguna cues-
tión, se creyeron á pies juntillas cuanto propalaban
los órganos de los mambises, con asiento en la Unión.
Sólo asi se explica que, durante una larga serie de
años, periódicos tenidos por serios, y hombres
tenidos por estudiosos, simpatizasen con los revolu-
cionarios cubanos, insultaran á diario á España y
no supiesen ver que la base de la guerra no estaba
ni en la Metrópoli ni en la Colonia,^ sino en las re-
dacciones délos periódicos neo-yorquinos: sólo asi
se compn.nde que fulano v zutano, publicasen tales
y cuales obras, que á la vista tenemos, exaltando
los ánimos con amontonamiento de falsedades.
En Europa, donde la palabra libertad, aun para
los mismos republicanos, carece del encanto con
que en América se la mira, pronto se convencieron
las gentes del crédito que debía darse á una prensa
mercenaria; y el grito de alerta cundió y el perio-
dismo neo-yorquino, ,en general, perdió su pre-
stigio.
Pero es que en Europa, quizás porque es un conti-
nente viejo, la credulidad, propia de la juventud, ha
desaparecido y sólo se acepta como real y verdadero
aquello que no ofrece duda. Ni en Francia, ni en
Alemania, ni en Austria, ni en Italia, los perió-
dicos hicieron causa común con los mambises.
Por si nuestras apreciaciones fuesen tachadas de
— 28 —
exajeradas, sépase que ya en 1840 Mr. Williams se
quejaba de este exceso de libertad, escribiendo:
«Que los daños (del gobierno cubano) se han
exajerado grandemente en cuanto á su número y
á su gravedad, no me cabe duda. Tal es el caso,
especialmente de tnuchaÉ publicaciones absurdas
hechas en los Estados Unidos, con el fin de es-
timular las excitaciones parala anexión é invasión
y que han extraviado á tantos.)^
¡Y que los tontos tomen modelo para sus periódicos
en Norte-Américaf Aunque el éxito corone sus es-
fuerzos, los hombres pensadores les niegan sus
aplausos.
CAPÍTULO IIÍ
LA política de LOS ESTADOS UNIDOS
La guerra actual se inició en 1823 con la celebérri-
ma doctrina de Monroe (i); yá fin de que la turba
malta" comprendiese su alcance, Mr. Adams se en-
cargó enseguida de escribir entre otras cosas loque
vá á leerse :
* - . " •
«Así como hay leyes de gravitación física, las
hay también de gravitación política ; y si la tem-
pestad desprende una ' manzana del átbol que la
produce, necesariamente ha de caer al suelo en
virtud de la ley de gravedad. Cuba separada por
medio de la fuerza, de su propia conexión con España,
incapaz de conservarse por sí sola, ha de gravitar
(1) Sobre esta doctrina léase el luminoso trabajo del ilustro
chileno D. Alberto del Solar.
- 30 —
necesariamente hacia la Unión norte-americana, la
cual, siguiendo la misma ley natural, no puede arro-
jarla de su seno, j^
Y por si lo anterior no era bastante claro — que sí
lo era — el propio Secretario de Estado anadia: «la
isla de Cuba, casi visible desde nuestras costas, ha
llegado á ser para los intereses de la Unión Ameri-
cana -intereses comerciales ó politi eos— objeto de
una importancia tan trascendental y tan grande, que
llegará, probablemente, un día en que la anexión
de Cuba á nuestra república federal sea indispensai
ble para la conservación é integridad de esta
Unión. »
¿Qué han hecho los gobiernos españoles desde
1823 hasta nuestros días para oponerse á que Cuba
se separase, no por su propia fuerza, sino con fuer-
zas de la Unión, de la monarquía española? Nada ó
casi nada, sin que á fuer de leales se nos ocurra ha-
cerles en absoluto responsables de su inacción. La
culpa, á nuestro entender, es de todos; es de la na-
ción entera, porque, aunque duela confesarlo, he-
mos de consignar que el principal enemigo de los
españoles son los españoles mismos.
No bien se conocieron en España los alcances de
la teoría de Monroe, debieron comenzarse gestiones
para denunciar el tratado de 7 de octubre de 1795,
poniéndonos á cubierto de las contingencias del por-
— 31 -
venir; y duramente aleccionados por las pérdidas de
nuestras extensas colonias en América, trazar un
plan seriamente meditado y con fe seguido, para
que la manzana no cayese del árbol, si á España no
la convenia sacudirlo Pero para poderse dedicar
con verdadero celo al arreglo de cuestiones exter-
nas, preciso era que nuestros gobiernos no tuviesen
que atender preferentemente al orden interno, ha-
ciendo, en no pocas ocasiones, verdaderos milagros
para conservar un mando que tanto debía pesarles.
Y bueno es recordar que, precisamente desde el
año 1823 hasta la Restauración, no tuvo la nación
española un solo día de tranquilidad, ya que, cuan-
do no se paseaban por nuestros campos las huestes
del Pretendiente; cuando no se conspiraba encuarte-
les, mostrando al soldado el modo de ser traidor á
sus banderas; cuando no se celebraban reuniones,
ni se pronunciaban discursos contra las bases y ci-
mientos de la nacionalidad española, los cantonales
hundan nuestros buques, los socialistas perturba-
ban nuestras industrias y los anarquistas sembraban
doquier el luto y la desolación.
¿Quien puede hoy dirigir, en conciencia, cargosa
nuestros gobernantes porque no estudiasen, con la
serenidad que estas cuestiones demandan, las atre-
vidas teorías de Mr. Adams? ¿Qué partido político
español no ha conspirado, siquiera una vez, contra
los gobiernos constituidos?
— 32 —
«Aquellos polvos hacen estos lodos:í>. Nuestra si-
tuación actual, cuya gravedad no se nos oculta, asi
seamos vencidos como vencedores, culpa es de nues-
tra ceguera.
Pero, en tin, no es horade volver la vista atrás,
por lo que respecta á nosotros, ni pretendemos es-
cribir la historia de la nación española en el siglo
próximo á terminar Vamos á ver qué hicieron los
norte-americanos en el periodo de tiempo que me'
dia entre el «Vivan las Cadenas» y el «Viva Weylen^,
La isla del Edén, según Longfellow, la perla de
las Antillas^ según nosotros, por ser rica joya, de-
bía, forzosamente, despertar la codicia de un pueblo
que lo pospone todo al interés ruin y mezquino: con
ó sin la doctrina de Monroe, con ó sin las desembo-
zadas declaraciones de Mr. Adams, Cuba se presen-
tó desde luego á los ojos de los americanos como
presa digna de ser tomada.
Hemos dicho con ó sin la doctrina de Monroe,
porque mucho antes de que ella viese la luz, y la
comentase á su sabor el ya citado Secretario, esto
es, desde i8ro,mil brazos norte-americanos preten-
dían sacudir el árbol para que cayese la codiciada
manzana; mil bocas se abrían para tragarse la ten-
tadora fruta.
La Unión— pueblo y gobierno -no ha tenido du-
rante el- presente siglo más que esta preocupación:
la adquisición, á las buenas ó á malas, las de la Isla
— 33 —
de Cuba. Claro está que era preferible á las buenas
(ninguno se convierte en ladrón cuando se le dá lo
que pretendía robar); pero si ésto no era posible,
convenia preparar el terreno para legitimar á los
ojos del mundo entero la usurpación.
En i846, después de la mutilación de Méjico, se ha-
bla con toda seriedad en los Estados Unidos de uti-
lizar las tropas que se iban á licenciar para que se
posesionen de Cuba.
En 1848, á un escritor cubano, á Don José Anto-
nio Saco, se le ofrecen 10,000 pesos para fundar un
periódico encargado de predicar y fomentar la re-
volución en Cuba.
Es menester probar que España es incapaz de
dar paz á la gran Antilla, y para probarlo nada
mejor que pagar y fomentar la guerra. ¿Que ésto es
una felonía indigna del pueblo que pretende ir á la
cabeza de las naciones americanas?
¡Qué importa! El fin legitima los medios, y aun
los más reprobables son buenos cuando se trata de
anexionarse una isla tan bella, tan hermosa, táurica
como la isla de Cuba.
Los Estados del Sur eran esclavistas, como escla-
vista era Cuba. A la Unión le podía convenir ape-
lar á los sentimientos humanitarios del mundo, pa-
ra que España, de buen ó mal grado, decretase la
abolición de la esclavitud, que momentáneamente
asestaría terrible golpe á la producción antillana y
— 34 —
le daría brazos para revueltas futuras. Pero para lle-
var á cabo su plan tropezaba con un serio inconve-
niente, los Estados del Sur, que, al ingresar en la
Unión, pactaron que conservarían la soberanía en
todo aquello que fuese compatible con los intereses
comunes. Sin embargo, se rompió el pacto; los del
Norte impusieron su voluntad á los del Sur y la
esclavitud fué abolida, de suerte que la llamada ^w^-
rra de secesión no fué más que la conculcación de
un derecho. Libremente entraron aquellos Estados
en la Confederación, y mal grado tuvieron que suje-
tarse á la ley del más fuerte; de manera que hoy los
hechos demuestran que los Estados del Sur no for-
man parte de la Unión por voluntad propia, sino por
derecho de conquista.
La historia de aquella vergonzosa guerra está pre-
sente en la memoria de todos, y mil libros la narran,
para humillación de los vencedores (i). Pero lo que
(U El gobierno español decía Jo que sigue al de Washington
en nota de 4 de agosto del pascado año, nota cuya redacción se
atribu)e á D. Antonio Cénovas:
«En los propios Estados Unidos se ha apelado, durante la gue-
rra de secesión á reconcentraciones de moradores pacíficos, á
embargos y confiscación de propiedades, á la |)rohibición del co-
mercio, á la destrucción de loda propiedad agrícola é industrial^
sin que en la importante fábrica de Hoswell bastara, por ejem-
plo, á librarlas, la salvaguardia de las banderas extrangeras; é
la quema de ciudades enteras, ú la ruma y devastación de regio-
nes inmensas y feracísimas, al aitiquilannento, en fin, de todos
los bienes del adversario, prescindiendo, por la suspensión toml
del auto del fíabeus Corpus, de los respet* s constitucionales y
desenvolviendo un légimen militar y dictatorial que, en los Es-
— 35 -
pocos recuerdan, y es hora de que se repita, por que
luego necesitaremos el dato, es que los del Norte
Alejaron á los del Sur hasta el extremo de quitarles,
-durante diez años, no sólo los derechos políticos,
sino todos los demás, incluso el de propiedad.
¡Llevar hoy la guerra á una nación extraña, so pre^
texto de que á los rebeldes no se les conceden de-
rechos, es el colmo de la iniquidad; es algo inconce-
bible á fines del siglo XlXf
Llegamos al año 1850. El general López, traidor á
]a patria, desembarca en Cárdena5> con 500 hombres,
se apodera de un millón de reales, suelta á los pre-
sos de la cárcel y embárcase á toda prisa hacia Ca-
yo-Hueso, seguido de cerca por un vapor español, el
«Pizarro». Era natural que el pirata volviese al punto
de partida, pues en los Estados Unidos, y pública-
tados contronos á la Union, duró bastantes anos después de ter-
minada la sangrienta contienda.
No sólo en los más autorizados historiadores, inoluso en los
patriotas norte americanos, decidido» campeones de la Union, si-
no tambión en los áOv»umcntos oflciaíes publicados en Washinír-
ton, y en los informes y Memorias que clieron á luz los insignes
^generales vení*edores se encuentran á cada paso órdenes, me-
didas de rigor y a tos de destrucción, no ya sólo idénticos, sino
flün más severos que los que se ha visto forzarlo i dictar el ge-
neral Weyler en Cubs.
La invasión de Hunter v Sheridan en el valle de Shenandoah,
<lel cfue se dijo, para probar su total ruina, «que si un cuervo
quisiera descender á él tendría que llevar consigo provisiones»,
iif a crow reauts to Jly doicn tho vaílct^, he mus carry his pro'
msions rcitli /un; Draper, v. 3, pág. énsj; la expedición por la
Georgia y la « arolina del Sur, del por tantos [conceptos ilustre y
respetado general i^herman, la toma de Atlanta, con la subsi-
guiente expulsión de hombres no combatientes, mujeres y ni-
ños, y su concentración ix largas distancias; los fusilamientos do
Palmyra; el incendio de Columbio; los horrores que concurrió-
-- 36 —
mente, había reclutado los 500 hombres que le se
guian.
«Como á los fugitivos de Cárdenas, no les había
ido del todo mal, armaron otra expedición, contan-
do con algunos cómplices en Puerto Príncipe. Qui-
nientos filibusteros, muchos de ellos hijos de las
principales familias de Nueva York y Nueva Or-
ron en el trato dado á los prisioneros y pociflcos sospechosos,
que juntos se encerraban en los depósitos o cárceles de Hiehmond
yDanville, y muy particularmente en las prisiones de A ndérsen-
ville, donde, según datos oficiales, perecieron mós de 12.000, con
otros muchos acontecimientos de aquella lucha horrible, verda-
dero combate de titanes, que puso ó tanta prueba la inteligen-
cia y el vigor del pueblo norte-americano, son elocuente, aun-
que triste testimonio de la dolorosa pero imprescindible severi-
aad que trae aparejada la guerra^ aun cuando la hagan ejérci-
tos educados en la democracia, y la dirijan, desde las alturas del
poder políticoy del mando militar, figuras tan memorables, hon-
radas y amantes del derecho y la libertad humana, como Lin-
coln y Grant.
En varias ocasiones expuso la razón suprema de tales hechos
el invicto general Sherman, y recorriendo sus Memorias y los
partes oficiales que dirigió á la Junta directiva de la guerra en
Washingtmi, hállanse afirmaciones notables sobre el rigor con
que hay que proceder contra el enemigo para que sea eficaz y
efectiva la acción de las armas.
«La guerra es la guerra, docí» tan competeiUe general, y co-
rresponde la tremenda responsabilidad de las civiles á sus auto-
res y 6 los que directa ó indirectamente son su instrumento». Y
al contestar á la corporación municipal de Atlanta, dijo asimis-
mo tan entendido caudillo: «No podéis condenar la ¿guerra con
mayor horror que yo: la guerra es la crueldad misma.... pero
no retrocederé ante ningún sacrificio para llevarla á ¡-u fin....»
«La Union ha de sostener su autoridad hasta donde alcancen
sus fuerzas; si cede: está perdida; y no esésia la voluntad de la
nación » «Reconoced ala Union y á la/autoridad del Gobier-
no nacional, y entonces este ejército, que esteriliza hoy vuestros
campos, que destruye vuestras casas y camino < para fines de
guerra, será vuestro protector.>
Conceptos levantados y patrióticos que el Gobierno de S. M.
no titubea en hacer suyos aplicándolos á Cuba.»
— 37 —
leans, puestos á las órdenes del traidor López, se em-
barcaron en el vapor «Pampero}^ y se dirigieron á
Cuba, llegando á Bahía-Honda el 12 de agosto, y
se apoderaron del pueblo de Pozas. Como la vigi-
lancia era mayor, acudieron tropas que atacaron á
los piratas, quienes opusieron una enérgica resisten-
cia. Cincuenta cayeron en poder de los españoles,
entre ellos el coronel americano Crittenden, sobri-
no de un ministro de los Estados Unidos. Llevados
á la Habana, fueron fusilados ante un gentío inmenso,
que aplaudió este acto de energía. Los que se refu-
giaron en el monte fueron perseguidos hasta no que-
dar ninguno, pues los que no murieron quedaron
prisioneros y fueron enviados á los presidios de la
Península. López, preso también, murió en un pa-
tíbulo el día 1° de septiembre>> (i).
Hablando de estos sucesos, dice un historiador
contemporáneo.
«Ninguno de los expedicionarios pudo volver á dar
cuenta del desastre. Es imposible pintar el frenesí
conque en los Estados Unidos fué recibida la noticia
del escarmiento hecho en la persona de los ciuda-
danos de la América del Norte, como si los creyesen
sagrados hasta en sus más criminales desvarios. La
j1 J. Mané vFJaqucr.
- 3S —
plebe de Nueva Orleans, excitada bajo mano por los
que deseaban un rompimiento entre España y los
Estados Unidos, se derramó por la ciudad dando
alaridos de venganza, y entregó al saqueo la casa del
Cónsul de aquélla, y muchos establecimientos es-
pañoles. Pero era tan villano el expediente que no
surtió efecto; antes al contrario, el gobierno de los
Estados Unidos, pudo, sin que pareciese humillaciónt
hacer completa justicia á España, recibir con salvas
al Cónsul, que había abandonado la ciudad, é indem-
nizar más adelante á los que habían sido perjudi-
cados» (i).
Y otro autor más moderno aún, Mr. Charles
Benoist, dice refiriéndose á estos hechos:
«La opinión pública estaba en los Estados Unidos
profundamente excitada. En pocos días, el general
americano Houston había preparado una nueva ex-
pedición de 5,000 hombres, que no llegó á salir, por
haberse recibido la noticia del trágico fin de López
y de sus compañeros. El gobierno déla Unión envió
á la Habana al comodoro Parker, encargándole las
averiguaciones del caso y de formular reclamacio-
nes. El capitán general, D. José de la Concha, le
XV Dr. D. Mnnuel Ortiz de la Vega.
