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Full text of "Juan José; drama en tres actos y en prosa, original de Joaquín Dicenta"

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Dicenta  y  Benedicto,  Joaquín 
Juan  José 


EL    TEATRO 


COLECCIÓN  DH  OBRAS  DUAMÁTICAS  Y  LÍHICAS 


JUAN  JOSÉ 


DRAMA  EN  TRES  ACTOS  Y  EN  PROSA 


ORIGINAL    DE 


JOAQUÍN     DICE  NT  A 


TERCERA  EDICIÓN 


MADRID 

FLORENCIO    FISCO WICH,    EDITOR 

(Sucesor  de  Hijos  de  A.  Gullón.) 

PEZ,  40.— OFICINAS:  POZAS,— 2—?." 

I8Q0 


■< 


JUAN   JOSÉ 


I 


JUAN  JOSÉ 


DRAMA  EN  TRES  ACTOS  Y  EN  PROSA 


ORIGINAL  DE 


JOAQUÍN    DICENTA 


Eslreuado  con  extraordinario  éxito  en  el  TEATRO   DE   LA  COMEDIA,  la 
noche  del  29  de  Octubre  de  1895, 


TERCERA  EDICIÓN 


MADRID 
IMPRENTA  DE  JOSÉ   RODRÍGUEZ 

ATOCHA,    100,   PRIJÍCIPAL 

1896 


Ho  I 


X  3  ^^      PERSONAJES  ACTORES 

/  C        ROSA Srta.  Martínez. 

TOXUELA '. »  SuÁREz. 

ISIDRA Sra.  Alvarez. 

MUJER  i." »  Bermejo. 

ídem  2." »  Pérez. 

JUAN  JOSÉ Sr.  Thüillier. 

PACO »  Amato. 

ANDRÉS »  Balaguer. 

EL  CANO »  Valles. 

IGNACIO. »  Valentín. 

PERICO  . . . ; »  Vilanova. 

EL  TABERNERO. »      -  Manso. 

UN  CABO  DE  PRESIDIO »  Urquuo. 

BEBEDOR  1." »     •   Vázquez.. 

ídem  2.° »  Ruiz  Tatay- 

Un  mozo  de  taberna.— Bebedores. 

Nota.  Los  Sres.  Amato  y  Manso,  al  encargarse  de 
papeles  inferiores  á  su  significación  artística,  me  han 
hecho  un  favor  señalado  que  me  complazco  en  reco- 
nocer. 

Otra  .  Cuiden  los  actores  que  representen  esta  obra, 
de  dar  á  los  pereonajes  su  verdadero  óarácter;  son  obre- 
ros, no  chulos,  y  por  consiguiente  su  lenguaje  no  ha  dé 
tener  entonación  .chulesca  de  ninguna  clase. 


Esla  obra  es  propiedad  de  su  autor,  y  nadie  podrá,  sin  su  permiso, 
reimprimirla  ni  representarla  en  líspaña  y  sus  posesiones  de  Ultramar,  ni 
en  los  países  con  los  cuales  se  hayan  celebrado  ó  se  celebren  en  adelante 
tratados  internacionales  de  propiedad  literaria. 

El  autor  se  reserva  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  representantes  de  la  Galería  Lírico-Dramática,  titulada 
El  Teatro,  de  DON  FLORENCIO  FISCOWICH,  son  los  exclusivamente  encar- 
gados de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación  y  del  cobro  de  los 
derechos  de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


A  mi  madre. 


En  todas  mis  penas  te  he  encontrado  junto 
d  mif  con  los  brazos  abiertos.  Te  pago  con  Lo 
único  que  tengo.  Con  la  mayor  de  mis  alegrías. 


ACTO  PRIMERO 


El  teatro  representa  el  interior  de  una  taberna  de  los  barrios  bajos.  Al 
fondo  una  puerta  de  cristales,  de  dos  hojus,  con  cortinillas  en  las  vidrie- 
ras. Al  lado  derecho  de  la  puerta  del  fondo,  un  escaparate  con  fondo  y 
puertecillas  de  cristal.  En  segundo  término,  á  la  izquierda,  un  mostrador 
de  madera,  aforrado  de  zinc  eo  su  parte  superior  y  en  los  bordes;  sobre 
el  mostrador,  empotrada  en  él,  una  cubeta  de  zinc,  de  la  que  arranca  una* 
pequeña  cañería  de  fuente,  rematada  por  un  tubo  de  goma.  Encima  del 
mostrador,  vasos,  copas,  botellas,  frascos  llenos  de  vino  y  una  jarra  con 
tapadera  de  madera.  Entre  el  mostrador  y  el  escaparate,  .una  trampa 
practicable  que  da  acceso  á  la  cueva  del  establecimiento.  A  la  izquierda 
del  mostrador,  entre  éste  y  el  escaparate,  una  puerta  que  comunica  con 
la  cocina. 

Eu  primer  término,  á  la  izquierda,  uu  velador,  en  torno  del  cual,  así  como 
en  el  de  tres  ó  cuatro  veladores  que  ocuparán  la  escena  convenientemen- 
.  te  distribuidos,  se  colocarán  taburetes  de  madera. 

A  la  derecha,  una  puerta  de  cristales  con  cortinillas  encarnadas  que  da  paso 
á  una  habitación  reservada.  Sobre  la  puerta  de  la  derecha,  un  reloj  de 
pared.  A  lo  largo  de  la  pared  de  la  derecha,  una  estantería  de  madera 
pintada,  con  botellas  de  varias  clases  llenas  y  vacías. 

Cuídese  mucho  de  todo  lo  referente  al  servicio  del  vino,  enjuague  de  las 
copas  y  demás  detalles  que  se  irán  marcando  en  el  curso  de  la  repre- 
sentación. 

La  escena,  lo  mismo  que  el  escaparate  y  la  habitación  reservada,  cuando  de 
ella  se  haga  uso,  estarán  alumbradas  por  mecheros  de  gas. 

Al  levantarse  el  telón,  aparecen  en  escena  cuatro  bebedores  jugando  á  las 
•  cartas  en  un  velador  de  segundo  término.  En  un  taburete  colocado  al 
lado  de  los  jugadores  habrá  una  bandeja  con  varias  copas  de  vino  á  me- 
dio apurar.  El  tabernero  al  lado  de  los  jugadores,  mirando  el  juego. 

Ignacio  y  Perico  sentados  frente  al  velador  de  la  izquierda.  Encima  de  este 
velador  habrá  una  botella  y  dos  vasos.  Perico  tiene  un  periódico  en  la 
mano. 

El  mozo  estará  en  pie  detrás  del  mostrador. 


ESCENA  PRIMERA 

IGNACIO,  PERICO,  EL  TABERNERO,  EL  MOZO,  BEBEDOR  1", 
.  BEBEDOR  2.\y  DOS  BEBEDORES;  al  fmal,  ANDRÉS 

Beb.  I.°  Envido. 

Beb.  2.°   Diez  más. 

Beb.  1.°   ¡Ordago! 

Beb.  2."   Quiero. 

Beb.  i°    Perder.  (Enseñando  las  cartas.)  Duples  de  reyes  y  caballos. 

Beb.  2."  (Tirando  las  cartas  sobre  la  mesa  con  despecho.)  ¡Qué  Suerte!... 
Hay  que  hablar  con  Dios  pa  llevar  eso. 

Beb.  d.°"  (Tirando  una  raya  con  yeso  sobre  la  mesa.)  A  dos  juegos. 

Beb.  2."  (Al  Mozo.)  ¡Chico,  media  docena!  (El  Mozo  llena  unas  copas 
en  el  mostrador;  las  coloca  en  una  bandeja  y  las  lleva  á  donde  es- 
tá;i  los  Jugadores.  Cada  uno  de  éstos  coge  una  copa.  Cuando  termi- 
nan de  beber,  el  Mozo  coloca  la  bandeja  en  el  taburete  y  retira 
la  que  está  sobre  el  mismo.  Llega  con  ella  al  mostrador,  vacía'  el 
sobrantft  de  los  vasos  en  la  jarra  y  enjuaga  las  copas.  Todas  estas 
operaciones  las'hará  mientras  sigue  el  diálogo  ) 

Beb.  I.°   (A  otro  de  los  Bebedores.)  Tú  das. 

Perico.  (Leyendo  en  voz  alta  el  periódico  que  tiene  en  la  mano  y  dele- 
treando al  leer.)  «No...  es...  posi...  ble...  sopor...  lar... 
en...  si...  lencio...  la...  con...  du...  ta...  de...  un... 
go...  bierno...- que...  así...  vi...  vio...  viola...  los... 
sa...  era...  tí...  si...  mos...  de...  re...  clios...  del... 
ciu...  da...  daño...  Hora...  es...  ya...  de...  que...  el... 
noble...  pue...  blo...  es...  pañol...  pro...  tes...  te... 
de...  tan...  iní...  iní...  iní...  iní...  cuos...  a...  ten... 
tados...  y...  salga...  á...  la...  defen...  sa...  de...  la... 
liberta...  y...  de...  la...  patria...  escar...  escarnecidas... 
por...  los...  se...  se...  secua...  secuaces  de  la  reac/ón.» 
(Deja  el  periódico  y  da  un  puñetazo  sobre  la  mesa.)  ¡Pero  que  ni 
más  ni  mcuos!...  Este  papel  está  muy  bien.  (A  Ignacio.) 
¡Hay  que  echarse  á  la  calle  y  acabar  con  el  hato  de 
granujas  que  nos  oprime! 


—  o  -. 


Ic.NACio.  (Con  dpsdón.)  ¡ Ecliarsc  á  la  callo!...  No  sería  mala 
priman. 

Pinico.      (Con  tiiiio  (te  sorpivsa.)  ¡¡'rimad! 

Ignacio.  Lo  que  oyes.  Soy  inils  viejo  y  sé  iriiís  que  tú  de  estas 
cosas. 

Pkiuco.     ;Qn(''  sabes  lú?...  Vamos  á  ver. 

Ic.NACK).    ¿Qih'>  S('?...  Taiiibiéii  me  he  echáo  A  la  calle  yo;  y  he 
aiultio  -A  Uro  limpio  en  las  barricas  y  hasta  renqueo  de 
u!i  balazo  que  me  atizaron  en  esta  pierna...-  Pues  oye, 
albañil  era  y  albaiiil  soy;  diez  reales  ganaba  y  diez  rea- 
les gano;  los  que  n\e  metieron  on  el  ajo  van  en  coche 
y  yo  á  pié;  ellos  sacaron  de  las  barricas  una  excelen- 
cia y  yo  un  mote.   A  ellos  les  llaman  el  excelentísimo 
señor  don  Fulano  de  Tal,  y  A  mí  Ignacio  el  cojo...  Ahí 
tienes  lo  que  yo  he  sacáo  con  echarme  A  la  calle. 
Pero  lo  que  dice  el  papel...  la  liberta,  los... 
(Con  desdén.)  Palabras,  música...   el  tío  del  liigui.  Esas 
revoluciones  de  quila  á  csle;>a  que  suba  yo,  las  apro- 
vechan los  políticos,  los  señorones  de  levita...  ¿Sonpa 
ellos?  Que  las  hagan  ellos. 
De  modo,  que  lú... 

¡Como  no  hallen  otro!...  Pon  que  te  metes  en  una  tri- 
fulca, y  pon  que  ganas  y  suben  los  tuyos.  Ya  están 
arriba.  ¿Y  qué?  ¿Echarás  un  kilo  más  de  carne  en  el 
puchero  al  día  siguiente?...  No.  Al  día  siguiente  vol- 
verás ú  morirle  de  hambre,  á  trabajar  co;no  una  bes- 
tia, y  los  que  te  dijeron:  «Ayúdame,»  te  dirán:  ¡Arrima 
el  hombro  y  revienta,  que  pa  eso  has  nacido! 

PtRICO.  Es  que...  (Kntra  Andrés  por  el  fondo,  desde  donde  avanza  sin  ser 
iristo  de  Ignacio  y  Perico  hasta  una  distancia  suficiente  para  oir  la 
conversación.  El  Tabernero  se  dirige  al  mostrador  y  permanece  en  él.) 

Ign.acio.  No,  Perico,  no.  Pa  luchar  por  nosotros,  pa  vengarnos 
de  los  que  nos  explotan,  pa  eso  estoy  pronto  siempre  y 
te  diré,  ¡sí!  no  una,  cien  veces  que  me  lo  preguntes. 
Por  hacer  una  revolución  así,  nuestra,  de  nosotros, 
sí  me  echaría  yo  á  la  calle,  y  hasta  perdería  con  gusto 
.  las  dos  piernas. 


Perico.  , 
Ignacio. 


Perico. 
Ignacio. 


—  10 


Andrés. 


Ignacio. 
Andrés. 
Perico. 

Beb.  1." 
Tab. 
Beb.  2." 

Perico. 
Andrés. 


(Que  ha  llegado  hasta  ellos,  dice  apoyando  la  mano  en  el  hombro 

de  igna«io.)  Como  no  las  pierdas  hasta  entonces,  irás  al 

cementerio  andando. 

¡Eres  tú!...  ¿Qué  dices? 

Que  me  deis  una  copa,  y  os  dejéis  de  revoluciones. 

(Llena  un  vaso  y  se  lo  ofrece  á  Andrés.)  Bebe.   (Andrés  apura  el 

vaso.  Los  Jugadores  se  levantan  y  se  dirigen  al  mostrador.) 

(Al  Tabernero.)  ¿Se  debe  algo? 

Una  buena  volunta. 

Échenos  usté  otras  pa  irnos.  (El  Tabernero  llena  unas  copas 

que  beben  los  otros.) 

(A  Andrés.)  ¿Quieres  más? 

Venga.  (Apura  la  copa  que  le  da  Perico.  Salen  los  Bebedores  por 

el  fondo.) 


ESCENA  II 
•ANDRÉS,  IGNACIO,  PERICO,  EL  TABERNERO  y  EL  MOZO 

Ignacio.  (A  Andrés.)  A-  tí,  en  diciendo  que  tienes  vino,  no  te  hace 
falta  náa. 

Andrés.  Porque  el  vino  es  la  sola  cosa  buena  de  este  mundo. 
Si  lo  Tserá,  que  con  todo  y  con  lo  que  echan  los  taber- 
neros, aiin  se  puede  beber. 

Tab.         (Acercándose  á  la  mesa.)  ¡Muchas  gracias! 

Andrés.  No  hay  de  qué  darlas.  (A  Ignacio.)  Lo  que  oyes,  y  lo  que 
yo  le  decía  la  primera  vez  que  tuve  voto  á  un  caballero 
que  me  lo  compró  en  tres  pesetas.  Allá  ustées;  de  pin- 
tor de  puertas  no  he  de  pasar;  con  que  vengan  las  tres 
pesetas  y  pague  usté  una  copa,  y  de  usté  es  mi  voto  y 
el  de  mi  novia,  si  sirve,  que  quizás  que  sirva. 

Ignacio.    ¿Y  por  qué  partido  votaste? 

Andrés.  ¡Yo  que  sé!...  Por  el  partido  de  las  tres  pesetas  y  una 
copa;  maldito  si  me  importaba  aquello. 

Perico.    ¿No? 

Andrés.  (Haciendo  ademán  de  morderse  la  uña  del  pulgar.)  ¡Ni  CSto!... 
Yo  tengo  mi  idea.  La  política,  pa  los  i)olíticos;  la  mu- 
jer, á  ratos,  y  el  vino,  á  cualquier  hora. 


—  {{  — 

Tab.         Conformos. 

Ignacio.    (Al  Tabernero.)  Faltaría  que  tú  no  lo  estuvieras. 

Andues.  ti  vino  os  el  cúralo  lodo.  ¿Ouo  ost;ís  anw'io  do  traba- 
jar? Hajas  (lol  andamio,  lo  ochas  una  limpia  entro  pc- 
.•  olio  y  espalda,  y  tan  guapo.  ¿Que  1  iones  penas?  ¿A 
quién  vas  .1  ir  con  ellas?  ¿A  una  nnijor?  Una  mujer  le 
las  aumenta.  ¿A  un  amigo?  Un  amigo  las  oye  si  no  está 
do  prisa  y  para  de  contar.  Al  vino,  liondjre,  al  vino-.  Y 
mejor  que  al  vino,  al  aguardiente. 

Perico.    Si  quieres  aguardiente,  pídelo. 

Añores.   Que  lo  traigan. 

Tab.  (Al  Mozo.)  ¿Oyes,  chico?  (El  Mozo  llena  unas  copas  de  aguar- 

diente y  las  lleva  á  la  me^a.) 

Andrés.  (Cogiendo  una  copa.)  ¡Vaya  por  el  triple!...  (A  Ignacio.)  ¿Tú 
no  bebe.s? 

Ignacio.    Aguardiente,  no.  Me  emborracha  en  seguida. 

Andrés.  ¡Buen  defecto  que  le  pones!...  ¿Pa  qué  bebe  uno?...  Pa 
emborracharse.  Pues  cuanto  antes,  mejor. 

Perico.    Verdad. 

Andrés.  Pa  mí,  el  aguardiente  está  de  non.  Porque  con  esto  de 
la  bebida,  pasa  como  en  la  guerra;  lo  he  visto*muchas 
veces  cuando  era  soldáo.  Nos  decían  los  jefes:  «¡A  ver, 
muchachos,  h&y  que  tomar  esa  trinchera!...»  Y  echá- 
bamos por  la  cuesta  arriba  con  la  cabeza  gacha  y  el 
fusil  enrislráo,  mientras  los  contrarios  nos  freían  á  ti- 
ros; y  aquí  caía  uno  y  allí  otro;  y  luego  diez  y  después 
veinte,  y  ¡hala!  adelante,  siempre  adelante;  hasta  que 
llegábamos;  pero  ¡cómo  llegábamos!...  Chorreando 
sangre  y  sudor,  y  dejando  el  carnino  lleno  de  hombres 
patas  arriba.  En  cambio,  les  decían  á  los  artilleros: 
«¡Abajo  esa  casa!»  y  ¡Bum!  ¡bum!  á  los  cuatro  dispa- 
ros, la  casa  hecha  cisco.  Pues  con  esto,  (Golpeando  la  me- 
sa con  el  vaso.)  Sucede  igual.  Las  botellas  de  vino,  son  la 
infantería;  hay  que  tumbar  muchas  pa  coger  la  mona; 
las  medias  copas  de  aguardiente,  son  los  artilleros;  con 
pocas  basta.  Voy  á  dispararme  el  primer  cañonazo. 
(Apura  la  media  copa.)  ¡EstO  CS  gloria,  hombre! 


—   i2 


Ignacio. 
Andrés. 

Perico. 
Andrés. 


Perico. 
Andrés. 

Ignacio. 

Andrés. 

Ignacio. 

Tab. 

Andrés. 


Perico. 
Andrés. 

Ignacio. 
Andrés. 


Perico. 
Andrés. 

í'khico. 

A  NDRES. 


¿Y  Juan  José?  * 

Esperándole  estoy.  Nos  ha  salido  una  chapuza,  y  va- 
mos juntos  ;í  arreglarla. 
¿Sigue  con  la  Rosa? 

Y  más  emperráo  cada  vez.  Ahora  somos  vecinos;  vivi- 
mos en  el  veintitrés,  dos  puertas  más  arriba  de  la  ta- 
berna. Rosa  trabaja  con  Tofíuela.  Aquí  vendrán  á  bus- 
carnos en  cuanto  salgan  de  la  fábrica. 
¿Con  que  Rosa...? 

Le  tiene  vuelto  el  juicio.  Lo  malo  es  que  él  lo  ha  to- 
máo  por  donde  quema,  y  ella... 
Ella,  ¿qué? 

Ella  es  como  todas  las  mujeres,  mala.    • 
Como  todas,  no.  Me  parece  á  mí  que  Toñuela... 
No  tendrás  queja,  Andrés. 

Por  la  presente,  no  la  tengo.  Toñuela  se  sujeta  á  mí; 
si  hay  dos,  con  dos  pasa;  si  no  los  hay,  pone  los  pu- 
cheros á  la  funerala,  y  á  esperar  otro  día;  y  si  se  me 
baja  el  aguardiente  á  los  déos  y  si  se  me  suben  los 
déos  á  la  cara  de  ella,  se  aguanta  y  como  si  tal  cosa; 
pero  ya  verás  cdmo  á  lo  mejor  sale  i[)or  peteneras. 
¡Que  tú  digas  eso!... 

No  me  cogería  de  susto.  En  fin,  Toñuela  es  Toñuela,  y 
Rosa... 

¿Qué? 

Está  echa  á  otra  vida.  Mucha  juerga  y  mucho  vestido 
de  raso  y  mucha  bota  de  charol...  Lo  que  tiene  siem- 
pre una  mujer  cuando  es  guapa  y  tira  la  vergüenza  á 
la  calle.  Así  es  que  la  viene  muy  pelo  arriba  agarrarse 
al  trabajo.  Y  si  le  quisiera,  menos  mal. 
¿No  le  quiere? 

De  capricho  no  pasa.  (A  Ignacio.)  Ya  sabos  cdmo  se  co- 
nocieron. 
¿Cdmo? 

Rosa  estaba  de  juerga-  con  unos  señoritos  en  una  ta- 
berna donde  entró  Juan  José,  quQ  entonces  bebía  Vnás 
que  ahora.  En  cuanto  vio  aquella  cara  de  cielo,  y 


^  \:\  — 

« 

aquel  cuerpo,  y  aquellos  ojuzos,  y  oyd  cantar  á  Rosa 
con  la  voz  de  ángel  que  Dios  la  ha  rfáo,  se  quedó  (;on 
tres  cuartas  de  boca  abierta.  Siguió  la  broma,  y  no  S(' 
cómo  fmS  que  se  emborracharon  los  señoritos  y  qui- 
sieron pegar  á  la  chica.  Allí  fué  la  gorda;  Juan  José, 
que  ya  estaba  prendáo  de  ella,  se  levantó  y  dijo:  u\ 
éslcL  no  hay  quien  la  toque.»  Total,  (pie  se  movió  el 
troncazo  padre;  y  como  Juan  José  es  do  los  que  empu- 
jan, y  cuando  se  arranca  se  lleva  por  delante  lo  que  le 
estorba,  echó  de  la  tasca  á  los  señoritos  y  se  quedó 
solo. 

Perico.     ¡Bien  hecho! 

Andrés.  A.  ella  le  gustó  aquel  desplante,  y,  lo  que  pensaría: 
«Tropecé  con  mi  hombre.»  Cerca  de  un  año  lo  ha  estáo 
creyendo,  y  ya  vajsa  dos  meses  que  quiere  volar  por 
su  cuenta. 

Perico.    ¿Tú,  sabes...? 

Andrés.  Sé  que  no  falta  quién  la  ronde,  y  sé  que  á  ella  no  la 
parece  costal  de  paja,  porque  es  joven  y  de  posibles, 
y  no  le  duele  tirar  cinco  duros  á  tiempo. 

Ignacio.    ¿Le  conoces? 

Andrés.  Y  tú,  y  éste.  Es  Paco. 

Ignacio.    ¿El  maestro  de  la  obra  donde  trabaja  Juan  José? 

Andrés.  Y  si  te  digo  quien  trastea  á  Rosa  de  parte  suya,  verás 
que  el  caso  no  es  de  los  buenos  pa  Juan  José. 

Perico.    ¿Pues  quién?... 

Andrés.  Quién  ha  de  ser;  la  infierna  casas  de  este  barrio; 
La  seña  Isidra.  (Se  abre  la  puerta  del  fondo  y  entra  por  ella 
Juan  José.) 

Tab.  (\  Andrés.)  ¡Chist!...  Juan  José.  (Juan  José  se  dirige  hacia  el 

sitio  donde  está  Andrés;  el  Tabernero  se  va  al  mostrador.) 


—  ií  — 

ESCENA  III 

JUAN  JOSÉ,  ANDRÉS,   IGNACIO,  PERICO,   EL  TARERNERO 

y  EL  MOZO 

J.  José.     ¡Buenas  noches! 

Andrés.  ¿Qué  hay? 

J.  JosE.  Lo  (jue  hay  cuando  se  trabaja  desde  las  siete  de  la 
mañana  hasta  anocheció:  mucho  cansancio  y  mucho 
sueño.  (Se  deja  caer  en  uno  de  los  taburetes  que  hay  junto  al' 
velador.) 

Perico.  (Levantándose.)  Y  mucha  hambre.  Por  mí  lo  digo,  que  ya 
me  está  haciendo  cosquillas  éste.  (El  estómago.)  (A  Igriacio.) 
¿Vienes,  tú? 

Ignacio.  Sí;  la  vieja  tendrá  el  pucherillo  á  la  lumbre  y  no  es 
cosa  de  dejar  enfriar  las  patatas.  ¡Valiente  cena  pa 
que  el  que  llega  á  su  casa  destrozáo  de  fatiga! 

J.  JosE.    Menos  mal  que  lo  haya. 

Ignacio.  Verdá;  porque  hasta  eso  falta  muchas  veces.  (X  Juan 
José  y  Andrés.)  ¿Os  quedáis? 

Andrés.  Esperando  que  den  las  siete  pa  ir  en  busca  de.  Anto- 
nio y  arreglar  la  chapuza. 

Ignacio.  A  más  ver.  (Ignacio  y  Perico  se  dirigen  hacia  el  fondo,  por 
donde  salen,  no  sin  pagar  antes  al  Tabernero.) 

Tab.  (Al  Mozo.)  Súbete  dos  frascos  de  vino.  (El  Mozo  abre  la 
trampa  de  la  cueva  y  baja  por  ella  con  dos  frascos  vacíos.  A  poco 
vuelve  con  ellos,  los  deja  en  el  mostrador  y  entra  en  la  cocina.  El 
Tabernero  se  pone  á  leer  un  periódico.) 


ESCENA  IV 

JUAN  JOSÉ,  ANDRÉS  y  EL  TABERNERO 

Andrés.    (A  Juan  José.)  Bebe.  (Alargándole  una  media  copa.) 

J.  JoSE.     (Rechazándola  con  la  mano.)  No  tengo  Sed.    (Queda  en  silencio, 

con  la  cabeza  apoyada  en  la  mano.) 
Andrés.   ¿Qué  tienes  entonces? 


i:; 


J.  Josi:. 
Andiies. 

J.  JüSK. 

Andrés. 


J.  José. 
Andrés. 


J.  José. 
Andrés. 

J.  José. 


Andrés. 
J.  José. 


Andrés. 
J.  José. 


Andrés 
J.  José. 


Ya  lo  he  dicho  antes.  lístoy  cansáo. 
No  os  eso. 