— 39 —
recibió cortéstnente, pero no le permitió ejecutar
ningún acto que pudiese parecer una intromisión
de los Estados Unidos en un asunto que pertenecía
tan sólo á la soberanía española. El presidente de la
Unión no tuvo más remedio que recomendar á la
clemencia de la reina Isabel a los prisioneros aún
con vida. La reina perdonó, y de 500 partidarios de
Narciso López, 176 pudieron regresará supaís;^ (i).
El entorxes presidente de los Estados Unidos, M.
Fillmore, al referirse, en el Mensaje de 185 1, á
estos sucesos^ decía:
«Desde la clausura del último Congreso, ciertos
cubanos, y algunos otros extranjeros residentes en
los Estados Unidos, más ó menos complicados en la
invasión anterior de Cuba, en lugar de haberse
desanimado con su mal éxito, han abusado de la
hospitalidad de nuestro país, aprestando en él otra
expedición militar contra esa posesión de S. M. C.>
siendo amparados, auxiliados y acompañados por
ciudadanos de los E. E. Unidos. Al recibir noticia de
semejante proyecto, me apresuré á remitir á los
respectivos empleados de los Estados Unidos las
instrucciones que me parecían necesarias. En una
proclama, de que acompaño copia, amonesté y aper-
(1; L'Espagne, Cuba et les Etats Unis.
— 40 —
cibí á los que corrían el riesgo de ser seducidos
para esta empresa, de su carácter ilegal y de las
penas en que incurrían aquellos que la prestaran su
ayuda.
«Por algún tiempo hubo motivos bastantes para
esperar que dichas medidas serian suficientes á
impedir el atentado; pero esta esperanza resultó,
á juzgar por los hechos, perfectamente ilusoria. En
la mañana del dia 3 de agosto, muy temprano, un
vapor llamado «Pampero» salió de Nueva Orleans
para Cuba, conduciendo 400 hombres armados, con
la intención evidente de hacer la guerra á las auto-
ridades de la isla. Esta expedición fué organizada
infringiendo, palpablemente, las leyes de los Esta-
dos Unidos. Las personas que componían el grueso
de la expedición eran, en su mayor parte, ciudada-
nos de los Estados Unidos.
«Antes de salir la expedición, precisamente cuando
se estaba organizando, había ocurrido en la isla de
Cuba, en su parte oriental, un ligero movimiento
insurreccional que había sido sofocado muy pronto.
La importancia de este movimiento la exageraron
de tal manera las noticias publicadas en este país,
que esos aventureros parece fueran inducidos á creer
que la población criolla de la isla, no sólo deseaba
isustraerse á la autoridad de la madre patria, sino
que había resuelto efectuarlo poniendo en práctica,
;al efecto, un bien concertado plan. El vapor en que
— 41 —
embarcaron los expedicionarios, salió de Nueva Or-
leans secretamente, sin ser despachado, y después de
tocar en Cayo Hueso se encaminó á Cuba, y en la
noche del 1 1 al 12 de agosto, desembarcó la gente que
conducia, en Playitas^ á 20 leguas próximamente de
la Habana.
«El núcleo principal de los aventureros se dirigió
á un pueblo del interior, distante como unas seis
leguas, dejando á los demás para que les siguieran
con los equipajes, tan pronto como pudieran obt e-
nerse medio de transporte. Los últimos, habiéndo-
se puesto en marcha para reunirse con el cuerpo
principal, é internádose como unas cuatro leguas,
fueron atacados en la mañana del 13 por un cuerpo
de tropas españolas, y hubo un sangriento combate,
después del cual se retiraron al punto de desembar-
co, donde unos cincuenta encontraron botes y se
reembarcaron en ellos; pero fueron interceptados
entre los cayos de la costa por un vapor español que
allí cruzaba, y conducidos á la Habana; y después de
ser juzgados militarmente, fueron públicamente eje-
cutados el día 1° de agosto.
«Al ser informado de lo que ocurría, se instruyó al
comodoro F. A. Parker para que marchase á la Ha-
bana en la fragata de guerra «Saranac» é inquiriese
los cargos hechos alas personas ejecutadas, las cir-
cunstancias en que fueron capturadas; en sumaj cuan-
to hiciera relación al juicio y sentencia. Se acompa-
... 42 —
ñan copias de las instrucciones al comodoro, y de
las cartas de éste al departamento de Estado.
«Según los autos déla causa, los prisioneros con-
fesaron todos la ofensa de que se les acusaba; y
•cuando fueron cogidos y ejecutados, el cuerpo prin-
cipal de los invasores continuaba todavia en cam-
paña, haciendo la guerra contra las autoridades y
subditos españoles. A los pocos días, derrotados por
las tropas, los aventureros se dispersaron, y su je-
fe, López, fué hecho prisionero, sentenciado y ejecu-
tado el día i'^ de septiembre. Muchos de los que le
seguian y no fueron prisioneros, murieron de ham-
bre ó de cansancio; y los que se entregaron á las au-
toridades fueron perdonados^ y enviados á España
unos i6o, de cuya suerte no se tiene conocimiento.
«Tal ha sido el triste desenlace de esta aventura:
en ella han perdido la vida jóvenes imprudentes,
inducidos por falsas y engañosas sugestiones á violar
la ley de su país, cooperando á la realización de es-
peranzas temerarias de provocar revoluciones po-
líticas en los Estados,
«Se acompaña la correspondencia política que ha
mediado entre nuestro gobierno y el de España.
«No se ha perdonado, ni se perdonará esfuerzo al-
guno para obtener la libertad de aquellos ciudada-
nos de los Estados Unidos que hoy se encuentran
presos en España; pero es de esperar que semejante
mediación con el gobierno de aquel país no se con-
— 43 -
sidere como motivo para aguardar que el de los
Estados Unidos se crea obligado en adelante á in-
terceder por la libertad de las personas, ciudadanos
de los Estados Unidos, que delinquen contra las le-
yes de los Estados. Est^s leyes es preciso que se
cumplan, si queremos conservar el respeto de los
pueblos del mundo. Es necesario que se hagan cum-
plir estrictamente los actos de neutralidad decre-
tados por el Congreso, castigando condignamente
sus infracciones.
«Lo que hace más singularmente criminal esta
invasión de Cuba, es que el móvil de sus autores fué
principalmente la codicia, pues hubo individuos
que adelantaron dinero en sumas considerables pa-
ra la compra de bonos, como se les ha llamado,
emitidos por López, vendidos con un descuento
muy grande, á cuyo pago quedaban obligadas las
tierras y propiedades públicas de Cuba, y cuantos
recursos fiscales tuviera en su mano el pueblo y
el gobierno de la isla. Todos estos recursos de
pago es evidente que sólo podian obtenerse por me-
dio del derramamiento de sangre, la guerra y la
revolución. Nadie negará que los que organizan
expediciones militares contra los Estados extran-
jeros, son mucho más culpables que los ignoran-
tes y necesitados que las secundan,
«Estos promovedores de las empresas sistemática
V fríamente meditadas, merecen se les condene
- 44 —
severamente. El Congreso verá si hay en adelante
necesidad de nuevas leyes para impedir la perpe-
tración de tales ofensas.
«Nadie tiene derecho á poner en peligro la paz de
un país, á infringir sus leyes, pretendiendo variar 6
reformar sus reglamentos de gobierno. Este princi-
pio no es sólo racional y en todo conforme con el
derecho público, sino que además forma parte de
los Códigos de todas las naciones y de la nuestra.
«El gobierno de los Estados Unidos se ha abste-
nido, desde su fundación, de intervenir, y ha impe-
dido que sus ciudadanos intervengan en las con-
tiendas de otras naciones, cumpliendo los deberes
de neutralidad estrictamente. Durante la adminis-
tración de Washington se hicieron varias leyes,
cuyas principales cláusulas se retiraron por el acta
de abril de 1818, en la cual se declaró, entre otras
cosas, que si cualquier persona, dentro del terri-
torio de los Estados Unidos, iniciase, pusiera en
pié ó preparase una expedición ó empresa militar,
dirigida contra un Estado extranjero ó cualquier
colonia, distrito, pueblo ó dominios de un prin-
cipe, seria considerada como reo de alto crimen,
multada en más de 3000 pesos y presa poi no me-
nos de tres años, y esta ley ha sido cumplida siem-
pre en el territorio de la Union, desde su promulga-
ción hasta la fecha.
— 45 —
^Al proclamar la doctrina de la no intervención
y la neutralidad absoluta^ los Estados Unidos
no han seguido el ejemplo de otras naciones
civilizadas: lo han dado ellos mismos, Admitien-
do sus doctrinas, un estadista británico dijo^
siendo ministro de la Corona^ ^que, si deseara
seguir el sistema de la neutralidad, adoptaria el
sentado por América en los dias de Washington^
siendo secretario Jefferson Davies,^
«Relaciones amistosas con todos; pero alianzas
comprometidas con ninguno, tal ha sido por mucho
tiempo nuestra máxima.
«Nuestra verdadera misión no es propagar nuestras
opiniones, ni imponerlas por la ley, sino enseñar
con el ejemplo de nuestro buen éxito, moderación
y justicia, los beneficios del gobierno propio {self
^overnment) y las ventajas de las instituciones li-
berales. Que cada nación escoja por si misma,
haga ó varié las instituciones que más convengan
á su provecho; pero mientras proclamamos y practi-
camos esta política neutral, deseamos que las demás
naciones, cuya forma de gobierno es distinta de la
nuestra, la practiquen con la misma escrupulosidad
con que nosotros lo hemos hecho siempre y hare-
mos en lo sucesivo,»
Después de esta fracasada intentona, escribía Mn
— 46 —
Wallis. encargado en Madrid del Ministro del Inte-
rior de los Estados Unidos:
«La obligación que tienen las naciones de cumplir
con sus tratados, incontestable y precisamente su-
pone el deber de dictar leyes que fuercen á la ob-
servancia de ellos por parte de sus ciudadanos.
«Cuando, no obstante, un pueblo á quien perento-
riamente se exige el estricto cumplimiento del Tra-
tado estipulado con otro, alega la naturaleza de ííus
propias instituciones, como razón de la incapacidad
en que se halla para ser tan exactamente fiel, como
ha prometido serlo, no tiene derecho á maravillar-
se si se pone en cuestión su honradez , Las nacio-
nes tratan unas con otras como iguales. Dueñas son
de gobernarse internamente como bien les parezca;
pero en sus relaciones exteriores no son más que
naciones, con todas las facultades y deberes detales^
La soberanía que tiene suficiente responsabilidad
para contratar y obtener con esto beneficios, no pue-
de alegarse para rechazar la responsabilidad referen-
te al cumplimiento de lo prometido ..
«Si las instituciones de una nación no son bastantes
para garantizarlos Tratados, no deben hacerlos. O tie-
ne ó no tiene gobierno. Si no lo tiene, no debe hacer
como si lo tuviera; si lo tiene, el gobierno debe go-
bernar. La lógica del asunto e^ tan clara como su
honradez; y los pretextos falsos son tan criminales
— 47 —
desde el punto de vista de la ley general, como de
la local. Debe confesarse que, en punto á la cuestión
de Cuba, las apariencias no eran favorables á núes
tro leal proceder nacional. Que en un pais civilizado.
y en pleno siglo XIX, pueda haber sido propuesta
seriamente y á todas luces, como un principio de
administración pública, la adquisición por fuerza
moral ó material de un territorio perteneciente á
imanación amiga, á la cual se cree débil, y ésto no
por otra razón ni con otro pretexto, sino, simple-
mente, porque el partido que propone tal cosa pien-
sa ser justa semejante codicia, es lo bastante para so-
bresaltar, en toda la redondez de lá tierra, á los pues
"blos sinceros, que han aprendido á considerar la
buena fé como sagrada, y la rapiña como un crimen,
Pero cuando tal vergüenza ha sido defendida
calurosa y constantemente en la prensa de la na-
ción agresora, sin provocar una universal ó ge-
neral protesta de indignación y de pudor ^ cuando
en los puertos de aquella nación se combinan ex-
pediciones de hombres y se envían juntamente mu
niciones de guerra con el propósito de invadir el
ambicionado territorio, y apoderarse de él ó su-
blevar su población, con la mira final de adqui-
rirlo, difícilmente cabria maravillarse de que el
mundo civilizado prorrumpiese en unánimes acu-
saciones. ^
— 48 —
Nos hemos detenido más de lo que pensábamos
en este hecho, tanto porgúelas teorias sentadas en
el Mensaje de M. Fillmore son la más enérgica
condenación de la conducta de Mackinley, cuanto
porque la abortada expedición de López fué el se-
gundo acto de la tragedia á cuyo desenlance hoy
asistimos, y en el que, de una manera desembozada^
se presenta ya^el gobierno de la Unión, como ávido
de sacudir el árbol que en el primer acto, en 1823^
Monroe y Adams les hablan mostrado.
Retrocedamos un poco para recordar otra clase de
manejos puestos en juego por el gobierno Norte-
americano, para hacerse dueño de la isla de Cuba^
lo que pondrá una vez más de relieve la obstinación
con que durante tres cuartos de siglo Norte-Améri-
ca ha perseguido la anexión á sus Estados de la
Gran Antilla.
El ya citado Mr. Adams ofrecía á España un in-
portante empréstito hipotecando las rentas de Cu-
ba, sin duda con la idea poco, noble, de que luego,
creando dificultades al gobierno español y fomen-
tando insurrecciones, la intervención de los Estados
Unidos se legitimaria por la necesidad en que ha-
bian de hallarse de salvar su hipoteca.
No hizo caso el gobierno español de esta propues-
ta, que, á decir verdad, nunca llegó á presentarse
formalmente, y no se v^olvió á hablar de estos asun-
tos hasta 1848 en que Mr. Saunders, embajador en
[
- 49 —
Madrid del gobierno de la Union, propuso al general
Narvaez presidente del Consejo, y al marqués de
Pidal, ministro de Estado, la venta de la isla de
Cuba, mediante la entrega á España de cien millo-
nes de duros. La respuesta del aludido marqués
fué la siguiente: «No me es permitido oír hablar de
este asunto: ¡húndase Cuba en el Océano; cúbranla
lasólas antes de cederla á otra potencia!»
Casualidad histórica; al poco tiempo de ser cono-
cida en los Estados Unidos la anterior contestación,
se organizaba descaradamente en aquel territorio
la expedición López. Cualquiera diría que con ella
se invitaba al gobierno español á que reflexionase
sobre la conveniencia de la venta.
Aún se hizo una nueva tentativa en 1853.
En dicho año se autorizó por el gobierno de la
Unión á su embajador en Madrid M. Soulé, para
que. por la isla de Cuba, ofreciese á España hasta
doscientos millones de duros.
También fracasaron sus negociaciones como lo
denuestra la Memoria que al gobierno de la Union
dirigieron sus embajadores en Madrid, Londres y
París. De esta Memoria son notables las siguien-
tes lineas, corolario de la doctrina de Adams y cate-
cismo para Mackinley.
«Nuestra historia nos veda adquirir á Cuba sin
-- 50 —
el consentimiento de España, á no ser que la ad-
quisición esté justificada por la ley de nuestra
conservación. Cuando hayamos ofrecido á España,
por la adquisición de Cuba, un precio razonable,
superior á su valor actual, y ella lo haya rehusado,
el problema se planteará en estos términos: ¿Cuba
española pone en peligro nuestra paz interior y
hasta la existencia de nuestra querida Unión? En
caso afirmativo, todas las leyes divinas y humanas
justificarían que se la arrancásemos á España, pudien-
do hacerlo en virtud del mismo principio que jus-
tificaría en un individuo derribar la casa de su ve-
cino, sí no tuviera otro medio de preservar del in-
cendio la casa propia.»
No ha podido resucitarse el poco sólido argumen-
to de Soulé, pero se ha recurrido á otro, peor aún
como demostraremos mas tarde. Por ahora nos
convenia dejar sentados los hechos que iban demos-
trando á España los deseos anexionistas del gobierno
de la Union.
No fué un misterio para la diplomacia europea la
política de Norte- America, y pronto se dieron
cuenta de que el laísse¡i faire, laissej passer, en
la cuestión cubana podia acarrear complicaciones
para el povenir. «De ello tenemos — escribe el Sr.
Mané y Flaquer — una prueba patente en las notas
que en 1852 se cambiaron entre Francia é Inglaterra
^■■M*^^^
— 51 —
y los Estados Unid(»s. Viendo aquellas dos grandes
pretendas que los Estados Unidos no cejaban en
su empeño de apoderarse de Cuba, y previendo
las complicaciones que podría traer á la paz del
mundo este inmoderado y persistente plan, trata-
ron de atajarles el paso, proponiéndoles un compro-
miso para respetar la soberanía de España en las
Antillas. Unade las cláusulas decia: «Las altas partes
contratantes declaran, colectiva y separadamente
que no obtendrán ni mantendrán ninguna interven-
ción exclusiva en la citada isla, ni adquirirán nin-
gún dominio sobre la misma.»
A primera vista parece que los Estados Unidos
no debian tener inconveniente en suscribir el com-
promiso que estaban dispuestos á contraer Francia
é Inglaterra; no obstante, se negaron en absoluto
á aceptar la proposición. Fundáronse en primer
lugar, en que el presidente de una república par
lamentaría no estaba autorizado para contraer obli-
gaciones de esta naturaleza, y luego en que á los
Estados Unidos no les era permitido renunciar in-
definidamente á aumentar su extensión territoriaK
pues un dia podría convenirles adquirir á Cuba,
como habían adquirido territorios americanos, que
pertenecieron á otras naciones europeas. «El pre-
sidente — dice la nota — no codicia la adquisición
de Cuba para los Estados Unidos, perc al mismo
— 52 —
tiempo considera la condición de Cuba como una
cuestión principalmente americana, y hasta cierto
punto limitada, y nada más, á una cuestión europea.
La proyectada convención, parte de un principio
distinto, pues dá por sentado que los Estados Uni-
dos no tienen mayor interés en la cuestión que
el que pueden tener Francia ó Inglaterra, cuando
basta sólo echar una mirada al mapa para ver cuan
remotas son las situaciones de Europa, cuan íntimas
las de los Estados Unidos en aquella isla. Al hacer
plena justicia al espíritu amistoso con que Francia
é Inglaterra reclaman su cooperación, y sin desco-
nocer las ventajas de una buena inteligencia entre
las tres potencias con referencia á Cuba, no puede,
sin embargo, el presidente, consentir en ser parte
del tratado...» Las razones en que apoya esta nega-
tiva son meros sofismas, que tienen por fundamento
la subordinación de los principios de derecho á la
conveniencia de los Estados Unidos.
De la cuestión de derecho, que es la principal, se
sale el gobierno de Washington diciendo: «Una con-
vención tal como se propone seria un arreglo transi-
torio, y desaparecería por la fuerza irresistible de la
corriente de los negocios en un país nuevo; esto es
en concepto del presidente, demasiado obvio para
necesitar de muchos argumentos. El proyecto des-
cansa sobre principios aplicables, si acaso, á Europa,
en donde las relaciones internacionales de grande
— 53 —
antigüedad en su base, se modifican lentamente por
los progresos del tiempo y de los sucesos; pero no
son aplicables á América, hace poco un desierto,
hoy poblándose con intensa rapidez, y que va ajus-
tando á principios naturales las relaciones terri-
toriales, que eran en sumo grado fortuitas al descu-
brirse por primera vez el continente americano.
La historia comparativa de América y Europa, aun
en un solo siglo, viene á confirmar este hecho. En
1752 Francia, Inglaterra y España no se difeienciaban
sensiblemente en su porción política en Europa de
lo que son ahora. Eran antiguos estados, maduros,
consolidados, establecidos en sus relaciones entre
si y con el resto del mundo; eran las principales
potencias del Occidente y del Sud de Europa. Com-
pletamente distinto era el estado de cosas en Amé
rica.
«Los Estados Unidos no tenian existencia como
pueblo: una linea de colonias inglesas, cuya pobla-
ción apenas excedía de un millón de habitantes se
extendía por la costa .... Todo era en Europa com-
parativamente estable; todo en América, provisorio
y temporal, menos la ley del progreso, que es tan
orgánica y vital en la juventud de los Estados co-
mo en la de los individuos...
«Estalló la revolución americana, que envolvió en
una tremenda lucha á Francia, Inglaterra y España, y
al espirar la guerra, los Estados Unidos de América
— 54 —
habían tomado asiento en la familia de las nacio-
nes. Los antiguos Estados de Europa volvieron sus-
tancialmente á su anterior equilibrio; pero desde en-
tonces empieza á reconocerse en América un nuevo
elemento de incalculable importancia^^... Este nuevo
elemento son los aventureros que, al servicio de los
Estados Unidos, se apoderan de cuanto les viene
á mano, á orillas del Pacífico y en otros puntos.
La negativa del gobierno de la Unión es harto
significativa para que tengamos necesidad de po-
nerla de relieve, así como nos creemos dispensados
de ocuparnos en las guerras de los diez años y en
la actual. El mundo entero sabe cómo cumplieron
las leyes internacionales los gobiernos norte-ame-
ricanos.
Terminaremos este ya largo capítulo, transcri-
biendo algunas páginas del ilustrado Mr. Claudio
Jannet. Nuestros lectores podrán hacer después los
comentarios que les sugieran los oportunos con-
ceptos del pensador francés,
«La extensión demasiado rápida del territorio de
los Estados Unidos ha contribuido indiscutible-
mente á corromper las instituciones públicas y á
dar una falsa dirección al espíritu nacional.
«Ya desde la guerra de independencia, los hombres
de Estado americanos se preocupaban de apartar de
55
su vecindad á todas las naciones europeas, y cuando'
pedian socorro á Francia, lo hacían poniendo por
condición que Francia renunciara á recobrar el Ca-
nadá que había perdido hacia solo quince años; y
la ceguera ó la culpable connivencia de los ministros
del infortunado Luis XVI fué tal^ que aceptaron esta
condición. Desde entonces existió ya en germen la
famosa doctrina de Monroe: América para los ame-
ricanos.
«Esta doctrina no es ni más ni menos que la ne-
gación de todo el derecho de gentes: fundados en
ella los Estados Unidos se apresuraron en 1822 á
reconocerla independencia de las colonias españolas.
Tampoco respetaron mejor las reglas de la justicia
internacional en las guerras, que tuvieron por con-
secuencia la anexión de Tejas, de Nueva Méjico y
de California, Todos los observadores imparciales
han dado testimonio del espíritu de orgullo, de
intriga y de violencia que estas injustas conquistas
desarrollaron. Vióse después al gobierno de Was-
hington favorecer abiertamente á los insurrectos
de Cuba y las tentativas de los fenianos contra
el Canadá; y tales violaciones de la justicia, en las
relaciones de pueblo á pueblo, son una causa de des-
moralización tanto más profunda, cuanto que el
mal ejemplo es dado por los poderes públicos. Por
esto, en los dias de las grandes crisis, no fué me-
jor respetado que los tratados internacionales el
— 56 —
' acto esencialmente sinalagmático por el cual los
Estados soberanos habían fundado la Unión.
«La masa del pueblo de los Estados Unidos se li-
sonjea de reducir bien pronto bajo su imperio toda
la América del Norte y las Antillas. Esta idea está,
secretamente favorecida por el gobierno; y por
esto el presidente Lincoln, sosteniendo á Juárez, im-
pidió que Méjico se regenerase bajo un gobierno
apropiado al genio de su raza. Los capitalistas
americanos van estableciéndose poco á poco en
aquel país, van construyendo caminos de hierro, y
cuando los rails pongan en comunicación Méjico
con Nueva Orleans la anexión estará muv cercana.
Este resultado, lo mismo que la adquisición tan
deseada de Cuba y la de Santo Domingo, seria un
mal para los Estados Unidos; y los hombres de
entendimiento claro, que no se ofuscan por el sen.
timiento popular, comprenden que el d'a en que
la Unión abrazara paises tan vastos, climas tan
opuestos y razas tan heterogéneas, la' unidad nacio-
nal estaría perdida. Más b'én inspirada está la di-
plomacia de los Estados Unidos cuando procura la
conclusión de tratados con las pequeñas repúblicas
de la América Central, que así vendrán á quedar
prácticamente bajo su dependencia.
«Hay otra anexión anhelada por las masas y por
los hombres superiores: la del Canadá y la Améric^^
inglesa. Los presidentes que se han sucedido en la
— 57 —
Casa Blanca desde Buchanan hasta Grant, no han
ocultado tal aspiracón; y la adquisición de Alaska,
comprada á Rusia en 1867, ha sido como unas pri-
micias de ella. La rica y populosa cuenca de San
Lorenzo, el magnifico Far-West canadiense, la Co-
lombia británica, serian preciosas adquisiciones
territoriales para la Unión, á cuyo pueblo se asi-
milarla pronto el pueblo de aquellos territorios.
Sin embargo, la anexión del Dominion del Canadá
no es cosa deseable. Los elementos superiores de
organización social y de moralidad de sus poblado-
res aportarían, indudablemente, de momento, un
precioso contingente á los conservadores de los
Estados Unidos; pero al poco tiempo, \os politicas-
tros y los manejadores de dinero yankis tendrían
corrompido ese país, que, aunque de hecho es autó-
nomo, debe al principio monárquico, representado
por la Corona de Inglaterra, una estabilidad y una
moralidad públicas, dignas de servir de modelo á
sus republicanos vecinos. Es, pues, de desear que la
raza inglesa y la raza francesa se unan en el Canadá
para formar una nacionalidad distinta, penetrada
de la alta misión civilizadora á que está destinada.
La división de la humanidad en nacionalidades di-
versas, y particularmente la yuxtaposición de peque-
ños Estados en medio de las grandes aglomeraciones,
son uno de los más poderosos elementos providen-
ciales de conservación y de progreso. Estos peque-
— 58 —
ños Estados contienen el desbordamiento de la
corrupción y mantienen entre los pueblos una
enulación saludable. Los canadienses están indiscu-
tiblemente mejor dotados que el pueblo de los
Estados Unidos, en cuanto á cultura intelectual,
espiritu caballeresco y carácter religioso Su papel en
el Nuevo Mundo ha de consistir en conservar es-
tos elementos superiores de civilización.»
La política de la Unión que, aunque á grandes
rasgos, hemos procurado poner de manifiesto, está
perfectamente retratada en las siguientes frases del
norte-americano ya citado Mr. S. T. Wallis:
«...los cubanos saben bien que anexión es equiva-
lente de absorción, y que el ave altiva de que nos
gloriamos tanto , tiene garras y picos para su
propia edificación^ á la vez que benéficas alas para
proteger á la pollada que de ella depende...»
La corta historia de los Estados Unidos , que
desconocen los escribidores de folletos mendaces,,
demuestra que el éxito ha ido afilando las garras y
el pico del coloso del Norte.
CAPÍTULO IV
CAR GOS A E SP AÑA
Las diferencias entre cubanos y peninsulares de-
bían, al parecer, tener algún motivo fundado, y muy
fundado, para que buen número de ciudadanos de
una nación amiga hiciesen causa común con los
sediciosos, violando las más elementales reglas
de cortesía internacional. Algo inaudito debía pe
sar sobre los insulares, para que gobierno y pueblo
tiorte-americano les avudaran á sustraerse á la
tiranía española.
Recojamos los cargos y analicémoslos con áni-
mo desapasionado, para ver de qué lado está la
razón y el derecho. En estos asuntos huelgan las
declamaciones, á que tan afectos se muestran los
americanos del Norte y algunos del Sud; hechos se
necesitan y pruebas, que no discursos.
Supongamos, y es mucho suponer, que fuesen
cubanos cuantos se alzaron en armas contra la do-
minación española; y dijimos que es mucho supo-
ner, porque ni cubanos son los Gómez y Roloff ni
-• (jó-
los negros hijos del africano suelo. Pero, en fin,
suponiendo que lo sean, dirigían á España los si-
guientes cargos:
r Que España negaba á los cubanos su inter-
vención en los cargos públicos.
3" Que se apropiaba el producto del trabajo de
los cubanos.
3* Que se les niega, escatima ó regatea la ins-
trucción pública.
4' Que la Metrópoli se ha mostrado incapaz de
gobernar y administrar la Isla.
k' Que su impotencia es tal que ni podía vigilar
Us costas»
o' Que Hspaña corrompe y explota á Cuba,
7"" Que la Península es impotente para terminar
U Actual insurreción*
S'^ Que se los cercenan á los cúbranos los derechos
v^'^ Que 550 ponen trabas al derecho de reunión y
u^^ O^'io ?;elcs oMi$?aá contri b;2ir al engimndeci-
ir.íonto ool te;Sk>ro nacionaL
— 61 -
PRIMER CARGO
QUE ESPAÑA NEGABA A LOS CUBANOS SU INTERVENCIÓN
EN LOS CARGOS PÚBLICOS
Para cualquier persona medianamente leida, el
cargo no puede ser tómalo en serio; y aun prescin-
diendo de citar las leyes, y reales decretos de 27
octubre de 1810, 17 de noviembre de 1830, 24 de
enero de 1843, 2 de junio de 1847, 28 de septiembre
de 1858, 8 de julio de 1860, 3 de agosto de i866, 3
de julio de 1876, 28 de mayo de 1878, 10 de julio
de 1885, 3 de enero de 1887, 26 de junio de 1889, 25
de febreio y 13 de octubre de 1890 y 21 de abril de
1892, se puede recordar que cubano era D. Buena-
ventura Abarzuza, ministro que fué de Ultraniar;
cubano D. Guillermo de Osma, Sub-secretario de
Ultramar; cubanos D. Francisco Lastres y D. Santos
Guzman, Vice-presidentes del Congreso de los Di-
putados; y cubanos los Acosta, Montalvo, Azcárate,
Vinent, Kindelan, Freiré, Echevarria, Justiz, Sala-
brigas, OTarril, Bolivar, Rosillo, Valdes, Malli,
Armas, Betancourt, Bernal, Balboa, Cadaval, Dia-
go, Chacón, Beltrán, Insúa, Kohaly, Varona y' cien
más; la relación sería interminable. Sólo en el cuer-
po de Comunicaciones de Cuba hay más de cien
funcionarios cubanos, es á saber, la mitad ó algo
más de la mitad.
62 -
SEGUNDO CARGO
QUE SE APROPIABA EL PRODUCTO DEL
TRABAJO DE LOS CUBANOS
Igualmente destituido de fundamento es este se-
gundo cargo, y haciendo- gracia al lector de la his-
toria económica de la Isla de Cuba, en que quizás se
fué demasiado lejos en pro de los intereses antilla-
nos, con visible perjuicio de los peninsulares, nos
limitaremos á copiar el tipo de gravamen sobre la
riqueza rústica durante diez y siete años.
Período délo \ Subió sucesivamente el impuesto hasta el 36
campafía ) por 0(0 sobre las utilidades
Presupueslo j Fincas azucareras y tíibacaleras el 10 por oío
de 1880-81 \ Otros cultivos el 16 por 0|0
Presupuesto de ^ Fincas azucareras y tabaco el 2 por OjO
1882-88 ) Otros cultivos el 8 por o¡o
) Cualquier cultivo el 2 por o\o
1883-84
El presupuesto de gastos se fué reduciendo desde
la paz del Zanjón de la manera que dan á entender
las cifras siguientes:
lb78— 79 46.594.688 pesos
1885-86 31.169.653 «
1893—94 2B.0a7.394 *
Cuando los Estados Unidos amenazaron los azú-
cares antillanos con un derecho extraordinario, Es-
— 63 —
paña no titubeó en conceder á los buques norte-
an:iericanos el beneficio de la bandera española, y
se suprimió en la Península el derecho de importa-
ción del azúcar antillano.
¿Qué más podía hacer la Metrópoli en pro de su
isla favorita?
¡Los gastos de la guerra! Acaso no era justo los
pagasen los causantes de ella? No había sufrido bas-
tante la península, enterrando allí millares de sus hi-
jos y millones de pesos arrebatados á los subditos
leales de la nación?
Sin embargo, España siempre magnánima, com-
promete su garantía directa, que sustituye luego
por la subsidiaria, y con esta garantía recoge la emi-
sión de billetes lanzada al mercado durante la gue-
rra anterior, y que pesaba de una manera dañosa
sobre la circulación monetaria en sus más impor-
tantes poblaciones.
TERCER CARGO
QUE SE LES NIEGA, ESCATIMA Y REGATEA
LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA
En cuanto á Instrucción, posee la Habana su Uni-
versidad completa: facultad de ciencias, de filosofía,
de medicina, de derecho y de farmacia; escuelas
— 64 -
primarias y secundarias, escuelas profesionales y
de pintura v escultura.
Son cubanos el Rector de la Universidad y los
decanos de todas las facultades, el Vice-Rector y el
Director del Jardin Botánico. De 8o catedráticos
6o son cubanos.
Cubano, es el Director de la Escuela Profesional;
cubano el Director de la Escuela de Pintura, cuba-
nos los Directores de los tres Institutos de Segunda
Enseñanza (de Matanzas, Santa Clara y Puerto Prín-
cipe) y en el cuadro general de este profesorado, de
58 catedráticos, 35 son hijos de la isla.
¿Donde está la Urania española? Y cuéntese que
no estampamos nombres propios para no alargar
este folleto.
Y á propósito: á los que de oídos, como ciertos
Doctores, nos hablan de continuo y en obras, so-
bre insulsas plagadas de errores, de la tiranía de
España, y de mártires como Heredia, no estará de
más recordarles las siguientes palabras de este ilus-
tre cubano:
«Es verdad que ha doce años, la independencia de
Cuba era el más ferviente de mis votos y que por
conseguirla habría sacrificado gustoso toda mi san-
gre; pero las calamidades y miserias que estoy pre-
senciando hace ocho años, han modificado mucho
mis opiniones y vería como un crimen cualquier
— 65 -
tentativa para trasplantar á la feli^y opulenta Cuba
los males que afligen al continente americano »
CUARTO CARGO
<2UE LA METRÓPOLI SE HA MOSTRADO INCAPAZ DE GOBERNAR
Y ADMINISTRAR LA ISLA
Sí, es verdad: España se ha mostrado incapaz de
gobernar y administrar la isla de Cuba; lo confe-
samos de buen grado. Con seguir el ejemplo de
los norte-americanos, después de la guerra de se-
cesión, ó el de Inglaterra en Indias ( c); con perseguir
como fieras, hasta exterminarlos, á los enemigos
de España, se hubiese acreditado ésta de cruel, es
cierto, pero en cambio hubiera asegurado la paz
•en la Isla.