Lo  (jUO  !c  dá  la  gana,  (('on  impaciencia  y  mirando  ;il  reloj  (!<! 
pared.)  ¡Cuiínlo  tardan! 

\Qnó  lian  de  tardar,   si  salen  á  las  siete  largas  de 
la  fábrica. y  necesitan  más  d"e  un  cuarto  de  hora  pa 
llegar  aquí!...  Tus  celos  .son  los  que  tienen  prisa,  y  te 
traen  ú  mal  traer.  ¡Parece  mcntirit  que  tú...! 
Déjalo  estar.  No  hable  nos  de  ello. 
Es  pa  empezar  contigo  á  trastazos.  Estaría  bueno  que 
un  hondire  se  acongojase  por  una  mujer.  Todas  juntas 
no  valen  una;)í?r/'rt. 
¡Qué  sabes  tú! 

Más  que  tú,  que  no  sabes  lo  que  te  pescas  porque  es- 
tás enceláo. 

Sí  lo  estoy,  Andrés,  y  la  sangre  se  me  enciende  en  el 
cuerpo  cuando  imagino  que  Rosa  puede  dejarme  de 
querer. 

¿Y  quién  te  manda  imaginarlo? 
¡Qué  se  yo! . . .  Es  una  idea  que  se  me  ha  ido  metiendo 
aquí  dentro  (Señalando  la  frente.)  poco  á  poco,  pero  COn 
fuerza,  igual  que  si  me  la  hubiesen  claváo  á  martilla- 
zos; y  no  puedo  deshacerme  de  ella,  y  me  martiriza, 
y  me  azuza,  y  me  tiene  como  sobre  carbones  encen- 
dios. 

Eres  un  chico  de  la  escuela. 

No  sé  lo  que  soy;  sólo  sé  lo  que  me  sucede;  sólo  sé 
que  Rosa  no  es  la  misma  de  antes  pa  mí:  (Con  tono  som- 
brío.) Y  luego,  Paco,  ese  mozo  que  iio  ha  tenido  más 
que  hacer  en  el  mundo  que  heredar  la  parroquia  y  ¡os 
dineros  de  su  padre,  no  la  deja  ni  á  sol  ni  á  sombra. 
Él  se  figura  que  no  me  entero.  ¡Si  me  entero!  (Con 
acento  amenazador.)  ¡Quc  lleve  cuidáo! 
Serán  cavilaciones  tuyas. 

No  lo  son,  Andrés  no  lo  son.  Hace  tiempo  que  le  ven- 
go oservando.  La  otra  mañana  me  fué  Rosa  á  buscar 
á  la  obra,  y  Paco  se  puso  delante  de  ella  y  empezó  á 


—   16 


Andrés. 


J.  José. 


Andrés. 

J.  José. 
Andrés. 


J.  José. 
Andrés. 
i.  José. 
Andue.«. 


soltarle  requiebros  y  pasearle  por  los  ojos  sus  déos 
llenos  (le  sorlijas,  y  á  decirle,  mirando  pa  mí  y  como 
cü  broma.  «¡Que  suerte  tienen  algunos  hombres  y  qué 
mal  ganáa\...'»  Ella  se  reía  de  oirle,  y  yo...  Yo  seguía 
trabajando  mientras  bromeaba  el  señorito,  V  me  fijalia 
•en  él,  y  á  la  vez  que  en  él,  en  mi  blusa  remendáa  y  exi 
su  ropa  nueva,  en  el  yeso  que  había  en^  mis  manos  y 
en  las  sortijas  que  había  en  las  suyas;  y  sentí...  No  sé 
lo  que  sentía  entonces,  pero  apreté  con  rabia  el  mango 
del  palustre  y  estuve  á  punto  de  meterle  por  el  pecho 
adelante,  aquella  herramienta  manchada  con  la  cal  que 
nosotros  amasamos  ^a  que  él  se  luzca!... 
(Con  zumba.)  Haberlo  hecho,  y  después,  ¡á  presidio!... 
(Con  ironía  triste.)  Tienes  una  manera  de  arreglar  las  co- 
sas, que  da  gozo. 

(Luego  de  pasarse  la  mano  por  la  frente  como  si  quisiera  desechar 
un  mal  pensamiento.)  Yo  no  soy  malo,  Andrés;  no  quiero 
serlo.  Y  ocasiones  de  serlo  he  tenido,  muchafe,  que  á 
quien  lo  dejan  en  la  calle  sin  otro  amparo  que  el  de 
Dios,  más  cerca  lo  ponen  del  presidio  que  de  la  iglesia. 
No,  no  quiero;  no  he  querido  ser  mal  hombre  nunca; 
pero  en  tocante  á  Rosa,  ¡que  no  la  toquen!  ¡que  no  me 
la  quiten,  porque. seré  peor  que  malo!...  (Con  desespera- 
ción.) ¡Si  ella...! 

(Interrumpiéndole.)  A  eso  vov.   Si  y  O  sospechase  que  me 
faltaba  una  mujer,  ¿sabes  tú  lo  que  haría? 
¿Qué? 

Lo  primero,  enterar;ne  si  era  verdad,  que  á  veces,  se 
le  meten  ú  uno  los  infundios  en  la  sesera  porque  sí,  y 
cree  que  un  cañamón  es  una  bola  del  puente  de  Se- 
govia. ' 

¿Y  si  era  verdad? 
¡Si  era  verdad!... 
¿Qué  harías? 

Muy  sencillo.  A  él  nada;  porque  bien  viiráo,  nadie 
tiene  la  culpa  de  que  sea  mala  la  mujer  que  vive  con 
uno.  A  ella  sí;  lí  ella,  cogerla  por  el  moñono  y  madu- 


—  17  — 

rarla  las  costillas  con  un  garrote,  y  abrirle  la  puerta  y 
darle  dos  paíáas  y  ponerla  al  fresco  y  quedarme  tan 
fresco. 
J.  JosK.     ¡Yo,  dejar  á  Rosa!... 
Anhiies.   Si  te  engañaba,  ¿por  qué  no?  ¿Has  firmáo  escritura  pa 

vivir  con  ella  hasta  que  te  enlierrcn? 
J.  JosL.     No  hace  falta.  En  las  cosas  del  querer,  se  firma  con 
éste;  (El  corazón.)  y  cuando  éste  dice  «quiero  de  veras,» 
firmáo  está  pa  toda  la  vida. 
Andrés.   (Con  tono  fle  broma.)  ¡Pocas  firmas  así  he  puesto  yo!  Y 
luego  á  borrarlas.  Ni  señal  queda.  Antes  se  borra  el 
querer  que  la  tinta. 
J.  JosE.     Será  el  tuyo,  que  el  mío  no.  ¡Dejar  yo  á  mi  Rosa!... 
¡Perderla!  ¡Echarla  de  aquí!..  (Golpeándose  el  pecho.)  No 
podría;  está  muy  agarrúa  y...  Yo  me  entiendo;  no  sé 
explicarlo,  pero  me  entiendo...  Vamos,  que  si  yo  dije- 
se, se  acabó  Rosa;  mi  corazón,  y  mi  alma,  y  todo  yo, 
nos  habíamos  acabáo  con  ella. 
Andhes.    ¡Bah!  ¡En  seguida  me  destrozaba  yo  por  ninguna!... 
Ponte  en  lo  peor,  en  que  la  pena  sea  tan  grande  que 
no  consigas  descuajarla  de  un  tironazo.  ¡A  distraerse! 
¡qué  contra!...  No  se  acabó  el  mundo  por  eso.  Otros 
quereres  hay  y  á  ellos,  se  coge  uno  hasta  que  se  le  pase 
la  basca. 
J.  JosE.    Tú,  sí,  porque  tienes  padres,  hermanos,  famiha  que  te 
consuele  y  te  saque  las  malas  ideas  del  cuerpo.  Y^o  no 
tengo  nada.  ¿Padres?....  Dios  los  dé;  no  sé  quiénes  fue- 
ron los  míos,  sólo  sé  que  me  tiraron  á  la  calle,  mis- 
mamente que  se  tira  la  basura  al  arroyo,  pa  que  la  re- 
coja el  trapero.  (Con  tristeza  profunda.)  ¡Debe  ser  tan  bueno 
tener  padres!...  Lo  veo  por  tí  cuando  vas  á  casa  de  los 
tuyos,  y  la  pobre  vieja  de  tu  madre  se  alza  de  su  silla 
y  te  mira  que  parece  que  se  te  va  á  comer  con  los  ojos 
y  te  dice:  «¡A  ser  hombre  de  bien,  Andrés!...»  Tú  te 
ríes,  como  si  no  te  importase  verla* y  oiría;  pero  en  la 
cara  se  te  conocen  que  no  te  cojen  el  gozo  en  el  cuerpo 
y  la  alegría  en  el  corazón. 


—  18  — 

Andrés.  (Con  ternura.)  Porque  ciego  por  ella;  porque  se  .trata  de 
mi  madre,  y  la  madre  es  la  sola  mujer  que  no  engaña. 

J.  José.  Yo  no  he  conocido  á  esa  mujer.  Sólo  he  conocido  á  la 
que  me  recogió  junto  á  las  piedras  de  una  cantería  pa 
llevarme  en  brazos  por  las  calles  y  compadecer  á  la 
gente  llamándome  hijo  suyo.  ¡Pa  eso  me  recogieron!  Y 
luego,  cuando  fui  mayor  y  pude  andar  solo,  pa  que 
pidiese  limosna,  con  los  pies  descalzos,  y  la  pidiera 
bien,  y  llevase  mucha,  que  si  llevaba  poca,  me  ponían 
maduro  á  palos. 

Andrés.    ¡Sí,  es  desgracia!...  (Con  tristeza.) 

J.  JosE.  No  lo  sabes,  Andrés;  hay  que  pasarlo.  Pidiendo  un  pe- 
dazo de  pan  pa  que  lo  comieran  otros,  como  ahora  lo 
gano  pa  que  otros  disfruten,  he  vivido  yo  mucho  tiem- 
po. Cariño  ninguno.  Malas  razones  y  peores  hechos. 
Golpes,  no  golpes  buenos,  de  los  que  los  padres  dan  á 
sus  hijos  pa  que  se  corrijan,  sino  golpes  de  los  que  da 
el  arriero  á  su  bestia  cuando  no  puede  con  la  carga. 
A  mí  nunca  me  han  dicho  al  pegarme:  «¡Toma,  pillas- 
tre, pa  que  te  enmiendes!»  A  mí,  me  decían:  «¡Toma, 
granuja,  pa  que  traigas  más!»  ¡Ya  ves  qué  diferen- 
cia! El  recuerdo  de  aquellos  golpes,  de  los  que  dan  los 
padres,  debe  saber  á  gloria;  el  de  los  que  yo  recibía 
me  sabe  amargo,  y  me  trae  á  la  boca  mucho  rencor  y 
muchos  odios. 

Andrés.    ¡Pobre  Juan  José! 

J.  José.  Mas  tarde,  cuando  me  vf  libre  de  la  caena  y  dije  «¡á 
trabajar!»  ¿qué  encontré?...  De  aprendiz,  cachetes  del 
maestro  y  de  los  oficiales,  y  una  cazuela  de  sobran 
en  un  rincón;  después,  mucho  trabajo  y  muchas  fati- 
gas, y  un  jornal  escaso,  ganáo  sobre  dos  tablones  mal 
unidos,  tiritando  de  frío  en  invierno,  a]).fas.índo;r.e  la 
piel  en  verano,  afanándome  desde  la  mañana  á  la  no- 
che, pa  llegar  por  la  noche  á  mi  casa  y  encontrarme 
sólo,  sin  que  nadie  viniera  á  decirme:  «¡Descansa  hom- 
bre, que  bien  lo  mereces!»  Así  vivía  cuando  conocí 
ú  Rosa.   Ella  me  dio  lo  que  aún  no  había  enconlráo 


10  — 


Andrés. 
J.  José. 


Andrés. 
J.  José. 


Andrés. 


J.  José. 


en  cl  mundo,  cariño.  ¿Cn'cs  tú,  que  puedo  dejarla,  ó 
confornianne  con  que  mo  deje?... 
Yo... 

¡Dejarme  ella  ;í  mí!...  No,  Andrés,  ¡que   no  lo  liaga, 
que  no  lo  intente!...  ¡Si  se  atreviera  ;í  hacerlo!...  (Con 
tono  de  amenaza.) 
¿Vuelves  á  las  mismas? 

¡Eso  quisiera  yo,  no  volver!...  Pero  estas  cavilaciones 
mías  pueden  masque  yo,  me  levantan  en  peso,  y  cuan- 
do imagino  que  Rosa  me  puede  abandonar,  marcharse 
con  otro,  se  me  pone  una  nube  de  sangre  delante  de 
los  ojos,  y...  (Con  angustia  y  odio.)  ¡Que  no  suceda,  An- 
drés, que  no  suceda;  porque  si  sucede,  estoy  perdió! 
Déjate  de  tontunas,  que  por  la  presente  no  tienen  fun- 
damento, y  bébete  esa  media  copa.  (Alargando  la  que  ha- 
brá quedado  llena  sobre  el  velador.) 

Tienes  razón.  Más  vale  callar.  (Apurando  la  copa  de  un  sor- 
bo. Se  abre  la  puerta  del  fondo  y  entra  por  ella  Isidra,  que  se  di- 
rige al  mostrador.) 


ESCENA  V 

JUAN  JOSÉ,  ANDRÉS,  ISIDRA  y  EL  TABERNERO 


IsmRA.      (Al  Tabernero.)  Dame  una  de  tiple.  (El  Tabernero  sirve  la  cop« 

á  Isidra;  ésta  la  apura  á  sorbos  junto  al  mostrador.) 
Andrés.    La  Isidra.  (A  Juan  José  que  se  habrá  vuelto  al  oir   la  voz  de 

Isidra.) 
J.  JosE.    Esta  vieja  es  la  que  trae  á  mal  traer  á  Rosa  con  sus 

comadrees. 
Isidra.      (Como  si  viera  por  primera  vez  desde  que  entró  á  Juan  José  y 

Andrés.)  ¡No  había  reparáo!...  (Acercándose  á  ellos.)  ¡Buenas 

noches,  hijos! 
Andrés.   SeTioray  haga  usté  el  favor  de  no  faltar,  que  nadie  se 

ha  metido  con  usté. 
Isidra.      (Sorprendida.)  ¡Faltar! 


—  20  — 

Andrés.  Dice. que  no,  v  acaba  de  llamarnos  hijos.  ContenloS 
andarían  los  suyos  como  los  tuviese. 

líiDRA.      (Con  despecho.)  ¡Poca  vergüenzal 

Andrés.   (Con  seriedad  cómica.)  A  todo  hay  quien  gane. 

lsu)RA.     (.\  Juan  José.)  ¿Ves  qué  mala  lengua? 

J.  José.  (Con  sequedad.)  Peores  las  hay  y  más  daño  hacen.  (Con 
dureza.)  Mire  usté  en  qué  emplea  la  suya,  porque  puede 
sahrle  caro. 

IsiüK.^.       ¿Á  mí?  (Como  sorprendida.) 

J.  JoSE.     (Clon  el  mismo  tono  de  antes.)  ¡A  ust 'I 

ISIDRA.  (Como  si  no  le  entendiera  y  con  fingida  sinceridad.)  ¿Qué  te  pa- 
sa, chico?...  ¿Te  ha  ))icáo  la  víbora? 

J.  JosE.  Quizá  que  sí.  Ya  sabe  usté  lo  que  quiero  decirle,  y  án- 
dese con  citUláo,  porque  todo  el  monte  no  es  orégano, 
y  un  día,  por  culpa  de  sus  trapisondas,  va  usté  á  tro- 
pezarse con  algo  que  la  duela. 

IsinRA.      ¡Yo!  ¿Pero  qué  dices? 

J.  JosE.  Lo  que  he  dicho  y  con  ello  basta.  (A  Andrés.)  Vamos  en 
busca  de  Antonio,  que  ya  es  hora.  (Levantándose.) 

Andrés.  Vamos.  (Se  levanta  también.)  Cuando  vengan  esas,  que  es- 
peren. 

Tab.  Quedar  con  Dios.  (Juan  José  y  Andrés  se  dirigen  al  fondo;  al 

llegar  delante  de  Isidra,  Andrés  leda  á  ésta  un  golpecilo  en  el 
hombro  y  él  dice  con  tono  zumbón.) 

.\ndres.  (A  Isidra.)  Hasta  luego,  mamá.  (Salen  por  el  fondo  Andrés  y 
Juan  José.)  » 

ESCEXA  Yl 
EL  TABERNERO  é  ISIDRA 


ISIDUX. 


Tab. 
Isidra. 

Tab. 


(Por  Juan  José  y  Andrés.)  ¡Condenaos!...  Y  no  es  más  que 
porque  Juan  José  se  ha  pensáo  que  yo  aconsejo  mal  á 
Rosa.  (Al  Tabernero.) 
¿No  lo  hace  usté?  (Con  sorna.) 

(Con  tono  de  inocencia.)  ¡El  Señor  me  librcl...  Usté  meco- 
noce,  Manuel. 
Porque  la  conozco  á  usté,  no  la  creo. 


—  21   —  . 

ISIDKA.        ¿No? 

Tab.  Óigame  ustó,  seña  Isidra:  Vo  no  me  meto  en  los  asuii- 
los  de  m¡  parroquia  ponjuc  no  debo,  y  porque  todo  el 
([lio  onlra  on  mi  casa  ;í  d(íjar  un  duro,  o  una  peseta,  ó 
una  perra  chiea,  es  scujráo  pa  mí.  Vo  só  oir,  y  ver,  y 
callar,  y  respetar  ;í  cada  uno  su  marcha^  que  esc  es  mi 
oticio  y  mi  negocio;  pero  no  me  venga  usté  con  pam- 
plinas. A([uí  no  cuelan. 

IslDRA.        ¿Yo?...  , 

Tab.  Dt^jese  usté  de  historias.  Desde  que  Paco  se  mudó  á 
esta  calle  y  conoció  ;1  Rosa,  ¿qué  ha  hecho  Paco,  sino 
rondar  á  Rosa,  y  qué  ha  hecho  usté  más  que  meter  A 
Paco  por  los  ojos  de  Rosa? 

IsmRA.  ¿Soy  yo  responsable  de  que  se  echen  á  mala  parte  mis 
buenos  intenciones? 

Tab.         (Con  tono  de  duda.)  ¿Buenas  intenciones  usté? 

ísiDRA.  ¡Claro)  Paco  es  una  gran  proporción,  y  me  duele  que 
no  se  aproveche  de  ella  Rosa.  Eso  es  cierto;  tan  cierto 
como  no  me  he  metido  nunca  en  que  ella  quiera  ó  deje 
de  querer  á  Juan  José.  ¿Qué  tiene  que  ver  lo  uno  con 
lo  otro? 

Tab.  ¡Una  friolera!...  ¡Usté  se  ha  creído  que  Juan  José  iba  á 
conformarsel... 

IsiDRA.  No  sería  el  primero.  (Se  abre  la  puerta  del  fondo  y  entra  Pa- 
co seguido  de  dos  Mujeres  y  dos  Hombres.  Los  Hombres  llevan  ca- 
pas y  sombreros  anchos;  las  Mujeres,  pañuelos  de  seda  á  la  cabeza 
y  raantoBes  de  flecos.) 

Paco.  «(Desde  la  puerta.)  ¡Adentro!...  ¡Ahora  veréis  si  llevo  ra- 
zón! (Entran  los  dos  Hombres  y  las  dos  Mujeres.) 

ESCENA  Vn 

ISIDRA,  PACO,  EL  TABERNERO,  DOS  MUJERES  y  DOS 
HOMBRES;  luego  EL  MOZO 

Tab.  (Dirigiéndose  á  Paco,   con  la  oficiosidad   propia   á  un  tabernero 

cuando  entra  un  buen  parroquiano  en  su  casa.)  ¡Seiior  Paco!... 

Paco.       ¡Hola,  Manuel!  Les  he  dicho  á  éstos  que  tienes  la  me- 


—  22  — 

jor  copa  de  vino  del  distrito;  conque  echa  unas  pa  que 
se  enteren.- 

Tab.  (Llenando  unas  copas  y  poniéndolas  sobre  la  repisa  del  mostrador.) 

Estas  son  las  mías. 

Paco.       (X  isidra.)  ¿Qué  bebe  usté? 

IsiDRA.  Aguardiente.  (El  Tabernero  sirve  á  Isidra;  los  demás  apuran 
sus  copas.) 

Paco.         (A  ios  que  le  acompañan.)  ¿Qué  tal? 

Muj.  1.*   ¡Superior! 

Paco.  (.\i  Tabernero.)  Dános  Otras,  y  que  nos  arreglen  un  arroz 
con  pollos  y  unas  chuletas.  Cenamos  aquí. 

Tab.  ¡Chico!...  (El  Tabernero  sirve  otras  copas;  el  Mozo  sale  por  la 

puerta  de  Ja  izquierda.  x\  Mozo.)  Entra  en  la  cocina  y  que 
avíen  un  arroz  con  pollos  y  unas  chuletas.  Son  pa  el 
señor  Paeo;  no  digo  más.  Pónles  la  mesa  en  ese  cuar- 
to. (El  de  la  derecha.  El  Mozo  sale  por  la  izquierda.) 

Paco.       (Al  Tabernero.)  ¿Tienes  guitarra? 

Tab.  (Con  afán  de  agradar.)  Pa  usté  se  buscaría  aunque  no  la 
hubiera.  Ahí  dentro,  (Por  el  cuarto  de  la  derecha.)  encon- 
trarán ustedes  una,  y  es  de  primera. 

Paco.       (A  las  Mujeres.)  ¿No  bebéis? 

Muj.  1.*    ¡Digo!...  (Apurando  la  copa.) 

Paco.  (AI  Tabernero.)  Repite.  (El  Tabernero  llena  otras  copas.  Paco  se 
dirige  al  velador  de  la  izquierda,  enfrente  del  cual  se  habrá  sen- 
tado Isidra.  El  Mozo  sale  de  la  cocina  con  un  servicio  de  platos  y 
manteles;  atraviesa  la  escena  y  entra  en  la  habitación  de  la  dere- 
cha, que  se  ilumina  como  si  acabasen  de  encender  el  gas.  A  Isi- 
dra.) ¿La  ha  visto  usté? 

Isidra.     Sí. 

Paco.        ¿Y  qué? 

Isidra.  Durilla  anda;  pero  déjela  usté  de  mi  cuenta  que  ya  se 
ablandará. 

Paco.       Si  me  ayuda  usté,  no  ha  de  pesarle. 

Isidra.  ¿Ayudar  á  usté?...  Con  alma  y  vida.  A  un  mozo  tan 
rumboso  y  tan  guapo,  se  le  ayuda  siempre.  Y  no  lo 
hago  por  interés.  Dios  lo  sabe;  lo  hago  porque  le  ten- 
go á  usté  simpatías. 


—  23  - 

Paco.  Si  yo  pudiera  Imblar  á  solas  con  ella;  pero  no  encuen- 
tro ocas¡(5n  nunca;  se  pasa  el  día  en  el  taller;  sale  del 
taller  con  Toñucla,  y  en  cuanto  Juan  Jostí  viene  de  la 
obra,  no  se  ai)arla  de  ella  un  instante. 

IsiDRA.      ¿Ocasi()n?...  Ksla  noche  so  le  i)uode  ofrecer  á  ustd  una. 

Paco.       ¿Est  i  noche? 

IsiDRA.  Rosa  vondní  aquí  y  vendrá  antes  que  él,  ponjue  él  ha 
ido  ;í  arreglar  un  negocio,  y  ;í  poco  que  tarde,  tardará 
un  ralo;  si  en  (mi  y  mientras  ella  se  queda  sola,  sale 
usté  del  cuarto;  se  hace  el  encontradizo,  y...  Créame 
usté,  Paco,  con  dinero  y  con  simpatías  se  va  á  todas 
partes.  (Sale  el  Mozo  de  la  habitación  de  la  derecha  y  se  dirige 
al  mostrador.) 

Paco.       (A  Isidra.)  ¿Quiere  usté  cenar? 

IsiDRA.  Gracias,  ya  lo  he  hedió.  Ahora  voy  en  casa  de  una  ve- 
cina á  que  me  preste  unos  cuartejos.  Poca  cosa;  un 
apuro  de  veinte  reales. 

Paco.  (Metiendo  la  mano  en  el  bolsillo  del  chaleco  y  sacando  de  él  unas 
monedas.)  Ahí  van  dos  duros,  y  quédese  usté,  por  si  la 
necesito. 

Isidra.  (Toma  el  dinero  y  lo  guarda  con  expresión  de  profunda  codicia.) 
¡De  rodillas  le  serviría  yo  á  usté,  Paco! 

Tab.  (A  Paco.)  Cuando  ustées  quieran;  eso  está  Hsto.  (Por  la  ha- 
bitación de  la  derecha.) 

Paco.        (.\  ios  que  le  acompañan.)  Vamos, 

Tab.  (Abriendo  de  par  en  par  la  puerta  de  la  derecha.)  Pasen  UStées. 

(Entran  los  dos  Hombres  y  las  dos  Mujeres  en  la  habitación  de  la 
derecha.) 

Paco.  (AI  Tabernero  desde  la  puerta  de  la  derecha.)  Mándanos  dos 
docenas  y  unas  aceitunas,  pa  hacer  boca.  (Entra  Paco  en 
la  habitación  de  la  derecha,  cuya  puerta  se  cierra  tras  él.) 


—  24  — 

ESCENA  VIII 

■  ISIDRA,  EL  TABERNERO  y  EL  MOZO;  luego  ROSA 
y  TOÑUELA 

IsiDRA.     (Al  Tabernero.)  ¡Es  un  chorro  de  oro  este  Paco! 

Tab.  (Mientras,  llena  unas  copas  que  coloca  sobre  una  bandeja,  y  jlone 

en  un  plato,  sacándolas  de  un  frasco  que  habrá  en  el  mostrador, 
dos  ó  tres  cacillos  de  aceitunas.)  Y  u'Sté  bebe  de  él  á  borbo- 
tones. Con  tal  de  que  no  se  le  atragante  "á  usté,  Juan 
José,  y  la  ahogue. 

IsiDRA.     En  peores  me  he  visto. 

Tab.  (Al  Mozo.)  Lleva  esto.  (El  Tabernero  entrega  al  chico  la  bande- 

ja de  copas  v  el  plato  de  aceitunas;  el  chico  las  entra  en  la  habi- 
tación de  la  derecha,  de  la  que  sale  breves  momentos  después  de 
entrar.  A  isidra.)  ¡En  fin;  allá  usté!  A  mí  no  ha  de  doler- 
me.  (Se  abre  la  puerta  del  fondo  y  entran  por  ella  Rosa  y  Toñue- 
la  en  traje  de  obreras:  mantón  de  lana,  delantal  azul,  falda  corta, 
pañuelo  á  la  cabeza  y  manguitos  azules  en  los  brazos.) 