Grave falta ha sido Ja de los gobernantes españo-
les, haber permitido que en el antillano suelo sur-
giera el conflicto de razas; grave falta haber pac-
tado en el Zanjón ofreciendo cargos á cambio de
una sumisión nominal; gravísima falta haber per-
mitido que los periodistas yankis fuesen y vinie-
(1) De un articulo publicado por La Nación, el día 20 de enero,
y titulado cLos ingleses en la india>, son notables las siguientes
palabrns: «Sir Lockhart ha lanzado una proclama enumerando
los castisros infligidos á los afridis, el incendio de sus aldeas, la
destrucción de sus fortificaciones y los daños causados en sus
campos.
o
— 66 —
sen de los campos insurrectos, conspirando contra
la soberanía española; y grave, muy grave falta no
haber exigido á Norte-América la más estricta neu-
tralidad en las guerras civiles cubanas.
Pero aún hay más, y esto es á nuestro juicio el
peor cargo que se puede dirigir á la diplomacia
española. ¿Por qué, no bien se conocieron la doc-
trina de Monroe y las palabras de Mr. Adams, no
se denunció el tratado de 1795?. Por qué no sólo
no se denunció sino que se firmó el protocolo de
1877?
Es fuerza confesarlo; la diplomacia española no
se acreditó en esta ocasión ni de sagaz ni de previ-
sora, tratando á los Estados Unidos como se trata
á un amigo de quien nada hay que recelar. Por
desgracia, los hechos han demostrado que ni el go-
bierno ni el pueblo norte-americano habian olvida-
do las palabras de Mr. Adams.
Pero, volviendo al cargo dirigido por los cuba-
nos, podemos decirles que si las provincias penin-
sulares no se quejan de su suerte, Cuba, provincia
española, no tenia derecho tampoco aquejarse. Las
últimas leyes, anteriores á la autonomía, ponían á
la isla de Cuba en igualdad de condiciones con las
demás provincias; la rebelión contra las leyes de un
país merece castigo. Por menos causas el gobierno
de la Unión echó sobre los Estados del Sur todo el
peso de los del Norte.
— 67 —
Conviene recordar, para que se aprecie la lealtad
de los supuestos cubanos y de los simpatizadores
de su causa, que el grito de Yara coincidió con el
grito de Cádiz, ó séase que si libertades pedían los
insulares, libertades reclamaban también los penin-
sulares; sólo que éstos no se apresuraron, dejan-
do que las nuevas ideas se fueran abriendo camino
y les otorgaran lo que momentáneamente habían
pedido con las armas en la mano; y que el grito de
Baire resonó mucho después de la promulgación de
las leyes que convertían á Cuba en provincia espa-
ñola. De suerte que, una de dos: ó no es cierto
que se levantaban en armas para obtener libertades
— que se les concedían antes de apelar á tal extre-
mo— ó bien, y esto es lo seguro, obedecían á ins-
tigaciones de los norte-americanos, ávidos de sacu-
direl árbol para recoger la manzana que de él pendía.
QUINTO CARGO
QUE su IMPOTENCIA ES TAL QUE NO PODÍAN VIGILAR LAS
COSTAS
¿Por qué España no ha podido vigilar la costa
cubana, impidiendo el alijo de armas y municiones?
Esto se preguntan insurrectos y peninsulares; y
si bien la pregunta en labios de éstos tiende á en-
contrar una respuesta satisfactoria, en boca de los
y
/
- 68 —
insurrectos intenta probar que los españoles care-
cían de medios para impedir las expediciones fili-
busteras.
Veamos lo que haya de verdad en este caso.
Las aguas jurisdiccionales alcanzan á tres millas;
y siendo difícil averiguar, navegando un vapor,
cuantos centimetros pasó de la linea, tenemos en
perspectiva una nueva reclamación diplomática por
cada presa que se hiciera ó intentara. Porque con-
sumado el hecho, el buque español habia de asegu- y
rar que la presa se realizó en aguas jurisdiccionales,
y el buque yanki ó filibustero, que navegaba tres
millas y diez centimetros fuera de la costa.
Un hecho, entre otros, prueba la verdad de nues-
tro aserto.
A poco de haber estallado la insurrección, el
«Conde de Venadito» avisó á cañonazos á un vapor
sospechoso que se detuviese, viendo que no hacía
caso de otras señales; y en el acto formularon los
Estados Unidos la correspondiente reclamación,
fundada en que el vapor navegaba fuera de las tres
millas á que alcanzan las aguas jurisdiccionales.
Sin duda para evitarse nuevas reclamaciones, el
gobierno español recomendaría prudencia alas au-
toridades marítimas de la isla, las que, en su afán de
no crear conflictos, obedeciendo órdenes superio-
res, se limitaron á vigilarlos puertos y las costas á
ellos cercanas. Más de una vez adivinarían la pro-
— 69 --
ximidad de embarcaciones enemigas, pero no se
atrevían á barrenar instrucciones recibidas; que á
la postre el que obedece bien hace en sujetarse es-
trictamente á lo mandado, sin discutir la lógica ó
inoportunidad de la orden.
Bueno es recordar que, si no estamos mal infor-
mados, el comandante del «Conde de Venadito}^ fué
trasladado á otro puesto; nueva prueba de amistad,
mal agradecida, dada al gobierno de la Unión.
También es prudente comprender que no es tan
fácil, como á primera vista parece, vigilar una isla
cuyas costas tienen una extensión de 3184 kilóme-
tros. Y si esta consideración necesitara apoyo, lo
encontraría fuerte y robusto en el hecho de que dos
potentes escuadras norte-americanas no han podi-
do evitar el arribo á playas antillanas de buques es-
pañoles.
CARGO SEXTO
QUE ESPAÑA CORROMPE Y EXPLOTA Á CUBA
Desvaneceremos este cargo, tan infundado como
los anteriores, transcribiendo unas lineas, no de un
español, de un francés, de Mr. Charles Benoist (i):
(l) L'Espagne, Cuba ot les Etats Unís.
— 70 —
« Recorran los libros que los denuncian. ¿Qué
ven Vds. en ellos? Fraudes en la aduana, fraudes
en las declaraciones de herencias, fraudes contra
el Tesoro; fraudes tales, que no hay colonia en el
mundo ni casi metrópoli que no los registre análo-
gos; fraudes que se aclimatan en Cuba mejor que en
otras partes, porque la moralidades en mucho un
negocio de latitud y van las conciencias desnudas,
expuestas á una temperatura de invernáculo que ha-
ce abrir los vicios en las almas podridas como las
orquídeas en los bosques podridos. Fraudes bilate-
rales, que dejan suponer siempre un corruptor antes
que el corrompido. Luego, ¿cual de los dos es más
culpable: el que corrompe ó el que se deja corrom-
per? El honrado presbítero, D.Juan Bautista Ca-
sas demuestra teológicamente que el corruptor, el
seductor, el tentador, Lucifer^ debe ser quemado
el primero.
«Y á mayor abundamiento, si el corruptor es siem-
pre un cubano ¿el corrompido es siempre un espa-
ñol? ¿La administración española es para los cuba-
nos la escuela del escándalo? ¿Está en verdad tan
carcomida? ¿Son ellos inocentes? El Sr. Romero
Robledo, que lamentaba siendo ministro no poder
arrancar de raiz la planta venenosa de la administra-
ción cubana, completó en el último verano sus de-
claraciones, agregando que de cien empleados
ochenta son cubanos».
— 71 —
De donde se deduce, y el Sr. Benoist atribuye la
deducción á los españoles, que Cuba se explota y se
corrompe ella misma.
CARGO SÉPTIMO
QUE LA PENÍNSULA ES IMPOTENTE PARA TERMINAR
LA ACTUAL INSURRECCIÓN
Este cargo queda desvanecido con leer el capi-
tulo que dedicamos á la política de la Unión, y con
las siguientes palabras que á este asunto dedica una
de las más altas personalidades del periodismo espa-
ñol (i) :
« Si de buena fe querían verla isla de Cuba
en paz, no tenían más que hacer, que expulsar de
allí, como lo hacen las naciones europeas, á los que
conspiran públicamente contra un pueblo oficial-
mente amigo, é impedirlas expediciones de contra-
bando de guerra.»
Por su parte, M. Phelps, ex-embajador de los
Estados Unidos en Londres, dice lo siguiente:
Jl J. Moño y FJaquer.
— 72 —
«Esta rebelión hubiera terminado desde hace mu-
cho tiempo, si no hubiese estado sostenida y ayu-
dada por continuas expediciones salidas de los
Estados Unidos, con violación de nuestras propias
leyes de neutralidad y de nuestras obligaciones y
tratados. Nuestro gobierno, en verdad, no ha
alentado estas espediciones y hasta ha hecho algu-
nos esfuerzos para impedirlas, pero siempre sin
resultado. Los Argos de los Esüidos Unidos llega-
ban al punto de salida de los buques filibusteros
cuando éstos ya habían partido. La vigésima par-
te de nuestras fuerzas navales, que actualmente tra-
tamos de reunir de todas las partes del mundo,
para lo que se llama «defensa nacional}^, habría bas-
tado para agotar la única fuente que alimentaba la
rebelión,»
Cargo hay, es cierto, para España, por andar re-
misa en solicitar enérgicamente lo que á las pri-
meras indicaciones, y siempre de buen grado, nos
ha concedido Francia, por ejemplo. La debilidad
de antaño trajo la guerra actual; si, denunciando
el tratado, hubiésemos abordado resueltamente la
cuestión sin quijotismos, pero virilmente, ni hubié-
semos tenido la guerra de los diez años, ni la que
comenzó en Baire, ni la actual con los Estados Uni-
dos. ¡Lástima que las debilidades délos gobiernos
las paguen los pueblos!
— 73 -
CARGO OCTAVO
QUE SE LES CERCENAN Á LOS CUBANOS LOS DERECHOS
POLÍTICOS
De este cargo se apoderó recientemente un pas-
quín que vio la luz en Buenos Aires, y es lógico
que de él se apoderaran los encubiertos enemigos
de España, dada la ignorancia del mayor numero
délos que en estos asuntos se ocupan. ¡Es tan her-
moso y sienta tan bien hablar de opresión y tira-
nial Están simpática la libertad, asi luego resulte
dama descocada, sin ley ni freno que la rija!
Pero los espíritus reflexivos, que gustan de prue-
bas y no de palabras, han convenido al fin en que la
muletilla de los libertadores (?) de Cuba no encie-
rra más que una verdad, tremenda para España, y
es que en Cuba ha habido, de algunos años á esta
parte, exceso de libertad, ya que sin ella no se com-
prendería la descarada propaganda que se hacia
contra la soberanía española. Decimos tremenda
para España, porque no creímos nunca lo que en
un arranque de miliciano dijo un dia el Sr. Sagas-
ta, ó sea, que «los males de la libertad con la li-
bertad se curan», antes con el pueblo creemos que
<rel loco por la pena es cuerdo;^.
— 74
Si recordamos que el grito de Bairc se dio en fe-
brero de 189S y que la Constitución española de 2
de julio de 1876 concedió á los cubanos los mismos
derechos de que gozan los peninsulares, se com-
prenderá cuan poco valen las declamaciones^ y có-
mo suenan á huecas las palabras opresión y tira-
nía-^ pues si aquella Constitución no oprime ni ti-
raniza á los peninsulares, mal puede, al ser la misma,
oprimir y tiranizar á los cubanos.
«Están, pues, sólidamente reconocidas por la ley,
en favor de los cubanos, la seguridad personal, la
del domicilio, la de la correspondencia, el derecho
de propiedad, el de sufragio, la libertad de con-
ciencia, la de enseñan^ y profesión arte ú oficio,
la del pensamiento, la de imprenta — sin censura
previa — , la de reunión, la de asociación, la de pe-
tición, la aptitud respectiva para optar á todos los
cargos ó destinos públicos, y el régimen municipal
y provincial con vida propia.^í^ (i)
¿Dónde están, pues, la opresión y la tiranta
españolas?
(I) E^iaila y Cafta— Anónimo— 1896— pág. 37. A este folleto
rto le atribuyo carácter oñcial.
— 75 —
CARGO NOVENO
QUE SE PONEN TRABAS AL DERECHO DE REUNIÓN
Y ASOCIACIÓN
Acabamos de ver que entre los derechos de que
disfrutan los cubanos, figura el de reunión y asocia-
ción.
Como ampliación á la noticia, diremos que la ley
que regula el derecho de reunión para la Península
lleva la fecha de 15 de Junio de 1880, y la relativa
al derecho de asociación la de 30 de Junio de 1887.
Ambas leyes se hicieron extensivas á Cuba por
Reales Decretos de 1° de Noviembre de 1881 y 12
de Junio de 1888 respectivamente.
¡Otro cargo desvanecido!
DÉCIMO Y ÚLTIMO CARGO
QUE SE LES OBLIGA Á CONTRIBUIR AL ENGRANDECIMIENTO
DEL TESORO NACIONAL
Al rebatir el segundo cargo ya nos hemos referi-
do indirectamente á este último, que se combate
co, que «sólo diez
^ultramar, pero ea
contribuyentes de
'^||iy:§S§^%Sl>^^ déficits del pre-
Ai)fííS|iMra?k(KÍ03''^^iue si hay alguien
i>^^KJ§m}£pSI lujarse, no son cierta-
'$ H^f'^tlV'^^^^^^^ contribuyentes
'M'tw#Sqj^inrcH(«|BDSi sacrificios para que
^SVnfSl^.KS^^Skr l'^s norte-ameri-
||-'^A42tJ|>^%^[tt^rruinar la isla de
o cargo, cómo
gastos desde la
'#3SeSii¡^;g!-g^4¡|ao de 8
^-j>i*^j'l|3^i^íi^;^adir qi
[adir que desde i
il&'Í^^^3«>^í^7^[3£íómetros de vías fé-
>^<tBSif)^^a|tc^:^^n dicho año de 1879
^^íl'^t&T^ittQ^qK^^scendió en 1887 á
[fa^*^t^*.^y.*a¿áj^recie la pésima ad-
•5n:^^*]^í^<Si'oduccÍón azucarera,
~ ' I^^É39¡i^^e riqueza de la isla.
^^^ri^^ó^ladas, ascendió, gra-
'*S¡®S^SÍ^ÍíS>n 1894, á 1.0:8.038
Z. -ft.
_ las conspiraciones
_ .. ^^^^Sodicia yanki, la isla
l^^^i^l^l^íe^^^» que demuestran las
^3'£|*:^í^'0j|!?^t^'su riqueza actual sin
— 77
la pasada guerra de los diez años y la que por des
gracia aflije todavía á la perla de las Antillas!
Como ampliación á todo lo dicho, debemos hacer
constar que la isla de Cuba gozaba ya antes del gri-
to de Baire, de todas las libertades que en la Pe-
nínsula se gozan, y por si esto no fuese bastante,
se eximió á los cubanos del servicio militar, que es
en España obligatorio para todos los ciudadanos,
y se descartó al Tesoro de Cuba de sus obligaciones
que aceptó el Tesoro Nacional.
Cuba de esta suerte gozaba de mayores liberta-
des que las colonias francesas, danesas y holan-
desas.
¡Y que algunos miopes nos hablen luego de la ti-
ranía españolaX
Sintetizando este ya largo capítulo, resulta que
no puede formularse cargo serio contra la nación
española, referente á su modo de administrar sus
posesiones ultramarinas. Es más: comparando, no
ya sus antiguas Leyes de Indias, hoy arrinconadas
por caducas, sino sus actuales leyes, con las pro-
mulgadas por naciones que tienen colonias, resultan
las españolas, en su conjunto, mucho más liberales.
— 78 -
Quizás, y lo repetimos, demasiado liberales; que en
fuerza de aflojar la mano pudo creerse que la tenía-
mos débil para empuñar con energía la espada que
debía defender nuestros derechos. Se le concedió
á Cuba políticamente cuanto se concedió á la pe-
nínsula, y económicamente mucho más. ¡Conque
derecho, pues, se quejan los Maceo y los Roloff,
los tenedores de bonos y los gacetilleros neoyor-
quinos?
Si á fuer de españoles, y con la razón que nos
asiste para juzgar los actos de nuestros gobernantes,
tuviésemos que dirigir un cargo, no al gobierno
actual, sino á todos los gobiernos habidos en Es-
paña desde 1823 acá, lo sintetizaríamos con una
sola palabra: «Débiles;^.
CAPÍTULO V
LOS CONCENTRADOS
El país que durante la guerra de secesión había
dado al mundo el ejemplo de la más repugnante
barbarie, según atestiguan sus propios historiado-
res (i), se sintió profundamente conmovido al saber
que los concentrados- cubanos carecían de lo más
indispensable para a vida. ¡Cómo nación tan hu-
manitaria (?) había de permitir que se muriesen de
hambre los cubanos ó peninsulares que una despó-
tica ley española había aglomerado en las pobla-
cionesJ Porque santo y bueno que se hayan cazado
como á fieras á los infelices pieles rojas^ y que á
diario se lynche á criminales, ó supuestos crimina-
es; que esto al fin y al cabo es lógico en el pais de
(l> Téngase presente la nota del Gobierno español, y cuya re-
dacción se atribuye a D. Antonio Cánovas, inserta en el capítulo
titulado «La política de la Unión» •
mvfffiMr ^ mueran de ham-
*íión amiga, esto no
_ Jno yanki. ¿Que este
^'^VmrS'Sm ""■'■ P"" legitimarla in-
6flÍiKl«(lLtBli}SpaM|)<cttti8Js y no pocos aspá-
is 'fi'^'^''S' V/Sjm* Qu^ 1^v<^ ^' general
^tt'jBi^uViBl-BJ^^^entración. vamos á
p8k^4Slwl«»WV^ para que se aprecie
^i^Bii^|iS^$;M'M Medida, sino la nece-
ÍÍE.^Í^»=Í^#Í ^1^0?^*"'^' si se quería
^*l^^^^->^'^^-B''^ fatigaba á España
&45»=S'ift^E^S^^^£^*^ que, en tiempo de
É*c|ptgi^^^i2É^2^s de un país sufren
^Mi¿g::^gi>|^3sii5r]gc de la contienda, que
'pl^J^ApÁ^^^^T^stado anormal el de
-irÜ^^Í^Í'SlS^^'^'^'' >' ^^ anormali-
^||ei|^tti5:i||ássdB:sgDÍesenvuelve.
'^^ente que en una gue-
Bs^^^í^ío pueden, por su or-
^ípnif|>^^|r á medidas extiemas
|^<Sl^;«^^^cuiTen generalmente
. - _ — 11*^^^*25^ apoyo y sostén y de
^É^íl^i^l^^^^^^^^^ mano de cuantos
— 81 —
curarse lo que de buen grado, sin duda, no se les fa-
cilitaría.
Enterémonos ahora de la organización adminis-
trativa de los rebeldes cubanos:
«Las autoridades civiles — dice un sesudo escritor —
eran los tenientes gobernadores, los prefectos y los
sub-prefectos. Recogían á cuantos hombres útiles,
armados ó desarmados encontraban en la zona, sin
pase á los insurrectos y los obligaban á incorporarse
á la primera partida que hallaban; se apoderaban de
los caballos y los reunían en lugar seguro para que
los utilizaran los rebeldes; establecían talleres de ar-
mas, pólvora, carpintería, zapatería, etc. en los cua-
les, de grado ó por fuerza, trabajaban los que para
ello tenían aptitud; y hacían acopio de sal, azúcar,
medicinas, armas, municiones, equipos y cuanto
podía ser útil á las partidas.
<^Su organización de nada les hubiera servido si no
hubiesen contado con los llamados pacíficos^ que á
pesar de sn nombre, son los que más han contri-
buido á la prolongación de la guerra, unas veces
voluntariamente y otras por salvar la piel. Las au-
toridades délos insurrectos establecían su residencia
en las sitierías de los pacíficos, quienes no podían
hacer otras siembras que aquellas para las que pre-
viamente se les había autorizado, y habían de ser en
especial de yucas, de plátano, malangas, ñamos, esto
-Sí-
es, de frutos utilizables para la manutención de los
mambises. A las órdenes de los prefectos y sub-
prefectos había un cuerpo de «vianderos» los cuales
iban, siguiendo un tumo rigurosamente establecido,
á los sitios de labranza á recoger los tributos en es-
pecies para el sostenimiento de los insurrectos.
«rNo era ésta la contribución que con mayor rigor
se exigía á los pacíficos, sino la de las noticias. To-
do el que penetraba en un punto ocupado por las
tropas, era de hecho un espía, porque se le exigía
que pusiese en conocimiento del prefecto y agentes
de los pueblos cuanto había visto y oído respecto
á las fuerzas españolas, situación, número, movi-
mientos y todo lo que hiciese relación con la guerra.
Además se les convertía en peatones para llevar y
traer la correspondencia délos prefectos y sus agen-
tes; se les forzaba al espionaje y en caso de que
hubiese muchos claros en las filas, se les convertía
de pacíficos en gueireros, obligándolos á ingresar
en las partidas. Los pacíficos que no tenían apego
á la insurrección, lo tenían á la vida, y el terror era
tan eficaz como el entusiasmo, porque los mambises
no se mostraban blandos, y si sospechaban que hu-
biese siquiera tibieza en el servicio de la causa re-
volucionaria, los condenaban á morir enguasima-
dos ^ esto es, ahorcados de un árbol llamado guasi -
ma. Y ni aun allanándose á las exigencias de los
mambises estaban seguros. En la noche del 1 6 de
— 8g —
agosto de 1896, el cabecilla Machado dio orden de
quemar las casas de la ribera Ojo de Agua, reco-
mendando á los suyos que se pusieran á cubierto da
los tiros del fuerte; y las casas quemadas, según un
documento de los insurrectos, fueron las que estaban
lejos del fuerte, pertenecientes á ^sitieros patriotas,
que con sus siembras y personas servían á la Repú-
blica.
«El insurrecto Abreu inserta en sus «Memorias»
una circular de la Tenencia de Gobierno del dis-
trito de Remedios, eñ la que ordena á los prefectos
y sub-prefectos que visiten á todos los pacíficos «y
evocando sus sentimientos patrióticos les hagan sa-
ber que deben de mutuo propio, con franca espon-
taneidad, tan pronto acampen fuerzas cubanas en su
vecindario, concurrir á ellas, llevándoles viandas y
otros artículos de primera necesidad, ó lo que pue-
dan, sin necesidad de que dichas fuerzas ocurran al
prefecto ó sub-prefecto para la adquisición de di-
chos articules.»
«En las mismas «Memorias» se lee: «Han traído
á este campamento (Vajacas, cerca de Ma nicaragua)
una de las granadas que las tropas de Aldave nos
arrojaran en la Loma del Ternero, el día del con-
voy. La granada estaba llena; la trajo un pacifico,
como á diario traen periódicos y cuantos objetos
necesitamos de los pueblos, como medicinas, etc.
Del pueblo de San Juan de las Lleras es de donde
— 84 -
nos traen las cosas en mayor cantidad. De Ran-
chuelo han traído los pacíficos, por encargo del pre-
fecto, 30 mudas de ropa que han sido repartidas en
el escuadrón }^
El mismo escritor dice más adelante:
^No era nada agradable la existencia de los pací-
ficos á quienes el titulado gobierno insurrecto con-
sideraba como soldados del llamado «Ejército Li-
bertadoo> y como tales, sujetos á las ordenanzas y
leyes de este gobierno, haciéndoles saber que por
tal motivo están en el deber de acatar, respetar y
obedecer las órdenes superiores, como también es-
tán bajo sus inmediatas órdenes para obedecerlas».
«Una circular del gobierno insurrecto, fechada
el 20 de marzo del 96, faculta á los prefectos y
subprefectos mambises para utilizar los campesinos
«en todo aquello que se relacione con el servicio,
sin excusa de ningún género». La mejor manera de
mandar es la fórmula «para todo y sin excusa».
«Cuando los prefectos ó subprefectos lo estimen
oportuno, procederán á formar junta de vecinos
para dar ^a^í^^Za^— incendiar— destruir casas, co-
rrales, vías férreas, telegráficas y telefónicas, reco-
ger ganados, y todo lo demás que sea de utilidad
para la Revolución, Tan pronto reciba V. la pre-
sente, citará en junta á todo el vecindario y hará
— 85 —
saber estas disposiciones, y en acta que al efecto le-
vantará hará firmar á los que estén de conformi-
dad', con los que no lo estén, procederá con arre-
glo á las instrucciones precedentes, expulsándoles
del territorio.;^
Se vé que la conformidad en dar candelas, no
podía ser más espontánea, porque al que no firmaba
se le obligaba á marcharse en un plazo que no pa-
saba de setenta y dos horas.
En otras circulares se impone á los pacificos la
obligación de entregar bajo recibo las provisiones
que se les pidan; se les manda que atiendan y asis-
tan á los heridos y enfermos; se les exige que siem-
bren «viandas para el auxilio de las fuerzas acana-
padasen las zonas de la prefectura á que correspon-
da, ó en otras». También deben tener preparadas
«viandas de todas clases;^ y no se les permite po-
seer sino «una yegua por cada casa, para el ser-
vicio.»
Esta organización era conocida del general Mar-
tínez Campos. Sabia perfectamente que el pacífico
era el más poderoso auxiliar con que contaban los
insurrectos; pero, hombre de ideas sumamente con-
ciliadoras, no quiso arrostrar las consecuencias de
una concentración, ó no se ateevió á sufrir las cen-
suras que forzosamente hab'an de dirigirle los que
se sintiesen perjudicados por el rigor de la medida.
— 86 —
Pero llega á la isla de Cuba el representante de
la teoría de que á la guerra hay que responder con
la guerra, y de que son funestas las consideraciones,
cuando se tropieza con incendiarios y foragidos; y
conocedor de que los pacíficos, queriendo ó sin que-
rer, esto es, voluntaria ó forzosamente, son los prin-
cipales enemigos de España, y repugnándole apelar
á las bárbaras medidas de rigor empleadas por los
americanos del Norte para vencer hasta sojuzgará los
del Sud, ordena que la gente del campo se concen-
tre en ciudades y poblaciones, asestando con esta
sola orden terrible golpe á la insurrección, que
carecerá en lo sucesivo de espías, de víveres, de
medicinas, de brazos, de cuanto, en fin, contribuía á
tener en jaque á los ejércitos de la nación española.
Porque era rudo el golpe para los insurrectos y
sus embozados protectores, levantó protestas délas
juntas revolucionarias, con domicilio oficial en los
Estados Unidos, y de la prensa que á la postre veía
en esta medida la terminación de la guerra, sin que
la Unión hubiese podido intervenir.
Y entonces se vio el caso raro, sin precedentes
eñ la historia, de que el mismo país que lamentaba
ó parecía lamentar) la guerra, se quejase deque la
nación interesada tratase de terminarla; que no
otra cosa significaba, por un lado España intentan-
do quitar tuerzas á los rebeldes, y de otra los Esta-
dos Unidos, compadeciéndose de la suerte de los
— 87 —
concentrados, y pidiendo su vuelta al campo para
que continuasen siendo los aliados descubiertos ó
embozados de los que peleaban contra las fuerzas
leales.
Sabia el gobierno de Madrid cuanto sabíamos no-
sotros, y algo más sin duda; y sin embargo, para
quitarle á la Unión hasta el menor pretexto y po-
derla mostrar al mundo como ejemplo de villanía
y bajeza, accede á derogar el lógico decreto expe-
dido por el general Weyler, y á los bohíos y si-
tierías vuelven los que durante tres largos años
contribuyeron con sus debilidades á que la guerra
se prolongase.
Diga el lector imparcial, después de estas ligeras
explicaciones, si Weyler obró bien ú obró mal; si
cualquier nación en igualdad de circunstancias, no
hubiese obrado como España,
CAPITULO VI
DERECHO INTERNACIONAL
Para analizar la conducta del gobierno de los Es-
tados Unidos como contraria al Derecho Interna-
cional vigente, necesitaríamos escribir un volumen
in folio\ tantas son las leyes atropelladas por aquel
gobierno. En la imposibilidad material de exten-
dernos en detalles, en lo que probablemente ei.coUa-
rlamos por falta de competencia, nos limitaremos á
señalar los atropellos de mayor bulto, siguiendo la
luminosa obra de Bello: «Principios de derecho in-
ternacional» ilustrada con notas por el eminente co-
lombiano D. Carlos Martínez Silva.
«La independencia de cada Estado sería quiméri-
ca si los otros se arrogaran la facultad de llamarlos
á cuentas y de invalidar sus pactos», dice con razón
Bello, de donde lógicamente se deduce que los Es-
— 89 -
tados Unidos no tienen derecho á inmiscuirse en
asuntos que, como la insurrección de Cuba, al ser
internos, afectan la soberanía de la nación española.
En el presente conflicto ha habido, por un lado
un agresor, nación fuerte y potente, y de otro un
agredido, una nación relativamente débil y pequeña;
y si bien el Derecho Internacional asegura que «la
república más débil goza de los mismos derechos y
está sujeta á las mismas obligaciones que el impe-
rio más poderoso», los norte-americanos aceptaron
la injusta teoría sustentada en el Parlamento britá-
nico, ó sea, que en las relaciones con los Estados
débiles no debían guardarle las mismas reglas que
con las grandes potencias; teoría que se encargó
de ampliar el Times, órgano de la opinión ilustrada
inglesa, cuando á propósito del conflicto anglo-bra-
sileño escribía: <rSeguramente no habríamos obrado
de la misma manera (con Francia ó Estados Unidos);
pero el Brasil es una potencia de segundo orden, y
las potencias débiles no tienen el derecho de ha-
llarse en culpa para con las grandes potencias*!^
Dada esta teoría monstruosa, de cuya aplicación
hay por desgracia más de un ejemplo en la historia,
no ha de sorprender á nadie que el coloso quisiera
imponerse al débil, y que los Estados Unidos cre-
yesen que con sólo ponerse de pié, la nación ofen-
dida había de acceder á sus injustas pretensiones.
Afortunadamente, no ya para España, pues para
— 9j —
los combatientes siempre la guerra es una catástrofe,
sino para lo que es inmutable, imperecedero y eter-
no, el principio de la justicia, la nación española re-
cogió el guante, demostrando al mundo entero que
es preferible morir con honra á vivir deshonrado.
¿Por qué se preguntan algunos - las naciones
europeas abandonan á España y no se coligan para
ayudarla en tan duro lance? ^Porqué las repúblicas
sud-americanas no se confederan y ayudando á la
madre patria alejan sombras y temores para el por-
venir?.
La razón á nuestro entender es obvia.
Vivimos en el siglo del más bajo y repugnante
egoísmo individual, lógica consecuencia de las ideas
imperantes doquier. Hoy !a abnegación, el sacrificio,
el culto á ios grandes ideales que antaño movieron
á las nacionalidades, han sido reemplazados por
el tratado de comercio, el tanto por ciento, el chati-
tage las grandes especulaciones licitas é ilícitas;
hoy el hombre de más valer no es el más honrado
ni el más prudente, ni el más sabio: es el millona-
rio. Y como, al fin y al cabo, la colectividad no es
más que la aglomeración de células sociales, al ser
egoísta el individuo, la colectividad tiene que ser
egoísta. Tan arraigada está esta nota egoísta, que al
que sueña en algo que eleve y purifique á la huma-
nidad; al que, nuevo Quijote, quiere romper lanzas
contra malandrioe': v follones, volviendo por los
— 91 —
atropellados fueros de la razón y la justicia, !e lla-
man poco práctico. Para ser práctico es menester
que el liombre no persiga más que un ideal, su pro-
pio provecho. Las naciones como los individuos
han de ser prácticas (?).
Bello prevea el caso cuando escribió: «Una na-
ción formidable por su poder insulta á un Estado
débil. Las otras atendiendo á su seguridad propia,
deberían coligarse para castigar el insulto. Mas adop*
tando esta conducta, tendrían que someterse desde
luego á todas las calamidades y contingencias de la
guerra, para evitar un peligro incierto y distante.
Así vemos que, cada una de ellas, aunque suscepti-
ble de vivos resentimientos, cuando se la hace una
injuria, mira con indiferencia, ó á lo sumo con una
indignación tibia y pasajera, loa agravios ajenos^.
Claro está que la actual conducta de los Estados
Unidos entraña una serla amenaza para todas las
potencias europeas, que tienen posesiones en Amé-
rica y aún para todas las nacionalidades de Centro
y Sud América; pero ¿cuál de ellas querrá atreverse
á medir á solas sus esfuerzos con el coloso?
Mac-Kinley se ha negado á reconocer la nonnata
República Cubana, y en esto obró de acuerdo con
el Derecho Internacional, porque los insurrectos
carecían de autoridad seria con quien entenderse, y
del momento en que convertidos en tribus errantes
huían á la aproximación de las tropas leales, les
— 92 —
faltaba la estabilidad que debe caracterizar á todo
gobierno constituido. Y si no había gobierno cuba-
no, debía haber forzosamente, como ha habido siem-
pre, gobierno español: atentar contra la soberanía
de éste implica una burla sangrienta al Derecho In-
ternacional, porque, "y habla Bello, «á ninguna na-
ción le es permitido dictar á otra la forma de go-
bierno, la religión ó la administración que éstadebe
adoptar, i.i llamarla á cuentas por lo que pasa entre
los ciudadanos de ésta ó entre el gobierno y los sub-
ditos.}^
Irlanda fué desastrosamente gobernada y horrible-
mente oprimida por Inglaterra, hasta principios del
siglo actual. Se perseguía á los católicos, que como
se sabe son el mayor número; se aprobaban leyes
á fin de matar las industrias irlandesas, con objeto
de proteger las inglesas; se inventaba todo para ha-
cer pesar sobre la infeliz Irlanda el yugo del con-
quistador. Las naciones europeas conocían perfecta-
mente el estado político -económico de aquel país,
y sin embargo, ni individual ni colectivamente tra-
taron de intervenir para que desapareciese el régi-
men y el atropello.
La misma Inglaterra, á mediados de este siglo, y
por boca de M. Gladstone. se condolió de los atro-
pellos que de su gobierno recibía el pueblo napoli-
tano. No obstante, ni conservadores ni liberales
creyeron de su deber convertirse en redentores, ce-
- 93 —
rrando sus oidos á los violentos discursos de aquel
hombre de Estado.
Estos hechos demuestran lo que está en la con-
ciencia de todos; esto es, que las leyes internacio-
nales, que en Europa se respetan, se violan escan-
dalosamente por una de las naciones que á última
hora fué á tomar asiento entre ellas.
Los Estados Unidos han invocado dos razones
diversas para intervenir en la rebelión cubana; el
perjuicio que la guerra causaba á sus intereses, y un
sentimiento de humanidad.