Ton.         (A  Rosa.)  ¡Una  quincena  sin  trabajo!...  ¡Estamos  lucias! 

Rosa.  (Con  indiferencia  y  como  pensando  en  otra  cosa.)  Cierto  que  SÍ. 
(Al  Tabernero.)  ¿Han  venido  esos? 

Tab.         Me  dejaron  razón   de  que  les  esperaseis.  No  tardarán. 

IsiDRA.      (Dirigiéndose  á  Rosa  y  Toñuela.)  ¡Hola,  muchachas! 

Tab.  (Al  Mozo,  que  ya  habrá  salido  de  la  habitación  de  la  derecha.)  Es- 

táte al  cuidáo.  Voy  á  dar  una  vuelta  por  la  cocina.  (Sale 
por  la  izquierda.) 


ESCENA  IX 
ROSA,  ISIDRA,  TOÑUELA  y  EL  IVIOZO 

To.N.         (A  Rosa.)  ¡De  bonito  humor  va  á  ponerse  Andrés  cuan- 
do lo  sepa!... 
IsiDRA.     ¿Qué  ocurre? 
Ton.         ¡Qué  va  á  ocurrir,  señoral  Que  han  puesto  en  la  calle. 


—  2r>  - 

por  una  quincena,  á  la  milá  de  las  obreras  de  la  fábri- 
ca, y  nos  ha  locáo  la  china  A  nosotras. 

lsn>UA.      ¡Vaya  por  Dio^  mujer! 

To>;.  ¡Dos  pesetas  diarias  (jue  se  van  Á  baños!  ¡Qué  remedio! 
¡Tendremos  i)acien('ia! 

Rosa.  ¡Pa  lo  que  yo  ganaba!...  ¡Valiente  pítñáa  son  tres  mos- 
cas ó  .seis  reales,  que  era  mi  jornal,  por  estarme  dale 
que  le  das  desde  la  siete  de  la  niañana. 

Ton.         No  es  tan  poco.  Con  seis  reales  se  puedo  hacer  mucho. 

IsiDRA.     (Con  burla.)  ¡Lo  menos  un  hotel!... 

Rosa.       (Riendo.)  ¡Sí!... 

To.N.  Menos  mal  que  (piince  días  pasan  á  escape.  Lo  siento 
por  Andrés,  que  tendrá  que  acortar  su  ración  de  vino. 

IsiDRA.  Que  se  aguante.  Demás  hacéis  con  trabajar  pa  ellos  y 
estropearos  las  manos  por  ellos. 

Rosa.  (Mirándose  las  manos,  con  aire  triste  y  mal  humorado.)  ¡Buenas 
las  tengo  yo!... 

ToÑ.  Cuando  se  es  pobre,  hay  que  arrimar  el  hombro.  A  mí 
me  sabe  á  gloria  el  dinero  que  gano  pa  ayudar  á  An- 
drés. ¿A  tí  no  te  sucede  igual?  (A  Rosa.) 

Rosa.       (Con  displicencia.)  Sí;  claro  está  que  sí. 

IsiDRA.      (Con  desdén.)  ¡Aperrearse  por  un  hombre!... 

Ton.         Queriéndole  y  viéndole  apuráo,  se  liace  á  gusto. 

Rosa.       ¡Queriéndole!... 

IsiDRA.  Déjate  de  quereres.  El  querer  se  acaba  un  día  ú  otro. 
¡Cualquiera  me  tosía  á  mí  si  fuese  joven  y  bonita  como 
vosotras  dos!...  (A  Rosa.)  ¡Quila  allá,  infeliz!...  Mujeres 
conozco  que  no  valen  la  milá  que  vosotras  y  viven  con 
desahogo,  y  las  tienen  á  boca  que  pides,  y  son  las  rei- 
nas de  su  casa. 

Rosa.  Sí  las  hay,  y  están  como  se  les  antoja,  y  se  ríen  del 
mundo. 

Ton.  Mientras  que  Íes-dura  el  palmito.  Cuando  éste  se  acaba, 
¿qué  es  de  ellas?  Ni  los  perros  las  quieren. 

ísmRA.      ¡Qué  sabes  tú!... 

Ton.  ¡Quid!...  Prefiero  sujetarme  á  mi  Andrés  y  sufrir  su 
pobreza,   y  aguantar  su  genio,  á  pasar  lo  que  pasan 


—  26  — 

otras,  y  llegar  á  vieja,  y  verme  como  ustú  se  ve,  sola 
y  sin  ¡a  calor  de  nadie. 

ísiDRA.  ¿Y  por  qué  me  veo  yo  así?...  Por  tonta  y  por  no  lle- 
varme de  buenos  consejos...  Y  si  no,  anda,  fíate  de  los 
hombres;  quiérelos  por  ellos,  pasa  por  ellos  fatigas, 
y  i)orias,  y  disgustos...  ya  verás  qué  pago  te  dan. 

Rosa.  (A  Toñueía.)  En  eso  tiene  razón  la  seña  Isidra.  Te  afanas 
por  un  hombre,  pasas  con  él  tu  juventud,  te  aperreas 
por  él,  y  el  día  menos  pensáo  se  cansa  de  tí,  te  pone 
en  la  del  rey,  y  si  le  he  visto  no  me  acuerdo.  Ahí  está 
lo  que  ocurre. 

Ton.  No  siempre.  En  fin,  cada  uno  hace  de  su  capa  un  sayo; 
y  yo  me  voy  á  casa  á  dejar  este  lío  (Uno  que  habrá  puesto 
al  entrar  sobre  un  taburete.)  y  á  preparar  la  cena,  que  esta 
noche  tengo  convidaos.  (Se  levanta.) 

IsiDRA.     ¿Convidaos?... 

Rosa.      Sí;  Juan  José  y  yo. 

ToÑ.  Pa  mí,  como  si  fueseis  el  rey  y  la  reina  de  España. 
(Coge  el  lío  de  encima  del  taburete.  A  Rosa.)  ¿Me  esperas  aquí? 

Rosa.      Bueno. 

Ton.  Bajo  en  un  Jesús.  ¡Pobre  Andrés!...  ¡Tan  contenta 
como  estaba,  y  ahora  dos  semanitas  de  ahogos!...  (Como 
desechando  su  mal  humor.)  ¡Qué  demonio!...  Dios  proveerá. 
Menos  ganan  los  gorriones  y  viven.  (Sale  por  el  fondo.) 

ESCENA  X 

ROSA,  ISIDRA,  y  EL  MOZO;  al  final  PACO  y  sus  compañeros,  dentro. 

Rosa.  (A  isidra,  por  Toñuela  y  con  acento  de  despecho.)  .\hí  la  tiene 
usté,  tan  satisfecha  y  tan  alegre...  Parece  que  le  ha 
tocáo  el  premio  gordo  con  su  Andrés.  ¿Cómo  podrá 
estar  alegre  con  la  vida  que  lleva? 

Isidra.  Porque  está  acostumbra  á  ella  desde  que  nació,  y  no 
ha  visto  el  mundo  por  un  hujero,  ni  sabe  lo  que  son 
comodidades  y  bienestares,  y  llevar  á  los  hombres  de 
mérito,  amarraos  á  la  cola  del  vestido.  (Con  desprecio.) 


—  27  — 


Rosa. 


ISIDRA. 

Rosa. 


ISIDRA. 

Rosa. 

ISlDRA. 

Rosa. 

ISlDRA. 

Rosa. 

ISIDRA. 


Rosa. 

ISIDRA. 


Rosa. 

ISlDRA. 


¡QlK' sahfí  esa  ménd hja! . . .  (Con  (Ingida  rompasirtn  y  cariño 
y  cogiendo  las  manos  do  Rosa  entro  las  suyas.)  No  le  ocurrc  ú. 
lí  lo  mismo,  })obrccilla.  ¡Quiím  le  lia  vislo  y  lo  ve!... 
Caro  estás  pagando  el  capricho. 

(Con  tristeza.)  ¡Sí  lo  pago;  sí!...  (Con  dospeolio.)  ¡Encontrar- 
me como  me  encuentro!...  \ky  seña  Isidra,  cada  día 
me  acostumbro  menos  á  estas  miserias!... 
Nalii  raímente. 

Nada,  que  no  es  posible.   Yo  'procuro,  y  quisiera,  y 
no  puedo...  ¡Vamos,  que  no  sé  á  punto  fijo  lo  que  me 
pasa!  Un  déo  de  la  mano  diera  yo  por  saberlo  y  por 
explicármelo. 
A  que  yo  te  lo  explico. 
Usté. 

Yo...  En  primer  lugar,  te  figuras  que  quieres  á  Juan 
José,  y  no  lo  quieres. 
(Con  sorpresa.)  ¿No?... 

Vamos,  quererle,  sí  le  quieres;  pero  no  con  ese  cari- 
ño que  ciega  y  pone  una  venda  en  los  ojos. 
Yo... 

No,  así  no  le  quieres.  La  prueba  es,  que  notas  lo  que 
al  lado  suyo  te  falta;  y  como  no  eres  una  imbécil,  re- 
flesionas  en  que  vales  mucho  y  dices:  «¿Voy  yo  á  con- 
formarme con  esto?»  y  no  te  conformas;  y  haces 
bien. 

¡Conformarme!... 

¡Calla,  mujer,  calla!...  Es  un  dolor  que  estés  como  es- 
tás. ¿Y  por  quién?  Por  un...  Así,  como  así,  lo  merece 
la  prenda. 

(En  un  arranque  de  vanidad  de  hembra.)  Eso  no;  Juail  José  eS 
un  buen  mozo. 

Los  domingos  que  se  lava  y  se  desenyesa  la  cara;  los 
demás  días,  cualquiera  averigua  lo  que  es.  ¡Y  aunque 
sea  un  buen  mozo!...  Tan  buenos  los  hay  y  se  mueren 
por  tus  pedazos;  y  no  te  obligarían  á  trabajar  y  á  su- 
frir privaciones...  Quita,  que  no  tienes  perdón  de  Dios. 
¡Si  yo  estuviera  en  tu  pellejo!... 


—  28  — 


Rosa. 


ISIDRA. 

Rosa. 

ISlDRA. 


Rosa. 

ISIDRA. 


Rosa. 

ISIDRA. 

Rosa. 


ISIDRA. 


Rosa. 

ISIDRA. 

Rosa. 
Una  voz 


Seña  Isidra,  ¿quó  voy  ;í  hacer  sino  lo  que  hago?  ¿Como 
le  dejo,  si  no  me  da  motivo,  y  se  muere  por  mí,  y  me 
considera,  y  dos  que  gane,  míos  son?  No  tengo  más 
remedio  que  agradecérselo  y  aguantarme. 
Y  morirte  de  agradecimiente  en  un  rincón. 
Es... 

(Interrumpiéndole.)  Agradecimiento,  sí,  señora;  porque 
sólo  agradeciniiento  le  tienes  ya.  ¿Crees  que  yo  me 
chupo  el  dedoV...  Pues  no;  yo  só  de  alguien  que  no  te 
disgusta,  y  te  ha  ido  interesando  poco  á  poco,  y  me- 
tiéndose en  tu  sentir.  (Como  respondiendo  á  una  señal  negati- 
va de  Rosa.)  No  me  hagas  señas  de  que  no,  porque  es 
verdad.  ¿Quieres  que  te  lo  nombre?  Paco. 
No;  lio  suponga  usté... 

(Interrumpiéndole.)  ¡Ese  SÍ  que  es  un  hombre  cabal  y  buen 
mozo,  y  dispuesto  á  cuanto  sea  menester  por  gustar- 
te!... Solo  que  tú,  con  tus  desprecios  y  con  tus  repul- 
gos, acabarás  por  aburrirle  y  hacer  que  se  canse  de  tí. 
(Con  orgullo.)  ¡Cansarse!...  Apueste  usté  que  no.  ¡Cómo 
yo  quisiera!... 

Pero  no  quieres,  y  acaso,  cuando  vayas  á  acordarte 
de  él,  se  haya  él  olvidáo  hasta  del  santo  de  tu  nombre. 
¡Qiiiá!  Paco  será  el  mismo  de  hoy,  mientras  á  mí  me 
dé  la  gana.  No  me  gusta  presumir,  ni  echar  plantas, 
pero  sépalo  usté;  así,  mal  vestida,  y  con  esta  facha,  y 
sin  dármelas  de  farolera,  donde  estuviera  Paco,  y  mi 
cuerpo  se  presentase,  no  habría  más  que  una  ama:  yo. 
(Con  cariño.)  ¡Vanidosa!  (Se  escucha  en  la  habitación  de  la  de- 
recha el  rasgueo  de  una  guitarra  acompañada  con  palmadas  y  taco- 
nazos.) 

¿Hay  música  ahí  dentro?...  (Una  voz  de  hombre  entona  den- 
tro la  salida  de  una  malagueña.) 
Es... 

(Levantándose  y  dirigiéndose  hacia  la  derecha.)  Oiga  usté,  que 
van  á  cantar. 
DE  HOMBRE.  (Dentro  y  cantando  acompañado  por  la  guitarra.) 


—  20  — 

Vivir  sin  ti,  no  rs  vivir; 
y  sin  (i,  no  vivo  i/o; 
más  vale  esperanza  en  ti, 
que  no  andar  en  procesión, 
hojj  aquí,  mañana  al! i.  , 

VocKS.      (Dcniro)  ¡Ole!...  ¡Vivii  lo  bueno!...  ¡Viva!... 

HosA.      (Con  alegría.)  ¡Ole!  (\  isidra.)  ¡Que  muy  rel)¡én  cantáo! 

IsiURA.  (A  llosa.)  ¿Lo  ves?  No  puedes  remediarlo.  Ya  te  esl.1  sal- 
tando el  alma  en  el  cuerpo.  De  buena  gana  entrarías  ;í 
echar  una  copla. 

HosA.       ¡Que  lo  diga  usté!... 

IsiDRV.  (Con  sorna  y  haciendo  un  gesto  picaresco.)  Ahora  quc  caigO... 
¡Pues  no  se  me  había  olviduol...  ¿A  que  no  adivinas 
quién  está  ahí  dentro? 

HosA.       ¿Quién? 

Isin«A.  Paco.  Ha  venido  con  unos  amigos  y  con  dos  mujeres 
muy  guapas.  (Recalcando  la  frase.) 

KoSA.        ¿Sí?  (Con  despecho  mal  disimulado.) 

IsmRA.  ¡Guapas  de  veras!  (Con  tono  insidioso.)  Lo  que  pensará  el 
hombre;  un  clavo  saca  otro... 

KosA.  Lo  que  tiene  es  rabia  porque  no  le  hago  cara.  (Se  abre 
la  puerta  de  la  derecha  y  sale  por  ella  Paco.) 

Paco.  (Desde  la  puerta.  Al  Mozo.)  ¡Chico!...  ¡Vino!...  (Como  si  repa- 
rase en  Rosa.)  ¿Es  usté,  vecina?  (Dirigiéndose  á  ella.) 

RoSA.      Ya  me  ve  usté. 

Paco.        ¡\'  la  veo  tan  real  moza  como  siempre! 

Rosa.  Como  que  soy  la  misma.  .(El  Mozo  llena  una  bandeja  re  copas 
y  la  lleva  á  la  habitación  de  la  derecha.  Isidra  se  retira  al  segun- 
do término.) 

ESCENA  XI 
ROSA,  ISIDRA  y  PACO;  luego  EL  MOZO 

Paco.       (d  Rosa.)  ¿Me  deja  usté  que  la  convide? 
Rosa.       Se  estima,  (Con  ligero  acento  de  despecho.)  No  quiero  entre- 
tenerle. Podía  enfadarse  la  reunión. 


—  30  — 

Paco.  ¡Valiente  c?í/í/«o  se  me  da!  Estan.do,  como  estoy  ahora, 
al  lado  de  usté,  cien  años  me  parecerían  un  minuto. 

Rosa.  ¡Cien  años!...  (Con  acento  irónico.)  Iba  usté  á  encontrar 
calvas,  cuando  volviese,  á  las  señoras  que  le  acom- 
pañan. 

Paco.  Por  mí  que  se  les  caiga  el  pelo.  (Sale  el  Mozo  de  la  liabita- 
ciüu  (le  la  derecha  con  una  bandeja  llena  de  copas  á  medio  apurar; 
llega  con  ellas  al  mostrador  y  vacia  el  sobrante  de  las  copas  en  la 
jarra.) 

Rosa.  (A  Paco.)  Ande  usté,  que  le  esperan;  ande  usté  con  ellas 
y  diviértase. 

Paco.        ¡Divertirme!...  Yo  ya  no  me  divierto,  R.osa. 

Rosa.      (Con  ironía.)  ¿Le  ha  ocurrido  á  usté  alguna  desgracia? 

Paco.  La  mayor  de  todas;  penar  por  causa  de  una  mujer,  que 
maldito  si  hace  caso  de  mí, 

Rosa.  ¡Qué  picara!.. .  ¿Y  quién  es?  ¿Alguna  de  las  señoras  que 
están  ahí  dentro? 

Paco.  No  se  burle  usté.  Conmigo  no  ha  venido  nadie.  Esas 
mujeres  vienen  con  dos  amigos  míos,  y  están  ahí  por- 
que ellos  las  han  ínvítáo.  Pa  mí,  como  si  ño  estuviesen. 

Rosa.       ¡Vamos!... 

Paco.  La  persona  por  quien  yo  peno,  no  está  en  aquel  cuarto; 
usté  lo  sabe,  y  si  cualquiera  de  esas  mujeres  le  estor- 
ba á  usté,  lo  dice  y  se  marcha  á  la  calle,  y  si  la  estor- 
bo yo,  me  voy  yo;  porque  donde  yo  esté  y  usté  se  pre- 
sente, usté  es  la  dueña,  y  la  que  manda,  y  la  que  dispo- 
ne, y  aquí  está  quien  lo  dice,  y  no  se  ha  ido. 

Rosa.  Gracias,  Paco.  (Dirige  á  Isidra  una  mirada  de  triunfo  y  orgullo 
satisfecho.)  No  lo  decía  ^0  por  tanto.  (Después  de  una  ligera 
pausa  y  como  si  quisiera  variar  de  conversación.)  Vaya  una  ma- 
lagueña bien  cantea  la  de  antes. 

Paco.  No  está  mal;  pero  al  lado  de  esté...  ¡Usté  sí  que  canta 
como  un  ángel  del  cielo! 

Rosa.        (Entre  satisfecha  y  avergonzada.)  jEche  USté  arena! 

Paco.  Como  si  fuese  hoy,  tengo  presente  la  primera  vez  ({uc 
la  oí  á  usté  cantar.  Llevo  la  copla  en  el  corazón,  y  da- 
ría lo  ({ue  me  pidiesen  por  volverla  á  oir. 


—  ;)i  — 

Rosa.  No  sea  uslé  romancero,  Paco.  Cualquiera  pensaní  que 
nunca  lia  csrucluío  usté  nada  mejor. 

Paco.  ¡Nada!  Y,  ahora  que  cni^o  en  ello,  ¿¡lor  (|iié  lu»  cnlia 
uslé  á  canlarnos  una  malagueña? 

Rosa.       ¿Yo? 

Paco.       Hiígume  uslé  ose  obsequio. 

Rosa.      De  buena  gana;  pero  no  es  posible. 

Paco.       ¿Por  (jué? 

Rosa.  Estoy  esperando  <1  Juan  José;  él  es  muy  poco  aficionáo 
•A  que  yo  entre  y  salga  y  alterne.  Podía  enfadarse. 

Paco.  ¡Enfadarse!  Si  yo  fuera  un  desconoc'do,  se  comprende 
que  se  enfadara.  Trati'widose  de  mí,  no  hay  caso. 

Rosa.  Claro  que  usté  es  su  maestro,  y  Juan  José  le  debe  los 
dos  ó  los  cuatro  que  gana,  pero... 

Paco.       Pero,  ¿qué? 

Rosa.  No  [)ucdo;  de  veras  no  puedo.  El  tiene  su  carácter,  y 
si  lo  toma  á  mal... 

Paco.  No  lo  tomará.  Es  un  momento,  y  si  en  ese  momento 
llega  él,  que  pase  y  se  beba  una  copa,  ó  diez,  6  cua- 
renta; están  ustedes  con  nosotros  lo  que  les  cumpla,  y 
cuando  les  dé  la  gana,  se  van.  (Cou  insistencia  cariñosa  y 
como  tratando  de  vencer  la  actitud  indecisa  de  Rosa.)  Vaya,  ha- 
ga usté  algo  en  su  vida  por  mí;  aunque  sólo  sea  can- 
tarse una  copla...  (A  Isidra  que  permanece  en  segundo  tér- 
mino jnnto  á  un  velador,  apurando  á  sorbos  un  vaso  pequeño  de 
aguardiente.)  Seña  Isidra,  ayúdeme  usté  á  convencerla. 

IsmR.\.      (Acercándose.)  ¿Qué  es  ello? 

Rosa.  Que  Paco  se  empeña  en  oirme  cantar  un  rato;  yo  no 
me  atrevo  á  complacerle,  porque  Juan  José  va  á  venir 
y  puede  figurarse  cualquier  cosa  y  darme  un  disgusto. 

Isidra.  No  hay  motivo  pa  que  Juan  José  se  iiicomode;  entre 
amigos,  un  osequio  se  acepta,  que  no  somos  salvajes 
pa  desairar  á  las  presonas. 

Rosa.      Yo... 

IsmRA.      Anda,  mujír;  anda,  y  no  te  hagas  de  rogar  tanto. 

Rosa.  Iré.  (A  Paco.)  Advie/to  que  no  hago  más  que  cantar  dos 
coplas  y  salir. 


—  32  — 

Paco.  A  gusto  de  usté.  De  esa  puerta  adentro,  usté  es  la  rei- 
na. {\  isidra.)  ¿Viene  usté? 

IsiDRA.      Yo  me  voy  íí  acostar. 

Paco.  (Abriendo  la  puerta  de  la  derecha.)  Entre  primero  la  gracia 
de  Dios.  (Entran  Paco  y  Rosa  en  la  habitación- de  la  derecha, 
cuya  puerta  se  cierra  detrás  de  ellos.) 

ESCENA  XII 

ISIDRA  y   EL   MOZO;   á  seguida  EL  TABERNERO;  luego  JUAN 
JOSÉ  y  ANDRÉS. 

« 

IsiDKA.  íAl  Mozo.)  Dame  otra  copita,  que  quiero  coger  el  sueño 
á  gusto.  (Sale  el  Tabernero  por  la  izquierda  y  oye  á  Isidra.) 

Tab.  (Al  Mozo.)  Yo  la  serviré.  Anda  ttí  á  la  cocina,  y  en  cuan- 
to echen  el  arroz,  llévalo.  (Entra  el  Mozo  en  la  habitación  de 
la  izquierda.  A  Isidra.)  ¿Aquí  todavía?  (Entran  por  la  puerta 
del  fondo,  Juan  José  y  Andrés.) 

Andrés.  Ya  estoy  templáo.  Esta  noche  la  tomo.  (A  Juan  José.)  He 
dicho  que  la  tomo,  y  no  estaría  bien  que  un  hombre 
fallase  á  su  palabra;  la  tomo^  aunque  no  se  haya  arre- 
gláo  esa  chapuza. 

J.  JoSE.  También  es  capricho.  (Reparando  en  la  ausencia  de  Rosa.)  ¿No 
han  venido  aiín? 

Isidra.  (Aparte.)  ¡El  otro!  Yo  me  largo.  (Alto.  Al  Tabernero.)  Hasta 
mañana.  (Dirigiéndose  al  fondo.) 

Andrés.   ¿Se  va  usté  doña  siglo? 

Isidra.     A  mi  nido  á  dormir. 

Andrés.  ¿Pues  como,  si  esta  es  la  hora  de  las  lechuzas?  (Isidra 
se  encoge  de  hombros  y  sale  por  el  fondo  sin  contestar.) 

ESCENA  Xin 

JUAN  JOSÉ,   ANDRÉS  y  EL  TABERNERO;  al  final  TOÑUELA 

Andrés.   (ai  Tabernero.)  ¿Y  esas?  ¿No  han  venido? 
Tab.         Hace  tiempo.  Aquí  las  dejé  con  la  seña  Isidra,  cuando 
entré  en  la  cocina. 


—  33  — 

J.  JosK.    ¿ntíndc  han  iilo?  (Al  TabcnuMn.)  ¿No  lo  sahcs  tú? 

Tab.         No. 

A>DRES.  A  mi  casa;  á  aviar  el  guisáo.  No  te  apures.   ¡Verás 

como  vuelven  antes  de  lo  que  yo  quisiera!  ¡Miá  que 

sábado  y  retrasarse,  sabiendo  que  llevamos  dinero  en 

el  bolsillo!...  ¡Si  fuera  lunes!... 
J.  Josí:.    Subiremos  nosotros. 
A>DRES.  Sí,  (jue  tienes  tú  prisa.  No  habi-.-í  que  buscarlas.  (Viendo 

á  Tonuda  que  entra  por  el  fondo.)  ¿Te  convences?  Aquí  esUÍ 

Toñuela. 
Ton.  (Dirigiéndose  á  Andrés.)  ¿He  tardáo? 

ESCENA  XIV 

TOÑUELA,  JUAN  JOSÉ,  ANDRÉS  y  EL  TABERNERO;  dentro 
PACO,  ROSA,  LOS  DOS  HOMBRES  y  LAS  DOS  MUJERES 


Andrés. 


ToSí. 
Andrés. 

Ton. 

J.  Jóse. 
Ton. 
J.  José. 

Andrés. 
Voces.  . 

J.  José. 


Rosa. 


;Qaé  vas  á  tardar,  si  eres  un  conómetro  pa  esto  de  qui- 
tarme el  beber!  ¡Sólo  que  hoy  te  lias  retrasáo,  prenda! 
Llevo  sopláas  unas  pocas. 
No  lo  digas,  que  bien  se  te  conoce,  borracho. 
A  mucha  honra.  (Se  acerca  á  Toñuela  y  la  pone  la  mano  en  el 
hombro  cariñosamente.) 

(Rechazándole  cariñosamente  también.)   Aparta,  que  no  estOy 
pa  bromas.  (A  Juan  José.)  ¿Y  Rosa? 
(Sorprendido.)  ¿No  SubiÓ  COntigO? 
No;  la  dejé  aquí. 

¡Aquí!...  ¿Dónde  puede  haberse  marcháo?  (Vuelve  á  oírse 
dentro  el  rasgueo  de  la  guitarra.) 
(Al  Tabernero.)  ¿Tienes  gente? 

(Dentro.)  ¡Ole!...  ¡Vamos  á  oiría!...  (Una  voz  de  mujer  ento- 
na dentro  la  salida  de  una  malagueña.) 
¡Qué!...  (A  Andrés.)  ¿No  es  esa  voz  la  voz  de  Rosa?... 
(Avanza  hacia  la  derecha;   al  tir  el  comienzo   de  la  copla,   se  de- 
tiene.) 
(Dentro.  Cantando.) 

3 


—  34  — 

Compañero  de  mi  alma, 
mira  Jo  que  están  hablando; 
sin  tener  que  ver  contigo, 
la  gente  anda  murmurando. 

Voces.     (Dentro.)  ¡Ole!  ¡Ole! 

J.  José.  (Que  ha  llegado  seguido  por  Andrés  hasta  la  puerta  de  la  derecha^ 
luego  de  mirar  por  el  hueco  que  dejan  libres  las  cortinas.  A  An- 
drés.) ¡Es  ella!  (Gon  ansiedad.)  ¿Quién  está  con  ella?  (Vuel- 
ve ;\  mirar.  Con  rabia.)  ¡Paco!...  ¡Lo.VCS,  Andrés!...  ¡Está 
cantando  pa  que  él  la  escuche!...  ¡Y  él  la  obsequia!... 
¡Y  ella  le  mira!...  ¡Te  juro  que  va  á  durarles  poco  la 
diversión!  (Abre  la  puerta  de  la  derecha  con  violencia.  Estas 
frases  las  dirá  Juan  José  al  mismo  tiempo  que  canta  Rosa;  de 
suerte,  que  cuando  él  abra  la  puerta  del  cuarto,  quede  cortada  la 
copla  donde  sea  y  llegue  el  canto.) 

Tab.         ¡Qué  es  esto! 

J.  JoSE.  (Desde  la  puerta  y  hablando  con  los  áe  dentro.)  ¡Rosa!  (Con  du- 
reza.) 

Paco.       (Dentro.)  Entra,  Juan  José. 

J.  JoSE.  (Con  sequedad.)  No,  scñor.  (Como  si  hablara  á  Rosa.)  ¡Has 
oído,  que  vengas  aquí!...  ¡Date  prisa!...  (Con  impaciencia 
y  cólera.) 

To.N.  (B;ijo  á  Andrés.  Por  Rosa.)  ¡Qu(í  loca!  (Sale  Rosa  por  la  puerta 

de  la  derecha.) 

Rosa.  (A  Juan  José.)  Aquí  estoy.  (Reparando  en  la  actitud  descom- 
puesta de  Juan  José.)  ¿Qué  tienes? 

J.  JoSE.  (Cogiendo  á  Rosa  por  la  muñeca  con  dureza  y  llevándola  al  pri- 
mer término.)  ¡Qué  tengo!...  Y  tú,  ¿qué  hacías  en  esa  ha- 
bitación?... ¡No  te  he  dicho  que  no  quiero  verte  con 
nadie,  y  menos  con  él!...  (Sale  Paco  por  la  puerta  de  la  de- 
recha y  detrás  de  él  las  dos  Mujeres  y  los  dos  Hombres.) 


—  3:;  — 
ESCENA  XV 

ROSA,  T05íL'EI.A,  JIAN  JOSÉ,  PACO,  AM)l\ÉS, 
KL  TABERNERO,  LOS  DOS  HOMBRES  y  LAS  DOS  MUJERES 

Paco.        {DIrigi<^ndose  á  Juan  José.)  ¿Qué  es  estO,  Juan  José? 

J.  Jo.SE.  (Con  dureza.)  Ya  lo  vc  usté.  Saco  de  ahí  .1  Rosa,  porque 
tal  es  mi  gusto;  y  no  creo  que  haya  quien  me  lo  es- 
torbe. 

Paco  ¿Te  enfadas  porque  la  he  convidáo  á  una  copa?  Mía  es 
la  culpa;  la  vi  al  entrar,  y  la  invité  de  buena  manera. 

Rosa.       (.\  Juan  José.)  Yo  no  quería.  Fué  él  quien  se  empeñó. 

Paco.  Me  parece  á  mí  que  un  amigo  no  ofende  convidando  á 
la  mujer  de  otro. 

J.  José.    Un  amigo,  no. 

Paco.       Entonces... 

J.  José.    Pero,  ¿usté  es  un  amigo  mío? 

Paco.        (Sorprendido.)  ¿Qué  dices? 

J.  JosE.  Que  no  es  amigo  de  uno,  el  que  enamora  á  la  mujer 
que  vive  con  uno  y  quiere  quitársela. 

Andrés.   ¡Juan  José!... 

J.  José.    Estoy  harto  de  disimulos. 

Pkco.       ¿Tú  dices? 

J.  José.  Lo  que  usté  sabe  tanto  como  yo;  que  Rosa  lé  parece 
buena  para  sus  entretenimientos,  y  que  yo  he  debido 
parecerle  á  usté  muy  poca  cosa,  cuando  se  atreve  á 
poner  en  ella  los  ojos. 

Tab.         (.\  Paco.)  No  le  haga  usté  caso. 

Rosa.        (Como  asustada.)  ¡Dios  mío! 

To5í.         Tú  tienes  la  culpa. 

Paco.       Está  loco. 

J.  José.  No  estoy  loco.  Hace  tiempo  que  le  vengo  observando  á 
usté  y  sabiendo  que,  con  capa  de  amigo,  quiere  usté 
robarme  lo  que  más  aprecio  en  el  mundo,  lo  sé;  y  como 
alguna  vez  teníamos  que  jugar  limpio,  hice  antes  lo 
que  hice,  y  le  hablo  á  usté  como  le  estoy  hablando  en 
este  momento. 


—  36  — 

Andrés.  (A  Juau  José.)  ¡Ten  prudencia! 

Paco.  (A  Juan  José.)  Pues  hablas  mal  y  apuras  mi  paciencia,  y 
te  olvidas  de  quién  soy  yo. 

J.  José.  No  me  olvido.  Usté  es  mi  maestro,  el  que  me  da  el  jor- 
nal conque  como,  y  dispone  de  mí  y  de  .estos  brazos 
desde  que  sale  el  sol  hasta  que  anochece.  ¡Ya  ve  usté 
cómo  no  me  olvido!  Sin  duda  por  eso,  porque  me  pa- 
ga usté,  ha  Uegáo  á  creerse  que  todo  lo  mío  le  perte- 
nece, y  no  contento  con  lucirse  á  costa  de  mi  sangre, 
quiere  usté  mandar  también  aquí  dentro  y  coger  lo 
que  aquí  dentro  vive  y  llevárselo.  ¡Pues  eso  no,  señor 
Paco,  eso  no!... 

Paco.       (Con  cólera.)  ¡Mira  lo  que  dices! 

J.  JosE.  Digo,  que  pobre,  pero  no  tanto.  Mi  sudor,  bueno;  mi 
trabajo,  bueno  también;  de  usté  son,  porque  usté  los 
paga.  (Cogiendo  á  Rosa  por  un  brazo  y  atrayéndola  hacia  sí.) 
Pero  esto  no  se  paga  con  dinero;  no  hay  dinero  que  lo 
pague  en  el  mundo.  Esto  es  mi  vida,  mi  alma,  me  per- 
tenece y  no  lo  suelto. 

Tab.         (A  Juan  José.)  No  armes  escándalo  en  mi  casa. 

Paco.  (A  Juan  José.)  Acaba  de  faltarme,  porque  se  me  acaba  el 
aguante.  (Avanzando  hacia  Juan  José;  los  Hombres  que  acompa- 
ñan á  Paco,  hacen  ademán  de  seguirle.) 

Andrés,  (interponiéndose  entre  los  que  avanzan.)  Quietos,  que  SOn  doS 
hombres  solos. 

Paco.       (A  Juan  José.)  ¡Con  que  buscas  pelea! 

J.  José.  Yo  no  busco  nada.  Digo  lo  que  debo  decir  y  me  aten- 
go á  los  residíaos.  (Con  energía.) 

Paco.  (Con  ira.)  lentáo  estoy  de  responderte  que  tienes  razón; 
que  la  quiero,  y  que  he  de  poder  poco  si  no  te  la  quito 
aunque  sea  delante  de  tus  ojos.  (Trata  de  avanzar  hacia  Juan 
José;  los  que  van  con  él  lo  detienen.) 

J.  JoSE.  (Avanza  al  mismo  tiempo  que  Paco.)  ¡Quitármela!...  (Se  detiene 
como  reprimiendo  su  cólera.  A  los  Hombres  que  detienen  ¿i  Paco.) 
No  si]jetarle.  (A  Paco.)  Pruebe  usté.  A  la  calle  vamos. 
(F)irigiéndosc  á  Rosa.)  Sal  delante,  y  sal  tran({uila,  y  ve 
despacio.  Anda. 


—  37  — 

Ton.  Yo  iró.  (Haciendo  adcmau  »le  acoinpaflar  ^  Uosa  <iuc  se  dirige  al 

fondo.) 

J.  JosE.  (\  Toiiupla.)  He  diclio  que  sola.  (A  Paco.)  Esa  mujer  es  la 
mía,  la  que  yo  quiero;  y  la  quiero  ;>a  mí  .sólo,  ¡sólol... 
(Rosa  abre  la  puerta  del  laudo  y  sale  por  ella.)  ¿Hay  quien 
dice  que  desea  quiUírniela?  ;Que  pruebe!...  Sola  va.  El 
que  la  quiera,  (juc  salga  por  ella.  ¡Pero  no  olvide  que 
tiene  que  salir  por  esta  puerta;  (La  del  fondo.)  y  que  en 
esta  puerta  estoy  yo!...  (La  actitnd  de  los  actores  será  la 
siguiente.  Juan  José  en  el  fondo.  Paco,  en  primer  término,  sujeto 
por  los  Hombres  y  las  Mujeres  que  le  acompañan.  El  Tabernero  al 
lado  de  Paco.  .\ndrés  cerca  de  Juan  José.  Toííuela  junto  á  Andrés.) 


FIN  DEL  ACTO  PRIMERO 


ACTO  SEGUNDO 


El  teatro  representa  el  interior  de  la  casa  donde  habitan  Ro^a  y  Juan  José. 
Puerta  al  fondo,  que  supone  ser  la  de  la  calle;  una  en  el  lateral  derecho 
y  otra  en  la  izquierdo. 

En  primer  término,  á  la  derecha,  una  cómoda  de  pin^i,  pintada,  desvencija- 
da y  resquebrajada  por  varios  sitios;  encima  dé  la  cómoda  dos  floreros  de 
loza  con  flores  de  papel,  una  imagen  de  barro  y  un  quinqué  de  hoja  de 
lata  con  pantalla  de  cartón  verde;  pegado  á  la  pared,  encima  de  la  cómo- 
da, un  periódico  taurino  con  el  retrato  de  un  torero;  una  mesilla  baja 
de  pino;  tres  ó  cuatro  sillas  de  Vitoria  en  mal  uso  y  un  banquillo  de 
madera,  completan  el  mueblaje  de  la  habitación.  En  los  dos  costados  del 
fondo  y  pegados  á  la  pared,  dos  números  ilustrados  de  La  Lidia.  En 
la  pared  de  la  izquierda,  un  espejo  de  mano  pendiente  de  un  clavo.  A  la 
derecha,  un  brasero  de'hierro  con  tarima  y  sin  lumbre,  mediado  de  ce- 
niza. 

Al  levantarse  el  telón,  aparecen  en  escena  Rosa,  Isidra  y  Toñusla.  Toñuela 
y  Rosa,  sentadas  en  primer  término  junto  á  la  mesa.  Isidra,  en  pie,  cer- 
ca de  la  puerta  del  fondo,  como  si  acabara  de  entrar. 

ESCENA  PRIMERA 

ROSA,   TOÑUELA  é  ISIDRA 

Isidra.  (Restregándose  las  manos.^  ¡Vaya  un  frío!...  ¡Se  quedan  los 
pájaros  tiesos  en  la  calle!  ¡Hay  más  de  una  cuarta  de 
nieve;  y  dura  como  un  mármol!...  (Acercándose  al  brasero 
y  removiendo  la  ceniza  con  la  badila.  A  Rosa.)  ¿No  tienes  lum- 
bre?... 


_  40  — 


lioSA.  (Coa  ironía  amarga.)  ¡Lumbre!...  ¡Dios  la  dé!...  ¡Por  su- 
puesto, pa  la  falta  que  hace!...  El  fogón  no  la  necesita, 
porque  está  huérfano  de  alimento,  y  yo...  Acostum- 
brándose á  no  comer,  bien  puede  una  acostumbrarse  á 
tiritar. 

Ton.  y  que  las  desgracias  siempre  vienen  juntas.  ¡Parece 
que  nos  ha  caído  una  maldición!  Primero  nosotras;  al 
día  siguiente,  Juan  José  sin  trabajo,  y  el  viernes  An- 
drés. (A  isidra.)  ¡Le  digo  á  usté,  que  espa  tirarse  de  los 
pelos!... 
¡Ya!  ¡ya!... 
¡Y  gracias  á  que  Andrés  tiene  la  casa  de  su  madre! 


ISlDRA. 

ToÑ. 

ISIDRA. 

Rosa. 
Isidra. 


Rosa. 
Isidra. 


(A  Rosa.)  ¡Qué  quincena  lleváis! 
jY  cada  vez  peor!  (Con  desesperación.) 
(Con  fingido  cariño.)  ¡No  te  apures!...  Como  á  hija  te  quie- 
ro, y  no  consentiré  que  lo  pases  mal  en  tan  y  mientras 
yo  pueda  evitarlo.  Una  cazuela  de  sopas  he  puesto  á  la 
lumbre,  y  media  espuerta  de  cisco  en  el  brasero.  Las 
sopas  vienes  á  comerlas  cuando  estén  aviáas,  y  el  cis- 
co, tu  brasero  me  llevo,  le  echo  la  mita  del  mío  y  te 
traigo  un  poco  de  calor.  (Haciendo  ademan  de  coger  el  bra- 
sero.) 

¡Déjelo  usté!... 

¡Miá  que  dejarlo!...  (Cogiendo  el  brasero.)  ¡Vuelvo  en  se- 
guida!... (Sale  por  el  fondo.  Comienza  á  obscurecer) 


ESCENA  II 
ROSA    y  TOÑUELA 

Rosa.      (Por  isidra.)  ¡Qué  buena  es!.:. 

ToÑ.  ¡Bondades  hay  que  meten  miedo!  ¡La  de  la  seña  Isidra 
es  una  de  ellas! 

Rosa.      (Con  tono  de  reproche.)  ¿Vas  á  tomarla  con  la  pobre? 

To.N.  Sí  la  tomo;  porque  esa  vieja  es  lo  mismo  que  la  poli- 
lla, donde  entra,  daña. 

Rosa.      ¡Qué  cosas  dices! 


—  il  — 

Ton.  V  hace  mal  oii  vonir  á  lii  casa.  El  mojor  día,  la  saca 
arrafilras  Juan  José. 

Hos.\.       No  tiene  motivos. 

Ton.  ¿Me  quicros  hacer  comulgar  con  ruedas  de  molino? 

Ro>A.  No  le  t|u¡ero  hacer  comulgar  con  náa.  Tú  eres  la  que 
miras  bultos  donde  no  los  hay.  (Entra  Isidra  por  el  fondo 
con  el  brasero  apoyado  en  una  cadera  y  sujeto  con  la  mano  dere- 
cha y  una  alcuza  de  aceite  en  la  mano  izquierda.  Al  entrar,  deja  la 
alcuza  encima  de  la  cómoda  ) 


ESCENA  III 
ISIDRA,  ROSA  y  TONUELA;  al  final  IGNACIO  y  ANDRÉS 


IsmRA. 


Rosa. 

ISIDUA. 


Rosa. 
Isidra. 


Rosa. 

ISIDHA. 

Ton. 

Rosa. 
Ton. 


(Dejando  el  brasero  en  el  suelo.)  jYa  es!á  aquí  el  brasero!  ¡Y 
calienta  que  es  una  bendición!  ¡Acercarse,  hijas,  acer^- 
Carsel...  (Rosa  y  Tofiuela  se  acercan  al  bras:'ro.) 
(Poniendo  las  mano.s  cerca  de  la  lumbre.)  ¡Esloy  arrecial... 
También  traigo  un  poquillo  de  mineral;  las  noches  son 
largas,  y  se  pone  una  muy  iriste  cuando  está  á  obs- 
curas. 

(Con  tono  de  gratitud.)  ¡Por  Dios!...  ¿C(5mo  pagar  á  usté?... 
Ya  me  pagarás,  hija;  ya  me  pagarás.  Este  mundo  da 
muchas  vueltas.  (Al  ver  que  Rosa  hace  ademán  de  levantarse  á 
arreglar  el  quinqué,  la  detiene.)  Yo  misma  lo  avío.  Caliénta- 
te tú,  que  buena  falta  te  hace,  (isidra  se  dirige  hacia  la  có- 
moda, y  sigue  la  conversación  mientras  arregla  el  quinqué  y  lo  en- 
ciende. Rosa  vuelve  á  sentarse.) 

(Con  desesperación.)  ¡Qué  vida.  Santísima  Virgen,  qué 
vida!... 

¡Pensar  que  todo  esto  lo  ha  traído  el  picaro  genio  de 
tu  hombre!... 
Eso  no  es  verdad. 
¿Le  deíiendes.^ 

Pues  claro.  Si  te  vio  con  quien  le  da  celos,  ¿qué  iba 
hacer?  Si  yo  me  hubiese  atrevido  á  lo  que  tú,  y  Andrés 
se  hubiera  porteo  como  se  porid  Juan  José,  más  le 


—   i2  — 

querría  yo  desde  entonces,  y  lodo  lo  llevaría  á  gusto 
sabiendo  que  él  se  jugaba  la  vida  y  el  pan  porque  otros 
ojos  que  los  suyos  no  me  mirasen  como  él  me  mira. 

IsiDRA.      (Con  ironía.)  ¿Sí? 

To5i.  No  era  mi  hombre,  y  se  ne  erizó  la  carne  de  orgullo 
cuando  le  vi  ponerse  delante  de  la  puerta  y  decir:  «¡El 
que  la  desee,  que  salga  á.  buscarla!»  El  otro  no  salió; 
por  supuesto,  hizo  bien.  Si  sale,  de  la  puerta  no  pasa. 
Había  en  la  cara  de  Juan  Josí  algo  que  hablaba  y  que 
decía:  «Al  que  se  la  atreva,  lo  mato.» 

IsmRA.  Calla,  mujer,  calla.  ¡Paéce  que  te  has  pasáo  los  años 
leyendo  esas  historias  que  tiran  por  debajo  de  las 
puertas  á  cinco  céntimos  el  cuaerno! 

To.Ñ.         No  Síí  leer. 

IsiDTA.  Nadie  lo  diría;  que  eres  píntiparáa  á  nnpresonaje  de 
los  que  salen  en  esos  libros.  Bueno  que  una  persona  se 
acalore  cuando  hay  fundamento.  Aquella  noche  no  lo 
había. 

Ros.4.  Eso  digo  yo.  Paco  me  invitó  á  buen  hacer.  Si  á  Juan 
José  no  se  le  hubiera  subido  la  sangre  á  la  cabeza,  nos 
habríamos  evitáo  el  disgusto  y  las  resultas,  que  no  son 
flojas. 

IsiDRA.     Juan  José  lo  echó  todo  á  barato... 

Rosa.  ¿Y  qué  ha  sucedido?  Que  á  la  mañana  siguiente  le  die- 
ron la  cuenta  y  le  despidieron  de  la  obra;  que  durante 
ocho  días  hemos  ido  tirando  con  lo  que  había  en  casa, 
y  que,  á  la  presente,  se  consumió  todo.  La  lana  del 
colchón  á  puTiáos  hemos  ido  vendi  -ndola;  mis  dos  pa- 
res de  enaguas,  las  sábanas,  la  colcha  y  media  docena 
de  camisas  que  teníamos  entre  los  dos,  están  en  la  casa 
de  préstamos;  su  capa  no  la  he  lleváo,  porque  no  la  to- 
man; de  manta  nos  sirve.  Anteayer  empeñé  mi  mantón 
en  diez  reales;  con  ellos  hemos  pasáo  hasta  ]ioy,  y  hoy 
náa,  un  cacho  de  pan  rocíáo  con  aguardiente,  y  á  es- 
perar el  maná,  porque  lo  que  traiga  Juan  José,  en  la 
frente  dejo  que  me  lo  claven. 

IsiDRA.      ¡Jesús,  qué  desdicha' 


4;{  — 


Rosa. 
Ton. 
Rosa. 
Ton. 

Rosa. 
Tois. 


Rosa. 

ToÑ. 

Andrés. 


¡A  ver  si  liay  (|ii¡en  la  agujinlc!...  ¡Yo  no!... 
¡Mujer! 

¡Y  (jue  eslo  ocurra  por  no  venirse  rl  á  razones!... 
Ocurre,  |)or  sor  tú  ligera  de  cascos,  y  molerle  A  cantar 
(iontle  oslaba  l\ico,  y  no  liaberle^^a/v/o  á  tiempo  los  pies. 
¡Yo!... 

I)em:ís  hizo  Juan  Josc^,  que  se  creyó  lo  que  le  digiste, 
y  no  te  rompió  un  hueso.  (Aparecen  en  la  puerta  del  fondo 
Andrés  ó  Ignacio.) 

¡Hubiera  estáo  bien  que  me  pegase! 
Por  menos  he  Ueváo  yo  muchos  cachetes. 
(Desde  la  puerta.)  ¡Y  los  que  Uevanís!...   ¡Más  efecto  os 
hace  á  las  mujeres  un  cachete  á  tiempo,  que  un  sermón 
de  Cuaresma!  Entra,  Inacio.  (Kntran  Andrés  é  Ignacio.) 


ESCENA  IV 
ROSA,  TOXU¿LA,  ISIDRA,  ANDRiilS  é  IGNACIO 

Ignacio,   (a  Rosa.)  ¿No 'ha  vuelto  ese? 

Rosa.       No. 

Andrés.  Como  si  lo  viera,  vuelve  con  las  manos  vacías.  Así, 
como  así,  es  fácil  encontrar  trabajo.  ¿Sales  de  una  par- 
te?... Pues  aguarda  sentáo  á  que  te  llamen  de  otra. 

Ignacio.  \  Juan  José,  menos.  Ya  has  oído  al  maestro  con  quien 
hemos  estáo  hablando  por  él. 

Rosa.       ¿Qué  os  ha  dicho? 

Andrés.  Pues  nos  ha  dicho:  Juan  José  es  un  buen  oficial,  pero 
no  puedo  darle  ocupación.  ¿Sobéis  lo  que  hizo  con  Paco 
la  otra  noche?  Gasta  muy  mal  genio,  y  no  respeta  anadie. 

Ignacio.  ¿Que  no  respeta?  ¿Por  qué  no  respeta?...  ¿Porque  no 
ha  querido  sufrir  que  su  maestro  se  burle  de  él  y  re- 
quiebro á  la  mujer  que  vive  con  él?  ¡Peazos  le  hubie- 
ra hecho  yol 

Andrés.  No  faltó  mucho.  ¡Negro  me  vi  pa  sujetarle!  (A  Rosa.)  ¡En 
menudo  frcgáo  nos  metiste! 

Rosa.       ¿Yo?...  ¿Dirás  que  tuve  yo  la  culpa? 


—  u  — 

Andrés.   ¿Pues  quit'n  la  tuvo?  ¿La  Cibeles? 

Rosa.  ¿En  qué  faltáo  yo?  ¿Porque  un  hombre  lo  diga  á  una 
mujer  buenos  ojos  tienes,  ya  han  faJfáo  la  mujer  y  el 
hombre?  ¿Se  ha  propasáo  Paco  conmigo?  ¿Le  he  dejáo 
yo  que  se  propase?  ¡Entonces!...  Sólo  que  Juan  José  y 
Toñuela,  y  tú,  os  empeñáis  en  echarme  los  cargos  en- 
cima; y  yo  aquí  pa  sufrirlo  todo:  privaciones,  descon- 
fianzas... y  si  un  día  me  harto  y  tiro  por  la  calle  de 
enmedio,  me  pondréis  como  un  trapo.  (Llorando  más  de 
rabia,  que  de  sentimiento.)  ¡Vaya  que  tiene  estO  mucho  que 
vrr!... 

IsiDíu.      No  te  apures. 

Ton.  ¡Chica,  no  es  pa  tanto! 

Andrés.  Ahora  unas  lagrimita  s. . .  Todas  las  mujeres  sois  lo  mis- 
mo. A  creeros,  nunca  tenéis  la  culpa  de  nada.  Os  de- 
jáis requebrar  sin  mala  intención;  dais  en  cara  aun 
hombre  con  otro,  como  quien  da  una  broma;  os  reís 
con  el  que  os  piropea;  le  hacéis  arrumacos  delante  del 
que  os  quiere,  y  un  día,  esos  dos  hombres,  que  se  han 
tojnáo  entre  ojos,  se  disparan,  se  dicen  cuatro  desver- 
güenzas, la  emprenden  á  navajazo  limpio;  van,  el 
muerto  al  hoyo  y  el  vivo  á  la  cárcel,  y  vosotras  rom- 
péis á  llorar  y  á  decir,  con  cara  do  inocentes:  ¡Yo  no 
tengo  la  culpa!...  ¡Quién  iba  á  pensarlo!...  ¿Verdá? 

Rosa.       (Con  despecho.)  ¡Andrés!... 

Andrés.  Si  os  damos  celos,  os  ponéis  moños;  si  os  advertimos, 
os  reís;  si  os  reprendemos,  os  enfadáis,  y  .si  os  pega- 
mos, nos  llamáis  brutos...  ¡Brutos!...  ¡Más  vale  ser 
bruto  que...!  ¡C.omo  los  hombres  siguieran  mi  conse- 
jo, no  haríais  tantas  piernas  vosotras! 

IsiDRÁ.      (Uajo  á  Rosa.)  ¡Qué  borrico! 

Toiv.         (A  .Vndrés.)  ¡Déjala  en  paz! 

Res.*.       (A  Andrés.)  ¡Si  Juan  José  te  oyera! 

ToÑ.         Si  lo  oyera,  ¿qué? 