La primera razón, queda de ningún valor al de-
mostrarse, como se ha demostrado, que Norte Amé-
rica era el foco principal de la insurrección. Con-
forme decimos en otro capítulo, sin el apoyo de los
Estados Unidos, ni la revuelta iniciada en Jara hu-
biese durado diez años, ni el grito de Baire hubiese
dado lugar á la guerra actual.
La segunda razón no es tampoco digna de ser te-
nida en cuenta, desde el momento en que con he-
chos ha podido probarse que el prolongado derrama-
miento de sangre era debido al apoyo que los insu-
rrectos recibían de los Estados Unidos. Con negarles
este apoyo, en breve plazo terminaba el derrama-
miento de sangre. Ejércitos más nutridos y mejor
disciplinados, se han movido en la península á im-
pulso de gritos bien diversos; combates y verda-
deras batallas se han librado en las Provincias Vas-
— 94 —
congadas, Navarra, Cataluña y Valencia, sangre y
más sangre hispana se ha derramado en los campos,
teatros de tenaces luchas, y sin embargo, ni á Fran-
cia, ni á Inglaterra, ni á ninguna nación europea se
le ocurrió intervenir en nuestras civiles contiendas,
so pretexto de que debía ponerse coto al derrama-
miento de sangre.
Para mayor sarcasmo, para que aún resalte más
la sinrazón de Norte— América^ á fin de atajar la
efusión de sangre en Cuba, y apelando á un senti-
miento de humanidad, se declara una guerra en que
van á perecer miles y miles de soldados de ambas
partes, en que va á llevarse el luto y la desolación
de California á New-York, de Nueva Orleans á las
extremidades de Michigan, sin que lesimporteá los
californianos que, por ejemplo, allá en la manigua, los
negros, instigados por extrangeros y ambiciosos,
pretendan sustraerse á la dominación española. ¡A
lástima mueve el razonamiento yanki! Ojalá fuese
cierto una vez más que Dios ciega á los que quiere
perder!
En el capítulo que Bello dedica á hablar «Del te-
rritorio», dice: «Los Estados ambiciosos suelen va-
lerse de diferentes pretextos para apoderarse del
territorio ageno: el más ordinario y especioso es el
de la seguridad propia, que peligra, según ellos di-
cen, si no toman estos ó aquellos límites naturales,
que los protejan contra una invasión extrangera.
- 95 —
Norte América, á laque cuadra el calificativo de
ambiciosa, no invocó este argumento, porque el mar
á ello se oponía; pero invocó otro aún más especioso;
el comercio. Según la Unión las guerras civiles de
Cuba perjudicaban su industria y su comercio;
siendo de lamentar, no este aserto del gobierno de
Washington, sino el que algunas eminencias espa-
ñolas aceptaran la opinión como buena. No hace
muchos dias, un distinguido abogado español nos
escribía diciendo que la guerra, entonces en pers-
pectiva, obedecía en primer término á causas econó-
micas. ¿Dónde las vería el notable discípulo de
Duran yBas> No ha hecho España quizás más de
lo que debía en pro del comercio yanki? Tal vez
porque en cuanto á concesiones fuimos demasiado
lejos, creyóse en el Capitolio que por mucho que se
tirase de la soga no podía romperse.
Las relaciones entre las naciones, están sujetas,
no solo al Derecho internacional, s'no a las altera-
ciones que éste puede sufrir en virtud de determina-
das concesiones, incluidas en los tratados. Conceder
á los extrangeros lo que se niega á los ciudadanos
de un Estado, es una enormidad porque, según ob
serva el mencionado comentarista, Sr. Mart'nez Sil-
. va «no sería justo tratarle (al extrangero) con más
rigor que al ciudadano^ ni hay razón para mostrarle
más indulgencia.» España, firmando el tratado de
1795 y^l protocolo de 1877,- colocó á los ciudadanos
— 96 —
norteamericanos muy por cima, en cuanto á impu-
nidad, de los ciudadanos españoles. Sólo asi se
explica que los pocos hijos de la isla de Cuba, que
tienen mando en las filas revolucionarías, puedan
mostrar cuando les convenga la carta de ciudadanía
norteamericana. El extrangero que conspira contra
las instituciones del pais en que vive, es aún más
culpable que las naturales del propio pais, pues si
bien el delito de conspiración es el mismo, el ex-
trajero ultraja las leyes de la hospitalidad. Por algo
todas las naciones europeas, Inglaterra inclusive,
castigan los atentados que á su gobierno ó institu-
ciones dirigen los procedentes de otros países.
Creemos haberlo dicho ya: España cometió grave
falta en 1795; más grave no denunciando el tratado
en 1823; gravísima al firmar el protocolo de 1877.
En cuanto á los extrangeros, afirma Bello que «se-
gún el Derecho externo, el soberano puede prohibir
la entrada en su territorio, ya constantemente y á
todos los extrangeros en general, ya en ciertos ca-
sos, ó á cierta clase de personas, ó para ciertos ob-
jetos. Cuando España no recurrió á este extremo
para aislar á los mambises, es porque se lo vedaban
sin duda las cláusulas de los tratados vigentes.
Sin embargo, bueno es recordar que cuando á
consecuencia de la frustrada intentona del general
López, el populacho de Nueva Orleans se amotinó,
atacó la casa del Cónsul español y saqueó varios
- 07 —
establecimientos cotnerciales de subditos españoles,
nuestro gobierno pidió una satisfaccción y una in-
demnización. Déla contestación dada a! ministro
■español son notables los siguientes párrafos:
«En todos los países se amotina la plebe; en todas
partes estallan á veces violencias populares, ultrá-
janse las leyes, huellan se los derechos de los ciuda-
danos é individuos particulares, y á veces de los
-empleados públicos y agentes de los gobiernos ex-
trangeros, que tienen derecho especial á la protec-
ción. En semejantes casos la fe pública y el honor
nacional piden que no solóse condenen estos ultrajes,
sino también que sus autores sean castigados,
siempre que sea posible llevarlos ante la justicia,
y que además se dé plena satisfacción, siempre que
-el gobierno esté obligado a ello, según los princi-
pios generales del Derecho, la fe pública y los tra-
tados .. Al manifestar al gobierno su buena voluntad
y su determinación de hacer todo lo que una Nación
amiga tiene derecho de esperar de otra en casos de
esta especie, ha dado por sentado que los derechos
del Cónsul espaííol, empleado público residente
aquí, bajo la protección de los Estados Unidos, son
enteramente diferentes de los pertenecientes á los
subditos españoles que haii venido al país á con-
fundirse con nuestros ciudadanos y á hacer en él
sus negocios particulares. El primero puede recia-
— 98 —
mar una indemnización especial; los segundos sólo
tienen derecho á la protección debida á nuestros
ciudadanos.;^
Recientemente en una carta dirigida por Mr.
Phelps, ex-embajador de los Estados Unidos en Lon.-
dres, al ex-gobernador Levi P. Morton, se leen pá-
rrafos tan lógicos y sensatos como los siguientes:
«Parece impresión general entre las personas que
no reflexionan, que lo que se llama ley internacio-
nal es solamente una ley escolástica sin importan-
cia práctica y que los norteamericanos deben des-
preciar por estar muy por debajo de ellos.. Los
principios fundamentales de la ley internacional
han sido establecidos por el concurso general de las
naciones civilizadas y cristianas y se ha demostrado
por dilatada experiencia que eran tan justos como
indispensables. De ahi que sea para ella una san-
ción aún más elevada que la que deriva de leyes he-
chas por legisladores ó promulgadas por jueces.
«Cada gobierno está ligado por estos principios,
tanto por su propio interés como por la protección
de los otros, y está obligado ante la humanidad en*
tera á observarlos* Si una nación los desatiende,
viola este acuerdo^ se pone en contra de la esclare-
— w -
cida opinón del mundo entero, comete lo que está
umversalmente reconocido como un entuerto y es-
tablece un precedente peligroso qu«, tarde ó tem-
prano, pero con seguridad infalible, se resolverá en
contra de ella. Ninguna nación puede seguir seme-
jante línea de conducta...
«La idea de que éste ó cualquiera otro pais puede
ejercer una inspección moral ó política en los asun-
tos de sus vecinos, corregir la falta de sus institu-
ciones, ó los delitos desu administración, ó hacerles
caridad á la fuerza, es absolutamente inadmisible y
altamente perniciosa.}^
¿Con qué derecho pues ha exigido el gobierno de
la Unión que se indemnizaran los perjuicios sufri-
dos por sus subditos de ocasión durante nuestras
guerras civiles? Con el derecho que presta la fuerza?
¡Quién sabe!
Una vez más hemos de declarar ingenuamente
que nuestras debilidades, gran parte de culpa tienen
de la guerra actual. Cuando España fusiló á los yan-
kis que acompañaron á López, el gobierno de la
Unión calló; cuando hemos querido ser deferentes
con él, el gobierno de la Unión se ha envalentona-
do. En buen derecho no se puede, no se debe re-
nunciar á nada qne implique menoscabo de la sobe-
ranía.
— 100 —
Sintetizando; si politicamente el gobierno de
Washington ha abusado de la buena fe y de la pa-
ciencia del gobierno de Madrid, con arreglo á dere-
cho ha violado las más elementales leyes internacio-
nales, sentando precedentes que pueden ser funestos
para muchas naciones del viejo y nuevo mundo.
CAPÍTULO Vil
política de ESPAÑA
Alguien ha dicho que Cuba y Filipinas son para
nosotros históricamente sagradas, politicamente ne-
cesarias y económicamente útiles; y á defender por
todos los medios posibles estas posesiones debieron
tender siempre nuestros esfuerzos, que ni era justo
no continuáramos poseyendo las tierras prime-
ras por Colón descubiertas, ni podíamos descono-
cer que, abierto ó sin abrir el canal de Panamá,
tiene Cuba gran importancia política, ni era pru-
dente permitir que nos arrebatasen aquel mercado
de indiscutible valor para la industria española.
Al hablar déla política de la Unión, ya sin querer,
y porque era necesario, bosquejamos la política se-
guida por España en sus relaciones con Norte
América; política que si de algo peca es de excesiva
— 102 —
deferencia. Pero como algo quedó por apuntar, va-
yan otras cuantas lineas; que no ha de ennegrecerse
más el cuadro porque con hechos, no con palabras,
se presente al desnudo la perfidia del gobierno de
Washington.
Vimos oportunamente que España no denunció
el tratado de 1795, ni hizo gran caso de la teoría de
Monroe glosada por el Secretario Mr. Adams. Nos
enteramos también de la manera como terminóla
intentona de López y de la actitud que ante aquel
conflicio observó el gobierno de la Unión; y he-
mos seguido, si bien á grandes rasgos, los manejos
de aquel gobierno para apoderarse á las buenas ó á
las malas de la isla de Cuba. Trataremos ahora de
lo que ha hecho España para evitar decorosamente
la guerra con los Estados Unidos.
Cuando estalló la actual insurrección estaba en el
poder el partido liberal; pero la opinión pública,
que á veces, según Pi y Margall, «camina de espal-
das á lo razonable;^, acertó entonces al comprender
que el partido conservador contaba con más medios
de represión que el que capitaneaba el Sr. Sagasta,
y el Sr. Cánovas del Castillo subió al poden
Cánovas no era el politico que las pasiones par-
tidistas han descrito; no era el hombre de testaru-
dez irreflexiva que sigue una ruta por sistema; no
era el Presidente que representaba la fuerza en la
verdadera acepción de la palabra, y el siguiente
— 103 —
hecho histórico , que todos recordarán, lo de-
muestra.
Al empuñar las riendas del Estado, creyó de
buena fe que la insurrección carecía de medios y
de jefes, creencia que el entonces Capitán General
de la Isla, Sr. Calleja, se había encargado de ali-
mentar, Cánovas, hombre de Estado, y por consi.
guiente, amigo de economizar sangre y dinero á
su patria, intentó dominar la naciente insurrección,
valiéndose de los mismos elementos con que habia
terminado la anterior, y asi, sin quitarse el unifor-
me con que habia ido á jurar el cargo, ofreció al
general Martínez Campos la Capitanía General de
la Habana.
No diremos que Cánovas acertara con este nom-
bramiento, antes al contrario en este punto concre-
to, Martínez Campos dio más pruebas de sagacidad
que el primer ministro al exclamar: «¡Tanto va el
cántaro ala fuente....!» Pero lo que si entendemos
demostrar con esto es que Cánovas no subió al po-
der intransijente, que para responder á la guerra
con férreos procedimientos bélicos, otros generales
tenía á mano sin recurrir á Martinez Campos.
Este general salió de España no para hacer la
guerra, sino la paz, y con la formal promesa de que
el gabinete Cánovas decretaría nuevas reformas, que
para tener el carácter de verdadera autonomía sólo
le faltaba el nombre; pero como la guerra, lejos de
— 104 —
terminar cobraba cada dia nuevos bríos, y la opi-
nión de los jingoes se agitaba con más violencia
que antes, Cánovas, fiel á la palabra empeñada, y
sacrificando quizás una parte de su amor propio^
y algunas de sus teorías politicas, no vaciló en de-
cretar las reformas ofrecidas.
Con ellas ó sin ellas, los perturbadores siguieron
su campaña, demostrándose una vez más que los
insurrectos no ansiaban la libertad, sino un liberti-
naje haitiano ó la anexión á los Estados Unidos.
España, viendo que las reformas cayeron en cam-
po mal preparado, y que cada dia se le exigía nue-
vos sacrificios en hombres v dinero, comenzó á alar-
marse yá comprender que no era Martínez Cam-
pos el hombre que las circunstancias reclamaban.
El mismo Cánovas» se coavenció de ello, y el gene-
ral Weyler tomó el mando de la Capitanía General
de Cuba.
Si Martínez Campos fué á la isla recelando de él
mismo, Weyler llegó á la Habana quizás en exce-
so confiado. Sin embargo, al punto á que habla lie-
gado la insurreción, se necesitaban argumentos
mortíferos, no mimos y halagos; un hombre de fé-
rreo temple á quien importaran poco las censuras
de sus enemigos. Weyler estuvo bien en su sitio,
y si algo hiciese falta para probarlo, lo demostraría
el encono con que desde el primer dia de su man-
do fué atacado por la prensa norte-americana. Cuan-
— 105 -r
do contra él tanto vociferaban, señal evidente era
de que con sus medidas entorpecía sus planes y ale-
jaba el anhelado dia de la paz. La orden reuniendo
en los poblados á los pacificss llevó la exasperación
á su periodo más álgido; de ella renunciamos á ha
blar aqui por haberle ya dedicado un capitulo.
Tanto al producirse este hecho, como antes, en
las Cámaras norte-americaeas se hablaba de España
y de su administración colonial en un tono que
mal se compagina con la seriedad que debe carac-
terizar á los padres de la patria y con la cortesía
internacional. Que en el Senado de una nación con
la cual existen tratados de paz y amistad suenen
agravios é insultos contra la nación firmante del
tratado, es algo que en Europa no se concebiría,
algo tan inaudito que ha sido preciso leerlo ú oirlo
para darle crédito. Que en una nación se quemen,
aunque sea en efigie, retratos de personajes de otras,
sólo se comprende en Norte- América, de donde hu-
yó despavorida la nobleza, de donde se alejó qui-
zás para siempre el pudor nacional.
¿Qué hacía entre tanto el pueblo español? Qué
decía su Gobierno? Oué sus Cámaras?
El pueblo español, altivo como siempre, despre-
ciaba los insultos, sin acordarse de que había bande-
ras y escudos norte-americanos en sus principales
poblaciones; el gobierno, por boca de su presidente,
no se cansaba de repetir que el gobierno norte-ame-
— 106 —
ricano obraba correctamente, haciendo esfuerzos
soberanos para contener las exajeraciones de los
jingoes; en las Cámaras españolas, modelo siempre
de cultura, ni una voz se levantó para devolver
insulto por insulto, agravio por agravio. ¿Podía pe-
dirse más prudencia? Oh, no, y Europa entera por
conducto de sus órganos más caracterizados, se ha
apresurado á poner de relieve la sensatez de la na-
ción española.
A nadie hubiera debido sorprender, sin embargo
que en el pais de los motines y asonadas, en la pa-
tria del 2 de Mayo, una chispa hubiese encendido
la hoguera, y al fuego hubiesen ido con banderas y
escudos norte-americanos la teresiana paciencia del
pueblo español.
Ocurre la catástrofe del «Maine/> y recrudecen
los insultos; se nos califica de incendiarios y crimi-
nales, y el pueblo español calla, persuadido de que
la ofensa no lo es en labios villanos. Se quiere exas-
perar á la nación española, y ésta se ha propuesto
no ser juguete de los senadores y gacetilleros neo
yorquines.
¡Los concentrados! Ya conocemos el porqué de
la medida, y no obstante el nuevo Capitán General
de la Isla revoca la orden y á sus hogares vuelven
los espías de las fuerzas leales, los encubridores de
los rebeldes.
La ola va subiendo, crece la marejada, las grandes
— 107 —
potencias intervienen para ver si aún es tiempo de
evitar la guerra; interviene S. S. el Papa en su pa-
ternal deseo de evitar una ruptura entre los dos
países, y España deferente con S. S, y las grandes
potenciaS) concede lo que á los Estados Unidos ha-
bía negado, la momentánea suspensión de las ope-
raciones. En cambio, en el Mensaje de M. Mac-Kin-
ley la más censurable falta de cortesía; ni una alu-
sión á los pacíficos deseos de S. S. y de las potencias
europeas, como si en poco tuviese á los mediado-
res, ó si no le conviniese que constara en documentos
oficiales su incorrecto proceder.