Andrés.  Quizás  que  .se  pusiese  de  su  parte,  porque  el  que  me- 
dia entre  un  hombre  y  una  mujer,  ese  pierde.  Lo  sé 
de  buena  tinta. 


—  4:> 


Ignacio.    ¿Tii? 

Am»rks.   Kn  |)orsona;  y  no  liace  v(>¡nlc  diasque»  pasó. 

Ton.        ¿{}uó  pas(5? 

Andues.  Verás.  Bajaba  yo  por  la  ciille  c!c  Kinbüjadoros,  y  al 
(lcscnil)ocar  en  el  Barranco,  nic  veo  A  uno  (pie  lo  esta- 
ba atizando  á  su  n  iijcr,  (5  lo  que  fupra,  un  palizón  de 
ordago.  No  es  que  yo  me  asusto  por  que  se  les  tiente  el 
traje  á  las  nmjores,  i)ero  aíjucl  ciudadano  pegaba  tan 
fuerte,  y  ella  soltaba  tales  qnejios,  que  me  dio  lástima 
y  me  metí  por  medio,  y  sujeté  la  mano  del  hombre  y 
le  dije:  «¡Cámara,  basta;  ni  que  fuese  la  señora  una 
caballeríal))  YA  sujeto  era  razonable  y  so  contuvo;  ¡pero 
ella!...  jA  ella  había  que  verla!...  Se  puso  en  jarras, 
se  vino  j3a  mí,  arrimó  su  cara  á  la  mía,  como  si  qui- 
siera tragárseme,  y  me  soltó  esta  rociáa:  «¿A  usté  qué, 
si  me  pega,  tío  morral?...  ¡Pa  eso  es  mi  marido!...» 
Yanios,  que  si  me  descuido,  me  pega  ella  á  mí. 

Ignacio.   Y,  ¿qué  hiciste? 

Andrés.  ¡Calcula!...  Gritarle  al  otro:  «¡Siga  usté  basta  que  se 
canse,  buen  amigo!»  y  echar  por  el  Barranco  abajo, 
jurando  no  meterme  en  jamás  en  líos  de  mujeres  y  de 
hombres. 

IsmRA.     Pronto  has  olvidáo  el  juramento. 

Andrés,  Porque  se  trata  de  Juan  José,  Juan  José  es  un  amigo, 
y  no  quiero  que  ni  él,  ni  ésta  (Por  Rosa.)  tengan  que 
sentir.  (Se  acerca  á  Rosa.)  ¡Déjate  ya  de  lloriqueos! 

'IsmRA.     (A  Rosa.)  Claro;  no  te  aflijas  ni  hagas  caso  de  éste. 

Andrés.   Hazlo  de  ella,  que  to  irá  mejor. 

Ignacio.  Haya  paz;  basta  de  tontunas.  (A  Andrés.)  Puesto  que 
Juan  José  se  tarda,  bajaremos  tú  y  yo  á  la  taberna. 
Enrique  debe  estar  allí  con  el  recáo  de  si  hay  ó  no 
obra,  en  ese  pueblo. 

Andrés.  Dios  lo  haga,  porque  estamos  todos  en  las  últimas.  (A 
Rosa.)  Cuando  venga,  dile  que  abajo  le  aguardamos. 

Igna'cio.    (A  Andrés.)  Anda. 

Andrés.'  (A  Tonuda.)  Tú,  vete  á  aviar  y  que  estés  lista  ;?»  cuando 
vo  suba. 


—  46 


HosA.      (A  Andrés.)  ¿Cenáis  en  casa  de  lu  madre? 

Andrés.  "Y  si  no  cenamos  allí,  no  cenamos.  Hay  donde  escoger. 
Hasta  luego.  (Salen  por  el  fondo  Toñuela,  Andrés  é  Ignacio.  La 
primera,  por  el  lado  derecho  de  la  puerta,  y  los  otro.s  por  el  iz- 
quierdo.) 

ESCENA  V 
ROSA    é    ISIDRA 


ISIDRA. 

Rosa. 

1. SIDRA. 

Rosa  . 


ISIDRA. 


Rosa. 

ISIDRA. 


Rosa. 

ISIDRA. 


¡Lo  ves!... 

Sí,  señora,  lo  veo;  estoy  confor.iio  con  usté;  ¡es  ya 
demasiáo! 
Naturalmente. 

jY  no  aguanto  más!...  ¡Ea,  que  no!...  Si  Juan  José  no 
cambia  de  genio,  si  no  halla  trabajo,  si  él  y  todos  si- 
guen mortificándome  con  el  otro,  yo  sé  lo  que  tengo 
que  hacer. 

¡Cambiar  de  genio!...  ¡Sí,  sí!  ¡Otro  gallo  te  cantaría! 
¿Te  crees  que  si  le  hubiese  habido  á  Paco  y  .se  hubiera 
rebajáo  unas  miajas  con  él,  Paco  le  hubiese  echáo  de  la 
obra?  De  ningún  modo.  Paco  no  es  malo;  ¡que  va  á 
serlo!  tiene  un  corazón  de  oro,  y  respetive  á  tí,  descol- 
í^aría  la  luna  del  cielo  por  complacerte. 

¿Él?... 

Mas  que  tú  padece  viéndote  padecer.  Sólo  que,  lo  que 
dice:  «¡Gotas  de  mi  sangre  diera  yo  pa  que  á  Rosa  no  le 
faltara  nada;  pero  si  me  desprecia,  y  prefiere  las  fati- 
gas y  los  malos  tratos  con  él,  al  bienestar  y  al  descanso 
conmigo,  allá  se  las  componga,  mientras  yo  me  como 
los  puños  de  rabia!  Ya  que  rabie  yo,  rabiaremos 
todos.» 

¡No  será  tanto! 

¿Que  no?...  De  sobra  conoces  lo  enamoráo  que  está  de 
tí.  ¡Pena  da  ver  lo  que  sufre  por  causa  tuya!...  ¡Lás- 
tima de  hombre!  ¡tan  fino,  tan  simpático  y  con  mudios 
billetes  en  la  cartera!...  ¡Lástima  de  tí  que  podrías  es- 
tar á  la  hora  de  ahora  en  una  buena  casa  y  con  un 


_    i7  — 

mantdn  nlfombrno  en  los  hombros  y  dos  orlas  <lc  bri- 
llamos en  las  orejas,  y  cuatro  ó  cinco  sortijas  en  esos 
(lóos  tan  bonitos  que  Dios  te  ha  dio!... 

Rosa.        (Susitirando.)  ¿Ay! 

IsiDRA.  ¡Que  jiareja  haríais!...  He  tí  no  hay  que  hablar;  y  él... 
¡No  me  negarás  que  Paco  es  un  buen  mozo! 

Rosa.       ;Si  no  lo  niogo!... 

IsiDRA.  Como  que  te  gusta  más  que  el  otro;  y  le  pondría  lí 
flote...  No  S('  qué  esperas. 

Rosa.  ¡Yo!  (Como  vacilando.  Con  tono  de  duda  )  No  me  determino 
seña  Isidra,  no  me  determino. 

IsiDRA.  Haces  mal.  ¿Sabes  lo  que  me  ha  dicho  esta  mañana 
Paco? 

Rosa.      ¿Qué? 

IsmnA.  Pues  me  ha  dicho:  «N'ca  ust';  á  Rosa;  j)regünlele  si 
puedo  hablar  con  ella,  y  asegúrela  que  como  ella  me 
quiera,  haré  lo  que  me  pida  y  no  habrá  quien  la  toque 
el  pelo  de  la  ropa,  porque  yo  estoy  pa  salir  por  todo  y 
á  mí  no  se  me  come  nadie.» 

Rosa.      ¿Le  ha  dicho  á  usté  eso? 

IsiDRA.     Como  lo  oyes.  Conque  tú  verás. 

Rosa.       ¡Hablar  con  él!...  (Como  si  dudara.) 

IsiDRA.  Y  ello  ha  de  ser  hoy.  A  Paco  se  le  ha  rematáo  la  pa- 
ciencia; vendrá  á  verme  luego  pa  saber  tu  resolución. 
Además,  yo  también  necesito  que  decidas  una  cosa  ú 
otra,  porque  me  estoy  exponiendo  á  que  Paco  me  dé 
un  di.sgusto.  Anda  muy  escamáo  conmigo  y  más  va  á 
escamarse,  si  me  ve  que  hablo  con  el  otro,  y  que  entro 
y  salgo  mucho  en  tu  casa. 

Rosa.      Pero... 

IsiDRA.  ¡No  seas  tonta!...  Con  hablar  á  Paco,  no  adquieres 
compromiso  formal.  Hablas  con  él,  le  oyes... 

Rosa.  (Mirando  liacia  la  puerta  del  fondo.)  ¡Chisl!...  Juan  José.  (En- 
tra Juan  José  por  el  fondo,  donde  se  detiene.) 


48 


ESCENA  VI 

ROSA,  ISIDRV  y  JUAN  JOSÉ 

J.  José.  iDostie  la  puerta.  Con  desaiieuto.)  ¡Nada!...  ¡Nada!...  Parece 
que  el  liielo'  de  la  calle  se  les  ha  metido  en  el  corazón 
á  los  hombres,  según  lo  tienen  de  duro  y  de  frío  pa 
mí.  (Avanza  hacia  Rosa,  que  le  mira  como  interrogándole.)  ¿Qué 
me  miras?...  Ya  puedes  suponértelo;  no  hay  trabajo; 
no  lo  encuentro  en  ninguna  parte,  ¡en  ninguna!...  ¿De 
qué  sirve  tener  buena  volunta  y  buenos  brazos  y  saber 
su  oficio?...  ¿Deque?...  ¡Ni  que  el  trabajo  fuese  una 
limosna  pa  que  á  uno  se  lo  nieguen!...  ¡Pues  qué,  no 
hay  más  que  condenar  á  un  hombre  á  morirse  de  ham- 
bre ó  á  pedir  por  Dios!...  ¿Hay  en  esto  justicia?...  Y 
si  no  la  hay,  ¿por  qué  sucede?...  ¡Luego  dicen  que  si 
los  hombres  matan  y  roban!...  ¡Qué  van  á  hacer!...  (Se 
deja  caer  junto  á  la  mesa  en  actitud  desesperada  y  oculta  la  cabe- 
za entre  los  puños.) 

Ten  calma  y  ven  á  calentarte  un  poco,  que  hace  mu- 
cho frío  en  la  calle. 

(Levanta  la  cabeza.  Con  amargura  y  sorpresa.)  ¡Calentarme!... 
¿Dónde?...  (Reparando  en  el  brasero  encendido.)  (A  Rosa.)  ¿Cómo? 


ISIDRA. 
J.  JOSE. 

Rosa. 
J.  JosE. 


IsmRA. 

J.  JoSE. 

ISIDRA. 
J.  JOSE. 

Rosa. 


¿Tienes  fuego? 

Gracias  á  la  seña  Isidra  que  me  ha  traído  un  poco  de 
lumbre. 

(A  Isidra.  Con  ironía  amarga.)  ¡Ah!  ¿con  quc  es  usté  la  bue- 
na alma  que  se  ha  compadeció  de  nosotros?...  ¿Y  quién 
le  ha  dáo  á  usté  los  dineros  pa  hacer  la  obra  de  car  ida? 
¿Qué  dices? 

¡Que  en  jamás  se  ha  compadeció  usté  de  nadie,  sin  su 
cuenta  y  razón! 
¡Juan  José!...  (Como  ofendida.) 

¡Le  tiene  usté  mucha  ley  á  esta  casa!  Sobre  todo,  cuan- 
do no  estoy  yo  en  ella. 

(Con  tono  de  reproche.)  ¿Te  enfadas  con  la  pobre,  después 
de  lo  (jue  hace  por  mí?... 


—  49  — 

J.  Jost.  \\\n'  lí!...  (Con  sarcasmo.)  jlvs  muy  buena  la  seña  Isidra, 
muy  l)ucna!...  Miá  ^¡  los  es,  que  solo  i)rocura  por  lu 
fclicidá,  y  viendo  que  no  la  has  enconíráo  conmigo, 
viene  ;l  ;»roporc¡on;írlela  con  olro.  ¡Con  Paco! 

HüSA.       No  hables  así. 

J.  JosE.  (A  isidra.)  ¿Imagina  usté  (|ue  ando  ignorante  de  sus  ma- 
nojos''' Pues  estoy  al  cabo  de  la  calle.  Tan  enteráo  vivo 
de  lo  ([ue  Paco  trata  con  usté,  como  de  lo  (}ue  usté 
viene  ú  hacer  á  mi  casa. 

IsiüRA.      Te  equivocas;  le  juro  que... 

J.  José.  No  jure  usté  en  falso.  Usté  se  ha  conchaváo  con  el  otro 
pa  engañarme  á  mí,  pa  convencer  á  ésta.  Y  la  ocasión 
no  es  mala.  ¡Saben  ustces  que  eslamos  en  las  ñUimas, 
que  la  desgracia  nos  tiene  apretáos  por  el  cuello,  y  se 
piensan  que  ella  cederá,  que  yo  bajaré  la  cabeza,  por- 
que el  hambre  es  mal  consejero  del  querer,  y  la, mise- 
ria mala  compañera  de  la  honra;  se  figuran  ustées  eso, 
y  él  se  achanta  v  espera,  mientras  usté  le  ayuda  y  vie- 
ne á  robarnos  lo  único  que  nos  á  quedáo,  un  poco  de 
cariñol...  Pues  se  equivoca  él  y  se  equivoca  usté.  No 
sé  cuál  es  ó  cuál 'será  el  sentir  de  Rosa;  el  mío...  Hay 
algo  que  me  hará  vender  el  hambre,  la  vergüenza. 

IsiDRA.  (.\  Rosa.)  ¿Ves  que  mal  pensáo,  hija?...  (A  Juan  José.)  ¿Me 
tienes  por  capaz  de  favorecer  á  ésta  con  mala  inten- 
ción?... (Como  indignada  y  sorprendida.)  ¡JcsÚS,  María  y 
José!...  No  estás  en  tus  cabales. 

Rosa.  (A  Juan  José.)  ¡Parece  mentira  que  la  insultes,  cuando 
viene  á  darnos  su  miaja  de  pobreza! 

J.  JosE.  No  la  defiendas.  ¡Mira  que  me  resisto  á  dudar  de  tí,  y 
si  la  defiendes,  voy  á  hacerlo!  (Con  tono  de  amenaza.  A  Isi- 
dra.) ¡A  usté!...  Ya  se  lo  he  dicho;  no  quiero  nada  que 
de  usté  venga.  Sólo  un  favor  la  pido;  que  salga  de 
esta  casa,  y  que  no  se  le  ocurra  más  })oner  los  pies  en 
ella. 

IsmRA.      ¡Me  echas  de  tu  casal 

J.  JosE.    Sí,  la  echo  á  usté. 
Rosa.      Pero... 

.     4 


—  oO  — 

J.  José.  ;No  has  oído  que  callcsl...  (A  isidra.)  Nada  quiero  de 
usté,  lo  repito;  ni  el  pan  que  me  ofrece,  y  se  me  atra- 
vesaría en  la  garganta  antes  de  tragarlo;  ni  esta  lum- 
bre maldita,  (Empuja  con  el  pie  el  brasero  que  medio  se  vuelca, 
en  forma  que  gran  parte  de  la  lumbre  se  desparrama  por  el  suelo.) 
que  me  enciende  la  cara  y  me  da  más  frío  en  el  cora- 
zón, que  la  nieve  de  la  calle  en  el  cuerpo.  (Avanzando  ha- 
cia Isidra.)  jNo  quiero  nada,  nada  más  que  no  verla  á 
usté;  conque  andando  y  de  prisa,  si  no  prefiere  usté 
que  la  coja  por  el  cogote  y  la  eche  yo  mismo!... 

IsiDR.\.  (Con  temor.)  ¡Basta,  hombre,  basta!...  Ya  me  voy.  (Retro- 
cediendo hacia  la  puerta;  cuando  llega  á  ella,  se  detiene,  se  encoge 
de  hombros  y  le  dice  á  Juan  José.)  jTú  te  arrepentirás!  (Sale 
Isidra  por  el  fondo.) 


ESCENA  VII 
ROSA  y  JUAN  JOSÉ 

J.  JosE.    (Con  desprecio.)  ¡Arrepentirme!... 

Rosa.  (Con  enfado.)  No  te  arrepentirás,  no  hay  cuidáo.  Sería  la 
primera  vez  que  te  arrepintieses  de  tus  prontos. 

J.  JosE.  (Sorprendido.)  ¡Mis  prontos!...  ¿He  hecho  mal  despidién- 
dola? 

Rosa.  (Con  ironía.)  ¡Quiá!...  ¡Si  lo  has  hecho  perfectamente!  ¿A 
qué  ha  venido  la  señora  Isidra?  A  ofrecerme  una  ca- 
zuela de  sopas-,  y  á  traerme  un  cogedor  de  cisco.  ¡Miá 
que  ofrecernos  eso  á  nosotros,  que  tenemos  medio  cor- 
dero en  el  fogón  y  un  quintal  de  cok  en  la  chimenea!... 
¡Es  mucho  faltar!...  ¡Bien  prudente  has  estáo!...  ¡Había 
pa  ahorcarla!... 

J.  JosE.  ¿Pero  estás  ciega,  ó  te  burlas  de  mí?  (Con  enojo)  ¿Aiín 
no  has  entendido  lo  que  huronea  esa  nmjer?  (Con  tono 
de  recelo.)  ¿Es  que  te  has  propuesto  no  entenderlo?... 

Rosa.  Como  nada  malo  me  ha  dicho,  nada  malo  tengo  que 
pensar  de  ella.  (Con  displicencia  ) 


—  51  — 

J.  José.  ¿Con  que  no?...  ¿Con  que  lo  encierras  en  no^ar  sus 
propdsilos?...  ¿Con  que  no  los  conoce.s?... 

Rosa.  No.  Stílo  sé  que  por  causas  do  tus  cavilaciones  y  de  tus 
recelos,  estamos  como  estamos. 

J.  JoSE.    (Con  enojo.)  ¡Rosa! 

Rosa.  (Con  sarcasmo.)  No  te  incomodes...  Ya  tese  ha  satisfecho 
el  gusto.  ¿Qué  miís  quieres  si  te  has  salido  con  la  luya? 
¡Aunque  yo  reviente,  no  importa! 

J.  JosE.  ¿Pero  cómo  voy  á  portarme?  ¿Iba  yo  á  sufrir  que  Paco 
te  cortejase  y  me  ofendiese,  por  no  j)erder  el  jornal 
que  me  daba?  ¿Voy  por  una  cucharáa  de  so[)as  á  con- 
formarme con  los  trapicheos  de  la  Isidra?  ¿Voy  á  hacer 
eso?...  ¿Té  has  creído  que  voy  á  hacer  eso?...  ¿Quieres 
que  lo  haga?...  ¡Habla  y  acaba  de  una  vez! 

Rosa.  Yo  me  refiero  á  lo  que  sucede;  á  que  tu  genio  nos  lleva 
de  mal  en  peor,  y  te  pregunto  hasta  cuándo  van  á  du- 
rar estas  desdichas. 

J.  José.    Tú... 

Rosa.  Sin  duda  tendrás  algún  medio  pa  salir  del  atranco, 
cuando  te  atreves  á  resollar  tan  fuerte.  Lo  tienes, 
¿verdá? 

3.  José.    No;  no  tengo  ninguno,  ¡ninguno!...  (Con  desesperación.) 

Rosa.  ¿Qué  aguardas  entonces?  ¿Que  yo  me  consuma  aquí 
dentro,  como  un  candil  falto  de  aceite?...  Claro,  como 
los  hombres  entráis  y  salís,  nunca  os  falta  un  amigo 
que  os  convide  á  una  cosa  ú  á  otra.  Con  eso  se  va  uno 
defendiendo,  y  á  la  mujer,  que  la  parta  un  rayo. 

J.  Jóse.  Pero,  ¡qué  hablas!...  ¿No  sabes  que  si  alguien  me  die- 
ra un  pedazo  de  pan,  ese  pedazo  de  pan  llegaría  á  tus 
manos  sin  que  yo  lo  tocase?...  (Con  pasión.)  ¿No  com- 
prendes lo  que  tú  significas  pa  mí?  ¿Ignoras  que  desde 
el  punto  de  conocerte,  sólo  en  tí  he  pensáo,  y  de  cuanto 
he  tenido  has  dispuesto?...  Pa  mí  se  acabó  el  mundo  al 
mirarte.  Amigos,  diversiones,  ¡hasta  el  vaso  de  vino 
que  tomaba  en  la  taberna  al  volver  de  la  obra!...  A 
trabajar  pa  ella,  me  dige,  y  con  calor,  con  frío,  cor- 
tándome el  viento  la  carne  ó  abrasándome  el  sol  la 


—  32  - 

piel,  cantaba  yo  encima  del  andamio,  más  contento  que 
nunca,  porque  aquel  frío,  y  aquel  calor,  y  aquel  dale 
que  le  das  sin  descanso,  eran  mi  jornal,  el  cuarto  don- 
de habitas,  tu  comida  diaria,  lu  paseo  de  los  domin- 
gos, el  vestido  de  percal  pa  lu  cuerpo,  el  mantón  de 
lana;;a  tus  hombros,  jtú  entera  que  vivías  por  mí!:.. 
¡Qué  me  importaban  el  cansancio,  y  la  faena,  y  el  peli- 
gro!... ¡Calcúlate  lo  que  iba  á  importarme  padecer  de 
día,  si  me  esperabas  tú  por  la  noche!...  Ahí  tienes  lo 
que  he  hecho;  lo  que  haría  hoy  mismo  si  pudiese;  lo 
que  deseo  hacer...  ¡Si  hasta  pediría  pa  tí  mía  limosna, 
pa  ti,  pa  mí  no!  ¡si  no  creyera  que  ibas  á  avergonzarte 
de  que  esta  juventud  y  estos  brazos  sirvieran  sólo  J9a 
echarse  pa  alante  y  pedir  por  Dios!  ¡Y  ¡lún  dices  que 
no  :ne  interesas,  que  te  abandono  y  te  descuido!...  ¡No 
lo  digas,  Ro.sa,  no  lo  digas!...  ¡Por  tí  lo  intento  yo 
todo,  todo!...  ¿Qué  quieres  que  haga?... 

Rosa.       Tú  lo  sabrás.  ¿Qué  voy  yo  á  decirte?...  ¿Qué  sé  yo?... 

J.  JosE.  (Con  tristeza  y  asombro.)  ¡Nada  más  que  eso  me  con- 
testas!... 

Rosa.  ¿Qué  voy  á  contestarte?  Como  no  te  conteste  que  no  he* 
comido  desde  ayer  y  que  esta  noche  nos  helaremos  jun- 
tos en  aquel  camastro. 

J.  Jóse.    ¿Tú  crees  que  yo  puedo  evitarlo? 

Rosa.      ¿Crees  tú  que  se  puede  vivir  de  este  modo? 

J.  Jóse.     ¡Rosa!...  (Con  desesperación.) 

Rosa.      (Con  acritud.)  No;  así  no  se  vive;  así  no  se  puede  vivir. 

J.  José.  ¿Y  cómo  impedir  lo  que  está  ocurriendo?  ¿No  pido  tra- 
bajo?... ¿No  lo  busco?  ¿Tengo  la  culpa  de  no  encon- 
trarlo? 

Rosa.      ¿La  tengo  yo  de  que  no  lo  encuentres? 

J.  Jóse.  (Con  asombro  y  pena.)  ¿Qué  te  propones  al  contestarme  de 
esa  forma?  ¿No  es  bastante  martirio  el  mío  pa  que  tú 
lo  aumentes?...  ¿Te  has  propuesto  desesperarme? 

Rosa.  No  me  he  propuesto  nada;  te  cuento  lo  que  hay;  te  lo 
pongo  delante  de  los  ojos.  ¡Tú  eres  el  hombre  y  debes 
resolver,  jjorque  yo  no  resisto  más! 


—  53  — 

J.  José.     (Con  enojo.)  ¿No?... 

Rosa.        (Con  lirme/a.)  No. 

J.  JosK.  ;Te  has  olvidáo  de  que  lu  mujer  lieiic  obligación  de 
sufrir  por  el  liombrc  que  vive  con  ella? 

Rosa.  ¿Te  has  olvidáo  lú  de  que  el  hombre  tiene  obligación 
do  que  no  so  muera  de  handjre  la  mujer  que  vive 
con  él? 

J.  Jóse.    (C*n  enojo.)  ¡Oh!...  jEsto  es  dcmasiáo!... 

Rosa.       (Con  sequedad.)  Demasiáo,  SÍ. 

J.  José.  (Luego  de  comteniplar  á  Rosa  un  instante.  Con  tono  desengañado  y 
duro.)  Rosa,  ¡lú  eres  mala! 

Rosa.  (Con  brusquedad.)  ¡Xo  sl^  lo  que  soy;  pero  carezco  de  todo, 
de  lo  más  preciso,  y  no  puedo  pasar  sin  ello;  porque 
sin  nada,  no  se  pasa.  ¡Si  tú  no  me  lo  das,  tendré  que 
buscarlo! 

J.  JosE.  (Con  ira.)  ¡Buscarlo!...  ¿Has  dicho,  buscarlo?...  (Acercán- 
dose á  Rosa  y  mirándola  casa  á  cara.  Con  furor.)  ¡A  vor,  repito 
eso,  repítelo!...  ¡Vamos,  que  yo  lo  oiga! 

Rosa.       ^;Pa  qué  he  de  repetirlo?... 

J.  José.  ¡No;  si  no  tienes  que  repetirlo  con  la  lengua,  si  lo  re- 
l)ites  con  los  ojos,  si  te  sale  por  ellos  la  dañina  inten- 
ción! (Cogiendo  brutalmente  á  Rosa  por  el  brazo.)  ¡líres  una 
infame!...  ¡Una  infame!... 

Rosa.        ¡Suelta,  que  me  haces  daño!...  (Con  dolor  y  rabia.) 

J.  JoSE.  (Sin  soltar  el  brazo  de  Rosa.)  ¡Daño!...  ¡Mayor  me  lo  has 
hecho  tú  á  mí,  y  más  adentro!...  (Fuera  de  sí.)  Eres  una 
infame,  te  lo  repito.  ¡No;  tú  no  mereces  que  se  te  tra- 
te como  te  he  tratáo  yo!...  A  tí,  hay  que  tratarte  de 
otro  modo;  ¡como  lo  que  eres,  como  lo  que  eras  cuan- 
do te  conocí!  ¡Como...!  ¡Así!  (Levanta  la  mano  y  la  deja 
caer  sobre  Rosa.  Aparece  en  el  fondo  Toñuela.  Rosa  hace  un  es- 
fuerzo y  se  desase  de  Juan  José,  retrocediendo  hacia  el  fondo. 
Juan  José  avanza  ha§ta  ella  y  vuelve  á  levantar  la  mano.  Toñuela 
se  interpone  y  sujeta  el  brazo  de  Juan  José.) 

Ton.         ¿Qué  es  esto,  Juan  José?... 


—  bi 


ESCENA  VIII 
ROSA,  TOÑUELA  y  JUAN  JOSÉ;  luego  ANDRÉS 

J.  José.    No  me  sujetes;  ¡suelta!...  (A  Tofmeía.) 

ToiN-..  ¿Te  has  vuelto  loco?...  ¿Vas  á  pegarle  después  de  lo 
que  la  pob^'e  está  sufriendo?  (Con  tono  de  reproche.) 

Rosa.  (Llorando.)  Deja  que  me  pegue.  Se  conoce  que  no  le 
basta  con  medio  matarme  á  privaciones  y  quiere  re- 
matarme á  golpes.  (.\l  oír  estas  palabras,  Juan  José  retrocede 
y  depone  su  actitud  de  violencia.) 

ToÑ.  (A  Juan  José.)  ¡Vamos!  (Con  tono  contemporizador.)   ¡Guídáo, 

que  sois  brutos  los  hombres!  La  veis  á  una  ahogándo- 
se de  pena,  y  entoavía  apretáis  la  argolla!... 

J.  José:    ¡No  sabes  cómo  me  ha  tratáo!... 

ToÑ.  ¡Si  creerás  que  cuando  se  tiene  éste  vacío,  (El  estómago.) 
se  está  con  humor  de  templar  gaitas!  (Entra  Andrés  por 
el  fondo.) 

Rosa.  ¡Pegarme  á  mí!  ¡Auna  mujer!...  ¡Qué  valentía!...  (Se 
deja  caer  llorando  en  una  silla.) 

Andrés.  (A  Rosa.)  ¿Ha  habido  solfa?  (A  Juan  José,  como  quien  no  da 
impoJtancia  al  suceso.)  Abajo  ha  cstúo  Enrique. 

J.  Jóse.     ¿Y  qué  dice?...  ¿Hay  trabajo?  (Con  ansiedad.) 

Andrés.  Luego,  cuando  alarguen  los  días,  que  se  paga  i  o  mis- 
mo y  se  trabaja  más. 

J.  José.    Y  hasta  entonces,  ¿qué  va  á  ser  de  nosotros?  (Con  espanto.) 

Andrés.  (Con  sarcasmo.)  Lo  que  sea.  ¿Qué  les  importamos  á  ellos 
nosotros?...  ¿Que  nos  morimos  de  necesidad?  Tal  día 
hará  un  año. 

J.  JoSE.  ¡Dios  mío!...  ¡Dios  mío!  (Se  deja  caer  con  desaliento  junto  i 
la  mesa.) 

Andrés.   ¿Estás  lista?  (A  Toñuela.) 

Ton.         Sí. 

Andrés.  Pues  vamos  á  casa  de  madre.  Gracias  á  que  vive  cer- 
quita, si  no,  íbamos  á  quedarnos  acaramelaos  en  el  ca- 
mino. ¡Cae  una  heláa,  superior!...  De  modo,  que  nos 
embaulamos  la  cena  y  á  casa  corriendo,  á  meterse  en 


—  5:>  — 

la  ca:)  a,  que  es  (iondo  nos  al)rigamos  en  invierno  los 
pobres.  I.a  suerte  es  muy  sabia.  ¿No  íios  da  dinero  pa 
carbón?  Puos  nos  da  lo  justo  pn  comprarnos  camas  es- 
trcclias,  muy  estrechas,  y  váya.sc  lo  uno  por  lo  otro. 

Rosa.       (Soiiozundo.)  ¡No;  no  lo  sufro!... 

Andrks.  (A  llosa )  ¡Hah,  cliica,  nubes  de  verano!...  Lo  que  habrá 
pnisáo  Juan  Jos(^:  íí  falla  de  pan,  buenas  son  tortas. 

J.  José.  (Apañe.)  Uosa  tiene  raztín;  la  tiene.  Así  no  se  puede 
seguir. 

Andrés.  (A  Juan  .losó.)  Oye,  tú:  no  sú  lo  que  habrá  puesto  la  vie- 
ja; pero  (le  lo  que  haya,  os  traeremos  un  poco. 

J.  José.    jGracias,  Andr<^s! 

Andrés.   ¡Gracias!...  ¡Has  esláo  bueno,  hombre! 

Rosa.       (Bajo,  á  Tofuiela.)  No  te  vayas.  Es  una  fiera.  (Por  Juan  José.) 

Ton.        ¡No  ves  que  está  llorando!  Las  fieras  no  lloran. 

Andrés.  (A  Toñuela.)  Anda,  lú.  (Marcando  con  los  dedos  el  movimiento 
de  salida,  y  haciendo  la  pausa  que  el  actor  juzgue  necesaria.) 

Ton.  (A  Rosa.)  Hasta  después.  (A  Juan  José.)  ¡Cuidáo  con  volver 
á  las  andáas!. . .  (Salen  por  el  fondo  Andrés  y  Toñuela.  Después 
de  una  ligera  pausa,  durante  la  cual  Rosa  permanece  sentada  dan- 
do la  espalda  á  Juan  José,  y  éste  mirándola  con  expresión  de  an- 
gustia y  amor,  Juan  José  se  dirige  hacia  Rosa,  se  detiene  ante» 
de  llegar  á  ella  y  vacila  algunos  instantes  como  si  no  supiera  de 
qué  modo  romper  el  silencio.) 


ESCENA  IX 
ROSA  y  JUAN  JOSÉ 

J.  JoSE.  (Bajo.)  ¡Rosa!...  (Viendo  que  ésta  continúa  con  la  cabeza  oculta 
entre  las  manos  sin  contestarle.)  ¡Rosa!  (En  tono  de  súplica.) 
¿No  me' contestas?...  ¡Mírame!...  ¿No  quieres  mi- 
rarme?... 

Rosa.  (Como  si  no  oyera  á  Juan  José.)  ¡Verme  como  me  veo  por  él 
y  pegarme  encima!...  ¡Kra  lo  único  que  faltaba,  y  ya 
ilegó!... 

J.  JoSE.  (Dando  la  'vuelta  por  detrás  de  la  silla  y  poniéndose  delante  de 
Rosa.)  ¡Oye;  por  lo  que  más  aprecies  en  el  mundo. 


—  5G  — 

oye!...  ¡Quítate  las  manos  de  la  cara!  (Viendo  que  Rosa  no 
lo  hace,  se  las  aparta  él  con  las  suyas  caríriosainente.)  ¡Así!... 
¡que  yo  te  vea!  ¡Que  pueda  mirarte!  (Acercando  su  cara  ü 
la  de  Rosa.) 

PiOSA.  (Echando  el  cuerpo  hacia  atrás  y  sin  mirar  á  Juan  José.)  ¡Déja- 
me!... ¿No  dices  que  soy  mala?...  ¡De  lo  malo  se  huye! 
¡Déjame! 

J.  JosE.  (Con  pasión.)  ¡Dejarte!...  ¡Pues  si  todo  lo  que  hago  es 
por  miedo  á  quedarme  sin  tí!...  ¡Si  te  quiero  más  que 
á  las  niñas  de  mis  ojos!...  ¡Si  al  ponerte  la  mano  enci- 
ma he  sentido  el  golpe  aquí  dentro!...  (El  corazón.)  ¡Si 
me  ha  dolido  más  que  á  tí!...  ¿No  comprendes  que  me 
ha  dolido  más  que  á  tí?... 

Rosa.  Comprende  que  me  has  maltratáo  sin  motivo.  ¿Qué  te 
he  hecho  pa  que  me  maltrates?  Cuando  todo  me  falta, 
¿á  quién  voy  á  volverme?... 

J.  JosE.  ¡A  mí,  Rosa,  á  mí!  Si  te  digo  que  tienes  razón;  que 
he  procedió  malamente;  que  me  perdones...  Pero  tú 
no  sabes  lo  que  es  encelarse  de  una  mujer  que  vale  pa 
uno  lo  que  la  Virgen  del  altar,  y  tener  incáa  en  el  co- 
razón esta  esp'na.  ¡Ojalá  y  no  lo  sepas  nunca!...  Es  un 
dolor  muy  perro;  y  cuando  á  uno  le  viene  la  basca,  no 
da  cuenta  de  sí.  ¡Se  aturrulla  la  cabeza,  se  llenan  los 
ojos  de  sangre,  se  levantan  los  puños  sin  querer,  ocu-- 
rrc  lo  que  ocurre  sin  que  uno  mismo  pueda  evitarlo,  y 
se  acabó!... 

Rosa.  Y  por  que  á  tí  te  entren  esas  bascas  y  des  en  recelarte 
de  mí  y  de  cualquiera,  ¿voy  yo  á  sufrir  tus  prontos  y  á 
quedarme  luego  tranquila  hasta  que  se  te  ocurra  rece- 
lar otra  vez? 

J.  José.  No,  Rosa,  ¡te  juro  que  no!  ¡te  lo  juro!...  Ya  no  dudo; 
te  creo...  ¡Díme  lo  que  te  dé  la  gana,  y  te  creo!  ¡Me 
hace  tanta  falta  creer  en  tí!...  (Con  tristeza  y  amor.) 

Rosa.  Si  te  hace  falta,  ¿por  qué  te  empeñas  en  lo  contrario? 
¿Por  qué  en  vez  de  oírme  la  emprendes  á  trastazos 
conmigo?...  ¡Buen  modo  tienes  tú  de  arreglar  las  co- 
sas v  de  consolar  á  una!... 


—  :í7  — 

J.  JosF.  ¡Ks  que  mo  lias  traláo  do  una  foniui.  y  me  lias  dirigido 
unas  expresiones  tan  durasl... 

Ros\.  ¿No  eran  verdad?...  ¡Quú  culpa  me  tengo  de  que  la 
verdad  no  sea  mejor!... 

J.  .'o<?E.  ¡Verdad,  .sí,  verdad!  Todas  lus  pahihras  lo  .son.  Ver- 
dad (pie  yo  me  digo  Á  cada  momenlo,  cuando  entro 
aquí  y  te  veo  descfiprráa,  sola,  ii;al  viviendo  de  la 
compasi()n  de  los  vecinos,  ¡tú,  porque  yo  lie  soñáo,  lo 
que  no  había  soñáo  nunca,  lo  (jue  no  me  ha  traído 
nunca  con  pena,  .ser  rico,  muy  rico,  como  esos  que 
pasean  en  coche!  ¡Tú,  por  cuyo  bienestar  arrancaría 
piedras  con  los  dientes!...  ¡Tú,  que  sufres,  que  no 
puedes  resistir  m.1s;  porque  no  puedes,  porque  si  esto 
sigue,  si  no  traigo  á  casa  lo  preciso,  lú  tendrás  que 
abandonarme,  y  har.ls  bien,  porque  no  has  nacido  pa 
sufrir  y  ;?a  martirizarte!...  Ahí  tienes  lo  (¡ue  yo  ima- 
gino, lo  que  pienso,  mientras  el  frío  me  hiela  las  lá- 
grimas en  los  ojos...  Pero  cuando  tú  me  lo  dices,  en- 
tonces, creo  que  yo  no  soy  nadie  pa  tí,  que  estás  de- 
scando dejarme,  que  no  me  quieres,  que  quieres  á 
otro,  que  ese  otro  va  á  robarme  el  cariño  tuyo,  y  se 
secan  mis  lágrimas,  y  me  vuelvo  loco,  y  me  dan  ga- 
nas de  matarte!...  (Con  desesperación.) 

Rosa.       ¡Calla;  no  pongas  ese  gesto!  ¡Me  asustas!  (Con  terror.) 

J.  JosE.  ¡No  te  asustes,  no;  nada  cavilo  contra  tí,  esto  es  ha- 
blar!... ¡Pero  debemos  hablar  de  otra  cosa;  de  buscar 
«n  recurso  que  rernedie  nuestra  desgracia!...  ¡Necesito 
que  no  padezcas  más,  lo  necesito! 

Rosa.       ¡Un  medio!...  ¿Cuál? 

J.  José.  (Con  decisión.)  ¡(Jno;  el  que  sea!  (Deteniéndose  un  momento 
como  si  meditara.  Después  de  una  pausa,  con  desaliento.)  ¡No  lo 
hallo!  ¡no  lo  hallo!...  ¡No  tengo  donde  hallarlo!...  Hay 
pocas  obras  en  tarea,  las  precisas,  y  sobra  gente;  las 
otras  descansan,  y  si  te  acercas  á  los  contratistas,  á 
los  dueños,  te  responden:  «Más  adelante,  cuando  entre 
el  buen  tiempo,  cuando  alarguen  los  días  Esi)era.)) 
(Con  desesperación.)  ¡Espera!...  ¡Como  si  el  estómago  pu- 


—  58  — 

diese  esporarl  ;Gomo  si  se  le  pudiese  decir  al  hambre! 
«Aguarda,  no  nos  muerdas  hasta  dentro  de  .un  par  de 
meses;»  y  al  frío:  «No  nos  entumezcas  las  manos,  no 
nos  agarrotes  el  cuerpo,  ten  paciencia  liasta  que  poda- 
mos comprar  una  m.anta.»  ¡Espera!  ¡Espera  á  que 
alarguen  los  días!  ¡Espera!...  ¡Espera!...  (Con  desespe-- 
ración.) 

Rosa.  ¿A  qué  te  acaloras?...  ¿Quó  consigues  con  acalorarte  y 
con  maldecir  de  la  gente? 

J.  José.  ¿Qué  consigo?...  (Con  acento  amenazador.)  ¡Enterarme  de 
que  no  es  justo  que  un  hombre  trabajador  se  quede  sin 
trabajo;  enterarme  de  que  no  hacen  bien  los  que  me 
lo  niegan;  saber  que  cuando  me  quejo  llevo  razón!  ¿Te 
parece  poco?...  ¡Pues  ya  es  algo!... 

Rosa.        ¿Algo?  (Sin  comprender.) 

J.  JoSE.     \!ás  que  algo,  mucho. 

Rosa.       No  te  entiendo. 

J.  José.  ¡Me  entiendo  yo!  (Con  angustia.)  ¿Con  que  todos  son  á 
acorralarle  á  uno?...  (Con  energía  desesperada.)  ¡Pues  el 
animal,  cuando  se  mira  acorraláo,  muerde!...  ¡Yo  tam- 
bién morderé!...  Si  la  bestia  tiene  ese  derecho,  mejor 
debe  tenerlo  el  hombre,  porque  vale  más. 

Rosa.  (Con  temor.)  ¿En  qué  piensas?...  ¿Por  qué  arrugas  el  en- 
trecejo? ¿Por  qué  te  retuerces  las  manos?...  ¿Qué  te 
pasa?...  ¿Qué  quieres  decir? 

J.  José.  ¡Que  deben  acabarse  nuestras  fatigas;  que  no  quiero 
perderte  y  no  te  perderé.!  (Con  decisión.) 

Rosa.       (Con  tono  de  duda.)  ¿Acabarse  nuestras  fatigas?...  ¿Cómo? 

J.  JoSE.  Aún  no  lo  sé  de  cierto.  Está  aquí,  aquí.  (Golpeándose  la 
frente.)  Lo  veo  como  se  ve  al  anochecer,  muy  oscuro. 
¡Pero  esta  noche  tendrás  lodo  lo  que  necesitas,  te  ase- 
guro (|ue  lo  tendrás! 

Rosa.       ¿Vas  á  ver  á  alguien,  á  pedir?... 

J.  JoSE.  (Con  energía  salvaje.)  ¡Pedir!...  ¡Que  pidan  los  viejos,  los 
inútiles,  los  que  no  se  pueden  valer!  1.1  que,  como  yo, 
tiene  fuerza  en  ios  brazos,  y  no  es  perezoso  en  la  fae- 
na, y  sabe  ganarlo,  sólo  debe  pedir  una  cosa,  trabajo. 


—  50  — 

Si  no  lo  encuentra,  si  no  se  lo  dan...  Knlonces  le  que- 
da un  recurso;  ¡uno!...  No  Imy  duda...  ¡Ni  sé  como  he 
(ludáo  lanío  lienipo!  (Con  tono  resuelto  y  sombrío.) 

Rosa.      ¿Qm't  le  propones? 

J.  José.  Que  no  i»ases  lianihre,  y  miseria,  y  frío;  «pie  no  me 
abandones;  (pie  no  necesites  ir  á  buscarlo;  porque  tie- 
nes razón,  cuando  todo  falta,  hay  que  buscarlo;  y  an- 
tes que  la  mujer  lo  busque,  lo  busca  el  hombre.  ¡Yo  lo 
encontraré!  (Con  dureza.) 

Rosa.       ¡Oye!... 

J.  JoSE.  Te  digo  que  lo  oncontraríí.  (Se  tliri¡íe  hacia  el  fondo.  Antes 
de  llegar  al  fondo  vuelve  hacia  Rosa.)  ¡Espérame;  tardaré  una 
hora,  dos;  quizás  menos,  pero  traeré  á  mi  casa  lo  que 
en  ella  no  hay,  lo  que  tú  me  pides;  lo  traeré!...  Lo  ju- 
ro por  lo  más  sagnlo,  por...  Los  que  han  tenido  ma- 
dre, juran  por  ella.  ¡Yo  lo  juro  por  líl...  ¡Espérame; 
adiós!  (Sale  Juan  José  por  el  fondo  en  actitud  resuelta.  Rosa  se 
queda  mirando  hacia  el  fondo  como  sorprendida  y  sin  acertar  á 
darse  cuenta  de  los  propósitos  de  Juan  José.) 


FIN  DEL  ACTO  SEGUNDO 


ACTO  TERCERO 


El  intermedio  entre  los  dos  cuadros  será  breve  y  corriendo  el  telón  de  boca. 


CUADRO    PRIMERO 


Telón  corto,  representando  un  ángulo  del  patio  de  la  Cárcel  Modelo  de  Ma- 
drid, destinado  á  los  presos  de  tránsito  y  á  los  sentenciados  á  cumplir 
condena  en  otros  presidios. 

Una  rompiente  á  la  derecha  y  otra  á  la  izquierda.  En  primer  término,  á  la 
derecha,  un  banco  de  madera. 


ESCENA  PRIMERA 
EL   CANO   y   UN  PRESIDIARIO 

¿Con  que  al  oscurecer  liáis  el  petate,  y  salís  con  la  con- 
dución? 

¡Ya  era  tiempo!  ¡Esta  cárcel  es  mu  aburría!  ¡Sé  está 
más  agusto  en  los  presidios;  hay  más  liberta  y  mejor 
gente! 

¡Verdá!  ¡Yo  que  estoy  aquí  de  cabo,  lo  sé! 
Aquí  todos  son  prencipiantes.  ¡Un  hato  de  panolis  que 
no  sirven  pa  na!  ¡Con  decirte  que,  fuera  parte  de  la 
tuya,  no  he  encontráo  ninguna  cara  conocía! 
Presid.  ¡y  miá  que  pa  no  conocerlos  tú!  ¡No  hay  un  gachó  que 
valga  tanto  así  en  los  presidios,  á  quien  nó  te  sepas  de 
memoria! 


Presid. 


Cano. 


Presid. 
Cano. 


—  62  — 

Cano.  ¡Como  que  desde  los  veintidós  años,  descontando  los 
que  he  andáo  hu'to  por  ahí,  me  los  he  pasáo  de  inqui- 
lino  perpetuo  en  veró\  ¡Voy  á  cumplir  cincuenta  y  seis! 
¡Calcúlate  si  se  me  despintará  nadie  de  la  cuerda! 

Phesid.     ¡y  lo  que  te  respetan  tóos! 

Cano.  ¡Faltaría!...  (Cou  arrogancia.)  (Con  desprecio.)  ¡El  respeto  de 
éstos  no  es  pa  presumir!  ¡Ninguno  de  ellos  se  las  trae, 
mtiée guapeza!...  Digo  ninguno,  y  miento.  ¡Hay  uno!... 

PREsm.    ¿Juan  José? 

Cano.        ¡El  mismo!  ¡Te  lo  certifico  yo,  que  lo  entiendo! 

Presid.  Conformes;  pero  como  si  no  lo  fuera,  porque  ni  se  po- 
ne á  ello,  ni  quié  hacerse  un  sitio  y  achicar  á  los  otros. 

Cano.  Entoavía  es  temprano.  Anda  el  pobre  mu  entristeció  con 
su  desgracia,  y  se  figura  que,  achantándose  y  cum- 
pliendo con  formaliá,  podrá  salir  antes  y  volver  á  ser 
hombre  de  bien.  La  de  tóos,  la  primera  vez  que  nos 
echan  mano...  Ya  se  le  pasará.  Sin  embargo,  en  una 
ocasión  ha  tenio  que  probarlo,  y  lo  ha  probáo  el  mozo. 

Presid.     ¡Vaya!..; 

Cano.  Fué  el  día  que  lo  bajaron  del  chiquero,  después  del 
juicio  y  de  la  sentencia,  en  que  le  salieron  ocho  años. 
¿Te  acuerdas  tú? 

Presid.     ¡Sí  me  acuerdo! . . .  ¡  Vaya  un  chavó!. . .  ¡Cómo  atizaba!. . . 

Cano.  Hizo  bien.  Estos  sinvergüenzas,  en  cuanto  se  presu- 
men que  un  perro  no  muerde,  son  tóos  á  tirarte  del 
rabo.  Como  le  vieron  tan  callao,  y  tan  vergonzoso,  y 
tan  humilde,  se  dijeron:  «¡Ha  llegáo  la  nuestra!»  A  mí 
me  dio  lástima,  é  iba  á  salir  por  él.  No  hizo  falta.  El 
perro  mordió. 

Presid.     Y  cogió  carne. 

Cano.  En  cuanto  el  Melláo,  ese  charrán  que  aún  se  cree  que 
anda  por  las  tabernas  asustando  á  los  tontos,  la  tomó 
con  él,  ya  le  viste.  Al  principio  procuraba  zafarse  de 
la  bronca,  pero  al  convencerse  de  que  no  tenía  más 
remedio  que  pegar  ó  que  le  pegasen,  se  fué  pa  el  Me- 
lláo, alzó  el  puño  y  lo  tiró  roando  contra  la  tapia  con 
Ja  cara  llena  de  sangre. 


(>;{  — 


Pni:sii). 
Cano. 


PRKSin. 

Cano. 
Presid. 

Cano. 


Presid. 

Cano. 

Presid. 


Cano. 


¡nucn  i;iii|ic  lili'!  ¡Lo  rs])(il('íilló! 

Y  liK'i^o  al  olro,  al  Churro,  (juc.se  le  renta  dando  voces 
y  haciendo  c^plauíes  y  ratimagos  con  la  cuchara...  De 
poco  le  sirvieron.  Juan  Jos.'*  le  tendió  la  zarpa,  le  trin- 
có, así,  por  la  muñeca,  y  .salieron  por  un  Ido  el  Churro, 
y  la  cuchara  por  el  olio...  ¡hiúlil  le  lia  dejáo  pa  unos 
días!...  ¡Xa  que  es  un  bravo!  ¡Desde  entonces,  le  miran 
con  un  lente! 

Y  desde  entonces  no  ha  vuelto  ;í  meterse  con  nadie, 
Sigue  como  cuando  bajo:  huraño,  callao  y  sin  que  un 
alma  le  saque  las  palabras  del  cuerpo.  Contigo  es  con 
el  único  con  quien  se  franquea  unas  miajas. 

Porque  es  agradeció,  y  no  olvida  lo  que  yo  quise  hacer 
por  él. 

¿Te  ha  contúo  los  motivos  de  su  desgracia?  (El  Cano  hace 
con  la  mano  el  movimiento  de  robar.)  Un  robo,  corriente; 
pero  antes  del  robo,  ha  de  haber  ujia  historia  mu  ne- 
gra. El  está  ?/i«  preocupáo.  ¿Tú  no  sabes?... 
Aunque  lo  supiera,  no  te  lo  contaría.  Que  te  lo  cuente 
él  si  le  da  la  gana.  Lo  que  sí  te  digo,  es  que  le  apre- 
cio; y  he  de  hacer  lo  que  puéa  por  él.  (Como  respondiendo 
á  sus  pensamientos.)  Esta  noche  salimos  juntos  en  la  con- 
dución,  y  nos  toca  ir  apareaos.  ¡Como  el  quiera...! 
(Con  curiosidad.)  ¿Qué?... 

(Con  mal  gesto.)  ¡A  tí  qué  te  importa!  ¡Déjame  en  paz! 
(Con  tono  sumiso.)   ¡Bueno,  hombre!  (Mirando  hacia  la  dere_ 
cha.)  Miá  por  aonde  viene.  Sin  fijarse  en  na,  con  los 
ojos  clavaos  en  las  baldosas  y  los  brazos  cruzaos.  Se 
encamina  pa  aquí. 

Pues  alivia,  que  necesito  hablar  con  él  y  quiero  estar 
solo.  (Con  imperio.  Entra  Juan  José  por  la  derecha  en  actitud  re- 
concentrada y  triste,  y  se  dirige  hacia  donde  está  el  Cano  sin  re- 
parar en  él.  El  Presidiario  sale  por  la  rompiente  de  la  izquierda.) 


—  64  — 

ESCENA  II 
JUAN  JOSÉ  y  E[.  CANO 

Cano.  iDctcniendü  á  Juan  José  por  el  brazo,  cuando  éste  llega  al  lado  su- 
yo.) ¿Qué  hay,  Juan  José? 

J.  JosE.  ¡Qué  quieres  que  haya!  ¡Penas;  lo  de  siempre:  lo  que 
tengo  desde  el  día  en  que  la  miseria  y  el  cariño  de  una 
mujer  me  volvieron  loco! 

Cano.  ¡Bah,  chico;  lo  que  no  tié  remedio,  no  lo  tié,  y  sansa- 
cabó!...  Pecho  al  agua,  que  el  mundo  es  ancho,  y  en 
el  presidio  hoy  muchas  puertas. 