Después Todo el mundo sabe lo que después
ha sucedido. La política rastrera arrojó la careta.
Durante tres largos años ha ido fomentando la gue •
rra para que España se aniquilara y se empobreciera:
cuando la supuso abatida la retó á mortal duelo*
creyendo empresa fácil ultimarla.
Pública es la respuesta del pueblo español, y sea
cual fuere el resultado del desigual combate, frente
á la política despreciable de los Estados Unidos se
colocará la noble, leal y franca política de la nación
española. El sólo parangón resulta un triunfo para
la patria de los que prefieren «honra sin barcos a
barcos sin honra».
CAPITULO VIII
AMERICA PARA LA HUMANIDAD
La política de la Unión para con España es un
aviso dado á las naciones europeas que tienen pose-
siones en este continente y á los pueblos de Centro
y Sur América.
Entre las repúblicas subdamericanas ninguna ha
crecido tan rápidamente ni tiene tan espléndido
porvenir como la República Argentina; en cambio^
en pocos años ha desaparecido el más simpático
imperio, el Brasil, reemplazado por gobiernos dé-
biles, que sin querer preparan la desmembración de
aquel territorio. Quizás por estas razones los Esta-
dos Unidos, actuando como arbitros, cedieron al
Brasil el disputado territorio de Misiones.
— 109 —
jY pensar que algunos americanos de raza latina
han simpatizado con Norte América!! ¡Cómo cie-
ga la irreflexión y cnán cierto que la prensa ama-
rtlla logra su objeto entre los tontos!
En cuanto á las naciones europeas, ni Francia ni
Inglaterra, ni Dinamarca han de mirar con buenos
ojos el afán anexionista con los E. Unidos. La lec-
ción que están daado hoy al mundo es demasiado
clara para que no se comprenda, y si en la actuali-
dad Inglaterra y Francia son bastante fuertes para
atajar los vuelos del supuesto coloso, mañana po-
drían no serlo y entonces serian victimas de la codi-
cia yanki.
Cierto que Inglaterra, por comunidad de raza ha
de inclinarse casi siempre del lado de los norte-
americanos, y unidas ambas potencias sumarían
fuerzas colosales. Pero, si este caso llegara, por
suerte ó por desgracia, todas las naciones tienen
agravios que vengar de cada uno de los aliados,
que Italia no olvidará las matanzas de sus hijos en
Nueva Orleans y la sangrienta burla con que la sa-
tisfacieron, ni Austria los asesinatos délos húnga-
ros en suelo americano, ni Francia los avances in-
gleses en las indianas tierras, ni España Gibraltar
alevosamente arrebatado, ni la Argentina las Malvi-
nas piráticamente anexionadas, y etc., etc. porque
lo repetimos, la codicia inglesa y yanki ha con-
— lio —
vertido en recelosas á todas las naciones del viejo
y nuevo mundo.
Ijí confederación americana se impone: sitrinn
fara España con su ayuda y protección; si Ensaña es
vencida, con la protección y ayuda de la nación
francesa, por ser la que entre la raza latina mss se
asemeja á la nación descubridora, y cuya lari^a vida
nacional y brillante historia militar, la ponen en el
catu) de convertirse en un poderoso amigo leal de las
aún pequeñas repúbldas americanas.
A la Unión de Norte América hay que oponer la
Confederación del Centro y Sur América, si no
quieren estas jóvenes nacionalidades verse sino ane-
xionadas humilladas de continuo por el coloso del
Norte. Hay que despertar á la realidad; y á la ya
antipática doctrina de Monroe oponer el simpático
lerna del ilustre argantino Dr. Quesada «América
para la humanidad.;^
CAPÍTULO IX
LA GUERRA
¡La guerra! ¿Puede haber algo más calamitoso
para los pueblos? Vencedores y vencidos salen mal-
trechos de la contienda; que las indemnizaciones pe-
cuniarias, por fuertes que sean, no llenan las filas que
mermaron la metralla. Las vidas de lo que ha dado
en llamarse gráficamente «carne de cañón» valen
más que todo el oro que en sus entrañas guarda la
madre naturaleza.
En el presente conflicto, España fué á la lucha bien
á pesar suyo: la responsabilidad de ella cae por en-
tero sobre el gobierno de la Unión y la parte del
pueblo bullanguero que á la guerra le incitara.
Se encuentran frente á frente dos pueblos; el uno
extenuado por largas y cruentas guerras civiles, pero
— 112 —
con honrosa tradición militar, y con un patriotismo
que excediendo á toda ponderación, sirve de ejem-
plo y estimulo i los demás pueblos de la tierra; el
otro joven^ robusto, envanecido por la exhuberancia
de sus fuerzas físicas, y con patriotismo fabricado al
CAlor de disposiciones gubernativas. El primero tie-
ne derecho ^1 respeto de las demás naciones por lo
que fuc^. por haber arrancado un mundo al dios de
Uís a^us, por haberse empobrecido al llevar al he •
mi^ferio nuevamente descubierto, la civilización y
ol p^05;T>¿^so, patrimonio exclusivo entonces del mun-
vU> vic;v>. K; otro, nacido aver á la vida, no tiene
r.us::;u\^$¿ la Cv^n^^idcración de las gentes, que un
vÁí^ivíocrcc:n':íor;:v'^ ytin isbulcrso desarrollo mate.
n^i*; yco:*:v> cr::r:c^n ro crece ¿n aguas turbias^
r^'iw <^n:;;r>:'J5viv> e^scá ¿1 C£Bce ¿L co::tener tanto de-
;•%";*>". T4*r:to^ oo:>hocbv> de las vielas naciones en-
Vri^Vfiíx^^ "U \":ch^. cC renstriiienro dd pnede sus-
:r>fivN'^ ^' víc^iC^o* x5c íTíC^^nirtr^ :ina sanción: y as^ no
hi: Ov^ s.M\^rí^ryáor a nac.¿> cüí tejj:^ r entendidos en
^ v:.^ ^i5s V óo r.*^iíS^ T í;;curei: r^os el tricnfoñnal
^íi;^ )íi ^í ."vio^-t: r.v^ v ir;ia*¿a. t lemur cetros que lo
c^il *í', ^.xi*i-\ Vts 04TÍ ¿^í?iaí i»; vT^piíhli:? dirigen los
— 113 —
€s posible á un corazón español sustraerse á la cal-
deada atmósfera que le rodea; cuáles son las fuerzas
físicas y morales de cada- combatiente y el resultado
parcial de la primera faz de la guerra.
Si por fuerzas físicas de un pueblo se entiende el
mayor número de habitantes y la superioridad so-
bre el otro de los elementos bélicos, no cabe duda,
la Unión es mucho más potente que España. En
cambio ésta vence á su contrario en patriotismo y
en unanimidad de pareceres. Ya hemos visto que en
la Unión hay muchos partidarios de la paz; en la
península no hay una voz contraria á la guerra, y la
cohesión puede mucho cuando tremola la enseña de
la patria.
Descartamos la cuestión dinero, porque tratándo-
se de España carece de importancia. La nación que
invadas ocasiones echó mano de las joyas parti-
culares y de los templos, y supo fundir las campa-
nas para fabricar proyectiles, no tiene en cuenta la
pobreza de su Erario.
Por fuerza moral entendemos no sólo el patriotis-
mo, sino el valor que presta la justicia de la causa
y el convencimiento de que en la lucha acompañan
al combatiente las simpat'as de todo pecho honra-
do. Estas simpatías y aquella justicia están decidi-
damente del lado de España.
Mas como los cañones no se cargan con los vo-
tos platónicos de los bien intencionados, y anda á
G
— 114 -
veces remisa la justicia por aquello de queZa forue
prime le droit^ dejemos idealismos á un lado y ana-
licemos las peripecias de la lucha.
Supongamos que los Estados Unidos destrozan
una escuadra española, ¿cabe creer que ante ta-
desgracia España pediría la paz? No, ciertamenter
Se irían organizando otras y otras, y en corso se ar-
marían hasta los lanchones; que la nación que tuvo
la espada en mano durante más de setecientos años,
no había de darse por vencida á las primeras de-
rrotas.
De supuesto en supuesto, lleguemos al día en que
falta España de buques, no puede impedir expedi-
ciones de yankis para Cuba, ni se pueden remitir
á los soldados leales que allí tenemos munici este
con que continuar la guerra en las Antillas. Si este
caso llegara, la bandera española dejaría de flotar para
siempre en el Archipiélago por Colón descubierto,
pero la guerra no habría terminado.
Para llegar á resultado tan fatal, algunos buques
norteamericanos se habrían hundido, y algunos mi-
llares de norteamericanos habrían pagado con sus
vidas la ligereza del gobierno de la Unión; y lógico
seria entonces que pretendiesen una fuerte indem-
nización de guerra. España sabría negarla, bien
persuadida de que los ejércitos yankis serian im-
potentes para cobrarla, resaltando de todos estos
supuestos^ que los Estados Unidos, aun ganando con
— 115 —
las armas, perderían en vidas y en dinero mucho
más de los doscientos millones que un día ofrecie-
ran por la isla.
Veamos ahora el reverso de la medalla.
Los Estados Unidos pierden su primera escuadra
y como á España, el desastre no le arredra. Equipa
otra y otras, pero impotente ya para hacer efectivo
el bloqueo, deja que España vaya mandando á la
isla de Cuba hombresy pertrechos de guerra. Favo-
rece á la Unión la proximidad de sus costas del tea-
tro de la guerra, y merced á esto y burlando vigi-
lancias, va mandando hombres y más hombres á la
isla de Cuba. Poco habría de lograr con esto, pues
España lucharía día á día y palmo á palmo hasta
arribar á la total expulsión de los intrusos.
Continuando las suposiciones, lleguemos al caso
eii que los norteamericanos evacúan la isla y en-
tonces España reclama una fuerte indemnización.
¿Que no la pagan los Estados Unidos, porque nos-
sotros tampoco hemos de desembarcar en su suelo
para hacerla efectiva? Bueno. Se les cieña á piedra
y lodo el comercio antillano, con lo cual pierden
millones y millones los causantes de la guerra.
¿Cuál de las dos hipótesis es la más probable?
Dios dirá. Si las guerras de hoy fuesen como las
del siglo XVI y XVII, en que el valor personal ju-
gaba el principal papel, sin que se nos tachara de
orgullosos, apostaríamos por el triunfo de España.
— 116 —
Hoy con cañones que matan á diez kilómetros de
distancia, la cuestión varia por completo.
Nosotros creemos que no llegarán las cosasal ex-
tremo en que las hemos colocado. En bien de la
humanidad, confiamos aún en que una vez pueda
pieverse el resultado final déla contienda, las gran-
des potencias intervendrán; que no seria justo se
aniquilaran dos pueblos por exceso de amor patrio.
Si los primeros triunfos positivos son parala Unión
Cuba será norteamericana; si la suerte de las armas
es favorable á España, la bandera de Isabel la Cató-
lica continuará ondeando en el Morro.
El mes transcurrido desde que se declaró la guerra
ha de haber demostrado á la Unión que no era era-
presa tan fácil como pudo suponerse el tomar pose-
sión de la isla de Cuba sin la voluntad de su dueño.
Los hechos prueban también, contra el parecer de
D. Genaro Alas, que los Estados Unidos carecen de
organización militar; quizás perjudique el exceso de
fuerzas físicas.
El citado Sr. Alas asegura que Norte-América tie-
ne tradición militar; y si bien nos merece mucho
respeto la opinión del ilustrado ingeniero español,
no participamos de ella, sin duda porque las fuen-
tes en que bebemos nos sirvieron agua turbia. Sin
embargo, como la historia no es campo vedado,
penetremos en ella y veamos rápidamente los re-
— 117 ^
sultados de la organización militar de los Estados
Unidos.
Washington, á estar á lo que aseguran los mis-
mos norte-americanos, tuvo bastante trabajo para
hacer aceptar en plena guerra, la creación de tro-
pas regulares; y tan en oposición estaba el pensar
del presidente con el de los ciudadanos, que no bien
hecha la paz en 1784, se licenció por completo al
ejército activo.
En 1812, al estallar la guerra con su antigua me-
trópoli, los Estados Unidos contaban con un ejér-
cito de 10.000 hombres, y aun cuando la población
se elevaba ya entonces á ocho millones de habi-
tantes, y en pié de guerra pusieron numerosas mi-
licias, tras derrotas humillantes y capitulaciones
deshonrosas, los ingleses incendiaron la capital, sin
que á ello pudieran oponerse las fuerzas de la fede-
ración.
Al estallar la guerra con Méjico el ejército regu-
lar de la Unión era de 6000 hombres, y á pesar de
^os numerosos voluntarios, no sólo bien pagados,
sino atraidos por la esperanza del saqueo y de ser
el enemigo relativamente débil, la guerra duró más
de dos años gastándose en ella sumas enormes.
En la guerra de Secesión arman y equipan 500.000
hombres. El primer cuerpo de ejército al mando de
Mac-Clellanse compone de 190.000 hombres; antes
de llegar á la vista de su adversario, Lee, este
— 118 -
cuerpo había quedado reducido á 80.000: los de-
más habían enfermado ó desertado. Cuando en
1863. Hooker quiso adelantar con 140.000 hombres,
se vio obligado á licenciar á los voluntarios que
habian terminado el tiempo de su enganche, que-
dando reducido su ejército á 65.000 hombres.
Ahora, al estallar la guerra con España, el ejér-
cito activo era de 25.000 hombres. Para reunir 7000
hombres en San Francisco, han necesitado tres se-
manas.
¿Dónde está, pues, la tradición militar?
Los ejércitos no se improvisan; ningún alarde
de medios materiales suple la disciplina y la ins-
trucción. Los ejércitos de voluntarios no son pro-
piamente ejércitos; son masas de hombres, que sin
apego á la bandera, se mueven por la soldada que
se les paga.
Volviendo al tema, terminaremos este capitulo
preguntando: ¿Quién vencerá á quien'? Cómo ter-
minará la guerrav
Sólo Dios, en su inmensa sabichiría, puede con-
testará tales preguntas.
m m •
EPÍLOGO
El gobierno de la Unión cometió á última hora
una torpeza indisculpable y poco en harmonía con
la política, que con constancia verdaderamente sajo.
na, x^-enia siguiendo durante tres cuartos de siglo-
Podía lograr el propósito que persigue, sin llegar á
la guerra, que lo hace, cuando menos, sospechoso á
todas las naciones del antiguo y del nuevo conti-
nente.
Si en vez de enviar á Madrid diplomáticos de la
talla de Taylor, y de tener en la Habana miopes,
de pésima intención, como Lee, hubiese mandado
hombres verdaderamente observadores, ellos le
hubieran informado que la nación española venia
fatigándose de tanto sacrificio estéril; que si los go-
biernos, por cuestiones de honra, se empeñaban
en poseer aquel pedazo de suelo americano, el pue-
blo, que no razona más que con hechos, se pregun-
— 120 —
taba, hacia ya tiempo, si valia la pena gastar tanto
dinero y perder tantos hombres, por conservar una
soberanía que venia siendo nominal; hubiese sabido
que entre no pocos políticos españoles de talla, cir-
culaba la idea, sin levantar serias protestas, de la
liquidación de Cuba; y habría adivinado, por fin^
que abandonada la isla á sus propias fuerzas, sin
tropas regulares en si.s cuarteles, ni buques de gue-
rra en sus puertos y ensenadas, surgiría pronto el
conflicto de razas; y entonces, razonando cuerda-
mente, habría resuelto dejar que la manzana cayese
del árbol por su propio peso, sin necesidad de in-
tentar sacudirla, ya que el solo intento, favorable ó
adverso ásus pretensiones, había descostarle sumas
ingentes.
La precipitación del gobierno norte-americano le
hizo entrar en una vía en la que ha de encontrar
muchas zarzas; y si llega á la meta de sus aspiracio-
nes no será sin haber dejado en el camino pedazos
de sus carnes y talegas de su tesoro. Un poco más
de paciencia le permitía apoderarse de la isla sin
protestas de nadie; y véase cuan cierto es que á
veces la torpeza ó miopía de un hombre causa ma-
les sin cuento á la humanidad.
En la lucha empeñada -y no recordamos quien
lo ha dicho— aun vencida, España conservará su
honra; en cambio los Estados Unidos la perdieron
antes de que se rompiesen las hostilidades. Por
121 —
algo dijo en su día Méndez Núñez, que «España pre-
fiere honra sin barcos á barcos sin honra:^.
Lo escrito hasta aquí fué entregado á la impren-
ta el día 2 de junio. Desde entonces se han verifi-
cado hechos que desvirtúan en parte algunas de
nuestras últimas conclusiojes: sin embargo no las
modificamos, porque lo escrito escrito queda, y el
éxito no atenúa ninguno de nuestros cargos. Nunca
la fuerza será argumento entre gentes bien nacidas.
España vencida encarna la nobleza, la honradez, la
hidalguía; Norte-América vencedora representa el
triunfo de lo bajo y rastrero. ¡Qué fin de siglo!
3 de julio de 1898.