J.  Jóse.  ¡No  es  el  presidio  lo  que  me  trae  así!  ¡Ocho  años  son 
muy  largos  y  tienen  muchos  días,  muchos,  y  muy  tris- 
tes; sin  más  consuelo  que  el  que  recibe  uno  de  afuera; 
parece  que  no  van  á  acabarse  nunca...  y  se  acaban! 
¡Entre  tantas  horas  de  sufrimiento,  hay  una  en  que  te 
gritan:  ((¡Ya  eres  libre;  ya  pagaste  el  daño;  anda,  sal, 
vuelve  con  los  tuyos,  con  los  que  han  sufrido  por  tí, 
mientras  sufrías  tú  por  ellos;  vuelve  donde  te  espe- 
ran, contando  minuto  á  minuto  los  que  faltan  pa  que 
llegues  tú!»  ¡Aguardando  á  que  suene  esa  hora,  puede 
uno  padecerlo  todo;  porque  esa  hora,  con  ser  una  sola, 
paga  las  demás,  con  ser  las  demás  tantas  y  tan  crue- 
les! ¡Pero  cuando  con  el  presidio  acaba  una  pena  y 
empieza  otra;  cuando  sabes  que  nadie  vendrá  á  verte 
á  la  reja,  que  nadie  te  esperará  tampoco  al  salir,  en- 
tonces la  misma  liberta  mete  miedo,  y  por  mucho  co- 
razón que  tengan  los  hombres,  no  pueden  hacer  más 
qua  desgarrárselo  con  las  uñas,  y  llorar  pa  dentro  y 
maldecir,  apretando  los  dientes!  ¡Eso  es  lo  que  me 
pasa  á  mí! 

Cano.  ¿Y  á  quién  no  le  ha  pasáo  algo  pareció?  ¿Te  piensas 
que  el  mundo  es  una  viña?  Pues  al  que  no  lo  ahorcan 
por  la  cabeza,  lo  ahorcan  por  los  pies.  Custión  de 
j)Ostura.  ¿Y  no  sabes  tú  lo  que  hay  que  hacer?  Lo  (jue 


—  65  - 

yo.  Tciici-  (Mclia/a  y  niíi'ii  i»'*"»»  >  (ísporar;  el  (}UC  suIkí 
esperar,  larde  6  l(Mn|iraiio,  se  salo  con  la  suya. 

J.  José.    ¡E.sperar!...  (Con  desaliento.)  Esperar,  ¿á  (|U(''?... 

Cano.  ;,A  qué?  A  cobrarte;  á  (lesquilarle  do  la  charraná  que 
le  hujiKjáo,  la  (pie  le  ha  «le/ío  á  ladrdn  y  yii  no  se 
acuerda  do  lí. 

J.  Jóse.    ¡Que  no  se  acuerda!...  (Con  ansiedad.)  ¿Estiís  seguro? 

Cano..      ¡Es  lo  más  probable!  ¡No  te  hagas  ilusiones! 

J.  José.  ¡Cómo  no  he  de  hac^írmelas,  si  mi  vida  está  en  esa 
mujer!... 

Cano.         (Con  desprecio.)  ¡Bali!... 

J.  JosE.  El  día  de  la  audiencia,  al  entrar  en  la  sala  donde  iba  á 
jugarse  mi,  suerte,  no  tenía  más  que  una  idea,  esta: 
Ella  vendrá  aquí,  á  declarar  con  los  testigos;  ¡voy  á 
verla,  á  oiría,  á  tenerla  un  momento  cerca  de  mí!...  Lo 
demás  no  me  importaba  nada;  ¡y  lo  demás  era  mi  cas- 
tigo, mi  honra,  mi  sentencia!...  ¡Ya  ves!...  Cuando 
supe  que  no  venía  por  impedírselo  una  enfermedá,jus- 
lifwáa  por  un  certificáo  de  los  médicos,  pensé  que  aca- 
baba de  sucederme  todo  lo  malo  que  me  podía  suceder 
en  aquella  casa,  y  escuché  la  sentencia  encogiéndome 
de  hombros;  y  volví  á  la  cárcel  preguntándome,  lo  que 
me  pregunto  á  todas  horas:  ¿Qué  será  de  ella?  ¿Por  qué 
no  viene  á  verme?  ¿Qué  debo  creer?... 

Cano.       Cree  lo  peor,  y  estarás  cerca  de  no  engañarte. 

J.  JosE.  ¡Y  luego  Andrés,  mi  amigo,  sin  contestar  á  la  prime- 
ra carta  que  le  hice  escribir,  sin  contestar  tampoco  á 
la  que  tú  le  pusiste  hace  cuatro  días.  ¿Por  qué  no  me 
contesta? 

Cano.  Porque  no  habrá  podio,  6  porque  no  le  habrá  dáo  la 
gana.  Vete  á  averiguar.  Lo  seguro  es  que  te  encuen- 
tras solo  y  que  debes  pensar  en  algo. 

J.  José.  ¿En  qué?...  ¿Eu  mi  desgracia?...  ¿En  el  presidio  que 
me  espera?... 

Cano.  El  presidio  no  es  tan  malo  como  piéce,  así,  visto  de 
golpe;  la  primera  vez  que  se  entra  en  él.  El  que  tlé  va- 
lor, y  puños,  y  no  es  tonto,  pué  hacerse  el  amo,  y  el 

b 


—  66  — 

amo  está  bien  en  cualquiera  parte;  en  la  cárcel,  como 

en  su  casa;  en  su  casa,  como  en  un  monte,  y  en  un 

monte,  como  en  un  trono.  La  cuestión  es  mandar.  El 

demonio  vive  en  los  infiernos  y  es  rey...  Tú  tambii5n 

piiées  vivir  á  gusto  en  presidio,  y  buscártelas  cuando 

salgas  de  (51. 
J.  JoSE.    (Con  asombro.)  ¡Yo!...  ¡Buscármelas  yo,  como  tú  te  las 

buscas!...  ¡Como  se  las  buscan  los  otros!... 
Cano.       ¡\  ver!... 
J.  JosE.    ¡No;  yo  no  haré  eso!  (Con  energía.)  ¡Perdona,  Cano;  pero 

la  vida  vuestra  no  es  pa  mí!   ¡Me  da  repiinancia!  ¡Yo 

sólo  apetezco  rematar  mi  condena,  y  saber  de  Rosa,  y 

volver  á  ser  lo  que  he  sido  antes! 
Cano.       (Con  ironía.)  ¡Lo  que  ha  sío  antes! 
J.  JosE.    Lo  que  fui  siempre,  siempre;  hasta  después  de  hacer 

lo  que  hice.  Un  hombre  honra  o. 
Cano.       ¡Pa  ti,  que  podrás  serlo!  No  sueñes,  muchacho. 
J.  José.     (Sorprendido.)  ¡Soñar!... 

Cano.       Túyanopueessermásqueunacosa.  /¿cenciV/o  de  presidio! 
J.  JoSE.     (Con  angustia.)  ¡Qué!... 
Cano.       Sal  de  aquí;  vete  á  peir  trabajo;  acércate  á  la  gente 

honráa,  y  verás  lo  güeno. 
J.  José.  '¿Qué  es  lo  que  voy  á  ver?...  (Con  espanto.) 
Cano.       Que  nadie  le  da  trabajo  á  un  senlcnciáo  por  robo;  que 

nadie  abre  las  puertas  de  su  casa  á  un  ladrón. 
J.  JoSE.     (Com  angustia  y  como  aterrado  por  las  palabras  que  acaba  de  decir 

el  Cano.)  ¡Oh!... 
Cano.       La  noche  que  robaste  á  un  hombre,  tomaste  en  tu 
•    mundo,  en  el  nmndo  de  las  personas  honras,  billetera 

otro  mundo  distinto:  el  nuestro.  En  estos  viajes  no  hay 

billete  de  yuelta. 
J.  JosE.    ¡No;  no  digas  eso;  porque  me  da  horror  escucharte!... 

¡Yo!... 
Cano.       ¡Too  es  hasta  que  uno  se  acostumbra!  ¡Luego  se  hace 

á  ello  el  f/arlochi,  y  en  paz. 
J.  JosE.    ¿Pero  tú  hablas  de  veras?  ¿Crees  lo  que  piensas?  ¿Estás 

seguro  de  que  lodo  ha  acabáo  pa  mí? 


-  67  — 

Cano.       ¡No;  sacabó  atiiicllo  y  empieza  esto! 

J.  JosK.  (Con  (Micrgía.)  jNo!...  ¡No!...  jYo  no  entro  en  esa  vida!... 
(Con  (loses|)eraci(\n.)  ¡Una  vida  de  crímenes,  de  remordi- 
mientos, sin  miís  esperanza  (pie  el  presidio!.-..  ¡No!... 
¡Te  repito  que  no!... 

Cano.  ¡Los  crímenes!...  ¡los  remordimientos!...  ¡Ptchs!.». 
¡Por  lo  que  iiace  al  presidio,  ya  te  lo  dije  antes:  del 
presidio  se  sale! 

J.  JosE.    Cuando  se  cumple. 

Cano.       O  sin  cumplir,  si  sabe  uno  arreglárselas. 

J.  José.    Eso  lo  dices... 

Cano.        ¡Y  lo  pruebo! 

J.  José.    ¡Probarlo!  ¿Cómo? 

Cano.  Como  se  prueban  estas  cosas;  haciéndolas.  Como  ten- 
go confianza  en  tí,  no  te  oculto  los  planes  míos;  al 
contrario,  estoy  pronto  á  darte  parte  en  ellos.  Si  quiés 
escaparte  esta  noche  conmigo,  no  tiés  más  que  abrir 
la  boca. 

J.  José.    ¡Esta  noche! 

Cano.  Al  salir  de  la  cárcel;  en  el  camino  de  la  estación.  Va- 
mos apareaos.  Es  coser  y  cantar. 

J.  JosE.  ¡Escaparnos!...  ¿Te  has  vuelto  loco?  ¿Y  los  grillos?  ¿Y 
la  caena? 

Cano.        (Con  desprecio.)  ¿Eso?  Se  lima. 

J.  JosE.    ¡Que  se  lima!...  ¿Cuándo?  ¿Con  qué? 

Cano.  ¿Cuándo?...  En  el  tiempo  que  estamos  atáos'cn  o]  pa- 
tio. ¿Con  qué?  Con  esto.  (Saca  del  bolsillo  una  moneda  de 
veinte  reales.) 

J.  JosE.    ¿Dinero? 

Cano.  ¡No  seas  gili!...  Pa  los  vigilantes,  esto  es  una  monea; 
pa  mí,  es  una  caja.  Mírala  bien.  (Hace  como  quien  desen- 
rosca la  moneda,  y  la  deja  dividida  en  dos  partos;  la  de  la  parte  de 
abajo  tiene  un  hueco  libre.)  La  monea  está  hueca  y  se  abre 
así,  desenroscándola. 

J.  José.    (Con  asombro.)  ¡Es  verdad! 

Cano.  También  se  trabajaría  uno  en  presidio.  ¿Ves?  (Sacando del 
fondo  de  la  caja -una  laminilla  de  acero.)  ¿Qué  tepoéce  á  tí  eStO? 


—  68  — 

J.  José.    L'na  hojilla  de  acero. 

Cano.  ¡Y  qué  pequeña!  No  paéce  na;  pues  es  la  liberta,  por- 
que es  una  lima. 

J.  José.'   ¿Esto?  (Con  sorpresa.) 

('ano.  ;Esto!  Sabiéndola  manejar,  corta  más  que  las  grandes. 
Con  esto  se  lima  la  cae?ia...  ya  te  diré  cómo.  Naílie  lo 
nota;  ni  los  que  remachan  el  anillo;  sales  andando; 
buscas  una  ocasión,  das  un  golpe  en  los  hierros,  salta 
la  caena,  y  aprietas  á  correr.  Llevas  la  contra  de  que 
un  guardia  te  meta  una  bala  en  el  cuerpo,  y  te  tumbe 
patas  arriba;  pero  de  alguna  muerte  se  tié  que  morir. 
Si  no  te  matan,  estás  libre.  ¿Quieres? 

J.  JosE.    >'o  es  la  muerte  lo  que  me  asusta... 

('.ANO.        En  tal  caso... 

.1.  JosE.  ¿Y  si  lo  cogen  á  uno  vivo?  Recargo  de  pena,  más  años 
de  martirio,  de  encierro...  No;  yo  no  hago  eso.  Cano; 
callaré,  pero  no  te  sigo.  Aún  confío;  aún  creo  que 
cuando  salga  de  presidio  podré  volver  á  ser  honráo; 
aún  espero  encontrar  á  Rosa,  convencerme  de  que  no 
es  culpable,  trabajar  j;a  ella...  ¡Qué  sé  yol...  ¿Sonde- 
lirios?  Bueno;  déjame  con  los  delirios  míos,  y  escapa. 

Cano.  ¡Tú  sí  que  eres  loco  rematáo!  (Entra  el  Presidiario  por  la 
derecha  v  se  dirige  á  Juan  José.) 


ESCENA  m 
JUAN  JOSÉ,  EL  CANO  y  UN  PRESIDIARIO 

Presid.  ¿Juan  José?... 

Cano.  (Con  dureza.)  ¿A  qué  nos  vienes  á  estorbar? 

PREsm.  Es  que  el  vigilante  me  ha  mandáo  con  un  recáopa  éste. 

J.  José.  ¿Pa  mí? 

Presid.  Me  ha  dicho:  busca  á  Juan  José,  y  dale  esta  carta. 

J.  José.  ¡Una  carta!...  ¿Dónde  la  tienes?  (Con  impaciencia.) 

PRESm.  Aquí  está.  (Enseñando  una  carta  á  Juan  José.) 

J.  JoSE.  (.\rrcbatándole  la  carta.)  ¡Dámela!...  Tráela  pronto.  (El  Pre- 
sidiario se  dirige  á  la  iz(iuierda,  por  donde  sale.  Juaú  José  saca  la 


—  (ií)  — 

caiUdol  Miiirc,  iiuc  vciitlrá  abierto,  con  preclpltacinii,  n  .idu:  >  >« 
(|uo(la  con  elln  entre  las  manos  dándole  vueltas  y  míráiidüla.) 

(1a NO.      Vamos,  ¿;í  (\\ió  esperas? 

J.  José.  (Con  tristeza.)  ¿No  sabes  que  no  sé  leer?  Lreinela  tií.  (El 
Cano  coge  la  carta  que  Juan  José  le  entrega.) 

ESCENA  IV 

JUAN  JOSÉ  y  EL  CANO;  al  final.  EL  PRESIDI.VRIO 

Cano.       (Leyendo.)  «Madrid,  quince...» 

J.  JosE.  No;  eso  no;  á  la  firma...  ¡Lo  primero,  la  firma!  (Con 
impaciencia.  Con  tono  de  esperanza.)  ¡Si  fuese  de  ella!... 
¡Anda  pronto,  lee  la  firma!  (Con  impaciencia  y  anhelo.) 

C\NO.  ¿La  firma?  (Volviendo  una  cara  de  la  carta.)  La  firma  dice 
Andrés. 

J.  JoSE.  (Con  desaliento.)  ¡Andrés!...  (Con  tristeza  profunda.)  jNo  CS 
de  ella!... 

C.\NO.  (Leyendo.)  «Querido  Juan  José:  Me  alegraré  que  al  reci- 
bo de  esta...» 

J.  José,  (interrumpiéndole.)  Salta;  Salta;  un  poco  más  abajo;  donde 
acaba  el  saludo. 

CkSO.  Allá  voy...  (Como  si  recorriese  los  renglones.)  «La  mía...  á 
Dios  gracias...»  Aquí.  «Sabrás  de  cómo  no  te  he  escri- 
to antes,  porque  he  estáo  afuera  trabajando;  luego  no 
te  quería  contestar,  porque  como  lo  que  tii  me  pedías 
eran  noticias  de  la  Rosa...  y...»  (Deteniéndose.) 

J.  José.  (Con  gran  impaciencia.)  ¿A  qué  te  detienes?  No  te  deten- 
gas. Sigue. 

Cano.      «Y  no  eran  buenas,  pues  por  eso  no  te  escribí. *) 

J.  José.    (Con  angustia.)  ¡Adelante!... 

Cano.  (Leyendo.)  «Pues  sabrás  de  cómo  no  te  puse  dos  letras, 
por  eso;  porque  te  quería  evitar  un  disgusto,  que  bas- 
tante tienes  con  estar  en  presidio  por  ella;  así  hubie- 
ran degolláo  á  la  primera  que  nació.»  (Deja  de  leer.)  Esto 
gachó  es  un  vivo. 

J.  JosE.  No  te  pares;  ¿no  ves  que  me  estoy  muriendo  de  ganas 
de  saberlo  todo? 


—  70  — 

Cano.  (Volviendo  á  la  lectura.)  «En  íin,  como  alguna  vez  han  de 
contártelo  y  me  lo  pides  con  tantas  fatigas,  allá  va: 
La  Rosa  está  buena;  lo  de  la  enfermedad  fué  una  far- 
sa. No  fué  al  juicio  porque  no  quiso  verte;  y  como 
ahora  tiene  enflujo  y  dinero,  pues  lo  arregló.» 

J.  Jóse.  ¡No  quiso  verme!...  ¡A  mí!  (Con  desesperación.  Reponién- 
dose. Al  Cano.)  ¿Qué  más?... 

Cano.  (Leyendo)  «Ahora  está  en  grande;  no  se  ha  mudáo  de 
casa;  pero  vive  en  el  principal,  y  vive  con  Paco...» 

J.  José.  (Con  espanto,  odio  y  dolor.)  ¡Gon  Paco!...  ¿Eso  ts  cierto?... 
¿Has  leído  bien?...  (Con  desesperación.)  ¿Dónde  dice  eso?... 
¡A  ver!  ¡enséñamelo!  ¡que  yo  lo  vea!...  ¿Dónde  lo 
dice?...  ¿Dónde,  Cano,  dónde?... 

Cano.  (Señalándole  con  el  dedo  un  párrafo  de  la  carta.)  En  CSte  ren- 
glón. Míralo... 

J.  JoSE.  (Se  abalanza  á  mirar  la  carta  y  el  sitio  de  ella  donde  señala  el 
Cano.)  ¡Mirarlo!...  (Con  angustia.)  ¡Cómo  lo  voy  á  mirar, 
si  no  entiendo  esas  rayas!...  (Ai  Cano.)  ¿Pero  se  ha  ido 
con  él?...  ¿Lo  dice  ahí?...  ¡Sí,  lo  dice!  ¡Pa  qué  ibas  á 
engañarme  tú!  ¡Está  con  él!...  ¡Con  él!...  (Reponiéndose; 
.  con  calma  siniestra.)  Sigue,  Cano,  sigue;  léelo  todo.  Des- 
pués de  lo  que  ¡he  has  leído,  ¿qué  cosa  mala  ha  de 
venir?...  Lee  desde  donde  pone  «vive  con  Paco.» 

Cano.  (Leyendo.)  «Vive  con  Paco,  y  vive,  como  te  decía  antes, 
en  nuestra  casa,  en  el  principal;  hecha  una  princesa. 
Por  supuesto,  que  ni  la  Toñuela  m  yo  la  saludamos\ 
Aquí  la  tienes  con  su  maestro  de  obras,  mientras  tú 
te  pudres  en  presidio.  Ya  lo  sabes  todo.» 

J:  JosE.  ¡Todo,  sí;  todo!...  ¡Qué  más  necesito  saber!  (Se  deja  caer 
sobre  el  poyo  con  abatimiento  profundo.) 

Cano.  (Leyendo  sin  que  Juan  José  le  oiga.)  «Consérvate  bueno,  y 
con  expresiones  de  la  Toñuela,  manda  en  lo  que  se 
ofrezca  á  tu  amigo  que  lo  es:  Andrés  Pérez.» 

J.  JüSE.  (Levantándose.)  Trae  esa  carta;  tráela,  (]ue  yo  la  toque. 
¡Paéce  mentira  que  un  cacho  de  papel  haga  tanto 
daño!...  (iíntra  el  Presidiario  por  la  derecha.) 

Presid.     ¡Cano! 


—  71   — 

Cano.      ¿()ii(5? 

Presid.     To  llaman  en  la  Dirección. 

Cano.      Voy  ;í  escapo.  (A  Juan  José.)  No  lo  olvidos  do  lo  que  he- 
mos habláo.  (Sale  el  Cano  por  la  derecha.) 

ESCENA  V 

JUAN   JOSÉ,   solo. 

(Con  desesperación.)  ¡Con  Paco!...  ¡Y  no  hay  duda!...  No 
la  puedo  haber.  Tengo  la  prueba;  ¡y  está  escrita!,..  La 
tengo  aquí,  ¡a(iuí!...  (Mirando  la  caria  que  conserva  en  la 
mano.  Desdobla  la  carta.)  ¡Aquí  es  donde  pone:  Rosa  vive 
con  Paco!...  (Recorre  la  carta  con  los  ojos)  Lo  pone,  SÍ; 
pero,  ¿dónde  lo  pone?...  ¿\ín  qué  cara?...  ¿En  qué  si- 
tio? (Revolviendo  la  carta  en  todos  sentidos.)  ¿Será  en  este?... 
¿Será  más  arriba?...  (Con  amargura  desesperada.)  ¡No  sé! 
(Con  sarcasmo  doloroso.)  Parece  que  cstos  garrapatos  mal- 
ditos juegan  al  esconder  con  mi  pesadumbre,  y  me 
dicen:  x\quí  está  eso  de  que  Paco  vive  con  Rosa;  pero, 
¿á  que  no  sabes  en  dónde  está?...  ¿A  que  no  lo  encuen- 
tras?... (Con  angustia  y  cólera.)  ¡Y  no  lo  encuentro!  (Con 
profunda  amargura.)  ¡Dios  mío,  qué  desgracia  tan  grande 
lado  los  que  nacen  como  yo!...  ¡Ni  á  leer  aprenden! 
No  les  enseñan;  y  cuando  llega  un  instante  así,  en  que 
con  cuatro  rayas  de  tinta  le  tiran  á  uno  el  mundo  sobre 
la  cabeza,  se  ve  uno  priváo  hasta  del  líltimo  consuelo, 
del  único  que  le  queda  ya:  ¡Bascar  esos  renglones  y 
tragárselos  con  los  ojos,  y  apretujarlos  coii  los  déos,  y 
atravesarlos  con  los  dientes!...  ¡Con  qué  placer  retor- 
cería yo,  y  mordería  yo  esas  cuatro  palabras :  «  Rosa 
vive  con  Paco!»  ¡nada  más- que  esas!  ¡lisas  solas!...  ¡Y 
no  puedo!...  ¡No  puedo!  ¡No  puedo  más  que  estrujar 
la  carta  al  tun  tun,  como  si  todo  fuera  igual,  el  cariño 
de  Andrés  y  la  infamia  de  Rosa;  la  firma  del  amigo  y 
la  traición  de  la  mujer!...  ¡No  es  eso;  no  es  eso  lo  que 
deseo  yo!...  ¡Es  un  renglón  solo  el  que  necesito,  el  que 


—  72  — 

quiero  estrujar  y  morder,  y  romper  en  tantos  pedazos 
como  pedazos  me  ha  hecho  el  ahina!...  ¡Y  no  sé  cuál 
es;  no  lo  sé;  no  sé  dónde  está!...  (Después  una  pausa.) 
¡Ella  con  Paco!...  ¡Rosa,  mi  Rosa  de  otro!  ¡del  hom- 
bre á  quien  aborrezco  más  en  el  mundo!...  (Con  profun- 
da pena,  y  rompiendo  en  sollozos.  Con  ira.)  ¡Y  lloro!...  LoS 
hombres  no  lloran;  se  desquitan.  (Con  energía  rencorosa. 
Con  sarcasmo.)  Ellos  dirán:  «Tiene  pa  mucho  tiempo;  pa 
ocho  años;  después  veremos.  ¡Á  gozar,  mientras  él  pa- 
dece!» ¡Cómo  se  reirán  de  mí!...  (Con  expresión  de  odio  y 
acento  de  venganza.)  ¡No  se  reirán  mucho;  lo  juro  por  todo 
el  odio  que  les  tengo!...  El  Cano  me  ha  dicho  que  esta 
noche  podemos  escaparnos...  ¡Conformes!  Esta  noche, 
ó  caeré  muerto  en  la  carretera  de  un  tiro,  ó  estaré  li- 
bre; y  si  estoy  libre,  reimos  todos...  (Con  acento  sombrío.) 
¡Todos!...  ¡Ellos,  y  yo!...  (Entra  el  Cano  por  la  derecha.) 

ESCENA  VI 
JUAN  JOSÉ  y  EL  C\NO 

C.\NO.      Ya  estoy  aquí  de  vuelta. 

J.  José.  Me  alegro,  porque  me  corría  prisa  hablarte.  ¿Estás  se- 
guro de  que  nos  podemos  escapar  esta  noche? 

Cano.      Te  respondo  con  mi  cabeza. 

J.  JosE.  Y  después  de  escaparnos,  ¿podremos  entrar  en  Madrid 
sin  que  nos  vea  nadie? 

Cano.  Si  quieres,  también.  Tengo  aonde  ir  y  aonde  nos  pro- 
porcionen ropa  pa  disfrazarnos,  y  herramientas  pa  de- 
fendernos. Dinero  llevo  yo. 

i.  José.    Cuenta  conmigo;  huiremos  juntos. 

Cano.       (Con  ai^egria.)  ¿Por  tin  te  decifies? 

J.  José.     (Con  tono  sombrío  y  resuelto.)  ¡Sí!  ¡Me  decido! 

Cano.      Pues  hasta  luego,  y  sonsi.  (Tendiéndole  la  mano.) 

J.  JoSE.     (Kstrechando  la  mano  del  Cano  con  fuerza.)  ¡Hasta  luego! 

FIN  DEL  CU.\DRO  PRIMERO 


73  — 


CUADRO  SEGUNDO 


El  teatro  lepioscnta  una  habitación  de  la  casa  Junde  residen  Rosa  y  l'ací). 
Al  fondo,  una  puerta  grande  de  dos  hojas,  que  estará  abierta  de  par  en 
par,  permitiendo  ver  un  pasillo  largo  que  hace  recodo  y  supone  dar  sa- 
lida á  la  calle.  Este  pasillo  estará  alumbrado.  Una  puerta  á  la  derecha; 
otra  á  la  izquierda;  á  la  izquierda,  un  balcón  cerrado. 

En  primer  término,  á  la  derecha,  y  en  posición  conveniente  para  que  se 
refleje  en  ella  la  puerta  del  fondo,  un  armario  de  luna.  A  la  izquierda, 
entre  la  puerta  y  el  balcón,  un  tocador  de  madera  chapeada,  con  tabla 
de  mármol,  espejo  y  servicio  completo;  de  uno  de  los  lados  del  espejo, 
arranca  un  brazo  de  hierro  sosteniendo  una  lámpara  de  pared,  que  estará 
encendida. 

En  el  fondo,  á  la  derecha,  una  cómoda,  encima  de  la  cual  habrá  una  lám- 
para apagada  y  varias  baratijas  de  mal  gusto;  á  la  izquierda,  un  armario 
de  dos  puertas,  practicable  y  lleno  de  vestidos  y  ropas  de  mujer.  Colga- 
das de  la  pared,  tres  ó  cuatro  oleografías  con  marcos  dorados.  Sillería 
Qna  de  Vitoria. 

En  primer  término,  á  la  izquierda,  una  mar([l(esita. 

Al  comenzar  la  escena,  aparecen  en  ella:  Isidra  arrellenada  en  la  niarque- 
sitüf  y  Rosa  delante  del  tocador  en  chambra,  con  las  mangas  de  ésta 
leíantadas  y  los  brazos  desnudos;  llevará  una  falda  obscura  por  vestido. 
Rosa  tendrá  en  las  manos  una  toballa. 

ESCENA  PRIMERA 

ROSA  é  ISIDRA 

Rosa.  (Como  si  acabara  de  secarse  las  manos  y  colgando  la  toballa  en  mb 
travesano  que  tendrá  el  tocador.  A  Isidra.)  No  traiga  iisté  má.S 
este  jabón.  Me  pone  muy  ásperas  las  manos. 


—  74  — 

IsiDRA.  Pues,  hija,  á  mí  por  bueno  me  lo  clieron.  Ya  yes,  dos 
pesetas. 

Rosa.  Es  rematáo.  Tráigame  usté  mañana  una  caja  del  otro; 
aquel  blanco  que  huele  tan  bien.  ¿Y  mis  sortijas?... 
jAquí  están!  (Sacando  tres  6  cuatro  sortijas  de  un  joyero  que 
habrá  encima  del  volador.)  Voy  á  decirle  á  Paco  que  me  com- 
pre un  ajustador,  porque  ésta  me  viene  ancha.  (Una  de 
las  sortijas,  las  cuales  se  habrá  ido  poniendo  mientras  habla.) 

IsiDRA.  (Cogiendo  la  mano  de  Rosa  que  se  habrá  .".cercado  á  ella  para  en- 
señarle las  sortijas.)  ¡Y  qué  hermosa  es!"...  No  se  cansa 
una  de  mirarla.  ¡Vaya  unas  luces! 

Rosa.       Cien  duros  cosió. 

IsmBA.  Cuéntamelo  á  mí  que  fui  á  comprártela  con  Paco.  Miá 
que  está  enamoráo.  No  hay  gasto  que  le  paezca  grande 
siendo  pa  tu  persona. 

Rosa.  Paco  es  un  Dios  pa  mí.  Me  basta  decirle,  esto  me  ape- 
tece,•;;«  que  lo  traiga;  y  en  tocante  á  cariño,  usté  lo 
está  viendo;  cada  día  me  quiere  más. 

IsiDRA.      Y  tú  á  él. 

Rosa.  Sí,  señora;  y  él  se  lo  merece;  le  quiero,  es  el  único 
hombre  á  quien  he  querido  de  venia. 

IsiDRA.  Ahora  comprenderás  que  llevaba  yo  mucha  razón  al 
decirte  que  dejases  á  Juan  José. 

Rosa.       (Con  remordimiento.)  ¡También  me  quería  ese! 

IsmRA.  Sí;  pero  el  cariño  á  palo  seco,  tiene  mal  pasar.  (Como 
tratando  de  quitar  importancia  al  recuerdo.de  Juan  José.)  EsO  CS 
una  historia  acabcia;  no  hay  pa  qué  mentarlo. 

Rosa.  ¡Verdáí  (Después  de  una  pausa,  cogiendo  un  peine  del  tocador  y 
dirii^iéndosc  al  armario  de  luna,  cuya^  velas  enciende.)  Voy  á 
arreglarme  un  poco  el  pelo.  (Empezando  á  soltarse  el  pelo.) 
Paco  me  ha  dicho  que  saldremos  juntos  esta  noche. 
(Pi'inándose  ) 

IsiDRA.     ¿Y  la  cr'uia  nueva? 

Rosa.  Mañana  vendrá.  Falta  me  iiacc,  porque  llevo  unos 
días...  Si  no  fuese  por  usté  que  me  ayuda... 

IsiDRA.  ¡No  he  de  ayudarte,  hija;  si  gracias  á  tí  y  á  tu  Paco 
estoy  en  la  gloria!...  ¡Eso  es  portarse!  (Sale  Paco  por  U 


puerla  do  la  Izquierda,  donde  se  detiene,  ronteniiiliindd  á  Ivtisa  con 
cariño.) 

ESCENA  11 
HOSA,  ISIDHa  y  PACO 

Paco.  (Desde  la  puerta  de  la  izquierda.  A  Rosa,  en  tono  de  broma  y  coa 
cariño.)  No  hay  como  tener  buena  mata  de  pelo  pa  pre- 
sumir. 

Rosa.  .    (Con  coquetería.)  jPues  lújo,  lodo  es  mío! 

Paco.  (Con  gachonería  y  cogiendo  el  pelo  de  Rosa  cutre  sus  manos.)  ¡Y 
mío!... 

Rosa.  (Con  carino.)  De  eso  uo  hay  que  hablar...  (Reciiazando  á 
Pato.)  jQuita,  que  no  puedo  peinarme!...  (Mirando  á  Paco 
y  acercándose  á  él  con  el  peine  metido  en  el  pelo.)  Ya  podías 
arreglarte  ese  lazo,  el  de  la  corbata.  Lo  llevas,  con 
una  punta  mirando  pa  las  nubes,  y  la  otra  pa  las  al- 
cantarillas. ¡Trae  que  te  lo  arregle  yo,  desastráo! . . . 
(Arreglando  la  corbata  á  Paco.)  Así. 

Paco.  (Mirando  á  Rosa  con  pasión.  A  Isidra.)  ¿La  ve  usté  señá  Isi- 
dra?  ¡Hay  que  comérsela!...  (A  Rosa.)  ¿Tardarás  mucho 
en  aviarte? 

Rosa.      No. 

Paco.  Pues,  en  tanto  acabas,  voy  á  la  taberna  á  ajustar  cuen- 
tas con  los  capataces.  Mañana  es  sábado  y  hay  que 
pagar  la  gente. 

Rosa.      ¡No  tardes! 

Paco.  ¡Calcula!...  En  cuanto  que  termine,*subo,  y  nos  vamos 
á  dar  una  vuelta  por  la  verbena  en  coche.  Julián  y 
Faustino  me  han  dicho  que  irán  también  con  la  Inda- 
lecia  y  con  la  Antonia.  Allí  nos  reuniremos  con  ellos, 
y  luego  nos  marchamos  juntos  á  tomar  un  bocáo...  (A 
Isidra.)  .Venga  usté  con  nosotros. 

IsiDRA.  No,  hijo;  yo  no  estoy  pa  verbenas:  pa  lo  que  estoy,  es 
pa  meterme  en  la  cama;  lo  que  haré  dentro  de  un  po- 
quillo. 

Paco.       Pues  hasta  mañana,  y  que  usté  descanse.  (Paco  coge  un 


sombrero  ancho,  claro,  que  habrá  eucima  de  la  mesa,  y  sale  por  el 
fondo.)  » 

ESCENA  III 
ROSA  é   ISIDRA 


Rosa.       (Volviéndose  hacia  Isldra.)  Ya  me  peiné. 

IsiDRA.      ¡Vaya  si  estás  guapal...  Vales...  así  como  el  doble  que 

hace  ocho  .i ¡eses. 
Rosa.       Es,  que  el  trabajo  y  las  necesidades  matan  mucho... 

¡si  aún  no  sé  cómo  ys...! 
IsmuA.      ¡Locuras  que  hacemos  las  mujeres!...  Gracias  á  que 

abriste  á  tiempo  los  ojos, 
Rosa.        (Que  mientras  habla,  ha  estado  en  el  tocador,  pasándose  una  borla 

de  polvos  por  la  cara.)  jYal...  ¡ya!  (Conlemplándose  en  el  espejo 

del  tocador.) 
IsiDRA.     ¿Qué  vestido  vas  á  ponerte? 
Rosa.      Esta  misma  falda  y  la  blusa  encarnáa.  Allí  la  tengo, 

en  aquel  cuarto.  (El  de  la  derecha.)  Voy  á  buscarla.  (Entra 

en  el  cuarto  de  la  derecha.)  En  seguida   vuelvo.    (Entra  en  la 

habitación  de  la  derecha.) 
(SIDRA.     ¿Quieres  que  te  ayude?  \ 

Rosa.      (Dentro.)  No  hace  falta.  Sáqueme  usté  de  esc  armario  el 

mantón. 
IsiDRA.     ¿Cuál  de  ellos? 
Rosa.      (Dentro.)  El  negro  de  Manila  bordáo. 
I.SIDRA.      (Abre   el   armario   de   la   izquierda    del   fondo.)    ¡Tienes   aquí 

una  tienda!  -(Registrando  entre  la  ropa.)  ¿Dónde  está  el 

mantón.'' 
Rosa.       (Dentro.)  A  la  derecha;  junto  al  vestido  azul. 
IsiDRA.      Ya  di  con   él.  ¡Ciiidáo  si  es  rico!...   (Mirando  el  mantón.) 

Aquí  te  lo  dejo;  en   esta  silla.    (Deja  el  mantón  sobre  una 

silla.  Sale  Rosa  de  la  habitación  de  la  derecha,  abrochándose  la 

blusa.)  * 

Rosa.       ¡Malditas  mangas!...  Cuesta  un  año  metérselas. 
IsiDRA.     ¿Quieres  algo  más? 


Rosa.  Nada;  liasta  mañana.  Dejo  usté  entornáa  la  puerta  do 
la  ralle  pa  cuando  suba  Paco.  (Sale  Isúim  por  el  sciíundo 
fondo,  y  (leja  enlomada  la  puerta.) 

ESCENA  IV 

ROSA;  al  final  JUAN  JOSÉ 

Rosa.  (Acabando  de  abrocharse  la  blusa  delante  del  espejo.)  \í\  (íSUi. 
Ahora,  uu  pañuelillo  de  seda  al  cuello.  (Se  dirib'c  al  toca- 
dor, abre  un  cajón  y  bacc  como  que  busca  en  él;  luego,  saca  un 
pañuelo.)  Ésle.  (Doblando  el  pañuelo  y  anudándoselo  á  la  .gar- 
ganta.) ¿Con  qué  lo  sujeto?...  Con  el  alfiler  de  oro.  (Coge 
un  alfiler  de  oro  del  joyero  y  se  dirige  al  armario  de  luna,  donde 
acaba  de  arreglarse  el  pañuelo.)  Con  esto,  sobra  pa  que  ra- 
bien de  envidia  la  Indalecia  y  la  Antonia...  [Ldi  verdá 
es,  que  no  hay  dos  como  Paco!  (Con  alegría.)  ¡Esto  es 
vivir  á  gusto...  (Entra  por  la  puerta  del  fondo  Juan  José.) 

J.  JOSE.     (Desde  el  fondo.)  ¡Por  finí... 

Rosa.        ¡Entran!...  (Sin  volver  la  cabeza.)  ¿Eres  tú? 

J.  JoSE.  (.^.vanzando  con  calma  siniestra.)  ¡Sí,  yo!  No  el  que  tú  espe- 
rabas; pero  soy  yo.  (Rosa  levanta  los  ojos  y  ve  reflejarse  en 
la  luna  del  espejo  la  figura  de  Juan  José.) 

Rosa.  (Con  espanto.)  ¡Juan  José!...  (Rosa,  con  la  cabeza  baja,  inmóvil, 
en  actitud  de  profundo  terror,  y  sio  atreverse  á  volver  la  cabeza 
hacia  el  sitio  donde  está  Juan  José.  Este  permanece  inmóvil  tam- 
bién, contemplando  á  Rosa  primero,  y  dirigiendo  luego  la  vista 
hacia  todos  los  inuebles  y  objetos  que  hay  en  la  habitación.) 

ESCENA  V 
ROSA  y  JUAN  JOSÉ 

J.  Jóse.  (Luego  de  hacer  la  pausa  -que  indica  la  acotación  anterior,  avanza 
algunos  pasos  hacia  Rosa  y  se  detiene,  sin  apartar  los  ojos  dtí  ella.) 
¡Con  qué  lujo  vives!...  ¿Y  qué  bien  trajea  estás!... 


~  78  — 

jVaya,  que  no  te  has  vendido  por  cualquier  cosa!...  (Con 
sarcasmo  y  dolor.) 

Rosa.         ¡Dios  mío!...  (Sin  atreverse  á  cambiar  de  actitud.) 

J.  JosE.  (Con  sarcasmo  )  ¿No  te  alrevcs  á  volvértela  mí?...  ¿Tie- 
nes m"iedo?...  ¿Te  da  reparo  hablar  conmigo?...  ¡Re- 
paro!... ¡Bueno  que  lo  tuvieses  antes  de  que  yo  roba- 
ra ;;a  til  ¡Entonces  yo  era  honráo  y  tú  no!...  ¡Ahora 
somos  iguales! 

Rosa.         (En  la  misma  actitud  y  con  tono  de  súplica.)  ¡Juan  José!... 

J.  José.  ¿Con  que  tienes  miedo?...  ¡Claro!  ¡La  sorpresa!  (Con  ira 
reconcentrada.)  ¿Cdmo  ibas  á  peusarte,  que  yo,  condenáo 
á  ocho  años  de  presidio,  iba  á  venir,  así,  de  pronto  y  á 
entrar  en  tu  casa  y  á  echarte  en  cara  el  mal  que  me 
has  hecho?...  ¿Cómo  ibas  á  pensarlo?...  (Con  amenazadora 
calma.)  ¡Pues  he  venido;  ya  lo  ves! 

Rosa.       ¡Has  venido!... 

J-  JoSE.  ¡Sí!  (Cogiendo  á  Rosa  por  el  brazo  y  obligándola  á  que  se  vuelva 
hacia  él.)  ¡Vamos,  vuélvete  de  frente  pa  mí!  (Con  cólera.) 
¿Sabes  á  qué  he  venido? 

Rosa.       (Con  terror.)  ¡Oh!...  ¡Por  car/í/á.^ 

J.  José.  ¡Caridál...  ¿De  quién  voy  á  tenerla?...  ¿La  ha  tenido 
alguien  de  mí  en  el  mundo? 

Rosa.  ¡Tenia  tú  de  mí!  (Como  aturdida  y  sin  saber  lo  que  dice.) 
¡Vete,  por  Dios!  ¡Vete! 

J.  JoSE.  ¡Que  me  vaya!  (Rompe  á  reir  con  risa  siniestra.)  Mira;  no 
creía  reirme  y  me  has- hecho  reir...  ¡Que  me  vaya!... 
¡Estás  loca! 

Rosa.       (Con  espanto.)  ¿A  qué  vienes?...  ¿A  qué  vienes?  dilo... 

J.  José.  A  cobrarme  en  una  hora  ocho  meses  de  angustia. 
¡Ocho  meses  que  he  pasáo  dentro  de  una  prisión,  aban- 
donáo,  sólo,  imaginando!...  ¡imaginando  hverdá!  ¡que 
me  habías  dejáo  por  otro!...  ¡Qué  noches  tan  horribles 
las  mías!...  ¡Cuando  mi  cabeza  se  dejaba  caer  en  la 
almohada  de  crin,  veía  la  tuya  dejándose  caer  en  el 
hombro  de  él,  y  miraba  tus  ojos  puestos  en  los  del 
otro,  [mientras  se  clavaban  los  míos  en  la  oscuridá, 
y  os  contemplaba  juntos,  muy  juntos;  mientras  yo 


mordía  la  manta  pa  aho?;ar  mis  sollozos!...  ¡Eso  lio 
hocho  yo,  blasfemar,  llorar,  dudar  dn  tí,  y  dosj>u(ís,  ni 
dudar  siquiora,  ronvoncornifi  do  tu  ongaño  y  huir  de 
la  cjlrcol,  y  buscarle  A  tí,  y  buscarle  ¡í  6\\...  ¡Y  aún 
mo  preguntas  ít  qu(5  vengo  á  esta  casa!...  Vengo  á 
malar  ¡í  Paco. 

Rosa.       (Con  tonor.)  ¡A  matarle! 

J.  JoSE.     ¡Sí! 

Rosa.        ¡Tú  matarle  á  (^1!...  ¡Tú  matar  á  mi  Paco! 

J.  José.  (Con  odio  y  asombro.)  ¡Tu  Paco!...  ¿Has  dicho  tu  Paco?... 
¡Y  lo  dice  delante  de  mí!  (Con  ira  y  amargura  profundas.) 
¿Pero,  le  has  olvidáo,  de  que  primero  que  él  fuese  lu 
Paco,  he  sido  yo  tu  Juan  José? 

Rosa.  (Con  terror.)  ¡Márchate!...  ¡Márchate  por  Dios!...  ¡Si  él 
viniese!... 

J.  José.  Eso  aguardo;  que  venga.  ¡No  ves  que  de  tí  no  he  ha- 
bido entoavía?...  ¡Que  no  te  digo  aún  lo  que  de  tí  de- 
seo!... Pues  es  por  eso;  porque  le  espero  á  él;  á  Paco; 
¡á  tu  Paco!... 

Rosa.  (Con  ansiedad.)  ¡No;  no  harás  lo  que  dices!  ¡Yo  lo  evi- 
taré! 

J.  JoSE.     (Con  desprecio.)  ¿Como? 

Rosa.        ¡Avisando!...  ¡Gritando! 

J.  Jóse.  (Con  ferocidad.)  ¿Avisarle?...  No  tienes  tiempo.  ¡Gritar!... 
Tan  cierto  como  le  he  querido  con  toda  mi  alma,  que 
si  gritas,  te  mato  á  tí  también. 

Rosa.  (Aterrada.)  ¡No,  Juan  José!  ¡Te  lo  suplico!...  ¿Quieres 
que  te  lo  pida  con  los  brazos  en  cruz?...  ¡No  le  espe- 
res!... ¡Perdóname!...  ¡Vete! 

J.  José.  ¡Perdonarte  cuando  pides  por  él!...  ¡Irme!...  ¡Claro; 
tan  hecha  estás  á  mandar  en  mí,  á  que  nunca  haya 
dicho  «no»  cuando  me  has  suplicáo,  que  hasta  ahora 
mismo,  en  este  momerto,  crees  que  te  haré  caso,  que 
me  iré!...  Crees  mal;  no  me  voy.  Espero. 

Rosa.       Por  piedá! 

J.  José.  ¡Piedá!. . .  ¡A  otros  hombres  pueden  hablandarles  el  cora- 
zón pidiéndoles  por  sus  padres,  por  sus  hermanos,  por 


—  80  — 

sus  hijos,  por  un  cariño  que  lirc  de  ellosl...  ¡A.  mí,  no! 
¡Yo  no  he  tenido  padres,  ni  liermanos,  ni  familia!... 
¡Nada!...  ¡Te  tenía  á  lí,  y  te  he  perdido!  ;No  hay  nadie 
que  jmeda  llamar  á.  éste,  (Ki  corazón.)  nadie!  ¡Con  que 
lio  supliques,  porque  tus  súplicas  dan  en  piedra! 

Rosa.       ¡Oye!... 

J.  José.  (Con  firmeza.)  ¡No  has  oído  que  no!  (Prestando  atención  ha- 
cia fuera.)  ¡Suben!... 

Rosa.  (Poniendo  también  atención.)  ¡Sí!  (Con  angustia.)  ¡Esél!...  ¡Son 
sus  pasos.  (Con  terror.) 

J.  Jo.SE.      ¡Sus  pasos!...  (Con  amargura  é  ira.)  ¡ConoceS  SUS  paSOs!... 

.  Nunca    has  conocido  los  míos.   (Con  desesperación.)   Te 

juro  que  no  volverás  á  oir  los  de  él.  (Se  dirige  al  fondo.) 

Rosa.         ¡No!  (Tratando  de  detener  á  Juan  José.) 

J.  JosE.  ¡Que  no!  ¡Pues  si  la  esperanza  de  matarlo  es  lo  único 
que  me  tiene  vivo!...  ¡Quita,  mujer,  quita!...  (Rechaza  íi 
Rosa  con  violencia:  ésta  cae  al'  suelo  y  Juan  José  sale  precipitada- 
mente por  el  fondo,  cuya  puerta  cierra  tras  él.)' 

ESCENA  VI 

ROSA;  luego  JUAN  JOSÉ 

Rosa.  ¡No!...  (Levantándose.)  ¡Imposible!,..  ¡No!  (Se  dirige  hacia  la 
puerta  del  fondo  y  la  empuja.)  ¡Cerrada!...  ¡Y  Paco!...  (Como 
si  prestara  atención.)  ¡Qué!...  ¡Qué  grito  es  ese!  (Con  des- 
esperación.) ¡Paco!...  ¡Abre,  por  Dios,  abre!...  (Se  abre  la 
puerta  del  fondo  y  entra  por  ella  Juan  José  co  actitud  descompues- 

,  ta.  Rosa  retrocede  con  espanto;  luego  avanza  hacia  Juan  José.) 

ESCENA  VII 

ROSA  y  JUAN  JOSÉ;  PACO,  muerto. 

Rosa.       (A  Juan  José  con  espanto.)  ¡Tú!  ¿Y  Paco?...  ¿Qué  has  hecho 

do  Paco?  , 

^.  José.     (Señalando  hacia  el  fondo,  con  alegría  salvaje.)  Ahí  lo  tieaCS. 


—  SI   — 

KOSA.        ¡Kno]  suelo!  (Mliamlo  liacia  pI  fondo.)  jMuoito! 

J.  JosE.    ¡A  la  tuerza!  ¡De  los  dos,  uno!  Lo  locó  ;í  ól. 

HosA.  (Con  (ípsespcracirtn.)  ¿Le  lias  matúo  tú?...  ¡Til  lias  matáo  ú. 
I*aco,  asesino! 

J.  JosK.  (Con  nereza.)  ¡Asesino,  no!  Le  he  matáo,  diímlole  tiem- 
po pa  defenderse,  de.  cara;  peleando.  Como  matan  los 
hombres. 

HoSA.        (Con  espanto.)  ¡Oh!... 

J.  JosE.  Y  lo  he  matáo  porque  ningún  hombre,  ninguno,  ic  po- 
seerá mientras  yo  viva,  sin  que  yo  lo  mate  como  á  ese. 
(Cogiendo  á  llosa  por  el  brazo.) 

líO.'íA.  (En  un  arranque  de  energía.)  ¿Y  de  qué  te  sirvc  haberle  ma- 
táo,  si  era  á  él,  á  mi  Paco,  á  quien  yo  quería?... 

J.  JoSE.     (Con  estupor.)  ¡A  él!...  (Suelta  el  brazo  de  Rosa.) 

Rosa.  ¡A  él!...  ¡Y  le  vengaré!...  (Aprovechando  el  estupor  de  Juan 
José,  se  dirige  al  balcón  y  lo  abre.)  ¡Socorro!... 

J.  JoSE.  (Levanta  la  cabeza.)  ¿Qué  haces?...  ¿Grila.S?...  (Se  dirige  \\i- 
cia  Rosa.) 

Rosa.      ¡Socorro!... 

J.  JoSE.  (Apartando  á  Rosa  del  balcón,  tapándole  la  boca  con  una  mano  y 
sujetándola  con  la  otra.)  ¡Calla!...  ¿Hasta  cuándo  vas  á  go- 
zarte en  mi  perdición?  ¡Galla! 

Rosa.        ¡Soco...!  (Haciendo  esfuerzos  para  gritar  y  desasirse.) 

J.  JosE.  ¡Calla!  ¡No  quieras  escaparte!  ¡Calla!  (Apretando  más  la 
boca  de  Rosa,  y  sujetándola  por  la  garganta-)  ¡No  callarás!... 
(l)espues  de  una  breve  lucha,  viendo  que  Rosa  permanece  rígida  é 
inmóvil.)  ¡Ya  era  razón  que  callases  y  no  te  movieras! 
(Suelta  á  Rosa,  que  cae  muerta  en  el  suelo.)  ¡Calla,  Sí!...  (Acer- 
cándose á  Rosa.)  Pero,  ¿qué  silencio  es  el  suyo?...  (To«ando 
á  Rosa,  con  angustia.)  ¿Qué  es  esto?...  (Con  espanto.)  ¡Esto 
es  la  muerte!...  (Con  desesperación.)  ¿Y  he  sido  yo?...  ¡Yo! 
(Entra  Andrés  por  el  fondo.) 


« 


—  82  — 
ESCENA  VIII 

DICHOS;  ANDRÉS,  que  entra  por  el  fondo. 

A^DRES.  ;Un  liombre  muGrto!...   ¡Y  Rosa!...   jQui^'n...!  (Viendo  á 

Juan  José.)  ¿Tú? 
J.  José.    ¡Sil 
Andrés.  ¿Tú? 

J.  José.    ¡Yo!  ¡No  le  digo  que  yo! 
Andrés.  ¿A  qué  esperas?...  ¡Escápate!...  ¡Huye! 
J.  José.    ¡Huir!...  ¡X pa  qué  voy  á  huir?...  ¿Qué  libro  con  huir?... 

¡La  vida!  ¡Mi  vida  era  esto,  (Por  llosa.)  y  lo  he  matáo! 


FIN  DHL  DRAMA 


OBRAS  DE  JOAQUliN   DiCENTA 


El.  suicmio  DK  Wkrthkr,  drama  cu  t-ualro  aclos  y  ou  V(m-.so. 

La  mkjor  lky,  diaiua  en  Ires  actos  y  en  verso. 

Los  irresponsaiu.es,  (Irania  en  tres  actos  y  en  verso. 

Honra  y  vida,  leyenda  dranuítica  en  un  acto  y  en  verso. 

Luciano,  drama  en  tres  actos  y  en  prosa. 

El  duque  de  Ciandía,  drama  lírico  en  tres  actos  y  un  epílo^'o. 

Juan  José,  drama  en  tres  actos  y  en  ])rosa. 

Spoliarium,  novelas  cortas. 

Tinta  NEr.R\,  artículos  v  cuentos. 


AIICIIIVO    Y   CÜIMSTIiUlA    MUSICAL 

PARA  GRAXÜE  í  PEtjlJEM  OllOUESTA 

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jores Maestros  Compositores  la  propiedad  del  derecho  de  re- 
producir los  papeles  de  orquesta  necesarios  á  la  representación 
y  ejecución  de  sus  obras  musicales,  hay  un  completo  surtido 
de- instrumentales,  que  se  detallan  en  Catálogo  separado,  á 
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Juan  José