A.FE3srX)IOHlS
Accediendo á indicaciones de algujios aiitigos. á con-
iinuación se estampan los trabajos sueltos que hemos
publicado en diversos periódicos^ alusivos todos al ac-
/nal conflicto:
A OYUELA (1)
Yo tu Oda leí, y á fe te juro
que con saber quién eres» sorprendido
te leí y te admiré.— jNunca supuse
que á empresa tal tu lira se lanzara!
De la raza del Cid eres, no hay duda;
tú el minervino escudo
con férreo arrojo prepotente embrazas,
y cierras contra quienes
por arma esgrimen la calumnia infame.
Pecho viril, no temes de la turba
los torpes alaridos, y valiente
dedicas á tu madre
inspiradas, graníticas estancias.
Y cuando es crimen abolengo hispano,
y las serpientes, rastreando el suelo,
al íbero león pretenden,
babear la melena, tú, argentino,
alzas amiga voz, y á tus endechas,
de altiveza modelo,
palpitan los honrados corazones
y un ¡viva España! en el espacio suena.
¡Bien, Oyuela! Mi patria te agradece
tu Oda marcial y excelsa:
y si algún día, lo que yo no espero,
allá llegares conturbado y triste.
(1) Conteslación|publicada en «El Correo Español» del día Vi de abril oii
1h üriua uUn Espaiiol».
ya r>'*^ j : yi r. : ~".r
á p¿r ¿rl crrirr-n :r dirá ¿birrtCíS.
Qutr er: lí q-r Tin ¿i^ f<-f::rr*:' ¿:*> mundos,
de la h:d2."^:^¿ e>7^;:-.
hasia en !:í> r:-iri5 esriLlrii: r-n cu entras,
de Gaies a! Prrr-r.r*
*en esia lierra 'a nrVera :Kizi
y aqiii el arr.rr c:r e! ir:i:>r sr pasra».
Xo lemasc si rn "a ¿ruerra
que íra^.ir-i:^-c esil. venceri lc»s yankees,
cada !:bo de rr.^r srri w::: Charmca,
cada pneK? esra±:!, ETiev? X::n:ancia-
Y abrirr.irse !.-.s :r::n>-s er» c-e Tacen
los héroes qiie ñ:er:«n,
en la cenmria c-e a! >cas3 marcha,
mode'iO en Z?.ra^:z:: y en Gerona.
CTitarin que es la in-ene
preferiKe mi' veces i la vida
qne sin honra se arrr:srra p:»r el orbe.
Los qne sucumban en ^,a lid ementa.
y hayan lrid"> tus viriles cani.-^
á par del santo grito
de ;Viva España! que el pulmón ensancha,
gritarán ¡Viva Oyuela!
nuestro hermana en amor v en raza hermano
— 129 --
ALEA JACTA EST (^^
¡Echada está la suerte! La prudencia
á Marte cedió el paso,
y Ceres guarda, recelosa y triste.
los plácidos aperos de labranza.
Rompe Mercurio el caduceo amado;
que en lanza trocar quiere
el símbolo de amor que ligar pudo
tantas razas diversas.
Duerma el arado y el telar dormite;
que en la hispana región sólo los golpes
del yunque oirse deben
donde sus armas los valienter forjan,
Eibar, Toledo, la condal Barcino,
la eúskara región de entrañas negras;
hierro, carbón, acero,
nervudos brazos, sudorosas írentes,
martillos de titán, yunques y fraguas.
todo á contribución; que la perfidia
robar quiere una perla á tu corona:
la perla que entreviera
la inmortal Isabel, gloria de España.
¡Echada está la suerte! Mas qué importa;
si la guerra es un juego, venga guerra,
que jugando y cantando
llegó á gigante la pigmea España.
PoJremos sucumbir; sólo Dios sabe
quién cantará el Tedeum de alegría:
si la nación que de nobleza ejemplo
el mundo completara.
}) Publicado en El Correo Espaiiol del 22 do abril, con la firma Un español.
— lao —
y ataba en las tizonas de unos tercios,
hasta hoy no igualados,
la victoria, ó aquella que rastrera
tuvo por arma la falaz calumnia,
la torpe envidia, la traición infame.
¿Hemos de sucumbir? Sucumbiremos
con gloria, como siempre;
y al caer nuestros cuerpos en la tierra
fertilizada con la sangre hispana,
el mundo estremecido
al oir el estruendo, aunque ya tarde,
habrá de comprender que es invencible
la España de Pelayo y de Fernando,
pues morir con honor es vivir siempre
en la inmortal leyenda de los siglos.
«Ni barcos sin honor», ni islas sin honra.
Cantando soledades
á Cuba iremos, como antaño fuimos
á detener colosos y piratas.
Y aunque Marte nos niegue sus favores,
y sean nuestros buques nuevos «Maines»,
al hundirse sus quillas,
no arrastrarán sin duda nuestra enseña;
que tiene el mar nobleza en su bravura
y no la aumentaría ciertamente
la histórica nobleza de Castilla,
encarnada en las glorias de Lepan to.
¡Echada está la suerte! La victoria
se cierne sobre Cuba.
¿A quién sonreirá? ¿A la que fía
su porvenir en el metal infame,
ó al pueblo, que de raza gigantea
no tiene más que un grito: ¡Viva España!
131 —
¡VIVA ESPANAI
Cúbrese de enlutado
crespón el mundo, y con dolor contempla
cómo á la magestad de la justicia
se sobrepone el interés mezquino.
España como antaño
alza el brazo nervudo
y la invencible espada,
y como denodado caballero
á castigar villanos se previene.
Desde Arauco á Tejas,
desde el celeste Imperio hasta Bizancio,
desde el Danubio al Nilo,
las gentes se aperciben
á presenciar hazañas sin ejemplo;
y en ciudades y aldeas
se elevan en su honor tiernas plegarias;
porque es el triunfo de la España imagen
del triunfo del honor y la justicia.
Dio muestras hasta hoy de la cordura
con que los fuertes pechos
compasivos se cubren, porque temen
el poder de sus iras.
Mas ya no era posible,
sin mengua del honor, seguir callando,
y el león su melena lanzó al viento.
y ¡ay! del pueblo infeliz que lo retara.
{D PubUcado en £1 Correo de E»paña de 15 Mayo.
— ISSf —
n
España! Patria Tni:¿ P:itria amada!
la de sin par brl-t-za,
la que besan dos mares rumorosos,
la que cruzan cien ríos, ]a que vive
en el libro inmortal de las edades
porque viven sus héroes en la historia;
la que junta en sn seno mil riquezas
que cien siglos de gl cria amontonaran;
la que por techo tiene
el cielo más hermoso de la Europa.
¡Oh España! Patria mía!
conturbada te apresias á la lu :ha
para vengar el insolente agravio,
y daña tu nobleza
observar cómo paga tus favores
un pueblo de egoístas traficantes.
Tardaste en aprontarte á la pelea;
mas, desnudo el acero,
ni reparas en número, ni miras
lo que el lavar tu honor costaría puede.
Que de niña aprendiste
allá en los riscos de la astura tierra,
ó en los llanos feraces de Castilla,
ó en granadinos muros
que en la guerra se lucha por fa gloría
y el tñunto marcha en pos de tus blasones.
- 133 —
m
Hoy te observan atónitos dos mundos;
te creyeron medrosa
porque ejemplo les diste de prudencia,
y sorprendido el orbe, ya adivina
que el valor no se mide, como suelen
medirse los bursátiles negocios.
Caiga á tus pies vencida la vileza;
la voz de tus cañones
anuncie al mundo que en la tierra hispana
el honor halló asilo.
¡Guerra sin tregua y lucha sin descanso:
que el brazo se fatigue
de tanto golpear á los felones:
¡los manes de tus héroes lo reclaman!
¡la sangre de tus hijos te lo exijel
Y sólo dejes de blandir la espada
cuando al coloso veas
vergonzoso y llorando, suplicarte
que no arrases sus puertos, y no lleves
el luto á sus hogares humillados:
cuando vencido, tu perdón implore;
cuando maltrecho á tu hidalguía apele,
cuando desfallecido
lance el grito de amor que damos todos,
el gritto que en la lucha
convierte á los pigmeos en gigantes,
el grito sacrosanto:
Viva Españ.^ por siempre, Viva España
'■'"'■^i^í^J^n^ de 16 d» jdü>.
— 185 —
á combate desigual
un coloso te retara.
Y tú, que nunca contaste
del contrario la pujanza,
ni tiempo perder quisiste
en averiguar qué armas
tenías para la empresa
de salvar tu honor y lama;
vas' á la lucha con fe.
y acudes donde te llaman,
como siempre decidida,
como siempre denodada,
y dispuesta como siempre
á asombrar con tus hazañas.
Por esto el mundo te observa,
por esto el mundo te aclama
como escuela de valientes,
y arsenal de nobles almas;
y se aprestan á aprender
cómo una injuria se lava,
cómo se vence ó se muere
por la salud de la patria.
Repíteles la lección:
cualquiera ¡tienes tú tantas!
La de la brava Sagunto,
la de la heroica Numanciíi;
la epopej^a de tu lucha
contra las huestes arábigas.
Y si quieres, al final
de tu libro hallarás p-lginas
tan hermosas como el Briu li .
y tan bellas como Al mansa.
- 138 -
iSi en la batalla naciste,
y aprendiste con el habla
á vencer á los felones
con el filo de tu espada!
iSi creciste entre el fragor
de combates y batallas,
nombrándote caballero
armado de todas armas,
los mismos qué tu venciste
en la lid abierta y franca!
Demuestra una v mil veces
que no se extinguió la raza
de tus héroes; que en tu seno
los cobardes no se hallan,
Y si, lo que no es posible,
el Eterno decretara
que venciese la doblez,
la villanía y la infamia;
enseña al mundo egoista
cómo se muere en España
cuando se defiende el suelo,
cuando de honra se trata.
— 137 —
¡POBRE ESPAÑA! **
Las noticias que circataron ayer y ánvrayer v>bre la
destrurción de la flota de Cerrera- y con:o lógica conM?-
cuencia la caída eo poder de los ronframerícanos de
Santiago de Cuba, arrancó un grito que má* q -e de pro-
testa ante la brutalidad del hecho, lo era de píeJad y de
conmiseración. ¡Pobre España! exc! amaban v>Jos 1o*í ar-
gentinos que simpatizan con nuestra causa- y no p^x//^
españoles maleados en sus sentimientos p^jt una '^í*zztA'
nación indigna de nuestra raza-
Ni piedad ni conmiseración; ni la pedím/s ni la de-^ea-
mos; que mal puede tolerar estás m an i íe-sta piones e' pue-
blo que tras largo predominio supo aceptar c'yn re^íí^na-
ción el noble quietismo á que lo condenaban gi;^antes':os
esfuerzos. La postración de ayer só^o puede ser ^-scar-
necida por quienes no comprenden cuánt/^i hÍ2y> h->pafta
por la humanidad.
Derecho tenía á vivir replegada en sí mí'^ma^ satísíe!
cha con haber alumbrado con vivido^ destelU^ de luz la
inteligencia humana; con haber enseñado como se des-
cubren tierras, se hunden imperios y se forman nacK->-
nalidades; y como, en fin, se encierra, en sus aledaños,
sin la quijotesca presunción de que pesa tant/^i en los
destinos del orbe la corona de Alíooso XIII como la de
Felipe n.
No quiso Dios que España, que comenzó el siglo bata-
llando, lo terminara consagrada por entero á las pláci-
das faenas que cobija la paz. Ante la agresión brutal
que el mundo conoce se irguió la nacionalidad española
(1) ''Correo E^paüo],, del C de íolú».
- 138 —
ni optimista ni pesimista, que si el valor legendario de
sus hijos la prometían días de luminosa gloria, la abru-
madora fuerza del enemigo la hacia entrever probables
derrotas. Pero ¿quién vacila cuando de defender el pro-
pio honor se trata?
Dij érase y con razón ¡Pobre España! si ella, cual nuevo
Hidalgo manchego, se hubiese lanzado á la pelea sin la
conciencia de sus propias fuerzas, ó teniendo falsa idea
de las de su adversario. Pero exclamar ¡Pobre España,
porque la arrolle— en el caso de que así fuere— la fuerza
brutal del adversario, es sarcástico, es unir la burla al
criminal indiferentismo con que el mundo contempla el
desigual combate.
¡Heroica España! y no pobre han de exclamar con no-
sotros cuantos sientan palpitar su corazón á impulso de
afectos nobles, cuantos no doblen la rodilla ante el dios
éxito, cuando este va al altar por malas artes, y no en
hombros de la razón y de la justicia.
Heroica España, digo, aún en el caso de que sea ven-
cida al fin de la jornada; qué vencida fué Sagunto y vi-
ve y vivirá perdurablemente en el aún no cerrado libro
de las españolas hazañas.
No; rechacemos el epíteto de «pobre»; podremos ser
vencidos, pero no humillados; hemos de inspirar admi-
ración, asombro, entusiasmo, nunca compasión; y si cae-
mos; caeremos envueltos entre rayos de gloria, y mori-
remos como los antiguos gladiadores romanos virilmente
y con la sonrisa en los labios; y morir de esta suerte es
vivir eternamente en el libro de la humanidad.
Aá'ognéf 5 de julio de 1898.
— 139 —
¡VI V^ A. ESF^-AN AI
En las costas de Santiago de Cuba se hundieron nues-
tros buques; en aquellas aguas que vieron llegar un día
al nauta genovés, amparado por el hispano pabellón
hallaron su tumba intrépidos marinos; y, sin embargo,
ante tamaña desgracia, ante tan gran infortunio, excla-
mamos: ¡Viva España!
No se nos ocultaba la desigualdad de la lucha al co-
menzar la guerra, como no se nos ocultan hoy las difi-
cultades creadas por la desaparición gloriosa de las naves
de Cervera; pero, ¿nos abatiremos ante el infortunio?
Jamás.
Tampoco llegó la hora de exigir reponsabilidades, y es
antipatriótico entretenerse en averiguar quién tiene la
culpa de los actuales desastres. La patria está por enci-
ma de todo, y por cima de todo está el hispano pabe-
llón; mientras exista la nacionalidad española; mientras
nuestra bandera ondee en un puerto ó en un fuerte;
mientras haya un hombre en estado de empuñar un
fusil, España existe, y los nacidos en aquella tierra, pa-
tria de la hidalguía, no del pillaje; no ha de tener más
que un grito, el de ¡Viva de España!
Déjense el llanto y las lamentaciones para los espíritus
débiles; queden las jeremiadas para quienes, incapaces
(1) Publicado ea uEl Correo Español» del 9 de julio.
— 140 —
de nobles afectos, se amilanan ante los reveses: nosotros.
y con nosotros cuantos se crean descendientes de los
que después de la rota de Guadalete reconquistaron á
España; nosotros y con nosotras cuantos crean que más
grande es la patria cuanto más la desgracia la contur-
ba, nos erguimos noblemenfe ,y asombrando al mundo
con actos de heroismo y tiñendo de sangre el antillano
mar, gritamos: ¡Viva España!
¿Que perdimos los buques? ¡Qué importa! Fuimos á la
lucha provocados; y hoy, transcurridos veintidós años,
España le repite al mundo egoista que «prefiere honra
sin barcos á barcos sin honra.» Podremos ser vencidos,
no en el mar, que era fácil empresa, por tierra; podrán
las orguUosas naves del'coloso del Norte bombardear
puertos y destruir ciudades; quizás en su ceguera, por-
que el éxito ciega, intenten arrimarse á la península.
¡Qué importa! El fuego de sus cañones llevarán á donde
vayan la destrucción y la muerte; segarán millares de
vidas y sembrarán el luto en playas y costas; pero en
los corazones honrados, y hay muchos de polo á polo, en
la península ibérica, el más soberano desprecio se mani-
festará potente,aterrador, y el «Tedeum», si á cantarlo
se atreven, será el «De profundis» entonado á la honra-
dez internacional. La historia dirá mañana que ochenta
hombres pelearon contra 18 ¡valiente hazaña! para ro-
barles un solar de sus tierras; y si los contemporáneos,
por miedo al vencedor, no lo estampan, ella^ justa, se-
vera é imparcial, escribirá en sus páginas: «Baldón á los
Estados Unids:o Gloria á España!»
El resultado final no modifica el hecho inaudito lleva-
do á cabo por las gentes del norte: que siempre le fué
dificil á un hombre honrado defenderse de siete saltea-
dores; pero al caer envuelto en el blanco cendal de su
— Ul —
inocencia, al entregar la bolsa qne la brutalidad arran-
ca de su mano, aún le quedarán fuerzas para escupir al
rostro de su adversario y alientos bastantes para decir-
le: ¡Miserables!
La patria está atravesando días amargos y horas acia-
gas: abandonarla en sus reveses, sería indigno de nos-
otros. Hoy más que ayer es deber nuestro ayudarla á
vencer el infortunio; que nuestro dolor sea noble, altivo,
igual á nuestro abolengo; que los nobles corazones se
elevan en los días de desgracia como se agiganta el
cariño en las horas de amargura. Silenciosos y graves,
apuremos el cáliz del dolor; y si algún mal aconsejado
se burlare de nuestras derrotas, sepamos recordarle que
las naves españolas se estrellan en las costas, pero no se
entregan; y mientras se hunden iluminan el patrio pabe-
llón las llamaradas del incendio, amarillo v rofo como
nuestra bandera, y los moribundos aún tienen fuerzas
bastantes para gritar: ¡Viva España!
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^^^s^^í^^^ieí^íP^^p^^p^^^^x^^s^^x^^x^^x^^^^s^